AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The start of something new {Mathieu | Flashback}
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The start of something new {Mathieu | Flashback}
Área industrial de París
2 meses después del fallecimiento de Monsieur Béranger
2 meses después del fallecimiento de Monsieur Béranger
Vestidas completamente de negro, madre e hija se dirigieron, rodeadas de los asesores que habían acompañado al difunto Monsieur Béranger en su largo recorrido en el mundo de los negocios, a la fábrica de donde salía la mayor parte de su fortuna. Como hija única, Yvette se había convertido en la dueña de los negocios que su padre había comenzado en vida. Supervisada, por supuesto, por Clara, su madre, y el séquito de ayudantes que las acompañaban en aquella visita. La hechicera —que aún no había empezado ni siquiera a sospechar que lo era— había decidido visitar la fábrica a pesar de los consejos que había recibido para que no lo hiciera. ¿Por qué? La respuesta era simple: como heredera de toda la fortuna de la familia Béranger, sentía la responsabilidad de conocer de primera mano la fuente de todo el dinero que le permitía vivir en su jaula de oro y, de paso, saber cómo se estaba gestionando el dinero que su padre había invertido ahí.
Las mujeres se bajaron del coche y fueron recibidas por los capataces incluso antes de que cruzaran las puertas del recinto. Todo eran halagos y buenas intenciones, pero ninguna de las dos estaba ahí para escuchar palabras bonitas que adulaban sus oídos. Terminarían lo que habían ido a hacer y se marcharían a seguir guardando el luto a casa. Los sentimientos tras la inesperada muerte de Monsieur Béranger todavía estaban latentes y salían a flote con facilidad. Ese había sido uno de los motivos por los que Clara la aconsejó no realizar aquella visita, pero Yvette no quería demorar aquello mucho más tiempo. Tenía que conocer todo tan bien como lo había hecho él.
Las respuestas a las preguntas de cortesía las respondían con monosílabos si era posible, o respuestas muy escuetas cuando necesitaban explayarse más. Los capataces hablaban con los consejeros, en su mayoría, dejando a Yvette más bien de lado. A pesar de que el dinero salía de sus arcas, el hecho de que fuera mujer les hacía sentirse reticentes sobre la capacidad que tendría para gestionar todo eso. Aunque se lo esperaba, aquel gesto le molestó.
Caminaba al final del grupo, observando todo con ojos más críticos que la mayoría. La zona que les estaban enseñando era tranquila de algún modo; no había la suciedad que esperaba encontrar, ni el ruido o las máquinas y, sobre todo, no había trabajadores. Con el ceño fruncido se adelantó al grupo y se colocó junto al hombre que en ese momento explicaba a su madre algo que no escuchó.
—Tengo unas cuestiones que hacerle, monsieur Lombard —habló por primera vez la hechicera, haciendo que todos fijaran sus ojos en ella—. Bueno, en realidad, sólo es una. —Miró a su alrededor antes de continuar—. ¿Dónde se produce lo que sale de aquí, exactamente? ¿Dónde están las máquinas, los trabajadores? —Esperó la respuesta unos pocos segundos, pero, al no recibirla siguió hablando—. Me gustaría verlos.
El hombre tampoco contestó, y por lo que Yvette pudo apreciar, su petición no le gustó. Se hizo un silencio incómodo entre los visitantes de la fábrica, y en el momento en el que Clara iba a decir algo para romper la tensión, se escuchó alboroto al final del pasillo. Dos hombres se acercaban seguidos por otros que intentaban cortarles el paso. Parecía que los primeros tenían prisa, y el gesto de sus caras mostraba preocupación. La joven miró al capataz, cuyo rostro había quedado completamente pálido. La desvió hacia los hombres, que ya habían llegado a la altura del grupo, y se cruzó de brazos esperando a lo que fuera que llegara ahora. Parecía que aquella visita se iba a poner interesante.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: The start of something new {Mathieu | Flashback}
Algo malo debía tener el trabajo, o de otro modo, ya se habrían encargado los ricos de robárselo a los pobres.
Jornadas de casi doce horas, ininterrumpidas. Una producción constante, repetitiva, alta exigencia física y mental, alto riesgo de accidente, de lesión, mutilación y muerte. Así era la vida de los trabajadores durante la revolución industrial. Un mal que surgió en Inglaterra, pero que se extendió pronto a los países del entorno. Pronto llegaría a París, tan pronto como los burgueses echaran a los nobles y sus privilegios, para instaurar un nuevo pensamiento que permitía exprimir a una persona hasta la misma muerte por una miseria al día.
Mathieu no nació en aquel barrio, ni siquiera en la ciudad, pero sentía que pertenecía a todo aquello. No había muchos otros lugares donde ganarse la vida, ciertamente, porque no había mucho más que supiera hacer. A pesar de saber leer y escribir, y en varios idiomas, nada de eso resultaba de utilidad si no contaba con buenas referencias; es decir, privilegios y contactos que le hicieran llegar a puestos donde podrían aprovecharse bien sus cualidades. Pero como antes que nada debía sobrevivir, y llevarse algo a la boca, terminó trabajando en las fábricas.
Dada su capacidad física sobrenatural resultaba ser un buen trabajador, altamente productivo en cualquier puesto al que fuera destinado. Había sufrido algunos accidentes que, de haberle ocurrido a cualquier otro, estaría hecho polvo y en cambio él apenas había sufrido lesiones y bajas leves. Las veces que más tiempo estuvo ausente no fue por motivos de salud, sino legales: ha pisado la cárcel en más de una ocasión. ¿Por qué? Por violento. Porque cuando los capataces y los dueños capitalistas se pasaban de la raya con "su gente", intervenía. En solitario o en grupo, protestando y extorsionando para conseguir un mejor trato. Y vaya si lo ha conseguido. Empezaba a ser una molestia para los capataces.
Hacía poco tiempo que el dueño de aquella fábrica había fallecido. Ahora los derechos de posesión pasarían a su hija única, y los rumores empezaban a correr. Temían que su nueva hija no tuviera ni idea de llevar una fábrica y optara por vender, y entonces se irían todos a la calle. O que la dejara en manos de un ávido consultor que terminaría despiezando la fábrica, poco a poco, hasta dejarla en nada, a costa de una dueña que no se enteraba de nada.
Estaban preocupados, ciertamente, y se reunían a veces para tratar el asunto. Pero cuando se produjo un derrumbe dentro de la fábrica, las preocupaciones inmediatas eran atender a los heridos. Porque los había, y unos cuantos. Una gran maquinaria había caído sobre algunos operarios. A la mayoría sólo les había dado de lado y estaban heridos, pero en pie y con todos los huesos en su sitio. Sin embargo, haciendo recuento, al parecer uno de ellos había quedado atrapado debajo. Le hablaban, pero no contestaba. Dos trabajadores salieron corriendo para buscar ayuda. Haciendo uso de su fuerza sobrenatural Mathieu intentó levantar la pesada máquina, con ayuda de sus compañeros... sin éxito. No había forma de alzar aquello a peso.
Jornadas de casi doce horas, ininterrumpidas. Una producción constante, repetitiva, alta exigencia física y mental, alto riesgo de accidente, de lesión, mutilación y muerte. Así era la vida de los trabajadores durante la revolución industrial. Un mal que surgió en Inglaterra, pero que se extendió pronto a los países del entorno. Pronto llegaría a París, tan pronto como los burgueses echaran a los nobles y sus privilegios, para instaurar un nuevo pensamiento que permitía exprimir a una persona hasta la misma muerte por una miseria al día.
