AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Grilletes y cadenas (libre)
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Grilletes y cadenas (libre)
Abrí los ojos en una sombría celda, la sangre goteaba caliente por mi vientre, una herida de unos cuatro centímetros abierta por un puñal de plata era la consecuencia de una batalla nocturna contra un grupo de cazadores.
Debían haber estado siguiéndome durante varias lunas, pues acudieron a la cita pillándome por sorpresa, dardos para dormirme fue lo utilizado, aun así, aguante estoico en pie, desenfundando el acero.
La lucha no duro demasiado, pronto la vista se me nublo, sus dagas sentenciaron mi piel debilitando mi cuerpo y caí adormecido contra el empedrado de los suburbios parisinos.
Aun estaba bastante mareado dosis para un lobo cuando yo aun tenia la forma humana. Afiancé mis pies en la mazmorra, tratando de incorporarme, estaba herido, demasiada sangre perdida formando un charco.
Alcé la cabeza buscando el modo de escapar de esos grilletes que afianzaban mis muñecas. Por el minúsculo ventanal de piedra oscurecida entraba la turbia luz del atardecer, desconocía en que día u hora me encontraba, lo único de lo que si era consciente es de que tenia que escapar antes de que la dama blanca me alcanzara.
Si los cazadores tenían alguna duda y por ello me habían apresado y no matado directamente, ese seria la prueba necesaria para sin necesidad de juicio, ni juez, ni parte sentenciarme a muerte.
Tiré con brusquedad de las cadenas, estaban bien afianzadas a la parte alta de la celda.
Aun atontado por las drogas observé la celda, los grilletes en forma humana eran imposibles de soltar, pero posiblemente con el favor de la licantropia estos cedieran.
Los barrotes de la celda no serian complicados tampoco, mi única oportunidad residía en lo que condenaría, peor no tenia opción..esperar a que la dama blanca coronara el cielo.
Debían haber estado siguiéndome durante varias lunas, pues acudieron a la cita pillándome por sorpresa, dardos para dormirme fue lo utilizado, aun así, aguante estoico en pie, desenfundando el acero.
La lucha no duro demasiado, pronto la vista se me nublo, sus dagas sentenciaron mi piel debilitando mi cuerpo y caí adormecido contra el empedrado de los suburbios parisinos.
Aun estaba bastante mareado dosis para un lobo cuando yo aun tenia la forma humana. Afiancé mis pies en la mazmorra, tratando de incorporarme, estaba herido, demasiada sangre perdida formando un charco.
Alcé la cabeza buscando el modo de escapar de esos grilletes que afianzaban mis muñecas. Por el minúsculo ventanal de piedra oscurecida entraba la turbia luz del atardecer, desconocía en que día u hora me encontraba, lo único de lo que si era consciente es de que tenia que escapar antes de que la dama blanca me alcanzara.
Si los cazadores tenían alguna duda y por ello me habían apresado y no matado directamente, ese seria la prueba necesaria para sin necesidad de juicio, ni juez, ni parte sentenciarme a muerte.
Tiré con brusquedad de las cadenas, estaban bien afianzadas a la parte alta de la celda.
Aun atontado por las drogas observé la celda, los grilletes en forma humana eran imposibles de soltar, pero posiblemente con el favor de la licantropia estos cedieran.
Los barrotes de la celda no serian complicados tampoco, mi única oportunidad residía en lo que condenaría, peor no tenia opción..esperar a que la dama blanca coronara el cielo.
Sköll Dasan- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/09/2016
Re: Grilletes y cadenas (libre)
No solía visitar la cárcel, su responsabilidad estaba con la capilla del orfanato (y bastante trabajo que tenía allí) sin embargo, había llegado una carta de la comisaría al orfanato, diciendo que necesitaban un Sacerdote urgentemente para la absolución de los pecados de un par de reos que estaban condenados a la pena de muerte. Al parecer el sacerdote encargado de esa área no se encontraba disponible y por esta razón Diodore tuvo que acudir al recinto.
En su pueblo natal siendo el único sacerdote en el lugar, tuvo que encargarse de todo tipo de situaciones, incluyendo las visitas a los presos, sin embargo la cárcel de París era mucho más grande y el ambiente sombrío y lúgubre logró ponerle nervioso, haciéndole sentir como si fuera la primera vez que hacía ese tipo de servicios sacerdotales.
Una vez había terminado de hablar con el infortunado (A quien tenían acusado de haber matado a varias personas) y llevar a cabo todo el proceso necesario, comenzó a recorrer los largos pasillos y terminó perdiéndose entre lo que parecía un laberinto de celdas mugrosas y oscuras. Fue a dar a una mazmorra bastante alejada del resto, no había ruido con en las celdas del segundo piso, donde los presos gritaban cosas obscenas cuando él pasaba, sino una extraña quietud que le hizo sentir indefenso y asustado a pesar de saber que quien fuera que estuviese en ese lugar, no representaba un peligro para él estando detrás de las rejas.
- ¡Jesucristo nuestro señor! - Exclamó llevándose una mano a los labios cunado divisó al hombre en la celda, estaba ensangrentado y su rostro lucía pálido a pesar de que la piel del hombre estuviera bronceada por el sol, notó la cantidad de sangre que manchaba el suelo y se acercó rápidamente hacía los barrotes - ¿Se encuentra usted bien? - La pregunta resultaba un poco tonta dado el contexto, claramente ese hombre no estaba bien - ¿Quiere que le traiga agua? - Agregó con expresión preocupada – Soy el Sacerdote del orfanato, pero estoy de paso remplazando al anterior sacerdote de la cárcel, me llamo Diodore Pomeroy – Se apresuró a decir – Esa herida no se ve bien ¿Ya han llamado a un Doctor?-
En su pueblo natal siendo el único sacerdote en el lugar, tuvo que encargarse de todo tipo de situaciones, incluyendo las visitas a los presos, sin embargo la cárcel de París era mucho más grande y el ambiente sombrío y lúgubre logró ponerle nervioso, haciéndole sentir como si fuera la primera vez que hacía ese tipo de servicios sacerdotales.
