Stigmata — Privado

El silencio fue apabullante, desgarrador, quizás demasiado terrible para una sola persona. Los recuerdos eran lacerantes; la vida misma le dolía, tanto como los estigmas en sus muñecas. No podía reconocer el reflejo de sí misma en el espejo, estaba marchita, como las hojas de los árboles durante el otoño. Tal vez demasiado atormentada, con la mente reducida a cenizas, sin hallar consuelo en que todo aquel infierno acabaría pronto. Odette había pasado de ser una mujer con ideales firmes a una persona confundida, temerosa y muy cerrada. No sé explicaba cómo había llegado a semejante punto de quiebre en su existencia; es más, ni siquiera consideraba que estuviera viviendo su propia vida, sino la de alguien más. Era un mal al que no le hallaba ninguna solución. Y para colmo, haber encontrado a Kirian en las mismas condiciones que ella, aumentó más su frustración.

Tal vez estaba asegurando su locura, pero estaba segura que había algo más en todo aquello; que de seguro, tras esas marcas en sus muñecas, se encontraba una historia completamente diferente. Las conclusiones iban y venían a prisa, sin intenciones claras de proporcionar respuestas certeras. Lo único que realmente la tranquilizaba era ir a determinados lugares, a los que antes ni siquiera se había atrevido a pisar, porque, siendo honesta consigo misma, nunca fue lo suficientemente devota. Sin embargo, ahora todo empezaba a cambiar, no sabía si para bien o para mal, simplemente era de ese modo, sin opciones a elegir. Se aferraba a la historia, a leyendas que creía siempre habían sido mitos, y ahora todo resultaba tomar una postura diferente, imposible, curiosa. Aun así, sentía que carecía de la falta de conocimiento necesario, que las decenas de ejemplares guardados entre los viejos estantes de una biblioteca no decían la verdad que ella buscaba. Odette empezó a buscar otras razones para satisfacer sus dudas, de poder encontrar el equilibrio entre el caos de sus propias memorias; quería recobrar su antigua integridad.

Y ocurrió que, mientras registraba algunos folios antiguos, ya envejecidos por el tiempo, hubo un nombre que atrajo toda su atención. El nombre yacía subrayado con una ligera mancha de tinta y anunciaba una introducción que no dejó de ser atractiva.

La abadía de Saint-Germain-des-Prés, había sido una antigua abadía benedictina ubicada en París, y una de las más prestigiosas, cuya fecha de fundación databa del siglo VI por un rey merovingio para santificar la reliquia de San Vicente Mártir. ¿Un rey merovingio? ¿Una reliquia? La cabeza de Odette dio vueltas, pero no pudo evitar la incertidumbre, el simple hecho de averiguar qué tanto ocultaba el lugar. Quizás ahí encontraría más respuestas que en Chartres, y acabaría con el enigma de Uriel que tanto la atormentaba, no sólo en sueños, sino en sus horas lúcidas.

Escapó sin que más nadie tuviera conocimiento de ello; fue sola, sin compañía. Aprovechó que los estigmas habían desaparecido y que, de momento, se encontraba en mejor situación. Por suerte, Saint-Germain-des-Prés se hallaba lo suficientemente cerca como para no contar con un viaje de horas molestas, por lo que fue realmente simple estar ahí sin ningún contratiempo. Aunque, lo único complicado fue el hecho de no poder internarse en el interior del edificio. Quiso valerse de sus habilidades para profanar el lugar, pero intentó ser lo más prudente posible. Tal vez si pedía ayuda a alguien, no le iba a ir tan mal. No obstante, ¿quién podía ayudarla a entrar? Sólo se quedó largo rato en el pórtico, esperando, y pensando en una solución factible. Pero antes de poder parpadear siquiera, su visión se nubló, como si se hubiera hecho de noche repentinamente. Y el nombre Uriel vibró en su mente, como un rayo fulminante.

El cuerpo de Odette cayó secamente al suelo, los estigmas volvieron a surcar sus muñecas, rememorando una crucifixión que no era física. ¿Qué era lo que estaba ocurriendo con ella?