Mathieu no nació en aquel barrio, ni siquiera en la ciudad, pero sentía que pertenecía a todo aquello. No había muchos otros lugares donde ganarse la vida, ciertamente, porque no había mucho más que supiera hacer. A pesar de saber leer y escribir, y en varios idiomas, nada de eso resultaba de utilidad si no contaba con buenas referencias; es decir, privilegios y contactos que le hicieran llegar a puestos donde podrían aprovecharse bien sus cualidades. Pero como antes que nada debía sobrevivir, y llevarse algo a la boca, terminó trabajando en las fábricas.
Dada su capacidad física sobrenatural resultaba ser un buen trabajador, altamente productivo en cualquier puesto al que fuera destinado. Había sufrido algunos accidentes que, de haberle ocurrido a cualquier otro, estaría hecho polvo y en cambio él apenas había sufrido lesiones y bajas leves. Las veces que más tiempo estuvo ausente no fue por motivos de salud, sino legales: ha pisado la cárcel en más de una ocasión. ¿Por qué? Por violento. Porque cuando los capataces y los dueños capitalistas se pasaban de la raya con "su gente", intervenía. En solitario o en grupo, protestando y extorsionando para conseguir un mejor trato. Y vaya si lo ha conseguido. Empezaba a ser una molestia para los capataces.
Hacía poco tiempo que el dueño de aquella fábrica había fallecido. Ahora los derechos de posesión pasarían a su hija única, y los rumores empezaban a correr. Temían que su nueva hija no tuviera ni idea de llevar una fábrica y optara por vender, y entonces se irían todos a la calle. O que la dejara en manos de un ávido consultor que terminaría despiezando la fábrica, poco a poco, hasta dejarla en nada, a costa de una dueña que no se enteraba de nada.
Estaban preocupados, ciertamente, y se reunían a veces para tratar el asunto. Pero cuando se produjo un derrumbe dentro de la fábrica, las preocupaciones inmediatas eran atender a los heridos. Porque los había, y unos cuantos. Una gran maquinaria había caído sobre algunos operarios. A la mayoría sólo les había dado de lado y estaban heridos, pero en pie y con todos los huesos en su sitio. Sin embargo, haciendo recuento, al parecer uno de ellos había quedado atrapado debajo. Le hablaban, pero no contestaba. Dos trabajadores salieron corriendo para buscar ayuda. Haciendo uso de su fuerza sobrenatural Mathieu intentó levantar la pesada máquina, con ayuda de sus compañeros... sin éxito. No había forma de alzar aquello a peso.
Mathieu- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 76
Fecha de inscripción : 27/01/2017
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Re: The start of something new {Mathieu | Flashback}
Yvette esperaba la respuesta a la pregunta que le había planteado al capataz, que se había quedado mudo ante la curiosidad insistente de la joven. Cuando los dos trabajadores aparecieron al fondo del pasillo se sintió aliviado al pensar que ya no tendría que dar explicaciones sobre dónde se trabajaba allí, pero aquello sólo duró el tiempo que tardó en darse cuenta de que algo había pasado. Los hombres parecían alterados. y los otros dos que les seguían habían perdido el aliento hacía un buen rato. La joven los observó en silencio, pasando desapercibida en la medida de lo posible. Tenían la ropa y la piel con manchas de lo que parecía hollín, aceite o Dios sabía qué. Eran hombres fuertes, musculosos y bien curtidos, no como los que Yvette estaba acostumbrada a ver en su círculo social, más blandos en todos los aspectos. Ellos la miraron un momento antes de hablar y la hechicera sintió que sabían perfectamente quién era ella, aunque fuera la primera vez que pisaba la fábrica.
—Monsieur, ha ocurrid... —El capaz le cortó de lleno al trabajador que había empezado a hablar, señalado al grupo y dando a entender que no era el momento. El hombre volvió a intentarlo, pero ante la nueva negativa de su superior agachó la cabeza, aguantando probablemente las ganas de darle una buena bofetada. El otro aprovechó el momento para continuar la frase—. Una maquinaria se ha derrumbado atrapando a un trabajador. No contesta.
Yvette miró a ambos trabajadores con la cara desencajada, para nada había esperado que algo así pudiera ocurrir. Clara se cubrió la boca y ahogó un grito. Los asesores de Monsieur Béranger palidecieron de golpe, como si hubieran visto un fantasma. El capataz respiró hondo estirando la espalda tanto como pudo, como si necesitara imponer su orden en aquel caos que se acababa de presentar. La joven le miró, esperando algún tipo de reacción por su parte, alguna solución, pero nada. Seguía tan callado como con ella. ¿A qué demonios esperaba para hacer algo?
—¿Qué es lo que debe hacerse en estos casos? —preguntó, claramente asustada. La vida de un hombre estaba en juego—. Monsieur Lombard, se lo estoy preguntando a usted.
Silencio. Unos murmullos llegaban desde el fondo, donde los asesores más alejados comentaban algo que no se entendía desde el frente. Nadie parecía hacer nada, e Yvette empezaba a impacientarse.
—Todos a la fábrica —dijo, mirando a los asesores. Éstos la miraron sin comprender y la ignoraron completamente. No sólo no pensaban hacer nada, sino que, además, no la pensaban obedecer, cuando se suponía que era ella la que ponía el dinero—. He dicho que vayan a la fábrica. —Más caras largas y nada de movimiento—. ¡A la fábrica! ¡YA! —gritó.
Al fin comenzaron a moverse, perezosos y todavía dudosos de lo que hacer. Siguieron a los dos trabajadores, que también se habían quedado un poco asustados con el grito que había dado Yvette, pero se recompusieron rápidamente. La vida de su compañero estaba en juego, así que cuanto antes llegaran, más opciones habría de sacarlo con vida de ahí. Ella tampoco tenía claro qué podrían hacer todos allí, pero si necesitaban manos había un nutrido grupo de personas que podían ayudar. Clara se acercó a ella y le dijo que no era buena idea, pero la rubia, con su cabezonería habitual, siguió al grupo de hombres hasta que llegaron a la zona de producción.
Si lo que había visto en el pasillo le había parecido caótico, lo que se encontró allí era un millón de veces peor. El ruido era ensordecedor, la suciedad lo impregnaba todo, y los restos de la maquinaria que se había derrumbado asomaban por encima de todo lo demás, fiel testigo de la desgracia que los rodeaba. Yvette se llevó una mano al vientre, como si se intentara sujetar a sí misma para no caer por la impresión. El resto de trabajadores seguían intentando levantar la máquina, sin éxito.
—Haga algo, monsieur Lombard —dijo, haciéndose oír por encima del terrible ruido que había a su alrededor—. Hay un hombre ahí debajo. ¡Por el amor de Dios! ¡Haga algo!
—Monsieur, ha ocurrid... —El capaz le cortó de lleno al trabajador que había empezado a hablar, señalado al grupo y dando a entender que no era el momento. El hombre volvió a intentarlo, pero ante la nueva negativa de su superior agachó la cabeza, aguantando probablemente las ganas de darle una buena bofetada. El otro aprovechó el momento para continuar la frase—. Una maquinaria se ha derrumbado atrapando a un trabajador. No contesta.
Yvette miró a ambos trabajadores con la cara desencajada, para nada había esperado que algo así pudiera ocurrir. Clara se cubrió la boca y ahogó un grito. Los asesores de Monsieur Béranger palidecieron de golpe, como si hubieran visto un fantasma. El capataz respiró hondo estirando la espalda tanto como pudo, como si necesitara imponer su orden en aquel caos que se acababa de presentar. La joven le miró, esperando algún tipo de reacción por su parte, alguna solución, pero nada. Seguía tan callado como con ella. ¿A qué demonios esperaba para hacer algo?
—¿Qué es lo que debe hacerse en estos casos? —preguntó, claramente asustada. La vida de un hombre estaba en juego—. Monsieur Lombard, se lo estoy preguntando a usted.