Una vez había terminado de hablar con el infortunado (A quien tenían acusado de haber matado a varias personas) y llevar a cabo todo el proceso necesario, comenzó a recorrer los largos pasillos y terminó perdiéndose entre lo que parecía un laberinto de celdas mugrosas y oscuras. Fue a dar a una mazmorra bastante alejada del resto, no había ruido con en las celdas del segundo piso, donde los presos gritaban cosas obscenas cuando él pasaba, sino una extraña quietud que le hizo sentir indefenso y asustado a pesar de saber que quien fuera que estuviese en ese lugar, no representaba un peligro para él estando detrás de las rejas.
- ¡Jesucristo nuestro señor! - Exclamó llevándose una mano a los labios cunado divisó al hombre en la celda, estaba ensangrentado y su rostro lucía pálido a pesar de que la piel del hombre estuviera bronceada por el sol, notó la cantidad de sangre que manchaba el suelo y se acercó rápidamente hacía los barrotes - ¿Se encuentra usted bien? - La pregunta resultaba un poco tonta dado el contexto, claramente ese hombre no estaba bien - ¿Quiere que le traiga agua? - Agregó con expresión preocupada – Soy el Sacerdote del orfanato, pero estoy de paso remplazando al anterior sacerdote de la cárcel, me llamo Diodore Pomeroy – Se apresuró a decir – Esa herida no se ve bien ¿Ya han llamado a un Doctor?-
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 10/04/2011
Localización : El orfanato
Re: Grilletes y cadenas (libre)
Elevé la mirada hacia aquel hombre que me miraba desde los barrotes con el gesto enturbiado por la imagen dantesca que debía proyectar.
Abrí los ojos centrándome en él, era un hombre moreno, por sus vestimentas parecía un orador o un hombre de dios, posiblemente lo segundo.
Desconocía exactamente donde me encontraba, pensaba que en una mazmorra, que había sido preso de cazadores furtivos, mas ahora empezaba a atar cavos y la cosa pintaba mucho peor, si estaba en manos de la inquisición ya podía despedirme de este mundo. A fin de cuentas cuando la dama blanca coronara el cielo ellos descubrirían que yo estaba maldito.
Tenia la boca reseca, estaba mareado no solo por las drogas si no por esa herida hecha con plata que no cerraba.
-Tengo sed -aseguré mirando al hombre, veía innecesario responder a su pregunta obviamente mi lamentable estado hablaba por mi mismo, no, claro que no estaba bien.
Las dudas quedaron resueltas cuando él mismo me explico que era el cura del orfanato, mas que estaba sustituyendo momentáneamente al párroco que acudía a prisión.
Dos preguntas respondidas, estaba en la cárcel.
-Tengo sed -repetí haciendo acopio de mis fuerzas para recolocar los pies en el suelo, sobre el charco de sangre y alzarme para que me mirara de frente como a un hombre y no como a un cobarde.
Yo era un orgulloso alfa, no pensaba dar el placer a ninguno de ellos de verme sucumbir.
Aquel hombre francamente aparentaba preocupado, quizás no tuviera nada que ver con mi encierro y pudiera aprovechar esto como ventaja para fugarme de esa celda.
-No creo que llamen a ningún medico -aseguré -mas entiendo de heridas y podría guiarte si me haces el favor de entrar, clamar mi sed y de paso coser mi piel.
Lo mire de soslayo esperando su reacción, ese hombre era mi única oportunidad de escapar, si no tendría que esperar a que la madre luna me llamara y que los grilletes cedieran a mi poder, claro que después me enfrentaría a los barrotes y a un ejercito armado de plata posiblemente.
Abrí los ojos centrándome en él, era un hombre moreno, por sus vestimentas parecía un orador o un hombre de dios, posiblemente lo segundo.
Desconocía exactamente donde me encontraba, pensaba que en una mazmorra, que había sido preso de cazadores furtivos, mas ahora empezaba a atar cavos y la cosa pintaba mucho peor, si estaba en manos de la inquisición ya podía despedirme de este mundo. A fin de cuentas cuando la dama blanca coronara el cielo ellos descubrirían que yo estaba maldito.
Tenia la boca reseca, estaba mareado no solo por las drogas si no por esa herida hecha con plata que no cerraba.
-Tengo sed -aseguré mirando al hombre, veía innecesario responder a su pregunta obviamente mi lamentable estado hablaba por mi mismo, no, claro que no estaba bien.
Las dudas quedaron resueltas cuando él mismo me explico que era el cura del orfanato, mas que estaba sustituyendo momentáneamente al párroco que acudía a prisión.
Dos preguntas respondidas, estaba en la cárcel.
-Tengo sed -repetí haciendo acopio de mis fuerzas para recolocar los pies en el suelo, sobre el charco de sangre y alzarme para que me mirara de frente como a un hombre y no como a un cobarde.
Yo era un orgulloso alfa, no pensaba dar el placer a ninguno de ellos de verme sucumbir.
Aquel hombre francamente aparentaba preocupado, quizás no tuviera nada que ver con mi encierro y pudiera aprovechar esto como ventaja para fugarme de esa celda.
-No creo que llamen a ningún medico -aseguré -mas entiendo de heridas y podría guiarte si me haces el favor de entrar, clamar mi sed y de paso coser mi piel.
Lo mire de soslayo esperando su reacción, ese hombre era mi única oportunidad de escapar, si no tendría que esperar a que la madre luna me llamara y que los grilletes cedieran a mi poder, claro que después me enfrentaría a los barrotes y a un ejercito armado de plata posiblemente.
Sköll Dasan- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 06/09/2016
Re: Grilletes y cadenas (libre)
La petición no le pareció para nada descabellada, comenzaba a descubrir que en París las cosas eran muy diferentes a su pueblo natal, a veces la gente trataba a los presos como animales y no como seres humanos, como si el hecho de haber cometido un crimen les convirtiera en bestias y no tuvieran el mismo derecho a ser tratados con dignidad. Sintió pena por el hombre cuando dijo que no creía que trajeran a un doctor, Diodore sabía que probablemente decía la verdad, además no había visto ningún doctor en el edificio desde que había llegado.
-Por supuesto, espere un momento – Comentó y corrió por el pasillo de regreso a las oficinas donde estaban los guardias, nadie le preguntó nada, ni le cuestionó porque se estaba llevando una cantimplora con agua, ni porqué había cogido unos vendajes del botiquín de la oficina, la gente no solía cuestionar a los sacerdotes, después de todo ¿Porqué alguien iba a desconfiar de un siervo de Dios?.
