AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Pas Si Simple — Privado
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Pas Si Simple — Privado
"Mi alma, desde nuestro primer encuentro,
ardió con un fuego que no había conocido;
pero no era ese fuego el de Eros."
—Edgar Allan Poe, Morella.
ardió con un fuego que no había conocido;
pero no era ese fuego el de Eros."
—Edgar Allan Poe, Morella.
Las largas ausencias de Reginald eran motivo de distracción para Emeraude. Aprovechaba aquellas ocasiones para hacer de las suyas, haciéndole creer a su tío, que ella, como buena chica, se quedaría en casa estudiando, o realizando alguna actividad juiciosa; pero no, él estaba muy equivocado, aunque igual conservaba sus dudas. Sabía que Emeraude era una muchacha extrovertida, impredecible, con un ligero problema psicológico, pues, desde chica, y poco después de la muerte de sus padres, había desarrollado una extraña psicosis, que si bien no era frecuente, causaba ansiedad en la joven. Reginald comprendía que debía tener cuidado, y claro, tomó previsiones; sin embargo, poco bastaron para controlar a su sobrina, ella igual se las ingenió para pasar por desapercibida y continuar cometiendo sus faltas, una y otra vez. Parecía que aquello resultaba una especie de terapia, la única que aliviaba el malestar de sentirse como una oveja marcada.
Había probado demasiado su libertad, simplemente extendió sin medida sus alas hasta que sus puntas empezaron a quemarse. Pero la destrucción causada por sus propios actos no era algo que le pesara, creía que ya había sufrido lo suficiente. Emeraude no pensaba, sólo se dejaba llevar por sus emociones; se precipitaba a la aventura con los ojos vendados. Quizás era porque no existía más nada que pudiera llenar el vacío que antes ocupaban sus padres y hermana.
Vistió con prendas masculinas, sabiendo que era una completa estupidez ir a lucirse con un ataviado vestido, con el que apenas se podía caminar. Además, tampoco iba por ahí a dar un paseo a la luz de luna, simplemente iba a calmar la ansiedad que le hacía temblar las manos. El opio era una sustancia peligrosa si se abusaba de las dosis, pero si se iba con cuidado, se podía sobrevivir, aunque igual llegaba el extremo de que el cuerpo la necesitara como si fuera agua u oxígeno. No obstante, en Emeraude no ocurría tanto esto, era más bien una forma de distraer a su mente cuando los delirios empezaban a pisarle los pasos. Estaba un poquito harta de su propia enfermedad; a veces no la toleraba, a pesar del enorme esfuerzo que hacía para ignorarla o amoldarse a ella. ¡Quería huir! Dispersarse hasta que la madrugada se dejara arropar por los rayos de Helios y sus jinetes. Deseaba, con toda su voluntad, borrar la imagen de la cortada en su abdomen; la misma que había aparecido durante las horas de la mañana, indicándole que Eliette había sufrido una idéntica. Ya luego desapareció, dejando en Emeraude un mal sabor de boca y una preocupación que le resultaba desesperante.
Terminó ebria, drogada, y un poco satisfecha. Por suerte, había ido con alguien de confianza para que le proporcionara su añorado elixir. Pero cuando amaneció, y le llevaron la noticia de que Reginald había llegado a la ciudad, Emeraude no supo qué hacer. Aún apestaba a alcohol, incluso sentía la cabeza dándole vueltas. ¡Tenía que buscar refugio! Tal vez un hotel, una posada, ¡algo! No obstante, sólo la biblioteca quedaba lo suficientemente cerca, y se prestaba para aparentar, aparte de ser un sitio sobrio, en donde descansaría sin ningún inconveniente.
Pensado esto, se dirigió al edificio, logró pasar sin problema, y al no haber tantas personas, se escabulló a un rincón apartado. Una vez ahí, buscó varios libros al azar (que por alguna razón hablaban de Las Cruzadas), intentó leer un poco, y a pesar de que en gran medida le interesó el tema, el cansancio, la resaca, y las sustancias en su organismo, terminaron derrotándola hasta que su cabeza quedó apoyada sobre la superficie de la mesa. Sus párpados se cerraron, y apenas lo hicieron, su mente entró en un lugar desconocido, silencioso y oscuro. Pero poco bastó su iniciativa de quedarse sola, pues alguien iba aproximándose, hasta que captó la casi nula atención de la recién desvanecida Emeraude.
—No, no, no. A tu cueva a pulir tu armadura oxidada —murmuró. Era complicado saber qué era lo que soñaba en ese momento—. Anda, anda.
Emeraude Archambault- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 13
Fecha de inscripción : 18/01/2017
Localización : París
Re: Pas Si Simple — Privado
Pas si simple
Si Dios mueve su mano sobre los hombres pautando su destino, ¿fue realmente Él quien previó nuestro final?
Si Dios mueve su mano sobre los hombres pautando su destino, ¿fue realmente Él quien previó nuestro final?
El sol asomaba su inexplorado semblante detrás del lecho marino cuando Donato abrió los ojos para recibir al nuevo día. A pesar de haberse graduado hacía ya unos buenos años de la institución académica donde hubiérase instruido, ciertos hábitos –júzguense buenos o malos, no le interesaba analizarlos a esas alturas– aún se predicaban en su rutina; uno de ellos era el de despertar a las seis de la mañana, levantarse sin réplicas de la cama y enjuagarse el rostro con agua helada. Al estructurado ejercicio seguía el ataviarse con su uniforme, que ahora eran no más que prendas civiles, calzarse y presentarse para desayunar. Si había algo que no echaba de menos eran el insípido pan tostado que preparaban los monjes y, aún en menor medida, la taza de cerámica repleta con té amargo que debía regresar vacía si no quería ser reprendido en presencia de todos los estudiantes.
