AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Gocce di rugiada (Bastien Argent)
2 participantes
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Gocce di rugiada (Bastien Argent)
Las gotas de rocío caían ligeras –casi imperceptibles- mientras aquella máquina ruidosa se movía veloz y la trasladaba a su nueva vida, a la incertidumbre total.
Era la primera vez que Ruma viajaba en algo semejante, ¿en qué momento se había creado una cosa así? ¡Era fantástico!
No había podido descansar durante el trayecto, pues temía acabar en cualquier sitio. Había tenido suerte en cada trasbordo y ya se hallaba en el tramo final. El guarda le había asegurado que estaban próximos a la ciudad de París, pero Rumanella Tocci era desconfiada por naturaleza y no apartaba su mirada de la ventana.
No se debía solamente a que no confiase en dejar su destino en manos de un desconocido, por muchos viajes que aquel guarda haya hecho en esa máquina ya, sino también porque no se sentía del todo segura con el idioma y eso la inquietaba. Tener clases de francés tres veces a la semana con un sacerdote, no era lo mismo que hablar francés en Francia con quien se le acercase. Eso la tenía más alerta que de costumbre, era la primera vez que estaba completamente sola.
Su naturaleza la orillaba a mantener su fachada dura y segura de sí, pero debía ser sincera con ella misma: estaba aterrada. Mas las cosas debían darse de esa forma para que pudiese completar –o más bien iniciar- su entrenamiento. Aquella no era la vida que había elegido, era lo que el destino le había impuesto y debía aceptarlo como se acepta siempre todo lo que Dios envía para fortalecer a sus hijos. Al menos eso solía decir el padre Caesso, quien había acompañado y cuidado a las hermanas Tocci luego de que un demonio las hubiera dejado huérfanas.
De no ser por lo amoroso que aquel seguidor de Cristo había sido con Fiorella y con ella, Ruma no creería en Dios en lo absoluto. Pero lo hacía, sabía de su real existencia, porque la bondad que aquel sacerdote mostraba sólo podía ser obra divina.
Llevaba las dos maletas de cuero, pesadas, en el suelo del vagón, entre sus pies. Temía perder sus cosas, por eso no se había separado de ellas en todo ese tiempo ni optado por dejarlas en el compartimiento especial. En una llevaba algo de ropa y en la otra sus elementos de entrenamiento.
Tenía varios bolsillos internos, cosidos a los pliegues de su vestido grisáceo. Allí llevaba dinero –la mitad de todo lo que había podido ahorrar en esos años, la otra parte se la había dejado a su hermana- y un trozo de papel con un nombre.
Pese a que le habían asegurado –el padre Caesso y Giorgino, quienes habían arreglado todo aquello- que aquel hombre, su nuevo mentor, la esperaría en la estación, Rumanella también tenía su dirección. Odiaba quedarse sin opciones, sabía que siempre debía tener un plan alternativo, y si por algún motivo se olvidaba él de ella, bien podría buscar quien la llevase a la residencia de aquella familia a cambio de algunos francos.
Dos horas más tarde, Ruma se encontraba descendiendo del vagón luego del viaje más largo que había hecho en su vida. Milano le parecía ahora tan lejano… pese a que había sido su lugar en el mundo desde que nació.
Caminó hacia una columna alejada del tumulto de gente, de los abrazos de familiares que se reencontraban, de los niños pequeños que saltaban de aquí a allá y, principalmente, alejada de la fina y molesta llovizna invernal que le estaba mojando el rostro.
Apoyó sus maletas en el suelo húmedo y se ajustó la capa negra, aquella era una mañana muy fría. Volvió a tomar la nota que atesoraba en uno de sus bolsillos y repitió aquel nombre en un susurro, como si estuviera invocándolo:
-Señor Bastien Argent.
Era la primera vez que Ruma viajaba en algo semejante, ¿en qué momento se había creado una cosa así? ¡Era fantástico!
No había podido descansar durante el trayecto, pues temía acabar en cualquier sitio. Había tenido suerte en cada trasbordo y ya se hallaba en el tramo final. El guarda le había asegurado que estaban próximos a la ciudad de París, pero Rumanella Tocci era desconfiada por naturaleza y no apartaba su mirada de la ventana.
No se debía solamente a que no confiase en dejar su destino en manos de un desconocido, por muchos viajes que aquel guarda haya hecho en esa máquina ya, sino también porque no se sentía del todo segura con el idioma y eso la inquietaba. Tener clases de francés tres veces a la semana con un sacerdote, no era lo mismo que hablar francés en Francia con quien se le acercase. Eso la tenía más alerta que de costumbre, era la primera vez que estaba completamente sola.
Su naturaleza la orillaba a mantener su fachada dura y segura de sí, pero debía ser sincera con ella misma: estaba aterrada. Mas las cosas debían darse de esa forma para que pudiese completar –o más bien iniciar- su entrenamiento. Aquella no era la vida que había elegido, era lo que el destino le había impuesto y debía aceptarlo como se acepta siempre todo lo que Dios envía para fortalecer a sus hijos. Al menos eso solía decir el padre Caesso, quien había acompañado y cuidado a las hermanas Tocci luego de que un demonio las hubiera dejado huérfanas.
De no ser por lo amoroso que aquel seguidor de Cristo había sido con Fiorella y con ella, Ruma no creería en Dios en lo absoluto. Pero lo hacía, sabía de su real existencia, porque la bondad que aquel sacerdote mostraba sólo podía ser obra divina.
Llevaba las dos maletas de cuero, pesadas, en el suelo del vagón, entre sus pies. Temía perder sus cosas, por eso no se había separado de ellas en todo ese tiempo ni optado por dejarlas en el compartimiento especial. En una llevaba algo de ropa y en la otra sus elementos de entrenamiento.
Tenía varios bolsillos internos, cosidos a los pliegues de su vestido grisáceo. Allí llevaba dinero –la mitad de todo lo que había podido ahorrar en esos años, la otra parte se la había dejado a su hermana- y un trozo de papel con un nombre.
Pese a que le habían asegurado –el padre Caesso y Giorgino, quienes habían arreglado todo aquello- que aquel hombre, su nuevo mentor, la esperaría en la estación, Rumanella también tenía su dirección. Odiaba quedarse sin opciones, sabía que siempre debía tener un plan alternativo, y si por algún motivo se olvidaba él de ella, bien podría buscar quien la llevase a la residencia de aquella familia a cambio de algunos francos.
Dos horas más tarde, Ruma se encontraba descendiendo del vagón luego del viaje más largo que había hecho en su vida. Milano le parecía ahora tan lejano… pese a que había sido su lugar en el mundo desde que nació.
Caminó hacia una columna alejada del tumulto de gente, de los abrazos de familiares que se reencontraban, de los niños pequeños que saltaban de aquí a allá y, principalmente, alejada de la fina y molesta llovizna invernal que le estaba mojando el rostro.