Al cabo de unos 10 minutos estaba regresando a esa mazmorra en el sótano, aún no llegaba la noche pero el sitio ya se había oscurecido bastante y se preguntaba porque ese hombre que no lucía tan peligroso, habría sido puesto en esa mazmorra tan alejada del resto. ¿Estaría cometiendo un error al ayudarlo?.
-Aquí tiene – Le ofreció la cantimplora con agua por entre las rejas y se apresuró a buscar el manojo de llaves que había cogido del escritorio de uno de los guardias, comenzó a probar una por una hasta que dio con la que necesitaba y abrió la puerta entrando en la celda tan rápido como podía – He traído una vendas... lamento mucho no tener otros utensilios médicos, fue todo lo que encontré – Le explicó, un Doctor estaría preparado con un maletín lleno de herramientas y medicina, pero el era un simple Sacerdote.
Sin importarle que se le mojara la sotana con la sangre que estaba en el suelo, se agachó hasta estar a la altura del vientre del hombre donde se veía la herida. Estaba sucia así que por sentido común lo primero que se le ocurrió fue limpiarla. Tomó lo que quedaba de agua en la cantimplora y regó un poco sobre la herida para limpiar la tierra que tenía alrededor.
- ¿Cuál es su nombre? - Le preguntó mientras tomaba las vendas y se preguntaba como sería la mejor forma de tapar la herida para que no siguiera sangrando.
-Por supuesto, espere un momento – Comentó y corrió por el pasillo de regreso a las oficinas donde estaban los guardias, nadie le preguntó nada, ni le cuestionó porque se estaba llevando una cantimplora con agua, ni porqué había cogido unos vendajes del botiquín de la oficina, la gente no solía cuestionar a los sacerdotes, después de todo ¿Porqué alguien iba a desconfiar de un siervo de Dios?.
Al cabo de unos 10 minutos estaba regresando a esa mazmorra en el sótano, aún no llegaba la noche pero el sitio ya se había oscurecido bastante y se preguntaba porque ese hombre que no lucía tan peligroso, habría sido puesto en esa mazmorra tan alejada del resto. ¿Estaría cometiendo un error al ayudarlo?.
-Aquí tiene – Le ofreció la cantimplora con agua por entre las rejas y se apresuró a buscar el manojo de llaves que había cogido del escritorio de uno de los guardias, comenzó a probar una por una hasta que dio con la que necesitaba y abrió la puerta entrando en la celda tan rápido como podía – He traído una vendas... lamento mucho no tener otros utensilios médicos, fue todo lo que encontré – Le explicó, un Doctor estaría preparado con un maletín lleno de herramientas y medicina, pero el era un simple Sacerdote.
Sin importarle que se le mojara la sotana con la sangre que estaba en el suelo, se agachó hasta estar a la altura del vientre del hombre donde se veía la herida. Estaba sucia así que por sentido común lo primero que se le ocurrió fue limpiarla. Tomó lo que quedaba de agua en la cantimplora y regó un poco sobre la herida para limpiar la tierra que tenía alrededor.
- ¿Cuál es su nombre? - Le preguntó mientras tomaba las vendas y se preguntaba como sería la mejor forma de tapar la herida para que no siguiera sangrando.
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
- Mensajes : 314
Fecha de inscripción : 10/04/2011
Localización : El orfanato
Re: Grilletes y cadenas (libre)
El hombre religioso corrió de forma apresurada por el corredor, parecía haberle impactado verme tan ensangrentado. Aquel pobre hombre aun no lo sabia, pero era mi única opción para escapar de allí.
Pasados cinco minutos el sacerdote o lo que quiera que fuera volvió frente a mi, abrí los ojos agotado buscando su mirada parda, estaba sediento, me trato de pasar la cantimplora entre las rejas, mas fui incapaz de cogerla, mis manos estaban apresadas por los grilletes, imposible alcanzar.
Vi al hombre pelear con un manojo de llaves hasta que la puerta cedió sin mas, este se adentro por ella a toda velocidad, lo primero acerco a mi boca la boquilla de la cantimplora, por suerte y aun resbalando parte del liquido por mi barbilla y cuello pude saciar mi sed.
-Gracias -aseguré mirando al cura fijamente.
Este se agachó para quedar a la altura de mi vientre, inspecciono la herida alzándome ligeramente la camisola empapada en sangre mientras se disculpaba por no tener mas que unas vendas limpias para parar esa hemorragia.
Yo era mucho mas ducho en heridas de guerra, claro que ese hombre parecía perdido en sus propias reglas.
-Podría señor soltar los grilletes, al menos el de una mano si teme que escape, yo mismo le indicaré que hacer para poder limpiar la herida.
No tenéis aguja e hilo, mas seguro que podréis tomar algo de acero, acercarlo al incesante fuego y dejarlo al rojo para así cauterizar la herida. No es complicado -aseguré con la voz entrecortada por el dolor.
Tenia que ganar tiempo, pronto llegaría la madre luna y si lograba soltara una de mis manos, escapar seria relativamente sencillo. Lo malo es que si no huía de mi, perdida la conciencia humana podría desmembrarlo
-Me llamo Annibal -le dije sonriendo de medio lado -¿y tu? Pareces un hombre de dios, estoy seguro que ayudar al prójimo es una de sus enseñanzas ¿verdad?
Observé al hombre de arriba a bajo, parecía una buena persona, no se merecía lo que iba a suceder en ese lugar, tenia que pensar rápido, no quería llevar en mi conciencia la muerte de un hombre que lo había dado todo por ayudarme.
Desvié mi mirada hacia el pequeño ventanal, el ocaso estaba llegando, en menos de una hora, la luna llena me bendeciría con su fuerza, mi herida cicatrizaría con mayor rapidez y mi fuerza así como mi aspecto cambiaría trasformandome en una bestia.
Pasados cinco minutos el sacerdote o lo que quiera que fuera volvió frente a mi, abrí los ojos agotado buscando su mirada parda, estaba sediento, me trato de pasar la cantimplora entre las rejas, mas fui incapaz de cogerla, mis manos estaban apresadas por los grilletes, imposible alcanzar.
Vi al hombre pelear con un manojo de llaves hasta que la puerta cedió sin mas, este se adentro por ella a toda velocidad, lo primero acerco a mi boca la boquilla de la cantimplora, por suerte y aun resbalando parte del liquido por mi barbilla y cuello pude saciar mi sed.
-Gracias -aseguré mirando al cura fijamente.
