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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Gyda Dom Feb 19, 2017 3:13 pm

«Coldest winter for me
No sun is shining anymore
The only thing I feel is pain
Caused by absence of you»
Stolen Dance — Milky Chance


París le estaba empezando a aburrir. Llevaba un tiempo allí, vagando siempre por las mismas calles, viendo siempre las mismas caras anodinas de los habitantes de la capital francesa, intentando encontrar nuevas rutas en aquel periplo que había iniciado hacía tanto tiempo y que tenía un único objetivo: encontrarle. Sí, al mismo que la había abandonado a su suerte y que otros hubieran optado por ignorar, pero que ella no había olvidado. No del todo, al menos. Sentía que, si bien su recuerdo seguía intacto en su memoria, su rostro se difuminaba débilmente, haciendo que para Gyda fuera imposible dibujar sus rasgos con precisión. Ese había sido siempre su mayor temor, llegar a olvidarle tal y como era y, tras eso, olvidar todo lo relativo a él y al pasado que compartieron. Aunque no quería admitirlo, sabía que no faltaba mucho para que eso ocurriera, así que abandonar la ciudad y seguir su búsqueda se le antojaba la mejor solución antes de seguir buscando en un lugar que no le había dado ninguna pista.

¿Ninguna? Eso había creído, hasta que escuchó un rumor sobre un hombre que frecuentaba ciertas zonas donde buscar alimento para alguien como ella se volvía una tarea bastante sencilla. Al principio fue un rumor como muchos otros que había oído: sombras en la noche y personas que desaparecían sin dejar rastro para aparecer días más tarde con el cuerpo pálido y sin una gota de sangre. En todas las ciudades que había visitado se contaban historias semejantes, sin importar la época o el país, y siempre habían sido una decepción tras otra. Ninguno de aquellos seres tenebrosos de los que hablaban era el que Gyda buscaba. Éste de París tampoco lo sería, pero no podía permitirse el lujo de ignorarlo completamente. ¿Y si había dado con él por fin?

Visitó aquellas zonas repetidas veces, escuchando conversaciones ajenas y persuadiendo a diferentes personas para obtener tanta información como le fuera posible. Tenía que ser bastante meticulosa en este tema, pues todos querían ser los que contaran algo nuevo sobre el hombre misterioso y no dudaban en inventarse alguna característica o anécdota que terminaba circulando junto a las demás como si fuera real. Tras varias noches infructuosas en las que no consiguió nada que llamara su atención, encontró a una mujer sentada en la esquina de un callejón. Apestaba y le faltaban varios dientes, su pelo era una masa compacta recogida en lo alto de la cabeza y no se sabía muy bien qué era piel y qué ropa, ya que todo tenía un color similar. Pero aquella mujer tan anodina le dio algo que nadie antes le había dado: una descripción del hombre misterioso tan minuciosa que Gyda tardó un rato en creér lo que escuchaba. Escudriñó su mente sólo para ver que decía la verdad. Ella, mimetizada con el entorno en aquella esquina, había sido testigo de varios de sus ataques. Había visto su rostro, sus movimientos y su comportamiento, que no eran exactamente como la vampira los recordaba, pero ¡habían pasado más de dos mil años! ¿Quién era capaz de mantener las costumbres durante tanto tiempo?

La experiencia le había enseñado que no debía emocionarse demasiado con su nuevo hallazgo. Había tantos hombres similares a los que había seguido que todo aquello empezaba a parecerse a una película emitida una y otra vez. Pero debía intentarlo, así que se escondió en un callejón que desembocaba en una calle más ancha y esperó. Esperó. Esperó. Escuchó una voz de hombre, una risa de mujer, un susurro y apreció el olor de la sangre. En ese momento, Gyda asomó la cabeza. Su viaje terminaba allí. Lo había conseguido.

Al fin te encuentro —dijo, saliendo de entre las sombras donde se encontraba—. No recordaba que fueras tan escurridizo.
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Mensaje por Invitado Miér Mar 01, 2017 1:32 pm

¿Quién en su sano juicio llamaba “la ciudad de la luz” a París cuando, en opinión de Ciro (y en esa materia efectivamente podía considerarse muy ducho, aún más que en todo lo demás), debería llamarse “la ciudad del ganado”…? ¿Qué pasa, que porque sonaba menos romántico debía renunciarse a la pura y maldita verdad a la que él se enfrentaba cada noche desde hacía unas semanas en un barrio horrible y apartado de la villa? ¿Quién demonios se creían para mentir así, Pausanias! Por favor, ni él era capaz de ocultar que había ciertos sectores parisienses en los que encontrar alimento era tan fácil como levantar una piedra y que aparezca un gusano; de puro vulgar, antaño le había resultado desagradable, pero ahora ya no le hacía ascos, y se aprovechaba de lo lindo de aquel mercado al por mayor de sangre con el que se había topado por casualidad.

¡Prometido, él no lo había estado buscando conscientemente! Sus pasos, de auténtico vagabundo atrapado en pensamientos demasiado elevados para prestar atención a su rumbo, lo habían conducido a unas calles que parecían, a primera vista, iguales que el resto: de trazado confuso y medieval, empezando a adoquinarse, sin ningún tipo de higiene… Tal vez la única diferencia radicaba en que estaba algo menos sucia que el resto de calles de la misma zona, y eso atraía a seres con más pedigrí pero mucho menos conocimiento de los peligros que se ocultaban a plena luz de las farolas, como el altísimo vampiro que se paseaba como un rey (bueno, lo era, por qué no iba a hacerlo), atrayendo, claro, todas las miradas. Y una vez lo hizo fue cuando, realmente, empezó a irle todo todavía mejor que antes.

Con qué entusiasmo se arrojaban a sus brazos, ansiosos y ansiosas de seducción que él transformaba en muerte; con qué violencia se deshacía de los hombres pero ignoraba a las mujeres, tal vez proyectando en los rostros viriles el de su peor enemigo, su némesis, a quien aún no había eliminado por completo. Fuera cual fuese su motivo, Ciro se descubrió instalado en aquella zona durante una temporada lo suficientemente larga para que los rumores de su existencia le llegaran incluso a él mismo, que se los enfundaba como una capa con la que alimentaba el mito transmitido de boca en boca cada noche, con cada nueva víctima que desangraba. Con todo, la fama no le satisfacía lo bastante, no cuando se encontraba ensimismado con la misma venganza de (lo que a estas alturas ya le parecía como) siempre, así que anhelaba que algo cambiara…

Lo que él no sabía era que, definitivamente, aquello que cambiaría tendría nombre, aspecto y actitud de mujer. Cuando se la encontró, estaba ocupado bebiendo de una hembra, a la que previamente había seducido simplemente con su rostro; se le apareció como una bárbara pelirroja, semejante a la que él mismo había arrastrado al vampirismo hacía más de un milenio, pero diferente porque, en fin, no la conocía de nada. Y ni por un instante se planteó que, bueno, estaba loco, a lo mejor es que se le había olvidado; no, estaba convencido de que jamás la había visto porque de lo contrario se acordaría, pues su memoria siempre había sido prodigiosa, a veces demasiado. Sin embargo, al no saber qué era lo que ella quería, decidió seguirle el juego: ilusionó a la mujer mortal con falsas imágenes de felicidad directas a su cráneo, a través de sus ojos claros; se deshizo de la sangre de su boca barbada y se recostó allí donde se encontraba, mirándola como quien analiza a una vieja amiga. Maldito manipulador…

¿Qué quieres que te diga? Las cosas cambian, Gyda. – replicó, con voz arrastrada y de acento exótico, mezcla del suyo y de algún otro que había cogido con los años, gracias al mestizaje al que inevitablemente se había visto abocado en su larga existencia. El nombre de ella, por cierto, lo había captado de sus pensamientos, un truco rápido que apenas invadía la intimidad del otro, por lo que no se notaba lo más mínimo la intervención, y le daba cierta ventaja sobre la mujer que… ¿creía conocerlo? Tanto no había llegado a mirar, pero algo le decía que muy pronto lo descubriría. – ¿Me hablas tú de ser escurridizo…? ¿Tú, precisamente? – inquirió, alzando una ceja, y lanzándose a una piscina que la expresión de la vampira reveló llena de agua, amortiguando y justificando la actuación del vampiro. Ah, qué buena intuición la suya… A ver cuánto rato le duraba.
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Mensaje por Gyda Sáb Mar 11, 2017 7:00 am

La simple visión del vampiro la obnubiló tanto que ni siquiera se planteó si era él el hombre al que realmente andaba buscando. La había llamado por su nombre, eso significaba que la conocía, ¿no? Así sería en un mundo en el que no hubiera seres sobrenaturales capaces de sondear los pensamientos ajenos a voluntad. Pero, por desgracia para ella, París no era así, y aunque un simple vistazo por parte de Gyda habría bastado para descubrir la trampa, se encontraba tan hechizada con el rostro del hombre que ni siquiera se planteó la idea de leer sus pensamientos. En el fondo, seguía siendo una mujer enamorada, y guardar la intimidad de aquel que la había convertido en lo que ahora era seguía siendo un privilegio del que Ciro se podía beneficiar.

No todo ha cambiado, por lo que veo —dijo sin apartar la mirada de la mujer humana. Había dado media vuelta y se dirigía hacia donde se encontraba Gyda con una cara de felicidad que lejos estaba de ser la de alguien del cual acababan de beber. La vampira dio unos pasos hacia ella acortando la distancia. Cuando estuvo a su altura le cogió la barbilla y la obligó a que la mirara a los ojos. Qué asco de mujer—. Vete de aquí —susurró a poca distancia del rostro de ella, bufando después como un gato rabioso, sin molestarse en ocultar sus colmillos frente a la humana.

La cara de felicidad se le borró por completo, echando a perder el cuidadoso trabajo que el vampiro había puesto en que así fuera. Gyda observó cómo se iba de allí con la mirada de suficiencia del que se cree poderoso, disfrutando cada segundo de aquel momento. ¡Ay, la celosa Gyda! Habían pasado más de dos mil años y seguía igual que la primera vez que le vio beber del cuello de otra. ¿Con la vida de cuántas mujeres había terminado por culpa de esa rabia? No lo sabía, pero sus muertes nunca habían ocupado un lugar en su conciencia. Él era para ella, y no había más que hablar.

Cuando la figura de la mortal desapareció al final de la calle se giró para encarar al vampiro. Su vista no podía estar fallándole. No. Era imposible porque nunca hubo dos como él, y nunca los habría. Al menos, eso era lo que ella pensaba. Pobre ilusa.

¿Yo? —No ocultó la cara de asombro—. Creía que era yo la que te buscaba a ti, Jaska. Fuiste tú el que desapareció sin dejar rastro; yo volví. —Entornó los ojos un segundo—. ¡No puedo creer que hayas sido tú el que me ha estado buscando todo este tiempo!

Ella sabía que no, porque de haber sido así se habrían encontrado mucho antes, pero no le dio importancia. Por fin había dado con él. La larga espera había merecido la pena. Acortó la distancia que los separaba sin prisa y se plantó frente a él, muy cerca, tanto que podía llegar a incomodar. Con una mano sujetó su mejilla, impidiendo que apartara el rostro. Ni siquiera le pidió permiso, no le hacía falta.

Me has decepcionado un poco —dijo soltando la mano, pero sin alejarse ni un milímetro—. Después de tanto tiempo me esperaba una reacción mucho más calurosa de tu parte. ¿No me has echado de menos, ni siquiera un poco? ¡Vamos, Jaska! —Se acercó más, si es que aquello era posible. Ahora ya podían cruzar el aliento al hablar—. Seguro que sí —susurró—. ¿O acaso has encontrado a otra que ocupe mi lugar?