Se encargó de dejar en orden sus prendas de dormir y de tender la cama a la perfección. El reloj cantaba las seis treinta cuando abandonó su edificio de apartamentos y alquiló un coche que le transportara hasta la biblioteca.
Aquella noche había experimentado uno de los sueños más prolongados y cargados de información de los últimos tiempos, la diversidad de rostros tan claramente visibles se agolpaba en su conciencia, impulsándole a interrogarse cientos de rebuscadas preguntas. ¿Quiénes eran ese par de individuos a los que había llamado camaradas? Si había sido capaz de enfrentarse a un puñado de seres tan oscuros, ¿qué clase de poder le había permitido someterles y arrebatarles parte de su habilidad? En cierto momento creyó que Dios mismo le llamaba y le aseguraba que pronto hallaría todas las respuestas.
París era una ciudad sumamente ajetreada, parecía estar eternamente en vela, él mismo jamás había podido conciliar el sueño antes de que se extinguieran todas sus luces; incluso a tan prematura hora de la mañana, las calles ostentaban transeúntes de todo tipo; el repiqueteo de los cascos sobre los adoquines, el chirrido de las ruedas al virar, el vociferar de los vendedores de periódico impedían serenar la mente por siquiera un instante.
Habiendo arribado a destino, descendió del carro y pagó al cochero; ya transitando por la vereda, se detuvo un instante para comprar las últimas noticias y se apresuró en atravesar el portal que daba acceso al monumental santuario de los libros. Su paraíso.
Aún disponía de dos horas a su favor antes de partir con motivo de presentarse ante su empleador para entregar el puñado de artículos que se le había encargado corregir y traducir. Su estancia en la biblioteca era, sin embargo, primordial; luego de haber visualizado aquel retazo de memoria, necesitaba más que nunca revisar los escritos disponibles sobre la orden de los Templarios y la transfiguración de los sietes arcángeles.
El encargado del primer turno le recibió con parsimonia y un humor poco gentil, le permitió ingresar vetándole, como siempre, de alzar la voz más de la cuenta. Hacía tres días se había alojado allí para profundizar sus estudios en el área mencionada, pero no había alcanzado a revisar el capítulo que exponía los «tesoros sagrados» en la bibliografía que refería a las cruzadas. De haber sido por él, se habría privado del descanso por el simple hecho de acabar todos los volúmenes, pero desafortunadamente una empleada de la institución le había exigido amablemente que se retirara y, debido a que ya había concluido el horario de recepción, tampoco se le había permitido llevarse prestados los textos. Esta vez iba a encargarse de que no le interrumpieran a mitad de camino.
Se sumergió en aquel universo de estanterías en el que se respiraba fragancia a madera y papel, se detuvo en contadas ocasiones para revisar el título de algún libro cuyo lomo clamara su atención, pero al final de cuentas se recordaba que el tiempo le escaseaba y acabó internándose en la sección de historia antigua. Cuán ingrata fue su sorpresa al descubrir que los volúmenes que le interesaban no se encontraban en su sitio correspondiente.
¿Quién, por la Santa Virgen, habría extraído ese tipo de ejemplares a esas horas de la mañana? ¡Era simplemente inconcebible! Se apresuró a escoger algo que le pudiera ser de utilidad y abandonó el laberinto de letras tan pronto reunió lo relevante.
Avanzó rumbo al área de lectura, un recinto vasto dotado de infinidad de escritorios con lumbre propia dispuestos para todo visitante que necesitara hacer uso de ellos. Había escasos individuos en las inmediaciones, alcanzaban los dedos de las manos para llevar un completo registro de su número, pero solo uno de ellos causó que Donato le hiciera merecedor de atención.
Una jovencita yacía en reposo sobre una de las mesas, aparentaba haberse exiliado hacia algún lejano universo de ensueño, abandonando en su travesía el cuerpo que le contuviera en estado de profunda inercia. El chico se aproximó hasta la susodicha, evocando su espíritu de buen samaritano luego de elaborar la sospecha sobre una posible anomalía en el patrón de acontecimientos. Su conjetura fue satisfecha cuando, al encontrarse a un escaso par de pasos, el aroma a alcohol y hierbas incineradas le colmó las fosas nasales; se llevó la mano al rostro y cubrió con ella la región que alojaba a su nariz. Torció el gesto, el aura que emanaba la extraña era, sin lugar a dudas, el de un ser humano con habilidades mágicas –resultaba pan comido detectar a los de su tipo–, aunque no precisamente de limpia procedencia.
No fue pena, no fue conmoción, tampoco interés por la muchacha en sí aquello que le impulsó a quedarse allí, sino los libros que descansaban a su lado y debajo de su brazo. Estaba sumida en un profundo sueño y tenía posesión de la bibliografía sobre las cruzadas que Donato había ido a buscar sin éxito. Necesitaba obtener la información y, a juzgar por el escenario, a ella no le importaría que tomara algunos prestados –vamos, estaba utilizándolos de almohada–.
–Disculpe –se aventuró a decir el joven, extendiendo la mano para llamar su atención. Obtuvo respuesta inmediata, pero no una que esperara y mucho menos coherente; debió hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no perder la paciencia y volver a intentar con cortesía.
–Señorita, oiga. –Palpó con suavidad su hombro, procurando no hacer demasiado contacto como para ser considerado un irrespetuoso pero el suficiente para traerla de regreso–. Lamento interrumpirla, no pude evitar reparar en que está en posesión de unos textos que son de mi interés y, de hecho, el motivo por el que me encuentro aquí. Espero no serle una molestia, pero me sentiría sumamente agradecido si accediera a compartirlos conmigo por un momento. –Concluyó su discurso con una sonrisa profesional, mientras procuraba con mucho esfuerzo no manifestar el malestar que le confería la viciosa peste.
