AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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It's not magic ||Gaspard
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It's not magic ||Gaspard
-¡Damas y caballeros, niños y niñas! - Anunciaba una voz potente a través de un megáfono. El hombre vestido con un brillante traje rojo adornado con botones dorados y otros detalles caminaba alrededor de la arena mientras hablaba, ocasionalmente mirando de reojo hacia su lado derecho, asegurándose de que la jaula que colocaban alrededor del centro estuviera bien sujeta. Tras la cortina unos hombres estaban empujando de la jaula en donde me encontraba, en ese momento tan solo un muchacho de piel oscura al que todos se referían como “el esclavo” lograron moverla justo a una entrada especial que se había hecho para los animales feroces, como una especie de túnel hecho de barras de hierro que daba justo a la pista en donde se llevaban a cabo todos los actos, no había forma de avanzar más que hacia adelante, directo a otra noche de humillación y maltrato.
-¡Para nuestro siguiente acto, el gran y poderoso Halastor nos deleitará con magia, traída para su entretenimiento desde los lugares más recónditos del poder y la mente humana. Con ustedes Halastor! - Y ante esas palabras las 150 personas que estaban dentro de la carpa estallaban en gritos, aplausos, chiflidos e incluso arrojaban comida. Al escenario pasaba un hombre extremadamente delgado y alto, con facciones afiladas y malintencionadas, portaba un sombrero de copa, una capa negra y un aire de narcisismo. Tras él, una joven que en ocasiones hacía de bailarina o acróbata avanzaba con una caja en las manos, la luz los enfocó a los dos y de inmediato el pseudo “mago” hacía un ademán exigiendo silencio.
-¡Para mi primer acto, voy a partir a esta mujer… en tres partes! - Y misteriosamente aparecían en sus manos tres espadas, el truco lo aprendí desde la primera vez que lo vi ensayar, iban escondidas en su cinturón en la parte de la espalda y con la capa los distraía para sacarlas, por eso su andar tan exageradamente erguido. Unos payasos entraron a escena con algo parecido a un armario, pero con ruedas. La joven pelirroja entró en este sin dejar de sonreír y dicho y hecho, atravesó el closet con las tres armas afiladas para luego retirarlas, la mujer salió grácilmente del clóset sin ningún rasguño. La gente exclamaba en asombro. -Si te equivocas, tu amo te va a azotar ¿oíste negro? -Mascullaba uno de los que empujaban la jaula, en respuesta a su comentario me giré a verlo, lentamente transformándome y le amenacé con los colmillos afilados. Del otro lado, los demás artistas del circo se movían rápido para asegurar bien el lugar, sabían cómo actuaba yo y que si no ponían esa reja de seguridad sería capaz de abalanzarme sobre alguien de la audiencia.
-¡Señoras y señores, no se asusten por esta gran jaula que mis colegas están colocando, pues solo es una medida extra de seguridad! Para mi siguiente acto, haré lo que ningún mago jamás… ha hecho. -E hizo una seña para que abrieran mi jaula y me dejaran pasar, para entonces había vuelto a mi forma humana y vuelto a poner los pantalones de color blanco que usaba, caminé al centro meintras la potente luz me deslumbraba violentamente. -Convertiré a este muchacho… ¡En un feroz león come hombres! -Hizo una seña a la joven quien de la caja que había traído, trajo una extensa manta roja y se la entregó a Halastor, al instante salió del lugar antes de que cerraran la jaula, dentro de esta quedamos solo el mago y yo. Sin perder tiempo, extendió la manta y la colocó encima mío. Al tiempo que caía me fui tirando de rodillas y transformé en un león joven a quien apenas se va asomando su melena, quedé agazapado en el suelo mientras el hombre pronunciaba en voz alta sus “palabras mágicas” que en verdad eran un montón de frases sin sentido.
