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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Izrail Zuhair Miér Ene 25, 2017 3:01 pm

Actualidad...
Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén.

Todos me miraban. Incluso aquellos que habían conocido a mi difunto tutor y sabían de su benevolencia al haberme adoptado me miraban con desdén, preguntándose qué hacía un árabe entre aquellos sagrados muros; pobres ignorantes, altivos y soberbios, desconocen que mi actos son más cristianos que los que ellos serían capaces de reunir en más de cien vidas. Lo variopinto de la escena resulta en la presencia de nobles y plebeyos por igual, soldados, altos cargos de la Iglesia y la política, incluso algunos representantes de otras fes se acercaban a mostrar sus condolencias. Pero de todos aquellos, solo una minoría que podría contar con los dedos de las manos demostraba cierta credibilidad en sus palabras.

Los cantos retumbaban entre los muros y los miembros de la Orden, la de los Caballeros Custodios del Santo Sepulcro, portaban los tabardos antiguos con el escudo de armas mientras caminaban con paso lento pero seguro para colocarse alrededor del ataúd de uno de sus más leales y mejores miembros.

Mi figura en cambio, permanecía seria e impasible, custodiando el cadáver de la única persona a la que podía llamar padre. Embotado en un atuendo, que para nada era el típico de luto, mi intención era la de disuadir a cualquiera de acercarse a mi padre y rozar el cuerpo de alguien tan puro.

La falsedad era una constante en esa ceremonia y siguió siéndolo hasta bien finalizada la misa por el difunto. Todos entonaron las oraciones, las palabras de apoyo y de conmemoración al Padre Agustín, uno de los Priores del Capítulo español de su Orden. Pero mi boca no había pronunciado una sola palabra, ni de recuerdo ni de oración. Todos miraban la figura de aquel inquisidor que parecía ser una estatua de aquella iglesia, que apenas parpadeaba y que, de haber tenido oportunidad, habría mandado a arder a las tres cuartas partes de los asistentes.

[...]

Sólo las luces de los cirios iluminaban el interior de la iglesia, dejando una tenue penumbra en los laterales de la construcción. El olor a incienso sagrado purificaba el ambiente y eso yo lo agradecía pues había pasado ya la media noche y, ante mi insistencia a velar el cadáver en soledad, el sacerdote y hasta los mismísimos miembros de la Orden habían desistido en el empeño. El resultado había sido una pila de 4 cadáveres, además del de mi padre, de aquellos que habían osado intentar robar el cadáver o sus pertenencias y que no habían pasado de la mitad del pasillo central. Tal era mi devoción y mi seguridad en la Sagrada Obra y mi Sagrado Deber que era plenamente consciente de que se me perdonaría derramar sangre en suelo sagrado si era por proteger al que era considerado uno de los mejores siervos del Señor.

La noche pasaba y las llamas que poco a poco consumían la cera resultaban ciertamente reconfortantes al brindar luz en la oscuridad de aquella iglesia ubicada a muy pocos metros del lugar en el que, un servidor, vino al mundo.

Odiaba y amaba aquella tierra tanto como me odiaba y amaba a mí mismo.

"Insha´Allah" pensé para mis adentros
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Mensaje por Lakme Jue Ene 26, 2017 6:57 pm

"El silencio es el lenguaje de Dios, todo lo demás es pobre traducción."



Solo cuatro años …
Si, había pasado todo ese tiempo y, aún lo sentía latente en su piel y en su mente, su “zahir”, visible e invisible, como trazos del pincel dibujados a fuego bajo la piel; no podía desprenderse de él, a pesar de que la memoria le había llevado a crear una vida muy diferente a la que había tenido.

Se había sentido impaciente, se había sentido marcada por una llama que no había conseguido extinguir en aquel tiempo donde había dejado ser un fantasma decadente cuyo deseo era la muerte más profunda.
Tuvo que ser su aliento, el calor de su cuerpo, y la peligrosidad de aquel verdugo, que la desenterró de aquel féretro que había creado en vida, que la deshizo de las ataduras de aquel sudario que parecía haber vestido durante tantos años, donde simplemente se había convertido en la dulce epidemia que asolaba el mundo. En su furia y tristeza, odiada y temida, aquel demonio había sembrado el caos y la muerte con su paso hasta que se había anclado. Y en un último ápice de valentía había rogado a la guadaña que se hiciese con ella.

Había sido perdonada, en extraño acto de piedad. Si, le supo extrañamente agridulce aquel acto tal vez milagroso. Y a pesar de que los años pasaran, su marca seguía allí, y a pesar de que su lecho fuese visitado por muchos otros, a veces evocaba su ser entregado entre sus brazos y el roce de su piel, su fuerza y vigor contra su cuerpo, marcado por el dolor de la penitencia y el castigo.

Él era una revelación que no se marchaba…

Ahora era llamada Lakme, se había creado una identidad nueva, se había convertido en ese misterio y fantasía traída de oriente que hacía su gira por toda Europa con aquellos bailes exóticos, aquellos colores y aquella música que para la mente occidental creaba sentimientos contradictorios por su atracción y la vez escandalosa pues en escena.
Una fachada, y ella la perfecta actriz de su creada pantomima. Los desafiaba, desafiaba al mundo descubriéndose, mostrando su rostro a otros miles de otros, y se exponía a aquel tipo de peligro sin importarle nada. Estaba hastiada de esa vida que había llevado de huir y esconderse. Si la ansiaban, que viniesen a por ella… Los estaría esperando.

Mientras la noche continuaba en su momento de azulada oscuridad, sentía el corazón negro por dentro, desde su aventura en el norte, algo había cambiado en ella, algo peligroso había vuelvo a coger fuerza en su interior. Había tenido que ser la muerte otra vez, la que les hiciera regresar.
Con aquellas páginas en mano, y descubierto otro misterio, se había embarcado en aquel peregrinaje para obtener ciertas respuestas a su historia, y no sabía cómo, pero había terminado allí. Tierra santa, y de nuevo sus pasos se había topado con él.

Silencio sepulcral en aquella noche de duelo, ataviada como "sombra" … Se funde en aquella oscuridad de aquellas frías paredes, con cuerpo velado y rostro oculto. Ella no sé descubre con facilidad, es más se mueve para que note si presencia, quiero observarlo y ver su cambio en aquellos cuatro años, quiere vigilarlo, ya que, al fin y al cabo, hay un resquicio en su interior que sigue temiéndolo…

-Izrail… -Susurra suave a su espalda, descubre su presencia, sus dedos se entrelazan en una de sus manos enguantadas.


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Mensaje por Izrail Zuhair Vie Ene 27, 2017 10:20 am

El ambiente se enrareció de repente y un aroma almizclado nada usual en la iglesia envolvió el aire, apagando al de los inciensos y al de la cera fundida en un acto de soberbia. Hasta la tenue luz pareció ser menos intensa, menos apacible y reconfortante, haciendo que mis ojos entrecerrados escudriñasen el lugar en busca de aquello que perturbaba la quietud de aquel sagrado lugar. Con la calma de aquel curtido en más combates de los que puede recordar, paladeé el sabor dulce que acompañaba a aquel olor mientras mis dedos, decididos pero calmados, rozaban la pistola, deseando que mis sentidos les regalaran medio motivo para obligar a desenfundar y disparar.

"Izrail..."

El susurro vino acompañado de algo más, algo inesperado y más en aquel momento y lugar. Por encima del grueso cuero, aunque su voz no la hubiera delatado, habría reconocido aquella mano que se aferró a la mía. "Claro..." pensé para mis adentros, herido en el orgullo por que alguien hubiera pasado inadvertido a mi vigilancia, pero ¿de qué otro modo podría alguien hacerlo?.

La sorpresa había sido tal que segundos mas tarde, el vello de mi nuca aún seguía erizado y la sensación fría en la piel, aún persistente. Pero a pesar de todo, sabía que ella no suponía una amenaza, al menos, no en ese momento. Era la misma sensación de hacía ya cuatro años; cuatro largos años. Aquel día igual que en el pasado, mis sentimientos se enfrentaban en un dilema moral, deseando acabar con su vida y perdonarla al mismo tiempo y, aquel día, del mismo modo que había acontecido anteriormente, la decisión seguía siendo la misma.

Me giré y enfrenté la mirada triste y desolada, pero arrogante, de un inquisidor a la de la mujer que había conseguido hallar el perdón en manos de alguien que salvo por una única excepción, era implacable con la mácula de la herejía. Desde entonces, mis manos habían destruido más seres impíos, traidores y herejes de los que un inquisidor debería quemar en tres vidas; aquella había sido mi ofrenda desde entonces, desde aquel encuentro. La vida de la mujer que, de nuevo, tenía frente a mí, bien valía la muerte de millares de hombres, mujeres y niños, todos ellos culpables de algún cargo contra Su Divina Voluntad.

Y así había sido. No me había preocupado en buscarla pues sabía que con el tiempo, sus pasos se cruzarían de nuevo con los míos. Mientras tanto, mis manos se habían encargado de dejar tras de mí un camino de migas de pan en forma de sangre, dolor y llamas para que, si ella pretendía buscarme, me hubiera encontrado sin problemas.

Mi mano soltó la pistola, y retiró el guante que la cubría para regalarle una caricia sobre el atuendo que portaba. Las alhajas sonaron, quebrando el silencio sepulcral de aquel lugar y mi mirada se dirigió al cadáver de mi mentor, tan puro como había sido en vida. "La vida de ésta mujer es el resultado de tus enseñanzas" le dije sin que de mis labios saliera palabra alguna, obediente al voto de silencio que, desde el mismo día de su muerte, me había autoimpuesto durante 100 días y cien noches.


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Mensaje por Lakme Vie Ene 27, 2017 3:52 pm


Aunque su caminar por aquel lugar tenía motivo muy distinto, la casualidad siempre existía, o un destino que la arrastraba a volver a verle.

Músculos que se tensaban a la espera de su respuesta, no sabía si en 4 años su promesa se había visto declinada por una fe más fuerte en su orden que la que había puesto en ella tiempos atrás. Los hombres cambian
Había sido osada, y había desafiado en aquel transcurso a muchos, había mancillado lugares sagrados, incluso a los hombres que lo habitaban. Ella solo sobrevivía, y “Venid, venid donde quiera que estéis…” Les había dicho muchas veces, eran tanto los motivos por los que acudían a ella y su leyenda, ¡se decía tanto que no quedaba claro cuál era su milagro! Y lo único que hallaban en su encuentro era el horror y la muerte. Había dejado de ser ese ser patético que rogaba por una muerte pronta, había visto demasiado, y sabía que su tiempo estaba cercano a unas pocas generaciones. Había visto el paso del jinete de la guerra en los nietos de aquellas generaciones, le habían dicho que aquello podría ser evitado en su última campaña en el norte, pero ella con una sonrisa les había afirmado que nadie podía arrancar páginas escritas hacía mucho tiempo en el libro de la historia.