Este se agachó para quedar a la altura de mi vientre, inspecciono la herida alzándome ligeramente la camisola empapada en sangre mientras se disculpaba por no tener mas que unas vendas limpias para parar esa hemorragia.
Yo era mucho mas ducho en heridas de guerra, claro que ese hombre parecía perdido en sus propias reglas.
-Podría señor soltar los grilletes, al menos el de una mano si teme que escape, yo mismo le indicaré que hacer para poder limpiar la herida.
No tenéis aguja e hilo, mas seguro que podréis tomar algo de acero, acercarlo al incesante fuego y dejarlo al rojo para así cauterizar la herida. No es complicado -aseguré con la voz entrecortada por el dolor.
Tenia que ganar tiempo, pronto llegaría la madre luna y si lograba soltara una de mis manos, escapar seria relativamente sencillo. Lo malo es que si no huía de mi, perdida la conciencia humana podría desmembrarlo
-Me llamo Annibal -le dije sonriendo de medio lado -¿y tu? Pareces un hombre de dios, estoy seguro que ayudar al prójimo es una de sus enseñanzas ¿verdad?
Observé al hombre de arriba a bajo, parecía una buena persona, no se merecía lo que iba a suceder en ese lugar, tenia que pensar rápido, no quería llevar en mi conciencia la muerte de un hombre que lo había dado todo por ayudarme.
Desvié mi mirada hacia el pequeño ventanal, el ocaso estaba llegando, en menos de una hora, la luna llena me bendeciría con su fuerza, mi herida cicatrizaría con mayor rapidez y mi fuerza así como mi aspecto cambiaría trasformandome en una bestia.
Sköll Dasan- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/09/2016
Re: Grilletes y cadenas (libre)
Diodore no entendía porqué había necesidad de colocarle grilletes a un hombre que está herido y débil, especialmente cuando estaba encerrado en una celda. No se le ocurrió que quizás aquel hombre era demasiado peligroso y esas precauciones eran necesarias, el sacerdote siempre esperaba lo mejor de las personas y siempre confiaba en que tuvieran buenas intenciones.
Se quedó anonadado cuando el hombre le había explicado lo que tenía que hacer para cauterizar la herida. Sintió como se le revolvía el estómago al imaginar lo que implicaba. Meses atrás había tenido una experiencia similar bastante traumática para él, un Lince salvaje se había colado en la capilla y había descubierto con horror, que el animal se había transformado en una persona. Además del shock que le había causado saber que una persona podía transformarse en un gato salvaje, ¡había tenido que sacar dos casquetes de bala de la pierna del pobre hombre con sus propias manos!.
-¡Dios santo! Nunca creí que tendría que hacer algo parecido – Comentó mientras comenzaba a buscar cerillas para poder encender la chimenea que estaba apagada – Pero desde que llegué a París me han sucedido todo tipo de cosas... muy variopintas – Finalmente encontró unos cerillos olvidados y empolvados al lado de la chimenea que en vez de madera tenía carbones.
-Seguro que los médicos tienen nervios de acero, teniendo que enfrentarse a este tipo de situaciones con regularidad – Agregó encendiendo una débil llama bajo los carbones que lentamente comenzó a arder. Se giró hacía el preso que ahora revelaba su nombre y agregó – Gusto en conocerle Monsieur Annibal aunque las condiciones no sean las más adecuadas – Comenzó a buscar entre el manojo de llaves que había cogido de los guardas y empezó a probarlas una por una sin mucho éxito – Si, como te decía, soy el sacerdote e la Capilla del Orfanato, recientemente transferido desde Bayeux, el pueblo donde crecí – Le explicó mientras seguí probando las llaves – Por supuesto que ayudar al prójimo esta en las enseñanzas de Jesús nuestro señor... pienso que, sin importar las circunstancias uno debe siempre de ayudar a quien lo necesite -
Terminó de probar todas las llaves, pero ninguna pareció funcionar con los grilletes, eran demasiado grandes o delgadas para el agujero.
-Lo siento, al parecer estas llaves son sólo de las celdas – Comentó con expresión frustrada, sentía miedo de tener que hacer la curación él sólo, especialmente porque la herida parecía profunda ¿Y si lo hacía mal y sólo lograba empeorar la situación de Annibal? - Creo... que tendré que hacerlo yo sólo -
Los carbones en la chimenea se habían encendido en su totalidad y ahora una cálida tibieza inundaba la celda antes gélida.
Se quedó anonadado cuando el hombre le había explicado lo que tenía que hacer para cauterizar la herida. Sintió como se le revolvía el estómago al imaginar lo que implicaba. Meses atrás había tenido una experiencia similar bastante traumática para él, un Lince salvaje se había colado en la capilla y había descubierto con horror, que el animal se había transformado en una persona. Además del shock que le había causado saber que una persona podía transformarse en un gato salvaje, ¡había tenido que sacar dos casquetes de bala de la pierna del pobre hombre con sus propias manos!.
-¡Dios santo! Nunca creí que tendría que hacer algo parecido – Comentó mientras comenzaba a buscar cerillas para poder encender la chimenea que estaba apagada – Pero desde que llegué a París me han sucedido todo tipo de cosas... muy variopintas – Finalmente encontró unos cerillos olvidados y empolvados al lado de la chimenea que en vez de madera tenía carbones.
-Seguro que los médicos tienen nervios de acero, teniendo que enfrentarse a este tipo de situaciones con regularidad – Agregó encendiendo una débil llama bajo los carbones que lentamente comenzó a arder. Se giró hacía el preso que ahora revelaba su nombre y agregó – Gusto en conocerle Monsieur Annibal aunque las condiciones no sean las más adecuadas – Comenzó a buscar entre el manojo de llaves que había cogido de los guardas y empezó a probarlas una por una sin mucho éxito – Si, como te decía, soy el sacerdote e la Capilla del Orfanato, recientemente transferido desde Bayeux, el pueblo donde crecí – Le explicó mientras seguí probando las llaves – Por supuesto que ayudar al prójimo esta en las enseñanzas de Jesús nuestro señor... pienso que, sin importar las circunstancias uno debe siempre de ayudar a quien lo necesite -
Terminó de probar todas las llaves, pero ninguna pareció funcionar con los grilletes, eran demasiado grandes o delgadas para el agujero.
