Ain't no rest for the guilty [privado][+18]

Recuerdo del primer mensaje :

París, enero 18XX

Padre, un día más vivo para decirte que sigo adelante en mi camino, pero nuevamente ante obstáculos que hacen que lamente el no tenerte aquí. La misión que me encomiendan no será la primera vez que la lleve a cabo, mis manos se han manchado con más sangre de la que corre por mi cuerpo, mas no puedo asegurar que quien vaya a sufrir la ira de Dios sea del todo merecedor de esta. Siempre me dijiste que la fe no se basaba en creer a ciegas, sino en dudar. Dudar todo el tiempo. Y no ha habido un solo día en el que no haya dudado de toda creación. ¿Debo dudar también en la culpabilidad que aseguran mis superiores...?


Arriba las voces personificando la divinidad. Abajo, entre húmedos muros de piedra, unos pasos anunciaban el infierno que iba a desatarse en la vida de un humano. La compañía fiel de Bernadette le había dado la certeza de que las habilidades de un hombre, por muy atado a la brujería que estuviera, no eran motivo alguno para condenarle al destierro celestial. No pudo oponerse a las órdenes de sus superiores cuando le ofrecieron, sin cortesía alguna, atender al invitado especial de las mazmorras. Sin embargo, tras indagar un poco más en quien iba a ser su víctima, supo que no podía perdonarle.

La vida humana era sagrada, no habría paz alguna para aquel que fácilmente la arrebatara.

Se detuvo ante la puerta que guardaba al condenado y se subió las mangas de la vieja camisa que por tantos años le había acompañado. El tintineo de llaves contra la oxidada cerradura fue toda anunciación, pero al ver al brujo ahí de pie, semi-inconsciente, tuvo que tomar medidas más drásticas. Dejó el maletín que portaba consigo en un rincón sombrío y se acercó al encadenado, cruzándole la cara de un manotazo que resonó en aquella abovedada sala mohosa.

-La siesta ha terminado - dijo en tono neutro -, abre los ojos y enfrenta tu condena - se aseguró que los grilletes estuvieran bien ceñidos. - Debe ser incómodo dormir de pie - murmuró sin pena alguna, viendo sus pies descalzos sobre la piedra. A esas alturas, tras tantas horas colgando, debía tener los brazos adormecidos.

Necesitaba... no, quería tenerle bien despierto, de modo que sacó del maletín un pequeño frasco que paseó por debajo de su nariz a la espera de que aquel mejunje espabilara todos sus sentidos.

-Bienvenido de vuelta al mundo de los vivos. Soy el padre Custler y me han enviado para que conozcas el infierno. - Sonrió y lo hizo del mismo modo que lo hacía en misa, con la sutil diferencia que en aquel momento sus ojos rezumaban puro sarcasmo. - ¿Lo oyes? - miró al techo - es una buena forma de conocer la ira de Dios, ¿no crees? Jamás oirás un canto más hermoso. Deberías sentirte privilegiado, el eco que producen estas paredes mejora mucho la acústica de sus voces.

Se detuvo finalmente y le miró a los ojos. - ¿Quién eres? - le dio unos segundos y sonrió. - Es obvio que ya sé quién eres, por eso me han mandado aquí, a lo que me refiero es... ¿sabes tú quién eres?

Calor. Ardiente. El corazón a punto de estallar y lava corriendo por sus venas. Su mente lejos, apartada en otro plano astral donde la cordura y la moral no lo alcanzaran. Arriba el Cielo, continuamente insistiendo quién se suponía que debía ser. Abajo, piel con piel, el mismo infierno consumiendo su alma para toda la eternidad. Perdóneme padre porque he pecado y me encanta... De haber conocido los crímenes de aquel que sostenía entre sus brazos probablemente la culpa habría tomado más espacio, pero sin más que una ligera sospecha, enseguida aplastada por la naturaleza lasciva del hombre, no podía más que disfrutar con cada pedazo de su ser aquello que las sagradas escrituras siempre le prohibieron.