Cuando él se giro supo leer en sus ojos aquel sentimiento inevitable en el ser humano, a pesar de que intentase contenerlo en su templanza. Había pena, había cierto desamparo… Sentimiento avenido cuando un ser querido deja este mundo, cuando ese lazo que nos une a otro se ha de romper. Más una falta, es sentirse huérfano de una presencia, siempre en las primeras horas a la mente humana le cuesta.
Él le ofrece un ósculo calmo, sobre la tela que la cubre convirtiéndola en sombra sin identidad.
Lakme tira de aquella alhaja que cubría su rostro, y echa la pesada tela dejándola caer, así descubriendo el ondulante azabache y una sonrisa de consuelo.

Estaba resplandeciente, había un extraño hechizo en ella que la hacía parecer más humana que nunca, el rubor de piel y el calor que emanaba, pulmones que generaban una respiración innecesaria. Su nueva máscara, su nuevo secreto… Lakme había cambiado su dieta, llevaba unos años y como acto de repudio, alimentándose de sangre de inmortales, lo más jóvenes eran las presas perfectas. Así saciaba su sed, y no la veía necesaria en semanas, y descubriendo como confundir a los de su propia especie y otros seres nocturnos. Para los ojos inclusos expertos, ella era una joven normal y corriente. Era un acto de canibalismo por así decirlo, pero ella desde hacía mucho tiempo se había dado cuenta que no todos merecían la inmortalidad dada, es más, se sentía con cierto deber de reducir una población que en algunas capitales había aumentado notablemente. Alguien había estado descubriendo los secretos de los ancianos, alguien había revelado el proceso complejo de crear a otros, que ella solo aprendió con el ensayo, el error y la desesperación por la compañía…

Pasos que apenas emiten sonido, solo el de la tela rozar el suelo. Pasa a su lado. Ella se aleja y se dirige al difunto con respeto. Descubre las palmas de sus manos hacia el cadáver unos segundos, su voz emite palabras en un idioma muerto. Posa sus manos sobre sus propios labios, luego tapa sus ojos, y acaricia su propia cabeza como si se echara el cabello atrás, pero nunca llega a tocarlo. Si tuviese cenizas las hubiese vertido sobre su propio cuerpo, pero tal vez aquel lugar no fuese el más apropiado, o el inquisidor no lo entendiera, más como una ofensa, cuando es todo lo contrario.
Regresa a él y su mano libre, dulce caricia que recorrió el rostro del inquisidor dejando calidez grata y alivio en su ósculo. Ella emite un poder increíble.
Si no sintiese ese respeto que su presencia es capaz de otorgarle, tal vez ya le hubiese abrazado. Pero no se atreve. Es más, sus ojos otra vez habían vuelto a mirar sus labios de un modo efímero mientras le regalaba una caricia antes de dejar su mano caer.

Suspira.

-Veamos Izrail que has estado haciendo todo éste tiempo, y si… -No termina su frase, sus ojos se clavan directo a los suyos, su mirada es extraña ya que es capaz de clavarse en lo profundo del alma de cualquier hombre atrapándola. Los negros de sus pupilas se ven inundado el verdeagua de sus propios ojos, haciéndole perder mirada humana y… Ve las almas que se han agregado a aquella colección, le regala aquella espantosa visión abriéndole su puerta a su mente mortal.

El aire vuelve a estar cargado, y la oscuridad de la niebla espesa que revela figuras incorpóreas y negras de aquellos que han muerto bajo su mano, y se han aferrado a él.
Lakme camina entre ellos parece estar buscando a alguien, su mirada turbia intenta ignorar algunos llantos, algunas palabras sin sentido. No deben darse cuenta que ella puede verlos, ya que si no ellos tomarían su energía. Continúa buscando.  No lo encuentra.

Se voltea hacia el inquisidor, y toca el hombro de una de aquellas víctimas, esta resplandece por un momento y atraviesa a Lakme desapareciendo, ella suelta un leve quejido. Se lleva la mano al pecho como si hubiese sentido dolor, la visión se desvanece y ella con cabeza alta intenta recomponerse, y disimular aquel leve mareo.

-Si te sirve de consuelo, él ya descansa. -Se lleva la mano a la cabeza, como si le doliese mientras sus ojos vuelven a ser tan humanos como su naturaleza le permite. -Podría librarte de ellos… Pero tendrías que sujetarme muy fuerte.


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Mensaje por Izrail Zuhair Miér Feb 15, 2017 9:26 am

¿Cuanto hacía que no la veía? ¿Tres? ¿Cuatro años? Y aún así, la sensación que me invadía era la misma que aquella primera vez cuando desapareció al amanecer, dejando poco más que un recuerdo y una penitencia. Dos heridas, una mental y casi olvidada que a veces salía a relucir y otra física, más visible, más real y que me hacía ser consciente día tras día de lo que mis manos podían llegar a provocar.

Pero mientras mi temporalidad ha hacho mella en mi piel, haciéndola más áspera, más marcada de alguna cicatriz, su inmortalidad me brinda una imagen idéntica a la que guardaba bajo llave en mi memoria. Su belleza sigue cautivando sin necesidad de recurrir a poderes ancestrales. Es el aura que desprende, sus ojos, sus labios... todo ello unido formando una naturalidad que, aún intentando pasarlo por alto, hace que mi determinación se quiebre en silencio, con mis ojos observando el ritual con el que muestra sus respetos a mi mentor. No hay nada en mi mirada que recrimine tal acción, quizá sea la única persona en el mundo a la que le permita tal licencia con el cadáver del padre Agustín en suelo sagrado.

Su caricia es como una brisa fresca en una noche calurosa de verano. Ladeo mi cabeza tratando de hacer más intenso el tacto frío de su piel y cierro los ojos tratando de reprimir una lágrima que termina deslizándose suavemente por mi mejilla hacia abajo, llegando a mojar su mano. La vergüenza se apodera de mí en mi interior, sabedor de que tal reacción lejos de expresar solamente humanidad, no es sino un síntoma de debilidad en la rectitud y fortaleza de un inquisidor.

Cuando una nueva lágrima amenaza con seguir el cauce de la primera, la voz dulce de la inmortal resuena como una canción entre aquellos muros, llenando un vacío del que solo los cadáveres son testigos. Sus palabras las recibo como una salvación y, casi por instinto, creo saber lo que viene y mi cuerpo reacciona instintivamente cruzando la mirada con ella y aguantando la respiración unos segundo antes de sumergirnos en una realidad ciega para mí y solo alcanzable a través de sus pupilas.

Los rostros aparecen y desaparecen como destellos. Algunos me llaman por mi nombre mientras que otros profieren gritos desgarrados por el dolor y la pérdida que mis manos les han causado. Pero nada de ello me perturba. No hay ni la más mínima señal de remordimiento incluso cuando distingo el rostro de algunos niños que aún susurran súplicas ahogadas en llantos. No alcanzo a ver lo que sucede, ni quien es la figura que atraviesa a la mujer y, para cuando reacciono, los muros de la iglesia y el cadáver inmaculado del Sacerdote vuelven a aparecer ante mí, signo inequívoco de que ya estamos de vuelta.

Sus palabras me regalan un consuelo y una oferta. Me reconforta saber que su alma descansa esté donde esté y paso por alto la afirmación sin dedicar más que un leve pestañeo extrañado por su propuesta posterior.

Sin duda son miles de veces las que he deseado no portar una carga tan pesada sobre mi alma y mis hombros pero si Él ha querido que así sea, ¿quien soy yo para contrariarle?. Mi mano enguantada se separa de la empuñadura plateada de mi espada y se apoya en el hombro de la mujer, cariñoso y sincero como pocas personas en el mundo han llegado a conocerlo. Niego con la cabeza, fiel a mi promesa a pesar de que sólo quiero gritar. Suspiro y retiro la mano llevándola a mi boca, tapándola antes de llevarla al corazón y hacer una reverencia con la cabeza al difunto, tratando de que la mujer comprenda mi forma de mostrar duelo.


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Mensaje por Lakme Vie Feb 17, 2017 3:19 am

¿Eran caso lágrimas las que brotaban de aquellos hermosos verdes? Había verdadero pesar en aquel rostro, que con mano dura era capaz de ser cruel y sin remordimiento en su ejecutar por unas creencias que ellas consideraban un suicidio. Todo extremo tenía consecuencias graves, y no se imaginaba a un inquisidor muriendo de viejo en la cama, no.

La oferta finalmente es rechaza, decisión suya la de portar aquella carga y tortura. No iba ser ella quien fuese a insistir. Ya lo había visto en un pasado, como él mismo había marcado su propia piel como recuerdo y tal vez penitencia.
Si ella tuviese oportunidad de deshacerse de “ellos”, no lo habría dudado, pero en su caso no era posible. Su única salida solo era una en ese sentido… Y a pesar de haberlo intentado en un pasado, el destino le tenía reservado un plan futuro que procuraba en todo momento mantenerla con vida.

- ¿Un voto de silencio? Entiendo… -Había desviado su mirada por un momento pensativa, para luego alzar aquellos ojos que sin quererlo le miraban con cierta fascinación. Inevitable.

Y es que era cierto, y había que admitirlo, desde aquella noche donde se conocieron, el inquisidor había dejado en su piel una huella invisible imposible de borrar. La idea de su persona le parecía un tanto atrayente, poco mortales conseguía captar su atención; pero su capacidad para que ella misma sintiese escalofríos y temor por su propia vida, era contradictoria, cuando ella era la más consciente que tenía más posibilidades de sobrevivir a un enfrentamiento por su poder y antigüedad. No le costaría ni ápice apagar aquella vida que tenía delante, si no fuese por…
Y luego estaba aquella contradicción promesa donde su mano no sería ejecutora en su vida, extraño comportamiento con un trofeo como era Lakme dentro de su especie, pero él había visto aquella pequeña chispa y luz que entre las sombras se movía en el interior del vampiro.
Si, sentimiento contradictorio y confuso, cuando eres el depredador más peligroso de la sala, pero por otro parte te sientes arropada, atraída y protegida con la presencia de uno que podría igualarse en tamaño.

No se había dado cuenta, pero llevaba un rato perdida en sus ojos verdes muda, así que despertó enseguida de entre sus pensamientos desviando su mirada sintiéndose un tanto abrumada.

-Tal vez no puedas romper el silencio con tu propia voz, pero si podrías regalarme algún pensamiento… -Si, le estaba pidiendo que confiará en ella rompiendo ciertas barreras que en su mente había, no sabía con qué otro modo comunicarse.  Las siguientes palabras no salieron de entre los labios de Lakme, es más estos ni se movieron, solo resonaron en la mente del inquisidor. –“Solo tendrías que abrir alguna puerta para mí…”

Mano que se dejaba caer rompiendo su contacto y consuelo, de repente ella se tensó y sus ojos mostraron un cierto brillo de alerta. Sus pasos que no eran apreciados por ningún sonido la llevaron a la zona del altar donde empezó de repente a buscar con a la mirada.

- “Voy a serte sincera, no vine aquí por ti. Es más no sabía de tu presencia en este lugar.” Continúa hablándole a través de su mente, una mirada dirigida al cadáver. –“Vine aquí por él, tu mentor… Él sabía cosas, cosas que se ha llevado a la tumba, pero no todo.”