Finalmente retiró la manta y para sorpresa del público, el joven de piel oscura que estaba ahí había desparecido y en su lugar estaba una fiera. Halastor se regocijaba en los aplausos y el asombro de su público, haciendo reverencias aquí y allá, el hombre no me maltrataba, pero sí que me irritaba de sobremanera. Me quedé quieto hasta que este me indicó un “levántate” como si fuera una especie de domador. -¡Y ahora, esta bestia va a saltar a través de un aro en llamas! -Gritó emocionado y ante eso casi se me cae el corazón. Habíamos ensayado, me había hecho saltar a través de aros mil y un veces, pero nunca uno en llamas. Sacó de su bolsillo un par de fósforos y procedió a encender uno, luego al aro que estaba a un costado nuestro, el cual ardió de inmediato. La gente enloquecía incapaz de contener la euforia y yo solo sentía que mis patas flaqueaban.
No Aasim, no eres un cobarde. Me regañé a mí mismo. Puedes hacer esto, no es difícil. Tenía la mente preparada pero lo que no me esperaba era que el otro sacara el látigo, usualmente solo servía para apantallar a la gente, haciéndoles creer que en verdad él era el valiente, pero esa vez era diferente, era insaciable, se alimentaba por la admiración de otros y se transformaba en un monstruo sediento por más y más. Su hambre fue la que lo cegó y le hizo estallar el látigo en una de mis patas, justo en el momento en el que yo saltaba.
Si bien alcancé a eludir las llamas ardientes, mi aterrizaje no fue muy grácil, estuve a una de tropezar y caer de costado, todo por su estúpido látigo. Como fuera, terminé con una postura orgullosa que ocultaba mi rabia creciente, me las iba a pagar… Llené de aire mis pulmones y lancé un rugido potente al aire que dejó pasmados a muchos, quería establecer mi dominio, dejar claro que él no me mandaba a mí. Rápidamente me giré sobre mis patas y me coloqué en posición de acecho, acercándome lentamente hacia Halastor, era mi presa. Sin que nadie pudiera preverlo o evitarlo, me abalancé sobre él rugiendo nuevamente y lo tumbé al suelo. De detrás de la cortina comenzaron a salir los demás artistas, armados con fusiles, cadenas, látigos y antorchas. La gente corría despavorida tratando de salir.
-¡Para nuestro siguiente acto, el gran y poderoso Halastor nos deleitará con magia, traída para su entretenimiento desde los lugares más recónditos del poder y la mente humana. Con ustedes Halastor! - Y ante esas palabras las 150 personas que estaban dentro de la carpa estallaban en gritos, aplausos, chiflidos e incluso arrojaban comida. Al escenario pasaba un hombre extremadamente delgado y alto, con facciones afiladas y malintencionadas, portaba un sombrero de copa, una capa negra y un aire de narcisismo. Tras él, una joven que en ocasiones hacía de bailarina o acróbata avanzaba con una caja en las manos, la luz los enfocó a los dos y de inmediato el pseudo “mago” hacía un ademán exigiendo silencio.
-¡Para mi primer acto, voy a partir a esta mujer… en tres partes! - Y misteriosamente aparecían en sus manos tres espadas, el truco lo aprendí desde la primera vez que lo vi ensayar, iban escondidas en su cinturón en la parte de la espalda y con la capa los distraía para sacarlas, por eso su andar tan exageradamente erguido. Unos payasos entraron a escena con algo parecido a un armario, pero con ruedas. La joven pelirroja entró en este sin dejar de sonreír y dicho y hecho, atravesó el closet con las tres armas afiladas para luego retirarlas, la mujer salió grácilmente del clóset sin ningún rasguño. La gente exclamaba en asombro. -Si te equivocas, tu amo te va a azotar ¿oíste negro? -Mascullaba uno de los que empujaban la jaula, en respuesta a su comentario me giré a verlo, lentamente transformándome y le amenacé con los colmillos afilados. Del otro lado, los demás artistas del circo se movían rápido para asegurar bien el lugar, sabían cómo actuaba yo y que si no ponían esa reja de seguridad sería capaz de abalanzarme sobre alguien de la audiencia.
