AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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One Side of the Soul | Privado
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One Side of the Soul | Privado
No creía en las casualidades. Creía que si su destino había dado aquel giro radical, era una señal. No sabía para qué, pero se abrazaba a la aparición de Dustin como si fuera la última tabla del naufragio. Él era el único capaz de redimirla, era su salvación. Si tenía alguna posibilidad de batallar su entrada al Cielo, sería porque él volvía a aceptarla, porque su amor la perdonaba de sus pecados y le arrojaba algo de pureza a su corazón. Si Dustin le decía que no, ya nada quedaba por hacer, y se resignaría al eterno fracaso. Él tenía en sus manos su muerte o su salvación. ¿Qué beneficio le otorgaría? ¿Acaso le daría la oportunidad de entrar al Paraíso o, por el contrario, la condenaría al Infierno?
Se secó una lágrima que corrió por su mejilla. Iba con la frente pegada a la ventanilla del ostentoso carruaje, envuelta en una mantilla de lana. Las gotas de lluvia le opacaban la visión, y le otorgaban un cariz aún más lúgubre a su existencia, ya bastante apaleada por las adversas circunstancias en las que se encontraba. Llevaba el cabello perfumado con rosas, aunque el peinado ya no se encontraba tan pulcro como al comienzo de la noche. Había bailado, bebido y reído, pero su alma estaba lejos, allí donde se juntaba con la de Dustin. Ya no le avergonzaban sus sentimientos, a pesar de que sabía lo que estaba en juego: nada más, ni nada menos que su fortuna, su título y su reputación.
¿Qué ocurriría si ella decidía que su antiguo amor se convirtiese oficialmente en su pareja? Aún no se atrevía a discutir aquello con el administrador que su padre había dejado a cargo, especialmente, porque habían sido amantes hasta no hacía demasiado tiempo. Él tenía demasiado poder sobre ella, la tenía en un puño, le sería muy fácil acabar con todo lo que había conseguido. Y a pesar de que él no daba muestras de ser celoso, le generaba desconfianza, y Madeleine había aprendido a guiarse por su intuición. Al final de cuentas, había sido lo único que la había sacado del fango.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando pasaron por la puerta del cabaret y pudo ver lo que parecía una discusión. Los caballos iban lento porque el empedrado mojado de las calles les dificultaba el paso, y la Duquesa logró distinguir a una muchacha con un hombre más grande, que la tenía de un brazo. Luego, éste, le asestó un golpe en el rostro que la tiró al suelo. Inmediatamente, Madeleine obligó al cochero –un fornido muchacho- que se detuviese y ayudase a la joven. El victimario se acobardó ante la presencia imponente de James, que sin mediar demasiadas palabras, tomó a la muchacha de una muñeca y la llevó hasta el coche, donde la obligó a entrar.
—Deberías tener más cuidado cuando te manejas en un lugar tan peligroso —Maddie le extendió una manta a la mujer. Al observarla más de cerca se percató de su juventud. No debía tener mucho menos que ella. —Cúbrete, no quiero que el tapizado de los asientos se termine de arruinar —estaba molesta con la desconocida, y entendió que se veía reflejada en ella.
Se secó una lágrima que corrió por su mejilla. Iba con la frente pegada a la ventanilla del ostentoso carruaje, envuelta en una mantilla de lana. Las gotas de lluvia le opacaban la visión, y le otorgaban un cariz aún más lúgubre a su existencia, ya bastante apaleada por las adversas circunstancias en las que se encontraba. Llevaba el cabello perfumado con rosas, aunque el peinado ya no se encontraba tan pulcro como al comienzo de la noche. Había bailado, bebido y reído, pero su alma estaba lejos, allí donde se juntaba con la de Dustin. Ya no le avergonzaban sus sentimientos, a pesar de que sabía lo que estaba en juego: nada más, ni nada menos que su fortuna, su título y su reputación.
¿Qué ocurriría si ella decidía que su antiguo amor se convirtiese oficialmente en su pareja? Aún no se atrevía a discutir aquello con el administrador que su padre había dejado a cargo, especialmente, porque habían sido amantes hasta no hacía demasiado tiempo. Él tenía demasiado poder sobre ella, la tenía en un puño, le sería muy fácil acabar con todo lo que había conseguido. Y a pesar de que él no daba muestras de ser celoso, le generaba desconfianza, y Madeleine había aprendido a guiarse por su intuición. Al final de cuentas, había sido lo único que la había sacado del fango.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando pasaron por la puerta del cabaret y pudo ver lo que parecía una discusión. Los caballos iban lento porque el empedrado mojado de las calles les dificultaba el paso, y la Duquesa logró distinguir a una muchacha con un hombre más grande, que la tenía de un brazo. Luego, éste, le asestó un golpe en el rostro que la tiró al suelo. Inmediatamente, Madeleine obligó al cochero –un fornido muchacho- que se detuviese y ayudase a la joven. El victimario se acobardó ante la presencia imponente de James, que sin mediar demasiadas palabras, tomó a la muchacha de una muñeca y la llevó hasta el coche, donde la obligó a entrar.