El lugar era pequeño, había poco que registrar, solo ser perspicaz. Dos efigies sagradas en paralelo y allí lo encontró, entre el velo de la figura de madera femenina hincada en su sien. Lakme sabía que estaba en lugar sagrado y tal vez fuese sacrilegio, pero de repente su situación se vio apremiante. Un pequeño tironazo y saco de la sien de la figura una especie de “Ganchillo” terminado en una forma ovoide y tallada con escritura cuneiforme, era sumerio.

- “Ya te dije que no soy nada parecido a lo que te has enfrentado, y los tuyos tienen verdadero interés en mi persona desde hace demasiados siglos. Su problema es que solo unos saben ligeramente de mi aspecto, ya que se lo guardan para sí… “-Lakme se agacho y levanto sus oscuras ropas mostrando uno de aquellos muslos que una vez le atraparon para llevarle hasta la perdición. Guarda el ganchillo en algún bolsillo secreto dentro de aquellas ropas.

-Ya vienen… -Esta vez su voz rompe en silencio sepulcral del lugar. -Ojalá tuviese más tiempo. -Se acerca a él frente a frente, deben de despedirse. -Ojalá fuese como “aquella noche” y pudiese colmarte del consuelo… Nos volveremos a ver soldado. Tenlo seguro.

Esta vez es precavida, ni tampoco ha sido impulsiva, ha hecho lo que ha deseado. Lo abraza con cierta fuerza aferrante, es como si buscase un cierto refugio en el cuerpo ajeno cuando su vida es más frágil que la suya propia.
Un beso efímero y dulce le concede sus labios y una última mirada apremiante. Tiene que salir de ese lugar.

No hay más palabras, ella cubre sus cabellos y su rostro con las telas de nuevo, camina deprisa para marcharse, pero justo ellos entran.
Un quejido de entre sus labios, y siente en sabor de su propia sangre en la boca; dolor férreo al sentir como se hunde el filo de la espada de plata que atraviesa su vientre y sale por su espalda. Ha sido necia, distraída y se ha descuidado. Pero claro, ¿quién puede igualar una fuerza y velocidad como aquel si no es de otro de los de su especie? Los llaman “Condenados”, son la facción sobrenatural dentro de la Inquisición, y ya se había cruzado con este inmortal en la catedral de Reims, hacía meses. Los hombres la agarran por los brazos y consiguen tumbarla, dos filos más cortos se hunden en el cuerpo de la inmortal que de repente se ve atrapada e inmovilizada. Uno de ellos le da una orden de abstención a Izrail, sus ropas claramente muestran que son de facciones con rango superior, ellos saben lo que hacen, llevan tiempo estudidándola.


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Mensaje por Izrail Zuhair Vie Feb 17, 2017 7:16 am

No me pasó desapercibida la sorpresa de la mujer cuando vio las perlas brotar de mis ojos lo que no hizo, sino aumentar más mi vergüenza. Debería sentir alivio al saber que él, pío y bondadoso como pocos hombres en la Tierra, disfrutaba de Su abrazo y Su compañía; que su alma inmortal había abandonado éste mundo para reunirse con el Creador, dejando en éste infierno terrenal una firma para combatir la maldad y la oscuridad allí donde existiera. Una firma que tenía forma de hombre y que velaba por el descanso eterno de su mentor. Y es que la obra del Padre Agustín no se había limitado solamente a atender a sus obligaciones con una bondad infinita hacia sus semejante sino que, los últimos años de su vida, instruyó a un niño conviertiéndole en un monstruo, sabedor de que al fuego sólo se le puede combatir con fuego.

Mi mirada seguía fija en la suya, añorando abrazar aquel cuerpo buscando una comprensión y ternura como nadie más podía brindarme. El silencio era tal que podía escucharse el aleteo de algunas palomas buscando el cálido abrigo de los cirios en aquella fría noche y el susurro del viento colarse por las fisuras de las vidrieras. Pero algo inesperado rompió el silencio sin hacer ni un solo ruido y, en cuanto comprendí qué era, no pude más que acceder y corresponder con lo único que alguien como yo podía brindar, confianza.

-"Has visto lo que me persigue, lo que me perturba y sabes de mi debilidad. No es necesario que abra ninguna puerta para ti... puedes entrar cuando quieras. Tienes mi consentimiento..."- De no saber a quien tenía delante, juraría que estaba perdiendo la razón; quizá, en cierto modo, algo si que había cambiado en mí desde aquella noche en España. Tal vez mi alma había sido educada para ver más allá de lo que mis ojos me permitían y aquella era la razón por la que, en presencia de quien podría descuatizarme sin apenas agitar su respiración, no solo me mostraba calmado sino que mostraba una docilidad arrogante y una comprensión casi divina. -"¿Él? ¿Qué tienes tú que ver con él?"- pregunté extrañado, confuso y con cierta rabia. ¿Acaso mi mentor, a quien consideraba un padre, me había ocultado algo tan vital como para llevarle a la tumba? y en caso de ser así, ¿de qué se trataba?. Tenía tantas preguntas en la cabeza que el duelo se me había olvidado de un plumazo y hasta ignoré el hecho de que las manos de la mujer hurgaban en la iglesia como si de su casa se tratase.

-"¿Qué es eso que guardas con tanto celo entre tus ropas, mujer?"- pero antes de que conteste, su voz sale de mi cabeza y llena el vacío que hay en los muros de fría piedra, alarmada por la presencia de alguien de quien yo aún no he tenido constancia.

Su beso es como un manantial en medio del desierto y tentado estoy a no soltar aquel cuerpo que reconforta solo con su mera presencia pero es su actitud la que marca distancia entre ambos y noto como su aura se separa tímidamente de mí, sobresaltada y con cierta prisa por abandonar aquel lugar. -"¿Que es lo que puede causarte tanto tem...?- no completo mi pregunta y mis ojos se abren de par en par cuando unas figuran salen de las tinieblas, arropadas con ropajes de mi orden y ensartan el cuerpo de la mujer.

Mi mandíbula se tensa y dedico una mirada de soslayo al cuerpo sin vida del Padre Agustín, interrogando su rostro en busca de una respuesta a cómo resolvería él dicha situación.

De manera natural mis ojos forman un frenético baile entre el cadáver y la mujer que yace de rodillas en el suelo, atravesada por unas espadas similares a las mías y aprehendida por tres figuras que representan lo mismo que yo. Respiro profundamente y noto como el pulso se me acelera al tiempo que una gota de sudor me resbala por la frente. Durante unos instantes soy más consciente de todo lo que me rodea; el aroma a incienso, el calor de las llamas que funden los cirios, el perfume con el que se ha cuidado al cadáver... hasta tengo la sensación de oler la sangre que brota del cuerpo de la mujer.

-"Yo sólo respondo ante ti, mi Señor. Si ésto es lo que deseas de mí, sea así pues. Si debo arder en las llamas del infierno, con gusto aceptaré pero toda mi vida la he dedicado a combatir el mal y esa mujer no lo es... ruego por mi alma y por el perdón de mis pecados, que la Santa Madre guíe mis manos y mi buen juicio"- me arrodillo frente al altar ante la atenta mirada de los tres hombres que han irrumpido en la iglesia y me santiguo lentamente, sin alertarles para no empeorar la situación.

Cuando acabo, me tomo un segundo de reflexión y me pongo en pie desenfundando las dos pistolas que descargo con la misma determinación contra los dos hombres que la retienen con la que he asesinado a inmortales y herejes. La distancia y la experiencia juegan de mi lado y veo desplomarse los dos cuerpos a ambos lados de la mujer. El tercer hombre apenas se ha movido y me ha permitido acercarme lo suficiente como para tener a Lakme al alcance de mi mano.

Desconozco si por temor o porque solo juega conmigo, pero el hombre me permite retirar todos los filos del cuerpo de la mujer a la que cubro con mi capa tratando de conferir una mínima sensación de seguridad. Mis ojos, mi espada y una de mis pistolas, ya recargada, desafían a ese que se esconde entre las sombras y al que no tardo en reconocerle su naturaleza. Una de las máculas de la inquisición, la viva imagen de la debilidad y el temor de unos pocos a ejecutar o perdonar. Ellos son los verdaderos monstruos, no yo, ni la mujer que queda a mi espalda. El Señor quiso que perdonase a esa mujer y desde entonces, su vida, sólo le pertenece a ella y a Dios.

-"Huye, bruja. Huye y no mires atrás. El Señor sabrá comprender la naturaleza de mis actos y no se me ocurre final más justo para mí que morir en la ciudad que me vio nacer, al amparo de quien me adoptó"-



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Panegírico de media noche [Lakme] Empty Re: Panegírico de media noche [Lakme]

Mensaje por Lakme Dom Feb 19, 2017 9:35 am

La sangre caliente se desprendía de ella a borbotones, liberándola de toda máscara e ilusión de humanidad que la sed apagada, era capaz de crear con su magia. Ahora su piel del color oliva se teñía color marfil y su calor era gélido mármol.

Había sido confiada y estúpida, falsa seguridad y sensación de poder, que en cierto modo era real; para ahora verse dolorosamente en su gesto agonizante.
Atrapada en su propia trampa, y era evidente que aquellos filos no eran simple plata cuando símbolos grabados con majestuosidad dejaban brillo latente de su extraña naturaleza. Armas creadas específicas para aquel monstruo de hermosa figura.

La voz del inquisidor en su mente, al que sin querer lo había llevado a su propia sentencia de muerte y condena, le pedía que huyera. Pero sus fuerzas se sentían menguadas y luego estaba aquella… debilidad.
Ella se aferra al cuerpo de Izrail con fuerza, sus dedos temblorosos son dolorosos cuando estos se agarran a sus ropas. Las heridas no llegaban a curarse con el mismo ritmo acelerado de siempre.

-Por favor… por favor… -Su voz es jadeante al igual que aquella respiración acelerada, es como si su cuerpo estuviese a punto de entrar en un estado de shock. Y su ruego se repetía, mientras una de sus manos mancillaba de sangre propia el rostro del inquisidor. -Por favor… -Más que por su propia vida, o porque él se detuviera en aquella locura que lo ponía en peligro, el ruego tenía una índole bien distinta, y su temor venía por otro lado.

“Si vuelvo la vista atrás estoy pérdida…”

Pulmones que seguían en su agonía acelerados buscando el aire que le faltaba, hasta que de repente se detuvo y exhalo… Un último aliento. Sus pupilas se apagaron y su gesto congelado en calma, sus dedos rompes sus ataduras contra su cuerpo.

Fueron unos segundos que se volvieron eternos. Y el Condenado no atacaba, más bien parecía esperar con aquella sonrisa que la curva de sus labios sostenía.

Y el aire del lugar se volvía gélido, y las respiraciones mostraban, cual niebla, el vaho.
Silencio y nada más.

Lakme abrió los ojos, oscuros no había rastro del verdeagua y la pupila se perdía en aquella oscuridad de aquellos dos pozos, en gesto hierático, carente del sentir. Miraron a Izrail como si delante tuviese a un completo desconocido, como si lo mirase por primera vez.
Luego su gesto se volvió del feroz como animal salvaje que toma contacto con lo civilizado, lo examina, incluso tiene la osadía de olisquear su rostro. Cabeza ladeada lo miraba con extraña curiosidad hasta que el “condenado” pronuncia un nombre: “Duat”.

