Te presento tus cadenas {Privé}

por **Zaccharie Chevigné** Miér Dic 17, 2014 11:55 am

Atardecer en París. La residencia Chevigné se cubría con una impresionante capa de dorado. Un tono cobrizo le esperaba detrás, y así sucesivamente hasta matar el día. Paralelamente a este combate de colores sin rival, se entrenaban los hermanos mayores de la familia. O más bien, uno enfrentara y el otro procuraba resistir. Zaccharie era el primero; Octavien, el segundo. A pesar de tener la misma sangre, parecía que aparte de eso sólo tenían en común haberse desarrollado en el mismo vientre.

En medio del patio en la zona posterior de la mansión, se batían a duelo dos cazadores. El más alto y forzudo de los dos se consideraba afortunado del linaje de cazadores milenarios que corría por sus venas; el más esbelto, no podía decir que la fortuna lo hubiera favorecido.

Esa cara de niño bonito… no por nada le decían a su hermano «el ángel Chevigné». La viva imagen de su santa madre tanto por fuera como por dentro. Blando y débil. Lo veía arrugar la frente con cada choque de espadas; Zaccharie sabía que era el sonido que menos toleraba, así que impactaba más fuerte el acero. ¿Tan insignificante era su hermano menor que un ruido podía desestabilizarlo? Pues mal por él; mientras no le ocurriera cazando en público, por Zaccharie que hiciera lo que quisiera mientras no amenazara el poco honor que le quedaba a la familia.

¡Ah! A propósito de honor. Ahora que tanto él como Thylane estaban bajo su patria potestad, tenía facultades para disponer de ambos futuros. Y ya tenía algo en mente para Octavien. Bueno, era más que eso; había tomado cartas en el asunto. Estaba a punto de anunciárselo a su aturdido hermano.

Haciendo provecho de su distracción, Zaccharie golpeó el filo de la espada de su contrincante hacia arriba y, aprovechando la oportunidad creada, lo golpeó directamente en el estómago con una firme patada que más que patada fue un empujón potente. Así derribó a quien difícilmente llamaría rival. Le sonrió arrogante desde arriba.

—No estás tan mal, Octavien. Has mejorado. —envainó el acero y continuó mofándose— Como sea, no podías estar peor.

Tenía una risa tan petulante como él; no despertaba simpatía, sino más bien intolerancia para quien lo escuchaba, pero como Octavien ya estaba acostumbrado, simplemente le daba la espalda en silencio. Sería más factible discutir con una pared que con Zaccharie.

—Oh vamos, cambia esa cara. —dio una palmada a la espalda del escritor camuflado— No como tu hermano, sino como amo y señor de esta casa y de todo lo que está adentro, tengo noticias para ti. Yo que tú, escucharía. Después de todo, se trata de tu futuro y no del mío. A quien más debería interesar es a ti. Y claro… a tu… digamos, futura esposa.

Cuando los ojos celestes de Octavien se abrieron de par en par buscando una explicación, el ego de Zaccharie sobrepasó el nivel de las nubes. Un compromiso arreglado era el plan que procedería a explicar. A que su hermanito no se esperaba esa.