AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Big Little Lies — Privado
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Big Little Lies — Privado
Juliette tenía una larga lista de pretensiones, cada una abordaba los aspectos que sólo deseaba incluir en su vida, una que no era para nada mala, al contrario, ella era de esas personas nacidas bajo una buena luna, la misma que les regalaba una cuna de oro para celebrar su alumbramiento. Juliette Kettering lo tenía todo, y cuando se habla de todo, ¡es todo! Solía ser la envidia de muchas mujeres de la alta sociedad, pues, algunas gozaban de privilegios, pero no de belleza, y viceversa. Aunque los rumores sobre las prácticas de su difunta madre no se hacían esperar, ella sabía cómo salir triunfal de todas aquellas habladurías de serpientes ponzoñosas; ni siquiera le afectaba cuando se hablaba sobre su matrimonio, el cual no era precisamente el idealizado por muchas mujeres. Tal parecía que Juliette y su esposo poseían más bien una relación de negocios y placer, que algo unido por el amor. Es más, la palabra “amor” no existía en el diccionario de una tan codiciosa y calculadora. O puede que tuviera alguna excepción, una muy escondida.
Su dedicación hacia el mercado del arte no era algo que ignoraran con facilidad algunos curadores y mecenas; Juliette siempre sabía dar en el clavo. Parecía un voraz depredador, siempre en busca de buenos negocios, unos que le proporcionaran, aparte de excelente reputación, unas buenas sumas de dinero, y desde luego, poder. Pero no todo siempre era tan digno, pues ella y su hermano quisieron ir más allá, a los lugares oscuros en donde también se negocia con arte de una manera... menos digna. A esto algunos le llaman el mercado negro. Es obvio, ni siquiera algo tan “bello” (dependiendo de la perspectiva de cada observador), como el arte, estaba lejos de lo ilícito. Sin embargo, a esto también podríamos añadirle un extra.
La señora Kettering no siempre era tan correcta, y no sólo en los negocios, también solía saltarse ciertas reglas morales. Por eso, su trabajo favorito, como era de suponerse, no sólo le daba dinero, sino, terminó sirviéndole un amante en bandeja de plata, uno al que, por supuesto, ayudó a hacerse un espacio entre los pintores más importantes de París. Incluso logró que el chico fuera prácticamente adoptado por un poderoso mecenas, el enigmático Gwyddyon de Médici. Sin duda alguna, Juliette había hecho un excelente trabajo, y no sólo obtuvo beneficio monetario por éste, sino, a un innegable admirador.
Gustav era un hombre apasionado, talentoso y atractivo. Era de los pocos caballeros que lograban atraer a Juliette de manera tan repentina; apenas se fijó en él y entabló una plática casual, supo que debía estar destinado para algo grandioso, y ella, como vil interesada, se lo consiguió. Además, lo contrató como su pintor personal, aquel que la retrataría sin pudor alguno, pues, estaba interesada en posar para algún artista en su debido momento y justo Gustav era el indicado. Y ahora que se encontraba en París, no dudaría en ir a cobrarle al joven lo que le debía. Por fortuna, ninguno había perdido contacto desde la última vez que se vieron, así que todo resultó mucho más sencillo. Kettering planificó todo al pie de la letra, y con su querido Astor lejos, le resultaría mucho más sencillo actuar. Por lo que, a la primera oportunidad, ambos concretaron una cita en el Hotel des Arenes, un lugar lo suficientemente elegante y discreto.
El primero en llegar sería él, tal y como se lo había indicado Juliette, así le daría tiempo a preparar el sitio mientras ella estaba ausente. Tal parecía que nada se le escapaba de las manos, ni siquiera el tiempo que demoró en llegar al encuentro.
—Buenas noches, señor, ¿de Médici? —dijo con gracia al momento en que el rostro de Gustav se asomaba detrás de la puerta y la invitaba a pasar—. Las noticias vuelan, no podía ignorar semejante revelación. ¡Te felicito! Ya sabía que Gwyddyon de Médici no iba a equivocarse contigo —continuó con los halagos, mientras desfilaba por la habitación, dejando caer el costoso abrigo de piel que cargaba—. No te preocupes, he venido sola. Preferí usar un coche de alquiler para evadir las sospechas, aunque da igual, tengo toda la noche libre y pedí que no se me molestara de alguna manera.