Donato G. Pecora Lippi- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 45
Fecha de inscripción : 09/01/2017
Localización : Mi habitación, casi seguro. Sino, buscando alguna noticia.
Re: Pas Si Simple — Privado
Su sueño se había convertido en una suerte de encrucijada extrañísima, quizás causada por los singulares efectos del opio en su organismo, o tal vez por alguna señal del irreverente destino, pues las personas nacidas con alguna habilidad especial suelen poseer retazos de vidas arcaicas. Pero Emeraude sencillamente ignoró tal hipótesis, al menos lo hizo desde el abismo de su propia conciencia. No estaba en una situación en la que acertara responder de manera coherente, es más, presentía que al abrir los ojos se enfrentaría a un terrible dolor de cabeza, y a los mareos propios de una resaca inevitable. Por eso se aferró tanto al descanso, al deseo de no volver a la realidad tan pronto. Era una batalla complicada entre lo que era y lo que no era; entre lo que estaba y lo que no. Ningún músculo de su cuerpo deseaba moverse, sólo permanecían relajados, hallando en la comodidad del sueño, un descanso seguro. Sin embargo la mente de la muchacha era tempestad, no por recuerdos recientes acerca de su familia, en lo absoluto. Tal vez haber leído sobre Las Cruzadas no había sido lo más sensato, pues parecía haberse sumergido en el universo onírico de lo que parecía realista.
Continuó casi postrada en su asiento, arropando uno de los tantos ejemplares con el antebrazo, mientras su cabeza yacía sobre otro (por suerte no era tan antiguo como para arruinarlo). Estaba en paz; demostraba estar en paz. Había evocado un par de frases con debida incongruencia; las mismas eran causadas por lo que estaba ocurriendo en sus sueños, que parecían una especie de viaje al pasado, en donde ella resultaba ser una de los protagonistas. Estando en tan inerte estado, ¿cómo iba a prestar atención a su alrededor? No pudo percibir nada. Sin embargo, su propia aura daba a entender que algo curioso estaba ocurriendo en la cabeza de ella, ¡lo que resultaba peligroso! Pero no había nada que alterara el estado de Emeraude, continuaba bajo el letargo engañoso de las evocaciones de su subconsciente.
Y si no hubiera sido por una voz susurrante entre los laberintos oníricos, su estado de alerta estaría aún adormecido. Apenas hizo el intento de moverse de manera inconsciente, pero no dio a entender que iba a despertarse. En realidad, lo que soñaba se volvía mucho más complicado, y mucho más cuando aquella voz hizo eco en sus memorias. Un escalofrío ascendió a través de su columna vertebral, extendiéndose por toda su espalda; sintió deseos de volver al mundo real, pero su cuerpo no reaccionó ante aquella orden. ¿Y qué decir? Fue frustrante en su momento. Batallar contra la parálisis de sueño era algo detestable, y hacía mucho tiempo que no experimentaba sensación tan horrorosa. Es más, tenía la idea de que su alma se removía en su cuerpo inerte, como si quisiera escapar, y sin embargo no podía, estaba presa. Quizás, la persona que la observaba, la misma que le habló, no hubiera percibido ningún malestar físico, no obstante, si aquel poseía alguna habilidad sobrenatural, de inmediato iba a notarlo.
—No... Quédate —alcanzó a susurrar, extendiendo una mano hacia el frente, como si intentara detener a alguien—. No.
Y gracias a un movimiento involuntario de sus músculos, logró entrar en razón, o mejor dicho, pudo escapar del miedo que le había aunado aquel sueño rarísimo. Tal vez el despertar no fue el más común, Emeraude alzó la cabeza con rapidez, sus ojos estaban abiertos y aun así no lograba atinar a ver nada; todo le daba vueltas, e instintivamente echó su torso hacia atrás, mientras respiraba con dificultad. Al cabo de unos segundos llevó una mano hacia su frente, le dolía, tenía la sensación de haber sido golpeada con algún objeto pesado, pero no, sólo era la respuesta de haber consumido alcohol con un ingrediente extra.
—¿Qué pasó? —balbuceó. Luego, como pudo, observó a su derecha y vislumbró a un extraño joven, el mismo al que había escuchado hablar—. Tú...
Y la palabra quedó suspendida en el aire como humo, el mismo que se dispersó cuando logró percatarse de que se hallaba en el mundo real.
—¿Qué quieres? —Casi gruñó, pero no por mala educación. Haber escapado de manera complicada de una parálisis de sueño no era algo que la dejara con un humor agradable.
Continuó casi postrada en su asiento, arropando uno de los tantos ejemplares con el antebrazo, mientras su cabeza yacía sobre otro (por suerte no era tan antiguo como para arruinarlo). Estaba en paz; demostraba estar en paz. Había evocado un par de frases con debida incongruencia; las mismas eran causadas por lo que estaba ocurriendo en sus sueños, que parecían una especie de viaje al pasado, en donde ella resultaba ser una de los protagonistas. Estando en tan inerte estado, ¿cómo iba a prestar atención a su alrededor? No pudo percibir nada. Sin embargo, su propia aura daba a entender que algo curioso estaba ocurriendo en la cabeza de ella, ¡lo que resultaba peligroso! Pero no había nada que alterara el estado de Emeraude, continuaba bajo el letargo engañoso de las evocaciones de su subconsciente.