-¡Señoras y señores, no se asusten por esta gran jaula que mis colegas están colocando, pues solo es una medida extra de seguridad! Para mi siguiente acto, haré lo que ningún mago jamás… ha hecho. -E hizo una seña para que abrieran mi jaula y me dejaran pasar, para entonces había vuelto a mi forma humana y vuelto a poner los pantalones de color blanco que usaba, caminé al centro meintras la potente luz me deslumbraba violentamente. -Convertiré a este muchacho… ¡En un feroz león come hombres! -Hizo una seña a la joven quien de la caja que había traído, trajo una extensa manta roja y se la entregó a Halastor, al instante salió del lugar antes de que cerraran la jaula, dentro de esta quedamos solo el mago y yo. Sin perder tiempo, extendió la manta y la colocó encima mío. Al tiempo que caía me fui tirando de rodillas y transformé en un león joven a quien apenas se va asomando su melena, quedé agazapado en el suelo mientras el hombre pronunciaba en voz alta sus “palabras mágicas” que en verdad eran un montón de frases sin sentido.
Finalmente retiró la manta y para sorpresa del público, el joven de piel oscura que estaba ahí había desparecido y en su lugar estaba una fiera. Halastor se regocijaba en los aplausos y el asombro de su público, haciendo reverencias aquí y allá, el hombre no me maltrataba, pero sí que me irritaba de sobremanera. Me quedé quieto hasta que este me indicó un “levántate” como si fuera una especie de domador. -¡Y ahora, esta bestia va a saltar a través de un aro en llamas! -Gritó emocionado y ante eso casi se me cae el corazón. Habíamos ensayado, me había hecho saltar a través de aros mil y un veces, pero nunca uno en llamas. Sacó de su bolsillo un par de fósforos y procedió a encender uno, luego al aro que estaba a un costado nuestro, el cual ardió de inmediato. La gente enloquecía incapaz de contener la euforia y yo solo sentía que mis patas flaqueaban.
No Aasim, no eres un cobarde. Me regañé a mí mismo. Puedes hacer esto, no es difícil. Tenía la mente preparada pero lo que no me esperaba era que el otro sacara el látigo, usualmente solo servía para apantallar a la gente, haciéndoles creer que en verdad él era el valiente, pero esa vez era diferente, era insaciable, se alimentaba por la admiración de otros y se transformaba en un monstruo sediento por más y más. Su hambre fue la que lo cegó y le hizo estallar el látigo en una de mis patas, justo en el momento en el que yo saltaba.
Si bien alcancé a eludir las llamas ardientes, mi aterrizaje no fue muy grácil, estuve a una de tropezar y caer de costado, todo por su estúpido látigo. Como fuera, terminé con una postura orgullosa que ocultaba mi rabia creciente, me las iba a pagar… Llené de aire mis pulmones y lancé un rugido potente al aire que dejó pasmados a muchos, quería establecer mi dominio, dejar claro que él no me mandaba a mí. Rápidamente me giré sobre mis patas y me coloqué en posición de acecho, acercándome lentamente hacia Halastor, era mi presa. Sin que nadie pudiera preverlo o evitarlo, me abalancé sobre él rugiendo nuevamente y lo tumbé al suelo. De detrás de la cortina comenzaron a salir los demás artistas, armados con fusiles, cadenas, látigos y antorchas. La gente corría despavorida tratando de salir.
