El lienzo y la cometa. [Andrè Leroy] ACTIVO

Habían pasado ya casi una semana desde que se instalaron en Francia, una larga y ajetreada semana en la que apenas habían descansado. Pero aquella tarde despejada, Alina se la tomaría para ella, esa tarde la usaría para despejarse, o al menos intentarlo, después de todo lo que habían pasado, tanto ella como su primo Dima, al que no había visto el pelo en toda la mañana y francamente eso no le importaba mucho en aquel momento y conociendo como conocía a su primo, lo más seguro era que estaría vagando por la gran ciudad y ella seguiría sus pasos. Pasando de inadvertida entre los parisinos, olvidándose de su clase social e ignorando que las niñas de su edad siempre estaban acompañadas por una dama de compañía, pero eso a Alina no le importaba y ni si quiera le atraía la idea de sentirse constantemente vigilada.
Sus paseos por la ciudad y el ir y venir de una masa constante de personas, la obligó a desear alejarse de aquel absurdo bullicio y llevando con ella un bolso de tela, en cuyo interior se encontraban unas pinturas, un cuadro pequeño de lienzo y su siempre fiel Lucy, su mejor amiga y preciada muñeca, se dirigió al campo, pasando por unos preciosos y abarrotados jardines, llegando a un perfecto y casi desolado lago, donde unas pocas parejas se perdían en caminatas prolongadas a orillas de la clara y verdosa laguna, que reflejaba todo el paisaje que se mecía a su alrededor.
Alina se postró a pies de un árbol, cerca del lago, para distinguir desde allí, la perfecta vista que los reflejos del agua proporcionaban. Y perdiéndose en su maravilla, casi de forma instintiva, sacó a Lucy para acariciarle los cabellos, posando junto a ella sus pinturas y su lienzo. Pero sin tener idea de qué plasmaría en aquel momento, se dejó llevar por los sueños de los recuerdos, sujetando entre sus brazos a la inanimada muñeca de trapo y perdiendo su mirada en la lejanía del lago.

A pesar de que su padre siempre decía que los mejores días para elevar cometas eran en primavera, aquellos cálidos días posteriores al invierno, Andrè había despertado aquella tibia mañana de otoño con el corazón acelerado, ansioso.

No podía esperar a primavera, y a pesar de que sabía que era lo suficientemente infantil como para avergonzarse de pedirle a cualquier amigo que le acompañase, sabía que necesitaba encumbrar algo ese día.

Toda la mañana la pasó meditando, pensando si se podía, en si no era demasiado aniñado de su parte. Asistió a la clase del profesor Soren y cuando salió de ella, luego de escucharle decir algo del corazón, estaba completamente decidido.

Corrió al mercado y buscó hasta que alguien le vendió una cometa. El hilo fue menos difícil de conseguir, y con todo esto, sin importarle aún andar con su maletín de la escuela, se dirigió hacia el lago, con el estómago vacío, pero el corazón cálido.

El tibio sol de otoño se mostraba, mientras las copas de los árboles se movían ligeramente, sin embargo Andrè sabía que más arriba no sería igual. Allá arriba los vientos huracanados luchaban entre ellos, y su cometa sería quien se beneficiaría de ello.

Mientras amarraba el objeto pensaba en cuantos años habían pasado de la última vez que hiciese eso, en la compañía que tuvo aquella vez y como la enfermedad de su padre se lo había impedido para siempre.

También recordó cuando había reído Jérôme cuando un pequeño Andrè le preguntó que si podía amarrarle a él a la cometa para volar como ella.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, sin embargo la cometa ya estaba atada. La miró con fascinación y luego se giró para ver como algunas parejas se veían caminando y algunas personas estaban simplemente sentadas, haciendo un ligero picnic quizás.

Se limpió los ojos y sonrió al final, y olvidando que ya tenía 18 años, tiró la cometa al aire y corrió un poco, apenas lo suficiente para que se mantuviese firme en el aire y el francés pudo descubrir que tenía razón. Los vientos de más arriba comenzaron a llevársela y el joven fue dándole más y más hilo, manteniéndola firme luego.