Su dedicación hacia el mercado del arte no era algo que ignoraran con facilidad algunos curadores y mecenas; Juliette siempre sabía dar en el clavo. Parecía un voraz depredador, siempre en busca de buenos negocios, unos que le proporcionaran, aparte de excelente reputación, unas buenas sumas de dinero, y desde luego, poder. Pero no todo siempre era tan digno, pues ella y su hermano quisieron ir más allá, a los lugares oscuros en donde también se negocia con arte de una manera... menos digna. A esto algunos le llaman el mercado negro. Es obvio, ni siquiera algo tan “bello” (dependiendo de la perspectiva de cada observador), como el arte, estaba lejos de lo ilícito. Sin embargo, a esto también podríamos añadirle un extra.
La señora Kettering no siempre era tan correcta, y no sólo en los negocios, también solía saltarse ciertas reglas morales. Por eso, su trabajo favorito, como era de suponerse, no sólo le daba dinero, sino, terminó sirviéndole un amante en bandeja de plata, uno al que, por supuesto, ayudó a hacerse un espacio entre los pintores más importantes de París. Incluso logró que el chico fuera prácticamente adoptado por un poderoso mecenas, el enigmático Gwyddyon de Médici. Sin duda alguna, Juliette había hecho un excelente trabajo, y no sólo obtuvo beneficio monetario por éste, sino, a un innegable admirador.
Gustav era un hombre apasionado, talentoso y atractivo. Era de los pocos caballeros que lograban atraer a Juliette de manera tan repentina; apenas se fijó en él y entabló una plática casual, supo que debía estar destinado para algo grandioso, y ella, como vil interesada, se lo consiguió. Además, lo contrató como su pintor personal, aquel que la retrataría sin pudor alguno, pues, estaba interesada en posar para algún artista en su debido momento y justo Gustav era el indicado. Y ahora que se encontraba en París, no dudaría en ir a cobrarle al joven lo que le debía. Por fortuna, ninguno había perdido contacto desde la última vez que se vieron, así que todo resultó mucho más sencillo. Kettering planificó todo al pie de la letra, y con su querido Astor lejos, le resultaría mucho más sencillo actuar. Por lo que, a la primera oportunidad, ambos concretaron una cita en el Hotel des Arenes, un lugar lo suficientemente elegante y discreto.
El primero en llegar sería él, tal y como se lo había indicado Juliette, así le daría tiempo a preparar el sitio mientras ella estaba ausente. Tal parecía que nada se le escapaba de las manos, ni siquiera el tiempo que demoró en llegar al encuentro.
—Buenas noches, señor, ¿de Médici? —dijo con gracia al momento en que el rostro de Gustav se asomaba detrás de la puerta y la invitaba a pasar—. Las noticias vuelan, no podía ignorar semejante revelación. ¡Te felicito! Ya sabía que Gwyddyon de Médici no iba a equivocarse contigo —continuó con los halagos, mientras desfilaba por la habitación, dejando caer el costoso abrigo de piel que cargaba—. No te preocupes, he venido sola. Preferí usar un coche de alquiler para evadir las sospechas, aunque da igual, tengo toda la noche libre y pedí que no se me molestara de alguna manera.
Juliette Kettering- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/01/2017
Localización : París
Re: Big Little Lies — Privado
Gustav, quien desde que descubrió su pasión en el arte se dispuso a triunfar, no podía estar más satisfecho con su vida en esos momentos. El sueco, que había pasado años en la miseria y el anonimato esperando una oportunidad de mostrar sus habilidades, siendo su persistencia la que finalmente le hizo ganarse la oportunidad de exhibir sus obras en una galería que comenzaba a volverse reconocida. Aquel evento, el primero en la vida artística de Gustav, sería de hecho el que comenzaría a cambiarle de manera irremediable la vida.
Durante la exposición, el pintor conoció a un sin número de amantes del arte interesados en conocer más de él pero de entro todos ellos, hubo alguien que resaltó más. Juliette Kettering, una mujer tan poderosa como hermosa que supo llegar no solo al artista en el interior de Gustav sino también al hombre. Y fue gracias al apoyo de la Kettering que el artista pudo abrirse camino, llegando a ser, antes de darse cuenta, uno de los pintores más reconocidos y aclamados de París, pero cuando él creyó que la fémina no podría hacer más, le presentó a Gwyddyon de Médici quien pronto lo tomó bajo su protección. Gustav entonces paso de ser un pintor desconocido que vivía el día a día, a ser un de Médici, y un artista casi tan grande como su apellido. Si bien se sentía agradecido y en deuda con Gwyddyon, sabía que a quien le debía absolutamente todo era a Juliette por quien estaba dispuesto a todo.
