Knock knock trouble | privado |

por **Zillah Vaudet** Jue Ene 19, 2017 3:12 pm

Recordaba todavía la estancia tal como la dejó, con el papel de las paredes rasgado por el tiempo y el colchón mohoso, hogar de insectos. Uno en especial, el más grande de todos, recostado sobre las sábanas con la boca bien abierta en un mudo grito de pavor. Recordaba con satisfacción su aterrorizada mirada cuando supo que no era su hija quien lo visitaba, si no la misma muerte. O el destino, más bien, pues todo hombre muere y toda venganza debe ser saciada. Otro insecto, más cruel que él mismo, había decidido cobrarse el pago del pasado. Qué magnífica sensación de dicha sintió la araña al morder la carne que le dio la vida, pero no fue ni por asomo tan soberbio como verle ahogarse en su propia sangre. Sus ojos cristalinos, ya vacíos, guardarían aquel reflejo de terror hasta que los gusanos, siempre alerta, llegaran al festín.

No fue miedo, precisamente, lo que la impulsó a huir de su ciudad natal, más bien una férrea voluntad de sobrevivir. De disfrutar de la vida que se le había dado contra todo deseo. Algún día su propio destino llamaría a la puerta, pero hasta entonces pensaba vivir al máximo cada uno de sus días, recuperando el tiempo perdido de su juventud. Sin dioses ni dueños, ni nadie a quien rendirle cuentas. Abrió la ventana al nuevo mundo, aspirando el denso aire que poblaba París. Los olores se mezclaban, luchaban en la brisa a ver quién dominaba. Ni siquiera algo tan volátil escapaba del deseo del poder. A su espalda, sobre la cama, una única maleta era su equipaje, y de ella, con movimiento sinuoso, salieron dos pequeñas arañas que corrieron en busca de una esquina donde instalarse, escapando del nido de joyas que había sido su hogar en aquel largo viaje por mar.

Nada quedaba por hacer, más que convertirse en una luna en aquella nueva ciudad. Unas veces vista, otras oculta, pero siempre alejada de todos por mucho que fuera deseada. Era hermosa y no por elección, quiso Dios o quien fuera que heredara la belleza de su difunta madre; algo que muchas anhelaban, para ella no fue más que un estigma durante mucho tiempo, hasta que aprendió a usarlo para poder sobrevivir. Su belleza no era más que un escudo natural, una herramienta más que le permitía ser independiente en un mundo donde las mujeres eran quemadas por siquiera desearlo.

Zillah sonrió y miró a la calle. Un nuevo día empezaba. Era momento de salir a descubrirlo.