Aasim- Esclavo
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Fecha de inscripción : 10/01/2017
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Re: It's not magic ||Gaspard
Allí estaba mi segunda tarde en París. Aún no encontraba la iglesia de San Benito a la cual me había trasladado como monje principal. Aunque mis pertenencias habían sido trasladadas dos días atrás. Los monjes habían perdido a su guía en un terrible ataque sobrenatural y en mi pequeño pueblo yo ya había concluido mis tareas. La gente no necesitaba que los siga guiando y los más jóvenes podían tomar mi puesto con tanto orgullo que daba gracias en todos los siete rezos poder haber cumplido mi camino. Pues difícil se había hecho con toda la miseria que había cargado: Las heridas en mi dermis de causa irreconocible y la trasformación que mi mente le podía dar al cuerpo. Ahora era tiempo de empezar a buscar una solución a esas penas. Me había dejado llevar por las emociones y los ideales y sin pensarlo en absoluto ahora estaba en las calles de la ciudad más poblada del país. Buscaba a una mujer que había quedado grabada en mi mente y una cura para mi sangre, romper una maldición gitana que podría tener que ver con el mismo demonio.
El inconveniente actualmente era que estaba llanamente perdido, podía ver el bosque rodeando el lugar sin embargo nada se parecía a un monasterio. Si bien me habían dicho que sería diferente, más refinado y lujoso, lo que había frente a mí era una especie de carpa. Al final dejé escapar unos suspiros de total frustración. Tendría que haber pedido un mapa, para mi suerte no estaba con el hábito puesto, sino que mantenía unos pantalones de época junto con el traje ocasional de la religión. Me había ido del pueblo con dinero suficiente para subsistir hasta llegar a la casa que me habían entregado, comprar los utensilios y materias primas y allí volver a las labores agropecuarias. Paris no sería nunca como Solesmes, los pobres habitaban en cada rincón y el trabajo era mucho más difícil y así mismo fortalecedor. Había procurado traer para mantener frescas las comidas y quizá repartirlas por algunas zonas.
Saliendo de mis pensamientos, me digne a adentrarme al lugar, familias, niños con dulces, globos, unos raros copos y entradas con unos seres que jamás había visto. La situación empezaba a desesperarme, a darme ese miedo que había aprendido a controlar. Las manos se me movieron solas y como un loco me golpeé el pecho, despabilándome por un segundo. Para ese entonces desconocía lo que eran los payasos o un circo en general por lo que no era nada agradable la vista de miles de colores. Suspirando fue que pregunté amable y penosamente las calles y la manera de llegar al monasterio a una pareja que estaba por entrar a ver una especie de espectáculo. Tal parecía que había estado bastante cerca, pero con una cuadra de diferencia en paralelo. En seguida agradecí y empezaron mis pasos hacia la salida. ¿Pero qué era ese sonido? ¿Por qué la gente comenzaba a gritar y a salir corriendo? Tropecé con los adoquines y a punto de sentirme convertir en un minúsculo animal me corrí a un costado, terminando entre la multitud y la entrada privada. Como no podía ser de otra forma una curiosidad casi arrollante terminó por obligarme a entrar. En el ingreso había butacas altas que iban en bajada hacia el centro que tenía forma redonda. Debajo de las butacas y antes del suelo había varios caños sosteniendo la estructura, me acomodé entre éstos y en un soplo mi cuerpo desapareció o al menos eso podría pensar cualquiera. El chasquido de una ardilla pequeña removiendo las ropas del suelo se escuchaba. Apurado y más asustado que otra cosa comencé a escalar los largos fierros hasta la butaca que me permitía ver qué estaba pasando.