La deuda tan grande que poseía para con ella, era lo que ese día lo llevaba al Hotel Des Arenes, sitió en el cual Juliette le pedía, por medio de una misiva con instrucciones bastante claras, se reunieran.
Gustav se hallaba consciente de que Gwyddyon le pedía que tuviera prudencia al tratar con la Kettering, que aunque ella era una mujer poderosa y hermosa, debía recordar que ahora se encontraba casada y que él era ahora parte de una poderosa familia. Aún así, no podía negarse a reunirse con la dama. Cumpliendo entonces con lo indicado en la misiva, el artista llegó con antelación al Hotel, donde espero con paciencia la llegada de la mujer que le descubrió como artista.
– ¿Ya te has enterado entonces? – preguntó un tanto avergonzado cuando al abrir la puerta, Juliette usaba su nuevo apellido para dirigirse a él – Definitivamente vuelan. Sigo aprendiendo como comportarme como las personas esperan de un Médici y resulta que el mundo entero ya sabe sobre mi – sonrió, cerrando la puerta una vez que la Kettering entraba en la habitación – Querrás decir que no te equivocaste tú, conmigo. Porque aunque ahora sea parte de los Médici, no debemos recordar que conocí a Gwyddyon y personas poderosas gracias a ti – en el instante que Juliette le aseguraba haber acudido a la reunión sola, Gustav no pudo evitar fruncir el ceño y caminar hasta estar muy cerca de ella – Cierto. ¡Felicidades por tu matrimonio!, he escuchado que son una pareja perfecta – al decir aquello acarició suavemente el brazo de Juliette.
Durante la exposición, el pintor conoció a un sin número de amantes del arte interesados en conocer más de él pero de entro todos ellos, hubo alguien que resaltó más. Juliette Kettering, una mujer tan poderosa como hermosa que supo llegar no solo al artista en el interior de Gustav sino también al hombre. Y fue gracias al apoyo de la Kettering que el artista pudo abrirse camino, llegando a ser, antes de darse cuenta, uno de los pintores más reconocidos y aclamados de París, pero cuando él creyó que la fémina no podría hacer más, le presentó a Gwyddyon de Médici quien pronto lo tomó bajo su protección. Gustav entonces paso de ser un pintor desconocido que vivía el día a día, a ser un de Médici, y un artista casi tan grande como su apellido. Si bien se sentía agradecido y en deuda con Gwyddyon, sabía que a quien le debía absolutamente todo era a Juliette por quien estaba dispuesto a todo.
La deuda tan grande que poseía para con ella, era lo que ese día lo llevaba al Hotel Des Arenes, sitió en el cual Juliette le pedía, por medio de una misiva con instrucciones bastante claras, se reunieran.
Gustav se hallaba consciente de que Gwyddyon le pedía que tuviera prudencia al tratar con la Kettering, que aunque ella era una mujer poderosa y hermosa, debía recordar que ahora se encontraba casada y que él era ahora parte de una poderosa familia. Aún así, no podía negarse a reunirse con la dama. Cumpliendo entonces con lo indicado en la misiva, el artista llegó con antelación al Hotel, donde espero con paciencia la llegada de la mujer que le descubrió como artista.
– ¿Ya te has enterado entonces? – preguntó un tanto avergonzado cuando al abrir la puerta, Juliette usaba su nuevo apellido para dirigirse a él – Definitivamente vuelan. Sigo aprendiendo como comportarme como las personas esperan de un Médici y resulta que el mundo entero ya sabe sobre mi – sonrió, cerrando la puerta una vez que la Kettering entraba en la habitación – Querrás decir que no te equivocaste tú, conmigo. Porque aunque ahora sea parte de los Médici, no debemos recordar que conocí a Gwyddyon y personas poderosas gracias a ti – en el instante que Juliette le aseguraba haber acudido a la reunión sola, Gustav no pudo evitar fruncir el ceño y caminar hasta estar muy cerca de ella – Cierto. ¡Felicidades por tu matrimonio!, he escuchado que son una pareja perfecta – al decir aquello acarició suavemente el brazo de Juliette.