Apoyó sus maletas en el suelo húmedo y se ajustó la capa negra, aquella era una mañana muy fría. Volvió a tomar la nota que atesoraba en uno de sus bolsillos y repitió aquel nombre en un susurro, como si estuviera invocándolo:
-Señor Bastien Argent.
Rumanella Tocci- Cazador Clase Media
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Gocce di rugiada (Bastien Argent)
Una parte importante del oficio de Bastien, aquel que ejercía entre la maleza, el fango y bajo la luna llena, eran los contactos adquiridos en el campo de batalla. Su vida había sido una larga travesía y a través de ella generó simpatía con hombres como él, caballeros de lo justo y protectores de la fragilidad humana, renacidos en las cenizas de la perdida e impulsados por una sanguinaria e insaciable sed de venganza que no aplaca. Aunque la mayor parte de las relaciones sociales del hombre se fundamentaban en una amplia variación de hipocresía, pues los títulos y la clase burguesa carecían de relevancia dentro de sus prioridades, eran sus semejantes, por el contrario, a quienes otorgaba su más sincero favor.
Francia, y el mundo en general, se encontraban atestados de desagradables criaturas, hijos de la noche y la luna aguardaban sigilosos entre las penumbras, y si bien ya poseían ventajas y atributos sobrenaturales que les aventajaban, en vasta diferencia, al género humano, día a día, inocentes derramaban sangre como resultado de la sobrepoblación de aquellas bestias engendradas en el averno, quienes, tras la puesta del sol, vagaban libertinas sobre los caminos adoquinados de la capital.
A decir verdad, a Bastien poco y nada le interesaba el sufrimiento ajeno, su empatía fue anulada con el paso de los años y su carácter se moldeó a partir del atroz crimen que le arrebató a su familia. Sin embargo, cuando recibió la petición del Padre Casseso rogándole acoger a una jovencilla, quien había corrido con la mala suerte de vivir en carne propia un fatídico suceso causado por criaturas de estirpe similar a las que perseguía, el cazador no pudo evitar sentirse aludido a tal tragedia, reconociendo su deber de instruir sus conocimientos a quien pronto sería su aprendiz.
Al enterarse de la historia de Rumanella Tocci, su próxima refugiada, el interés de Bastien en ella había acrecentado considerablemente, pues, a diferencia de los demás hombres, él no le observaría con pesar o condolencia, sino le vería como un individuo potencialmente peligroso una vez tuviese el entrenamiento adecuado, aquel que él mismo se encargaría de otorgarle. Desde su punto de vista, emociones como el duelo, el temor y la desolación, eventualmente desembocaban en cólera y hostilidad, que, a la hora de asir una espada con firmeza y atravesar con ella el corazón de una bestia, serían de gran utilidad.
Aquella mañana Bastien se levantó temprano como era costumbre, la cruzada que tenía planeada para la velada anterior había sido pospuesta en orden a la llegada de su invitada, por tanto, aquel día omitiría también las labores correspondientes a su título como burgués y por supuesto, como director del Banque de France. Por decoro a las formalidades, canjeó el cómodo material de su cazadora por uno de los finos trajes que sólo exhibía en sociedad y una vez se encontró listo, ordenó a las mucamas cambiar las sábanas de la cama y ataviar la habitación en la que se hospedaría Rumanella, dejando a su hija con la responsabilidad de supervisar los preparativos para que la estancia de la jovencilla fuese lo suficientemente cómoda.
Tenía una reputación que mantener y en aquel tipo de situaciones, hasta el más mínimo detalle era de relevancia.
Demandó la adecuación de un carruaje para ir en búsqueda de la joven y, tras encontrar a un criado con disposición a servir de ayuda con el equipaje que esta llevase consigo, el cazador ingresó en el móvil con dirección a la estación de trenes, donde pronto arribaría el tren que transportaba a su aprendiz.
Una vez en el terminal, Bastien observó su reloj del bolsillo y, al comprobar que contaba con algunos minutos de anticipación al tiempo estipulado de la llegada del tren, aguardó en silencio dentro del vehículo, mientras fuera, el cielo rugía y pequeñas gotas de llovizna caían presurosas al suelo, humedeciéndolo ligeramente. A pesar de conocer la historia de Mademoiselle Tocci, el cazador ignoraba todos los demás aspectos de su carácter, conservando no más que una breve descripción física tomada de las cartas del padre Casseso y una promesa de que sería sencillo encontrarle, después de todo, la jovencilla, era un alguien bastante peculiar.
Tan pronto cómo las manecillas del reloj marcaron las diez en punto, seguido por su lacayo, el cazador bajó del carruaje y se adentró en la estación, acomodándose en un punto estratégico, donde obtendría una buena vista del amontonado grupo de personas que bajarían del ferrocarril cuando este se detuviese.
Presurosos individuos marchaban fuera de los vagones haciéndose su propio camino por la estación; sin embargo, a diferencia de sus compañeros de viaje, la figura de una confundida jovencilla atrapó la atención del cazador. Más allá de que la apariencia de la mujer concordase con los superficiales detalles fisionómicos explicados en la misiva de Casesso o, de la aparente consternación de quien pisa por primera vez tierras ajenas, el cazador se vio obligado a admitir que las afirmaciones del servidor de Dios eran correctas pues, la dama en cuestión, poseía una esencia bastante particular.
Media sonrisa se cinceló en sus labios y a paso cadencioso se acercó por las espaldas de Rumanella, sólo para confirmar su identidad, cuando esta, inconsciente de que él se encontraba a medio metro de distancia, pronunció su nombre.
— Creo ser el hombre a quien busca — masculló sereno, alertando a la jovencilla de su presencia. La afabilidad no era una de sus virtudes, no obstante, ya tendría tiempo ella de percatarse de su temple predominante, por el momento, una pizca de cortesía no le sentaría mal a nadie — y debe ser usted Mademoiselle Tocci —agregó, estrechando su mano a la mujer — Es un placer.
Con un suave movimiento de cabeza, el cazador ordenó a su criado tomar el equipaje de la señorita para cargarlo hasta el carruaje. No recordaba él la última vez en que se había comportado tan civilizadamente frente a alguien de su misma estirpe, usualmente el encuentro sería menos pomposo, él mismo se encargaría de las maletas sin mayor problema; quizá su manera de proceder no era la mejor forma de hacer las cosas, al menos no la correcta.
— Tendré que pedirle el favor de que me siga — el cazador le ofreció el brazo a su discípula — debe estar usted cansada, todo viaje, largo o corto, termina siendo agotador — comentó — además, estoy seguro que tendremos bastante qué conversar.