Silencio. Unos murmullos llegaban desde el fondo, donde los asesores más alejados comentaban algo que no se entendía desde el frente. Nadie parecía hacer nada, e Yvette empezaba a impacientarse.
—Todos a la fábrica —dijo, mirando a los asesores. Éstos la miraron sin comprender y la ignoraron completamente. No sólo no pensaban hacer nada, sino que, además, no la pensaban obedecer, cuando se suponía que era ella la que ponía el dinero—. He dicho que vayan a la fábrica. —Más caras largas y nada de movimiento—. ¡A la fábrica! ¡YA! —gritó.
Al fin comenzaron a moverse, perezosos y todavía dudosos de lo que hacer. Siguieron a los dos trabajadores, que también se habían quedado un poco asustados con el grito que había dado Yvette, pero se recompusieron rápidamente. La vida de su compañero estaba en juego, así que cuanto antes llegaran, más opciones habría de sacarlo con vida de ahí. Ella tampoco tenía claro qué podrían hacer todos allí, pero si necesitaban manos había un nutrido grupo de personas que podían ayudar. Clara se acercó a ella y le dijo que no era buena idea, pero la rubia, con su cabezonería habitual, siguió al grupo de hombres hasta que llegaron a la zona de producción.
Si lo que había visto en el pasillo le había parecido caótico, lo que se encontró allí era un millón de veces peor. El ruido era ensordecedor, la suciedad lo impregnaba todo, y los restos de la maquinaria que se había derrumbado asomaban por encima de todo lo demás, fiel testigo de la desgracia que los rodeaba. Yvette se llevó una mano al vientre, como si se intentara sujetar a sí misma para no caer por la impresión. El resto de trabajadores seguían intentando levantar la máquina, sin éxito.
—Haga algo, monsieur Lombard —dijo, haciéndose oír por encima del terrible ruido que había a su alrededor—. Hay un hombre ahí debajo. ¡Por el amor de Dios! ¡Haga algo!
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: The start of something new {Mathieu | Flashback}
Naturalmente, toda la producción en la fábrica se detuvo. La producción no era de línea, dado que este tipo de producción no se había desarrollado todavía, siendo posterior. Sin embargo sí habían adoptado algo parecido, y allí dentro se adoptaban tres o cuatro fases del mismo proceso productivo; aunque los objetos producidos ni se empezaban allí ni se terminaban en aquella planta. Aun así, como el proceso que se había detenido era de los primeros, el resto de los trabajadores tampoco podían seguir trabajando ya que no tenían con qué trabajar. Además había algunos que directamente se veían incapaces de trabajar mientras hubiera un trabajador aplastado por una maquinaria, por la angustia que les generaba. Otros, generalmente los más veteranos, seguirían trabajando de ser posible, porque a muchos les retribuían una miseria en cuanto a horas, y el grueso de sus ingresos dependían de la producción. Así que fábrica parada equivalía a menos dinero; que ya era poco.
Eso se reflejaba en el ambiente en la planta de la fábrica. Sí, la mayoría habían parado y estaban comentando entre ellos, con claros gestos de preocupación o rabia, lo que había ocurrido. Otros tantos, principalmente los hombres más fuertes, trataban de levantar la máquina. Pero era demasiado pesada, y ni siquiera veinte de ellos, rodeándola por completo, podían levantarla a fuerza. Y, por otro lado, había grupos de algunas personas que se mostraban más bien indiferentes con la situación; casi que accidente era más un inconveniente para ellos que para el trabajador. Esto podría mostrar, quizá, una falta de empatía enorme. Pero desde luego lo que evocaba era que aquello sucedía en más ocasiones. Que no era la primera vez. Y seguramente, no sería la última.
Los trabajadores se esforzaban, pero no había manera de alzarlo lo suficiente. Tampoco querían forzar demasiado al subirla, pues parte de la maquinaria estaba todavía colgando de la pared. Si caía del todo y terminaba de aplastar al hombre, las pocas esperanzas de vida que pudiera tener se desvanecerían. - Vamos a necesitar la polea, una grúa... algo. - Dijo Mathieu, casi sin resuello. Eso no era algo que dependiera de ellos, los trabajadores, sino que necesitaba de la aprobación de algún capataz o inspector intermedio. Incluso para cuestiones de vida o muerte. Por eso, entre otras cosas, aquellos dos trabajadores salieron corriendo buscando ayuda.
Fue entonces cuando vio la comitiva de gente importante. La nueva dueña, alguna dama de compañía, algunos directivos y también algunos capataces. Él sabía quién era ella, pero seguramente ella no sabría quién era él. Bueno, quizá de oídas, podría haber escuchado a su padre quejarse de un "trabajador molesto" que lideró una huelga bastante sonada un par de años atrás, y que terminó en la cárcel. Tanto rendía que fue capaz de contratarlo de nuevo, a pesar de todo. Desde luego fue algo inesperado, aun así, ¿cómo iba a poder ayudarles aquella mujer?
Seguramente los capataces dieran la autorización para emplear las poleas del techo de la fábrica para levantar la maquinaria. Al fin y al cabo tenían la producción parada, y eso les costaba dinero; y además la indemnización por muerte era también otro gasto. Un gasto que podía cubrir en apenas cinco días de producción normal, pero un gasto al fin y al cabo. Las poleas las usaban para poder mover toda aquella maquinaria pesada con mayor facilidad. No las movían a diario, claro, pero resultaban muy útiles para su montado, desmontado, instalación, reparaciones o cualquier eventualidad como aquella. Empezaron a pasar cuerdas y a moverlas, y atarlas a la parte superior de la maquinaria, que ahora quedaba de lado contra el suelo. Junto a la maquinaria algunos trabajadores seguían hablando con el hombre atrapado, sin obtener respuesta.
Con las cuerdas atadas empezaron a levantar al monstruo pesado de hierro, tiradas por las manos de los trabajadores, que se daban prisa aunque lo hacían de manera coordinada para que ninguna parte quede descompensada y pudiera ceder alguna cuerda.
Pero no había nada que hacer por él.
La máquina había caído atrapando una mitad de su cuerpo. La superior. Todo, desde la caja torácica hasta su cabeza, estaban aplastadas. Estaba completamente hecha papilla contra el suelo y contra el hierro fundido. Las reacciones empezaron a sucederse.
Eso se reflejaba en el ambiente en la planta de la fábrica. Sí, la mayoría habían parado y estaban comentando entre ellos, con claros gestos de preocupación o rabia, lo que había ocurrido. Otros tantos, principalmente los hombres más fuertes, trataban de levantar la máquina. Pero era demasiado pesada, y ni siquiera veinte de ellos, rodeándola por completo, podían levantarla a fuerza. Y, por otro lado, había grupos de algunas personas que se mostraban más bien indiferentes con la situación; casi que accidente era más un inconveniente para ellos que para el trabajador. Esto podría mostrar, quizá, una falta de empatía enorme. Pero desde luego lo que evocaba era que aquello sucedía en más ocasiones. Que no era la primera vez. Y seguramente, no sería la última.
Los trabajadores se esforzaban, pero no había manera de alzarlo lo suficiente. Tampoco querían forzar demasiado al subirla, pues parte de la maquinaria estaba todavía colgando de la pared. Si caía del todo y terminaba de aplastar al hombre, las pocas esperanzas de vida que pudiera tener se desvanecerían. - Vamos a necesitar la polea, una grúa... algo. - Dijo Mathieu, casi sin resuello. Eso no era algo que dependiera de ellos, los trabajadores, sino que necesitaba de la aprobación de algún capataz o inspector intermedio. Incluso para cuestiones de vida o muerte. Por eso, entre otras cosas, aquellos dos trabajadores salieron corriendo buscando ayuda.