—Deberías tener más cuidado cuando te manejas en un lugar tan peligroso —Maddie le extendió una manta a la mujer. Al observarla más de cerca se percató de su juventud. No debía tener mucho menos que ella. —Cúbrete, no quiero que el tapizado de los asientos se termine de arruinar —estaba molesta con la desconocida, y entendió que se veía reflejada en ella.
Madeleine Fitzherbert- Realeza Inglesa
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Fecha de inscripción : 11/02/2013
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Re: One Side of the Soul | Privado
Ivasmila había disfrutado de aquella noche, la cuarta en la que trabajaba desde que había llegado a París. La paga no era tan buena pero a ella no le importaba. No bailaba en el Cabaret por el dinero, lo hacía por la libertad que sentía.
Luego de saberse admirada y deseada, luego de haber bailado rodeada de ese aire de erotismo, Ivasmila corrió a cambiarse. Debía utilizar su ropaje de diario, quitar el maquillaje que las asistentes le habían puesto en las pestañas para colorearlas.
Vivía con su hermano en las cercanías del puerto donde Ladislav tenía su pequeña herrería, no podía llegar con esas ropas ni con el rostro lleno de colores pues él creía que ella trabajaba limpiando el Teatro luego de las funciones. Le mentía y no sentía culpa porque él no podía saber que, en realidad, su hermanita bailaba en el Cabaret.
Ah, pero Ivasmila Pekkus jamás se había sentido tan libre, tan plena, tan feliz de existir.
Salió con paso rápido y se embozó con su capa negra. Las gotas de lluvia caían pesadas, las calles que ella debía recorrer hasta llegar a la herrería serían un lodazal, lo sabía.
—Señorita –un hombre corpulento, de cuerpo cuadrado, le cruzó el camino e Ivasmila se sobresaltó—. Buenas noches, señorita. Mi señor desea hablar con usted en privado, acompáñeme.
No era una pregunta, tal vez si él hubiera dicho <<¿desearía usted conocer a mi señor?>>, la sensación en su pecho no habría sido tan alarmante. Tampoco le había revelado la identidad del caballero.
—¿Quién es su señor?
—No me está permitido decirle su nombre, él la ha visto bailar y me pidió que le dijera que era usted la luz más brillante del salón…
Ivasmila sonrió, ilusionada. No podía ser malo alguien que la viera a ella como una luz. Nadie le había dicho algo así jamás, ni siquiera su difunto esposo que solía adularla con mentiras.
Oh, no. No debía pensar en ese cerdo ni en el sabor que su sangre tenía. No debía recordar a Dinko, porque hacerlo era permitir que una imagen se congelase en su mente: él con el cuello abierto gracias al cuchillo que ella misma había afilado pensando en el placer que le daría matarlo.
—Debo irme –le susurró al hombre.
—No, no. Acompáñeme –tomó su brazo con fuerza, hundiéndole sus dedos gordos y fuertes, y tiró de ella.
Ivasmila clavó su pie en el de él, buscaba lastimarlo. Su mente comenzaba a fallarle ya y aquellas voces la instaban a correr lejos del desconocido. ¿Cómo era posible que una de las calles más concurridas de la ciudad se encontrara vacía por completo en esos momentos?
—¡Suélteme!
Como respuesta el hombre la abofeteó y la fuerza del golpe la hizo caer. Él se apuró por levantarla para arrastrarla.
Otro hombre apareció de la nada y discutió con su agresor. Ivasmila no entendía nada porque las voces gritaban ahora en su cabeza:
<<¡Todos los hombres son así! ¡Dinko también está en París, pero tiene otra piel! … con un cuchillo, sí… ¡Corre ahora! …y tengo hambre… ¿A dónde irás, Iva? Credo che sia meglio ammazzare a tutti! Yes, is true! ¿Tienes un cuchillo? ¡Corre! ¡Los hombres son malvados, Iva! Dobbiamo ammazzare a tutti gli uomini! Yes, is true and you know! ... y debes correr... el cuchillo…>>
—¡Basta! ¡Basta! –les rogó y ellas obedecieron.
El hombre que la había ayudado la subió a un lujoso carruaje y ella no hizo preguntas. Una mujer la recibió de forma fría en el interior. Era bella, podía notarlo pese a la penumbra.
“¿A dónde vamos?”, quiso preguntar pero no se animó.
La mujer le tendió una manta seca y perfumada –no había notado que en el forcejeo había perdido su capa– y le dijo:
—Deberías tener más cuidado cuando te manejas en un lugar tan peligroso. Cúbrete, no quiero que el tapizado de los asientos se termine de arruinar.
—Hay lugares más peligrosos que París –le respondió en voz baja—, hay personas más malvadas que ese hombre.
Luego de saberse admirada y deseada, luego de haber bailado rodeada de ese aire de erotismo, Ivasmila corrió a cambiarse. Debía utilizar su ropaje de diario, quitar el maquillaje que las asistentes le habían puesto en las pestañas para colorearlas.