Francia, y el mundo en general, se encontraban atestados de desagradables criaturas, hijos de la noche y la luna aguardaban sigilosos entre las penumbras, y si bien ya poseían ventajas y atributos sobrenaturales que les aventajaban, en vasta diferencia, al género humano, día a día, inocentes derramaban sangre como resultado de la sobrepoblación de aquellas bestias engendradas en el averno, quienes, tras la puesta del sol, vagaban libertinas sobre los caminos adoquinados de la capital.
A decir verdad, a Bastien poco y nada le interesaba el sufrimiento ajeno, su empatía fue anulada con el paso de los años y su carácter se moldeó a partir del atroz crimen que le arrebató a su familia. Sin embargo, cuando recibió la petición del Padre Casseso rogándole acoger a una jovencilla, quien había corrido con la mala suerte de vivir en carne propia un fatídico suceso causado por criaturas de estirpe similar a las que perseguía, el cazador no pudo evitar sentirse aludido a tal tragedia, reconociendo su deber de instruir sus conocimientos a quien pronto sería su aprendiz.
Al enterarse de la historia de Rumanella Tocci, su próxima refugiada, el interés de Bastien en ella había acrecentado considerablemente, pues, a diferencia de los demás hombres, él no le observaría con pesar o condolencia, sino le vería como un individuo potencialmente peligroso una vez tuviese el entrenamiento adecuado, aquel que él mismo se encargaría de otorgarle. Desde su punto de vista, emociones como el duelo, el temor y la desolación, eventualmente desembocaban en cólera y hostilidad, que, a la hora de asir una espada con firmeza y atravesar con ella el corazón de una bestia, serían de gran utilidad.
Aquella mañana Bastien se levantó temprano como era costumbre, la cruzada que tenía planeada para la velada anterior había sido pospuesta en orden a la llegada de su invitada, por tanto, aquel día omitiría también las labores correspondientes a su título como burgués y por supuesto, como director del Banque de France. Por decoro a las formalidades, canjeó el cómodo material de su cazadora por uno de los finos trajes que sólo exhibía en sociedad y una vez se encontró listo, ordenó a las mucamas cambiar las sábanas de la cama y ataviar la habitación en la que se hospedaría Rumanella, dejando a su hija con la responsabilidad de supervisar los preparativos para que la estancia de la jovencilla fuese lo suficientemente cómoda.
Tenía una reputación que mantener y en aquel tipo de situaciones, hasta el más mínimo detalle era de relevancia.
Demandó la adecuación de un carruaje para ir en búsqueda de la joven y, tras encontrar a un criado con disposición a servir de ayuda con el equipaje que esta llevase consigo, el cazador ingresó en el móvil con dirección a la estación de trenes, donde pronto arribaría el tren que transportaba a su aprendiz.
Una vez en el terminal, Bastien observó su reloj del bolsillo y, al comprobar que contaba con algunos minutos de anticipación al tiempo estipulado de la llegada del tren, aguardó en silencio dentro del vehículo, mientras fuera, el cielo rugía y pequeñas gotas de llovizna caían presurosas al suelo, humedeciéndolo ligeramente. A pesar de conocer la historia de Mademoiselle Tocci, el cazador ignoraba todos los demás aspectos de su carácter, conservando no más que una breve descripción física tomada de las cartas del padre Casseso y una promesa de que sería sencillo encontrarle, después de todo, la jovencilla, era un alguien bastante peculiar.
Tan pronto cómo las manecillas del reloj marcaron las diez en punto, seguido por su lacayo, el cazador bajó del carruaje y se adentró en la estación, acomodándose en un punto estratégico, donde obtendría una buena vista del amontonado grupo de personas que bajarían del ferrocarril cuando este se detuviese.
Presurosos individuos marchaban fuera de los vagones haciéndose su propio camino por la estación; sin embargo, a diferencia de sus compañeros de viaje, la figura de una confundida jovencilla atrapó la atención del cazador. Más allá de que la apariencia de la mujer concordase con los superficiales detalles fisionómicos explicados en la misiva de Casesso o, de la aparente consternación de quien pisa por primera vez tierras ajenas, el cazador se vio obligado a admitir que las afirmaciones del servidor de Dios eran correctas pues, la dama en cuestión, poseía una esencia bastante particular.
Media sonrisa se cinceló en sus labios y a paso cadencioso se acercó por las espaldas de Rumanella, sólo para confirmar su identidad, cuando esta, inconsciente de que él se encontraba a medio metro de distancia, pronunció su nombre.
— Creo ser el hombre a quien busca — masculló sereno, alertando a la jovencilla de su presencia. La afabilidad no era una de sus virtudes, no obstante, ya tendría tiempo ella de percatarse de su temple predominante, por el momento, una pizca de cortesía no le sentaría mal a nadie — y debe ser usted Mademoiselle Tocci —agregó, estrechando su mano a la mujer — Es un placer.
Con un suave movimiento de cabeza, el cazador ordenó a su criado tomar el equipaje de la señorita para cargarlo hasta el carruaje. No recordaba él la última vez en que se había comportado tan civilizadamente frente a alguien de su misma estirpe, usualmente el encuentro sería menos pomposo, él mismo se encargaría de las maletas sin mayor problema; quizá su manera de proceder no era la mejor forma de hacer las cosas, al menos no la correcta.
— Tendré que pedirle el favor de que me siga — el cazador le ofreció el brazo a su discípula — debe estar usted cansada, todo viaje, largo o corto, termina siendo agotador — comentó — además, estoy seguro que tendremos bastante qué conversar.
Bastien Argent- Cazador/Realeza
- Mensajes : 45
Fecha de inscripción : 27/07/2016
Re: Gocce di rugiada (Bastien Argent)
-El placer es mío, maestro Argent –le dijo y mientras aceptaba tomarse de su brazo para caminar, Rumanella observó como el asistente del señor se ocupaba de sus maletas-. Gracias, desde ya quiero agradecerle por las molestias que se tomará conmigo.
Soltó aquello y no pudo evitar sentirse algo orgullosa de su francés pues era en eso en lo que había pensado durante buena parte de las últimas horas… en que una cosa era estudiar francés con italianos que hablaban el idioma y otra diferente era hablarlo allí, en la mismísima París.
“Bueno, ahora sí que no podría arrepentirme. Todo acaba de comenzar”, se dijo y suspiró sin poder descifrar qué era lo que predominaba en su interior. ¿Ansiedad? ¿Temor? ¿Angustia? ¿Desconfianza?
Ansiedad sí, claro que sí. No veía la hora de pulir los pocos conocimientos que tenía, de perfeccionarse en lo que ya sabía y de aprender de alguien tan importante como el signore Argent a quien su adorado padre Caesso tanto quería y respetaba.
Temor, sí, había mucho de eso. ¿Quién no temería al cambiar por completo su vida? ¿Quién no temería al enfrentarse con la parte más oscura del mundo, con su cara más horrible?