La estrechez repentina de sus carnes asfixió su voz, escapando entrecortada y mezclada por una carcajada débil. - Llamarme padre en un momento así es demasiado retorcido incluso para mí... - susurró antes de jugar con su lengua y beberse la voz de aquel orgasmo que su cuerpo ya advirtió. Rodeó su pecho con el brazo apretándole contra el suyo, embistiendo un rato más a sabiendas que aquella sería, con total seguridad, la última vez que disfrutaría de Stein. Y pensaba aprovecharlo al máximo. Una mano en su hombro y otra en la cintura, le penetró en un irrefrenable frenesí hasta llenarlo con la semilla de su pecado en una exquisita culminación. Descendió el ritmo lentamente vaciándose por completo, meciéndose contra su cuerpo estirando al máximo aquella sensación de plenitud que recorrió su cuerpo de arriba a abajo.

Conforme el orgasmo moría su mente despertaba, solo entonces desató las cadenas que lo apresaban tras abandonar su cálido interior. Le tendió casi con ternura en el suelo y, subiéndose los pantalones, se dirigió hacia el maletín que había sido testigo en todo momento de aquella oda a la lujuria más sacrílega. Se acercó con un paño y una pequeña botella de agua bendita, cuya diferencia con la normal era el rezo otorgado. Sujetó su cabeza dándole a beber y le pasó el paño por la frente, el abdomen y los muslos recogiendo cualquier vestigio de lo ocurrido.

-Voy a sacarte de aquí, pero nadie tiene que saberlo - le dijo con cierta duda, pues nada ni nadie le aseguraba que no estuviera cometiendo un error aún peor. - Solo espero que mi acción al liberarte, totalmente vacía de segundas intenciones, sea suficiente para que retomes el camino y te alejes de la oscuridad. Es muy noble lo que haces protegiendo a quien proteges, así que no olvides dónde te han llevado las malas decisiones... y lo que te aportan las buenas.

Terminó de secarle el sudor y le ayudó a levantarse entregándole la ropa, dejando que se vistiera mientras iba a echar un vistazo por la pequeña ventana de barrotes que daba al pasillo por el que llegó.

Mi cuerpo apenas respondía ya. La debilidad antes de mi captura se habá juntado con los golpes y aquel despliegue de energía que me habán dejado exhausto. Pero de alguna manera y como fuera, tenía que salir de allí. Curiosamente y para mi sorpresa, el párroco cumplió su palabra. No supe bien qué tipo de razonamiento pasó por su cabeza para verme mejor de lo que era y liberarme. Pero sus palabras, muy a mi pesar, sí que se me grabaron a fuego. Esto era el producto de malas decisiones. Aquel religioso no podía imaginarse cuánta razón tenía.

Me levanté terriblemente débil y me vestí. Agradecí que me hubiera dado agua, la verdad es que me ardía la garganta y me dolía cada músculo del cuerpo. Cuando terminé me quedé mirando a aquel hombre que estaba traicionando a su propio credo para liberarme, en pos de... ¿la nobleza de mi gesto? Eso era lo que había dicho, que le parecía noble el hecho de que me hubiera entregado por alguien a quien quería proteger. Tragué saliva. Elora. Con suerte la dejarían en paz. Pero yo... era otro tema. ¿Tendría que huir de allí? No era ningún cobarde.

Miré al Inquisidor con ojos refulgentes. Me apoyé en la pared pero de pronto me erguí en mi altura aunque me doliera cada músculo al hacerlo. Miré fijamente a aquel hombre que estaba salvándome y me pregunté el motivo de aquella buena fe.
- ¿Por qué haces esto? Sabes lo que soy. Y sabes lo que puedo llegar a hacer.
Mis rodillas amenazaban con tirarme al suelo y mis brazos soportarían poco rato mi peso contra la pared. Pero la rabia de sentirme y mostrarme débil me sostenía lo suficiente como para encararme al religioso y mostrarme algo como yo era.