Vivía con su hermano en las cercanías del puerto donde Ladislav tenía su pequeña herrería, no podía llegar con esas ropas ni con el rostro lleno de colores pues él creía que ella trabajaba limpiando el Teatro luego de las funciones. Le mentía y no sentía culpa porque él no podía saber que, en realidad, su hermanita bailaba en el Cabaret.
Ah, pero Ivasmila Pekkus jamás se había sentido tan libre, tan plena, tan feliz de existir.
Salió con paso rápido y se embozó con su capa negra. Las gotas de lluvia caían pesadas, las calles que ella debía recorrer hasta llegar a la herrería serían un lodazal, lo sabía.
—Señorita –un hombre corpulento, de cuerpo cuadrado, le cruzó el camino e Ivasmila se sobresaltó—. Buenas noches, señorita. Mi señor desea hablar con usted en privado, acompáñeme.
No era una pregunta, tal vez si él hubiera dicho <<¿desearía usted conocer a mi señor?>>, la sensación en su pecho no habría sido tan alarmante. Tampoco le había revelado la identidad del caballero.
—¿Quién es su señor?
—No me está permitido decirle su nombre, él la ha visto bailar y me pidió que le dijera que era usted la luz más brillante del salón…
Ivasmila sonrió, ilusionada. No podía ser malo alguien que la viera a ella como una luz. Nadie le había dicho algo así jamás, ni siquiera su difunto esposo que solía adularla con mentiras.
Oh, no. No debía pensar en ese cerdo ni en el sabor que su sangre tenía. No debía recordar a Dinko, porque hacerlo era permitir que una imagen se congelase en su mente: él con el cuello abierto gracias al cuchillo que ella misma había afilado pensando en el placer que le daría matarlo.
—Debo irme –le susurró al hombre.
—No, no. Acompáñeme –tomó su brazo con fuerza, hundiéndole sus dedos gordos y fuertes, y tiró de ella.
Ivasmila clavó su pie en el de él, buscaba lastimarlo. Su mente comenzaba a fallarle ya y aquellas voces la instaban a correr lejos del desconocido. ¿Cómo era posible que una de las calles más concurridas de la ciudad se encontrara vacía por completo en esos momentos?
—¡Suélteme!
Como respuesta el hombre la abofeteó y la fuerza del golpe la hizo caer. Él se apuró por levantarla para arrastrarla.
Otro hombre apareció de la nada y discutió con su agresor. Ivasmila no entendía nada porque las voces gritaban ahora en su cabeza:
<<¡Todos los hombres son así! ¡Dinko también está en París, pero tiene otra piel! … con un cuchillo, sí… ¡Corre ahora! …y tengo hambre… ¿A dónde irás, Iva? Credo che sia meglio ammazzare a tutti! Yes, is true! ¿Tienes un cuchillo? ¡Corre! ¡Los hombres son malvados, Iva! Dobbiamo ammazzare a tutti gli uomini! Yes, is true and you know! ... y debes correr... el cuchillo…>>
—¡Basta! ¡Basta! –les rogó y ellas obedecieron.
El hombre que la había ayudado la subió a un lujoso carruaje y ella no hizo preguntas. Una mujer la recibió de forma fría en el interior. Era bella, podía notarlo pese a la penumbra.
“¿A dónde vamos?”, quiso preguntar pero no se animó.
La mujer le tendió una manta seca y perfumada –no había notado que en el forcejeo había perdido su capa– y le dijo:
—Deberías tener más cuidado cuando te manejas en un lugar tan peligroso. Cúbrete, no quiero que el tapizado de los asientos se termine de arruinar.
—Hay lugares más peligrosos que París –le respondió en voz baja—, hay personas más malvadas que ese hombre.
Ivasmila Pekkus- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 08/12/2016
Re: One Side of the Soul | Privado
Sometió a la joven a un escrutinio, que podría haber resultado insoportable para una persona común y corriente. A Madeleine le sorprendió que la muchacha no se amilanara ante eso. Y, nuevamente, volvió a verse reflejada en ella. La observó con mucho detenimiento, en silencio, en incómodo silencio… Hasta que, finalmente, tras varios segundos, decidió que había sido suficiente y desvió la mirada. Descorrió la cortina y miró hacia la calle, con una sardónica sonrisa entre los labios. ¿Realmente esa extraña quería enseñarle sobre peligro? A ella, justamente; que desde su infancia fue prostituida y sometida a todo tipo de vejaciones, que terminaron convirtiéndola en un trozo de carne, usado y macilento. Pero, claro, dentro de ese carruaje, en esas fachas, con un buen aroma, podía resultar increíble que supiera lo que era esa vida. Sin embargo, no creía que la muchacha la viviera con demasiado pesar. Otra vez se vio a sí misma, cuando terminó acostumbrándose a ser una prostituta, cuando aceptó que no merecía algo mejor que eso.
Sin embargo, con el tiempo, Maddie entendió que sí había unas nuevas posibilidades para ella, y así fue como, ayudada por otra prostituta, logró salir de aquel infierno. No le resultó fácil, pero nada deseaba menos que volver allí, así no cumpliera jamás con la promesa que les hizo a sus hermanos. Regresó la mirada al rostro de la joven, ya sin esa suave mueca de segundos atrás.