-Lo siento, al parecer estas llaves son sólo de las celdas – Comentó con expresión frustrada, sentía miedo de tener que hacer la curación él sólo, especialmente porque la herida parecía profunda ¿Y si lo hacía mal y sólo lograba empeorar la situación de Annibal? - Creo... que tendré que hacerlo yo sólo -
Los carbones en la chimenea se habían encendido en su totalidad y ahora una cálida tibieza inundaba la celda antes gélida.
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 10/04/2011
Localización : El orfanato
Re: Grilletes y cadenas (libre)
Observé al hombre en silencio, las manos le temblaban mientras buscaba la llave que pudiera abrir esos grilletes y por tanto concederme la libertad, mas por desgracia ninguna resulto ser la correcta.
Sus ojos me buscaron desesperados, parecía sufrir en silencio casi mas dolor de el que en el fondo albergaba mi cuerpo.
Mi condición de licantropo lograba atajar gran parte del dolor, de no ser una herida abierta por una hoja de plata a estas alturas ni siquiera sangraría.
Asentí cuando menciono que el mismo se veía obligado a cauterizar esa herida, aunque dada sus dilatadas pupilas juraría que su pulso no seria todo lo firme deseado por mi persona, mas me las tendría que arreglar con lo que había.
-yo te guiaré -sentencié con seguridad -mírame -le pedí para que alzara su vista para encontrar la seguridad de la mía -lo he hecho muchas veces, no te preocupes, lo podre soportar.
El hombre parecía no estar tan convencido como yo, mas ¿acaso tenia otra opción si quería servir a su dios?
Ladeé la sonrisa sin poder evitarlo al verlo nervioso, estos religiosos que poco estaban acostumbrados a las gestas y la sangre que se derrama en estas.
-lo primero, trae alcohol -estoy seguro de que en la mesa de ahí fuera, donde hace guardia uno de los soldados habrá una petaca.
El párroco no dudo en correr hacia allí para traermela.
-Dame un trago -le pedí, no es que calmara mucho el dolor tan poca cantidad, mas algo haría para empezar.
Esté la acerco a mi boca y yo bebí sediento todavía, me relamí para volver a hundir mis ojos en sus pardos.
-Bien, pon la daga o el cuchillo o lo que hayas conseguido en la lumbre, hasta que el acero tome un tono rojizo, mientras eso pasa, lanza alcohol en la herida, desinfectara algo.
El hombre se movía atarantado de un lugar a otro, supongo que ese era el motivo por el que los hombres de dios no solían luchar y si poner la otra mejilla en su lugar.
-Padre, relájese, soy yo a quien va a quemar -bromeé sonriendo.
Esperaba que aquella pequeña broma le sacara del caos en el que se estaba sumiendo.
Dejó caer alcohol por mi piel, sisee evidenciando una pequeña mueca de dolor mientras de nuevo el cristiano me miraba con gesto padecedor.
-Bien padre, ahora el acero -dije con la respiración entrecortada mientras con la cabeza le señalaba el candente fuego -No se contenga, tiene que presionar bien contra la piel, es el único modo de que la herida se cauterice, si no solo me quemará pero no funcionara ¿entiende?
Sus ojos me buscaron desesperados, parecía sufrir en silencio casi mas dolor de el que en el fondo albergaba mi cuerpo.
Mi condición de licantropo lograba atajar gran parte del dolor, de no ser una herida abierta por una hoja de plata a estas alturas ni siquiera sangraría.
Asentí cuando menciono que el mismo se veía obligado a cauterizar esa herida, aunque dada sus dilatadas pupilas juraría que su pulso no seria todo lo firme deseado por mi persona, mas me las tendría que arreglar con lo que había.
-yo te guiaré -sentencié con seguridad -mírame -le pedí para que alzara su vista para encontrar la seguridad de la mía -lo he hecho muchas veces, no te preocupes, lo podre soportar.
El hombre parecía no estar tan convencido como yo, mas ¿acaso tenia otra opción si quería servir a su dios?
Ladeé la sonrisa sin poder evitarlo al verlo nervioso, estos religiosos que poco estaban acostumbrados a las gestas y la sangre que se derrama en estas.
-lo primero, trae alcohol -estoy seguro de que en la mesa de ahí fuera, donde hace guardia uno de los soldados habrá una petaca.
El párroco no dudo en correr hacia allí para traermela.
-Dame un trago -le pedí, no es que calmara mucho el dolor tan poca cantidad, mas algo haría para empezar.
Esté la acerco a mi boca y yo bebí sediento todavía, me relamí para volver a hundir mis ojos en sus pardos.
-Bien, pon la daga o el cuchillo o lo que hayas conseguido en la lumbre, hasta que el acero tome un tono rojizo, mientras eso pasa, lanza alcohol en la herida, desinfectara algo.
El hombre se movía atarantado de un lugar a otro, supongo que ese era el motivo por el que los hombres de dios no solían luchar y si poner la otra mejilla en su lugar.
-Padre, relájese, soy yo a quien va a quemar -bromeé sonriendo.
Esperaba que aquella pequeña broma le sacara del caos en el que se estaba sumiendo.
Dejó caer alcohol por mi piel, sisee evidenciando una pequeña mueca de dolor mientras de nuevo el cristiano me miraba con gesto padecedor.
-Bien padre, ahora el acero -dije con la respiración entrecortada mientras con la cabeza le señalaba el candente fuego -No se contenga, tiene que presionar bien contra la piel, es el único modo de que la herida se cauterice, si no solo me quemará pero no funcionara ¿entiende?
Sköll Dasan- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/09/2016
Re: Grilletes y cadenas (libre)
Seguía tan nervioso como en un comienzo, se dio cuenta de que de su frente había comenzado a bajar una fina gota de sudor, aún cuando estuvieran en medio del invierno y las temperaturas no eran lo suficientemente altas como para que el cuerpo sudara. Acató las órdenes de Annibal tan rápido como podía, aún en medio de su torpeza, intentando hacerlo en el menor tiempo posible, pues le daba la impresión de que esa herida tan grande, no le daría mucho tiempo al pobre hombre.
¿Era ese el camino que Dios había escogido para él? Se preguntaba mientras le pasaba el alcohol y se lo echaba en la herida tal y como él le decía. Cuando se había convertido en sacerdote, se había prometido así mismo que nunca negaría ayuda a una alma necesitaba, sin importar la situación, pero francamente nunca esperó que eso incluyera hacer labores de cirujano.