A simple vista un león estaba atacando a un humano. ¿Qué hacía un león en medio de la ciudad? Quedé sumamente sorprendido por eso y luego simplemente lo comprendí. Había aros en llamas, otros animales alrededor y un hombre tenía un látigo que apuntaba directo al felino. Se encontraban otros hombres que estaban apuntando con sus armas. Más descontento que eso no me podrían haber dejado en la primera visita a la ciudad. No tardé mucho tiempo en saltar a las disposiciones de hierro de la carpa, caminé por arriba hasta estar bastante cerca. La curiosidad era un pecado que mi propia naturaleza cambiante me había obligado a tener. En ese momento lo agradecí, luego de mirar un rato más pude notar que no se trataba de un simple león, era alguien igual que yo. Tal cual me habían dicho, existíamos y podíamos distinguirlos con esos colores que tienen todos alrededor y pocos pueden verlo. No estaba tan seguro y menos estaba deacuerdo sobre lo que iba a hacer. En ese instante escuché un terrible ruido de un arma de fuego, como la que había escuchado en el pueblo tiempo atrás. Las patas me temblaron y no me atreví a mirar qué estaba pasando. Con los dientes filosos rompí las cuerdas que ataban la tela gigante del lugar y abrí las patas, claramente iba a saltar a volar. Me lancé con la tela en la garra de cinco dedos y planeando como lo haría una hoja pasé todo por el fuego. Acababa de provocar un incendio. Pero también había terminado con un maltrato no solo animal, sino que era claramente humano. “Ve hacia la puerta joven León.” Con fuerzas traté de dejar salir mis pensamientos, lo había hecho antes, me había comunicado más de una vez con animales, quise pensar que ahora no sería diferente. Lástima que no me dejaron pensar demasiado los gritos y los fuertes golpes con látigos y cadenas se sentían presentes. Mis patas se abrieron aún más, planeando hacia arriba para dejar caer la cobertura de la carpa sobre los humanos y a medias sobre el león. Cuando solté el peso, la oleada de viento me disparó hacia lo que antes había sido un techo y terminé enrollado sobre un pasante de acero. Empecé a corretear por allí hasta las butacas, como si estuviese escapando de algo invisible. “Ven conmigo” Lancé, tirándome de boca al suelo, estaba seguro que eso no iba a detener por mucho tiempo a los otros. La esclavitud no era algo que me sorprendiera, sino que el maltrato no debía ser usado. Los castigos eran un aprendizaje, pero ellos no parecían estar haciendo algo así, ¿con tanta gente? No tenía sentido. Me pregunté qué era todo eso en realidad. Por el momento tenía que volver a mis ropas y aparecer allí antes de que volviera a mi cuerpo humano de terribles heridas palpitantes, tenía que cambiarme antes de eso.
El inconveniente actualmente era que estaba llanamente perdido, podía ver el bosque rodeando el lugar sin embargo nada se parecía a un monasterio. Si bien me habían dicho que sería diferente, más refinado y lujoso, lo que había frente a mí era una especie de carpa. Al final dejé escapar unos suspiros de total frustración. Tendría que haber pedido un mapa, para mi suerte no estaba con el hábito puesto, sino que mantenía unos pantalones de época junto con el traje ocasional de la religión. Me había ido del pueblo con dinero suficiente para subsistir hasta llegar a la casa que me habían entregado, comprar los utensilios y materias primas y allí volver a las labores agropecuarias. Paris no sería nunca como Solesmes, los pobres habitaban en cada rincón y el trabajo era mucho más difícil y así mismo fortalecedor. Había procurado traer para mantener frescas las comidas y quizá repartirlas por algunas zonas.
Saliendo de mis pensamientos, me digne a adentrarme al lugar, familias, niños con dulces, globos, unos raros copos y entradas con unos seres que jamás había visto. La situación empezaba a desesperarme, a darme ese miedo que había aprendido a controlar. Las manos se me movieron solas y como un loco me golpeé el pecho, despabilándome por un segundo. Para ese entonces desconocía lo que eran los payasos o un circo en general por lo que no era nada agradable la vista de miles de colores. Suspirando fue que pregunté amable y penosamente las calles y la manera de llegar al monasterio a una pareja que estaba por entrar a ver una especie de espectáculo. Tal parecía que había estado bastante cerca, pero con una cuadra de diferencia en paralelo. En seguida agradecí y empezaron mis pasos hacia la salida. ¿Pero qué era ese sonido? ¿Por qué la gente comenzaba a gritar y a salir corriendo? Tropecé con los adoquines y a punto de sentirme convertir en un minúsculo animal me corrí a un costado, terminando entre la multitud y la entrada privada. Como no podía ser de otra forma una curiosidad casi arrollante terminó por obligarme a entrar. En el ingreso había butacas altas que iban en bajada hacia el centro que tenía forma redonda. Debajo de las butacas y antes del suelo había varios caños sosteniendo la estructura, me acomodé entre éstos y en un soplo mi cuerpo desapareció o al menos eso podría pensar cualquiera. El chasquido de una ardilla pequeña removiendo las ropas del suelo se escuchaba. Apurado y más asustado que otra cosa comencé a escalar los largos fierros hasta la butaca que me permitía ver qué estaba pasando.