Nadie parecía estar merodeando la zona de celdas, pero los cantos habían llegado a su fin y eso les dejaba un margen de tiempo muy limitado para salir sin que nadie ahí les viera. Más tarde ya se preocuparía de una buena explicación para tal acto de traición, hasta entonces había otras cosas en las que concentrarse. Porque tarde o temprano se percatarían de que uno de los presos había huido, pero para entonces, con suerte, habría logrado llevar al brujo a un lugar seguro. Y solo había un lugar donde a nadie se le ocurriría buscar: su parroquia. Solo esperaba que la hermana Bernadette no estuviera allí cuando llegaran, al menos hasta después de haber tenido una charla con su fugitivo.

Se dio la vuelta encarando a este, escudriñándole de arriba abajo dándose cuenta del estado lamentable en el que se encontraba. - Las explicaciones para luego, debemos darnos prisa. ¿Te ves capaz de andar? - recogió del maletín algunas cosas básicas, como llaves, dinero y su Biblia, heredada del padre Marcus. El resto de objetos los esparció por el suelo sin sentido alguno, simulando que ahí dentro se había llevado a cabo una pelea. - Vamos, no tenemos mucho tiempo.

Un estallido metálico resonó en el abovedado corredor al abrir la celda, tensando sus sentidos y apresándole el paso. Pasó un brazo por debajo de las axilas del brujo para tenerle controlado, asegurándose que lo mantenía a su lado, pues sus ojos estaban más ocupados controlando cada esquina y rincón por el cual pudieran ser sorprendidos. Los bajos de la catedral habían sido diseñados igual que el de otras fortalezas, entre ellas la Iglesia de San Pedro, con una serie de pasadizos ocultos por los que huir en caso de ser atacados en guerra. Dominic, que de pequeño le encantaba jugar al tesoro perdido, solía mostrar interés en ese tipo de cosas, investigando cualquier estructura en la que pasara cierto tiempo. Gracias a ello supo por qué jamás se usaba la última celda del pasillo que quedaba a su izquierda, donde rápidamente dirigió sus pasos y los de Stein.

Se detuvo frente a la puerta mirando por encima del hombro el pasillo que dejaron atrás. - Sé que no te quedan muchas fuerzas, pero necesito que abras esta puerta. Es el único modo de salir de aquí con vida - le apremió con impaciencia, sujetándole con fuerza.

Odiaba admitirlo, pero si aquel hombre no me estuviera sujetando, no hubiera podido dar más de cinco pasos antes de desplomarme. Aquel hechizo había sido demasiado incluso para mí. Aún no sabía cómo seguía vivo. Y después del... encuentro con aquel párroco desviado aún me sorprendía más el hecho de que pudiera levantar un pie después del otro. Lo único que sacaba de esa debilidad extrema era la rabia que me permitía seguir adelante. Seguir respirando.

Me llevó a una pesada puerta de metal con rejas y me pidió que la abriera. Casi podía oír los pasos que se acercaban a nuestra posición. Si nos descubrían, sería mi final, pero también la del hombre moreno que me sostenía y no dejaba de mirar a los lados, completamente alerta. Todo mi peso descansaba sobre... ni siquiera sabía su nombre. Levanté la mirada hacia el ojo de la cerradura que nos privaba de libertad y nos exponía a los ojos incansables de aquel sacro lugar. Tendría que fundirla. Pero la puerta era gruesa y corría el riesgo de desmayarme. Mierda.

Una parte de mi mente había aceptado su destino. El hecho de que mi poder mágico estuviera prácticamente agotado por mantener las conciencias que habían cambiado de plano unidas, me había afectado de tal manera que no dejaban de mezclárseme recuerdos y visiones. Ojos azules que me miraban, pactos con la Logia, hechizos ígneos... Piro. Eso es. Usaría el hechizo como lo usaba el Stein del otro plano. Creía poder acordarme. Levanté un poco la mano y susurré el hechizo intentando concentrarme y apretando los dientes.

En vez de fundir toda la cerradura, conseguí llegar solo a la pieza metálica que la unía con el resto de la puerta. La puerta se abrío con un ligero chirrido y un intenso mareo me inundó al instante. No aguantaría mucho más. Pero gruñí de rabia y eché a andar por el pasillo con el párroco sujetándome. Porque si algo tenía, era fuerza de voluntad. Y estaba obsesionado con descubrir por qué habíamos viajado a aquella jodida dimensión.