-Se nota que no es su primera vez en este tipo de situaciones – Comentó Diodore trayendo una de las varillas de metal con las que la gente revolvía los carbones o los maderos en las chimeneas, gran parte de la punta estaba encendida en un amarillo intenso y iluminaba tenuemente la habitación. Con manos temblorosas el Sacerdote acercó el metal y conteniendo la respiración la presionó contra la piel tan fuerte como pudo.
Sintió como si se le encogiera el estómago de la impresión. El olor a piel quemada fue lo primero que notó y ese fuerte olor le causó una ligera nausea. Pero lo que más le impresionó fue la valentía y la templanza con la que Annibal afrontaba esa situación tan abominable. No se alcanzaba a imaginar el dolor que el pobre hombre estaba sintiendo y se encontró sobrecogido con la actitud tranquila de Annibal a pesar de las circunstancias.
Separó el metal y la piel quedó chamuscada tornada en un color oscuro, no sabía si lo había hecho bien o si debía volverlo a hacer, ¡Virgen Santisima del perpetuo purgatorio ojala y no le tocara hacerlo de nuevo! Rogaba mentalmente mientras esperaba que el hombre recuperara el aliento.
- ¿Se... se encuentra bien? - Era obvio que Annibal estaba adolorido, pero no podía evitar preguntar - ¿Ahora debo poner la venda o hay que esperar? -
¿Era ese el camino que Dios había escogido para él? Se preguntaba mientras le pasaba el alcohol y se lo echaba en la herida tal y como él le decía. Cuando se había convertido en sacerdote, se había prometido así mismo que nunca negaría ayuda a una alma necesitaba, sin importar la situación, pero francamente nunca esperó que eso incluyera hacer labores de cirujano.
-Se nota que no es su primera vez en este tipo de situaciones – Comentó Diodore trayendo una de las varillas de metal con las que la gente revolvía los carbones o los maderos en las chimeneas, gran parte de la punta estaba encendida en un amarillo intenso y iluminaba tenuemente la habitación. Con manos temblorosas el Sacerdote acercó el metal y conteniendo la respiración la presionó contra la piel tan fuerte como pudo.
Sintió como si se le encogiera el estómago de la impresión. El olor a piel quemada fue lo primero que notó y ese fuerte olor le causó una ligera nausea. Pero lo que más le impresionó fue la valentía y la templanza con la que Annibal afrontaba esa situación tan abominable. No se alcanzaba a imaginar el dolor que el pobre hombre estaba sintiendo y se encontró sobrecogido con la actitud tranquila de Annibal a pesar de las circunstancias.
Separó el metal y la piel quedó chamuscada tornada en un color oscuro, no sabía si lo había hecho bien o si debía volverlo a hacer, ¡Virgen Santisima del perpetuo purgatorio ojala y no le tocara hacerlo de nuevo! Rogaba mentalmente mientras esperaba que el hombre recuperara el aliento.
- ¿Se... se encuentra bien? - Era obvio que Annibal estaba adolorido, pero no podía evitar preguntar - ¿Ahora debo poner la venda o hay que esperar? -
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
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Localización : El orfanato
Re: Grilletes y cadenas (libre)
La herida quedo cauterizada, mi cuerpo rendido callo de nuevo dejando el peso de este sobre las cadenas que pendían del techo, estaba agotado, algo que era evidente, aunque su pregunta me hizo ladear ligeramente la sonrisa.
-Estoy para ir de burdeles -bromeé hundiendo mis pardos en los suyos -y ahora ve -le aconsejé.
No había encontrado las llaves de mis cadenas, así que todo tendría que ser a las malas y no a las buenas, mi sangre ya hervía calcinando mis venas, pronto la luz plata de madre luna se colaría por aquel pequeño ventanuco y la bestia aparecería matando a todo aquel que se interpusiera en mi camino.
Ese hombre me había ayudado, no deseaba hacerle ningún daño y que acabara siendo una victima de un daño colateral.
Pronto se desataría una batalla a muerte entre cazadores y bestia ¿quien ganaría? No lo sabia, mas de lago estaba mas que convencido, no me cogerían con vida.
Si moría tenia que ser en la batalla, no atado como un misero animal y menos como diversión de esos que juraban hacer las cosas en nombre de dios.
Yo no era hijo de dios, mas tampoco era el demonio, aunque puede que me acercara mas a él por mi condición, aunque lo único que deseaba era vivir en paz.
Mi manada me esperaba en España, nunca me arrepentí de ser l oque era, pues jamas hice daño nada que no lo mereciera.
Mis ojos volvieron a hundirse en los del párroco que inmóvil me miraba como si no entendiera las prisas que de pronto me habían entrado.
-Márchese padre, pues no he pecado, mas pronto lo haré, márchese -pedí ahogando un quejido mientras mis palabras sonaban entrecortadas por le dolor el cansancio.
Todo ello pasaría cuando la bestia se convirtiera en mi y yo en ella, el calor se apoderaba de mi, mis huesos dolían, el cambio pronto comenzaría.
Jadeé con la respiración rápida, mis ojos se tronaron amar y mi mirada se alzo fija en aquella dama blanca que ahora coronaba el cielo.
Aullé como el lobo que era mientras mi cuerpo cambiaba de forma violenta. Zarpas en vez de uñas, mi boca se alago trasformándose en un morro de afilados dientes y como no mi cuerpo creció, era un alfa, doblaba el tamaño a los de mi especie. Un tirón, otro, y otro fue cuanto necesité para que las cadenas cedieran y la libertad me fuera concedida.
-Estoy para ir de burdeles -bromeé hundiendo mis pardos en los suyos -y ahora ve -le aconsejé.
No había encontrado las llaves de mis cadenas, así que todo tendría que ser a las malas y no a las buenas, mi sangre ya hervía calcinando mis venas, pronto la luz plata de madre luna se colaría por aquel pequeño ventanuco y la bestia aparecería matando a todo aquel que se interpusiera en mi camino.
Ese hombre me había ayudado, no deseaba hacerle ningún daño y que acabara siendo una victima de un daño colateral.
Pronto se desataría una batalla a muerte entre cazadores y bestia ¿quien ganaría? No lo sabia, mas de lago estaba mas que convencido, no me cogerían con vida.
Si moría tenia que ser en la batalla, no atado como un misero animal y menos como diversión de esos que juraban hacer las cosas en nombre de dios.