A simple vista un león estaba atacando a un humano. ¿Qué hacía un león en medio de la ciudad? Quedé sumamente sorprendido por eso y luego simplemente lo comprendí. Había aros en llamas, otros animales alrededor y un hombre tenía un látigo que apuntaba directo al felino. Se encontraban otros hombres que estaban apuntando con sus armas. Más descontento que eso no me podrían haber dejado en la primera visita a la ciudad. No tardé mucho tiempo en saltar a las disposiciones de hierro de la carpa, caminé por arriba hasta estar bastante cerca. La curiosidad era un pecado que mi propia naturaleza cambiante me había obligado a tener. En ese momento lo agradecí, luego de mirar un rato más pude notar que no se trataba de un simple león, era alguien igual que yo. Tal cual me habían dicho, existíamos y podíamos distinguirlos con esos colores que tienen todos alrededor y pocos pueden verlo. No estaba tan seguro y menos estaba deacuerdo sobre lo que iba a hacer. En ese instante escuché un terrible ruido de un arma de fuego, como la que había escuchado en el pueblo tiempo atrás. Las patas me temblaron y no me atreví a mirar qué estaba pasando. Con los dientes filosos rompí las cuerdas que ataban la tela gigante del lugar y abrí las patas, claramente iba a saltar a volar. Me lancé con la tela en la garra de cinco dedos y planeando como lo haría una hoja pasé todo por el fuego. Acababa de provocar un incendio. Pero también había terminado con un maltrato no solo animal, sino que era claramente humano. “Ve hacia la puerta joven León.” Con fuerzas traté de dejar salir mis pensamientos, lo había hecho antes, me había comunicado más de una vez con animales, quise pensar que ahora no sería diferente. Lástima que no me dejaron pensar demasiado los gritos y los fuertes golpes con látigos y cadenas se sentían presentes. Mis patas se abrieron aún más, planeando hacia arriba para dejar caer la cobertura de la carpa sobre los humanos y a medias sobre el león. Cuando solté el peso, la oleada de viento me disparó hacia lo que antes había sido un techo y terminé enrollado sobre un pasante de acero. Empecé a corretear por allí hasta las butacas, como si estuviese escapando de algo invisible. “Ven conmigo” Lancé, tirándome de boca al suelo, estaba seguro que eso no iba a detener por mucho tiempo a los otros. La esclavitud no era algo que me sorprendiera, sino que el maltrato no debía ser usado. Los castigos eran un aprendizaje, pero ellos no parecían estar haciendo algo así, ¿con tanta gente? No tenía sentido. Me pregunté qué era todo eso en realidad. Por el momento tenía que volver a mis ropas y aparecer allí antes de que volviera a mi cuerpo humano de terribles heridas palpitantes, tenía que cambiarme antes de eso.
Gaspard A. Bethancourt- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 01/08/2015
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Re: It's not magic ||Gaspard
La situación había tomado un giro inesperado repentinamente. Todo estaba bien, solo un espectáculo más de circo con animales amaestrados y un segundo más tarde, el león se había vuelto contra el domador y amenazaba con matarle. Parcialmente cierto, mi intención no era asesinarlo, solo herirlo lo suficiente como para que no olvidara que conmigo no se iba a meter, si las heridas resultaban demasiado graves… lástima.