Aquella fuerza de la naturaleza primigenia con el rostro de Lakme chasqueo la lengua. Dedo índice que negaba mientras se aproximaba al Condenado con sonrisa divertida en los labios.

-No “Duat”, más… A veces más… -Su voz suena distinta arrastrada de otros susurros, es el otro quien ha tomado el control, hacía demasiados siglos que no lo conseguía de aquel modo, a veces era capaz de pronunciar palabras a través de los labios de la mujer, pero tomar el control de su cuerpo. Su naturaleza vampírice fue una buena cadena para retenerlo, un regalo y maldición del Hacedor de Lakme que necesitaba conservarlo.

Fue su viaje al norte, fue su enlace ya roto por traición, y encuentros lo que ha hecho que algo en ella cambia después de tantos siglos.

El Condenado parece satisfecho, ha disipado sus dudas con respecto a la identidad de ella, tiene intención de pronunciar alguna palabra más pero solo un sonido ronco es pronunciado entre sus labios, un sonido desagradable de la sangre burbujeante que ahoga su boca. Lakme acaba de literalmente arrancarle la tráquea con aquellos colmillos y escupirla al suelo, bebe la sangre del vampiro con saciedad y brutalidad. Es violenta y cruel con aquel cuerpo que acaba de atrapar. Es un depredador que destroza con diversión un trofeo que no le dejaba tranquila en su camino, espasmos retorcidos es lo único que queda del cadáver desplomado ahora en el suelo.

La cara del monstruo que queda descubierta, se relame satisfecha, mientras el hechizo le regala nuevas fuerzas. Sabe que la sed estará apagada durante demasiados días.
Heridas cerradas, el latir del corazón, piel del rubor humano, e incluso su calor. Pero aun el aire en sus pulmones innecesarios no vuelve, porque ella no está allí, solo está el otro…

El “otro” con cuerpo de Lakme agita las manos salpicando sangre por doquier, y luego detenidamente lame cada uno de sus dedos con deleite. La noche a pesar de estar en su crepúsculo, aún no ha terminado, hay un asunto sin resolver.

Sus movimientos no dan la oportunidad de prever sus acciones, su velocidad es increíble y su fuerza descomunal, toma a Izrail de sus ropas y lo tumba contra el suelo, es dolorosa como un yunque impactando, el suelo se quiebra bajo el cuerpo del humano.
Ella se agacha y lo examina por un momento con detenimiento, parece un ser salvaje con cada uno de sus movimientos, sus movimientos son felinos y sigue con curiosidad en el gesto. A gatas se sube sobre el cuerpo del inquisidor quedando a horcajadas sobre él, encajando sus caderas contra las ajenas en un gesto un tanto provocador.

-Mmm… Solo con mirarte me da hambre. -Suspira y mueve sus hombros coqueta. Una sonrisa y se muerde el dorso de la mano con gesto meditabundo, delicada ella se acerca a su rostro, sus ojos oscuros como pozos se clavan en los verdes. Su aura es poderosa, y a la vez peligrosa, da escalofríos -Y ahora… ¿Qué hacemos contigo, Izrail? -Sus cabellos se derraman desordenado, es una oscura cortina que perturba su bello rostro. -No sé qué ha visto en ti… Le fascina le produce escalofríos, me frena… -Su voz es terciopelo en el mismo aire, acariciadora se hace apetecible en su gélido aliento. De repente en ella todo se hace pecaminosamente deseable.

-Otro capricho, han pasado años y le has dejado huella… ¿Cuál es el papel de éste fanático en esta historia? -Sus caderas se empiezan a mover provocadoras contra el cuerpo del hombre, busca excitarlo, confundirlo, nublar la razón de aquel pedazo de carne que a su piel y cárcel corpórea le hace sentir alguna emoción. - ¿Un guardián? No… ¿Qué hacemos contigo? -Su lengua se desliza por sus labios, paladea su sabor, y luego se muerde sus propios labios con gesto blasfemo. - ¿Qué es lo que puede desear un mortal como tú? Todos tenemos deseos, algunos oscuros… Y yo te deseo… Podrías tenerme ahora, podrías poseer mi cuerpo… ¿qué es lo que deseas? -Sus gestos voluptuosos, era tentativa, sus caderas son una tortura con cada uno sus movimientos. -Podría convertirte en “nuestro” esclavo, si… Atarte a “nosotros”, ella dejaría de hacer preguntas por un tiempo, otro entretenimiento, y no un guijarro más en el camino. Si, un entretenimiento, lo que durase tu vida caduca, aunque creo que tú mismo y condición se encargará que esta dure poco… ¿Qué quieres, Izrail?

Sus manos se cuelan entre sus ropas, ella es la viva imagen del demonio, es un monstruo hecho carne de nublada razón. De repente se detiene, y desvía la mirada con gesto desolado.
Fuera amanece, a pesar de que el lugar sea oscuro y les aislé de la luz del sol, pero es esa magia la que parece despertarla del trance, ya que los pozos negros vuelven a tener verde y su cuerpo se relaja. Lakme la mira por un momento confusa, “¿soldado?” como si hubiese despertado, pero nunca ha estado encerrada porque ha sido espectadora de como su cuerpo se ha convertido en una marioneta.
Sus pulmones vuelven a recuperar el aliento que ella toma con fuerza como si se ahogará, después pierde el conocimiento por completo derrumbada.
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Mensaje por Izrail Zuhair Dom Feb 19, 2017 5:15 pm

Todo sucede vertiginosamente rápido. A las palabras suplicantes de la mujer herida le sigue un cambio anormal en la atmósfera y, de repente, entre aquellas dos criaturas tan iguales a otras a las que había dado muerte pero tan diferentes al mismo tiempo, la imagen imperturbable del inquisidor impasible, la de la de la férrea disciplina e implacable voluntad, se tambalea haciendo que un escalofrío incómodo recorra mi espalda, erizando los vellos de mi nunca y provocando un escalofrío que hace temblar espada y pistola por igual. Me encuentro entre dos depredadores, a cual más peligroso. Uno de ellos, el que comparte mis creencias, permanece presente pero ausente, a la expectativa del segundo, ese que a pesar de su apariencia frágil y herida, provoca una incesante sensación de incertidumbre y amenaza. Con semblante serio y pétreo, trago saliva y trato de calmar a mi corazón que parece que se va a salir del pecho.

El más cruel de los inviernos se adueña del lugar y mi respiración se agita a medida que cada bocanada se acorta y se torna más dolorosa, como si a pesar del frío, el aire quemase en mis pulmones. De nuevo, la voz de la mujer retumba en mi cabeza y yo me pregunto el significado que pueden tener sus palabras aunque no puedo borrar de la cabeza la cadena de sucesos que se han venido aconteciendo. Algo mucho más grande de lo que me imagino y más antiguos que los muros que custodio es lo que nos ha reunido aquí a todos nosotros. El Señor ha querido colmarnos de Su Divina Gracia de un modo tan cruel e inesperado que hasta hace que alguien como yo se cuestione, durante un segundo, el Plan Divino. Dudas que duran poco cuando mis ojos son testigos de una maldad tan pura y oscura que las palabras del Padre Agustín, pronunciadas años atrás, cobran verdadero sentido.

"Tienes un don Izrail... Eres el Ángel de Oriente, un ser tan Divino y Humano como lo fue Cristo. Alguien en quien se unen la parte más noble y salvaje del ser humano. Sólo alguien como tú será testigo de la Divina Dualidad de otro ser... y sólo tú, quien causará muerte y terror entre tantos hombres y demonios, tendrás el juicio suficiente como para no arrebatar esa vida"

Aquellas palabras habían sido pronunciadas hace años, cuando yo apenas era la sombra de lo que ahora, cuando mi edad era aún demasiado corta como para ver brotar la sangre de un hombre bajo mi espada. A pesar de todo, de haberlas enterrado hacía años, allí habían vuelto de nuevo, recuperadas por aquellos dos pozos negros de oscuridad desmedida que me interrogaban causando un terror atroz en mi interior. Pero no fue hasta que sus labios pronunciaron palabras cuando sentí mi alma estremecer en un escalofrío tan inesperado, tan real, que por primera vez en mi vida, sentí verdadero temor reflejado en unos dedos que, fruto de los nervios, hicieron disparar mi arma.

Pero ella había sido más rápida y había desviado mi línea de tiro al girarse, haciendo que el proyectil impactase en uno de los pilares de la iglesia.

Atónitos, mis ojos no dejaban de horrorizarse con el festín que disfrutaba la bestia en la que la mujer se había convertido. Mi cuerpo negaba constantemente las órdenes de mi cerebro, no podía atacar, ni resguardar el cadáver de mi mentor... mi cuerpo estaba totalmente paralizado por el pavor que aquella criatura había infundido en mí. Me encomendé a la Vírgen, rogando por la salvación de mi alma.

Cierro los ojos y me santiguo para, al abrirlos de nuevo, el tiempo parece haberse detenido, mis pies han perdido el contacto con el suelo y no soy consciente de la verdadera posición de mi cuerpo hasta que impacto contra el firme y todo vuelve a su ritmo normal. El golpe se torna en un sonido seco y grave que me arranca un quejido al notar quebrarse mis costillas contra la piedra.

El demonio con cuerpo de mujer se mueve lascivo sobre mí mientras trata de embelesarme; vanas palabras de oscuridad cargadas de mentiras y adulaciones para confundir mi juicio. Pero sus caderas me evocan un momento hace cuatro años en el que eramos hombre y mujer y no inquisidor y bruja y, de nuevo, noto mi voluntad quebrarse por instantes.

"¿Qué quieres?" retumba en la iglesia. El demonio ha preguntado dos veces, llamándome por mi nombre. Reúno el valor necesario para recomponerme, sabedor de que somos pocos los elegidos por Su Gracia para encarar al mismísimo demonio de tú a tú y, aún sabiendo que pueden ser mis últimos pensamientos, mi altivez y determinación me hacen no quebrar el voto de silencio, regalando dos respuestas en forma de pensamiento.

"Redención a través de la muerte" es la primera.

Silencio y un vistazo al fondo de aquellos ojos negros, mirando al fondo de los mismos, es lo único que obtiene antes de que brote la segunda

"Y a ella..." reconozco sabiendo que, lo que me tiene atrapado contra el suelo no es la mujer que he visto hace apenas unos segundos.

Trato de resistirme al tacto de sus manos cuando se cuelan por mi ropa pero es inútil. Un humano no está preparado para combatir de igual a igual a un monstruo en su estado más puro... pero no son mis manos sino la luz del sol, que ya se cuela tímida por algunas rendijas, la que parece devolver la razón a la mujer que acaba por desplomarse contra mí, más humana que nunca.