La mínima distancia que los separaba le permitió oler el aroma de la sangre que había quedado impregnada en su piel. Era el olor de otra mujer, un rastro que ya estaba tardando demasiado en eliminar.
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Mensaje por Invitado Vie Mar 17, 2017 6:03 am

Lento, el vampiro sonrió, con una mueca que parecía arrojar algo de luz sobre su (falsa) identidad al convertirlo, de nuevo, en el sensual hombre que había sido en tiempos, cuando las mujeres conseguían levantarle algo más que el apetito de sangre que siempre poseía, en casi todos los sentidos posibles además. Por supuesto, sabía que era una maldita mentira, que él no era Jaska en absoluto, pero ¡qué interesante que así se llamara por quien se estaba haciendo pasar! Porque su creador, el que había desafiado la voluntad de la polis de Esparta y había salido indemne (exactamente igual que él, por otro lado; para que luego Gyda pensara que no tenía nada en común con el vampiro que buscaba... ¡Ja!), se había llamado Jaska, y se había parecido efectivamente a él como si hubieran sido dos gotas de agua. ¿Coincidencia? Él no lo creía, desde luego.

Fue más o menos entonces que su sonrisa se volvió sibilina, atento como lo estaba al comportamiento de la vampiresa pelirroja que, embelesada y obnubilada a partes iguales (por supuesto), le daba toda la información que él deseaba como si fuera una neófita o, peor, una simple estúpida. ¿Es que ya nadie aprendía a cuidarse las espaldas! Ciro era un experto, podía impartir tantas clases al respecto que tendrían que nombrarlo titular en la Sorbona, pero ¿para qué si podía aprovecharse de la estupidez ajena...? ¡Era su deber moral! Y mira que él no se dejaba llevar nunca por algo tan estúpido como el concepto falso de “bien” o de “mal”, pero algunas cosas simplemente sentía que debía hacerlas, y si ella se le ponía en bandeja, habría sido muy descortés por su parte apartarla, ¿no?

Incluso de forma literal la mantuvo cerca, pues aunque el olor de una mujer le repugnaba hasta límites insospechados (¡quién lo había visto y quién lo veía...!), comprendía perfectamente que apartarla arruinaría el teatro y ni siquiera su poderosísima ilusión surtiría efecto en ella. Hablando de lo cual, hacía ya unos instantes que él se había adueñado de la visión de ella, haciendo que lo viera aún más semejante a su creador que antes, aunque el parecido físico sin manipulaciones como esas ya fuera extraordinario. Ahora, ante Gyda, solamente se encontraba Jaska, y todo gracias a la ilusión de un vampiro cuyo tormento lo había arrinconado hasta el punto mismo de usarla contra sí mismo, por patético que eso fuera... aunque, desde luego, no tanto como que Ciro se encontrara en su mejor comportamiento y mayor dignidad fingiendo ser otro ser. Pero ¿quién prestaba atención a semejantes minucias...!

¿Y si la he encontrado... qué? Acuérdate de que me perteneces, Gyda, no al contrario. – espetó, y se las apañó para invocar el tono de voz y la modulación que recordaba en las palabras de su sire, de todo ese tiempo en el que lo aguantó y le perdonó la vida antes de acabar eliminándolo para toda la eternidad. ¡Y amén! ¿En ese momento iba el pasado a encontrarse cara a cara con él...? Porque le resultaba sumamente inoportuno, algo que se sumaba al desdén general que mantenía como actitud y que nacía del asco que le provocaba la mujer; pero a Jaska, al maldito vampiro que lo había preferido a él antes que buscarla a ella, no le provocaría asco, ¿no? Así que a Ciro no le quedó más remedio que hacer de tripas corazón y rozar sus labios, apenas un segundo porque de lo contrario literalmente vomitaría, pero sí suficiente para seguir manteniéndola hechizada, siempre un poquito más, porque eso era a lo que aspiraba él.

Sigues como siempre. Quieres saber demasiado y yo no te lo quiero contar. – añadió, y fue un golpe bajo, pero ¿cuál suyo acaso no lo era? En los pensamientos de la vampiresa captó la despedida, o más bien la discusión; captó el dolor, y como así funcionaba él, lo utilizó contra ella, porque amaba hacer sufrir como jamás había amado a nadie, ni siquiera a él mismo, aunque se hubiera convencido durante muchos siglos de lo contrario. – Me marché porque no volviste, pero cuando volviste yo ya me había marchado, lejos, muy lejos, allá donde el mar cálido bañaba las costas yermas más al sur. No necesitas saber nada más. – sentenció, y se apartó, porque finalmente su asco llegó al punto culminante y no quería que siguiera tocándolo como a un amante.
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Mensaje por Gyda Sáb Abr 01, 2017 8:49 am

¿Qué se suponía que había sido ese amago de… beso? Beso, por decir algo, porque ese nimio roce de labios no podía considerarse como tal. Otra decepción. Desde luego, Jaska se estaba coronando en aquel reencuentro. ¿De verdad no la había echado de menos? Si eso era así, en la mente de Gyda sólo cabía un motivo para ello: la había reemplazado por otra. U otras, porque, desde que la convirtió, su amado creador siempre había sido muy dado a llevarse a un par de mujeres o tres a casa, para tener donde elegir cuando se sentía sediento. Parecía que había olvidado lo que ella hizo con cada furcia que había cruzado la puerta, sin ningún pudor ni cargo de conciencia. Ellas se sentían poderosas, pero la vampira ya se encargó de bajarlas de su pedestal de la misma manera que le había pasado a ella, sólo que las bajó demasiado y las terminó llevando bajo tierra.

¿Que te pertenezco? —dijo mientras veía cómo se alejaba—. ¿Es así como me ves? ¿Como una pertenencia que puedes abandonar a tu antojo? —Se dio la vuelta, dolida, y se quedó mirándole un rato—. Te marchaste porque no volví. Qué oportuno. ¿Te molestaste siquiera en buscarme antes de partir hacia el sur? No, claro, por qué ibas a hacerlo. Era mucho más útil aprovechar la oportunidad para librarte de mí. Lo que me lleva a lo mismo, una y otra vez.

Se acercó a él de nuevo, pero esta vez, sus movimientos estaban llenos de rabia. Lo empujó hasta chocar con una pared y puso su antebrazo en el cuello de Ciro, empotrándolo contra los ladrillos. Acercó su rostro de nuevo, con unos ojos azules que destilaban un millón de sentimientos del todo contradictorios. Seguía amándole, sí, y no podría dejar de hacerlo. Cuando creyó que su vida había terminado, Jaska la encontró y la cuidó, se la llevó con él allá donde fuera, siempre a su lado. Le demostró lo que era sentirse querida, y un día, simplemente, desapareció. ¡Joder! Ella le había todo lo que una mujer puede llegar a dar. Todo. Y cuando creía que pasarían juntos el resto de la eternidad, él la dejó sola de nuevo. ¿Por qué? Ella no volvió aquella noche, pero si la quería tanto como se había jactado de hacer ¿por qué salió tan deprisa si hacer un mínimo esfuerzo por encontrarla?

No quiero saber demasiado. Quiero saber lo justo, y quiero que me lo cuentes —susurró—. ¿Por qué te marchaste sin esperar una noche, al menos? Sólo habría hecho falta eso, y nada de esto hubiera pasado. Vamos, cuéntame tu excusa.

Estaba muy dolida con él, mucho, y eso se notaba en la entonación de sus palabras. No había llegado al llanto, pero con esa indiferencia que estaba mostrando Jaska era muy probable que no tardara en llegar. Cada segundo que pasaba, Gyda se impacientaba más con el vampiro. ¿Qué demonios le pasaba? Ella había esperado otra reacción, aunque sólo fuera sorpresa por habérsela encontrado allí, pero él no parecía dispuesto a darle ni eso. Acercó el rostro un poco más y sintió que el olor no era el mismo. Parecido, sí, pero no el que había tenido a su lado durante tantas y tantas noches. Ella, en su enamoramiento perpetuo —o su estupidez llena de celos, según cómo se mire—, lo achacó a lo que llevaba sospechando desde que se lo encontró. Otra vampira. Harta como estaba, no esperó a que él le dijera algo al respecto, así que, por primera vez en su vida, vulneró la privacidad del que creía que era Jaska buscando a esa maldita mujer en sus pensamientos. No le sorprendió ver a más de una, y lo cierto es que tampoco le molestó en exceso. Casi todas eran alimento, podría soportarlo, y eso ya era un avance en Gyda. Lo que sí la enfureció fue ver a una hermosa pelirroja que no era ella siendo el centro de atención de él.

Bésame —ordenó—. Pero hazlo bien, no me decepciones otra vez.

Por segunda vez en menos de cinco minutos, había roto dos de sus reglas no escritas con respecto a Jaska. La primera, espiando sus recuerdos, y la segunda, obligándole a hacer algo que estaba segura que él no quería hacer. Pero, ¿qué se pensaba él? ¿Que le iba a dejar irse con esa después de todo el tiempo empleado en encontrarle? ¡Ja! No. Si no podía retenerlo por su encanto natural, usaría el antinatural, pero quería que le quedara claro que sus vacaciones en solitario se habían terminado.
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Mensaje por Invitado Mar Abr 04, 2017 11:25 am

El espartano había estado más o menos centrado en su papel como Jaska, un vampiro que cada vez se iba pareciendo más en su mente a su creador, y sus intuiciones rara vez estaban equivocada... Aunque, cuando lo estaban (y le había costado su tiempo admitir que él, Ciro, a veces cometía errores, ¡pero hasta él podía madurar y ver la luz! No literalmente, claro, y mucho menos la del sol), traían consecuencias horribles para todos. En este caso, estaba tan seguro de que se trataba del mismo principalmente porque ella seguía confundiendo sus caras, como si la de Ciro no fuera infinitamente más hermosa y, por demente, carismática; gracias a eso, podía valerse de sus propios recuerdos para representar el papel, y no solamente tirar de los de ella. Por descontado, el resultado estaba siendo maravillosamente fiel a la verdad y a como había sido Jaska. Con él, al menos.

Así que, respondiendo a la pregunta de ella: sí, así era como la veía, ¡porque así lo había visto Jaska a él cuando lo había salvado! Pausanias, entonces, era un humano moribundo al que había salvado, y por tanto le debía lealtad; mujeriego como él solo, habían compartido presas, aunque la melancolía en los ojos de su sire empezara pronto a molestar al espartano, recién convertido y más neófito aún de lo normal. Pero, ante el mínimo intento de discusión, Jaska le recordaba a Pausanias que, al haberlo transformado, debía obedecerlo, así que ¿por qué no iba a hacerle lo mismo a ella...? Le parecía lo justo, y aunque no se lo pareciera, era lo que iba a hacer de todas formas, porque nadie, ni siquiera otro vampiro, le decía a Ciro lo que tenía que hacer.

¡Y mucho menos besarla! ¿Qué se había pensado? Estaba de acuerdo hasta cierto punto con hacer sacrificios por el bien mayor, siempre que ese bien fuera el suyo propio por descontado, pero ningún papel ni ninguna diversión valía volver a pasar por eso, no señor. El solo recuerdo le estaba matando, haber tenido que acercarse un momento atrás le estaba dando ganas de arrancarse los labios o echarse al fuego para ver si así limpiaba los restos de ella, que ni siquiera eran tantos, pero que a él se lo parecía. No, no había opción a que hubiera otro beso: antes le vomitaría dentro de la boca porque era la reacción tan condenadamente humana que le provocaba pensar siquiera en acercarse, y eso hacía que se sintiera aún más asqueado por lo que ella le estaba pidiendo...