Su corazón latía desbocado viendo los brillantes colores de la cometa en el aire. Se perdió en sus pensamientos, recordando todas las cometas elevadas en el pasado, y cuando reaccionó era demasiado tarde.

El hilo estaba completamente caído, y la cometa había girado sobre si misma dirigiéndose en picada al suelo. Andrè se puso pálido y tiró el carrete del hilo, corriendo a donde había caído. ¿Había golpeado a una niña?

- ¡Oh, Dios mío!! - gimió el chico, viendo como la pequeña pelirroja parecía mirar su cometa, con una muñeca en brazos y un lienzo de pintura, pero en ese momento notó que la cometa había caído al lado de ella y solo había golpeado sus pinturas que, tapadas, se habían esparcido por el pasto - Oh, mademoiselle, lo lamento, lo lamento, me he descuidado y.... lo siento, de verdad lo siento - se disculpó realmente avergonzado, tomando su cometa que estaba sobre las pinturas y dejándola a un lado, intentando ayudarle.

Le observó directamente a esos ojos tan bonito y bajó la cabeza avergonzado - Realmente lo lamento mucho, mademoiselle, por favor, discúlpeme, no se hizo daño, ¿cierto? -.

Alina seguía ensimismada, absorta de todo lo que ocurría a su alrededor. Su mirada se perdía en el horizonte, mientras acariciaba los rizos de su pequeña Lucy, soltó un fuerte suspiro para luego bajar la mirada al lienzo vacío que descansaba junto a su paleta de pintura.
Todo parecía ir muy lento para ella, sus ganas de plasmar algo perfecto se habían desvanecido conforme se perdía en sus recuerdos, y hacerlo no era algo de su completo agrado; recordar el dolor, la soledad, el miedo, los recuerdos en sí siempre eran dolorosos, sabiendo que quedarán allí, en un simple recuerdo, algo lejano, onírico e imposible. Por primera vez su mirada se trubaba triste, aun que el llanto nunca llegara, ella quedó así, con la mirada clavada en el lienzo blanco y con los ojos tristes, recordando una sonrisa perdida, un sentimiento lejano y un cuento hecha pedazos.
Un objeto cayó del cielo sobre sus pinturas, desordenandolo todo. La niña levantó la mirada para toparse con una cometa azul, que se había estampado de lleno contra sus objetos; quiso estirar la mano para tocarla, pues nunca antes había volado una cometa, pues siempre le habían dicho que las niñas de bien no volaban cometas, eso era un juego de niños, pero aún así a la pequeña Alina siempre le habían gustado aquellas cosas prohibidas para ella, pues era verdad que su capricho llegava a límites insospechados para los demás; bien lo demuestra su fanatismo por la pintura, cuando el mundo entero se empeñaba en decir que las niñas no pintaban, solo cosían. Una voz masculina la distrajo de aquel intento por coger el objeto tendido a sus pies.
-Oh, mademoiselle, lo lamento, lo lamento, me he descuidado y.... lo siento, de verdad lo siento- Se disculpó un joven francés de cabellos color chocolate y ojos azules, casi grisáceos, tomando su cometa y bajando la mirada cuando sus ojos se toparon con los curiosos ojos de Alina. Ella sin embargo no dijo nada, se quedó allí sentada, ladeando levemente la cabeza, como si no entendiera del todo al chico.
-Realmente lo lamento mucho, mademoiselle, por favor, discúlpeme, no se hizo daño, ¿cierto?- volvió a disculparse, como si Alina fuera a estallar en gritos y romper en dos su cometa, un ataque muy común en la pequeña, pero esta vez no lo hizo, se limitó a asentir mientras sus ojos volvían al trozo de lienzo vacío
-No os preocupéis, joven, no ha pasado nada grave.- musitó ella con un perfecto asento ruso, casi tosco en su francés, casi pasando al chico desapersibido, pero rápidamente alzó la mirada, para posarla en la cometa, como si una repentina idea se le viniera en mente. -A causa de el pequeño accidente con mis pinturas, os pediré un favor... si no es mucha molestia...- empezó a decir Alina,levantando la mirada hacia el chico que la miraba un tanto desconcertado, o eso pensó ella. -Yo... es la primera vez que veo una cometa tan de cerca... y me preguntaba si... ¿si me dejarias tu cometa unos minutos para poder pintarla?...- volvió a bajar la mirada hacia sus pinturas, esperando la respuesta del joven. Pero Alina sabía perfectamente que aquello era una tonta escusa más para no tener que estar tanto tiempo sola y volver a plasmar el recuerdo perfecto de su madre, sonriendo para ella y aquel chico con su cometa en manos era la excusa perfecta o volvería a casa a esperar a Dima, quien la había dejado sola aquella tarde, como muchas otras.