Fue entonces cuando vio la comitiva de gente importante. La nueva dueña, alguna dama de compañía, algunos directivos y también algunos capataces. Él sabía quién era ella, pero seguramente ella no sabría quién era él. Bueno, quizá de oídas, podría haber escuchado a su padre quejarse de un "trabajador molesto" que lideró una huelga bastante sonada un par de años atrás, y que terminó en la cárcel. Tanto rendía que fue capaz de contratarlo de nuevo, a pesar de todo. Desde luego fue algo inesperado, aun así, ¿cómo iba a poder ayudarles aquella mujer?
Seguramente los capataces dieran la autorización para emplear las poleas del techo de la fábrica para levantar la maquinaria. Al fin y al cabo tenían la producción parada, y eso les costaba dinero; y además la indemnización por muerte era también otro gasto. Un gasto que podía cubrir en apenas cinco días de producción normal, pero un gasto al fin y al cabo. Las poleas las usaban para poder mover toda aquella maquinaria pesada con mayor facilidad. No las movían a diario, claro, pero resultaban muy útiles para su montado, desmontado, instalación, reparaciones o cualquier eventualidad como aquella. Empezaron a pasar cuerdas y a moverlas, y atarlas a la parte superior de la maquinaria, que ahora quedaba de lado contra el suelo. Junto a la maquinaria algunos trabajadores seguían hablando con el hombre atrapado, sin obtener respuesta.
Con las cuerdas atadas empezaron a levantar al monstruo pesado de hierro, tiradas por las manos de los trabajadores, que se daban prisa aunque lo hacían de manera coordinada para que ninguna parte quede descompensada y pudiera ceder alguna cuerda.
Pero no había nada que hacer por él.
La máquina había caído atrapando una mitad de su cuerpo. La superior. Todo, desde la caja torácica hasta su cabeza, estaban aplastadas. Estaba completamente hecha papilla contra el suelo y contra el hierro fundido. Las reacciones empezaron a sucederse.
Mathieu- Licántropo Clase Baja
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Re: The start of something new {Mathieu | Flashback}
Finalmente, y para tranquilidad de Yvette, monsieur Lombard dio la autorización para que los trabajadores usaran las poleas que les ayudarían a elevar la maquinaria caída. La joven no dejaba de sentir las miradas de más trabajadores fijas en ella y, aunque intentó ignorarlas, no pudo evitar mirar a algunos de ellos, siempre con la cabeza alta pero muy inquieta en el fondo. Estaba claro que su visita a la fábrica no sólo no había pasado desapercibida, sino que allí todo el mundo parecía saber quién era ella, como si la hubieran estado esperando de alguna manera. Quizá debió hacer caso a su madre y vender la fábrica a alguno de los muchos empresarios que las visitaron cuando su padre falleció. En aquel momento no tenía ni ganas ni fuerzas para negociar, así que decidió posponerlo para cuando el susto inicial se hubiera pasado. Pasados unos días en los que no hacían más que llegar ofertas, cada una más suculenta que la anterior, Yvette decidió que si había tanto interés en adquirir aquella factoría de parte de gente de la que no había oído hablar nunca, era porque realmente valía la pena. Fue ese el motivo por el que decidió no vender y emplearse a fondo en comprender todos los entresijos, para martirio de los asesores que ahora las acompañaban. Porque sí, a ellos tampoco les hacía especial gracia tener una muchacha al mando. No tanto por su edad, sino por su género.
Los compañeros del hombre atrapado engancharon la maquinaria caída a las cuerdas y la elevaron poco a poco, temerosos de que cediera y cayera de nuevo. Seguían llamando al hombre, pero éste seguía sin contestar. Cuando consiguieron elevar la máquina lo suficiente todos pudieron ver el porqué de la falta de respuesta: la parte superior del cuerpo se había convertido en una masa informe que reposaba contra el suelo, todo cubierto de sangre y vísceras. Primero se hizo un silencio entre los presentes al ver aquella escena tan grotesca, pero enseguida fue roto por suaves murmullos de voces masculinas. Las pocas mujeres que allí había palidecieron completamente, Yvette entre ellas. A pesar del impacto que le había supuesto no se veía capaz de retirar los ojos del cuerpo inerte del trabajador. Un zumbido cada vez más intenso le azotó los oídos y un sudor frío la hizo tiritar.
—Madre —alcanzó a decir antes de perder el conocimiento.
Su cerebro escuchaba voces alteradas a su alrededor, pero no podía entenderlas. Era como si no se hubiera ido del todo de aquel lugar, pero no era capaz de reaccionar a lo que la gente a su alrededor le pedía. Los gritos de su madre angustiada se mezclaban con las voces de monsieur Lombard y los asesores. Incluso escuchó las voces de algunos trabajadores que se acercaron curiosos. Entre todo aquel barullo, uno de los trabajadores la alzó del suelo y la llevó a una habitación cercana. Para cuando volvió en sí, todavía mareada y con el olor de la sangre debajo de la nariz, se encontraba sentada en un butacón duro y frío. Sentía la frente perlada de sudor, pero no tenía calor, al contrario. Su cuerpo empezó a tiritar de nuevo y aguantó la primera oleada de náuseas el tiempo suficiente para que el hombre que la había llevado ahí le alcanzara algo donde poder vomitar. De pronto, todos los que la había acompañado aquel día se acercaron a ella queriendo ayudar, pero sólo consiguieron agobiarla más de lo que ya estaba. Primero los intentó retirar con sutileza, pero cuando vio que no obtenía el resultado esperado quitó las manos ajenas a manotazos.
—¡Estoy bien! —gritó. Estaba claro que no era cierto—. ¡Todos fuera! ¡Ahora! —Miró a su madre primero, y a monsieur Lombard y los asesores después. ¿También esta vez iba a tener que gritar por segunda vez? ¿Por qué nadie le hacía caso a la primera? ¡Maldita sea! —Marchaos todos. Menos tú —ordenó, señalando al hombre que la había llevado hasta la habitación. Parecía el único decente de aquel lugar—. Tú quédate. El resto, fuera. —Señaló la puerta con la mano que no sujetaba la papelera con su vómito y esperó hasta que todos hubieron salido para dirigirse al joven—. Has sido tú el que me ha traído aquí, ¿verdad? —Dejó la papelera en el suelo y se pasó las palmas de las manos por la frente—. ¿Cómo te llamas?
Los compañeros del hombre atrapado engancharon la maquinaria caída a las cuerdas y la elevaron poco a poco, temerosos de que cediera y cayera de nuevo. Seguían llamando al hombre, pero éste seguía sin contestar. Cuando consiguieron elevar la máquina lo suficiente todos pudieron ver el porqué de la falta de respuesta: la parte superior del cuerpo se había convertido en una masa informe que reposaba contra el suelo, todo cubierto de sangre y vísceras. Primero se hizo un silencio entre los presentes al ver aquella escena tan grotesca, pero enseguida fue roto por suaves murmullos de voces masculinas. Las pocas mujeres que allí había palidecieron completamente, Yvette entre ellas. A pesar del impacto que le había supuesto no se veía capaz de retirar los ojos del cuerpo inerte del trabajador. Un zumbido cada vez más intenso le azotó los oídos y un sudor frío la hizo tiritar.
—Madre —alcanzó a decir antes de perder el conocimiento.