Morir ahorcado era lo que menos le preocupaba en ese instante, pues con tal traición acometida, y justo en las narices de la Inquisición, no le darían el lujo de una muerte rápida. Temía más acabar en el potro o alguno de los demás juguetes que descansaban en otras habitaciones de aquel laberinto de celdas, por ejemplo. Porque no sabía los demás, pero él como víctima de tortura era un quejica. Una cosa era el dolor de la batalla, relegado a un segundo plano por la adrenalina del momento, y otro el estar ahí tumbado consciente plenamente de cada clavo, latigazo, cuerda o lo que fuera que usaran, que en ese mundo él no se metía.

El clic de la puerta abriéndose le devolvió a la realidad y afirmó el agarre dándole unas palmaditas en el pecho sin ocultar su sorpresa. - Es increíble la de cosas que podéis hacer. Me sorprende incluso que os den caza en lugar de usaros para sus propios fines - dijo sin perder tiempo en avanzar y tratar de dejar la puerta cerrada, que al menos no se viera a simple vista que había sido manipulada. Le apoyó un momento en la pared para arrodillarse y empezar a sacar piedras de forma estratégica, descubriéndose poco a poco una puerta oculta tras estas. Una vez abrió el espacio suficiente volvió a cogerle mirando una vez más atrás.

El sudor bajaba por su espalda y su frente por el esfuerzo de llevarle, sumado al cansancio de la actividad de minutos antes y al sofocante calor que se respiraba una vez entraron al túnel. El sepulcral silencio de ahí abajo le hizo creer que el desbocado latir de su corazón podía oírse incluso por encima del ruido de sus pasos, de modo que tratando de calmar un poco la tensión, y sin dejar de caminar lo más rápido que el brujo permitía, habló.

-El orgullo es algo gracioso - susurró notándose el esfuerzo en su resollo. - Creemos que es lo más importante, pero no es así. El orgullo no nos da de comer, ni nos ayuda a escapar. El orgullo es en realidad una trampa de la soledad, un engaño de nuestra propia mente. Si la experiencia me ha enseñado algo, es que prefiero mil veces más vivir sin orgullo pero acompañado, que ser el jodido rey de la soberbia y no tener nadie con quien hablar. Porque yo hablo mucho, aunque eso ya lo habrás notado. Pero no sabes qué agradable resulta llegar a la parroquia agotado y que me reciba la hermana Bernadette con un caldo de cebolla. Aunque quiera pegarme bronca, que usualmente es lo que hace. No ve con buenos ojos que me guste tanto el whis...

Calló abruptamente al darse cuenta que no era solo un par de pasos lo que escuchaba. Ahí abajo había alguien más, pero resultaba difícil saber de dónde provenía, pues el techo abovedado resonaba en todas direcciones. Se detuvo y apoyó al brujo contra la pared, maldiciendo no haber traído alguna de sus armas. Se metió la mano en el bolsillo de su pantalón y al sacarla llevaba el puño cerrado y lo que parecían cuatro toscos anillos unidos cubriendo sus dedos.

"Jodido inútil. Bastardo. Quién me manda a mí meterme en estas cosas. Ojalá te pudras en el infierno..."
Palabras de esta índole salían de mi boca en un perfecto alemán mientras recorríamos por tercera vez el mismo tramo de túnel. Teníamos que haber llegado ya a los sótanos de la catedral, pero aquel lugar era un laberinto enrevesado hecho con muy malas artes.

Elora había insistido en que teníamos que ir a por Stein, que se había entregado por ella. Decía que por muy mala persona que fuese, no se merecía una muerte tan horrible. Yo pensaba lo contrario, pero sabía que Elora tenía razón. Algo muy dentro de mí se encogía cuando pensaba en Stein muerto. Cierto era que no le había visto en años. Pero sabía que seguía vivo. De algún modo, lo sabía. Y no me daba la gana que se fuera de aquella manera. No después de lo que había pasado.
Iba a pedirle más de una explicación cuando lo sacáramos de allí, por qué aquellas visiones y qué era aquel mundo paralelo que tanto nos había trastornado.