—En eso estamos de acuerdo —había refinado su acento. Madeleine Fitzherbert, estaba muy lejos de ser esa chiquilla que llegó hacía meses atrás. Se había amoldado a su rol, primero como heredera y ahora como duquesa, y lo ejecutaba a la perfección.
— ¿Vas a algún lugar? Te acercaré. Creo que tu noche ha tenido suficiente emoción, no deberías volver allí —levantó ligeramente el mentón señalando la calle. —Y si necesitas dinero, te daré, pues he sido yo la culpable de que no consigas lo que buscabas —¿a qué se debía ese arrebato de caridad? Madeleine no era así, todo lo contrario. Quizá, pensó, formaba parte de ese nuevo proceso que estaba viviendo, el de reencontrarse consigo misma, el de sanar el pasado.
El reencuentro con Dustin le había insuflado un profundo deseo de ser mejor. Maddie quería cambiar para ser digna de un hombre como él. No sabía si él volvería a elegirla, si la amaría una vez más, si se decidiría a dejar a su esposa para quedarse junto a ella, pero valía la pena intentarlo. Todo valía la pena si se trataba del gran amor de su vida, esa era una verdad que le resultaba innegable. Y así como la atormentaba, le daba paz.
Sin embargo, con el tiempo, Maddie entendió que sí había unas nuevas posibilidades para ella, y así fue como, ayudada por otra prostituta, logró salir de aquel infierno. No le resultó fácil, pero nada deseaba menos que volver allí, así no cumpliera jamás con la promesa que les hizo a sus hermanos. Regresó la mirada al rostro de la joven, ya sin esa suave mueca de segundos atrás.
—En eso estamos de acuerdo —había refinado su acento. Madeleine Fitzherbert, estaba muy lejos de ser esa chiquilla que llegó hacía meses atrás. Se había amoldado a su rol, primero como heredera y ahora como duquesa, y lo ejecutaba a la perfección.
— ¿Vas a algún lugar? Te acercaré. Creo que tu noche ha tenido suficiente emoción, no deberías volver allí —levantó ligeramente el mentón señalando la calle. —Y si necesitas dinero, te daré, pues he sido yo la culpable de que no consigas lo que buscabas —¿a qué se debía ese arrebato de caridad? Madeleine no era así, todo lo contrario. Quizá, pensó, formaba parte de ese nuevo proceso que estaba viviendo, el de reencontrarse consigo misma, el de sanar el pasado.
El reencuentro con Dustin le había insuflado un profundo deseo de ser mejor. Maddie quería cambiar para ser digna de un hombre como él. No sabía si él volvería a elegirla, si la amaría una vez más, si se decidiría a dejar a su esposa para quedarse junto a ella, pero valía la pena intentarlo. Todo valía la pena si se trataba del gran amor de su vida, esa era una verdad que le resultaba innegable. Y así como la atormentaba, le daba paz.
Madeleine Fitzherbert- Realeza Inglesa
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Re: One Side of the Soul | Privado
Poco a poco fue tomando conciencia de dónde se hallaba. Ivasmila se había subido demasiado apresurada al coche, había aceptado la manta que la joven le tendía y se había cobijado en ella de inmediato. Pero mientras el coche corría, atravesando la ciudad, Iva comenzó a notar que se encontraba frente a una persona sumamente refinada que poseía aquel vehículo exquisito y que por caridad cristiana –de seguro- había parado para socorrerla justo a tiempo.
Se incorporó e intentó aparentar calma y seguridad en sí misma.
No quería regresar a la casa de su hermano, no quería seguir mintiéndole a Ladislav… él creía que ella fregaba la vajilla en una de las tabernas del centro, un trabajo de los que él -tan moralista siempre- calificaba como apropiado y seguro. Ivasmila jamás se animaría a decirle que en verdad bailaba en el cabaret y que era alabada y deseada por cientos de hombres beodos cada noche, a Lad le agarraría un ataque y la mandaría de vuelta a su pueblo… se acabaría su sueño de vivir en una ciudad intensa e interesante como aquella, la maravillosa París. Aunque no quisiese volver, debía hacerlo… no tenía otro lugar al que ir en busca de paz.
-Vivo con mi hermano, cerca del puerto –le dijo a la mujer, ya que se había ofrecido a llevarla-. El letrero dice que es una herrería, pero atrás de ella vivimos nosotros. Es que mi hermano es herrero, uno muy bueno –le aseguró sin saber si estaba expresándose de forma correcta. Al no manejar del todo el idioma, a veces se enredaba en sus propias frases.
Eran diferentes y se notaba. La clase y el refinamiento de la otra no hacía más que evidenciar la carencia de Ivasmila en aquella materia. Sus ropas contrastaban de forma notoria, lo mismo la forma en la que se expresaban. A penas habían pasado unos minutos juntas, ni siquiera sabían sus nombres, pero aquella verdad lo llenaba todo en el pequeño recinto. Ah, pero tenían casi la misma edad… eso era evidente pese a la escasa iluminación.