Angustia, pues se separaría de la única persona que amaba… de su hermana. Sabía que estaba a salvo, que el padre Caesso la cuidaría y sostendría, pero Rumanella no podía evitar creer que aquello le correspondía hacerlo a ella y solo a ella.
Desconfianza… no estaba segura de quién desconfiaba en realidad, si de ella misma o de su maestro por el simple hecho de ser un desconocido.
“No tengo que pensar tanto”, se amonestó mientras llegaban al coche. No servía de nada torturarse con aquellas conjeturas, no durante los primeros momentos de su primer día en París. Ya tendría tiempo para cavilar sobre todo lo nuevo que vivía. ¡Es que eran tantos los cambios!
-Sí –le respondió con su tono más amable-, creo que tenemos mucho de que hablar.
Subió al coche y se acomodó. Podía sentir como el empleado cargaba su equipaje, a causa de ello todo se movía ligeramente.
Aprovechó para observar al señor Argent, lo primero que le dijeron sus ojos fue que era una persona segura de sí y eso de alguna manera la tranquilizó. Si él, que era quien le enseñaría y quien procuraría entrenarla bien, estaba tranquilo ella también lo estaría.
-¿Ya ha tenido otros aprendices antes, señor Argent? –preguntó, pues ansiosa sintió la necesidad de hacerlo. Todavía le costaba pensar antes de hablar-. ¿Cómo será el entrenamiento?
Algo le decía que su nueva vida no sería fácil, que estaría llena de altibajos, pero Rumanella no era de las que se acobardaban y acababan por abandonarlo todo. Ella era como ese tren del que hacía unos minutos que había descendido, e iba para adelante, siempre para adelante. No sabía cómo retroceder, al igual que aquella maquinaria que no se echaba nunca hacia atrás.
Soltó aquello y no pudo evitar sentirse algo orgullosa de su francés pues era en eso en lo que había pensado durante buena parte de las últimas horas… en que una cosa era estudiar francés con italianos que hablaban el idioma y otra diferente era hablarlo allí, en la mismísima París.
“Bueno, ahora sí que no podría arrepentirme. Todo acaba de comenzar”, se dijo y suspiró sin poder descifrar qué era lo que predominaba en su interior. ¿Ansiedad? ¿Temor? ¿Angustia? ¿Desconfianza?
Ansiedad sí, claro que sí. No veía la hora de pulir los pocos conocimientos que tenía, de perfeccionarse en lo que ya sabía y de aprender de alguien tan importante como el signore Argent a quien su adorado padre Caesso tanto quería y respetaba.
Temor, sí, había mucho de eso. ¿Quién no temería al cambiar por completo su vida? ¿Quién no temería al enfrentarse con la parte más oscura del mundo, con su cara más horrible?
Angustia, pues se separaría de la única persona que amaba… de su hermana. Sabía que estaba a salvo, que el padre Caesso la cuidaría y sostendría, pero Rumanella no podía evitar creer que aquello le correspondía hacerlo a ella y solo a ella.
Desconfianza… no estaba segura de quién desconfiaba en realidad, si de ella misma o de su maestro por el simple hecho de ser un desconocido.
“No tengo que pensar tanto”, se amonestó mientras llegaban al coche. No servía de nada torturarse con aquellas conjeturas, no durante los primeros momentos de su primer día en París. Ya tendría tiempo para cavilar sobre todo lo nuevo que vivía. ¡Es que eran tantos los cambios!
-Sí –le respondió con su tono más amable-, creo que tenemos mucho de que hablar.
Subió al coche y se acomodó. Podía sentir como el empleado cargaba su equipaje, a causa de ello todo se movía ligeramente.
Aprovechó para observar al señor Argent, lo primero que le dijeron sus ojos fue que era una persona segura de sí y eso de alguna manera la tranquilizó. Si él, que era quien le enseñaría y quien procuraría entrenarla bien, estaba tranquilo ella también lo estaría.
-¿Ya ha tenido otros aprendices antes, señor Argent? –preguntó, pues ansiosa sintió la necesidad de hacerlo. Todavía le costaba pensar antes de hablar-. ¿Cómo será el entrenamiento?
Algo le decía que su nueva vida no sería fácil, que estaría llena de altibajos, pero Rumanella no era de las que se acobardaban y acababan por abandonarlo todo. Ella era como ese tren del que hacía unos minutos que había descendido, e iba para adelante, siempre para adelante. No sabía cómo retroceder, al igual que aquella maquinaria que no se echaba nunca hacia atrás.
Rumanella Tocci- Cazador Clase Media
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Gocce di rugiada (Bastien Argent)
Una vez se encontraron frente al carruaje Bastien levantó la mano, gesticulando con ella un sutil ademan para despachar los servicios del cochero cuando este se acercó con la intención de sostenerle la puerta. Tan pronto como el hombre se detuvo, el cazador se ocupó de la tarea por sí mismo y posteriormente, como mera formalidad, ofreció el apoyo de su mano a Rumanella para que se acomodase en el interior del vehículo sin mayor dificultad. Aunque para él se tratase de un arduo cometido, el cazador hizo el intento de disfrazar el lado más apático de su carácter, después de todo, no tenía intención alguna de espantar a la jovencilla sin siquiera haberle comenzado a amaestrar en el único arte en que era experto; a su parecer, era absurda la forma en la que muchos de los miembros de la alta alcurnia dependían de sus lacayos en tareas tan sencillas… tan banales.
La mansión Argent era habitada por Bastien, su hija Amara y unos pocos criados que se dedicaban a mantener en orden el lugar. Los invitados ajenos a la servidumbre, la caza o la familia eran prácticamente inusuales, así como la decisión que tomó el hombre de tomar a la joven como su aprendiz y acogerle en su hogar. De lo demás, eventos sociales y pomposidades, nunca fue él el mejor anfitrión.
— Sólo mi hija — respondió a la primera indagación de su aprendiz una vez tomó asiento en el interior del vehículo y ajustó la puerta— Debe ser usted contemporánea de ella —añadió— Un hecho favorable pues entrenarán juntas.
El chofer tomó las riendas del carruaje y los caballos comenzaron a galopar. La estación de ferrocarriles se encontraba a considerable distancia del domicilio, convirtiendo aquel espacio en propicia oportunidad para conversar acerca del entrenamiento y la vida de su aprendiz. La personalidad, percepción del mundo y los pulsos dramáticos del pasado que llevaron a la jovencilla a tomar la decisión de comenzar su propia cruzada serían puntos clave dentro de su preparación.
— La especialidad de la estirpe de la que desciendo es la caza de licántropos, pero un buen cazador debe aprender a cazar todo lo represente peligro, así que comenzaremos con teoría. Nada muy extenso, un poco de historia y un repaso de la fisionomía de las criaturas de la noche y los hijos de la luna, sus habilidades y sus debilidades. Quizá sea la parte menos entretenida del entrenamiento, pero serán conocimientos útiles cuando se enfrente usted a una bestia que le supere en tamaño y fuerza, pero no en astucia.