El resto de los trabajadores del circo corrió en auxilio a Halastor al darse cuenta de lo que estaba pasando, por la velocidad en la que respondieron supuse que ellos imaginaban que algo así pasaría así que, o dejaron las armas al alcance o ya las tenían en la mano desde antes. Como haya sido, no era la primera vez que me enfrentaba a gente armada, cuando la gente de piel pálida invadió mis tierras encaré a muchos de ellos, sin embargo, aquello había sido muy diferente, tenía a más guerreros a mi lado y los enemigos atacaban ordenados, aquí no. Estaba solo y cada uno, además de tener un arma distinta, se lanzaban sobre mí cada quien a su propio ritmo y movimientos, no tenía manera de saber quién iba a ser qué y cuándo por lo que mi única manera de defenderme de sus agresiones era estarme girando a cada momento, arriesgándome a que al darle la espalda al otro, este embistiera.
Fue justamente al darme la vuelta para evitar que el hombre que escupía fuego me atacara con una de sus antorchas ardientes, que un payaso aprovechara para disparar el fusil y afortunadamente no logró atinar, pero estuvo a un pelo de dejarme un agujero en una de las patas traseras. Rugí en respuesta de inmediato volviendo a verlo para casi de inmediato y proceder a abalanzarme sobre él. De la nada vi que algo a mi derecha comenzaba a pasar, era el fuego del aro que se había quedado encendido, las flamas candentes comenzaban a expandirse con una peligrosa velocidad, algunos de mis atacantes comenzaban a huir de las llamaradas, los demás redoblaban esfuerzos y volvió a estallar el látigo con más fuerza que alguna vez había visto usar a Halastor, eso me distrajo y aprovecharon eso para lanzarme encima una especie de red hecha con cadenas que tenían aleaciones de plata, haciéndome caer con un golpe y levantando la tierra con el impacto.
De repente escuché una voz… dentro de mi cabeza. Había alguien más en el lugar, ¿pero dónde?, frántico traté de buscar con la mirada pero no podía ver nada más que el fuego que seguía ardiendo y amenazando con crecer más, a mis captores acercándose velozmente tratando de ponerme las manos encima y… la carpa estaba cayendo. Volví a soltar un bramido que salía desde lo más hondo de mi garganta y era suficiente para hacer que algunos se obligaran a taparse los oídos. Como pude me incorporé y traté de salir huyendo de la escena aprovechando que los hombres seguían atorados bajo el manto e intentaban salir. La voz misteriosa volvió a sonar y esta vez no perdí el tiempo tratando de encontrar su origen, solo hice caso y corrí a trompicones hasta la salida, cayendo varias veces en el camino. La cadena no me dejaba moverme libremente y la plata con la que estaba hecha me debilitaba a cada paso.
Por fin salí de la carpa y el lugar antes lleno de gente estaba desierto pero las personas no estaban muy lejos, aún escuchaba sus gritos aterrorizados en la lejanía. Logré salir pero no me detuve en la explanada, seguí avanzando a pasos torpes hasta adentrarme en el bosque lo suficiente como para no ser visto, así estuve hasta que no soporté más y me desplomé sobre el césped cuando mis patas manchadas con las marcas que caracterizaban a los cachorros no lograron soportar más mi peso. Mi cuerpo tampoco soportó más la transformación y me obligué a regresar a mi forma humana creyendo que así podría guardar la energía que me estaba arrebatando el metal. Abrí los ojos con trabajo e intentaba regular mi respiración que se alentaba de poco en poco, los colores se me mezclaban y el hecho de que ya hubiera anochecido no me estaba ayudando, de repente veía sombras o los tonos oscuros que daba la luz de la luna se juntaban formando uno solo.
No estaba seguro si estaba pasando o me lo imaginaba pero distinguí una silueta que se acercaba a pasos lentos, parecía un hombre, no podía asegurarlo, mi vista no podía enfocar nada.