-No necesito dinero, gracias –rechazó de forma educada, pues jamás aceptaría algo que ella no se hubiese ganado. Así eran los Pekkus, todos ellos, porque sus padres habían sido siempre muy estrictos en sus enseñanzas en cuanto al uso del dinero-. Mi nombre es Ivasmila, Ivasmila Pekkus –le dijo, porque ¿cómo podían estar allí juntas sin saber sus respectivos nombres? Era, cuanto menos, extraño-. Gracias por haberme ayudado.
Se incorporó e intentó aparentar calma y seguridad en sí misma.
No quería regresar a la casa de su hermano, no quería seguir mintiéndole a Ladislav… él creía que ella fregaba la vajilla en una de las tabernas del centro, un trabajo de los que él -tan moralista siempre- calificaba como apropiado y seguro. Ivasmila jamás se animaría a decirle que en verdad bailaba en el cabaret y que era alabada y deseada por cientos de hombres beodos cada noche, a Lad le agarraría un ataque y la mandaría de vuelta a su pueblo… se acabaría su sueño de vivir en una ciudad intensa e interesante como aquella, la maravillosa París. Aunque no quisiese volver, debía hacerlo… no tenía otro lugar al que ir en busca de paz.
-Vivo con mi hermano, cerca del puerto –le dijo a la mujer, ya que se había ofrecido a llevarla-. El letrero dice que es una herrería, pero atrás de ella vivimos nosotros. Es que mi hermano es herrero, uno muy bueno –le aseguró sin saber si estaba expresándose de forma correcta. Al no manejar del todo el idioma, a veces se enredaba en sus propias frases.
Eran diferentes y se notaba. La clase y el refinamiento de la otra no hacía más que evidenciar la carencia de Ivasmila en aquella materia. Sus ropas contrastaban de forma notoria, lo mismo la forma en la que se expresaban. A penas habían pasado unos minutos juntas, ni siquiera sabían sus nombres, pero aquella verdad lo llenaba todo en el pequeño recinto. Ah, pero tenían casi la misma edad… eso era evidente pese a la escasa iluminación.
-No necesito dinero, gracias –rechazó de forma educada, pues jamás aceptaría algo que ella no se hubiese ganado. Así eran los Pekkus, todos ellos, porque sus padres habían sido siempre muy estrictos en sus enseñanzas en cuanto al uso del dinero-. Mi nombre es Ivasmila, Ivasmila Pekkus –le dijo, porque ¿cómo podían estar allí juntas sin saber sus respectivos nombres? Era, cuanto menos, extraño-. Gracias por haberme ayudado.
Ivasmila Pekkus- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 08/12/2016
Re: One Side of the Soul | Privado
La escuchó en silencio. Era orgullosa y honrada, todo lo que ella jamás sería. A pesar de que, seguramente, se gana su dinero abriéndose de piernas, no aceptaba la limosna de nadie. Maddie, en el pasado que intentaba dejar atrás, era capaz de lanzarse a los pantanos con tal de tener una moneda. El hambre y el frío eran factores demasiado importantes, que le habían hecho mella en el espíritu. Nunca había tenido demasiadas opciones, y agarraba cualquiera que se presentase en su camino. Se había humillado cientos de veces, sólo para poder comprar algo para comer. El recuerdo de sí misma, siendo una niña, arrodillada entre las piernas de un tipo despreciable, le revolvió el estómago. La inocencia arrebatada continuaba siendo una herida muy difícil de sanar.
—Y tu hermano no sabe a lo que te dedicas… —afirmó. No parecía ser la clase de muchacha a la que un familiar explotase. De hecho, podía notar que Ivasmila Pekkus, como acababa de presentarse, era más una rebelde sin causa, que una persona necesitada. Sin embargo, quizá era alguien que pedía a gritos que le prestasen atención.
—Deberías aceptar mi ayuda —continuó, sin presentarse. No era necesario darle su nombre a todos, además, no sería bueno que se asociara el apellido Fitzherbert a una persona de dudosa moral como la que tenía en frente. —Vamos hacia el puerto —le ordenó al carrero, antes de regresar sus ojos a Ivasmila. El traqueteo del caballo las comenzó a mecer suavemente.
—No tienes que agradecérmelo, estoy segura que cualquiera en mi lugar lo haría —qué falsa era. Si no se hubiera sentido identificada, Madeleine era incapaz de detener su marcha por mirar al prójimo. Pero estaba decidida a cambiar, y aquella joven podía ser un buen experimento. — ¿Hace cuánto trabajas como prostituta? —preguntó, sin decoro alguno. La duquesa comprendía que siempre sería una mujer de mala vida.
—Y tu hermano no sabe a lo que te dedicas… —afirmó. No parecía ser la clase de muchacha a la que un familiar explotase. De hecho, podía notar que Ivasmila Pekkus, como acababa de presentarse, era más una rebelde sin causa, que una persona necesitada. Sin embargo, quizá era alguien que pedía a gritos que le prestasen atención.