Gustav De Médici- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/09/2016
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Re: Big Little Lies — Privado
Juliette era una mujer que disfrutaba de las emociones fuertes, por eso, siempre buscaba la manera de obtenerlas de algún modo u otro, sin importarle mucho las consecuencias, aunque igual las tenía en cuenta, al menos en contadas ocasiones. Estaba al tanto de que no siempre podría salir victoriosa e ilesa, por lo que, debía calcular bien sus movimientos, percatándose de antemano si aquello valdría la pena o no. Por fortuna, haberse encontrado con alguien como Gustav de Médici sí que fue todo un enorme descubrimiento, no por el simple hecho de que amaba al arte y a los artistas con suficiente intensidad, sino porque el hombre le brindó algo que no experimentaba en muchísimo tiempo.
Sí, estaba casada, ciertamente. Pero aquella unión era puro interés, una condenada apariencia que, tenía que reconocerlo, le agradaba. Lo único realmente negativo era el hecho de que su esposo solía pasar más tiempo afuera que con ella, así que a la Kettering no le quedó más opción que buscarse a alguien que llenara ese vacío. Aunque en un principio fue sólo capricho, lo cierto es que no consideró que la relación con Gustav le fuera a resultar tan terriblemente atractiva, casi como una droga. ¡Tenía que admitirlo! Ese hombre era todo un experto en despertar las más bajas pasiones de una mujer tan vil como ella, y desde luego, no iba a desaprovechar la oferta.
Por eso, apenas tuvo la oportunidad, decidió reencontrarse con él, utilizando alguna excusa barata, porque su orgullo le impedía reconocer que necesitaba de sus atenciones; sin embargo, su cuerpo sí que reaccionaba perfectamente ante aquella cercanía. Pero se aguantó, porque aún conservaba un poco de rectitud y no quería lanzarse a las fauces de la bestia de las buenas a las primeras. Oh, cada día se parecía más a su madre, aunque ella si sabía cómo hacer las cosas, porque su progenitora... no tanto. ¡Bien! No era momento de pensar en esas cosas. La muerte de su madre aún seguía generándole cierta nostalgia, y no era algo que le gustara revelar a cualquiera, ni siquiera a su querido Gustav.
¡Cierto! Gustav... El roce de su mano fue suficiente para erizarle la piel y sacarle una sonrisa. ¿La estaba tentando acaso? Más de lo que lo había hecho, sí, tal vez. Y sí, aquella sensación era recíproca, porque él sentía el mismo deseo ferviente; su mirada y hasta la manera en que deslizó su mano por el brazo de Juliette, lo delataban lo suficiente. Incluso, aquellas palabras referentes a su matrimonio le brindaron mucha información. No pudo quedarse en la misma posición, simplemente se giró, confrontándolo con la mirada.
—Gracias —respondió. Había una ligera burla en su gesto, pero no por maldad, sino por saber qué efectos causaba en Gustav su presencia—. No sé de quién has escuchado eso de la pareja perfecta. Las personas tienden a hablar de más, creí que ya lo sabías —usó la mesura en su voz, a pesar de lo muy chocante que sonaba su respuesta, aunque igual tenía razón—. Igual... tampoco estoy aquí para que hablemos sobre mi matrimonio, ¿cierto? Nuestra cita es por otra cosa, mi querido Gustav. Lo mejor es aprovechar el tiempo y dejarnos de tonterías.
Directa, demasiado. Y claro, tenía razón, ¿para qué le iba a dar tantas largas al asunto? Es más, no había terminado la frase cuando ya estaba muy abocada a desenredar el nudo de la corbata de Gustav, aquella prenda sobraba en él, a quien recordaba particularmente sencillo, y no quería que hiciera excepciones con ella.
Sí, estaba casada, ciertamente. Pero aquella unión era puro interés, una condenada apariencia que, tenía que reconocerlo, le agradaba. Lo único realmente negativo era el hecho de que su esposo solía pasar más tiempo afuera que con ella, así que a la Kettering no le quedó más opción que buscarse a alguien que llenara ese vacío. Aunque en un principio fue sólo capricho, lo cierto es que no consideró que la relación con Gustav le fuera a resultar tan terriblemente atractiva, casi como una droga. ¡Tenía que admitirlo! Ese hombre era todo un experto en despertar las más bajas pasiones de una mujer tan vil como ella, y desde luego, no iba a desaprovechar la oferta.
Por eso, apenas tuvo la oportunidad, decidió reencontrarse con él, utilizando alguna excusa barata, porque su orgullo le impedía reconocer que necesitaba de sus atenciones; sin embargo, su cuerpo sí que reaccionaba perfectamente ante aquella cercanía. Pero se aguantó, porque aún conservaba un poco de rectitud y no quería lanzarse a las fauces de la bestia de las buenas a las primeras. Oh, cada día se parecía más a su madre, aunque ella si sabía cómo hacer las cosas, porque su progenitora... no tanto. ¡Bien! No era momento de pensar en esas cosas. La muerte de su madre aún seguía generándole cierta nostalgia, y no era algo que le gustara revelar a cualquiera, ni siquiera a su querido Gustav.