Me aparto y la dejo tumbada en el suelo, mirando su cuerpo con temor, lástima y ternura al mismo tiempo. A duras penas me levanto con sudor perlando mi frente. Las costillas están más dañadas de lo que me gustaría, más dureza en el impacto y habría muerto seguramente. Mi mano recoge uno de los puñales que he sacado con anterioridad de ella y clavo mi mirada en la bruja, aferrando el mango con fuerza, tentado a acabar con el mal allí mismo. "No, Izrail... la labor de tu mano no es la de ejecutar a ésta mujer." reconozco la voz del padre Agustín aunque dudo de mi cordura. Le dedico una mirada al cuerpo sin vida del sacerdote y maldigo para mis adentros antes de ocultar los agujeros de bala de los cuerpos de los inquisidores destrozándolos con la hoja de plata.

Si ella debe morir, así será; pero no será ahora, no hasta que sepa qué papel jugaba mi mentor en todo ésto y cual es el mío... ¿acaso debo servir a algo para lo que mi padre trató de prepararme?

Mis brazos toman a la mujer y noto como las costillas vuelven a quebrarse de nuevo. Ignoro el dolor el tiempo necesario para mover el cuerpo hasta una gruta oculta bajo los cimientos de la iglesia que llevaba más allá de los límites de la ciudad. Algo que sólo el Padre Agustín, unos poco afines a él y yo sabíamos. Allí estaríamos seguros al menos hasta que la noche nos volviera a amparar.

Volví de nuevo a la gran sala a ver de nuevo la carnicería y a recoger mis armas, pues sabía las iba a necesitar.

Al regresar, mi cuerpo se apoyó contra una de las paredes del pasillo y se dejó caer contra el suelo, tratando de no desfallecer pues mi custodio, ahora, era aquella mujer.


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Mensaje por Lakme Lun Feb 20, 2017 12:20 pm

"Lo que no  puede ser destruido, será atado..."

Había pasado de un estado de inconsciencia a estar profundamente dormida. Era como si aquella magia que el Sol tenía la aletargase de algún modo, como si lo único que pudiese devolverle las fuerzas era un largo sueño.
La respiración de lo que había sido una bestia irrefrenable se había tornado serena, al igual que el gesto inocente. Con aquellos cabellos negros derramados parece tan humana e indefensa, se permite hasta soñar en aquel suelo sucio, sus labios que se curvan y luego vuelven a la neutralidad lo indican. Debajo de aquellas pestañas ella sueña como lo haría cualquiera que estuviese en paz con uno mismo, que, en ese caso, ella se alejaba de aquella idea.

No supo su fueron segundos, minutos u horas las que pasaron… Pero si que el Sol había hecho su recorrido por el cielo en su barca dorada, aunque para la noche quedaba tiempo.
Pestañas oscuras que descubren, aquellos verdes. Lakme estira su cuerpo como un felino, bosteza y se permite desperezarse como lo haría cualquiera después de recuperarse de un largo sueño.

-Mmm… -Se endereza un poco quedando sentada y se frota los ojos, siente la cabeza pesada pero la mente muy clara, no hay niebla que perturbe ni voces que la aprisionen en ningún rincón oscuro de su ser. Tiene todas sus energías renovadas y su aspecto es claramente humano, tanto que incluso su piel desprende el calor necesario para hacer confundir tanto a un inmortal como otro ser de su naturaleza real.

Confusa mira a su alrededor, no sabe dónde está, ni como ha llegado allí, pero por desgracia se recuerda todo lo que había sucedido dentro del lugar. Detecta una presencia a su lado, y de un modo instintivo y defensivo se arrastra en el suelo alejándose asustada. No está segura que paso después de haber perdido la consciencia, tampoco si está metida en algún tipo de encierro para retenerla por parte de los inquisidores.

Se relaja, no ha hecho falta casi ni mirarle, puede reconocerlo por el latido del corazón prácticamente, es inconfundible y le dice muchas cosas, entre ellas que ha salido mal parado de aquella experiencia, muy al contrario que ella.

Precavida se acerca a Izrail, sabe todo el daño que lleva encima ha venido por mano suya, no recuerda todo con nitidez, pero ha sido en parte espectadora.
No se atreve a tocarlo, teme que la rechace, tampoco sabe que decirle. Lo ve destrozado, sabe que el “otro” tiene un gran recelo por ella, siempre lo ha tenido desde que el momento ella era niña. Pero claro, desde que su naturaleza vampírice, su recelo se había limitado a molestarle con su voz de vez en cuando y no aquel arranque donde tomaba suficientemente fuerza para poseerla. Habían pasado décadas o incluso siglos, desde la última vez que él había tomado el control. No sabía aun donde había cogido las fuerzas suficientes para conseguir hacerse con ella, siempre lo había sabido controlar dentro de lo que cabe. Algo ha cambiado.

Él no es consciente ni por una pizca del poder que es capaz de ejercer sobre ella, a pesar de los años, lo ha sentido candente debajo de su piel, una marca invisible que ha arrastrado en todo aquel tiempo, latente e imborrable. Un signo de debilidad y un reflejo que la hace volver a ser quien era, antes de que sus pesadillas volviesen realidad tras una traición que la condeno a la vida eterna. No es otro de sus caprichos, había que admitirlo, le fascina y le atrae de un modo inevitable, se ha convertido en su “zahir”, y el destino le sigue empujando a él una y otra vez.

En un arranque de valor, se aproxima demasiado, no quiere tocarlo, ahora le parece de cristal. Toma su rostro con una de sus manos, y pega su mejilla contra ella, su voz le dedica susurros al oído en forma de hermosas y cálidas palabras en otro idioma, no hace falta que las entienda, su tono de voz le puede dar entender lo que dice, esta arrepentida y no sabe cómo arreglar aquel daño. Lo ha destruido todo, lo ha metido en medio de su propia guerra con aquellos demonios, le ha hecho elegir y apartarse de su camino. Por su culpa es huérfano, y por poco termina con su vida.

Sus labios sedientos buscan los suyos, con desesperación, un beso sincero y puro que luego se vuelve calmo y detenido. Las palabras para ella le sobran, tampoco sabe que decir en aquel momento, ha roto todo el mundo del inquisidor., y por mucho que él quiera guardar su vida, ella no tiene derecho a quedarse con esa promesa. Esta demasiado acostumbrada a cuidarse sola.

Marca de humedad en la piel, ella no suele derramar lágrimas adrede, y más con aquella nueva identidad forjada en aquel tiempo. No solía admitir su debilidad, ya que ella era grande y podía fingir un orgullo para que todos los de su especie la respetarán. Pero se desnuda ante él, inevitablemente en alma.

-Déjame curarte, Izrail… -Descubre su muñeca, unas gotas de su sangre y sabe que todo ese dolor terminará. No está en peligro de muerte, y aún le queda gotas de vida, no hay peligro de que se convierta. Si fuese una herida superficial, solo con verter su sangre sobre ella, se obraría el milagro, pero, esta vez no es así. -Si no lo deseas, déjame ayudarte, tenemos que salir de aquí… Te lo contaré todo, te diré la verdad, solo tienes que hacer las preguntas adecuadas. Transparente para ti. -Sus palabras se apagan y ahora es su mente la que le habla, mejor no dejar aquella información al descubierto. –“No sé si aún puedes reparar tu enlace con los tuyos, si así hazlo y olvida todo esto, que no te tachen de traidor… Si no, ven conmigo, debo de marchar a París, tengo que seguir con mí búsqueda, ven conmigo… Tienes que mantenerte con vida” -Si, ella estaba rogando, ¿cuándo fue la última vez que rogaba por algo?


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Mensaje por Izrail Zuhair Lun Feb 20, 2017 5:52 pm

-Padre... ¿Pero el poder de perdonar no corresponde únicamente a Dios?-

-Sí, pero hablamos de un tipo diferente de perdón. Cuando yo te hablo de perdonar al prójimo me refiero al don divino de la misericordia que él nos entregó. Dios es Amor y, como tal, perdonar es el mayor acto de amor que un ser tan imperfecto como nosotros podemos conceder-

-Pero los otros maestros afirman que el éxito de un inquisidor se mide con sangre, propia o de los enemigos-

-Y no mienten, mi joven Izrail. Pero además del inquisidor en el que te convertirás, también serás un hombre, con juicio propio y una cadena de valores diferente a la de cualquier otro hombre en el mundo. Tu éxito se medirá con sangre pero será Él el que juzgue todos tus actos... Servimos a Dios a través de la Iglesia, no al revés. Nunca lo olvides.


Los delirios iban y venían. Había vuelto a tener once años y me encontraba en aquella sala de piedra color ceniza, forrada de enormes armarios de Cedro hasta arriba de libros, códices, pergaminos y escritos redactados en más lenguas de las que podía llegar a memorizar. Al mirar por el cristal, las hojas de los abedules se movían al compás del viento, danzando gráciles de un lado a otro sin importar la dirección en la que se mecían; imagen que se intercalaba con una sombra que se arrastraba hacia mí a lo largo de un oscuro pasillo de piedra húmeda ante la que mis debilitados músculos no podían hacer nada más que simular una falsa amenaza con la espada que apenas podía aferrar con mis dedos.

Soy consciente de qué es lo real y qué es la fantasía. El dolor que atormenta mi cuerpo es un recordatorio imparcial y la mejor señal para que así sea.

La sangre ha brotado desde mis adentros, llegando a mi boca e inundando a ésta de un sabor ferroso, casi dulce, que me evoca, de nuevo a un tiempo pasado que no tarda en desvanecerse cuando toso y, de nuevo, el dolor me recuerda cruel que aún no es el momento, que todavía sigo vivo.

Gruño y a punto estoy de hablar, de romper la promesa de duelo pero hasta en una situación como esa, mi determinación se impone y me obliga a callar, tragando saliva y sangre a partes iguales mientras me pregunto en qué estaría pensando antes de ejecutar a dos de mis hermanos.

"Sirves a Dios, Izrail... no a la iglesia. A Dios, no a la Iglesia... A Dios..."

Trato de consolarme ante la tortura a la que yo mismo me someto cuando, poco a poco, voy cayendo en la cuenta de la situación en la que me encuentro. Las ideas van y vienen formando una avalancha en mi cabeza; todo es confuso e inconexo, todo me llena de interrogantes y, por primera vez en mi vida, escucho los gritos, no solo de mis dos hermanos, sino de los otros miles de personas que han sucumbido bajo mi acero. Sólo el familiar tacto de unos labios ajenos con los míos me brinda un sorbo de realidad y cordura al que me aferro desesperadamente.

Ella. Todo ha sido por ella.

La culpo mostrando el más puro egoísmo pues, de no haber querido, mis manos jamás habrían acabado con la vida de sus dos captores. Una muestra más de que Dios, nuestro salvador, fue sabio al concedernos el don del libre albedrío. De cualquier otro modo, si sólo me hubiera dejado guiar por el que se supone era mi destino... el resultado habría sido muy diferente. No podía culparla. La había puesto en mi camino por algo. Ella sabía cosas de mi mentor, posiblemente muchas más de la que él me contó en vida. Y yo necesitaba respuestas.