Yo no era hijo de dios, mas tampoco era el demonio, aunque puede que me acercara mas a él por mi condición, aunque lo único que deseaba era vivir en paz.
Mi manada me esperaba en España, nunca me arrepentí de ser l oque era, pues jamas hice daño nada que no lo mereciera.
Mis ojos volvieron a hundirse en los del párroco que inmóvil me miraba como si no entendiera las prisas que de pronto me habían entrado.
-Márchese padre, pues no he pecado, mas pronto lo haré, márchese -pedí ahogando un quejido mientras mis palabras sonaban entrecortadas por le dolor el cansancio.
Todo ello pasaría cuando la bestia se convirtiera en mi y yo en ella, el calor se apoderaba de mi, mis huesos dolían, el cambio pronto comenzaría.
Jadeé con la respiración rápida, mis ojos se tronaron amar y mi mirada se alzo fija en aquella dama blanca que ahora coronaba el cielo.
Aullé como el lobo que era mientras mi cuerpo cambiaba de forma violenta. Zarpas en vez de uñas, mi boca se alago trasformándose en un morro de afilados dientes y como no mi cuerpo creció, era un alfa, doblaba el tamaño a los de mi especie. Un tirón, otro, y otro fue cuanto necesité para que las cadenas cedieran y la libertad me fuera concedida.
Sköll Dasan- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/09/2016
Re: Grilletes y cadenas (libre)
Annibal se quedó un momento quieto, recuperándose del dolor que había experimentado momentos atrás y Diodore le miró compungido, deseando poder hacer algo para calmar ese dolor. Al menos podía bromear con que tenía energía para ir a un Burdel, esto le hizo sonreír. Sin embargo la petición de que se fuera le sorprendió ¿Porqué el afán?, Diodore no quería irse hasta cerciorarse de que estuviese fuera de peligro, la herida estaba cauterizada, pero aún así sentía que el hombre no había pasado del estado crítico y necesitaba de la visita de un médico.
-Pero... - Intentó remilgar, sin embargo se le ocurrió que sería mejor si buscaba un doctor de verdad que pudiera terminar el tratamiento – Iré a buscar un doctor – Le anunció, entonces algo muy extraño comenzó a ocurrir, Annibal había aullado como un animal, como un lobo y su piel había comenzado a cambiar, las venas se le brotaban y pareciera como si algo atrapado dentro de su cuerpo quisiera salir.
Se quedó pasmado observando con horror como el cuerpo cambiaba, el miedo que lo envolvió le impidió moverse de su lugar, el animal en el que se había transformado era casi tan alto como el techo de la mazmorra y naturalmente los grilletes no lograrían contener sus enormes brazos.
-¡SE HA TRANSFORMADO! ¡TRAED LA MUNICIÓN DE PLATA! - Un grito se escuchó por el pasillo y luego pasos, dos hombres que no iban vestidos como los policías que trabajaban en la cárcel, habían aparecido por el umbral, uno llevaba una antorcha en una mano y el otro traía lo que parecía una escopeta de dos barriles.
Diodore pareció salir del trance en el que estaba, todo sucedía demasiado rápido y trastabilló hacía atrás sin saber si debía correr ¿Acaso no era esa bestia un hombre amable hacía un par de minutos?.
- ¡Padre Aléjese de la bestia! - Le gritó uno de los hombres que seguía a varios metros de distancia, el segundo continuaba cargando la escopeta con balas de plata tan rápido como le permitían sus manos temblorosas.
-Pero... - Intentó remilgar, sin embargo se le ocurrió que sería mejor si buscaba un doctor de verdad que pudiera terminar el tratamiento – Iré a buscar un doctor – Le anunció, entonces algo muy extraño comenzó a ocurrir, Annibal había aullado como un animal, como un lobo y su piel había comenzado a cambiar, las venas se le brotaban y pareciera como si algo atrapado dentro de su cuerpo quisiera salir.
Se quedó pasmado observando con horror como el cuerpo cambiaba, el miedo que lo envolvió le impidió moverse de su lugar, el animal en el que se había transformado era casi tan alto como el techo de la mazmorra y naturalmente los grilletes no lograrían contener sus enormes brazos.
-¡SE HA TRANSFORMADO! ¡TRAED LA MUNICIÓN DE PLATA! - Un grito se escuchó por el pasillo y luego pasos, dos hombres que no iban vestidos como los policías que trabajaban en la cárcel, habían aparecido por el umbral, uno llevaba una antorcha en una mano y el otro traía lo que parecía una escopeta de dos barriles.
Diodore pareció salir del trance en el que estaba, todo sucedía demasiado rápido y trastabilló hacía atrás sin saber si debía correr ¿Acaso no era esa bestia un hombre amable hacía un par de minutos?.
- ¡Padre Aléjese de la bestia! - Le gritó uno de los hombres que seguía a varios metros de distancia, el segundo continuaba cargando la escopeta con balas de plata tan rápido como le permitían sus manos temblorosas.
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 10/04/2011
Localización : El orfanato
Re: Grilletes y cadenas (libre)
La voz de los soldados resonó en el pasillo, plata, querían darme caza, matarme para ser mas exactos.
Gruñí con los ojos ámbar enfrentando a esos hombres que ahora frente a la celda llegaban.
Los grilletes cedieron, como no, mi fuerza era desmesurada, bestial diría yo.
Podía oler el miedo, no solo en los que cargaban sus fusiles con el pulso tembloroso, si no en el párroco que en mi misma celda observaba aquel acto diabólico aterrado e incrédulo.
Por un momento mis ojos se centraron en él, mostré mis blancos dientes acercándome hasta su rostro, ojos que se cerraron al sentir mi aliento cálido en su cara, ese hombre me había ayudado y parecía que la bestia era capaz en ese momento de discernir la ayuda del pobre hombre que se aferraba a la cruz como un guerrero a su espada o un marinero a la mar.
Mi cuerpo chocó con las verjas de hierro, dos disparos sordos que me acertaron en el lomo.
Aullido de dolor, gruñido desesperado y aullido a madre luna para recuperar el aliento.
Un nuevo envite basto para que las rejas cedieran, ahora tenían a la bestia de frente mientras volvían a cargar la pólvora en sus armas.
Mi zarpa alcanzo a uno partiendolo en dos, inerte calló al suelo incapaz de mas que de emitir un quejido de dolor.
Al segundo lo alcanzaron mis fauces, su cuello entre ellas sucumbió, la yugular extraída, charco de sangre y mi hocico carmesí que se relamió.