¡Cierto! Gustav... El roce de su mano fue suficiente para erizarle la piel y sacarle una sonrisa. ¿La estaba tentando acaso? Más de lo que lo había hecho, sí, tal vez. Y sí, aquella sensación era recíproca, porque él sentía el mismo deseo ferviente; su mirada y hasta la manera en que deslizó su mano por el brazo de Juliette, lo delataban lo suficiente. Incluso, aquellas palabras referentes a su matrimonio le brindaron mucha información. No pudo quedarse en la misma posición, simplemente se giró, confrontándolo con la mirada.
—Gracias —respondió. Había una ligera burla en su gesto, pero no por maldad, sino por saber qué efectos causaba en Gustav su presencia—. No sé de quién has escuchado eso de la pareja perfecta. Las personas tienden a hablar de más, creí que ya lo sabías —usó la mesura en su voz, a pesar de lo muy chocante que sonaba su respuesta, aunque igual tenía razón—. Igual... tampoco estoy aquí para que hablemos sobre mi matrimonio, ¿cierto? Nuestra cita es por otra cosa, mi querido Gustav. Lo mejor es aprovechar el tiempo y dejarnos de tonterías.
Directa, demasiado. Y claro, tenía razón, ¿para qué le iba a dar tantas largas al asunto? Es más, no había terminado la frase cuando ya estaba muy abocada a desenredar el nudo de la corbata de Gustav, aquella prenda sobraba en él, a quien recordaba particularmente sencillo, y no quería que hiciera excepciones con ella.
Juliette Kettering- Humano Clase Alta
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 09/01/2017
Localización : París
Re: Big Little Lies — Privado
Gustav era un artista, alguien que por naturaleza percibía al mundo y sus habitantes con una intensidad mayor al del resto de las personas. Quizás, fue esa percepción que poseía de todo y todos, lo que lo llevó a caer a los pies de Juliette, a quien no solamente idolatraba por su temple o su inteligencia, también le admiraba por su belleza; misma que fue la causante de que a primera vista el pintor hubiera deseado que fuera enteramente suya.
En sus primeros encuentros, que Juliette le tomará como algo más que un artista al cual ayudaría a brillar, resultaba imposible, al menos desde el punto de vista de Gustav, que en ese tiempo no tenía prácticamente ni en que caer muerto. Claro que conforme las exposiciones pasaban y los interesados en su arte aumentaban, también lo hizo el interés de Gustav por Juliette, siendo poco antes de que Gwyddyon de Médici entrara en escena, cuando la pasión entre la Kattering y el artista no pudo contenerse más tiempo. Si bien ella sucumbió, al igual que él a la química que existía entre ambos, Gustav supo desde un primer momento que aquello jamás llegaría a ser algo serio; a pesar de eso, el ahora de Médici continuo con la relación que llevaba con ella pues se encontraba dispuesto a venerar con devoción todo lo que era Juliette Kettering. Desafortunadamente, poco después de haber tomado la resolución de seguir ahí para ella como un amante fiel, Gustav fue acogido bajo la protección de Gwyddyon lo que irremediablemente lo llevó a separarse de la Kettering.
Ahora que era un hombre adinerado, heredero de la fortuna de los Médici y un artista de renombre, se suponía que Gustav no podía arruinar su reputación, misma que no dudaría en mandar al demonio si es que Juliette se lo pedía. Solo que existía el pequeño inconveniente de que ella nunca se lo pediría, después de todo, era una mujer casada, a quien era mejor contemplar desde la distancia. Y fue precisamente la poca distancia que separaba al pintor de la fémina, aunado a los celos que experimentaba al saberla casada, los factores que llevaron al pintor a acariciar suavemente el brazo femenino.
Al girarse Juliette, Gustav apartó su mano de ella. Los ojos de ambos se encontraron y el pintor se vio en la necesidad de empuñar ambas manos, en un intento bastante arcaico de contener el deseo de continuar tocándola.
– He escuchado esa referencia de “pareja perfecta” de muchas personas – respondió con absoluta seriedad – así que no creo que sean simples habladurías – sonrió de manera forzada – Ya me tocara juzgar cuando tenga el placer de verte al lado de tu esposo – La palabra esposo le resultaba tan desagradable que agradeció inmensamente que la Kettering aseguraba que no estaban ahí para hablar de su matrimonio.