Y si no hubiera sido por una voz susurrante entre los laberintos oníricos, su estado de alerta estaría aún adormecido. Apenas hizo el intento de moverse de manera inconsciente, pero no dio a entender que iba a despertarse. En realidad, lo que soñaba se volvía mucho más complicado, y mucho más cuando aquella voz hizo eco en sus memorias. Un escalofrío ascendió a través de su columna vertebral, extendiéndose por toda su espalda; sintió deseos de volver al mundo real, pero su cuerpo no reaccionó ante aquella orden. ¿Y qué decir? Fue frustrante en su momento. Batallar contra la parálisis de sueño era algo detestable, y hacía mucho tiempo que no experimentaba sensación tan horrorosa. Es más, tenía la idea de que su alma se removía en su cuerpo inerte, como si quisiera escapar, y sin embargo no podía, estaba presa. Quizás, la persona que la observaba, la misma que le habló, no hubiera percibido ningún malestar físico, no obstante, si aquel poseía alguna habilidad sobrenatural, de inmediato iba a notarlo.
—No... Quédate —alcanzó a susurrar, extendiendo una mano hacia el frente, como si intentara detener a alguien—. No.
Y gracias a un movimiento involuntario de sus músculos, logró entrar en razón, o mejor dicho, pudo escapar del miedo que le había aunado aquel sueño rarísimo. Tal vez el despertar no fue el más común, Emeraude alzó la cabeza con rapidez, sus ojos estaban abiertos y aun así no lograba atinar a ver nada; todo le daba vueltas, e instintivamente echó su torso hacia atrás, mientras respiraba con dificultad. Al cabo de unos segundos llevó una mano hacia su frente, le dolía, tenía la sensación de haber sido golpeada con algún objeto pesado, pero no, sólo era la respuesta de haber consumido alcohol con un ingrediente extra.
—¿Qué pasó? —balbuceó. Luego, como pudo, observó a su derecha y vislumbró a un extraño joven, el mismo al que había escuchado hablar—. Tú...
Y la palabra quedó suspendida en el aire como humo, el mismo que se dispersó cuando logró percatarse de que se hallaba en el mundo real.
—¿Qué quieres? —Casi gruñó, pero no por mala educación. Haber escapado de manera complicada de una parálisis de sueño no era algo que la dejara con un humor agradable.
Emeraude Archambault- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/01/2017
Localización : París
Re: Pas Si Simple — Privado
Pas si simple
¿Quién es mi prójimo, a quien debo amar como a mí mismo?
¿Quién es mi prójimo, a quien debo amar como a mí mismo?
El entorno energético que circundaba a la joven en reposo no se mostraba en plena estabilidad, su esencia parecía fluctuar en diversas direcciones según el azar; su estado de letargo no ayudaba a justificar tal comportamiento, siendo que convencionalmente la manipulación del espíritu se realizaba a voluntad del hechicero. La única posible motivación de las anomalías, entonces, debía estar relacionada con el subconsciente de la jovencita, que en sueños estuviese infundiéndole alteraciones psicológicas y emocionales.
No existían riesgos mayores en lo correspondiente al suceso, siempre y cuando permaneciera dormida y la perturbación de su energía se redujera al plano estático, no siendo instruido con intencionalidad en magnitud de un conjuro. Afortunadamente, los humanos que merodeaban en los alrededores eran ajenos a cualquier acontecimiento que excluyera el plano sensorial, lo que resultaba ventajoso si se deseaba mantener la armonía en el escenario.
Donato consideró oportuno montar una delgada barrera que resguardara su cuerpo de la inestabilidad mágica, no se mostraban indicios de que pudiera afectarle realmente, pero prevenir nunca estaba demás.
La jovencita pareció retornar a sus sentidos de improviso, aunque el permanente aroma instara a considerar la posibilidad de que aún se encontrara bajo el efecto del alcohol. La forma en que se dirigió hacia él le sentó terriblemente; ¿dónde quedaban sus modales? A juzgar por su apariencia y vestimenta, podía concluir en que se encontraba en presencia de una persona de clase, mas, claramente, su comportamiento demostraba lo contrario.
Donato dejó ceder el escudo ilusorio e hizo acopio de sus energías para no cometer una impropiedad; debía ser comprensivo, Cristo así lo dictaba. Acababa de despertar, él había interrumpido su plácido descanso y no podía pretender que fuera a estarle agradecida. Claro que aquello no justificaba su falta de respeto, pero bastaría para que él conservara la calma.
El montón de libros sobre el escritorio parecía gritar que indagara entre sus páginas, que recorriera sus líneas y saboreara sus términos; pero allí yacía la muchacha, interponiéndose entre los misterios de la literatura y él. Cuán dificultoso resultó acallar su subconsciente que a viva voz le instaba a recoger los volúmenes y marcharse sin más, ahorrándole la irritante plática, toda gélida formalidad y el prestar atención a otra de las tantas existencias que podía considerar completamente irrelevante.
–Buenos días –comenzó, procurando no dejar entrever demasiado el sarcasmo que, con la frase, afloró–, lamento haberla despertado. –Realizó una sutil reverencia, remarcando la ensayada cordialidad que a ella se le había olvidado aplicar–, me encuentro en necesidad de revisar esos libros de los que usted dispone, señorita. Me preguntaba si podría cedérmelos en caso de que ya no los requiera.
El transcurso de la hora pesaba sobre los hombros del muchacho, que evitaba contemplar los relojes de pared para no sucumbir a la exasperación; existían escasas posibilidades de frecuentar la biblioteca dentro de la rutina semanal y debía valerse de toda oportunidad que pudiera presentársele.