El carruaje se detuvo abruptamente interrumpiendo el discurso del cazador quien, ligeramente molesto, ojeó por la ventana intentando descubrir la causa de la escabrosa parada. Afuera, algunos niños jugueteaban traviesos obstaculizando el camino. Invocando un tipo de paciencia que no poseía, el hombre cerró la cortinilla cubriendo la ventana y volvió la atención a su discípula; encontraba la indisciplina detestable.
— Cuando iniciemos la parte física, entrenará usted por las tardes y saldremos de caza al anochecer. La única forma de adquirir experiencia es la práctica y no hay mejor práctica que las mismas cruzadas. Sin embargo, mientras usted se prepara, nos abstendremos de salir en noches de luna llena pues es la fase más peligrosa y tiene influencia sobre todas las bestias. Ahora, entre semana, Amara, mi hija, se encargará de supervisar su entrenamiento… como verá, también tengo obligaciones sociales, entre ellas mi trabajo y no siempre cuento con la fortuna de llegar temprano a la casa, por lo tanto, los fines de semana serán los días más intensos de su entrenamiento. Si algún día necesita ausentarse, por el motivo que sea, no tengo problema mientras me lo haga saber. Aparte de eso, quiero que se sienta como en su casa y si hay algo que pueda hacer para asegurar su comodidad no dude en acudir a mí.
Las comisuras de sus labios se alzaron con sutileza, media sonrisa amable, claramente impropia de él, intentaba amenizar su discurso.
— Si tiene alguna otra duda, ahora sería el momento de comentarla. Estoy abierto a sugerencias y peticiones. Usualmente no soy así de flexible, pero confío en la forma en la que el padre Caesso se ha referido a usted, Madame Tocci.
La mansión Argent era habitada por Bastien, su hija Amara y unos pocos criados que se dedicaban a mantener en orden el lugar. Los invitados ajenos a la servidumbre, la caza o la familia eran prácticamente inusuales, así como la decisión que tomó el hombre de tomar a la joven como su aprendiz y acogerle en su hogar. De lo demás, eventos sociales y pomposidades, nunca fue él el mejor anfitrión.
— Sólo mi hija — respondió a la primera indagación de su aprendiz una vez tomó asiento en el interior del vehículo y ajustó la puerta— Debe ser usted contemporánea de ella —añadió— Un hecho favorable pues entrenarán juntas.
El chofer tomó las riendas del carruaje y los caballos comenzaron a galopar. La estación de ferrocarriles se encontraba a considerable distancia del domicilio, convirtiendo aquel espacio en propicia oportunidad para conversar acerca del entrenamiento y la vida de su aprendiz. La personalidad, percepción del mundo y los pulsos dramáticos del pasado que llevaron a la jovencilla a tomar la decisión de comenzar su propia cruzada serían puntos clave dentro de su preparación.
— La especialidad de la estirpe de la que desciendo es la caza de licántropos, pero un buen cazador debe aprender a cazar todo lo represente peligro, así que comenzaremos con teoría. Nada muy extenso, un poco de historia y un repaso de la fisionomía de las criaturas de la noche y los hijos de la luna, sus habilidades y sus debilidades. Quizá sea la parte menos entretenida del entrenamiento, pero serán conocimientos útiles cuando se enfrente usted a una bestia que le supere en tamaño y fuerza, pero no en astucia.
El carruaje se detuvo abruptamente interrumpiendo el discurso del cazador quien, ligeramente molesto, ojeó por la ventana intentando descubrir la causa de la escabrosa parada. Afuera, algunos niños jugueteaban traviesos obstaculizando el camino. Invocando un tipo de paciencia que no poseía, el hombre cerró la cortinilla cubriendo la ventana y volvió la atención a su discípula; encontraba la indisciplina detestable.
— Cuando iniciemos la parte física, entrenará usted por las tardes y saldremos de caza al anochecer. La única forma de adquirir experiencia es la práctica y no hay mejor práctica que las mismas cruzadas. Sin embargo, mientras usted se prepara, nos abstendremos de salir en noches de luna llena pues es la fase más peligrosa y tiene influencia sobre todas las bestias. Ahora, entre semana, Amara, mi hija, se encargará de supervisar su entrenamiento… como verá, también tengo obligaciones sociales, entre ellas mi trabajo y no siempre cuento con la fortuna de llegar temprano a la casa, por lo tanto, los fines de semana serán los días más intensos de su entrenamiento. Si algún día necesita ausentarse, por el motivo que sea, no tengo problema mientras me lo haga saber. Aparte de eso, quiero que se sienta como en su casa y si hay algo que pueda hacer para asegurar su comodidad no dude en acudir a mí.
Las comisuras de sus labios se alzaron con sutileza, media sonrisa amable, claramente impropia de él, intentaba amenizar su discurso.
— Si tiene alguna otra duda, ahora sería el momento de comentarla. Estoy abierto a sugerencias y peticiones. Usualmente no soy así de flexible, pero confío en la forma en la que el padre Caesso se ha referido a usted, Madame Tocci.
Bastien Argent- Cazador/Realeza
- Mensajes : 45
Fecha de inscripción : 27/07/2016
Re: Gocce di rugiada (Bastien Argent)
Entrenaría con su hija. No sabía si sentirse halagada por ello o desafiada. Tal vez ambas cosas en simultaneo.
“Sin dudas será un honor compartir con ella, pero no deja de ser todo un reto”, pensó.
Él le parecía un hombre serio, estructurado, tal vez algo rígido. ¿Cómo sería su hija entonces? Suponía que una excelente exponente de la familia Argent, una cazadora nata, digna hija de su padre. No pudo evitar sentirse algo atemorizada ante la inminencia del encuentro con alguien de edad similar a la de ella, pero que sería mucho mejor en teoría y en práctica.
No lo interrumpió. Oyó su discurso con su rostro imperturbable, mas sentía que algunas de las cosas que decía no iban con su esencia. Rumanella comenzó a temer no llegar jamás a estar a la altura de un entrenador como él.
Argent le decía que un buen cazador debía ir contra todos los sobrenaturales, mas ella no se veía a sí misma cazando cambiantes o licántropos. Su odio siempre sería dirigido a los vampiros… De seguro estaba equivocada, cerrarse así no la ayudaría a crecer en aquello y lo sabía bien, pero en esos momentos en los que daba sus primeros pasos en pos de lo que deseaba ser y hacer con su vida, Rumanella solo tenía una fijación: ir tras los chupasangre.
Le gustó que sea tan ordenado, que la estuviese esperando con todo un plan semanal ya trazado. Le dio seguridad, ayudó a acallar sus miedos, los temores lógicos de cualquier muchacha de su edad que de pronto cambia radicalmente su vida y decide ir a una ciudad nueva para desempeñar un rol completamente alejado del que llevaba a cabo en su hogar. ¿Qué podía ser más diferente que cazar sobrenaturales y vender flores?