Correspondo al beso, mostrando así uno de los motivos ocultos que han guiado mis manos en el piso superior. Su voz me hace abrir los ojos y enfocar la piel de su mano que muestra con condescendencia y magnífica bondad. La miro extrañada y niego con la cabeza, declinando su oferta. -"Aún no estoy tan necesitado"- orgullo que disimula mi verdadero estado, sé que a ella no le pasa desapercibido -"No son los míos... en el fondo, nunca lo han sido"- aprieto el puño con rabia y un crujido indica una nueva fractura que se refleja en una mueca de dolor por mi parte -"Mírame... tan diferente a ellos, siempre me han visto como una amenaza o un inferior. Yo nací aquí, a pocos metros de ésta iglesia. Mi origen ha pesado siempre más que mi fé, para todos menos para el Padre Agustín"- toso y escupo sangre seguido de una carcajada fanfarrona y sarcástica -"Ni siquiera me dejaron ordenarme fraile... yo siempre obedecí. Mi relación con ellos se habrá quebrado, pero no la que tengo con Dios. Yo le sirvo a Él"- llevo mi mano al pecho, buscando el crucifijo, hasta que noto su tacto y me aferro a él como si fuera lo último que me quedase por hacer en ésta vida.

-"Conozco las calles de ésta ciudad, bruja... pero debemos aguardar al amparo de la noche para escapar. Algo me dice que tu ya lo eras pero, a partir de ahora, yo también soy un proscritro, perseguido por aquellos a los que llevo protegiendo toda mi vida... mientras tanto, dime, si no fue la edad ¿qué llevó a mi mentor a reunirse con el Creador?"-


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Mensaje por Lakme Mar Feb 21, 2017 12:40 pm

El sabor de su boca es del férreo de la sangre, está destrozado por dentro, nota su debilidad y por la temperatura de su piel, sabe que está hasta febril. Sus labios sobre su frente, confirman la sospecha y él orgullo niega querer probar de su sangre. Ella esconde su muñeca de nuevo en la enorme manga de su chilaba.

-Yo creo que sí… -Sus hombros se movieron tras aquel largo suspiro, como si intentase desenredar aquel nudo que tenía en el pecho, aquella culpabilidad, aunque de poco servía. Sabía perfectamente de su dolor y tortura, sabía que era su orgullo o tal vez que en el fondo desconfiase del poder de su sangre.  -

Sus labios seguían sin moverse, era extraño comunicarse con un mortal de aquel modo, solo usaba ese medio con su único vástago, una acción un tanto íntima para ella, que solía abrir su mente a otros.
Paciente escucho sus palabras con atención. Tenía más en común de lo que creía, y comprendía su perspectiva; el huérfano desde hacía demasiado tiempo y en distintos sentidos, y su mentor era la única persona que había visto algo en él; una pena justificada.
Un solitario no solamente desde que llego al mundo, si no entre aquellos que se supone que debían de refugiarlo. Lakme había conocido muchos tipos de inquisidores, y también tipos de clero y todo lo movía los mismos méritos: la riqueza.
En su tiempo, y en vida, ella había formado parte del clero. Sus continuos ataques por culpa del “otro”, le habían llevado a su padre a llevarla a distintos templos buscando que todo acabará, hasta que al final alguien vio en ella su maldición como un don de la Diosa; pero las otras sacerdotisas nunca la verían como una igual, todas de noble cuna, y ella les enfundaban de miedo. Descreídas de que existiese algo, creyendo que lo que hacían en el templo era una pantomima, ella y sus visiones alteraba su vida más que resuelta.

-No estoy segura, es posible que se convirtiese en una piedra en el camino de alguien, ya te dije hace demasiado tiempo que entre vuestras mismas filas hay conocimientos que se guardan con celo. -Le poso las manos sobre aquellas cerradas y aferradas a la pequeña cruz. -Antes de ser llamados “inquisidores”, ya seguían mis pasos con otros nombres, estudiaban cierto…” Mito” con el que me relacionan, pero nunca me encontraban porque no eran capaz de ponerme rostro, y al parecer ahora sí. -Ella desvió la mirada dubitativa, era como si no se atreviese a seguir con sus palabras. -Por lo que tengo entendido mi Hacedor me hizo esto para encerrar al “otro”, conservarlo hasta que llegase el momento adecuado, habló de una profecía. Quiere lo mismo que el resto.

Por el tono de su voz, hablar de su Hacedor era algo que le dolía, ella había sido traicionada de la peor de las formas que podía imaginarse por parte de aquel hombre. Era evidente que había sentido algo demasiado fuerte por aquel hombre, y que le costaba a pesar de los siglos cerrar heridas, aunque aquel sentimiento se había tornado contrario cuando él había decido acabar con su vida para condenarle a aquella decadente vida.
Mirada un tanto meditativa, desviada y ausente. Parecía que su silencio daba el tema por terminado, pero volvió a hablar.

- Te sonará raro, pero… Imagina por un momento que existiese un objeto, un “cáliz” por así llamarlo de algún modo, mágico y que dependiendo de la sangre que vertieses éste tendría poder o no, y que ese poder fuese… Curar o algo así, si, cualquier tipo de maldición… Licántropos que no deben cuentas a la luna llena, inmortales que puede caminar bajo la luz del Sol…
>>Pensaba que tu mentor me resolvería preguntas, conseguí su nombre de la boca de otros.
-Agacho su mirada, no se atrevía a seguir con aquello, ya le estaba diciendo demasiado, y aquel conocimiento era una condena a muerte segura, ¿pero acaso podía empeorar más su situación? -Pero al parecer he llegado demasiado tarde.

Luego recordó aquella especie de horquilla, su mentor debía de haberla ocultado sabiendo que algo acabaría pronto con su vida. Lakme se reservó aquella información; ella misma iba detrás de ese mito, y luego otro se le cruzó por el camino, un cuento sobre una reina que le habían contado de niña y todo por unos documentos que verificaban cierta veracidad en la historia.

Lakme se levantó del suelo, la tarde debía de estar recibiendo al crepúsculo, aun quedaría pocos rayos de Sol, pero quedaban.

-No voy a esperar más, Izrail. -Esta vez su voz resonó en la sala, tiro de la capucha de la chilaba y oculto completamente su rostro tal y como había llegado al sepulcro antes de que todo comenzará, volvía a ser “sombra. -No voy alargar esta agonía, así que será o de un modo voluntario o a la fuerza, y como has dicho eres el único que sabe cómo moverse por estas calles, seguro que también sabrás a quien acudir en una situación como esta. -Intento ser lo más delicada posible cuando sus brazos se aferraron con fuerza a él para levantarlo. -Nos vamos…




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Panegírico de media noche [Lakme] Empty Re: Panegírico de media noche [Lakme]

Mensaje por Izrail Zuhair Miér Feb 22, 2017 6:45 am

Nada tenía sentido. Delirante y febril, mi mente parecía ignorar cualquier palabra carente de importancia para centrarse en lo fundamental, la idea básica de todo. Resolutivo como era, mi yo interior se obligó a no desfallecer y a hilar de la mejor manera la cadena de sucesos que nos habían llevado a refugiarnos bajo los cimientos más oscuros de la iglesia. No podía sacar nada en claro pero algo sí tenía seguro; todo ésto, el no tan fortuito devenir de los acontecimientos, había sido provocado por o a causa de ese al que la mujer denominaba como "el Otro". Ese ser que todos guardamos en nuestro interior, como una bestia ansiosa por salir, en su caso, era una realidad más notable y física que la mera idea que se pretendía dar para reflejar el triunfo del bien sobre el mal en el alma de las personas. Ella era bondad, mis ojos habían visto la oscuridad tantas veces que podía casi respirarla, en cambio, algo dentro de ella luchaba por escapar; un mal tan primigenio y tan puro que daba sentido a la palabra "miedo".

-"El hombre que yace muerto ahí arriba es más puro y santo que toda la Iglesia junta. Es él y no otros quien merece ser comensal en la mesa de Nuestro Padre y Salvador durante toda la eternidad"- a pesar de no pronunciar palabras, mi estado, la magia o ambas, quizá, me agotaban y hacían que me resultase tremendamente costoso hablar -"Yo de debo devoción a él y a Dios. Que ambos me perdonen por lo que voy a hacer pero si mis hermanos han sido los responsables de tamaña crueldad, los haré arder a todos... y si Él desea castigarme por ello, con gusto pagaré la penitencia"- el silencio entre ambos hizo todavía más agudo el que existía en aquel túnel, sólo quebrado por el goteo incesante de la humedad de alguna fosa subterránea. Tras pensar unos segundos, proferí una risa que me arrancó un quejido y una lágrima de dolor y rabia -"Ese objeto tiene varios nombres en diferentes religiones... para mía es el Santo Grial, el cáliz de Cristo y muchos han matado por su poder. Tú fuiste la primera persona a la que perdoné... y volvería a hacerlo. Si mi padre y mentor ha muerto por saber algo sobre ti, el mal que te aqueja o el Santo Grial, es mi deber mantenerte a salvo de ellos y de ti misma hasta que sepa cual es nuestro propósito"- pero un ápice de frustración me invadió al caer en la cuenta de que mi debilidad frente a lo que me rodeaba era tal en todos los sentido que no pude evitar sentir vergüenza.

Asentí con la cabeza a su orden. No es que pudiera contradecirla u oponerme, y menos en mi estado.

Noté cómo sus brazos, en apariencia delicados, levantaban mi cuerpo sin apenas esfuerzo. Escuchar mi nombre de sus labios fue algo que no pasó desapercibido para mí, algo que me provocó una sonrisa agradecida envuelta en sangre. Acostumbrado a "soldado", "demonio", "monstruo" u otros apodos no menos decorosos, que mi nombre se dijera en voz alta, entre aquellos muros, fue un reconocimiento oculto que no tenía valor para mí. -"Continúa hasta que el olor a incienso se torne en jazmín, gira a la derecha y camina hasta una gran sala de mármol, una vez allí, debería haber unas escaleras y una puerta que solo puede abrirse desde esa sala"- y dejé que su fuerza sobrenatural llevase mi peso a lo largo del pasillo, dejando un sonido tintineante de mi espada al chocar con la piedra del suelo.

[...]

-"Esa es. Deslizala suavemente a un lado"- Tenía cierto nerviosismo por lo que significaba todo aquello, el lugar que nos encontraríamos al cruzar esa puerta y los recuerdos que pudieran asaltarme. La enorme puerta de madera se asentaba sobre unos railes metálicos con ruedas para ese fin. El tallado de la madera era casi perfecto, sobreviviendo al paso de los años. -"Azrael, el Ángel de la Muerte para los judíos y los musulmanes... dado mi origen y mi propósito, el padre Agustín creyó conveniente darme ese nombre"- señalé a duras penas al Ángel que guardaba la talla de la madera y proferí un suspiro hondo -"Cuando abras esa puerta, estarás viajando a mis raíces. Ahí dentro no encontrarás más que inocencia, pena y esperanza. Ellos no son culpables de nuestra guerra"- pues, lo que aguardaba al otro lado no era otra cosa sino el hogar de acogida para los niños huérfanos de Jerusalén; el lugar donde yo me había pasado la mayor parte de mi infancia.