Comenzó a recitar sus plegarias internamente, rogando a su Señor que posibilitara su acceso a los escritos, ¿qué tanto más podía hacer él en su postura de mortal lanzado en los dominios del destino? Aunque propiamente anhelara con fervor que la muchachita se esfumara junto con su intensa fragancia y falta de educación, tampoco estaba en sus manos el decidir qué debía ocurrir a continuación. Sólo consentía con mansedumbre la imposición de otros sobre él cuando la persona en cuestión clamaba en cierta medida su interés, en este caso, sin embargo, lo último que le inspiraba la muchacha era simpatía, su centro de atención residiría en los libros hasta el final y estaba decidido a asegurarse su lectura.
Donato G. Pecora Lippi- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 45
Fecha de inscripción : 09/01/2017
Localización : Mi habitación, casi seguro. Sino, buscando alguna noticia.
Re: Pas Si Simple — Privado
Una de las sensaciones más desagradables en su vida era la que quedaba impregnada en su ser cuando despertaba de algún sueño extraño, casi apocalíptico, o que sencillamente iba más allá de cualquier lógica. Si los sueños solían resultar curiosos y faltos de concordancia, los de Emeraude sobrepasaban esos límites, hasta convertirse en odiseas dentro de su propio universo, como señales arrastradas del pasado. Pero ella intentaba no prestar demasiada atención, ya tenía suficiente con los hechos ocurridos hacía varios años atrás, cuando perdió a sus padres y hermana. No admitía ningún tipo de situación que la comprometiera con los malos tratos del destino, estaba muy harta de todo eso, y por ello se dedicaba a acabar con su conciencia lentamente, como una forma de escapar de su despreciable realidad. Sin embargo, no siempre se puede huir de lo que tiene que ser por ley divina; si una persona nace para algo, no puede simplemente hacerse a un lado. Y si lo intenta, fracasará en el intento.
Sin embargo, en aquel repentino despertar, Emeraude no sopesó mucho en la cuestión. Sentía que la cabeza le daba vueltas, los párpados le pesaban, y aún le costaba hallarse en la realidad. Aunque reconocía el lugar, su mente todavía vagaba por los parajes del sueño que había mantenido hasta ese entonces; le era complicado diferenciar ambos escenarios, pero poco a poco iba adentrándose de nuevo en el plano físico. Haberla despertado de manera tan brusca sólo había dejado secuelas de confusión en su cabeza, y cuando aquel muchacho le hablaba, Emeraude llegó a pensar que él le era extrañamente familiar.
—¿Disculpa? —murmuró, mientras en su mente intentaba organizar las palabras enunciadas por el joven—. ¿De qué libros...? —Y algo hizo corto circuito en su cabeza. Observó con sorpresa los ejemplares que tenía frente a ella, y ahí pudo encontrar el misterio de todo cuanto había soñado—. Ah, ya, ¿estos? —Señaló los tomos; sin embargo, ante el malestar, la duda, incluso, la ansiedad, no pudo pensar de manera coherente. Sintió la terrible necesidad de saber más, pues, anteriormente no le ocurrió nada parecido; así que no podía deshacerse tan pronto de aquellos libros—. ¿Tienen que ser precisamente estos? Creo que hay otros que hablan de lo mismo, no puedes sencillamente empeñarte en los que yo poseo.
Y sí, claro, se estaba quejando del capricho ajeno. Ella no solía visitar mucho la biblioteca, pues su tío tenía una mejor en casa, pero, tal vez el mismo destino, la había conducido hasta ahí ese día. Y por alguna extraña razón, tenía que atender mejor a la lectura que había escogido por simple azar. Es que no podía evitarlo, ¡hasta él le era conocido! Se estaba volviendo más loca de lo que ya creía estar.
—Oye, ¿te conozco de alguna parte? —inquirió como por simple casualidad—. Algo me dice que sí, pero tal vez te esté confundiendo con otra persona. Lo siento. —Se giró de nuevo, tomando el tomo menos relevante para entregárselo—. Ese ya lo leí. Podrías revisarlo en lo que termino estos.
Era evidente que no iba a dar su brazo a torcer tan fácilmente. Aparte de sus obvias necesidades por responder sus dudas, también era una pequeña venganza por su atrevimiento, no sólo por su repentino despertar, sino por querer sus libros, aquellos que, sentía, habían estado esperándola.
Sin embargo, en aquel repentino despertar, Emeraude no sopesó mucho en la cuestión. Sentía que la cabeza le daba vueltas, los párpados le pesaban, y aún le costaba hallarse en la realidad. Aunque reconocía el lugar, su mente todavía vagaba por los parajes del sueño que había mantenido hasta ese entonces; le era complicado diferenciar ambos escenarios, pero poco a poco iba adentrándose de nuevo en el plano físico. Haberla despertado de manera tan brusca sólo había dejado secuelas de confusión en su cabeza, y cuando aquel muchacho le hablaba, Emeraude llegó a pensar que él le era extrañamente familiar.
—¿Disculpa? —murmuró, mientras en su mente intentaba organizar las palabras enunciadas por el joven—. ¿De qué libros...? —Y algo hizo corto circuito en su cabeza. Observó con sorpresa los ejemplares que tenía frente a ella, y ahí pudo encontrar el misterio de todo cuanto había soñado—. Ah, ya, ¿estos? —Señaló los tomos; sin embargo, ante el malestar, la duda, incluso, la ansiedad, no pudo pensar de manera coherente. Sintió la terrible necesidad de saber más, pues, anteriormente no le ocurrió nada parecido; así que no podía deshacerse tan pronto de aquellos libros—. ¿Tienen que ser precisamente estos? Creo que hay otros que hablan de lo mismo, no puedes sencillamente empeñarte en los que yo poseo.