—Deberías aceptar mi ayuda —continuó, sin presentarse. No era necesario darle su nombre a todos, además, no sería bueno que se asociara el apellido Fitzherbert a una persona de dudosa moral como la que tenía en frente. —Vamos hacia el puerto —le ordenó al carrero, antes de regresar sus ojos a Ivasmila. El traqueteo del caballo las comenzó a mecer suavemente.
—No tienes que agradecérmelo, estoy segura que cualquiera en mi lugar lo haría —qué falsa era. Si no se hubiera sentido identificada, Madeleine era incapaz de detener su marcha por mirar al prójimo. Pero estaba decidida a cambiar, y aquella joven podía ser un buen experimento. — ¿Hace cuánto trabajas como prostituta? —preguntó, sin decoro alguno. La duquesa comprendía que siempre sería una mujer de mala vida.
Madeleine Fitzherbert- Realeza Inglesa
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Fecha de inscripción : 11/02/2013
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Re: One Side of the Soul | Privado
La vida de Ivasmila podía parecer normal, serena y sin restricciones, pero no lo era en lo absoluto. No. Su hermano no sabía que ella bailaba en el cabaret de París, si lo supiese la enviaría de vuelta a la casa de su padre, otra vez a esa vida monótona y sin color, otra vez al trabajo hogareño, a estar presa de las necesidades de los hombres de su familia… O peor, si Ladislav la descubría él mismo la llevaría de vuelta a su tierra y la sermonearía durante todo el camino, porque a él le encantaba hacer eso… sentirse con autoridad moral y con derecho a hacer reproches, se creía mejor que ella sólo porque tenía poderes y porque su vida era perfectamente recta y disciplinada. Era mejor mentir, sin ninguna duda, decirle que era camarera en una taberna o que limpiaba las cocinas de un restaurante, pero nunca le hablaría de su pasión, el baile, no le diría que cada noche se sentía brillante como las estrellas mientras bailaba en el cabaret. Él no la entendería, él nunca entendía nada respecto a ella.
-No, mi hermano no sabe la verdad. No puedo decírselo, para él es algo malo. Aunque en verdad no lo es, ¿qué puede tener de malo? –preguntó, encogiéndose de hombros-. Yo me siento libre… pero él no lo entendería.
Iba sumando palabras a su vocabulario día a día, su hermano le había enseñado las palabras básicas, pero había otras que ella asimilaba en el cotidiano de las charlas con sus compañeras, con el dueño del lugar… o ahora con esa desconocida que la había ayudado. Sin dudas, Ivasmila había oído aquella palabra antes y sabía lo que significaba…
-Oh, no. No, soy prostituta, tal vez me expresé mal… Yo… a mí me gusta bailar. Solo bailo en ese lugar, hoy fue mi cuarta noche y es difícil, pero creo que tengo oportunidades de mejorar… El dueño del cabaret dijo que le gusto, que bailo bien, que podré ser una bailarina importante algún día –le contó, orgullosa e ingenua.
Había tenido propuestas osadas a lo largo de esa semana, algunas más violentas que otras –como la que acababa de vivir-, pero Ivasmila sentía que Dios la había cuidado, ejemplo de eso era el haber conocido a aquella misteriosa mujer esa noche. No había accedido nunca a ponerse en la piel de una prostituta, pues aquello le daba miedo.
-No, mi hermano no sabe la verdad. No puedo decírselo, para él es algo malo. Aunque en verdad no lo es, ¿qué puede tener de malo? –preguntó, encogiéndose de hombros-. Yo me siento libre… pero él no lo entendería.
Iba sumando palabras a su vocabulario día a día, su hermano le había enseñado las palabras básicas, pero había otras que ella asimilaba en el cotidiano de las charlas con sus compañeras, con el dueño del lugar… o ahora con esa desconocida que la había ayudado. Sin dudas, Ivasmila había oído aquella palabra antes y sabía lo que significaba…
-Oh, no. No, soy prostituta, tal vez me expresé mal… Yo… a mí me gusta bailar. Solo bailo en ese lugar, hoy fue mi cuarta noche y es difícil, pero creo que tengo oportunidades de mejorar… El dueño del cabaret dijo que le gusto, que bailo bien, que podré ser una bailarina importante algún día –le contó, orgullosa e ingenua.
Había tenido propuestas osadas a lo largo de esa semana, algunas más violentas que otras –como la que acababa de vivir-, pero Ivasmila sentía que Dios la había cuidado, ejemplo de eso era el haber conocido a aquella misteriosa mujer esa noche. No había accedido nunca a ponerse en la piel de una prostituta, pues aquello le daba miedo.
Ivasmila Pekkus- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 08/12/2016
Re: One Side of the Soul | Privado
Tenía suerte de que alguien se preocupase por ella. Sin dudas que si. A ella, su madre la había entregado siendo una niña inocente, que ni siquiera había sangrado por primera vez. Y, a pesar de que todos los sabían, nadie la había defendido. Su pobre padre, que ni siquiera lo era, no podía con la voluntad de Ethel, aquella ramera manipuladora que lo había engatusado con la idea de una familia feliz. Familia feliz que nunca fue, pero que se adaptó. Madeleine había sido muy unida a sus hermanos, incluso con ese hombre que la crió como si fuese de su propia sangre. Él le había dado los únicos momentos de libertad que recordaba en su infancia. Le había enseñado a leer, a escribir y a dibujar.