Su cerebro escuchaba voces alteradas a su alrededor, pero no podía entenderlas. Era como si no se hubiera ido del todo de aquel lugar, pero no era capaz de reaccionar a lo que la gente a su alrededor le pedía. Los gritos de su madre angustiada se mezclaban con las voces de monsieur Lombard y los asesores. Incluso escuchó las voces de algunos trabajadores que se acercaron curiosos. Entre todo aquel barullo, uno de los trabajadores la alzó del suelo y la llevó a una habitación cercana. Para cuando volvió en sí, todavía mareada y con el olor de la sangre debajo de la nariz, se encontraba sentada en un butacón duro y frío. Sentía la frente perlada de sudor, pero no tenía calor, al contrario. Su cuerpo empezó a tiritar de nuevo y aguantó la primera oleada de náuseas el tiempo suficiente para que el hombre que la había llevado ahí le alcanzara algo donde poder vomitar. De pronto, todos los que la había acompañado aquel día se acercaron a ella queriendo ayudar, pero sólo consiguieron agobiarla más de lo que ya estaba. Primero los intentó retirar con sutileza, pero cuando vio que no obtenía el resultado esperado quitó las manos ajenas a manotazos.
—¡Estoy bien! —gritó. Estaba claro que no era cierto—. ¡Todos fuera! ¡Ahora! —Miró a su madre primero, y a monsieur Lombard y los asesores después. ¿También esta vez iba a tener que gritar por segunda vez? ¿Por qué nadie le hacía caso a la primera? ¡Maldita sea! —Marchaos todos. Menos tú —ordenó, señalando al hombre que la había llevado hasta la habitación. Parecía el único decente de aquel lugar—. Tú quédate. El resto, fuera. —Señaló la puerta con la mano que no sujetaba la papelera con su vómito y esperó hasta que todos hubieron salido para dirigirse al joven—. Has sido tú el que me ha traído aquí, ¿verdad? —Dejó la papelera en el suelo y se pasó las palmas de las manos por la frente—. ¿Cómo te llamas?
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
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Re: The start of something new {Mathieu | Flashback}
La visión del cuerpo destrozado impresionó a todo el mundo, incluso a aquellos apáticos de la esquina que lo único que querían era volver al trabajo. Algunos lloraron, otros por la impresión de la visión y del fuerte olor tuvieron que retirarse, sintiéndose fuertemente indispuestos. A pesar del duro golpe, aquellos que tiraban de las cuerdas no podían detenerse y dejarlo a medias, así que tuvieron que hacer de tripas corazón y terminar de elevar la maldita maquinaria, regresándola a su posición original aunque totalmente fuera de sus ejes y sin encajar las diferentes piezas de la misma, pero manteniéndose firme en pie aunque de manera muy inestable, porque cualquier empujón podía volver a tumbarla.
Aquello era muy desagradable, y lo peor era saber que en menos de doce días ocurriría otro accidente, y alguien terminaría mutilado, aplastado, o quemado, o... A Mathieu lo dominó la ira. No se iba a poder contener, y nada iba a poder detenerle. Su reacción fue girarse hacia uno de los encargados; no los capataces con los que trabaja cada día, sino uno de los que ponen el dinero y exigen y aprietan y recortan y despiden y pagan una miseria. Le propinó tal puñetazo en el rostro que le partió la nariz por dos lados a la vez. Lo arrastró por el suelo mientras su nariz sangraba como un grifo abierto, sujetándole por el cuello de su camisa para que viera bien de cerca lo que había hecho, lo que había causado. - ¿Ves bien esto? ¿Lo ves, escoria? Esto lo has hecho tú, y tus compañeros buitres. ¡Tú! ¡Todos vosotros! - Y no dudó en alzar el dedo acusador ante unos hombres que le miraban en posición firme, impresionados y acobardados ante la fuerza y el ímpetu de Mathieu.
Sintió entonces que debía alzar su bota y estamparla contra su cabeza, para aplastarla contra el suelo de la fábrica. Un trabajador por un encargado. Era lo justo, pensaba. Por suerte uno de sus compañeros, que ya conoce bien el pronto de Mathieu, le detuvo, empujándole mientras le repetía que no lo hiciera. Si no llega a intervenir no hubiese dudado en ejecutar a sangre fría a aquel hombre.
Todavía tenía la sangre caliente, muy caliente. Pero no merecía la pena acabar en prisión, o ejecutado, por un mierda como aquel hombre. Como mucho le podrían acusar de lesiones, de agresión, en todo caso, por partirle la nariz. Entonces se fijó en que la dueña, la actual propietaria de todo aquello, yacía en el suelo aparentemente inconsciente. Y claro, se preocuparon por ella; no tanto los trabajadores, más bien la comitiva con la que había llegado. Alguien debía llevarla, pero los capataces no estaban presentes por allí, los empresarios no tenían fuerza y los trabajadores no tenía ganas. De hecho algunos miraron de reojo a Mathieu. Y Mathieu recibió el mensaje.
Cuando tomó el cuerpo de Yvette, sin demasiada delicadeza, naturalmente la gente protestó; en particular su madre. Al fin y al cabo acababa de romper la nariz a uno de los suyos y casi le chafa la cabeza hasta matarlo. Pero las ignoró, poniendo mala cara, mientras la llevaba a una sala ventilada y segura en la que pudiera recuperarse. Y se recuperó.
Se había quedado sentado en una silla; aunque molestaba su presencia al resto quedaba muy clara su intención de que de allí no se iba a mover, y que además sabía que ellos no iban a poder echarle. Ni siquiera una amenaza de despido y multa le iban a hacer levantarse de esa silla. Entonces Yvette despertó y mandó echar al resto, quedándose solos en la habitación. Su mirada todavía ardía de rabia, y esa misma furia le hacía arder todo su interior. Estaba haciendo un verdadero esfuerzo por contenerse, porque había una pequeña voz en su cabeza, un pequeño pedazo de racionalidad que le decía que ya nada podía hacer por la vida del pobre chico, y que las consecuencias de hacer lo que quería hacer serían peores a la larga. Pero estaba inestable, muy inestable, eso no podía disimularlo.
- Me llamo Éric. - Contestó mirándola fijamente a los ojos, haciendo una breve pausa antes de continuar - Y también me llamo Frédéric, y también me llamo Louis, y Renaud, y Gérard, y Marie, y Célia... - Eran nombres de gente que él había visto morir en las fábricas, de manera directa. Y ni siquiera mencionó a todos los que conocía. - Creo que a partir de ahora también podrás llamarme Benoît. - Porque tenía la necesidad, sentía la necesidad de que ellos supieran el nombre de la persona que acababa de morir, mucho antes que conocer el suyo propio.
Aquello era muy desagradable, y lo peor era saber que en menos de doce días ocurriría otro accidente, y alguien terminaría mutilado, aplastado, o quemado, o... A Mathieu lo dominó la ira. No se iba a poder contener, y nada iba a poder detenerle. Su reacción fue girarse hacia uno de los encargados; no los capataces con los que trabaja cada día, sino uno de los que ponen el dinero y exigen y aprietan y recortan y despiden y pagan una miseria. Le propinó tal puñetazo en el rostro que le partió la nariz por dos lados a la vez. Lo arrastró por el suelo mientras su nariz sangraba como un grifo abierto, sujetándole por el cuello de su camisa para que viera bien de cerca lo que había hecho, lo que había causado. - ¿Ves bien esto? ¿Lo ves, escoria? Esto lo has hecho tú, y tus compañeros buitres. ¡Tú! ¡Todos vosotros! - Y no dudó en alzar el dedo acusador ante unos hombres que le miraban en posición firme, impresionados y acobardados ante la fuerza y el ímpetu de Mathieu.
Sintió entonces que debía alzar su bota y estamparla contra su cabeza, para aplastarla contra el suelo de la fábrica. Un trabajador por un encargado. Era lo justo, pensaba. Por suerte uno de sus compañeros, que ya conoce bien el pronto de Mathieu, le detuvo, empujándole mientras le repetía que no lo hiciera. Si no llega a intervenir no hubiese dudado en ejecutar a sangre fría a aquel hombre.