No, qué demonios, no se lo estaba pidiendo: exigiendo. ¡A él, nada más y nada menos! Resultaba ofensivo para la memoria de Jaska, hasta él mismo lo sabía, pero sobre todo para su propia persona, vampiro, o lo que fuera. Él podía estar loco, que lo estaba; ser un farsante, y oh menuda falsedad estaba exhibiendo en ese momento, pero jamás iba a permitir que otros lo sometieran, fuera un demente que lo había perdido todo o no. Si ya de humano había decidido dejarse morir antes que obedecer, de vampiro milenario no había manera humana de que consiguiera que él lo hiciera. Así que, ante esa situación, ¿qué hizo Ciro? Lo único que estaba en su mano: reírse en su cara.

Quieres saber, quieres que te bese, quieres que te explique, ¡menuda caprichosa! ¿Sabes por qué me marché sin esperarte? Porque estaba harto de ti y tus niñerías. Eras una celosa estúpida y sigues siéndolo, ¿qué más da el tiempo que ha pasado si no has cambiado nada? Sigues igual que entonces. ¿Quieres saber por qué me marché, eh? ¿El motivo real? Me cansé, me cansé, me cansé... ¡Repítetelo de una maldita vez para que te entre en la cabeza! – espetó, pero no lo dijo de forma agresiva, sino divertida e incluso jovial, para que doliera más de lo que ya de por sí lo hacía, simplemente porque podía. ¡Era lo que se merecía, eso y más! Culpa suya había sido por jugar a un juego sin preguntar siquiera las normas...

Oh, y hablando de normas, ella había roto las suyas metiéndose en sus pensamientos, ¡como si Ciro, o Jaska de estar vivo, no lo habría notado! Eso sí que le borró la sonrisa del rostro y lo puso agresivo, más aún de lo que ya de por sí era: Ciro, disfrazado del vampiro que le había robado el corazón a la loca desquiciada que tenía delante (y eso que él de locura sabía bastante), la cogió de los hombros y la zarandeó, para, a continuación, empujarla hacia atrás y alejarla de él, colocándola en una posición en la que esperaba que se quedara, o de lo contrario tendría que ponerse serio de verdad.

Sal de mi maldita cabeza, Gyda. Que sea más importante para ti de lo que tú eres para mí no te da derecho a entrar como si fueras bienvenida, porque te recuerdo que ha pasado mucho tiempo, y si quieres una mínima parte de lo que hubo, tendrás que ganártelo. – ordenó, y no contento con ello, hizo el enorme (para él) esfuerzo de intentar recopilar la cordura suficiente para proteger sus pensamientos de ella, esa víbora que le empezaba a molestar como un mosquito particularmente insidioso e insistente. – ¿O es que no quieres ser mejor que la que ha ocupado tu lugar? Hasta ella es más luchadora, y sin conocerte. – afirmó, hurgando en la herida, y finalmente sonriendo, de nuevo, con crueldad.
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Mensaje por Gyda Dom Abr 16, 2017 4:43 pm

¿De verdad estaba enamorada de aquel ser despreciable que tenía delante? Tristemente para ella, la respuesta era sí, aunque, en realidad, no era por ese, en concreto, por el que seguía perdiendo los sentidos, aunque eso ella no lo sabía. Aún. Y es que Ciro estaba representando tan bien su papel que la tenía completamente engañada y, por ende, confundida. Su Jaska, su amado y siempre tierno Jaska, le estaba diciendo que la única razón por la que se marchó habían sido sus celos, sus manías y, en general, ella. Se había cansado de ella. Apretó la mandíbula todo lo que pudo, y más incluso, con tal de aguantar la sarta de barbaridades que pugnaban por salir de su boca. Ni siquiera peleó cuando él la zarandeó y la empujó para alejarla. Algo dentro de ella se había roto, lo había sentido, y eso que siempre le había parecido una estupidez aquella expresión.

Te cansaste —repitió con una voz tan mecánica que parecía un juguete al que le habían dado cuerda—. Te cansaste. Está bien. —De pronto fue como si nada de aquello hubiera ocurrido, porque volvió a mirarle con esa chispa de antaño en los ojos y una sonrisa ladina en el rostro—. ¿Ves como no ha sido tan difícil? Dices que soy una caprichosa, pero tú no haces más que hacerte de rogar. De verdad, si fueras más sincero todo esto habría terminado hacía rato. Pero no, sigues queriendo tener ese aura de misterio sobre ti, como si siguiera siendo aquella niña estúpida que se perdía por lo que eras.

De haber sido otro cualquiera, y no Jaska, al que tenía delante, habría dado media vuelta nada más soltar aquellas palabras y habría desaparecido en la oscuridad de la noche. Pero es que, de haber sido otro, le habría resultado indiferente cualquier cosa que pudiera haberle dicho. Estaba más que acostumbrada porque, para ser francos, Gyda no se caracterizaba por ser una persona —vampira, en este caso— con un don natural para atraer al prójimo. Ya lo había demostrado con su vástago, eternamente desilusionado con ella, por poner un ejemplo. Parecía que estaba demasiado acostumbrada a seducir y a persuadir a todos aquellos a los que quería que le rieran las gracias, quisieran ellos o no. ¡Cómo si eso fuera importante! Los débiles humanos eran fáciles de engañar, pero aquel vampiro no, no lo era, y más todavía con aquella actitud hostil y desagradable hacia ella. ¿Cómo se atrevía? Así que, como era Jaska, ahí se quedó, aguantando cada palabra, que, más que eso, parecían pequeñas astillas de madera lanzadas con fina puntería.

¿Que tengo que ganármelo? Mi querido Jaska, no tengo tiempo para eso —dijo, y seguido se rió con ganas. Pensándolo bien, era irónico porque, bueno, ella tenía todo el tiempo del mundo. Algo bueno tenía que tener la inmortalidad—. ¿Has visto? Si tengo hasta sentido del humor, algo que esa, después de haber visto su cara, dudo que tenga. Y hablando de ella, ¿ves como yo tenía razón? —Sonrió de manera siniestra—. No sé por qué te empeñas en ocultármelo, cuando todo sería mucho más sencillo si me dijeras la verdad desde el principio. Tienes a otra, pero hasta que no me he metido en esa mente retorcida que tienes ni siquiera has hecho el mínimo esfuerzo por contármelo. Así que, en el fondo, has sido tú el que ha provocado que me meta. ¿Qué pasa? ¿Creías que no iba a hacerlo porque eras tú? Veo que estar tan cansado de mí ha hecho que se te olviden algunas cosas.

Concluyó, y si se pensaba que no iba a seguir intentando recopilar más información de esa vampira que ahora veía como una rival, lo llevaba claro. Sin acercarse a él siguió sondeando sus pensamientos en la medida en la que él le dejaba. La vio a ella, sí, pero también se dio cuenta de que ella misma, Gyda, no aparecía en tantos recuerdos como cabría esperar. ¿Tan buen trabajo había hecho para olvidarla que la había borrado de su memoria de una forma tan eficaz? Imposible. Sí era cierto que desde que la transformó había habido más momentos de discusión que agradables, pero también había habido de estos últimos y, sobre todo, cuando todavía era humana. Porque lo había sido, aunque hacía tantos años que apenas se acordaba. De toda aquella época había contadas escenas que aún conservaba en su memoria, y la de aquel vestido que le regaló era una de ellas. Un bonito vestido azul oscuro que, según Jaska, resaltaba el rojo de su pelo y el azul de sus ojos. Una ñoñería como otra cualquiera que seguro que a Ciro le hacía mucha gracia, pero que el vampiro creador de ambos no hacía más que repetirle cada vez que se ponía el dichoso vestido. Gyda estaba convencida de que Jaska no había olvidado aquello, porque si su nueva señora era pelirroja se lo habría dicho. Otra cosa no, pero detallista para esas cosas siempre había sido.

Bueno, dime. ¿Ya le has regalado el famoso vestido verde? Yo aún conservo el mío. ¿O es que a ella no le hace juego con su pelo y sus ojos?

Antes incluso de volver a hablar alteró sus propios recuerdos para cambiar el color del vestido, por el mero placer de comprobar si realmente lo recordaba. Porque le resultaba curioso que los únicos recuerdos que él tenía de Gyda fueran los que había rememorado ella al verle. Ni uno más, ni uno menos.
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Mensaje por Invitado Mar Abr 25, 2017 2:42 pm

Si no se supiera por encima de tan humanos sentimientos, Ciro estaría convencido absolutamente de que le empezaba a picar todo el cuerpo, ¡que parara!, hasta el punto de querer restregarse contra el maldito suelo para que se le pasara la sensación. El motivo era ella, por supuesto; ella y su actitud, ella y ese desdén por su mente y lo que se escondía tras ella, o mejor dicho, ella y su curiosidad agotadora e imperial por saberlo, ¡como si a él se le pudiera dominar! A cada momento que pasaba, despreciaba un poco más a Jaska, su propio creador, y celebraba aún más su muerte a sus manos; con tal de no aguantarla, él también se habría marchado, ¡qué demonios! Y eso que, en otros tiempos, se encontraba mucho más cuerdo, más estable y más paciente, no como ahora. No, definitivamente no como ahora.

Me cansé, me canso y me estoy cansando. Cállate de una vez, tu maldita voz me taladra la cabeza y te quiero arrancar la garganta. – espetó, y una de las maravillosas ventajas de su estado mental alterado era que lo convertía en un ser impredecible, hasta si representaba un papel, pues tan pronto podía amenazar diciendo auténticas bondades como soltar burradas con tono tranquilo, casi aburrido. Eso mismo había hecho, con la mejor representación de Jaska que nadie había hecho nunca, ¡hasta él habría estado orgulloso! Si no hubiera acabado con su vida tal vez lo sabría, pero como Ciro no era de los que se arrepentían de muchas cosas, se tendría que quedar sin saberlo, y sin dedicarle más de un pensamiento al respecto, como tampoco estaba pensando en la chorrada esa del vestido.

¿Eres estúpida, Gyda, o me tomas a mí por estúpido? Porque si es lo primero, bueno, poco se puede hacer, pero si es lo segundo, vas a lamentarlo. ¿Verde? Por todos los demonios, te pega menos el maldito rosado. – opinó, totalmente al azar, porque realmente creía que ni Jaska, obsesionado con la belleza (de ahí que lo hubiera convertido, aunque lo cierto era que había habido también bastante egocentrismo en ello, dado que se parecían como dos gotas de agua...), no habría cometido ese error con los ojos de la vampira, más azules que verdes. Para verdes, los suyos, a ratos; no sabía, porque no podía saberlo (su inestabilidad se lo permitía, no sus talentos), que había acertado, pero la expresión de Gyda habló momentáneamente de sorpresa, y Ciro enseguida supo que había superado la trampa de la vampiresa, sin siquiera intentarlo.

Increíble. – murmuró, pero lo realmente increíble era su golpe de suerte, ¡al parecer algo sí que estaba destinado a salirle bien! Después de absolutamente todo lo que había pasado en los últimos tiempos, alguna vez le había fallado el ego y había dejado de creerse un dios afortunado; sin embargo, con cosas como esas empezaba a volverle la idea, insistente, tan convincente como él podría volver a serlo. Y como consecuencia, porque no podía suceder de otro modo, Ciro sondeó entonces los recuerdos de Gyda, y vio el vestido verde, pero no dudó porque había visto la verdad en su cara, algo con lo que la vampiresa no podía contar: su amor era su debilidad. Él, que no había sentido amor en su maldita vida salvo por sí mismo (y esa relación tenía más altibajos que la relación de los franceses con sus reyes...), lo sabía bien, porque precisamente esa lejanía le había dado la objetividad suficiente para ser consciente del efecto devastador que tenía esa estupidez en otros.