-Me agrada que tenga todo tan excelentemente delineado –le dijo con sinceridad, se sentía mucho más segura ahora y así quería expresárselo-. Le prometo que pondré todo de mí para que usted no se arrepienta de tomarme como su aprendiz.
El carro siguió su camino. Rumanella no estaba segura de dónde estaba, si tuviera que bajarse allí mismo no sabría decir para qué lado quedaba el mar –cómo si eso importase-, ni de dónde había llegado ella. Estaba por completo en manos de aquel hombre.
-Gracias por su amabilidad. Gracias por la hospitalidad que me está brindando desde el principio. Quiero que sepa que esta es una gran oportunidad para mí y no quiero desaprovecharla, ojalá usted pueda sentirse orgulloso de mí –deseó de todo corazón, como si él fuese su padre.
“Sin dudas será un honor compartir con ella, pero no deja de ser todo un reto”, pensó.
Él le parecía un hombre serio, estructurado, tal vez algo rígido. ¿Cómo sería su hija entonces? Suponía que una excelente exponente de la familia Argent, una cazadora nata, digna hija de su padre. No pudo evitar sentirse algo atemorizada ante la inminencia del encuentro con alguien de edad similar a la de ella, pero que sería mucho mejor en teoría y en práctica.
No lo interrumpió. Oyó su discurso con su rostro imperturbable, mas sentía que algunas de las cosas que decía no iban con su esencia. Rumanella comenzó a temer no llegar jamás a estar a la altura de un entrenador como él.
Argent le decía que un buen cazador debía ir contra todos los sobrenaturales, mas ella no se veía a sí misma cazando cambiantes o licántropos. Su odio siempre sería dirigido a los vampiros… De seguro estaba equivocada, cerrarse así no la ayudaría a crecer en aquello y lo sabía bien, pero en esos momentos en los que daba sus primeros pasos en pos de lo que deseaba ser y hacer con su vida, Rumanella solo tenía una fijación: ir tras los chupasangre.
Le gustó que sea tan ordenado, que la estuviese esperando con todo un plan semanal ya trazado. Le dio seguridad, ayudó a acallar sus miedos, los temores lógicos de cualquier muchacha de su edad que de pronto cambia radicalmente su vida y decide ir a una ciudad nueva para desempeñar un rol completamente alejado del que llevaba a cabo en su hogar. ¿Qué podía ser más diferente que cazar sobrenaturales y vender flores?
-Me agrada que tenga todo tan excelentemente delineado –le dijo con sinceridad, se sentía mucho más segura ahora y así quería expresárselo-. Le prometo que pondré todo de mí para que usted no se arrepienta de tomarme como su aprendiz.
El carro siguió su camino. Rumanella no estaba segura de dónde estaba, si tuviera que bajarse allí mismo no sabría decir para qué lado quedaba el mar –cómo si eso importase-, ni de dónde había llegado ella. Estaba por completo en manos de aquel hombre.
-Gracias por su amabilidad. Gracias por la hospitalidad que me está brindando desde el principio. Quiero que sepa que esta es una gran oportunidad para mí y no quiero desaprovecharla, ojalá usted pueda sentirse orgulloso de mí –deseó de todo corazón, como si él fuese su padre.
Rumanella Tocci- Cazador Clase Media
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Gocce di rugiada (Bastien Argent)
Por naturaleza Bastien era un hombre observador, mas fue el oficio al que consagró su existencia el factor que agudizó su visión. Si bien su amplia capacidad de percepción fue forjada en la cruzada, no era una competencia que designara exclusivamente para ello, cierta e irónicamente, en diversas ocasiones le sirvió un mejor uso en su cotidianidad. Le era tan sencillo leer gestos, actitudes y posturas como leer las líneas de cualquier texto y no mentía a su nueva aprendiza cuando le aseguraba que la astucia superaba la fuerza bruta, incluso si muchas veces la segunda se presentaba como la opción más tentadora.
Sonrió ligeramente entretenido cuando captó el entrecejo de la doncella arrugarse con sutileza a la mención de su sistema de enseñanza que, básicamente, le forzaba a aprender del todo antes de enfocarse a una unidad. Usualmente mueca similar le hubiese causado molestia, sin embargo, más allá del ligero ademán, el cazador alcanzaba a advertir auténtica valentía de la que muchos hombres carecían, esa que requería iniciativa y sed de venganza.
Por las cartas del padre Caesso conocía a brevedad la tragedia de Rumanella, nunca había entrado en detalle, mas al tratarse de un hombre de Dios e inamovible sotana tampoco esperó que lo hiciera. No obstante, estaba al tanto del desprecio de la italiana por los hijos de la noche y entendía que, apropiadamente encaminado, aquel odio se amoldaría en una peligrosa arma; él mismo se aseguraría de que así fuera.
— Entiendo que pueda parecerle poco atractiva la educación en otros tipos de caza — Se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre los muslos mientras le observaba con fijeza — Veo en usted un gran potencial, uno que tengo intención de explotar… represalia, redención, o lo que sea que busque, me encargaré de que sea capaz de obtenerlo —Aseguró sin titubeo — Sin embargo, allí afuera, sin importar la naturaleza de aquellos que perpetraron nuestras tragedias, continúan existiendo más y mayores peligros. Quisiera que usted, Mademoiselle Tocci, esté preparada para enfrentarse todos y cada uno de ellos. En un mundo donde nuestra humanidad nos hace frágiles, lo único que nos mantiene en la cima de la cadena alimenticia es el conocimiento.
No estaba acostumbrado a dar sermones, a pesar de ello, el propósito de su discurso no había sido otro que dejar en claro una verdad a la que estaba seguro, a futuro, la novata encontraría buen uso.
El adiestramiento de la joven italiana implicaba para el cazador un inicio fresco, la oportunidad de redimir los errores que cometió en la instrucción de su propia hija. Argent no era el tipo de hombre que ofrecía su favor por bondad o su “caritativo corazón” y bien había calculado el valor que obtendría al acoger a la novata. Buscaba que la relación entre su sucesora y discípula fuese bidireccional y ambas pudiesen sacar provecho de los entrenamientos conjuntos; Amara sería el referente de Rumanella en experiencia, mientras la presencia de Rumanella mantendría concentrada a su hija a la última causa de los descendientes de la plata: la caza.
Asintió ante la declaración de la señorita.
— Me halaga Madame Tocci, pero que sea el propio el único orgullo que importe, estaré satisfecho cuando así sea.
El carruaje se detuvo. Bastien dio un vistazo entre la cortinilla asegurándose de que hubiesen arribado a su destino, entonces abrió la puerta y, tras bajar del coche, de nuevo ofreció su mano como apoyo a la muchacha. Ordenó al cochero encargarse de las maletas y volviendo su atención a Rumanella, señaló el camino extendiendo su mano en dirección la gran verja que limitaba la entrada a la propiedad.