—Considérate afortunada por tener a alguien que le preocupe tu bienestar —comentó con sequedad, aunque había una profunda emoción oculta en sus palabras. Envidió a aquella chica, y sintió deseos de abofetearla por no valorar lo que le había tocado. Pagaría cara su rebeldía, no le cabía ninguna duda.
— ¿Y cuánto creés que durarás como bailarina sin convertirte en prostituta? —continuó el hilo de la conversación con total naturalidad. —Porque ese es el camino… Comienzas así, le gustas —remarcó la última palabra e inclinó levemente el cuerpo- al dueño del lugar y luego llegarán las propuestas. Y serán tentadoras, créeme —había visto a muchas jóvenes que empezaban así. Bailaban, cantaban, eran meseras, y se creían en un lugar superior por no vender sexo al mejor postor. Pero terminaban cayendo, porque las mujeres no eran más que un objeto para ser adquirido y luego descartado.
—Y es un camino de ida —sentenció. —Con esto no pretendo darte una lección de vida, no soy nadie. ¿Pero no piensas en lo que acaba de ocurrirte? —estaba exasperada. ¡No podía creer que aquella joven, que tenía opciones, elegía la peor de todas! Una vida oculta, mentiras, y lo decía con una liviandad inconcebible. Pero Madeleine no la juzgaría, solo ella sabía qué tenía que demostrarse a sí misma y demostrarle a los demás.
— ¿De dónde eres, Ivasmila Pekkus? Claramente ninguna es oriunda de esta tierra —debía dejar de incomodar a la pobre jovencita. Al fin de cuentas, ella se había colocado el traje de heroína y la había sacado de las manos de ese sátiro violento que se creía con el poder de tomar a cualquiera en contra de su voluntad. ¡Cuánto le molestaba aquel instinto masculino! Porque era cosa de hombres, las mujeres…ah… las mujeres tenían otros métodos para someter a su antojo. Pero el hombre no, con el solo uso de su fuerza física era suficiente.
—Considérate afortunada por tener a alguien que le preocupe tu bienestar —comentó con sequedad, aunque había una profunda emoción oculta en sus palabras. Envidió a aquella chica, y sintió deseos de abofetearla por no valorar lo que le había tocado. Pagaría cara su rebeldía, no le cabía ninguna duda.
— ¿Y cuánto creés que durarás como bailarina sin convertirte en prostituta? —continuó el hilo de la conversación con total naturalidad. —Porque ese es el camino… Comienzas así, le gustas —remarcó la última palabra e inclinó levemente el cuerpo- al dueño del lugar y luego llegarán las propuestas. Y serán tentadoras, créeme —había visto a muchas jóvenes que empezaban así. Bailaban, cantaban, eran meseras, y se creían en un lugar superior por no vender sexo al mejor postor. Pero terminaban cayendo, porque las mujeres no eran más que un objeto para ser adquirido y luego descartado.
—Y es un camino de ida —sentenció. —Con esto no pretendo darte una lección de vida, no soy nadie. ¿Pero no piensas en lo que acaba de ocurrirte? —estaba exasperada. ¡No podía creer que aquella joven, que tenía opciones, elegía la peor de todas! Una vida oculta, mentiras, y lo decía con una liviandad inconcebible. Pero Madeleine no la juzgaría, solo ella sabía qué tenía que demostrarse a sí misma y demostrarle a los demás.
— ¿De dónde eres, Ivasmila Pekkus? Claramente ninguna es oriunda de esta tierra —debía dejar de incomodar a la pobre jovencita. Al fin de cuentas, ella se había colocado el traje de heroína y la había sacado de las manos de ese sátiro violento que se creía con el poder de tomar a cualquiera en contra de su voluntad. ¡Cuánto le molestaba aquel instinto masculino! Porque era cosa de hombres, las mujeres…ah… las mujeres tenían otros métodos para someter a su antojo. Pero el hombre no, con el solo uso de su fuerza física era suficiente.
Madeleine Fitzherbert- Realeza Inglesa
- Mensajes : 110
Fecha de inscripción : 11/02/2013
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Re: One Side of the Soul | Privado
Extrañaba a su madre. Lo supo, con una certeza que cayó pesada en su estómago, hasta el punto de causarle nauseas, cuando la mujer le dijo que era afortunada al tener quien se preocupase por ella. Sí, Ladislav había tomado ese rol que antes ocupaba su madre, pero nadie –mucho menos él- podría llenar jamás el vacío que su muerte había dejado en la vida de Ivasmila. Ellas eran las únicas dos mujeres de la familia, de modo que su madre no era solo su madre, sino también su compañera, su confidente y referente. Era la imagen de mujer a la que Ivasmila aspiraba llegar a ser en el futuro.