Mis zancadas se perdieron por el pasillo de la prisión, aullando endolorido por los dos disparos y las heridas que aun martillaban mi cuerpo busque la salvación de mi alma, expiar mis pecados era algo que le dejaba al párroco que posiblemente aun rezaba por su vida en esa celda que habíamos compartido aun siendo hombres los dos.
Mas disparos, mas muerte, mas sangre ,mas devastación, hasta que el bosque me acogió y mi cuerpo cedió malherido frente al manantial de aguas cristalinas donde solo encontré paz.
Allí, agazapado esperaba que me encontrara el sol y que en ese tiempo mi cuerpo curara, esa era mi única opción de pasar desapercibido, si me encontraban de nuevo la gesta por la supervivencia daría comienzo.
Hombres contra bestia, esa era y seria la guerra eterna.
Gruñí con los ojos ámbar enfrentando a esos hombres que ahora frente a la celda llegaban.
Los grilletes cedieron, como no, mi fuerza era desmesurada, bestial diría yo.
Podía oler el miedo, no solo en los que cargaban sus fusiles con el pulso tembloroso, si no en el párroco que en mi misma celda observaba aquel acto diabólico aterrado e incrédulo.
Por un momento mis ojos se centraron en él, mostré mis blancos dientes acercándome hasta su rostro, ojos que se cerraron al sentir mi aliento cálido en su cara, ese hombre me había ayudado y parecía que la bestia era capaz en ese momento de discernir la ayuda del pobre hombre que se aferraba a la cruz como un guerrero a su espada o un marinero a la mar.
Mi cuerpo chocó con las verjas de hierro, dos disparos sordos que me acertaron en el lomo.
Aullido de dolor, gruñido desesperado y aullido a madre luna para recuperar el aliento.
Un nuevo envite basto para que las rejas cedieran, ahora tenían a la bestia de frente mientras volvían a cargar la pólvora en sus armas.
Mi zarpa alcanzo a uno partiendolo en dos, inerte calló al suelo incapaz de mas que de emitir un quejido de dolor.
Al segundo lo alcanzaron mis fauces, su cuello entre ellas sucumbió, la yugular extraída, charco de sangre y mi hocico carmesí que se relamió.
Mis zancadas se perdieron por el pasillo de la prisión, aullando endolorido por los dos disparos y las heridas que aun martillaban mi cuerpo busque la salvación de mi alma, expiar mis pecados era algo que le dejaba al párroco que posiblemente aun rezaba por su vida en esa celda que habíamos compartido aun siendo hombres los dos.
Mas disparos, mas muerte, mas sangre ,mas devastación, hasta que el bosque me acogió y mi cuerpo cedió malherido frente al manantial de aguas cristalinas donde solo encontré paz.
Allí, agazapado esperaba que me encontrara el sol y que en ese tiempo mi cuerpo curara, esa era mi única opción de pasar desapercibido, si me encontraban de nuevo la gesta por la supervivencia daría comienzo.
Hombres contra bestia, esa era y seria la guerra eterna.
Sköll Dasan- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/09/2016
Re: Grilletes y cadenas (libre)
El enorme lobo se había acercado tanto que pudo sentir el aliento sobre su cara y apreciar sus enormes colmillos. Diodore no recordaba haber sentido tanto miedo en otro momento de su vida, por unos instantes creyó que el animal le arrancaría la cabeza de un mordisco, pero unos momentos después, se retiró y atacó a los hombres que le habían disparado. Observó sin dar crédito a sus ojos, como la bestia partía a uno de los infelices en dos, la cantidad de sangre que salió desperdigada por el aire le dejó tan impactado que por unos instantes olvidó respirar.
El segundo hombre fue mordido en el cuello y Diodore observó lo que hubiera podido ocurrirle a él minutos antes, cuando los colmillos se enterraron en la piel y partieron fácilmente músculos y huesos. Ninguno de los cazadores parecía tener experiencia para enfrentar a la bestia, por lo que, sus muertes fueron relativamente rápidas, quizás era la primera vez que se enfrentaban a uno, pensó Diodore por unos instantes.
Minutos después se encontró sólo en la celda cayendo de rodillas, rodeado de sangre y tripas. El lobo había escapado y la náusea finalmente le fue imposible de controlar y se encontró vomitando en el suelo todo lo que había comido durante el día.
= Es... es mi... culpa – Murmuró cuando creyó que no podía vomitar más, ayudando a Annibal, había condenado a esos dos pobres hombres que habían llegado en su ayuda. ¿Pero como iba a saberlo? Se preguntaba con expresión mortificada ¿Y si hubiera sabido de antemano que aquel hombre se transformaría en una bestia, le habría ayudado de todas formas?.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y comenzó a jadear aún de rodillas. Su cuerpo temblaba entre el miedo y la culpa que ahora sentía.
- Perdóname, Dios Padre... - Sollozó desolado mientras al fondo escuchaba más gritos y pasos de hombres acercándose a la mazmorra.
El segundo hombre fue mordido en el cuello y Diodore observó lo que hubiera podido ocurrirle a él minutos antes, cuando los colmillos se enterraron en la piel y partieron fácilmente músculos y huesos. Ninguno de los cazadores parecía tener experiencia para enfrentar a la bestia, por lo que, sus muertes fueron relativamente rápidas, quizás era la primera vez que se enfrentaban a uno, pensó Diodore por unos instantes.
Minutos después se encontró sólo en la celda cayendo de rodillas, rodeado de sangre y tripas. El lobo había escapado y la náusea finalmente le fue imposible de controlar y se encontró vomitando en el suelo todo lo que había comido durante el día.
= Es... es mi... culpa – Murmuró cuando creyó que no podía vomitar más, ayudando a Annibal, había condenado a esos dos pobres hombres que habían llegado en su ayuda. ¿Pero como iba a saberlo? Se preguntaba con expresión mortificada ¿Y si hubiera sabido de antemano que aquel hombre se transformaría en una bestia, le habría ayudado de todas formas?.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y comenzó a jadear aún de rodillas. Su cuerpo temblaba entre el miedo y la culpa que ahora sentía.
- Perdóname, Dios Padre... - Sollozó desolado mientras al fondo escuchaba más gritos y pasos de hombres acercándose a la mazmorra.
Diodore Pomeroy- Humano Clase Baja
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