Una vez cruzaron el umbral de la mansión, una de las mucamas, bajita, canosa y regordeta, se acercó a ellos con sonrisa de oreja a oreja y procedió a avisar a Bastien que la estancia dispuesta a su invitada ya había sido organizada. El cazador agradeció a los servicios de la mujer y devolvió su mirada a la jovencilla.
— Señorita Tocci, Elvire… — Apuntó con un breve movimiento de cabeza a la moza quien, en respuesta, hizo una pequeña reverencia— Le mostrará el camino a su habitación. Le pediré que me excuse mientras resuelvo algunos asuntos…
Hizo una breve pausa
— ¿Mi hija? — Indagó a la mucama
— Le espera en su despacho, señor.
Bastien llevó la diestra al bolsillo de su pantalón y de él sacó un reloj de placa forjada en plata, cuya tapa llevaba una flor de lis tallada en el centro.
— Bien — Observó la hora vacilante y levantó la mirada hacia Rumanella —Le esperaré en el comedor en hora y media para el almuerzo, mientras tanto quiero que se sienta como en casa, por favor, acomódese, refrésquese, descanse y cualquier cosa que necesite, Elvire estará allí para servirla. Después de comer yo mismo me encargaré de darle un recorrido por la mansión — Comentó con media sonrisa.
Sonrió ligeramente entretenido cuando captó el entrecejo de la doncella arrugarse con sutileza a la mención de su sistema de enseñanza que, básicamente, le forzaba a aprender del todo antes de enfocarse a una unidad. Usualmente mueca similar le hubiese causado molestia, sin embargo, más allá del ligero ademán, el cazador alcanzaba a advertir auténtica valentía de la que muchos hombres carecían, esa que requería iniciativa y sed de venganza.
Por las cartas del padre Caesso conocía a brevedad la tragedia de Rumanella, nunca había entrado en detalle, mas al tratarse de un hombre de Dios e inamovible sotana tampoco esperó que lo hiciera. No obstante, estaba al tanto del desprecio de la italiana por los hijos de la noche y entendía que, apropiadamente encaminado, aquel odio se amoldaría en una peligrosa arma; él mismo se aseguraría de que así fuera.
— Entiendo que pueda parecerle poco atractiva la educación en otros tipos de caza — Se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre los muslos mientras le observaba con fijeza — Veo en usted un gran potencial, uno que tengo intención de explotar… represalia, redención, o lo que sea que busque, me encargaré de que sea capaz de obtenerlo —Aseguró sin titubeo — Sin embargo, allí afuera, sin importar la naturaleza de aquellos que perpetraron nuestras tragedias, continúan existiendo más y mayores peligros. Quisiera que usted, Mademoiselle Tocci, esté preparada para enfrentarse todos y cada uno de ellos. En un mundo donde nuestra humanidad nos hace frágiles, lo único que nos mantiene en la cima de la cadena alimenticia es el conocimiento.
No estaba acostumbrado a dar sermones, a pesar de ello, el propósito de su discurso no había sido otro que dejar en claro una verdad a la que estaba seguro, a futuro, la novata encontraría buen uso.
El adiestramiento de la joven italiana implicaba para el cazador un inicio fresco, la oportunidad de redimir los errores que cometió en la instrucción de su propia hija. Argent no era el tipo de hombre que ofrecía su favor por bondad o su “caritativo corazón” y bien había calculado el valor que obtendría al acoger a la novata. Buscaba que la relación entre su sucesora y discípula fuese bidireccional y ambas pudiesen sacar provecho de los entrenamientos conjuntos; Amara sería el referente de Rumanella en experiencia, mientras la presencia de Rumanella mantendría concentrada a su hija a la última causa de los descendientes de la plata: la caza.
Asintió ante la declaración de la señorita.
— Me halaga Madame Tocci, pero que sea el propio el único orgullo que importe, estaré satisfecho cuando así sea.
El carruaje se detuvo. Bastien dio un vistazo entre la cortinilla asegurándose de que hubiesen arribado a su destino, entonces abrió la puerta y, tras bajar del coche, de nuevo ofreció su mano como apoyo a la muchacha. Ordenó al cochero encargarse de las maletas y volviendo su atención a Rumanella, señaló el camino extendiendo su mano en dirección la gran verja que limitaba la entrada a la propiedad.
Una vez cruzaron el umbral de la mansión, una de las mucamas, bajita, canosa y regordeta, se acercó a ellos con sonrisa de oreja a oreja y procedió a avisar a Bastien que la estancia dispuesta a su invitada ya había sido organizada. El cazador agradeció a los servicios de la mujer y devolvió su mirada a la jovencilla.
— Señorita Tocci, Elvire… — Apuntó con un breve movimiento de cabeza a la moza quien, en respuesta, hizo una pequeña reverencia— Le mostrará el camino a su habitación. Le pediré que me excuse mientras resuelvo algunos asuntos…
Hizo una breve pausa
— ¿Mi hija? — Indagó a la mucama
— Le espera en su despacho, señor.
Bastien llevó la diestra al bolsillo de su pantalón y de él sacó un reloj de placa forjada en plata, cuya tapa llevaba una flor de lis tallada en el centro.
— Bien — Observó la hora vacilante y levantó la mirada hacia Rumanella —Le esperaré en el comedor en hora y media para el almuerzo, mientras tanto quiero que se sienta como en casa, por favor, acomódese, refrésquese, descanse y cualquier cosa que necesite, Elvire estará allí para servirla. Después de comer yo mismo me encargaré de darle un recorrido por la mansión — Comentó con media sonrisa.
Bastien Argent- Cazador/Realeza
- Mensajes : 45
Fecha de inscripción : 27/07/2016
Re: Gocce di rugiada (Bastien Argent)
Entendía a lo que él se refería, se comparaba a sí misma con lo que él parecía esperar de ella –y de la relación que forjarían- y se daba cuenta que no estaba a la altura, que le faltaba mucho todavía para poder ser lo que Argent esperaba que fuera.
-Tengo conocimientos –le aseguró, porque era una gran lectora, el padre Caesso se había ocupado de aquello-, pero sabido es que nunca es suficiente, que siempre se puede saber un poco más, pulir un poco más, perfeccionarse un poco más. Aprendo rápido, espero no haber perdido esa cualidad en el viaje en tren –dijo, permitiéndose bromear para dar así cierto margen de distensión a la charla.