La siguiente pregunta de la muchacha la descolocó y le hizo olvidar el dolor por la muerte de su madre tan pronto como había llegado. ¿Ella prostituta? Nunca lo había pensado siquiera.
-Él cree que puedo bailar –le aseguró, algo incómoda-, no me dijo nada de ser prostituta. Pero, ¿quién sabe? –dijo, haciendo un gesto con las manos-, los hombres son extraños y no se puede confiar en ellos. Yo solo quiero bailar –le repitió-, y si no puedo aprender en el Cabaret… pues tendré que pedirle a mi hermano que me pague clases de baile privadas.
Sería abusarse, lo sabía y por eso no había sido aquella su primera opción. Su hermano trabajaba como herrero y eran malos tiempos, el dinero que ganaba lo usaba para el diario vivir de ambos y cualquier cosa que le sobrase intentaba ahorrarlo pensando en que podrían venir épocas peores. ¡Si tan solo siguiese su consejo y cobrase por sus preparados medicinales o sus sanaciones! Pero no, Ladislav no era así e Ivasmila ya se había resignado. Pese a eso, ella sabía bien que Ladislav haría cualquier cosa por ella, en caso de que se lo suplicase él podría pagarle por un profesor de baile, pero no quería ponerlo en ese apremio, al menos no de momento.
-No podría soportar ser prostituta –declaró finalmente-. No me gusta que la gente me toque y supongo que las prostitutas tienen que dejarse tocar.
Podría parecer una obviedad, pero había cosas en las que Ivasmila no dejaba de ser inocente. Tenía un costado de su personalidad bastante ingenuo que afloraba cuando se hallaba frente a planteos curiosos como el que acababa de oír.
-Soy de una ciudad muy pequeña y lejana –dijo, como si fuese algo normal eso de que dos personas extranjeras se conociesen una noche fría en las calles de París-. No de una ciudad pequeña de por aquí, claro. Soy de Prusia, pero me gustaría ser francesa. ¿No le parece que los franceses son… más felices? Es gente extraña con costumbres extrañas, pero sí creo que son mucho más felices que las personas de otros lugares. Por eso he venido, me gustaría cumplir mi sueño aquí. Ninguna hija de herrero se ha convertido en bailarina en mi tierra, pero aquí –suspiró, ilusionada. Si cerraba los ojos se podía ver a sí misma recibiendo aplausos más sinceros que los que le habían dado hasta el momento en el Cabaret-, creo aquí eso puede hacerse real.
La siguiente pregunta de la muchacha la descolocó y le hizo olvidar el dolor por la muerte de su madre tan pronto como había llegado. ¿Ella prostituta? Nunca lo había pensado siquiera.
-Él cree que puedo bailar –le aseguró, algo incómoda-, no me dijo nada de ser prostituta. Pero, ¿quién sabe? –dijo, haciendo un gesto con las manos-, los hombres son extraños y no se puede confiar en ellos. Yo solo quiero bailar –le repitió-, y si no puedo aprender en el Cabaret… pues tendré que pedirle a mi hermano que me pague clases de baile privadas.
Sería abusarse, lo sabía y por eso no había sido aquella su primera opción. Su hermano trabajaba como herrero y eran malos tiempos, el dinero que ganaba lo usaba para el diario vivir de ambos y cualquier cosa que le sobrase intentaba ahorrarlo pensando en que podrían venir épocas peores. ¡Si tan solo siguiese su consejo y cobrase por sus preparados medicinales o sus sanaciones! Pero no, Ladislav no era así e Ivasmila ya se había resignado. Pese a eso, ella sabía bien que Ladislav haría cualquier cosa por ella, en caso de que se lo suplicase él podría pagarle por un profesor de baile, pero no quería ponerlo en ese apremio, al menos no de momento.
-No podría soportar ser prostituta –declaró finalmente-. No me gusta que la gente me toque y supongo que las prostitutas tienen que dejarse tocar.
Podría parecer una obviedad, pero había cosas en las que Ivasmila no dejaba de ser inocente. Tenía un costado de su personalidad bastante ingenuo que afloraba cuando se hallaba frente a planteos curiosos como el que acababa de oír.
-Soy de una ciudad muy pequeña y lejana –dijo, como si fuese algo normal eso de que dos personas extranjeras se conociesen una noche fría en las calles de París-. No de una ciudad pequeña de por aquí, claro. Soy de Prusia, pero me gustaría ser francesa. ¿No le parece que los franceses son… más felices? Es gente extraña con costumbres extrañas, pero sí creo que son mucho más felices que las personas de otros lugares. Por eso he venido, me gustaría cumplir mi sueño aquí. Ninguna hija de herrero se ha convertido en bailarina en mi tierra, pero aquí –suspiró, ilusionada. Si cerraba los ojos se podía ver a sí misma recibiendo aplausos más sinceros que los que le habían dado hasta el momento en el Cabaret-, creo aquí eso puede hacerse real.
Ivasmila Pekkus- Humano Clase Media
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 08/12/2016
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