Los juegos que nunca acaban y siempre empiezan

Me había planteado la posibilidad de no asistir a la función de las 8 de la noche. Más por el hecho de que a esa hora asistían un montón de pequeño inocentes; las personas terminaban sus labores del día y aprovechaban para distraer un poco a sus pequeños, y ellos de paso. Pero por alguna retorcida razón, el ser al que había seguido durante un mes entero, tenía en mente hacer acto de presencia a esas horas. Lo había visto rondando los alrededores. Había tenido que cambiar mi atuendo más veces de las que yo hubiese querido, pero había que ser precavida.

Los vampiros eran sumamente meticulosos, curiosos, observadores, por simple naturaleza. Incluso, me lo había topado de frente en una ocasión, y había tenido la suficiente precaución de que solo fuese una. Dos, hubiese quedado como signo de advertencia. Era como todos. Para quien carecía de la información adecuada, aquel hombre inmortal, quedaba ante los ojos humanos como la cosa más maravillosa que se pudiese apreciar. Era castaño, las luces de los faroles le tornaban los cabellos rojizos. Era poseedor de una perfecta nariz, que hacia una tremenda simetría con el resto de su rostro. Antes suponía que el llevar cierto tiempo en esto me hacía pasar de largo a los encantos que ciertos seres poseían. Pero me equivocaba, todo era obra y gracia de alguien más.

El camino al circo era más que obvio. Los críos me rebasaban mientras corrían por un camino que se habían encargado de adornar con luces de varios colores que centellaban interminablemente. Había demasiado ruido. Pero tomando en cuenta el aspecto de mi objetivo, no me sería complicado ubicarlo entre la multitud. Por la entrada principal, la fila de las personas que esa noche habían asistido, comenzaba a moverse. Yo había adquirido los boletillos el día anterior. Los había comprado para todos los día restantes, eso, antes de saber que él asistiría la siguiente noche. Gracias a mi insistencia, el pobre vendedor, que estaba entrado en años; no tuvo más remedio que informarme sobre el boleto que le había vendido al castaño chupasangre “Es que estoy enamorada de él, desde el primer momento en que le vi. Solo quiero darle una sorpresa apareciendo el mismo día” A veces las trenzas, también daban resultado.

Nada podía haber sido más perfecto, la fría noche había sido ideal para un buen abrigo negro, que como obsequio, en su interior guardaba sorpresas. La fila de personas volvió a moverse, dándome el turno para entregar el boleto. Me hice a un lado y deje que las personas que seguían detrás de mí, avanzaran para que pudiesen coger un lugar en el interior. Escanee el lugar repleto de en su mayoría por niños. Del otro lado del escenario, casi en la parte superior, lo vi. Tan tranquilo y sereno. ¿Por qué todos serán así? Suspire y me encamine del lado contrario del escenario, no lo tendría cerca, pero si perfectamente bien ubicado. Donde le diera por salir a mitad de la función, no tendría más que dar uso cuantos empujones para ir tras de él. Tampoco es que yo fuese a ser quien armara el show.