Todavía tenía la sangre caliente, muy caliente. Pero no merecía la pena acabar en prisión, o ejecutado, por un mierda como aquel hombre. Como mucho le podrían acusar de lesiones, de agresión, en todo caso, por partirle la nariz. Entonces se fijó en que la dueña, la actual propietaria de todo aquello, yacía en el suelo aparentemente inconsciente. Y claro, se preocuparon por ella; no tanto los trabajadores, más bien la comitiva con la que había llegado. Alguien debía llevarla, pero los capataces no estaban presentes por allí, los empresarios no tenían fuerza y los trabajadores no tenía ganas. De hecho algunos miraron de reojo a Mathieu. Y Mathieu recibió el mensaje.
Cuando tomó el cuerpo de Yvette, sin demasiada delicadeza, naturalmente la gente protestó; en particular su madre. Al fin y al cabo acababa de romper la nariz a uno de los suyos y casi le chafa la cabeza hasta matarlo. Pero las ignoró, poniendo mala cara, mientras la llevaba a una sala ventilada y segura en la que pudiera recuperarse. Y se recuperó.
Se había quedado sentado en una silla; aunque molestaba su presencia al resto quedaba muy clara su intención de que de allí no se iba a mover, y que además sabía que ellos no iban a poder echarle. Ni siquiera una amenaza de despido y multa le iban a hacer levantarse de esa silla. Entonces Yvette despertó y mandó echar al resto, quedándose solos en la habitación. Su mirada todavía ardía de rabia, y esa misma furia le hacía arder todo su interior. Estaba haciendo un verdadero esfuerzo por contenerse, porque había una pequeña voz en su cabeza, un pequeño pedazo de racionalidad que le decía que ya nada podía hacer por la vida del pobre chico, y que las consecuencias de hacer lo que quería hacer serían peores a la larga. Pero estaba inestable, muy inestable, eso no podía disimularlo.
- Me llamo Éric. - Contestó mirándola fijamente a los ojos, haciendo una breve pausa antes de continuar - Y también me llamo Frédéric, y también me llamo Louis, y Renaud, y Gérard, y Marie, y Célia... - Eran nombres de gente que él había visto morir en las fábricas, de manera directa. Y ni siquiera mencionó a todos los que conocía. - Creo que a partir de ahora también podrás llamarme Benoît. - Porque tenía la necesidad, sentía la necesidad de que ellos supieran el nombre de la persona que acababa de morir, mucho antes que conocer el suyo propio.
Mathieu- Licántropo Clase Baja
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Re: The start of something new {Mathieu | Flashback}
A pesar de que aquella sala era tranquila en comparación con el resto de la fábrica, desde fuera llegaban las voces de tanto trabajadores como superiores. Parecían todos alarmados por algo más aparte del accidente con la maquinaria, pero Yvette no sabía qué era. Se había desmayado antes de que Mathieu le propinara aquel puñetazo al hombre, así que todavía no se había enterado de ese altercado. De saberlo, no se habría quedado a solas con él en la habitación, y la imagen que se había formado del licántropo se esfumaría tan rápido como había llegado.
Él estaba sentado en una silla frente a ella, pero la hechicera no le miró hasta que le preguntó su nombre. Al no recibir una respuesta inmediata levantó la vista y fue cuando se dio cuenta de que, aunque ella había intentado ser amable, él no parecía estar por la labor. Al principio no le culpó, su compañero había fallecido de una manera terrible y, en el fondo, todos estaban alterados. Ni siquiera lo hizo cuando la contestó mirándola fijamente con gesto amenazador, pero cuando comenzó a soltar toda aquella retahíla de nombres, tanto de hombre como de mujer, su gesto se endureció. No le hizo falta que le dijera por qué aquello, por qué no le decía su verdadero nombre. Entendió que Benoît no había sido el primero, y por la actitud que habían tenido todos allí, no sería el último. No consiguió mantener la mirada mucho tiempo, así que la desvió un segundo hacia la ventana que daba a la fábrica.
—Está bien, Éric, Frédéric, o como quiera que te llames —dijo levantándose de la butaca y volviendo a mirarle—. ¿Estarás de acuerdo conmigo en que eso que ha pasado ahí fuera no debería haber pasado, no? Y, por lo que me das a entender, no es la primera vez.
Toda la entereza que quería demostrar se le estaba escapando con cada palabra que pronunciaba. Aquello era demasiado para ella, pero había decidido hacerse cargo de la fábrica, así que no le iba a quedar más remedio que aprender. Pero, ¿cómo? Allí nadie parecía estar dispuesto a enseñarla. Puso las manos en jarras y dio un par de pasos alejándose de Mathieu dándole la espalda. Se llevó una mano a la frente, y justo en ese momento la puerta se abrió de golpe y entró el hombre de la nariz rota dando alaridos contra el licántropo, seguido por otros que intentaban detenerle.
—¿Qué está pasando? —preguntó, completamente confundida—. ¿Qué está diciendo? —Esta vez, la pregunta fue dirigida a Mathieu, porque estaba claro que el otro estaba completamente fuera de sí.
No hizo falta que le contestara, porque ya lo hizo el desnarigado por él. En pocos segundos, Yvette se enteró de lo que había pasado mientras ella estaba con la conciencia perdida. Entre ellos dos estaba a punto de comenzar otra pelea, así que la joven se interpuso antes de que empezaran los golpes.
—Llevaoslo de aquí —dijo a los que habían entrado detrás. Esta vez la obedecieron a la primera—. ¿De verdad le has partido la nariz? ¿Pero en qué se supone que estabas pensando? ¿Crees que así vas a solucionar lo que le ha pasado a tu compañero? —le espetó, llena de rabia.
Echó todo el aire con fuerza, casi bufando, y se acercó a la ventana. Desde allí pudo ver como algunos intentaban tranquilizar al hombre de la nariz mientras él señalaba la habitación y daba gritos a todas partes, probablemente disgustado con el trato por parte de ella. De su madre no sabía nada, así que supuso que se habría marchado fuera a respirar un poco de aire junto a Monsieur Lombard. Aquello había sido peor de lo que Yvette había imaginado. Sabía que llevar a aquello no iba a ser fácil, pero no pensaba que en su primera visita iba a presenciar la desagradable muerte de Benoît, entre otras cosas.
—Tenía que haberla vendido —dijo, poniendo voz a sus pensamientos—. Tenía que haberme deshecho de ella. ¿En qué estaría pensando? Es imposible gestionar esto.
Miró por la ventana una última vez, a todo aquel caos que tenía delante y cerró los ojos, agachando la cabeza y pensando qué hacer a continuación, pero no sabía. Estaba completamente perdida, y se sentía muy impotente.
—Si me permites un consejo antes de que me marche de aquí —se dio la vuelta para mirarle y apoyó la espalda contra la pared—, dando guantazos a los que ponen el dinero no vas a conseguir nada. Nada. Bueno, quizá consigas acabar en el calabozo —rectificó—. Pero si lo que buscas es beneficios para tus compañeros, la violencia no es el camino. —Se acercó a él con los brazos cruzados con la mirada clavada en la de él—. ¿Y sabes por qué? Porque a ellos les da igual que te enfurezcas o que les atices. Te mandarán a la calle, y a los que te defiendan detrás. Contratarán a otros y ya está, pero no cambiarán nada más. —Bajó los brazos, rendida—. Si he venido hoy es porque quería hacerme cargo de la fábrica, quería ver qué se hacía aquí, conocer los entresijos de esto. Pero está claro que nadie me quiere aquí, ni siquiera los asesores que tenía mi padre. Todos dudan de mí, y vosotros no me dais ni una oportunidad. —Irguió el cuerpo, le miró por última vez y extendió la mano—. No sé si esa ha sido la intención desde el principio, pero yo me voy. Ha sido un placer, como sea que te llames.