Y sí, claro, se estaba quejando del capricho ajeno. Ella no solía visitar mucho la biblioteca, pues su tío tenía una mejor en casa, pero, tal vez el mismo destino, la había conducido hasta ahí ese día. Y por alguna extraña razón, tenía que atender mejor a la lectura que había escogido por simple azar. Es que no podía evitarlo, ¡hasta él le era conocido! Se estaba volviendo más loca de lo que ya creía estar.
—Oye, ¿te conozco de alguna parte? —inquirió como por simple casualidad—. Algo me dice que sí, pero tal vez te esté confundiendo con otra persona. Lo siento. —Se giró de nuevo, tomando el tomo menos relevante para entregárselo—. Ese ya lo leí. Podrías revisarlo en lo que termino estos.
Era evidente que no iba a dar su brazo a torcer tan fácilmente. Aparte de sus obvias necesidades por responder sus dudas, también era una pequeña venganza por su atrevimiento, no sólo por su repentino despertar, sino por querer sus libros, aquellos que, sentía, habían estado esperándola.
Emeraude Archambault- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 13
Fecha de inscripción : 18/01/2017
Localización : París
Re: Pas Si Simple — Privado
Pas si simple
El reflejo de ese rostro destella en la laguna de mis más nefastos sentimientos. Revíveme y recuérdame cómo respirar.
El reflejo de ese rostro destella en la laguna de mis más nefastos sentimientos. Revíveme y recuérdame cómo respirar.
–Esos mismos. –Se apresuró a confirmar, en lo que la paciencia volvía a amenazarle con partir al exilio.
De todos los habituales en la biblioteca, la portadora de los volúmenes que le eran indispensables, había tenido que ser aquella chiquilla descortés; no quiso atribuir al demonio tal artimaña, ni interrogar al Señor sobre el porqué de una prueba de ese índole, el tiempo le escaseaba y que consultara los libros –aquel que había abandonado a medias, al menos– era imperante, mas, a su parecer, algo no acababa de encajar en las circunstancias.
¿Por qué una muchacha como ella intentaba privarle la lectura de los textos que había estado utilizando como almohada? No sentenciaba a los curiosos del saber, de hecho, sentía un profundo respeto y una devota admiración por todo erudito que estuviese dispuesto a brindarse un espacio en la rutina con objeto de nutrirse de los conocimientos que custodiaban los libros. Pero ella, con esas pintas –que Cristo perdonara su prejuicio– y aquella actitud, ¿qué era lo que pretendía? No deseaba concederse falso crédito, pero en una primera instancia, creyó que, posiblemente, sólo deseara irritarle.
–No es empeño, señorita, es necesidad. Ya leí la restante bibliografía al respecto, necesito de esos libros, en particular –insistió, haciendo un gran esfuerzo por no sonar irrespetuoso.
Atribuyó la arbitrariedad del diálogo al cóctel de vicios que colmaba el cuerpo de la jovencita, desde el primer momento supo que nada marchaba con naturalidad, pero debía admitir que le sorprendía lo habituada que se manifestaba la mujer al desorden discursivo y la complejidad del ambiente, era evidente que no era una primera vez para su estado deplorable. Resultaba curioso, teniendo en cuenta el aspecto de sus prendas y el más que evidente porte –aunque ciertamente desdibujado– de una doncella de clase; ¿dónde estarían sus padres?
–¿Disculpe? –confirió, confundido–. Oh, no, lo dudo rotundamente, lo recordaría de ser así. –Al parecer, la muchachita sí había aprendido a pedir perdón.
Se apresuró a tomar el libro que se le ofrecía, satisfecho con el progreso de la situación. Tan pronto sostuvo el tomo, comprobó que se trataba de una edición poco enfocada en materia del relevamiento histórico medieval y con mayor puntapié en las características religiosas de la época –bastaba con leer el título para sacar tal conclusión, sumado al hecho de que ya lo había hojeado en su momento–, por lo que dedicó a la donante una mirada poco amistosa y más bien en actitud de reproche.
Pero se quedó petrificado.
Con aquel gesto obtuvo una visión fugaz pero certera de sus ojos; debía reconocer que su vidriosa mirada era sumamente encantadora, pero aquello poco significaba para él, aún más cuando se vio subordinado al indescriptible sentimiento de la familiaridad. Había estado seguro de no conocerla en absoluto, pero aquel rostro, a menor distancia, se implantó como la representación tangible de un vacío en su memoria, o quizá en su espíritu. Apartó la vista de inmediato, la incomodidad le resultó inquietante y, de pronto, creyó recordar que no disponía de mucho tiempo.
–Gracias. –Manifestó, sin más.
Tomó asiento en el escritorio aledaño, justo sobre el extremo opuesto al que ocupaba la joven, obteniendo, así, la posibilidad de contemplarle de frente y con disimulo. Era la primera vez que algo de aquella índole acontecía en su vida, en su garganta se conformó un nudo y se encontró leyendo el texto del primer capítulo sin acaparar verdaderamente alguna información. De improviso, le colmó una especie de arrasadora melancolía, como si algo en su interior se hubiese quebrado y una corriente de sentimientos vetados hubiera comenzado a fluir por todo su cuerpo. Debió hacer un gran esfuerzo por continuar respirando con normalidad, esquivando la mirada de la joven cuando creía que ésta se percataba de la intensidad con la que le escrudiñaba. No era capaz de elaborar fundamentos válidos que explicaran su repentino comportamiento y la confusión llevó a que su lógica truncara lo incomprendido.