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Mensaje por Lakme Jue Feb 23, 2017 11:49 am

A su parecer el camino se le hace largo y tortuoso, en silencio van esquivando toda presencia que queda en las calles. Aun la noche no ha terminado de caer, las telas cubren todo su cuerpo convirtiéndola en “sombra”, pero a pesar de ello a veces siente sobre ella el arder de algún rayo de sol débil que se cuela. Disimula, pero exponerse al astro Rey la debilita

Bajo sus dedos lo siente tan frágil, las fuerzas le faltan, su corazón lucha contra toda adversidad, lo puede notar. Ella se aferra a su cuerpo, intenta ser delicada que todo sea menos doloroso.
Sigue sus indicaciones y mientras caminan, ella piensa en lo que le acaba de decir, sobre ese cáliz, ese grial. Era lógico que su metáfora fuese relacionada con un objeto santo, pero… ¿quién había dicho que fuese un objeto? Dos piezas separadas de un rompecabezas formulado hacen más de mil años, Lakme solo sabía que ella era una de esas piezas y que faltaba otra.

Reflexionó sobre los azares del destino, como había terminado su camino llevándole al mentor del inquisidor y a éste mismo, ¿acaso estaría destinados en caminar los mismos pasos? Lo ignoraba, solo sabía que ella iba a asegurarse de que él se mantuviese en vida costase lo que le costase. Pero cuál era el problema, ¿cómo iba a protegerlo de sí misma a veces perdía el control? Sabía que no era un mero capricho, que ese hombre se había convertido en algo más para ella, y por una vez su existencia no residía en su propia persona. Para el “otro” no estaba bien apartar del camino a ese humano, ya que sabía que seguramente él relentecería todo el plan.

Cuando llegaron al lugar la noche ya llevaba tiempo aparándole con su azul y su oscuridad. Lakme le sonrío antes su explicación y volvió a repetir con su voz “Izrail”, en un dulce susurro.
Una casa para huérfanos, un hombre y una mujer con sorpresa les recibieron, y enseguida reconocieron al inquisidor al que metieron pronto en la casa.
Susurro de los niños y niñas que estaba terminando de comer, y preparándose para ir a dormir. Grandes ojos que los miraban con curiosidad afirmante.
Alguno recibió una regañina al acercarse para con su osadía ver qué pasaba, pero pronto retrocedieron para volver con el resto.

Pronto se llevaron a Izrail a una de las habitaciones, ella no lo soltó con tanta facilidad se aferraba a él con desconfianza, pero cedió dedicándole una mirada preocupada antes de que se encargaran de atenderlo.
La mujer la condujo a la sala otras de las salas ofreciéndole para asearse y ropa limpia, en un principio y al verla mancilla por la sangre pensó que estaba herida, incluso le ofreció algo de comer, pero ella negó con una forzada sonrisa.

Y de repente allí se vio, sentada sin explicación y nadie más, a la espera mientras veía como entraba más gente a la casa y todo para atender al inquisidor en la otra habitación.

Manos que se distraían entrelazándose nerviosa, tal vez debía de haberle obligado a beber su sangre, pero había respetado su decisión de dolor.
Ahora solo podía esperar a que curasen las heridas del inquisidor y dejarle descansar en paz. Sentada en el pasillo cerca de la puerta cerrada. Era una situación extraña, porque estaba rodeada de niños que se supone que debían de estar en la cama, pero que de vez en cuando los veía asomarse al mismo pasillo donde ella estaba, escapando de sueños infantiles e insaciables de curiosidad. Pasos infantiles, ella fingía no hacerles caso, para luego lanzarle una mirada y todos esconderse en lo que consideraban una pequeña travesura. Aquello se había convertido en una especie de juego del “pollito inglés”.

Las horas pasaban, y algunos salía de la habitación sin decir nada más que debía descansar. Otra regañina y muchos huían para irse a la cama como debía.
La noche avanzaba y sin saber porque, había terminado en el suelo con dos de esos criajos fugitivos de obedecer las órdenes de irse a dormir, hechos ovillos como cachorritos. Otorgarle un poco de calor, desordenados sus cabellos en caricia era un tanto sedante, la noche estaba silenciosa y la voz de ella era un susurro tornado en nana en otra lengua adormilada…


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Mensaje por Izrail Zuhair Jue Feb 23, 2017 6:37 pm

Las atenciones no se hicieron esperar. El rostro de aquella mujer y aquel hombre eran los mismos que décadas atrás cuando mis pies dejaron aquella casa en algo menos que un mal recuerdo. Aún recordaba la avena en leche de burra de por las mañanas, quizá lo único que evocaba de aquellos muros con cierto cariño. El paso del tiempo había hecho mella en todos pero ni siquiera la edad podía cambiar la expresión de los hombres en sus ojos. De labios de la mujer mi nombre fue pronunciado en un acento que hacía años no escuchaba y, a pesar de mi estado, no pude evitar sonreír ante aquel recordatorio de la que era mi lengua materna.

Parecía que, en el fondo, extrañaba aquel sitio más de lo que yo mismo reconocía.

Entramos en una habitación que no pude reconocer y me despojaron de mis ropas dejando al descubierto heridas y magulladuras. El cuerpo estaba completamente amoratado y entre ellos discutían sobre las causas por las que no había muerto aún. Me habría gustado recordarles que, cuando el Padre Agustín me adoptó, fue por recibir una paliza semejante que debería haberme matado, que mi destino no se acababa en una simple paliza y que Dios tenía reservada para mí una penitencia en vida mucho más larga. Pero la mayor mueca de horror vino de el rostro de él al ser testigo de la figura que adornaba mi torso y al tocar las múltiples fracturas de mis costillas al mismo tiempo. La sangre brotaba a hilos de mi boca y nariz, había heridas que sanarían en pocos días y otras que tardarían semanas... finalmente, el tan ansiado regalo había llegado.

Habían pasado horas seguramente, y el opio aún me provocaba una sensación extraña en la cabeza; al menos, el dolor había remitido aunque solo fuera por el efecto de la droga. A mi alrededor, varios niños curiosos se habían colado y me observaban con fascinación y recelo. Quizá sabían quien era o, mejor dicho, lo que era. Quizá, sabían lo que era mi acompañante y les daba todavía un miedo mayor que mi figura; no los culpaba.

Con dificultad, me incorporé, notando como algunos huesos presionaban la piel y los músculos al haber sido recolocados manualmente. Mi cuerpo había sido cubierto por vendajes y suturas sin más prenda con la que taparme que una chilaba de color marfil.

Los infantes huyeron despavoridos cuando mi figura se irguió ante ellos. Todos menos uno. Se había quedado mirando fijamente mis ojos, sin mostrar ningún tipo de emoción y no pude evitar reconocer la mirada fría y desafiante de aquel niño. Era la misma que yo había mostrado, moribundo y apaleado, el día en el que me convertí en lo que era ahora. Asentí con la cabeza y puse mi mano en la del pequeño, animando a seguir mi ritmo para salir del cuarto. Mis andares torpes casi me provocan caer dos o tres veces al tropezar con los juguetes improvisados de los huérfanos.

La sorpresa fue mayúscula al verla a ella, en el suelo, con dos de mis iguales recibiendo el cariño que muchos de ellos no llegarían, si quiera, a conocer. El pequeño y yo nos quedamos quietos, pétreos sin decir ni una palabra. No había nada de especial en el ambiente, ni adornos florales, ni inciensos, ni velas... nada. Aún así, aquella visión me hizo reafirmar mi convicción de que, perdonarla fue la decisión acertada. -"Ofreces cariño a alguien que no sabe lo que es y por eso mismo lo valora... tú, cuyas manos arrancarían una vida con mayor facilidad que las mías, haces que sean esas mismas manos las que den consuelo al que lo necesita"- un empujoncito al niño le hizo avanzar de nuevo y a mí, con él -"Estos niños y yo te lo agradecemos... no importa lo que digan, no hay más que mirarte ahora mismo para saber que no eres un monstruo"- mis pies me llevan a su lado a trompicones, dejándome caer en el suelo haciendo que profiera un gruñido que asusta al niño que, firme y sereno, se mantiene de pie frente al inquisidor y la bruja.

El gesto de mi mano le indica que se siente y él, obediente, cumple con su parte. -"Abandonaremos éste sitio ésta noche... él vendrá con nosotros. Será lo que yo fui para el padre Agustín"- mi mano se estira, apoyando al crío contra mí en un abrazo fraternal y tranquilizador, extraño en unas manos más acostumbradas a sesgar vidas que a brindar esperanza. La otra, de igual modo, se extiende hasta notar el agradable tacto de la piel de la mujer, fresco como una mañana de primavera e igualmente dulce.

"Aún tengo preguntas que no quedarán sin respuesta... espero que, llegado el momento, estés en disposición de contestarlas"


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Mensaje por Lakme Dom Feb 26, 2017 10:07 am

A pesar de que la hora del depredador estuviese presente, con su noche entrada, Lakme se sentía un tanto adormilada en su espera. Pestañas que empezaban a ceder en su abrigo a sus pesados párpados, la aparición de su presencia frente a ella, detenido, la despertó y ella solo le sonrío débilmente.

Se movió un poco para acomodar su postura, uno de los críos más mayores se despertó y atolondrado se levantó dispuesto a marcharse a su cama; el otro por su parte estaba empeñado a seguir aferrado al menudo cuerpo de la inmortal, lo único que hizo es abrazarla más fuerte y quejarse al ver perturbado su sueño.

-Shhh…- Pronunció los labios de ella, mientras enredaba sus dedos en los cabellos infantiles. Luego dirigió su mirada al Inquisidor, que parecía empeñado en no admitir su debilidad y seguir forzando su cuerpo. De nuevo se enredó en los gestos, y en las palabras que su mente le regalaba solo a él. –“Ese hecho que afirmas, no cambia nada… Mi naturaleza es la que es, sigue siendo cruda y fría, al fin y al cabo. No te dejes engañar… “-Se frotó los ojos intentando espabilar su mente aletargada por la espera.

Lakme examino al niño de arriba abajo, por un momento se sintió sorprendida por la decisión del hombre de llevar con ellos a aquel niño. Tendría que ser así, otro legado que dejar.
Mientras Izrail se colocaba a su lado costosamente, ella tuvo un gesto efímero, le pidió al niño que se acercará un poco y tomó su pequeña mano, su dedo índice acarició la palma de su mano.

-A ver esa mano, me dice que… Hay un pequeño gorrión al que regalarle alas para volar. Esto promete… -Le sonrió con calidez, mientras soltaba la pequeña mano para dejarlo ir con el hombre. Luego tomó la mano del Inquisidor y repitió gesto, era una especie de juego iniciado para que el pequeño tomase confianza, y también una excusa para tocarle, no sabía porque, pero deseaba tocar su piel con ansia. -Veamos… -El problema es que el juego se torció extraño por lo que pareció unos segundos, cuando sus ojos de un modo efímero de oscurecieron. De soslayo miró a Izrail, confirmando que él no veía nada. Un “denario de plata” que solo sus ojos veían giraba sobre la mano del inquisidor en forma de premonición y presagio, trazando azar sobre la cara en la que se iba a depositar; pero fue un leve parpadeo que hizo que la imagen desapareciera de su vista, y nunca llegar a ver resultado. -Te recuperarás pronto…

Su voz por un momento no pudo disimular el leve nerviosismo, sus dedos se entrelazaron entre los de él. Y su mirada lo evito por un momento, segundos de silencio tensó. Intento tener la mente rápida para disimular el hecho y comenzó a decir lo primero que se le ocurrió.