Aprovechándose de la afortunada coyuntura, la rodeó, dominando la situación una vez más, y sobre todo disfrutando de que no hubiera intentado volver a tocarlo, pues, de hacerlo, le arrancaría el brazo sin dudar ni parpadear. ¡Tampoco es que nadie pudiera juzgarlo por ello! Y aunque lo hicieran, a él le daría lo mismo; desde su tortura, no quería que ninguna mujer (ni hombre) lo rozara a menos que fuera para alimentarse o para pelear, que eso sí que le daba la vida que había perdido hacía más de un milenio. Al final, Ciro era un vampiro que disfrutaba de las pequeñas cosas, ¡era indiscutible!, aunque esas pequeñas cosas fueran violentas, sangrientas y caprichosas, exactamente como él mismo... Porque si no iban a juego consigo mismo, ¿qué sentido tenía todo?

Te he dicho toda la verdad que te voy a decir. Lo demás, lo tratarás como mentiras, y no me apetece ni mirarte, así que mucho menos discutir contigo. Sigues siendo patética... – insultó, pero con esa manía suya de hacerlo sin elevar el tono ni cambiar la inflexión, como si estuviera comentando que la luna se encontraba en cuarto creciente aquella noche o que los pasillos de Versalles estaban repletos en la última velada social que había celebrado el reyezuelo de turno, le importaba de poco a nada su identidad. – Ojalá se me hubieran olvidado más cosas, todo esto sería infinitamente menos desagradable si así fuera. Empezando y terminando por ti, claro está. – sonrió, finalmente, con esa crueldad suya que se mezclaba con la que Jaska había podido llegar a expresar en el pasado.

Ella se metería en su mente, lo sabía; era mayor que él, y aunque Ciro estaba volviendo a proteger sus recuerdos de ella, a veces se colaba, así que decidió que lo utilizaría contra ella: la imaginó como suponía que Jaska lo hacía, como una mujer hermosa y deseable, pero a continuación la visualizó salvajemente atacada, violada y mutilada de formas que lo hicieron sonreír todavía más, con crueldad. Si ella quería meterse en su cabeza, ¡adelante!, pero él también sabía jugar a esa técnica sucia que la vampiresa no dejaba de querer aplicar con él, como si pensara que así lo dominaría. Ah, no veía el momento de que descubriera exactamente con qué clase de ser estaba tratando...
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Mensaje por Gyda Lun Mayo 22, 2017 4:04 pm

Y ahora su voz le taladraba la cabeza. Que se callara, le decía. A punto estuvo de decirle que adelante, que le arrancara la garganta, la cabeza, o lo que quisiera, pero se calló, haciéndole caso sin darse cuenta y a pesar de que por dentro se moría de ganas de contestarle. Nunca sabría lo acertada que estuvo en esa ocasión, porque si llegaba a darle rienda suelta para que hiciera lo que le viniera en gana, lo más probable era que hubiera terminado sin garganta, o incluso convertida en cenizas. Ella seguía creyendo que era Jaska, pero no; era un ser completamente inestable que se estaba haciendo pasar por su creador, el de ambos, en realidad. Su parte racional empezaba a sospechar que algo raro había en todo aquello, pero había otra —la que seguía viendo a Jaska como un ser superior al que adorar— que se negaba a creer algo así. Si su idea de alterar sus recuerdos sobre el vestido daba resultado, comprobaría si era realmente él. Se concentró en mantener la prenda de color verde el tiempo suficiente hasta que él habló. Llegó a creer que con eso ya estaría, pero la respuesta la sorprendió, francamente. Sabía que el vestido no era de color verde y, aunque tampoco dijo el verdadero, la mente de Gyda ya había aceptado un hecho que debía haber aceptado nada más verle: la había olvidado.

Con la mirada perdida en un punto infinito detrás de Ciro, sintió como él la rodeaba sin moverse ni un centímetro. No pestañeó, ni movió los labios para defenderse de sus constantes ataques cada vez más directos y ofensivos. La voz le llegaba desde su espalda, le entraba por los oídos e iba calando poco a poco vaciándola por dentro.

Tampoco es que recuerdes demasiado —comentó con una voz completamente apática—. Me gustaría saber cómo has conseguido borrar tantos recuerdos de esta manera tan eficaz, aunque supongo que parecerte patética es algo que ha jugado un papel importante. —Se giró despacio y lo encaró manteniendo la misma distancia con él—. Y ahora resulta que no te apetece ni mirarme. ¡Quién lo diría! Cuando eras tú el que me pedía que me desnudara, eso si no lo hacías tú personalmente. —Sonrió de lado—. ¿Cuántas veces has deseado haberme dejado morir en aquel riachuelo? —Le miró fijamente a los ojos con el rostro completamente neutro—. Quizá debiste haberlo hecho.

Dio un paso atrás para poder observarle al completo. Pasó sus ojos de arriba a abajo lentamente, y cuando volvió a su rostro entornó los ojos y sondeó su mente de nuevo, como una costumbre recién adquirida, pero dejó de hacerlo casi de inmediato. Apartó el rostro asqueada, y todavía sin mirarle avanzó hasta cubrir la distancia entre ellos.

Me he quedado sin fuerzas, Jaska. —Levantó los ojos y los clavó en los de él, acercando el rostro hasta quedar a pocos centímetros del suyo, si poder evitar que el aliento chocara contra su boca. Que aguantara un poco más, el muy cretino—. Y tampoco quiero discutir contigo; ya lo hicimos mucho gracias a esas furcias que traías a casa. —La mirada indiferente de la vampira seguía fija en los rasgos de Ciro, muy atractivos para ella, pero dolorosos al mismo tiempo—. Me ha quedado claro lo que quieres, así que, supongo que has ganado esta vez. —Se acercó hasta rozar la nariz con la de él a propósito—. Adiós, Jaska —murmuró contra los labios ajenos y, dándose un impulso —porque él era más alto que ella— se acercó hasta besarlos, también a propósito, claro. Que más le daba, si ya estaba todo perdido.

Se separó con parsimonia y dio media vuelta para alejarse de allí lentamente. Su actitud parecía tranquila, pero en aquel momento no se sabía cuál de los dos vampiros era el más peligroso, si el loco o la despechada. Gyda paladeó y abrió las aletas de la nariz intentando captar el olor de algún sabroso humano del que beber, aunque, en realidad, cualquier ser era perfecto para calmar a la ahora irascible pelirroja. Mortal o inmortal.
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Mensaje por Invitado Lun Mayo 29, 2017 2:38 pm

¡Pues claro que no recordaba demasiado de ella si nunca la había conocido! ¿Qué pretendía, algo de lógica proveniente de él, de un vampiro que gustosamente había renunciado a eso que llaman cordura sólo porque era más divertido así? ¡Todo, todo lo era! Y aunque técnicamente había tenido más motivos para dejar de llamarse a sí mismo cuerdo (dejar de engañarse a sí mismo era uno de esos motivos, que llevaba más de dos mil años sabiendo que no lo estaba), el principal era Fausto, y ella no tenía nada pero nada que ver con lo que el humano le había hecho. Aunque, debía reconocerlo, habían empezado igual, como un entretenimiento los dos, Ciro se estaba cansando, y eso nunca era buena señal.

Con el aburrimiento en sus rasgos imposibles, demasiado clásicos e incluso nórdicos pese a ser heleno y medio persa, Ciro la contempló mientras su mente se resquebrajaba del todo; casi pudo escuchar cada ¡clac! de los trocitos de su cerebro que se iban cayendo al suelo a medida que sus creencias se esfumaban una a una, todo gracias a él. ¡Y eso que le estaba haciendo un favor! Era preferible haberla iniciado en la mentira con dulzura y suavidad (¡a eso llamaba el espartano dulzura...! Claramente debía redefinirse el término para que se ajustara más a él) a decirle, directamente, que Jaska estaba muerto porque lo había matado él, ¿no? ¿Acaso el dolor no funcionaba así?

¡Pero él qué sabía! Ciro estaba muy enterado de cómo provocar dolencias físicas, de esas que abren heridas en los cuerpos, y de sufrir dolor también, hasta el punto incluso de haberlo llevado a la locura; de lo que no sabía tanto era de dolor emocional, pero porque no se interesaba, no por incapacidad. Vamos, ¡a aquellas alturas ya debería estar claro que Ciro era brillante y podía hacer casi todo lo que quisiera! Loco o no, su ego permanecía en el mismo lugar al que él le había permitido alzarse hacía muchísimo tiempo, tanto que Jaska hasta lo había conocido; es más, Ciro estaba convencido de que eso había sido lo que lo había atraído, y el resto era historia.

Hablando de historia, Ciro miró a la vampiresa mientras hablaba, rota, y mientras se iba, destrozada; con la satisfacción de un trabajo bien hecho, sonrió, pero lo quiso hacer con más intensidad de la que le permitían sus mejillas y las comisuras de sus labios, así que decidió estirarse de ambos para forzar una sonrisa de payaso diabólico. ¡No sangró de milagro! No lo hizo porque se controló antes y porque supo que entonces ella descubriría de inmediato con semejante descuido que él no era su Jaska; no planeaba autosabotearse en esas circunstancias, ¡no cuando podía ser teatral!, así que, aunque ella no lo viera porque se estaba marchando, Ciro se devolvió la piel a su lugar y mantuvo, como expresión neutra, una especie de sonrisa amplia, pero cruel.

¡Has picado! ¡No puedo creerme que te lo hayas tragado tanto tiempo, qué ingenua! – se burló, sin gritar pero lo suficientemente alto para que ella supiera que se refería a ella nada menos, a Gyda, y se girara, sólo para encontrárselo plantado, cuan alto era (y era muy, muy alto, lo suficiente para que en esa época y en la suya destacara del mismo modo sobre el resto de la plebe), y sonriendo. No, riéndose, ¡se estaba riéndose como si todo hubiera sido una buena broma! ¿Y acaso no había sido así para él, ese vampiro cruel con el que habían jugado tanto que ya se había encontrado la mejor excusa para jugar con los demás...?

Yo siempre gano, y tú no tienes fuerza, ¡nunca! Deja ya de llamarme Jaska, ha dejado de ser divertido, aunque verte así, tan hundida en la miseria, me satisface. Él me habló de ti hace mucho, más de dos mil años, aunque año arriba año abajo, ¿sabes? Las fechas exactas se me resbalan y me la resbalan, ambas cosas sirven en realidad. – afirmó, dándose toquecitos en la sien derecha mientras su otro brazo servía como apoyo al codo del brazo que había utilizado para semejante gesto de desdén pensativo, uno que fingía pensar cuando lo tenía todo claro. En ese momento sí, en contraposición a la confundida Gyda; en el futuro, tal vez ya no, pero ¿a quién le importaba? ¡Era su momento, suyo y de nadie más, y no permitiría que nada ni nadie se lo arruinara...!