Entrelazó los dedos de sus manos y alojó los codos sobre la superficie del escritorio, cubriéndose la boca con el dorso de su diestra y enfocando la mirada en un punto tan distante como irrelevante. Aquella era la primera ocasión física en la que se topaba con esa persona, no reconocía su rostro ni tampoco recordaba haberle dirigido la palabra con anterioridad; no hacía mucho de su arribo a París, así que las posibilidades de haber entablado una conversación con ella se reducían a la escasez si no a la nulidad. Más allá de aquello, era evidente que su cuerpo, su alma, si se quiere, la reconocía de un modo que impulsaba el despertar de sensaciones ajenas a su comprensión. Al ser de este modo, resolvió que disponía de dos probables explicaciones; la primera suponía que la muchacha hubiera impuesto algún conjuro que persiguiera ese tipo de reacción en los terceros, así como que contara con una habilidad innata que afectara la estabilidad emocional de las personas; la segunda consideraba el que aquella mujer estuviese relacionada con sus anteriores vidas y su misión, por lo que, al reencontrarse con ella, memorias del pasado despertaron para atosigarle en su nueva encarnación.
Echó un vistazo propio a la desconocida, evaluando con detenimiento cada detalle en sus equilibradas facciones y el comportamiento que la identificaba, mas la reciente experiencia como víctima de su falta de respeto nubló su capacidad de análisis, o, más acertadamente, la desmotivó. No iría a indagar mucho más en el asunto, posiblemente no le volviera a ver y mejor sería así.
Donato depositó el libro que le había sido entregado sobre el escritorio y vislumbró el ostentoso reloj de pared que adornaba un espacioso descanso en la edificación. El tiempo se le había escurrido demasiado aprisa y ya no podía jugar a mantener la paciencia si deseaba arribar al trabajo con nueva información incorporada. Se puso de pie con característica gracia y avanzó una vez más hasta el sitio que ocupaba su fuente de jaqueca.
–Disculpa, sé que estás ocupada, pero ese libro –comentó, señalando el volumen que yacía a un lado– es de indispensable importancia para mí en este momento. Sólo deja que le eche un vistazo, al fin y al cabo, no lo estás usando. –Concluyó, esbozando una sonrisa excesivamente forzada.
Donato G. Pecora Lippi- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 45
Fecha de inscripción : 09/01/2017
Localización : Mi habitación, casi seguro. Sino, buscando alguna noticia.
Re: Pas Si Simple — Privado
No sabía si estaba perdiendo la paciencia a causa de su abrupto despertar o de la insistencia del muchacho; la situación empezaba a tornarse especialmente fastidiosa, como un mosquito en pleno verano que no se cansa de rondar encima de todos. ¿Qué no podía pedir otros libros? Tan fácil y sencillo para cualquiera. Ya ella luego desocuparía esos y él podría leerlos a gusto. Pero no, no había lógica en su cabeza para comprender tanta terquedad (aunque tampoco era capaz de entenderse a sí misma), porque sabía que ese joven insistiría hasta arrebatarle lo que ella había pedido primero. Y luego le decían maleducada, cuando había otros peores que ella. Además, de no haber sido por el interés repentino que surgió en torno al contenido de esos ejemplares, tal vez si se los habría entregado. Sin embargo, extrañamente, algo la llamaba a encerrarse en esas páginas y quería averiguar qué era.
Y hablando de sensaciones extrañas, ¿no había sentido lo mismo cuando vislumbró a ese joven quisquilloso? Al observarlo mejor, sin que él se diera cuenta de ello, algo en su pecho se agitó, como el mar en plena tempestad. Emeraude se quedó muda por varios minutos, mientras intentaba centrarse en la lectura, sin embargo, parecía que ésta empeoraba esa sensación. Primero esos sueños y luego eso, ¿de verdad era simple casualidad o había algo más? Bueno, sí había consumido alguna mínima cantidad de sustancias estupefacientes, las necesarias para mantener su mente aislada toda la noche, pero el efecto iba a pasarse en unas cuantas horas, ¡y ya había pasado mucho tiempo! Así que no, no se trataba de eso. Había algo más, aun así, ¿cómo podía averiguarlo? Lo mejor era no darle importancia, de seguro se trataría de alguna tontería, nada más.
Pero tuvo que descubrirlo observándola con extrañeza, como si él también estuviera intentando reconocerla de alguna parte. ¡Era verdad! No, no podía asegurarlo. De seguro estaba molesto porque ella no le quiso dar los libros; sí, tenía que ser eso. ¿Y la sensación en su pecho qué? Algún efecto secundario de las hierbas... aunque nunca había pasado por eso. Lo reconocía, obviamente. Supo que era un sentimiento aferrado a la nostalgia. Frunció el ceño como una reacción a lo que estaba dominando en su alma; esa sensación entre culpa y rencor. ¿Por qué? No supo qué responderse a sí misma.
«Es imposible», se repitió una y otra vez, como única alternativa de consuelo, sin esperar algo lógico que pudiese resolver sus dudas. ¡Faltaba menos! Luego de haber experimentado tantas cosas en su corta vida, ahora aparecía un desconocido a agitarle la razón. ¡No se lo podía concebir! Sin embargo, fue él mismo quien la hizo desistir de su reciente estado de pura molestia.
Nuevamente le pidió los libros, pero Emeraude lo ignoró, porque se perdió en su mirada y en esa consternación que le humedeció los ojos. Empuñó las manos, obligándose a sentir el filo de las uñas clavadas en su piel, como única manera de controlarse.
—Otra vez —respondió finalmente, pero fue un susurro apenas perceptible—. Bien, toma, que lo aproveches —se obligó a desviar la mirada en el momento en que le pasaba el ejemplar. No quería verlo; quería se alejara de ella—. Espero que te sirva... Mejor dicho, espero que te sirvan todos. Ya no los necesito.