- “Hubo un tiempo en el que pensé que tendría muchos hijos. Antes de cambiar. “-Aun seguía evitando su mirada. –“Si, había un hombre y promesas. Dos años lo espere, estábamos en plena crisis, el pueblo se dividió: unos adoraban a los dioses antiguos y otros a uno nuevo… Él me sacaría de esta guerra, el clero estábamos atrapados y nos obligábamos a hacer de “todo” por sobrevivir… Fueron dos largos años. “-Pensamiento apagado, era evidente que había sentido algo profundo por aquel hombre, y, aun así, le dolía.–“Aun recuerdo su regreso, la esperanza… Aún recuerdo como sus manos me destrozaban, tapaban mi cara, me ahogaba… Cuando mueres no hay nada, no hay dolor, no existes… Solo paz, el mundo te deja estar. Lo que duele realmente es la vida, es una herida profunda, y sobre todo si te arrancan de esa “muerte” y luego no sabes nada, porque no hay nadie… No sabes que eres un monstruo, no sabes que el sol te desprecia, no sabes nada… Hasta que viene la sed, te desgarra por dentro, y cuando la calmas ya sabes que las pesadillas existen. -Si gesto duro y sus pensamientos eran amargos, era evidente que la había traicionado, que ella no había elegido aquello. Ahora solo odiaba a su Hacedor, tenía un asunto pendiente con él. -A veces pienso en lo que fue morir, y me reconforta. “

Calló tras lo que fueron primeros pensamientos para disimular otros, terminando en confesión. Sus ojos se dirigieron a los ajenos, le miraba con esa intensidad que era capaz de calar en lo más profundo del alma, por un momento su mirada se perdió en sus labios con cierto tinte de reclamo, para luego volver a desviarse.

- “Volveremos a París, entonces, allí tengo refugio y es el siguiente destino. -Pensó en su vástago, no le gustaba los inquisidores, los odiaba con profundidad pero tendría que aguantarse, les venía bien ya que éste dominaba buena zona de la ciudad entre todos los inmortales, y luego estaba la "compañía" aun la esperaban para seguir la gira, tendría que rechazar. -"No te gustarán todas esas respuestas. Pero las tendrás. Lo sensato para mí hubiese acabado con “todo”, a pesar de todo lo que me has demostrado. -Sí, se refería a haber terminado con su vida, no hubiese sido la primera vez, pero él se había convertido en una debilidad sin quererlo. “Su” debilidad. -Es lo sensato y lo adecuado, pero… Ya lo dije hace años, serás tú el que termine con mi vida si nos volvíamos a reencontrar, porque yo no podría. Estás en tu derecho, aunque esos cuatros años ya no son lo mismo para mí, no quiero morir…


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Mensaje por Izrail Zuhair Mar Mar 21, 2017 7:41 am

Había accedido sin rechistar a la compañía del infante. Suponía, en lo más profundo de mi ser, que aquello solo era una necesidad florecida por la pérdida a la que había sido sometido y que se había visto agravada por los acontecimientos recientes. ¿Y porqué él? Quizá porque fuera el único de aquellos niños que realmente parecía no tener nada que perder, que mostraba las mismas marcas en su piel que yo mostraba cuando salí de aquellos mismos muros y porque había algo en su mirada que me había resultado soprendentemente familiar. Quizá sólo había sido un gesto egoísta e impulsivo pero todo llegaba y, tras la muerte de un hombre, el aprendiz se convierte en maestro y necesita tomar un pupilo para honrar la memoria del difunto.

Mi gesto se torció ante aquella muestra de poder sobrenatural que, por inocente y efímera que fuese, aún seguía resultandome extraño el hecho de convivir con algo que siempre había rechazado y combatido.

No me pasó desapercibido su bien disimulado nerviosismo, pero mi mente ofuscada, cansada y mi cuerpo aún malherido, pasaron por alto su silencio, dejando que las palabras que volvían a sonar en mi cabeza tomaran las riendas del tiempo presente sin apartar los ojos de aquel niño que, extrañado, miraba a los dos adultos que se iban a convertir en su familia, hablar sin pronunciar palabras, entenderse sin mirarse y proferirse ciertos gestos de cariño sin poder evitar ser como la noche y el día.

-"Supongo que la descendencia es algo de lo que no todos podemos disfrutar. A ti te la negaron y yo, en cambio, la rechacé de manera voluntaria hace muchos años a pesar de no haberme ordenado... pero siendo sincero conmigo mismo, por muy recto que sea mi camino y firme en mis creencias, mis actos no son ejemplo para educar a un niño. Ese pequeño de ahí, en cambio, podrá ser instruido como lo fui yo, sin el miedo de un padre a equivocarse por los errores que comenta en la educación de su hijo"- suspiré y miré con dureza al niño, más no era a él al que veía, sino a mí mismo -"Además, nunca hubo mujer en la tierra de la que yo mereciera tal regalo... tú eres lo que eres, y aún así, mujer, sigues ostentando un velo de humanidad mucho mayor que el mio. Yo solo soy un instrumento, un arma que marca un trozo de madera y lo da forma hasta que lo convierte en otra arma. Mi educación me dice que tu eres el monstruo y yo el ser humano, pero los hechos y mi corazón me dicen que es al revés. No sabes que eres un monstruo porque no lo eres a pesar de que gente como yo te vea así"- había cierta lástima en mis palabras; era la primera vez en toda mi vida que reconocía haber llegado a tal conclusión y, por el amor de Dios, lo estaba haciendo a través de un poder que yo había jurado destruir.

-"Por la noches, cuando veo a los demonios en sueños, incitándome a sucumbir a sus demandas, cuando ellos opacan todo ápice de la luz que Él me brinda, al despertar, pienso en acabar con todo... una bala de plomo, una estocada certera o un tajo rápido y todo finalizaría... pero a pesar de todo, nunca puedo. No eres la única que ha tenido esa tentación, muy humana, como todo en ti. Lo..."- titubeé, pasando por alto que las respuestas que me brindarían no iban a ser de mi agrado- "Lo importante es que ahora, estás aquí"- Esbocé una leve sonrisa y me puse en pie con mucha dificultad, haciendo brotar sangre de algunas heridas que aún no habían cerrado ni en su superficie.

Un gesto de mi mano indicó al niño y a la mujer que me acompañasen a la parte de atrás de la casa, una salida a las calles de la ciudad que conectaban directamente con el camino principal que nos llevaría de vuelta a Europa. Los dueños habían accedido a cederme dos caballos y un carro que habían llenado con víveres y mis pertenencias además de unas cortinas oscuras de color verde; todo ello a cambio de llevarme al niño y de 20 monedas de plata y 10 de oro que era cuanto llevaba encima.

-"Durante las horas de sol, permanecerás dentro. Intentaremos viajar predominantemente de noche... por cierto, el pequeño se llama Ylahiah,nombre del ángel que hará que los que fueron perjudicados sean resarcidos, los violentos encuentren la calma y los enemigos dejen de serlo."-


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Panegírico de media noche [Lakme] Empty Re: Panegírico de media noche [Lakme]

Mensaje por Lakme Mar Mar 21, 2017 12:39 pm

-Sé que mi sangre nunca ha llegado a extinguirse… Tuve una hermana y ella hijos. -Un recuerdo lejano, triste, doloroso cruzado por su mente, uno de sus primeros actos de monstruo, su llanto nunca llego a extinguirse entre sus pesadillas. Porque… Si, a pesar de que lucha por apagar su humanidad, a pesar de usar la coraza, ella también revive el tormento y la culpa. -Hubo un tiempo que les seguí la pista, pero viendo las circunstancias y “ellos” ansían que le dé mi don, dejé que el rastro se perdiese para siempre.

Era extraño hablar en aquel silencio, sin sonidos, sin labios que se moviesen… y Lakme se mordía el labio meditabundo ante lo que él le contaba. Era mortal y a pesar de que fuese un inquisidor atado a un código y normas de vida, era un hombre.
Poder de elección, si él quisiera podría detenerse, olvidarse de todo, formar su propia familia. Él tiene ese poder de elección, podría cerrar los ojos y hacer como si no hubiese ocurrido nada, ni que se hubiesen cruzado. Ella en cambio y por mucho que el tiempo le sobrase, sabe que en su camino no hay elección para dar un alto. Su carrera es continua si va lenta la arrastran con ella, tiene un destino contra el que siempre ha intentado luchar contradecirlo, ha usado todas las vías posibles, pero siempre se aferra a ella y tira arrastrándola a lo que “debe” de suceder, por mucho que la vida le depare sorpresas y obstáculo que le hace cuestionarse todo, cómo porque no ha terminado con todo aquello… Con la vida de aquel que tiene a su lado.

-Aún me sigues sorprendiendo, soldado… No paras de hacerlo, cuando suelo ser yo la que debe causar ese efecto. -Le sonríe con tristeza, pero a la vez con calidez, y más sonríe al ver su titubeo, nunca se imaginaría que un hombre como aquel también viese su voluntad quebrarse y tentarse con el paso de la muerte. Aquel hombre de piedra también se resquebraja, siente, es humano. – Estoy aquí Izrail, pero no soy humana, nunca debes de olvidarlo… No dejes tu mano tiemble.

Si, aquello último sonó con cierto deje de frialdad y dureza. ¿Le estaba acaso dando permiso? A pesar de todo, estaba el “otro” y él sabía por propias carnes lo que era capaz de hacer, que la llevaba a la perdición y la convertía en algo peor que un mero vampiro u otro ser de la noche.
Había nacido con un ser primigenio adherida a su propia alma, antes de toda religión o toda creencia, tan anciano como el mundo. No era un simple espíritu de otra alma atormentada, era algo casi desconocido.

Izrail finalmente se incorporó, y ella siguió sus pasos. Su rostro era muestra de reproche, consideraba que sus fuerzas aun no eran las suficientes para aquellas prisas que tenía, pero estar ahí junto a ella, era poner en peligro a todo lo que le rodeará. No tardaría en mandar más inquisidores, ni encontrar el desastre de la Iglesia debían de marcharse pronto.

El inquisidor fue más rápido y resolutivo que ella, todo previsto y ella no dejo de sostener la mano del pequeño Ylahiah.

-No vamos a viajar juntos Izrail. -Era su última palabra, ella había tomado una decisión y fue contundente, y sabía que el contrarrestaría su decisión. Pero a cabezonería no solían ganarle -Viajaré con vosotros parte del tramo, pero nos separaremos. No voy a exponeros del peligro, creo que deberíamos hacerlo así ser así… Solo quiero que te quedes con un nombre que te ayudará a encontrarme una vez pises París “Vecchio. Lucciano Vecchio”, ese nombre te llevará y si le revelas mi verdadero “Nebt Mefkat”, no tendrá duda de que eres de mi confianza.


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"... Entonces, con perpetua ambigüedad, rota, y sin sus alas, caminó por oscuros abismos, objeto grabado por aquel fuego eterno...":

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