El resto de los trabajadores del circo corrió en auxilio a Halastor al darse cuenta de lo que estaba pasando, por la velocidad en la que respondieron supuse que ellos imaginaban que algo así pasaría así que, o dejaron las armas al alcance o ya las tenían en la mano desde antes. Como haya sido, no era la primera vez que me enfrentaba a gente armada, cuando la gente de piel pálida invadió mis tierras encaré a muchos de ellos, sin embargo, aquello había sido muy diferente, tenía a más guerreros a mi lado y los enemigos atacaban ordenados, aquí no. Estaba solo y cada uno, además de tener un arma distinta, se lanzaban sobre mí cada quien a su propio ritmo y movimientos, no tenía manera de saber quién iba a ser qué y cuándo por lo que mi única manera de defenderme de sus agresiones era estarme girando a cada momento, arriesgándome a que al darle la espalda al otro, este embistiera.
Fue justamente al darme la vuelta para evitar que el hombre que escupía fuego me atacara con una de sus antorchas ardientes, que un payaso aprovechara para disparar el fusil y afortunadamente no logró atinar, pero estuvo a un pelo de dejarme un agujero en una de las patas traseras. Rugí en respuesta de inmediato volviendo a verlo para casi de inmediato y proceder a abalanzarme sobre él. De la nada vi que algo a mi derecha comenzaba a pasar, era el fuego del aro que se había quedado encendido, las flamas candentes comenzaban a expandirse con una peligrosa velocidad, algunos de mis atacantes comenzaban a huir de las llamaradas, los demás redoblaban esfuerzos y volvió a estallar el látigo con más fuerza que alguna vez había visto usar a Halastor, eso me distrajo y aprovecharon eso para lanzarme encima una especie de red hecha con cadenas que tenían aleaciones de plata, haciéndome caer con un golpe y levantando la tierra con el impacto.
De repente escuché una voz… dentro de mi cabeza. Había alguien más en el lugar, ¿pero dónde?, frántico traté de buscar con la mirada pero no podía ver nada más que el fuego que seguía ardiendo y amenazando con crecer más, a mis captores acercándose velozmente tratando de ponerme las manos encima y… la carpa estaba cayendo. Volví a soltar un bramido que salía desde lo más hondo de mi garganta y era suficiente para hacer que algunos se obligaran a taparse los oídos. Como pude me incorporé y traté de salir huyendo de la escena aprovechando que los hombres seguían atorados bajo el manto e intentaban salir. La voz misteriosa volvió a sonar y esta vez no perdí el tiempo tratando de encontrar su origen, solo hice caso y corrí a trompicones hasta la salida, cayendo varias veces en el camino. La cadena no me dejaba moverme libremente y la plata con la que estaba hecha me debilitaba a cada paso.
Por fin salí de la carpa y el lugar antes lleno de gente estaba desierto pero las personas no estaban muy lejos, aún escuchaba sus gritos aterrorizados en la lejanía. Logré salir pero no me detuve en la explanada, seguí avanzando a pasos torpes hasta adentrarme en el bosque lo suficiente como para no ser visto, así estuve hasta que no soporté más y me desplomé sobre el césped cuando mis patas manchadas con las marcas que caracterizaban a los cachorros no lograron soportar más mi peso. Mi cuerpo tampoco soportó más la transformación y me obligué a regresar a mi forma humana creyendo que así podría guardar la energía que me estaba arrebatando el metal. Abrí los ojos con trabajo e intentaba regular mi respiración que se alentaba de poco en poco, los colores se me mezclaban y el hecho de que ya hubiera anochecido no me estaba ayudando, de repente veía sombras o los tonos oscuros que daba la luz de la luna se juntaban formando uno solo.
No estaba seguro si estaba pasando o me lo imaginaba pero distinguí una silueta que se acercaba a pasos lentos, parecía un hombre, no podía asegurarlo, mi vista no podía enfocar nada.
Aasim- Esclavo
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