Pain Redefined — Privado

Una pedrada, otra más, y otra; pero ninguna bastó para drenar la locura de Kristóf. El rostro de la mujer estaba destrozado; era una suerte de tirones de carne y una gran mancha roja se hallaba en lo que alguna vez fue una cara bonita. Aquella infeliz nunca se imaginó su destino, su mala suerte la llevó a toparse con un auténtico demente; una visita a la tumba de su amado, a altas horas de la noche, cobró su existencia de una manera asquerosa. La viuda rechazó la compañía de Kristóf, y éste, en una de sus tantas personalidades, descargó su ira en el semblante precioso de la dama. Luego, al verse frente a su horrible resultado, empezó a llorar, mientras abraza el cadáver de la muerta, en un acto de profunda locura. Porque no, aquel dolor no era real, simplemente era una manifestación de su propio desorden mental. La arrulló, y al cabo de un largo rato, preparó una fosa común, en algún lugar retirado.

Después de haber cometido aquel acto impúdico, se dirigió a un lugar apartado, pantanoso y no frecuentado. Ahí se despojó de sus prendas manchadas con sangre, las quemó, se sacó el sucio y el sudor, y volvió a actuar con aparentemente normalidad. ¿Cómo podría pensar cualquiera que él era un asesino? No con esa apariencia. Richter se había empeñado en recalcárselo hacía ya tiempo. Si quería escapar de las sospechas del mundo, sólo debía actuar como un cordero más, y al mínimo descuido, volverse el lobo en el rebaño. Kristóf fue obediente, y no hay peor cosa que un loco que se vea como alguien normal.

Mientras avanzaba en dirección hacia la ciudad, sin el más mínimo remordimiento, sin siquiera recordar que había asesinado a alguien, recordó a alguien particular. Volvió la vista a su alrededor, y esa maldita sonrisa siniestra se dibujó en sus labios. ¿Y si le hacía una visita? Ya había estado demasiado tiempo vigilándolo desde las sombras, era hora de enfrentarlo, de que recordara su horrible realidad.

«¡Drake! ¡Drake Ende! El gemelo rechazado. ¡El único desgraciado que quería mantener al verdugo contento!»

Kristóf había estado vigilando a uno de sus hermanos mayores; sabía incluso de su nueva naturaleza. Percibió en Drake su rechazó por ser vampiro, que solía rondar ciertos lugares a determinadas horas y durante los mismos días. De seguro no era consciente de ello, pero para el hechicero era algo que detectaba con facilidad a pesar de ser un demente. Tal vez su insensatez mental le brindaba ciertas habilidades, que ayudadas por la magia, se hacían mucho más eficientes. No tenía problema con ello. Pretendía, en algún momento de aburrimiento, irle a recalcar sus errores a Drake. No temía que fuera vampiro, porque eso no era comparado con un auténtico psicópata. Es más, la idea le hacía sentir una excitación que sólo podía controlarla con la sangre, pero soportó aquella tentación. Aunque todas las neuronas de su cabeza estuvieran quemadas, Kristóf aún quería mantener a sus hermanos con vida. ¿Por qué? Porque la única personalidad unida emocionalmente a ellos seguía latente en su confusa mente.

Luego de una larga caminata, se internó en los oscuros callejones de París. Apenas eran iluminados por farolas lejanas; el hedor era repulsivo. Sin embargo, era uno de los lugares que solía frecuentar su hermano mayor. Ahí lo abordaría. Y fue entonces cuando lo encontró, sumergido en las tinieblas, reprochándose por un ataque repentino. Kristóf sonrió y fue acerándose lentamente a su objetivo. Se detuvo a escasos pasos y empezó a reír. No paró de hacerlo, no hasta cuando supo que Drake había reconocido aquella risa diabólica.

—¿Al fin te diste cuenta de quién soy, hermanito? ¡Qué bueno! No has perdido facultades a pesar de estar más triste que viuda joven —dijo con voz musical. Cubriéndose luego los labios, pues recordó a la viuda a la que le había destrozado el rostro—. ¡Ay! Esas viudas. Pero, no importa... Dime algo, ¿me extrañaste?

La palidez en su rostro era cadáverica, a pesar de que no se hallaba en reposo como lo haría un muerto real; su mirada pérdida, funesta, hasta cierto punto melancólica, se desvanecía en el arrepintimiento y en ese rencor que se profesaba hacia sí mismo... Drake era todo lo contrario a él, que había abrazado la demencia como si de la salvación misma se tratara. Había hallado placer en la muerte, también un morbo que alimentaba su sentido de estar en este mundo. En cambio su hermano mayor odiaba el hecho de tener que asesinar por sobrevivir, ¡como si eso no lo hicieran todos los animales! Incluso los humanos corrientes mataban a otros para poder alimentarse. Oh, pero la única diferencia con esos era que él sí asesinaba por el simple hecho de querer hacerlo. No existía mayor misterio en sus acciones. ¿Y qué demonios iba a saber Drake Ende de eso? Mucho menos lo haría con ese humor agobiante y deprimente que arrastraba casi siempre...

Kristóf podía estar muy loco, pero sabía lo muy mal que se encontraba su pariente por lo que era. No obstante, tampoco le daba pena, simplemente se regodeaba en que él sufría, y eso era más que suficiente para sentirse satisfecho, al menos por un breve instante, en el que se permitía permanecer quieto, con los músculos rígidos, y todavía con esa sonrisa burlona en los labios. Quizá la vida misma se había encargado de vengarse por él; sin embargo, no era suficiente. ¡Quería más! Aunque no tenía planeado acabarlo del modo en que lo hacía con sus demás víctimas infelices. Además, era un vampiro, y eso significaba que llevaba ciertas ventajas físicas, así que no podía abalanzarse como un animal salvaje. Sobre todo sabiendo que Drake aún lo recordaba como su hermano, y eso podría tener ciertas ventajas en su plan.

Ciertamente, a pesar de que Kristóf estaba loco de atar, su comportamiento psicopático tenía que ver más con la astucia demencial de la gran mayoría de los asesinos en serie. Era calculador, sobre todo en los casos que requerían que sus neuronas cooperaran con lucidez. Cualquier paso en falso podría llevarlo a la ruina, y él no se iba a dejar capturar tan fácilmente. Es más, se negaba a hacerlo. Aparte, con sus hermanos no existía la necesidad de hallarlos muertos, sino la ambición enfermiza de convertirse en su verdugo. Simplemente eso.

Su primera presa justo se había acercado un poco más, a lo que retrocedió de inmediato. ¿Por qué reaccionó de ese modo? No sabía muy bien por qué, ¿y qué interesaba? Ya estaba dedicando sus pensamientos a otra cosa más retorcida.

—¿Muerto yo? ¡Qué va! Yo sé que eso era lo que ustedes querían, pero mírame, ¡estoy vivito y coleando! Nada mal para el loco de la familia, ¿verdad? —contestó cuando se le vino en gana, y lo hizo con una evidente sorna, sólo por querer fastidiar un poco más a su interlocutor—. ¿Y a qué viene esa cara larga? ¿Acaso es envidia por ver que el loco está mucho mejor que tú? Ay, pobre Drake, que tiene que beber sangre como sanguijuela... De seguro que el gemelo ha de estar mucho mejor, disfrutando de su maldita y aburrida vida. No, espera, ando inventando cosas, que estoy muy loco para entenderlo.