Su madre siempre le regañaba por su torpeza desde que apenas levantaba un palmo del suelo. Su padre siempre fue más complaciente y dulce con él, indicando que estaba bien, que se le pasaría con el tiempo, pero Andrè creía que era una de esas pocas cosas en las que su padre se había equivocado.

18 años después de su nacimiento aquella torpeza seguía latente allí, plasmada en múltiples accidentes que si era bien cierto que ninguno era grave, todos eran vergonzosos. En esa ocasión no había sido distinto, y el menor no podía más que suplicar y suplicar que le disculpase la joven a la que había importunado con su diversión.

Aquella mirada le atravesaba ligeramente y el chico no pudo más que pensar que pronto la niña iba a estallar en gritos y todo el mundo se quedaría mirándole como si la hubiese atacado, sin embargo aquello no sucedió.

Le sorprendió la dulce voz ajena y aquel acento extranjero. No sabía de dónde era, pero sabía que de muy lejos. Por primera vez se fijó en su pálida piel y aquellos pelirrojos cabellos, una belleza no muy usual en París. Claramente no era Parisiana.

- ¿Un favor? Oh, oui, oui, mademoiselle, lo que usted necesite - asintió, preguntándose por donde estaría la compañía de tan pequeña dama. No podía ser que estuviese sola.

Esperó con paciencia que le dijese su petición y cuando la escuchó no pudo más que sonreír - ¿Quiere pintar mi cometa? Oh, por supuesto que si puede... Después del susto que debo haberle causado, es muy poco - le sonrió suavemente - ¿Prefiere que la sostenga en Alto para que la vea o la prefiere en el suelo - le preguntó convencido de quedarse con ella hasta que llegase alguien -No puede estar sola - se insistió mentalmente, mirando alrededor.

-¿Quiere pintar mi cometa? Oh, por supuesto que si puede... Después del susto que debo haberle causado, es muy poco. ¿Prefiere que la sostenga en Alto para que la vea o la prefiere en el suelo- La pequeña Alina comenzó a quitar sus utensilios de pintura de su bolso y pidió al joven que sostuviera la cometa allí mismo donde él se encontraba sentado, mientras posaba el pequeño lienzo sobre su regazo.
-Dime... ¿como te llamas?- preguntó algo incómoda, pues era sabido que ella no siempre se mostraba amable con los demás, ni tampoco se le daba muy a menudo el hablar con desconocidos. Alina siempre prefería estar sola o en caso contrario en compañía de su inanimada muñeca de trapo, Lucy, aquella que nunca le abandonaba y a la cual profesaba un cariño enorme, pues ésta era dueña de sus recuerdos y guardiana de sus lágrimas.
-Yo me llamo Alina...- Dijo en voz baja, como si quisiera que nadie más la escuchara, esperando la respuesta del joven. -¿Buscas a alguien?... es que te veo algo inquieto- LA niña ladeó su cabeza y miró a ambos lados, ¿estaría perdido el joven?, lo dudaba, su perfecto Francés delataba que era nato del lugar. Pero Alina no pudo evitar preocuparse por el joven, que con tanta amabilidad se acercó a ella y pidió disculpas por el pequeño incidente. Pocas personas gozaban de ser así y eso era de agradecer, pero claro, Alina nunca lo haría, pues ella era del tipo de personas que pocas veces daba las gracias o simplemente se mostraba amable y sonriente con alguien, esas veces eran tan pocas que muchos optarían por decir que eran nulas, pero aún así Alina no dejaba de ser una niña dulce por dentro y rota por fuera, rota por el dolor y la tristeza que nunca expresaba más allá de sus pinturas.