Llegaron y el viaje no fue todo lo largo que ella hubiera esperado, eso era bueno. Rumanella Tocci no había estado jamás en una casa tan hermosa, mucho menos en una de las dimensiones que aquella presentaba. ¿Dónde? Estaba casi segura de que en su ciudad no había caserones como aquél, y si había ella no los conocía. Intentó disimular su asombro mientras seguía a su nuevo maestro al exterior del carruaje. No quería hacer preguntas sobre la decoración o la cantidad de habitaciones para no ser juzgada como imprudente, pero lo cierto era que todo aquello le llamaba muchísimo la atención y eso que de momento la estaba viendo solo desde afuera. ¡Cuánto lujo! ¡Cuánta grandeza!
-Es un placer –le dijo a la empleada de Argent que les salió al encuentro y permaneció en silencio mientras él daba indicaciones. Luego se despidió de él. Siguió a la mujer por el interior de la casa aún más asombrada que antes frente a la grandeza del lugar. Quería preguntar cuántas personas vivían allí, quiénes eran de la familia, pero una vez más Rumanella dominó su lengua-. Gracias por todo, es usted muy amable conmigo –le dijo a la mujer con una sonrisa cuando ésta le indicó cuál sería su recámara, mostrándole cada rincón con dedicación. Era evidente que quería que se sintiese cómoda y en confianza.
El agua estaba preparada y al verla, en el cuarto de baño, Rumanella no dudó en quitarse la ropa y sumergirse. El viaje había sido duro, ahora podía verlo. Era joven y podía soportarlo, sí, pero no dejaba por eso de ser algo agotador. Elvire se asomó a los diez minutos y amablemente se ofreció a ayudarle a lavarse el cabello.
-Oh, en verdad se lo agradecería –le dijo, incorporándose en la tina enorme, llevando la espalda al borde-, es que tengo el cabello muy largo y a veces se me dificulta mantenerlo desenredado –le comentó a la mujer que ya se embadurnaba las manos con aceites florales para pasarlas por la cabellera oscura de la italiana.
Pasó una hora así, el tiempo corrió veloz sin que ella lo notase y Rumanella hasta dormitó en la tina sin importarle que el agua se hubiese enfriado. Cuando salió, le costó un poco que sus piernas cansadas le respondiesen, pero logró despejarse.
Elvire le ayudó a elegir la ropa que usaría, lo cierto era que tampoco había mucho para escoger, solo tenía un vestido bonito. Uno verde malva con encajes en gris perla que le había regalado su madre en el último cumpleaños que habían pasado juntas. Mientras la mujer le peinaba el cabello y se lo recogía en lo alto de la cabeza, Rumanella no podía dejar de pensar en sus padres, ¿estarían orgullosos de ella? ¿Verían con agrado lo que estaba haciendo por vengarlos o lo reprobarían?
Bajó a cenar envuelta en sensaciones de nostalgia, no era una mujer sensible pero sí que estaba movilizada. No era fácil cambiar de vida como ella lo estaba haciendo, sabía que era muy valiente, pero también estaba llena de dudas. Aún así, la italiana se impuso no dejar ver nada de lo que en su interior ocurría por lo que puso una gran sonrisa de agradecimiento en su rostro –que no era falsa, pues así se sentía para con su maestro: agradecida- y entró en el salón comedor.
-Buenas tardes –saludó y esperó que le indicasen dónde tomar asiento.
-Tengo conocimientos –le aseguró, porque era una gran lectora, el padre Caesso se había ocupado de aquello-, pero sabido es que nunca es suficiente, que siempre se puede saber un poco más, pulir un poco más, perfeccionarse un poco más. Aprendo rápido, espero no haber perdido esa cualidad en el viaje en tren –dijo, permitiéndose bromear para dar así cierto margen de distensión a la charla.
Llegaron y el viaje no fue todo lo largo que ella hubiera esperado, eso era bueno. Rumanella Tocci no había estado jamás en una casa tan hermosa, mucho menos en una de las dimensiones que aquella presentaba. ¿Dónde? Estaba casi segura de que en su ciudad no había caserones como aquél, y si había ella no los conocía. Intentó disimular su asombro mientras seguía a su nuevo maestro al exterior del carruaje. No quería hacer preguntas sobre la decoración o la cantidad de habitaciones para no ser juzgada como imprudente, pero lo cierto era que todo aquello le llamaba muchísimo la atención y eso que de momento la estaba viendo solo desde afuera. ¡Cuánto lujo! ¡Cuánta grandeza!
-Es un placer –le dijo a la empleada de Argent que les salió al encuentro y permaneció en silencio mientras él daba indicaciones. Luego se despidió de él. Siguió a la mujer por el interior de la casa aún más asombrada que antes frente a la grandeza del lugar. Quería preguntar cuántas personas vivían allí, quiénes eran de la familia, pero una vez más Rumanella dominó su lengua-. Gracias por todo, es usted muy amable conmigo –le dijo a la mujer con una sonrisa cuando ésta le indicó cuál sería su recámara, mostrándole cada rincón con dedicación. Era evidente que quería que se sintiese cómoda y en confianza.
El agua estaba preparada y al verla, en el cuarto de baño, Rumanella no dudó en quitarse la ropa y sumergirse. El viaje había sido duro, ahora podía verlo. Era joven y podía soportarlo, sí, pero no dejaba por eso de ser algo agotador. Elvire se asomó a los diez minutos y amablemente se ofreció a ayudarle a lavarse el cabello.
-Oh, en verdad se lo agradecería –le dijo, incorporándose en la tina enorme, llevando la espalda al borde-, es que tengo el cabello muy largo y a veces se me dificulta mantenerlo desenredado –le comentó a la mujer que ya se embadurnaba las manos con aceites florales para pasarlas por la cabellera oscura de la italiana.
Pasó una hora así, el tiempo corrió veloz sin que ella lo notase y Rumanella hasta dormitó en la tina sin importarle que el agua se hubiese enfriado. Cuando salió, le costó un poco que sus piernas cansadas le respondiesen, pero logró despejarse.
Elvire le ayudó a elegir la ropa que usaría, lo cierto era que tampoco había mucho para escoger, solo tenía un vestido bonito. Uno verde malva con encajes en gris perla que le había regalado su madre en el último cumpleaños que habían pasado juntas. Mientras la mujer le peinaba el cabello y se lo recogía en lo alto de la cabeza, Rumanella no podía dejar de pensar en sus padres, ¿estarían orgullosos de ella? ¿Verían con agrado lo que estaba haciendo por vengarlos o lo reprobarían?
Bajó a cenar envuelta en sensaciones de nostalgia, no era una mujer sensible pero sí que estaba movilizada. No era fácil cambiar de vida como ella lo estaba haciendo, sabía que era muy valiente, pero también estaba llena de dudas. Aún así, la italiana se impuso no dejar ver nada de lo que en su interior ocurría por lo que puso una gran sonrisa de agradecimiento en su rostro –que no era falsa, pues así se sentía para con su maestro: agradecida- y entró en el salón comedor.
-Buenas tardes –saludó y esperó que le indicasen dónde tomar asiento.
Rumanella Tocci- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 22/01/2017
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