No soy Jaska. ¡Sorpresa! No soy Jaska pero lo conocí, no soy Jaska pero sé quién eres. Jaska me creó, exactamente igual que a ti, así que supongo que eso te convierte en mi hermana. ¿Cómo te sientes habiendo rozado tanto el incesto? Por curiosidad lo digo, nada más. – continuó burlándose, tan sonriente que dolía, tan feliz (aunque fuera fugaz, una mentira que se terminaría más pronto que tarde) que se le iluminaba el rostro y se parecía aún más al creador de ambos que de costumbre, y eso ya era decir. Hablando, precisamente, de eso... – Jaska está muerto, deberías dejar de buscarlo.
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Mensaje por Gyda Miér Jun 14, 2017 3:41 pm

Había conseguido lo que quería: que le dejara en paz, que se saliera de su vida. Muy a su pesar, Gyda se alejó de él, aunque no sería por mucho tiempo. Por fin había dado con él después de tantos años, y en el fondo sabía que no renunciaría a Jaska tan fácilmente. Si le quería a su lado como al comienzo de todo, tendría que ganárselo, aunque, para Gyda, era ella la única que tenía derecho sobre él. De pronto, la voz tras ella la obligó a detenerse despacio, aminorando el paso como si necesitara amortiguar el movimiento.

¿Me he tragado… qué, exactamente?

Se dio la vuelta con esa tranquilidad aparente y se lo encontró frente a ella riéndose como si aquello tuviera gracia. De verdad, que mal le había sentado la eternidad al que una vez fue un vampiro tan ejemplar para ella. Se dio cuenta de que, quizás, Jaska no estaba en su mejor momento. Qué ciega estaba la pobre, ¡claro que no estaba en su mejor momento! Y lo cierto era que ni siquiera estaba en uno malo, estaba en el peor, con el norte completamente perdido y el sur camino de estarlo. Que le dejara de llamar Jaska. ¿Cómo se supone que debía llamarle, entonces? Lo miró con el ceño fruncido, evidentemente confundida porque todo lo que estaba diciendo no tenía ni pies ni cabeza.

Sí, lo entiendo, tener una pila de años a la espalda hace que las fechas te bailen en la cabeza. Pero, año arriba año abajo, a mí también me la resbala bastante —dijo, comenzando a dar unos pasos en su dirección—, así que vete al grano, Jaska. ¿Qué pasa, acaso has cambiado de nombre?

¿Qué les pasaba a todos los vampiros con sus malditos nombres? Gyda, a pesar de lo que su miserable vida humana significaba para ella, había mantenido el nombre que su madre le dio al nacer sin alterarlo ni un ápice. Aparte de sus recuerdos, la mayoría tan vívidos que parecían recientes, era lo único que había conservado de aquella época. ¿Por qué? Quién sabía, quizá para honrar a su pobre madre, que tan mal había elegido todo en la vida, haciendo que fuera ella, Gyda, la que terminara cargando con los resultados de esas decisiones.

Iba a dar media vuelta cuando Ciro volvió a hablar. De hecho, ya había girado el cuerpo en parte, con lo que tuvo que volverse hacia él de nuevo, y lo hizo con un gesto indiferente en el rostro. Al menos al principio, porque lo siguiente que hizo fue mirarle de arriba a abajo en completo silencio, una, dos y tres veces, y con las cejas tan arqueadas que causaban hasta risa. ¿Que le había creado a él igual que a ella? Menuda broma. En todos los años que había compartido con su creador, nunca le había visto alimentarse de hombres, ni siquiera acercarse a ellos. Los evitaba, al igual que hacía ella con las mujeres, algo que, por cierto, no era casualidad. Si de verdad la había cambiado por ese despojo, haber sido reemplazada por la pelirroja de los recuerdos del supuesto Jaska empezaba a antojársele una idea mucho más honrosa en su mente.

Que te creó… ¿a ti? —Le señaló con el índice y siguió acercándose a él, paso a paso, hasta quedar a la distancia que marcaba su brazo semiextendido. Soltó una risa floja—. ¿De verdad te crees que me voy a tragar ese cuento? —Ahora sí, fue ella la que estalló en carcajadas—. Jaska, estás peor de lo que pensaba. Creo, sinceramente, que tienes un grave problema de personalidad. —Se frotó el rostro con las manos, masajeándose las mejillas doloridas—. Rozando el incesto… será imbécil —murmuró mientras le daba la espalda.

Ya había conseguido que se marchara, ¿para qué tanto teatro, fingiendo ahora que no era él? Para divertirse a su costa, eso estaba claro, pero seguía habiendo algo que no le dejaba pensar que, simplemente, Jaska había enloquecido. Su instinto ya la había advertido, pero no había conseguido que nada de lo que ella dijera le hiciera caer a él en una trampa para corroborar que, efectivamente, no se trataba de Jaska. Tenía recuerdos de ella, pocos, pero la misma Gyda los había visto. ¿Que los había visto en su propia mente? Quizá, pero cada vez que miraba ese rostro tan perfecto sólo podía ver a su creador. Continuó alejándose de él a paso lento, pensando en la posibilidad de que, por primera vez en toda la noche, ese vampiro estuviera diciendo la verdad.

Volvió a escuchar su voz, tan cargante a esas alturas que deseó arrancarle la lengua para que se callara de una vez, pero sus palabras la dejaron en el sitio. Jaska. Muerto. ¿Por qué demonios seguía creyéndose lo que salía por su boca? Sondeó su mente y vio a dos como él, tan parecidos entre sí que el que tenía delante bien podía haber pasado por el otro, y el otro por el que tenía delante. Los detalles de ese pensamiento eran demasiado nítidos para que se los hubiera inventado, ella lo sabía, lo hacía a menudo; cuanto más complejos fueran, más fácil era desenmascararlos, y aquel tenía tantos detalles que abrumaba.

Mientes —dijo sin mirarle aún. No se lo quería creer. No. Ese que tenía delante tenía que ser Jaska, porque Jaska no podía morir. Se giró. —No te muevas —le obligó y se acercó a él mientras Ciro se quedaba quieto en su sitio, obediente. Si se pensaba que sólo sabía leer mentes, lo llevaba claro—. ¿Qué es eso de que Jaska está muerto? Habla. —Terminó de andar la distancia que los separaba y acercó su rostro al ajeno. Si ese no era Jaska, ¿quién demonios era? No podía ser otro—. ¡HABLA!
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Mensaje por Invitado Jue Jun 22, 2017 6:03 pm

¡Mentía! ¿Justo ahora, que había dicho la verdad, le acusaba de mentir a él, al maestro de las falacias, a un hombre que hablaba griego, francés y engaños como lenguas maternas? Lo cierto era que no, y que además él, a lo suyo, se refería como espartano, pero no estamos aquí para debatir sobre semántica, sino para analizar al sorprendido Ciro (porque, sí, ella lo había sorprendido. No para bien, pero lo había hecho, ¡enhorabuena!), atento a la estupidez vampírica más grande que había presenciado. Sí, sin lubricante, así era la cruda realidad: Gyda se estaba comportando, ante él, como una estúpida, y aunque más o menos entendía lo que debía de estar pasándole por la cabeza a la vampiresa, una cosa era entenderlo y otra muy distinta justificarlo.

Algo tenía que quedar claro, desde el principio: Ciro era egoísta, muchísimo, y no se preocupaba lo más mínimo por lo que pudieran sentir, pensar o creer los demás a menos que le beneficiara directamente a él de un modo o de otro. Precisamente por eso, Ciro entendía, porque era inteligente y no necesitaba reflexionar mucho para darse cuenta de ello, que ella estaba desconcertada; desconcertada, rabiosa y, en cierta medida, aferrándose a una esperanza vacía e inútil. Claro, pobrecilla, ¡el espartano le había roto el corazón, y no como acostumbraba! Ni siquiera se había utilizado a sí mismo para romperla, sino que había usado su pasado y a otro ser que había formado parte del de ambos para conseguirlo: fácil, sencillo, rápido y apto para todos, sobre todo para ella.

Durante un instante obedeció al poder de la vampiresa despechada, lo tuvo que admitir, pero solamente fue un instante, un parpadeo en sus largas vidas mientras la veía desesperarse lo suficiente para que dejara de ejercer ese poder sobre él, o mejor dicho contra él. En cuanto, sin embargo, se encontró con el rostro de la mujer tan cerca del suyo, hizo una mueca y la apartó con dos dedos, estratégicamente colocados en la frente de la pelirroja dolida, una que debía de odiarlo pero que estaba tan confundida que no podía ni siquiera controlar sus propios poderes, ¡qué pena! Para ella, al menos; para él, era una ventaja que planeaba usar a su favor, igual que también había estado valiéndose del antinatural parecido existente entre su creador, Jaska, y él, para jugar con una antigua amante, o antiguo amor, o lo que fuera, del vampiro que lo había salvado a él.

¿No me muevo o no miento? Intentas darme tantas órdenes que no pienso seguir que deberías aclararte, a lo mejor la verdad es un plato que no te gusta y se te va a indigestar conocerla después de tanto tiempo. – observó el espartano, con cruel agudeza, y cruzó los brazos sobre el pecho, mirándola con tal suficiencia que no era posible confundirlo con Jaska en aquel preciso momento: las diferencias entre uno y otro eran tales que solamente lo igual de sus rostros podía causar confusión. Por si las moscas, Ciro decidió que le haría el favor de su vida en esa espiral suya de destrucción de Gyda al recordar a Jaska cuando lo había salvo a él con todo detalle, tan distinto del espartano moribundo al que había convertido en vampiro (algo que no omitió; pocas cosas recordaba de su transformación, pero sí lo suficiente para que no hubiera dudas al respecto) que ni siquiera ella pudo seguir dudando. Entonces, sonrió.

Antes sí, pero ahora no miento. Lo ves dentro de tu cabeza porque lo veo dentro de mi cabeza: lo conozco. ¿Por qué me transformó? Porque me iban a matar y era un desperdicio que alguien como yo fuera sacrificado: por eso. Lo que no sé es de dónde se sacó el cadáver igualito a nosotros dos para justificarlo, pero creo que Jaska desarrolló una especie de gusto raro por encontrar gente parecida a él, así que ahí lo tienes. Por cierto, si lo creo es que es cierto: ¡a las pruebas me remito! – añadió, caótico, más de lo que había estado demostrando hasta aquel preciso momento, pero era la ventaja de dejar de fingir que era Jaska y poder ser Ciro de nuevo: la crueldad podía volver a ser locura, y la locura podía guiarlo, de nuevo, como se le antojara al peloponésico.

Nunca me he llamado Jaska, es un nombre horrible y tengo elecciones mucho mejores. Por ejemplo, el mío: Ciro. – replicó, rápidamente, como si estuviera molesto en demasía con ella, y no lo estaba demasiado... en ese mismo instante. Si le daban unos minutos más, la historia cambiaría, sobre todo si ella seguía empeñada en que él era Jaska, ¡por el amor de todos los malditos dioses! O sea, del suyo. – Mira, tengo muchos problemas, pero mi personalidad no es uno. No soy Jaska pero me parezco, no soy Jaska pero me transformó, igual que a ti. Y sé que está muerto porque, y en esto tampoco te miento, yo lo maté. – sentenció, serio como un muerto, pero al final sonrió porque quería molestarla aún más, llevarla al límite como él lo estaba, sólo para ver qué pasaba. Así era él, y así lo habían corrompido.
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Mensaje por Gyda Lun Jul 10, 2017 6:07 am

Cuando se cruzó de brazos y la miró como si realmente se creyera mejor que ella, Gyda estuvo segura de que, si en algo no había mentido, era en que él no era Jaska. Las imágenes que vio después se lo terminaron de confirmar, y sólo le quedaba pensar en que, si eso era cierto, si no era Jaska a quién tenía delante, la parte en la que su creador moría sería, muy probablemente, cierta. Al pensarlo detenidamente sintió un vacío intenso, como si se hubiera metido en una burbuja donde los sonidos del exterior llegaban muy amortiguados,  y después miedo. Sí, por primera vez en mucho tiempo sintió miedo, miedo porque se vio sola de nuevo, y aunque así había sido durante dos mil años, ahora sentía que era real. No pudo evitar mostrar ante Ciro esa sensación de vacío —¡qué más hubiera querido ella que tener un rictus completamente indiferente en ese momento!— que, aunque enseguida la ocultó, estaba segura de que al vampiro le había dado tiempo de sobra para darse cuenta, y que, además, lo usaría en su contra. ¡Como si lo viera!