El joven no pudo más que sentirse sorprendido por la forma como la pequeña había comenzado de una vez a buscar sus artículos para pintar pidiéndole que sostuviese la cometa sentándose. Su mirada clara se perdió en el rostro ajeno lleno de preguntas, pero sin saber si realmente podría preguntar o por si su condición de 'condenado' tendría que guardar silencio todo el rato.

Se sentía incómodo, se preguntaba porque a veces pasaban cosas tan extrañas, pero sus pensamientos fueron cortados por la suave voz de la niña -¿Ah?... ahm, soy Andrè Leroy, mademoiselle... - contestó sin saber si preguntarle el nombre, pero ella se le adelantó - ¿Alina? Es un bello nombre, mademoiselle... ¿cuál es vuestro apellido? - algo curioso ya que jamás le había visto y por sus ropas se notaba que era de una clase muy alta.

La sorpresa se vio reflejada en sus ojos y negó rápidamente - Oh, no, no busco a nadie... vine solo esta vez.... aunque hace algunos años solía venir con mi padre, él ya no está aquí...- sonrió de forma algo triste.

- ¿Y usted, mademoiselle? - preguntó cortésmente, procurando no bajar la cometa para que pudiese seguir pintándola - ¿Me dirá que está sola esta tarde?-

Escuchó con atención el nombre del joven, mientras descargaba los pequeños botes de pintura en una paleta desplegable, para luego mezclarla con el óleo. Cuando la pequeña Alina se sumía en el fuerte aroma de sus pinturas, su imaginación vagaba más allá del mundo real, sumiéndola en un completo trance hipnótico frente a su lienzo; pero aún así pudo escuchar la suave voz del joven que la acompañaba, evitando que se sumiera en su pequeño mundo particular.
-¿Alina? Es un bello nombre, mademoiselle... ¿cuál es vuestro apellido? - Alina no lo miró, simplemente empezó a rasgar de forma lenta el lienzo con el pincel, impregnándolo de un color verdoso.
-Nivyeska, monsieur, vengo de las frías estepas rusas...- Respondió en un susurro, mientras sus fríos ojos seguían clavados en el pequeño lienzo.
-Oh, no, no busco a nadie... vine solo esta vez.... aunque hace algunos años solía venir con mi padre, él ya no está aquí...- Al escuchar eso, la niña levantó su cabeza y ladeó levemente, pero su rostro siguió taciturno, sin ninguna expresión de tristeza o pena. Simplemente indiferencia, aun que ese hecho confesado por el chico la había dejado con curiosidad, tal vez por la simpleza de compartir algo en común con él, como la falta de un padre, o solo por ver esa expresividad pura de tristeza en la mirada azul profunda del joven.
-Yo tampoco tengo padre... ni madre.- La naturalidad de sus palabras denotaban una frialdad abrumadora. Alina era una chica sumida en su niñez, odiaba la idea de tener que crecer y olvidar aquello por lo que sonreía de verdad, olvidar su pequeña felicidad y olvidar su ingenuidad; pero las situaciones a la que se vio obligada vivir la han convertido en una niña calculadora y con la mente fría, incapaz de demostrar un sentimiento cálido más allá de su constante indiferencia hacia los demás.
-¿Y usted, mademoiselle? ¿Me dirá que está sola esta tarde?- Alina negó con la cabeza rápidamente sonriendo de forma tímida, pero con la cabeza gacha y los ojos fijos en su paleta de colores.
-Estoy con Lucy, ella nunca se separa de mi, y siempre ha sido mi única compañera...- Esa sonrisa tímida se convirtió lentamente en una más pícara, pero al instante volvió a alzar su mano derecha, para rasgar de nuevo el lienzo, ahora con un tono amarillo, como el mismo sol que bañaba los campos de ese lugar, haciendo brillar la verde hierba que mostraba su fulgor esplendor a causa de los rocíos del invierno; aun que era de suponer, para Alina aquel lugar era cálido, como una tarde primaveral en el jardín de su antigua casa, solo que sin nieve bañando el paisaje.