Él estaba sentado en una silla frente a ella, pero la hechicera no le miró hasta que le preguntó su nombre. Al no recibir una respuesta inmediata levantó la vista y fue cuando se dio cuenta de que, aunque ella había intentado ser amable, él no parecía estar por la labor. Al principio no le culpó, su compañero había fallecido de una manera terrible y, en el fondo, todos estaban alterados. Ni siquiera lo hizo cuando la contestó mirándola fijamente con gesto amenazador, pero cuando comenzó a soltar toda aquella retahíla de nombres, tanto de hombre como de mujer, su gesto se endureció. No le hizo falta que le dijera por qué aquello, por qué no le decía su verdadero nombre. Entendió que Benoît no había sido el primero, y por la actitud que habían tenido todos allí, no sería el último. No consiguió mantener la mirada mucho tiempo, así que la desvió un segundo hacia la ventana que daba a la fábrica.
—Está bien, Éric, Frédéric, o como quiera que te llames —dijo levantándose de la butaca y volviendo a mirarle—. ¿Estarás de acuerdo conmigo en que eso que ha pasado ahí fuera no debería haber pasado, no? Y, por lo que me das a entender, no es la primera vez.
Toda la entereza que quería demostrar se le estaba escapando con cada palabra que pronunciaba. Aquello era demasiado para ella, pero había decidido hacerse cargo de la fábrica, así que no le iba a quedar más remedio que aprender. Pero, ¿cómo? Allí nadie parecía estar dispuesto a enseñarla. Puso las manos en jarras y dio un par de pasos alejándose de Mathieu dándole la espalda. Se llevó una mano a la frente, y justo en ese momento la puerta se abrió de golpe y entró el hombre de la nariz rota dando alaridos contra el licántropo, seguido por otros que intentaban detenerle.
—¿Qué está pasando? —preguntó, completamente confundida—. ¿Qué está diciendo? —Esta vez, la pregunta fue dirigida a Mathieu, porque estaba claro que el otro estaba completamente fuera de sí.
No hizo falta que le contestara, porque ya lo hizo el desnarigado por él. En pocos segundos, Yvette se enteró de lo que había pasado mientras ella estaba con la conciencia perdida. Entre ellos dos estaba a punto de comenzar otra pelea, así que la joven se interpuso antes de que empezaran los golpes.
—Llevaoslo de aquí —dijo a los que habían entrado detrás. Esta vez la obedecieron a la primera—. ¿De verdad le has partido la nariz? ¿Pero en qué se supone que estabas pensando? ¿Crees que así vas a solucionar lo que le ha pasado a tu compañero? —le espetó, llena de rabia.
Echó todo el aire con fuerza, casi bufando, y se acercó a la ventana. Desde allí pudo ver como algunos intentaban tranquilizar al hombre de la nariz mientras él señalaba la habitación y daba gritos a todas partes, probablemente disgustado con el trato por parte de ella. De su madre no sabía nada, así que supuso que se habría marchado fuera a respirar un poco de aire junto a Monsieur Lombard. Aquello había sido peor de lo que Yvette había imaginado. Sabía que llevar a aquello no iba a ser fácil, pero no pensaba que en su primera visita iba a presenciar la desagradable muerte de Benoît, entre otras cosas.
—Tenía que haberla vendido —dijo, poniendo voz a sus pensamientos—. Tenía que haberme deshecho de ella. ¿En qué estaría pensando? Es imposible gestionar esto.
Miró por la ventana una última vez, a todo aquel caos que tenía delante y cerró los ojos, agachando la cabeza y pensando qué hacer a continuación, pero no sabía. Estaba completamente perdida, y se sentía muy impotente.
—Si me permites un consejo antes de que me marche de aquí —se dio la vuelta para mirarle y apoyó la espalda contra la pared—, dando guantazos a los que ponen el dinero no vas a conseguir nada. Nada. Bueno, quizá consigas acabar en el calabozo —rectificó—. Pero si lo que buscas es beneficios para tus compañeros, la violencia no es el camino. —Se acercó a él con los brazos cruzados con la mirada clavada en la de él—. ¿Y sabes por qué? Porque a ellos les da igual que te enfurezcas o que les atices. Te mandarán a la calle, y a los que te defiendan detrás. Contratarán a otros y ya está, pero no cambiarán nada más. —Bajó los brazos, rendida—. Si he venido hoy es porque quería hacerme cargo de la fábrica, quería ver qué se hacía aquí, conocer los entresijos de esto. Pero está claro que nadie me quiere aquí, ni siquiera los asesores que tenía mi padre. Todos dudan de mí, y vosotros no me dais ni una oportunidad. —Irguió el cuerpo, le miró por última vez y extendió la mano—. No sé si esa ha sido la intención desde el principio, pero yo me voy. Ha sido un placer, como sea que te llames.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
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Re: The start of something new {Mathieu | Flashback}
Mathieu no negó las acusaciones que se lanzaron contra él. Tampoco exhibió orgullo por haber atizado a aquel hombre hasta hacerle perder el conocimiento, pero no titubeó al inclinar la cabeza en modo afirmativo. ¿Qué otra cosa iba a hacer? Por un momento la bestia que lleva dentro se había apoderado de él. Era consciente que cargarse a un ricachón no iba a devolverle la vida al joven trabajador fallecido. Él, como hombre, era perfectamente consciente. Pero tuvo un momento de debilidad, de rabia ciega, provocado por el dolor y la impotencia.
- No puedo decir que esté orgulloso, pero tampoco que me arrepienta. A vosotros no os importa las penurias que tenemos que pasar. Ni siquiera cuando las veis con vuestros propios ojos.
Miró entonces de vuelta hacia Yvette, a quien miró con un gesto serio y frío. La pasión parecía haber abandonado su mirada, aunque no su corazón. No parecía contento con sus palabras. Ni con la actitud de su comitiva, en general. - No, no... Eso sí que no. Basta de "consejos" por parte de los vuestros. No quiero ni escucharte. - Parecía reacio a recibir ayuda. Ni siquiera a recibir un consejo tan cabal como aquel. Un consejo del cual era perfectamente consciente, por otro lado. No parecía amedrentarse, a pesar de la clara inferioridad numérica, y de posición social. Sabía que era más fuerte que todos ellos. En ese sentido, no tenía miedo. - Si quiere puede usted presentar denuncia por agresiones ante la Gendarmerie. Aunque a lo mejor les atosigan a preguntas sobre el cadáver aplastado que hay en la fábrica. - Negó con la cabeza y tomó asiento de nuevo, mientras mascullaba para sí "aunque lo dudo mucho".
Como estaban todos a la puerta del despacho no tenía lugar por dónde salir; salvo la ventana. De todos modos tenía que quedarse a organizar a los trabajadores para intentar poner en marcha parte de la fábrica, mientras esperaban a las personas adecuadas para llevarse el cuerpo. - Ahora, si no les importa, me gustaría tener un minuto de intimidad en mi fábrica - Como siempre, desafiante hasta el final, al definir la fábrica como suya.
- No puedo decir que esté orgulloso, pero tampoco que me arrepienta. A vosotros no os importa las penurias que tenemos que pasar. Ni siquiera cuando las veis con vuestros propios ojos.