Meterme en la Inquisición no era tarea sencilla, por lo que Elora avisó a alguien que no dudó en unirse a la partida... Aveline Blackmore. Me opuse firmemente, pero de poco me sirvió, porque aquellas dos lenguas viperinas en el mismo bando hubieran hecho enmudecer al mismísimo Satanás. Elora iba entre nosotras, yendo yo delane y Aveline cubriendo la retaguardia. Mis katanas brillaban a la luz de una pequeña llama que había invocado Elora, lo suficientemente tenue para que no nos descubrieran pero con el inconveniente de que me había tropezado como unas cinco veces, provocando las risitas irónicas de Aveline. En la vida me habían temido tan poco como en aquel momento. Lo único que les salvaba de no caer bajo mi ira asesina era que precisamente eran quienes eran.

Fui a rechistar ante un comentario jocoso de Faith cuando escuché ruido delante. Las callé con una mirada gélida y me agaché levemente en posición de combate. Había algo detrás de aquella esquina. Miré hacia atrás un momento para ver si estaban preparadas y con un sigiloso salto me planté delante de los caminantes con intención de rajarles la garganta. Pero una exhalación se oyó en la oscuridad.
- ¿Pero qué...?

Sabía que Xaryne por mucho que odiase a su hermano, no se sentiría bien consigo misma, no podría perdonarse si al final lo despellejaba la Inquisicion por mi culpa. Aunque me quisiese y a él no, eran familia, eran de la misma sangre y de algun modo, en el fondo sentía que debía salvarlo. Quizás solo por el hecho egoista de matarlo ella, de que no fueran otras manos las que le arrebatasen la posibilidad de hacerlo, pero al final de cuento, ella tenía más derecho que nadie a acabar con su existencia en compensación de lo de Nahia. Necesitábamos respuestas, las que quizás Stein pudiera darnos para calmar nuestra inquietud, acerca de lo sucedido en la otra realidad. Xar y Stein necesitaban cerrar un capítulo doloroso que seguiría sangrando de no hacerlo, para siempre.

Por eso la bruja insistió en que fueran a los túneles y buscasen el modo de sacarlo de allí. Sabía que Xar se podría bloquear y que no estaba al 100%, así que llamó a Aveline, que una vez puesta al corriente de lo que sucedía, se apuntó sin dudarlo. A esa mujer le gustaban los retos y además Stein era ahora su responsabilidad en la Sede, no podía dejar que los fanáticos le sacaran la informacion a palos.

Se escuchaban pasos y susurros al fondo del túnel y ambas cazadoras se pusieron en guardia. Ya podían ser buenos los inquisidores porque contra la Muerte Negra y La Parca no tenían ninguna posibilidad. Y por si no fueran suficiente, la bruja siempre podría invocar algo que los entorpeciera. Un momento. Sus ojos no estaban habituados a esa oscuridad pero...¿aquel bulto era Stein sujetado por un cura?

No tenía muy claro qué era exactamente lo que esperaba encontrarse allí abajo con ellos, pero sin duda en ningún momento imaginó a dos mujeres armadas y listas para atacar. Si se hubiera tratado de dos hombres las dudas sobre si trabajaban o no para la Inquisición serían algo importante a lo que darle vueltas, sin embargo en la Inquisición no se aceptaban mujeres. La confusión quedó plasmada en su rostro sin perder la actitud de alerta, mirándolas fijamente con la vista acostumbrada ya a la oscuridad del túnel.

-Vaya, esto es toda una sorpresa - comentó con poca elocuencia, bajando el puño armado con la cabeza inclinada para escrutarlas aún mejor. - Me parece a mí que se han perdido. Aquí no hay nada, solo piedras y polvo. Bueno, y una zona de celdas, pero no queda nadie ya ahí dent.... oooh - arqueó las cejas entendiendo de qué iba aquel asunto. Su aparente relajación y la falta de importancia que parecía darle a la situación en la que se encontraban se debía a una total falta de responsabilidad en lo que a su propia vida se refería. Solo en momentos donde el peligro era realmente una constante a tomar en cuenta se mostraba entonces serio. - Habéis venido a por él, ¿no es así? - señaló a Stein con la mano. - En ese caso os acabo de ahorrar muchos prob...