Y hablando de sensaciones extrañas, ¿no había sentido lo mismo cuando vislumbró a ese joven quisquilloso? Al observarlo mejor, sin que él se diera cuenta de ello, algo en su pecho se agitó, como el mar en plena tempestad. Emeraude se quedó muda por varios minutos, mientras intentaba centrarse en la lectura, sin embargo, parecía que ésta empeoraba esa sensación. Primero esos sueños y luego eso, ¿de verdad era simple casualidad o había algo más? Bueno, sí había consumido alguna mínima cantidad de sustancias estupefacientes, las necesarias para mantener su mente aislada toda la noche, pero el efecto iba a pasarse en unas cuantas horas, ¡y ya había pasado mucho tiempo! Así que no, no se trataba de eso. Había algo más, aun así, ¿cómo podía averiguarlo? Lo mejor era no darle importancia, de seguro se trataría de alguna tontería, nada más.
Pero tuvo que descubrirlo observándola con extrañeza, como si él también estuviera intentando reconocerla de alguna parte. ¡Era verdad! No, no podía asegurarlo. De seguro estaba molesto porque ella no le quiso dar los libros; sí, tenía que ser eso. ¿Y la sensación en su pecho qué? Algún efecto secundario de las hierbas... aunque nunca había pasado por eso. Lo reconocía, obviamente. Supo que era un sentimiento aferrado a la nostalgia. Frunció el ceño como una reacción a lo que estaba dominando en su alma; esa sensación entre culpa y rencor. ¿Por qué? No supo qué responderse a sí misma.
«Es imposible», se repitió una y otra vez, como única alternativa de consuelo, sin esperar algo lógico que pudiese resolver sus dudas. ¡Faltaba menos! Luego de haber experimentado tantas cosas en su corta vida, ahora aparecía un desconocido a agitarle la razón. ¡No se lo podía concebir! Sin embargo, fue él mismo quien la hizo desistir de su reciente estado de pura molestia.
Nuevamente le pidió los libros, pero Emeraude lo ignoró, porque se perdió en su mirada y en esa consternación que le humedeció los ojos. Empuñó las manos, obligándose a sentir el filo de las uñas clavadas en su piel, como única manera de controlarse.
—Otra vez —respondió finalmente, pero fue un susurro apenas perceptible—. Bien, toma, que lo aproveches —se obligó a desviar la mirada en el momento en que le pasaba el ejemplar. No quería verlo; quería se alejara de ella—. Espero que te sirva... Mejor dicho, espero que te sirvan todos. Ya no los necesito.
Emeraude Archambault- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 13
Fecha de inscripción : 18/01/2017
Localización : París
Re: Pas Si Simple — Privado
Pas si simple
Era mucho más que un presentimiento, incluso más osado que una corazonada, era una irremediable verdad que carcomía los huesos y robaba el aliento.
Era mucho más que un presentimiento, incluso más osado que una corazonada, era una irremediable verdad que carcomía los huesos y robaba el aliento.
Encontrarse a tan escasos pasos de distancia le consternaba, se sentía excesivamente consciente de la lejanía, porque así lo sentía, no como una proximidad, sino como una innecesaria columna de espacio imponiéndose entre su cuerpo y el de la joven. Quiso mantener la vista clavada en su delicado rostro, pero tan pronto como sus ojos se confrontaron con los ajenos, aquel indescriptible escozor que le corroía el pecho se hizo un millar de veces más intenso. Algo le decía que había estado esperando aquel encuentro una eternidad, que había extrañado sin remedio la presencia de la joven, mas no existía memoria alguna de sus años de vida que le remitiera a su persona.
Logró percibir un murmullo proveniente de sus labios y, como si su voz fuese el agua en el desértico silencio, se encontró prestando especial atención a su respuesta. Aquello le indignaba de sobremanera, ¿por qué se le erizaba la piel ante una mujer que, minutos previos, le había insultado con descaro?
Vaciló un instante antes de tomar el libro entre sus manos, había olvidado en tan breve lapso el motivo de su conversación.
–¿Todos?, –interrogó casi decepcionado–, es decir, te lo agradezco.
Se adelantó hasta rozar el escritorio y reunió los volúmenes con exagerada devoción, haciendo un soberano esfuerzo por canalizar su exasperación en otro sitio, uno que no envolviera a la joven. Pero ella yacía aún allí, inmaculada, irradiando su presencia en todas direcciones, y Donato ya no estaba seguro de si tal acopio procedía de su esencia mágica o a su mera existencia.
El calor recorría su cuerpo, atendiendo sus extremidades y luego dejándolas a merced de un frío arrasador, revolviendo su estómago y encendiendo su rostro; estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener la compostura, por adecuarse a su propio estado incomprensible, quizá si lograba encontrar estabilidad emocional, la presencia ajena resultaría menos abrasadora.
¿Cuándo, en qué sitio la habría visto alguna vez? Le abatía pensar que pudiera ser protagonista de alguna historia enterrada bajo las capas del tiempo, en una vida que apenas recordaba y que pugnaba con todas sus fuerzas por echar raíces en su existencia.
Con las manos apoyadas a los costados del montón de libros, recargándose en sus brazos con la cabeza gacha, inspiró una profunda bocanada de aire y dirigió su resuelta mirada al rostro de la desconocida; habría preferido marcharse, simplemente, esfumarse entre las estanterías y olvidar todo cuanto había percibido y admirado, mas aquel vacío que le desgarraba las entrañas, sabía, no iba a marcharse si simplemente ignoraba aquello que le había inducido el despertar.
–Oye, ¿nos conocemos de alguna parte? –soltó tan pronto se dignó a abrir la boca. No recordaba haber actuado sin meditación previa en todos sus años de vida y, sin embargo, allí estaba, sintiéndose desbordar.
Donato G. Pecora Lippi- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 09/01/2017
Localización : Mi habitación, casi seguro. Sino, buscando alguna noticia.
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