Miró entonces de vuelta hacia Yvette, a quien miró con un gesto serio y frío. La pasión parecía haber abandonado su mirada, aunque no su corazón. No parecía contento con sus palabras. Ni con la actitud de su comitiva, en general. - No, no... Eso sí que no. Basta de "consejos" por parte de los vuestros. No quiero ni escucharte. - Parecía reacio a recibir ayuda. Ni siquiera a recibir un consejo tan cabal como aquel. Un consejo del cual era perfectamente consciente, por otro lado. No parecía amedrentarse, a pesar de la clara inferioridad numérica, y de posición social. Sabía que era más fuerte que todos ellos. En ese sentido, no tenía miedo. - Si quiere puede usted presentar denuncia por agresiones ante la Gendarmerie. Aunque a lo mejor les atosigan a preguntas sobre el cadáver aplastado que hay en la fábrica. - Negó con la cabeza y tomó asiento de nuevo, mientras mascullaba para sí "aunque lo dudo mucho".
Como estaban todos a la puerta del despacho no tenía lugar por dónde salir; salvo la ventana. De todos modos tenía que quedarse a organizar a los trabajadores para intentar poner en marcha parte de la fábrica, mientras esperaban a las personas adecuadas para llevarse el cuerpo. - Ahora, si no les importa, me gustaría tener un minuto de intimidad en mi fábrica - Como siempre, desafiante hasta el final, al definir la fábrica como suya.
Mathieu- Licántropo Clase Baja
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Re: The start of something new {Mathieu | Flashback}
—Qué sabrás tú sobre lo que nos importa o nos deja de importar —murmuró dándole la espalda—. Eso es, no me escuches. Sigue haciendo lo primero que se te pase por la cabeza sin siquiera planteártelo primero. Con un poco de suerte terminarás encontrándote con la horma de tu zapato, y entonces no te quedará otra que pararte a pensar. O lanzarte de cabeza como un animal, que es lo que pareces. —Estaba cansada de todo aquello, de su actitud y de la gente que se creía mejor que los demás por el simple hecho de existir—. No soy yo la que tiene que presentar la denuncia, todavía no me has arreado a mí. Lo que haga ese hombre, que, a propósito, no conozco, es cosa suya, no mía.
Se acercó a la puerta y agarró el pomo con fuerza. Llegó incluso a girarlo y abrirla, dejando a la vista el caos que poco a poco iba remitiendo en el exterior, pero la voz de Mathieu le obligó a entornar los ojos ligeramente. Se quedó quieta y giró el rostro, inexpresivo, hacia él. ¿Qué era eso de “su fábrica”? ¿Pero quién se creía que era el cretino ese? No dijo nada, pero frunció los labios, tomó aire despacio y cerró la puerta como si no tuviera prisa. No la tenía, en realidad, y era lo que quería hacerle saber al licántropo: allí era ella la que controlaba el tiempo, la que decidía lo que se hacía y lo que no. Ni los consejeros, ni los capataces, ni los obreros, ni el propio Mathieu. Era, exclusivamente, ella.
—Verás, creo que hay un pequeño asunto sobre el tema de las propiedades que no has terminado de comprender. —Su voz sonó tranquila, demasiado tranquila, para todo lo que estaba pasando. Se acercó a él despacio, pasito a pasito, y se quedó frente a la silla donde descansaba—. Puede que vaya a vender esta fábrica, pero, hasta que eso ocurra, todavía me pertenece. —Le miró a los ojos con una mirada fría como el hielo y acercó el rostro hasta dejarlo cerca del de él, demasiado cerca—. Es decir, la fábrica es mía, no tuya. Si alguien debe dar órdenes, esa soy yo, y si no me quieren obedecer, ya saben dónde está la puerta. —Se separó de él, dando tiempo a que asentara lo que acababa de decirle, aunque algo le decía que poco caso iba a hacerle. Otro más que la tomaba por el pito del sereno, y ya estaba harta—. Y tú, querido amigo, no eres una excepción, por muy fuerte que atices a los que te dan de comer. Porque sí, lamentablemente, somos nosotros los que te damos de comer. A ti y a todos tus compañeros. Hasta ver cómo te comportabas estaba dispuesta a hacer las cosas bien, de hecho, he venido aquí para intentar conocer esto y ver qué podía mejorar. ¿Que queréis más dinero? Sólo tenéis que negociarlo. ¿Menos horas de trabajo? Quizá podríamos hacer algo. Pero, ¿sabes qué? Después de verte, de lo único que tengo ganas es de teneros trabajando hasta que desfallezcáis, y, una vez lo hayáis hecho, atizaros para que os levantéis y sigáis trabajando. —Parpadeó un par de veces y se acercó a la puerta. La abrió con energía, pero no salió. No era ella la que debía hacerlo—. Vuelve al trabajo, y si no quieres, márchate. Estoy segura de que hay mucha más gente deseando los francos que tan inmerecidamente ganas aquí.
Aquella fábrica iba a convertirse en un auténtico reto, pero Yvette estaba dispuesta a no venderla con tal de que aquel estúpido que tenía delante no se saliera con la suya. “Su fábrica”, decía. ¡Ja!
Se acercó a la puerta y agarró el pomo con fuerza. Llegó incluso a girarlo y abrirla, dejando a la vista el caos que poco a poco iba remitiendo en el exterior, pero la voz de Mathieu le obligó a entornar los ojos ligeramente. Se quedó quieta y giró el rostro, inexpresivo, hacia él. ¿Qué era eso de “su fábrica”? ¿Pero quién se creía que era el cretino ese? No dijo nada, pero frunció los labios, tomó aire despacio y cerró la puerta como si no tuviera prisa. No la tenía, en realidad, y era lo que quería hacerle saber al licántropo: allí era ella la que controlaba el tiempo, la que decidía lo que se hacía y lo que no. Ni los consejeros, ni los capataces, ni los obreros, ni el propio Mathieu. Era, exclusivamente, ella.
—Verás, creo que hay un pequeño asunto sobre el tema de las propiedades que no has terminado de comprender. —Su voz sonó tranquila, demasiado tranquila, para todo lo que estaba pasando. Se acercó a él despacio, pasito a pasito, y se quedó frente a la silla donde descansaba—. Puede que vaya a vender esta fábrica, pero, hasta que eso ocurra, todavía me pertenece. —Le miró a los ojos con una mirada fría como el hielo y acercó el rostro hasta dejarlo cerca del de él, demasiado cerca—. Es decir, la fábrica es mía, no tuya. Si alguien debe dar órdenes, esa soy yo, y si no me quieren obedecer, ya saben dónde está la puerta. —Se separó de él, dando tiempo a que asentara lo que acababa de decirle, aunque algo le decía que poco caso iba a hacerle. Otro más que la tomaba por el pito del sereno, y ya estaba harta—. Y tú, querido amigo, no eres una excepción, por muy fuerte que atices a los que te dan de comer. Porque sí, lamentablemente, somos nosotros los que te damos de comer. A ti y a todos tus compañeros. Hasta ver cómo te comportabas estaba dispuesta a hacer las cosas bien, de hecho, he venido aquí para intentar conocer esto y ver qué podía mejorar. ¿Que queréis más dinero? Sólo tenéis que negociarlo. ¿Menos horas de trabajo? Quizá podríamos hacer algo. Pero, ¿sabes qué? Después de verte, de lo único que tengo ganas es de teneros trabajando hasta que desfallezcáis, y, una vez lo hayáis hecho, atizaros para que os levantéis y sigáis trabajando. —Parpadeó un par de veces y se acercó a la puerta. La abrió con energía, pero no salió. No era ella la que debía hacerlo—. Vuelve al trabajo, y si no quieres, márchate. Estoy segura de que hay mucha más gente deseando los francos que tan inmerecidamente ganas aquí.
Aquella fábrica iba a convertirse en un auténtico reto, pero Yvette estaba dispuesta a no venderla con tal de que aquel estúpido que tenía delante no se saliera con la suya. “Su fábrica”, decía. ¡Ja!
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
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