Que no te muevas y que no mientas. Son dos órdenes  sencillas que incluso tu cerebro de chorlito sería capaz de llevar a cabo al mismo tiempo. Además —se cruzó de brazos— hace tantos siglos que no se me indigesta nada que siento incluso algo de emoción al pensarlo. —Bajó los brazos y se acercó, a pesar de que había dejado claro que no la quería cerca. Poco le importaba lo que quisiera él—. Habla.

Y habló, dejando bien claro lo superior que era sobre todos los seres del planeta. Porque nadie podía dejar morir a alguien como él, claro que no. ¡Jaska, menudo idiota fuiste cayendo en su trampa! ¿Pero en qué demonios estabas pensando para rescatar a semejante personaje? Sí que se parecían, mucho, además, de eso no había duda. Ella misma había lo había confundido con su creador, incluso lo había besado. ¡Ahora se daba cuenta de lo que había hecho! No sabía si aquello rozaba el incesto, pero la cara de asco que puso no dejó lugar a dudas sobre lo que pensaba. Se alejó ella sola, sin necesidad de que el vampiro volviera a empujarla con desdén, y lo miró de arriba a abajo, intentando convencerse a sí misma de que no confundirlo habría sido imposible.

Ciro —repitió, pronunciando cada sílaba con auténtico desprecio—. Sí, claro, mucho mejor, dónde va a parar.

Suspiró y apretó el puente de la nariz con dos dedos, mientras con el otro brazo sujetaba el codo, cansada del vampiro y de sus tonterías. Porque eso era todo lo que decía, tonterías, y cada una más grande que la anterior. Que sí, que les había transformado el mismo vampiro, eso le había quedado claro. ¿Qué demonios tenía eso que ver para que Jaska estuviera muerto? No hacía más que hablar y hablar, pero no decía absolutamente nada. ¡Nada! Y el susodicho Ciro seguía dándoselas de importante. Él decía que no tenía ningún problema, pero Gyda estaba convencida de que sí; ese ego ponzoñoso que tenía no era normal, se mirara como se mirara.

Sólo levantó la mirada cuando escuchó las últimas palabras, clavando los ojos en los de él sin parpadear y quieta como una estatua de mármol. ¿Qué acababa de decir?

¿Que tú lo mataste? —preguntó con voz incrédula. Procesaba todo lo que le decía de manera muy lenta, pero, ¿quién no lo haría, después de que le confesaran que aquello que llevaba buscando más de dos mil años había desaparecido? Lo cierto era que Gyda ya no sabía qué, de todo lo que decía, podía creerse; según él, no mentía, pero ya la había engañado cuando se hizo pasar por Jaska. Se introdujo en su mente sin reparos (a esas alturas eran ya como viejos conocidos), porque sabía que aquello era algo demasiado jugoso para sólo contárselo—. .

Dio un paso muy lento y después otro, quedando frente a él sin saber qué hacer. Además de matarlo, claro, porque matarlo era la única forma de mitigar esa rabia que se empezaba a cocer dentro de ella. Rabia que pronto dejó de ser tal y que pasó a algo más fuerte.

Tú… —Acortó el espacio que quedaba entre ellos de un salto, tirándole de espaldas al suelo y cayendo sobre él—. ¡Maldito engendro despreciable! ¡¿Por qué?! —gritó mientras cerraba las manos en torno a su cuello hasta que le clavó las uñas en la piel. Si algo bueno tenía ahogar a un vampiro era que no podía morir asfixiado. Eso sí, lo que no podría sería hablar.
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Mensaje por Invitado Lun Jul 10, 2017 2:13 pm

Ciro no era feliz porque Ciro se encontraba por encima de semejantes convenciones, aparte de que estaba convencido de que el concepto de felicidad era una burda invención para tratar de dar sentido a existencias vacías, ¡pero ese no era el caso! Digresiones aparte, Ciro no era feliz, desde luego; no había nada en él que diera la sensación de que sentía algo remotamente parecido a eso, pero ¿y lo cerca que se encontraba en aquel preciso momento qué? Todo lo cerca que pudiera estar sin creer en el tema y bla, bla, bla, lo sabemos todos, pero no había nada como arruinar vidas ajenas para llenar la propia, aunque él supiera mejor que nadie que vida, lo que era vida, no es que pudiera llamarse a lo suyo, así que sí, como poco estaba satisfecho.

La comparación más apropiada que se podía hacer era que Ciro parecía un gatito ante un cuenco de nata, y eso era inapropiado en sí mismo porque Ciro de dulce animal tenía más bien poco, pero mientras sirviera para transmitir la idea general, hasta eso podía permitirse. ¡Eh, estaba loco, esa era una de las ventajas! La completa irreverencia en la que se había convertido tanto en carácter como en pensamiento le había beneficiado enormemente, de eso no cabía duda, pero se obligó a centrarse en ella y ese vacío existencial que la había inundado cuando sumó todas las piezas del rompecabezas porque, demonios, qué bien sentaba dañar a los demás, sobre todo con cosas de un pasado que tenía muy, muy lejano.

Tanta satisfacción sentía que casi podía llamarse incluso magnánimo, y por eso permitió, en su enorme generosidad, que ella lo agarrara del cuello, tirara y tratara de ahogar, no en ese orden pero, en fin, poco importaba porque así fue como terminó. Incapaz de hablar, con la garganta al menos, la rabia de ella sólo aumentaba la sonrisa de él, y ni siquiera eso que le estaba haciendo (atacarlo, vaya; a cualquier otro rival se lo habría permitido de poco a nada en su vida humana y en la mayor parte de la vampírica, pero suponía que era lo normal para con ella, ¿no? Por un ratito al menos, nada más, va...) conseguía borrarle el gesto. Oh, pobre Gyda, ¿se pensaba de verdad que esa era forma de tratar con Ciro? ¡Error!

Se burlaba, vaya que sí lo hacía, pero el ego de Ciro jamás había estado tan poco justificado como todo el mundo se empeñaba en creer: había sido criado como un rey, había demostrado su valía en todos los aspectos en los que había sido necesario hacerlo, y había triunfado allá donde otros habían fracasado, así que ¿por qué no reconocerse el mérito a sí mismo? Especialmente cuando era el único que lo hacía porque era el único que no estaba ciego ante la evidencia de su propia valía; así pues, Ciro se había crecido en sí mismo hasta después de haber sido torturado, un acto de autoestima tan valioso como anormal en la sociedad parisina donde se movía, y por eso le permitía el capricho a Gyda, sí, pero hasta cierto punto.

No tuve más remedio. – afirmó, en sus propios pensamientos, y una vez más era un milagro sólo posible en él que tuviera la mente lo suficientemente bien amueblada por un momento, incluso en el caos general que residía allí arriba, para ser capaz de proyectar sus ideas en la cabeza de ella. Ya que estaba dentro, porque al parecer le había cogido el gusto (no la culpaba, ¡quién no lo haría!), pues qué mejor que aprovecharse de esa nueva vía de comunicación mientras él decidía permitirle atacarlo para aplacar su rabia o algo así. Y como supo que no le creía y se sentía magnánimo, buscó los recuerdos de su convivencia con Jaska, de la progresiva transformación del mutuo creador en un dictador (posiblemente por la pena de la separación de Gyda, pero ¿a quién le importaba?) y de su propio hartazgo al respecto.

No ocultó nada, sus pensamientos fueron nítidos y ciertos, a la par que crueles, pero desprendían verdad, y entre eso y que Ciro se cansó fue suficiente para que ella lo soltara. Con ayuda del espartano, claro, que la golpeó con toda su caótica fuerza, no porque la fuerza fuese caótica en sí, sino porque, al ser él un caos, controlaba más bien poco y era más fuerte incluso que alguien mayor que él, sobre todo si lo cogía por sorpresa, como fue el caso. – ¿Te enseño el momento exacto en qué pasó o te vale con eso? – preguntó, encogiéndose de hombros e incorporándose con una mano en el cuello, que al ser apartada estaba manchada de sangre. De su sangre, una que otrora había odiado derramar pero que, entonces, incluso lamió con fruición.
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Mensaje por Gyda Vie Jul 21, 2017 4:04 pm

Daba lo mismo cuánto apretara Gyda el cuello de Ciro, él seguía sonriendo, y a ella le dio la sensación de que, cuanto más apretaba, más se amplificaba ese gesto que ya tenía grabado a fuego en la memoria. ¿Qué clase de ser era ese contra el que peleaba? Esa pregunta se la había hecho en numerosas ocasiones ya en aquel encuentro, demasiadas para tratarse siempre del mismo vampiro.

Siempre hay otro remedio —le contestó por el mismo medio, y no porque él la estuviera agarrando también; tenía la mandíbula tan apretada que parecía que los dientes le iban a estallar en mil pedacitos y los ojos a salírsele de sus cuencas.

Siguió mirando en su mente, intentando llegar hasta lo más profundo para poder así descubrir cuánta verdad había en todo ello. Ciro no se lo puso muy difícil, puesto que empezó a proyectar distintos momentos vividos con Jaska y su decadencia como vampiro creador. Tan concentrada estaba en conocer cada minuto de su existencia que no vio venir el golpe que el vampiro le propinó. Por un momento sintió que el ojo le iba a explotar y que algo líquido corría por sus fosas nasales. Cuando la sangre de la nariz llegó a su boca, abrió los ojos: estaba tirada en el suelo sobre la calzada de barro y su hermoso vestido arruinado; el peinado, aunque nunca hubiera estado exquisitamente elaborado, ahora lucía tan deshecho que parecía realmente una loca chiflada. Se llevó una mano a la mejilla que había recibido el golpe y la masajeó, ayudándose de la lengua para recolocar alguno de los dientes que se habían aflojado en el impacto. Con la manga del vestido se limpió la boca, restregando la sangre por los labios, y se sentó en el suelo.

Me has estropeado el vestido —dijo con un tono de voz sorprendentemente calmado, en contraste con lo psicótica que había parecido hacía menos de un minuto.

Levantó la vista y lo vio relamiéndose los dedos manchados con la sangre que manaba de su cuello. Lo miró con una mezcla de asco y sorpresa, porque nunca creyó que ningún vampiro probaría su propia sangre con tanta ansia. Se levantó despacio y se alisó el vestido una vez que estuvo de pie. El golpe hizo que dejara de pensar en Ciro como el más indeseable de los seres el tiempo suficiente como para que analizara su situación. Había llegado a París en busca de su creador, un vampiro que amaba y al que llevaba buscando más de dos mil años. Había pasado por innumerables ciudades antes de París, algunas incluso dos y tres veces, llevándole siempre al mismo resultado. Dos mil años vagando por el mundo para terminar conociendo la verdad, una que todavía le estaba costando asimilar: había estado buscando a un fantasma. Y ahora ¿qué?