Un estallido con olor a pólvora le hizo maldecir su verborrea crónica al darse cuenta que la Inquisición acababa de darse cuenta de que el prisionero había escapado. El disparo había pasado rozando entre ambas mujeres, estallando en la pared de piedra del fondo provocando un ensordecedor sonido.

-Tenemos compañía. Si me ven aquí estoy jodido y él no puede apenas caminar - alzó las manos a modo rendición. - Vosotras decidís...  

Si me hubieran narrado aquella escena, no me lo hubiera creído ni aunque me lo hubieran jurado con sangre. Tenía ante mí una de las imágenes más desconcertantes que había visto nunca. Un Inquisidor traía a rastras aun apaleado Stein seminconsciente que ni siquiera nos oía. Stein había logrado librarse de la Inquisición, y aunque no habá salido muy bien parado allí estaba, fuera de las mazmorras y arrastrado por un párroco a través de los túneles de la catedral. Dada la verborrea alegre del religioso, no daba la impresión de estar bajo el influjo del mentalista, que en ese estado podría haber pasado por otro muerto de hambre al que torturarían hasta hacerle cantar como un ruiseñor.

Me quedé bloqueada unos segundos, y lo mismo les pasó a Elora y Aveline. No acababan de creerse que Stein estuviera ante nuestros ojos y en semejante compañía. Aunque la estupefacción duró poco. De pronto, un estallido en la pared contraria a nosotras retumbó contra la pared de piedra y nos dimos cuenta de la situación. No nos pensamos dos veces las palabras del cura.
Aveline y yo nos calamos las capuchas que traíamos y saltamos como dos demonios hacia delante. Una veintena de guerreros de la Inquisición y un par de religiosos con el rostro contraído de rabia se acercaban en tromba hacia nosotras, pero no podríamos acercarnos lo suficiente si seguían teniendo armas de fuego.
Todo ocurrió en pocos segundos.

Entonces, Elora hizo su parte. Conjuró de repente unas sombras oscuras que arrebataron de golpe las pistolas a los cinco guardias que estaban a punto de dispararnos, dándonos el tiempo suficiente para penetrar en líneas enemigas.
No se oía más que el filo de las espadas chocando, seguido de fardos cayendo al suelo, traduciéndose en cuerpos humanos que caían sobre la piedra, ya sin vida.
Gritos de agonía eran silenciados por nuestros aceros, segando las almas de aquellos hombres que servían a un dios supuestamente misericordioso, pero que aprobaba torturas inhumanas en su nombre.

Aveline se movía como una sombra, completamente compenetrada conmigo en combate. Al final iba a tener razón y los entrenamientos servían de algo. Por mi partee, mis katanas surcaban el aire sin apenas resistencia, cortando carne y metal a su paso, quebrando huesos, almas y vidas. Vi por el rabillo del ojo cómo Elora cogía a Stein del otro brazo y se alejaba con aquel párroco y el brujo en la oscuridad. Ese momento de preocupación hizo que la rubia tuviera que parar un golpe dirigido a mi costado. Gruñí centrándome y la última de las vidas cayó al suelo ante mis pies con un ruido sordo. Miré a Aveline con la adrenalina corriendo por mis venas y una verdosa mirada respondió la de mis ojos de hielo de forma salvaje.
El silencio reinó de nuevo en la Catedral.

Ya fuera decidimos, atendiendo a la proposición de Dominic, el religioso que había sacado a Stein de las mazmorras, que lo llevaríamos a su parroquia del barrio viejo hasta que se recuperara de sus heridas. El cura no dio más explicaciones, pero ninguna quiso indagar demasiado. Stein estaba a salvo y yo me merecía mis respuestas, pero en su estado, dudaba siquiera que pudiera beber un vaso de agua sin desmayarse de nuevo. Llegaría el tiempo del cara a cara. De pedir explicaciones y de saldar deudas mortales por la sangre inocente derramada. Algún día aquella venganza inútil tendría que terminar.
Y ese día estaba cada vez más cerca.