Levantó el rostro hacia el que le había destrozado la existencia. Porque eso era lo que había hecho matando a Jaska: acabar con lo único que mantenía a Gyda con vida. Su mirada se endureció, incluso le tembló uno de sus párpados, pero aparentó tranquilidad, la suficiente, al menos, para poder hablar sin volver a saltarle al cuello.

Me ha quedado todo claro. —Sonrió, pero no de un modo agradable—. No le soportabas y te lo quitaste del medio. Reconozco que hubo momentos en los que a mí también me sacó de quicio, pero ¿como para matarlo? ¡Oh, vamos! Qué poco aguante. ¿Pudo contigo hasta tal punto que no fuiste capaz de encontrar otra solución? ¿En serio hablamos del mismo Jaska? —Se rio con ganas—. Lo cierto es que no terminó muy bien parado, al parecer, pero hay que reconocerle el mérito. Y es que… no sé si te has dado cuenta, pero… te ganó —le dijo rotundamente, sonriendo con malicia y sin importarle en absoluto lo que él pudiera hacerle después —que, teniendo en cuenta que se encontraba frente a un loco, podía ser cualquier cosa—. Había perdido a Jaska, todo le daba igual—. ¡Te ganó!
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Mensaje por Invitado Sáb Ago 05, 2017 4:02 pm

Ciro no aprendía, daba igual cuánto tiempo pasara porque siempre se empeñaba en cometer ciertos errores, probablemente porque parte de él un poco masoquista sí que era, pero en realidad porque había llegado a un punto en el que le daban bastante igual las consecuencias. ¿A dónde quería llegar con todo eso? Porque no, por una vez no es una reflexión vacía, tiene su sentido: Ciro tenía encontronazos demasiado frecuentes con mujeres despechadas, bien porque las hubiera despechado él directamente o por haber sido el causante, que era la situación de Gyda. A cualquier otro ser le habría dado por replantearse las cosas que hacía, pero, vamos a ver, ¿desde cuándo Ciro era como cualquier otro ser! ¡Ni loco!

Además, no siempre las iba buscando, eso había que reconocérselo; por ejemplo, Gyda le había aparecido sin que él la hubiera invitado, y ¿él qué demonios iba a saber, de neófito, de la vida pasada de su creador! Si ya de por sí tenía poca empatía, porque no era algo de lo que estuviera muy sobrado precisamente, mucha menos podía tener si no sabía las cosas, ¡hola! No es como si le hubiera importado mucho en su momento, para información de doña “siempre hay otra solución”, y, hablando precisamente de empatía, ¿había probado ella a ponerse en su lugar? ¡Pues claro que no! Sólo le importaba su maravilloso Jaska, que a él le había hecho la vida bastante imposible y lo había amargado hasta lo indecible, hasta el punto de que parte del Ciro de entonces se debía a la presión de su creador; ¡que le dieran a Ciro!

Pero no sintamos pena, en absoluto: nadie mejor que Ciro para defender a Ciro, y de todas maneras le importaba muy poco lo que ella sintiera u opinara con respecto a un crimen que, según todas las normativas del mundo, ya había prescrito. De hecho, estaba bastante seguro de que hasta si hubiera leyes de vampiros, a partir del milenio y pico empezaba a caducar el pecado, pero como no las había, el mundo tenía que quedarse sin esa brillantez que se le había ocurrido a Ciro así de repente. Bien, y por lo que respecta a defender, el vampiro se incorporó y enderezó la espalda como si se la hubieran estirado con un hilo invisible ubicado en sus cervicales; entre eso y su aspecto regio, parecía más Pausanias que Ciro, sobre todo comparado con el guiñapo que estaba hecha Gyda... Patética. ¡Y mira que de eso él sabía mucho!

Así que he perdido... ¡he perdido! Así es como lo has dicho, ¿no? Te ha faltado un poco de agudeza para sonar tan histérica como lo estás, pero sigue así, ¡no está mal! Bueno, que no, que no he perdido, ni él me ha ganado, ni nada. Si hubiera ganado, seguiría vivo, no se trata de aguante porque te he aguantado a ti y, mira, aquí estás, herida pero viva. Qué estupideces dices, Gyda. – la reprendió, negando con la cabeza, y aunque no lo hizo voluntariamente (se le notó en los gestos, aún eran caóticos como los de Ciro; en la expresión, cruel como nunca había sido la de Jaska con ella, o eso supondría si pensara en ello), su voz en la última frase sonó como la del creador común de ambos. Consciente del error, sin embargo, no hizo nada por corregirlo; ¿para qué? ¡Menuda chorrada!

Te he estropeado el vestido, el peinado, la cara, la mente y el corazón. Creo que es un nuevo récord, ¿qué haces que no me lo valoras ni un poquito? – bromeó, con crueldad, pero con la incisiva objetividad de saber que, efectivamente, la había arruinado por completo. ¿Le importaba? ¡Ni lo más mínimo! La veía, de hecho, más interesante así que toda bien puesta, pelirroja y pulcra en su eterna búsqueda que nunca iba a tener ningún resultado; de hecho, sí, él se había encargado de que no encontrara nunca lo que andaba queriendo localizar, pero ¡también él le había dicho la verdad! Y lo habría hecho antes de haberla conocido antes porque no podía resistirse a la idea de hacer sufrir a alguien, pero, motivos aparte, ¿tampoco le iba a dar las gracias por eso...?

Le reconozco el mérito de transformarme a mí y también el de transformarte a ti, poco más de mérito le voy a dar a él. Además, tengo algo mejor en lo que pensar ahora, ¿qué va a ser de ti? – inquirió, con los ojos claros (clarísimos, incluso en cordura, porque Ciro ahora parecía el Pausanias de entonces en su magnificencia regia, con dignidad y con las ideas ordenaditas y bien) clavados en ella, tan fríos que le ardían en las heridas, sin duda. – Has basado tu vida en torno a otro... No voy a opinar qué me parece eso, pero ese otro se te ha esfumado, y ¿ahora qué? ¿Qué vas a hacer? ¿Qué va a ser de ti? ¡Me apasiona saberlo, no te miento! Eres mi mejor entretenimiento en meses. – sentenció, medio sonriendo, pero en serio. Y eso era lo peor: genuinamente quería saberlo... Así de cruel era.
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Mensaje por Gyda Lun Ago 21, 2017 4:30 pm

¿Qué iba a ser de ella? Esa pregunta no se la hacía sólo Ciro, sino que también se la hacía la propia Gyda, ahora que el único motivo por el que seguía viva había muerto. Sí, ¿qué sería de ella? No lo sabía, no había tenido tiempo suficiente de pensarlo. Jaska. Su Jaska, que la había salvado para destruirla, siglos después. Pero no, Jaska no tenía la culpa, o, al menos, no la tenía toda. El verdadero culpable de su desdicha era ese ser infernal que tenía delante, y que ahora se estaba riendo de ella. ¡De ella, que estaba destrozada por su maldita culpa! Odiaba a Ciro con todas sus fuerzas, y a Jaska también, por convertirlo en lo que era. ¡Maldito seas, Jaska! ¿Es que no podías haber encontrado a otro que se te pareciera menos? Porque el físico del vampiro le suponía un gran problema; y es que, a pesar de que sabía que no era su creador, cada vez que lo miraba lo veía ahí, frente a ella, como el mismo día en que despertó después de pensar que no lo haría más. ¿Se podía tener peor suerte? Ahora se había vuelto desgraciada dos veces, una por haber perdido al hombre que andaba buscando, y otra por haber conocido al que terminó con él y que, además, era una copia casi exacta del primero.

Gyda pensaba en todo eso con la vista clavada en un punto no definido frente a ella, vacía como un cascarón sin fruto. ¿Qué sería de ella? Nada.

Vaya vida aburrida la tuya, si soy tu mejor entretenimiento en meses —comentó a pesar de que su expresión daba a entender que no había prestado ni la más mínima atención—. Ya lo creo que es aburrida. Al menos yo tenía un propósito, pero tú… ¿Qué tienes tú? ¿Desconocidos a los que hundirle la existencia? Pobre Ciro… No me extraña que estés solo.

Su voz sonó como si realmente sintiera lástima por él, pero que no se engañara; Gyda no sentía lástima por nadie, y mucho menos por el espartano, que primero la había engañado y humillado para luego clavarle mil estacas en el cuerpo. Rodeó al vampiro dando pasos muy lentos y pesados, levantando los pies lo justo para no tropezar, y apoyó la espalda contra la pared del edificio más cercano. Se dejó caer hasta quedar sentada en el suelo con las piernas flexionadas y ligeramente separadas, dejando los brazos relajados entre éstas. Una posición para nada femenina.

¿Qué va a ser de mí? —repitió, gesticulando con las manos sin ningún criterio, haciendo que no fueran acordes los gestos con sus palabras—. No lo sé. ¿Qué crees que debería hacer? —Al fin le miró—. ¿Qué harías tú? ¡Ah…! Supongo que no dejarías que tu vida se basara en torno a otro, claro, así que no puedes contestar a eso. Lástima. —Apoyó los brazos sobre sus rodillas, entrelazó los dedos y apoyó la cabeza contra la pared—. Imagino que tendré que buscar a otro infeliz en el que basar mi existencia. ¿Tú qué opinas, Jaska? —Miró al cielo y calló, esperando una respuesta que no llegó—. Aunque, ahora que lo pienso, puedes ser tú ese nuevo infeliz. —Se levantó como un resorte y se colocó frente a él, como un niño que admira un juguete nuevo—. Tú mataste a Jaska y yo te mato a ti. Es perfecto. Después, ya veré. Puede que Jaska dejara más bastardos por el mundo. Si se parecen todos a ti no creo que me cueste encontrarlos.

Juntó las manos en su espalda y se quedó donde estaba, balanceando el cuerpo de un lado a otro con una sonrisa infantil en el rostro que no ocultaba los colmillos afilados. Era una imagen contradictoria y terrorífica que, si Ciro no fuera un vampiro milenario, chalado y tres veces más grande que ella, ya habría huido de allí.
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Mensaje por Invitado Dom Ago 27, 2017 1:48 pm

Jamás lo reconocería, porque por muy loco que estuviera el espartano (oh, y lo estaba, de eso que no quede duda, aunque pueda discutirse largo y tendido sobre las características de ese desequilibrio en particular) había ciertas cosas que jamás decía, pero en el fondo sentía curiosidad porque se veía reflejado en ella. ¡Y ya estaba, no lo admitiría nunca así, incluso aunque su comportamiento pudiera dar varias pistas al respecto, sobre todo una vez empezara a hablar! La omisión no era un pecado tan grande como la curiosidad que sentía, pero, la verdad, Ciro tampoco era un hom... no, un ser al que le importaran mucho los pecados, así que no iba a preocuparse por ese en concreto.

Pero, sí, se sentía ciertamente representado, y no por el patetismo de Gyda, aunque debía reconocer que la imagen de ella aterrorizante por completo para otros (para aquellos que no se supieran tan fuertes como él y que tuvieran, además, algo que perder) lo satisfacía de una forma casi sensual. Casi, porque Ciro estaba por encima de los placeres de la carne desde hacía ya bastante, y también porque no se iba a plantear tampoco qué motivaba que no pudiera dejar de mirarla, con la cabeza ladeada y el interés plasmado en sus ojos claros como el vacío lo estaba en los de Gyda. Ah, qué tierna... Y qué satisfactorio era saber que era él, sólo él, quien lo había provocado.

Pero... qué tierna, ¿no? Qué mona. Asumiendo que me conoces cuando sólo has pasado conmigo un rato. Sí, bien, lo habrás sentido como una eternidad por tu pérdida, pero ¿quién te dice a ti que yo esté libre de pecado? ¡Si he tirado la primera piedra ha sido porque yo soy el pecador máximo! Es satisfactorio a su manera, pero sobre todo lo es por la cara que estás poniendo. ¿Te sorprende averiguar que yo sí tengo un propósito? – inquirió, con ese mismo aire que había adoptado ella de parecer que no escuchaba pero, en realidad, contestar a lo que el otro quería saber. Y no por imitación, pues Ciro lo hacía desde antes de conocerla, así que suponía que algo le debían a ese ¿padre? en común que tenían ellos dos, Jaska, y también otros tantos...

Sin ser invitado, pues jamás lo sería, Ciro se sentó frente a la muñeca rota, con las piernas entrecruzadas como si se tratara de un escriba sentado cualquiera, y con las manos apoyadas en el regazo, los dedos también enlazados en un contacto del que privaba a todos, e incluso a sí mismo, por la particular suavidad. Antes, él había sido todo guerra, absoluto conflicto, lucha constante y agresividad palpable, pero, como Gyda, ese humor suyo podía cambiar rápido, sin tanto motivo pero no por ello con menos intensidad, así que así estaba, mirándola desde su relajada y reflexiva posición mientras, con la lengua apoyada en los dientes inferiores, se tomaba su tiempo antes de hablar.

Tengo un conocido al que quiero hundirle la existencia porque él hundió la mía y, la verdad, sé que es necesario vengarme y todo eso, pero me parece algo mucho más entretenido lo tuyo que esta estúpida preparación que estoy llevando a cabo. – admitió, crudo, encogiéndose de hombros y mencionando al cazador sin hacerlo, porque, una vez más, no iba a decir que se veía reflejado en Gyda. No, no el Ciro de ese momento, sino el futuro, el que se quedaría sin nada una vez se vengara de Fausto, pues conocía el riesgo de librarse del pensamiento que lo obsesionaba, y ¿acaso no estaba ella en la misma situación, gracias a él? Demonios... ¡empatía! Maravilloso, si tan sólo Ciro estuviera dispuesto a reconocerlo y a hacer algo al respecto; no era el caso, pero como excepción no estaba ni tan mal.

Es triste llegar hasta este punto. ¿Te entiendo? Pues un poco. Pero considéralo una intervención, porque mira que seguir viviendo así... Lo mío son unos años, pero lo tuyo son milenios. – reflexionó, hilarante (para sí mismo al menos, pero su ego seguía vivito y coleando, así que tampoco era mucho de extrañar que así fuera), y después volvió a mirarla con cierta seriedad. – Si quieres matarme, a la fila, hay muchos antes que tú y con motivos igual de fuertes. O mayores, me atrevería a decir, aunque sea subjetivo y, en fin, da igual. Que a la fila. Eso sí, como sugerencia, basa tu existencia en ti misma, ¿tan estúpida eres que ni para eso te llega? – sugirió, como si fuera obvio, y probablemente era el mejor consejo que le había dado a Gyda en lo que llevaban de conversación.
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Mensaje por Gyda Miér Sep 20, 2017 4:34 pm

Ahí sentada, con esa mirada azul que tenía perdida como un barco a la deriva, escuchaba a Ciro con un rostro completamente anodino y apático. Sorprendentemente, le estaba prestando la atención suficiente como para molestarse en hilar las ideas que salían de su boca, atractiva y asquerosa al mismo tiempo. ¿Podían, acaso, convivir en la misma mente ambos sentimientos hacia una única persona? En Gyda parecía que sí.

Sí, lo cierto es que me sorprende que alguien como tú tenga un propósito. —Alzó las cejas, realmente sorprendida, pero ese fue el único gesto que se pudo apreciar en ella—. Incluso me das algo de envidia, fíjate… Lo que no termino de entender es para qué me cuentas esto, pecador máximo. ¿Para seguir destrozándome la vida? —Alzó las manos con las palmas hacia arriba y pareció como si fuera a esperar su respuesta, sólo que no lo hizo y, casi de inmediato, siguió hablando—. Pues me temo que ya puedes dejar de intentarlo, dudo que consigas hundirme más. ¿Satisfecho?

Imitó su postura, con los brazos apoyados en el regazo y lo miró con los ojos entornados durante un momento que, aunque fue breve, parecieron uno el reflejo alterado del otro. Alterado porque, obviamente, entre ellos no había más semejanza física que su condición de inmortal, a pesar de que su creador tuviera esa obsesión por encontrar a otros semejantes a él. Ella debió de ser la única de esa ristra de clones que era el linaje de Jaska que no se parecía en nada a él. ¿Eso era suerte o infortunio? Tampoco iba a poder preguntárselo, todo gracias a Ciro. Otra vez él. Daría igual hacia dónde mirara o los propósitos que se pusiera, el espartano seguiría apareciendo porque había terminado con el único que podía solventarle todas sus preguntas.

Rodeó al vampiro a paso lento, que seguía sentado como si se creyera el mayor pensador del universo, y le agarró del pelo para tirar su cabeza hacia atrás, de manera que quedó forzado a mirarla a la cara. Ni siquiera lo pensó, simplemente actuó. Quizá por eso le pilló de sorpresa, y el breve instante durante el que necesitó sujetarle fue suficiente para lanzarle la pregunta.

¿Pero tú eres idiota, o qué te pasa? —Soltó los mechones que había agarrado, empujándole debido a la fuerza que ejerció, e irguió el cuerpo tanto como pudo—. ¿Que me entiendes, dices? —lo dijo ofendida porque realmente lo estaba. ¿Cómo iba a entenderla, el cerebro de chorlito este, si era él el que había causado todo eso? ¡Ah! Por qué no se marchó de París cuando todavía tuvo tiempo de seguir como hasta entonces. A no ser...—. Dices que me entiendes —repitió, esta vez con un tono mucho más sosegado—. Está bien, supón, por un momento, que me lo creo. Voy a hacer uso de este cerebro que crees que no poseo para, qué sé yo, lanzar un supuesto al respecto. —Se aclaró la garganta y se cruzó de brazos, dejando que el silencio reinara por unos segundos—. En esa verborrea insustancial tuya has dicho que tenías un propósito, que no es otro que hundirle la vida a un pobre miserable que, si no recuerdo mal, te la hundió a ti primero, ¿no? ¡Oh, pobre Ciro! ¿Sabes? Creo que debería conocer a ese individuo… —razonó (aunque eso último no tenía mucho uso de razón) en voz alta y, seguido, desechó la idea con un gesto de la mano—. Es decir, que si ahora tienes un propósito, pero eres capaz de entenderme, significa que… Tarde o temprano terminarás quedándote sin nada, igual que yo. —Lo miró fijamente con una sonrisa de júbilo en la cara—. Bienvenido, Ciro.

¡Qué maravillosa sensación la de saber que iba a terminar tan desolado como ella! O quizá no, pero, mientras le durara la ilusión, habría encontrado un nuevo motivo para seguir vagando por allí: ver la decadencia del miserable que había visto la suya. Sonaba tan fantástico en su mente que no podía dejar de sonreír.
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Mensaje por Invitado Lun Oct 09, 2017 4:06 pm

Podían pasarle muchas cosas al espartano, él mismo (lo más parecido a un dios en lo que Pausanias, antes, y Ciro, ahora, creería nunca) bien lo sabía, pero ser idiota no era ni sería nunca una de ellas, ¡en absoluto! Podía estar loco, de hecho era evidente que se había vuelto tan demente como una maldita cabra, pero eso había afectado a su comportamiento, no a su inteligencia fuera de lo común, y ni siquiera si no le apetecía mostrarlo al mundo, o a Gyda en aquel caso concreto, debía dudarse de ella. Pero, claro, ¿qué se podía esperar de una muñeca loca como la vampiresa con la que le había tocado lidiar?

Casi con hastío, permitió que lo tocara y que le levantara la cabeza, permitió que ella se desahogara como pudiera y que dijera sus estupideces porque su locura se había convertido en pura magnanimidad y, bueno, él podía ser generoso a veces, ¡de verdad que sí! No es que sucediera muy a menudo, pero Gyda estaba de suerte tras la racha de desgracias que había culminado con descubrir que su creador estaba muerto tras un ataque de rabia de aquel que era clavadito a él. ¡Demonios, qué novelesco era todo...! Si no estuviera en pleno momento de intento de comprensión, a Ciro casi se lo habría parecido, pero no lo hizo, y eso le permitió tener tiempo de sobra para pasar a lo siguiente, que, para no variar, lo molestó.

¡Cómo narices podía ser tan obtuso todo el mundo...! Cómo, encima, había sobrevivido siendo así de estúpida, de impulsiva y de variable, y tenía su gracia teniendo en cuenta que él mismo también lo era, pero no cabía ninguna duda de que él había aguantado por su valía, algo que ella no había demostrado que poseía en ningún momento. Y no era por falta de oportunidades, ¿eh?, que hasta Ciro permitía que otros brillaran; menos que él, eso por supuesto, pero no lo impedía, ¡en absoluto! De hecho, allanaba el camino, porque si alguien conseguía destacar estando a su lado, eso era que destacaría en cualquier situación en la que se encontrara: palabra de espartano demente.

¿Y por qué no? ¿Tienes algo mejor que oír? No es como si tuvieras que buscar a ningún creador tuyo ni ninguna chorrada variada a la que hayas dedicado tu vida. – comentó, irreverente, ajeno a que la ira de una mujer despechada era particularmente horrible, en potencia, y no porque no lo supiera (ah, pronto lo recordaría, de todas maneras... ¡Demasiado pronto!), sino porque le daba igual. Ella se había permitido el lujo de cogerlo a él del pelo, así que él hizo lo mismo, y, tras incorporarse, la agarró de la melena pelirroja y la sacudió arriba y abajo, como si ella fuera un juguete roto y él estuviera intentando arreglarla con el bamboleo al que la estaba sometiendo.

Mira, no. Insultos no, ¿eh, Gyda? Creía que ya habíamos superado esa fase. – advirtió, pero apenas dio tiempo a la vampiresa a que aceptara el consejo, pues enseguida la golpeó en la cara con la palma de la mano abierta, no como un bofetón (aunque ganas no le faltaron, desde luego), sino como un golpe que chocó con labios, nariz y ojos de frente, dolorosamente. Se le pasaría, sí, pero ¿y lo a gustito que se había quedado el espartano haciéndolo? ¡De eso nadie habla, no, ya está bien de hipocresías! De todas maneras, tampoco se le notó, porque de pronto estaba serio de nuevo, quieto, casi reflexivo, pero sin estarlo, porque no había nada en lo que pensar cuando se trataba de un tema que tenía muy claro desde hacía demasiado tiempo.

¿De verdad te crees que no sé que, en cuanto esto se acabe, sólo me espera el vacío? ¿En serio asumes que no soy consciente de eso? ¿Quién te crees que soy, Jaska? – inquirió, indignado por un instante, pero después volvió a tranquilizarse, sacudiendo la cabeza como si intentara plantearse hasta qué punto la estupidez podía ser infinita y mirándola a los ojos, como solía con todos el mundo. – Claro que lo sé. ¿Y qué? Ya habrá algo después. No soy tan estúpido para cerrarme todas las vías posibles, Gyda, y mucho menos para depender por completo de otro. Así que, sí, te entiendo, pero no del todo, porque jamás podré caer tan bajo como llevas milenios haciendo tú. – opinó, tan cruel como sincero.
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