– ¿Qué es lo que estamos haciendo, Juliette? … – susurró cuando las manos femeninas fueron hasta su corbata con el único propósito de hacerla abandonar el cuello de Gustav. La prenda, fue a caer al suelo, en medio de ambos, siendo ese el momento en que Gustav sujeto las manos de la Kettering y clavó su mirada en ella. Observarla tan cerca, tan a su alcance volvía al pintor un hombre de actuar sumamente pasional, a grado que aunque sabía que no era prudente hacerlo, besó a Juliette, permitiendo que toda esa necesidad que sentía por ella incrementara en lugar de ceder.
En sus primeros encuentros, que Juliette le tomará como algo más que un artista al cual ayudaría a brillar, resultaba imposible, al menos desde el punto de vista de Gustav, que en ese tiempo no tenía prácticamente ni en que caer muerto. Claro que conforme las exposiciones pasaban y los interesados en su arte aumentaban, también lo hizo el interés de Gustav por Juliette, siendo poco antes de que Gwyddyon de Médici entrara en escena, cuando la pasión entre la Kattering y el artista no pudo contenerse más tiempo. Si bien ella sucumbió, al igual que él a la química que existía entre ambos, Gustav supo desde un primer momento que aquello jamás llegaría a ser algo serio; a pesar de eso, el ahora de Médici continuo con la relación que llevaba con ella pues se encontraba dispuesto a venerar con devoción todo lo que era Juliette Kettering. Desafortunadamente, poco después de haber tomado la resolución de seguir ahí para ella como un amante fiel, Gustav fue acogido bajo la protección de Gwyddyon lo que irremediablemente lo llevó a separarse de la Kettering.
Ahora que era un hombre adinerado, heredero de la fortuna de los Médici y un artista de renombre, se suponía que Gustav no podía arruinar su reputación, misma que no dudaría en mandar al demonio si es que Juliette se lo pedía. Solo que existía el pequeño inconveniente de que ella nunca se lo pediría, después de todo, era una mujer casada, a quien era mejor contemplar desde la distancia. Y fue precisamente la poca distancia que separaba al pintor de la fémina, aunado a los celos que experimentaba al saberla casada, los factores que llevaron al pintor a acariciar suavemente el brazo femenino.
Al girarse Juliette, Gustav apartó su mano de ella. Los ojos de ambos se encontraron y el pintor se vio en la necesidad de empuñar ambas manos, en un intento bastante arcaico de contener el deseo de continuar tocándola.
– He escuchado esa referencia de “pareja perfecta” de muchas personas – respondió con absoluta seriedad – así que no creo que sean simples habladurías – sonrió de manera forzada – Ya me tocara juzgar cuando tenga el placer de verte al lado de tu esposo – La palabra esposo le resultaba tan desagradable que agradeció inmensamente que la Kettering aseguraba que no estaban ahí para hablar de su matrimonio.
– ¿Qué es lo que estamos haciendo, Juliette? … – susurró cuando las manos femeninas fueron hasta su corbata con el único propósito de hacerla abandonar el cuello de Gustav. La prenda, fue a caer al suelo, en medio de ambos, siendo ese el momento en que Gustav sujeto las manos de la Kettering y clavó su mirada en ella. Observarla tan cerca, tan a su alcance volvía al pintor un hombre de actuar sumamente pasional, a grado que aunque sabía que no era prudente hacerlo, besó a Juliette, permitiendo que toda esa necesidad que sentía por ella incrementara en lugar de ceder.
Gustav De Médici- Humano Clase Alta
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Re: Big Little Lies — Privado
No se quejaba de su esposo, en lo absoluto, porque Astor tenía su encanto, no podía negarlo. Sin embargo, remitiéndose a los hechos, aquel era un matrimonio para mantener las apariencias y nada más; ambos lo sabían, e hicieron de su unión una especie de contrato muy curioso. Se la llevaban bien, por supuesto, pero, esas típicas discusiones en las que se hablaba de infidelidad, estaban muy fuera de sus conversaciones habituales. Lo único que debían hacer era conservar una imagen pulcra ante la sociedad hipócrita que los rodeaba, para ahorrarse esa presión absurda de los envidiosos que mostraban ser felices, cuando se encontraban completamente podridos por dentro. Era un fastidio, en especial para Juliette, quien solía aburrirse con excesiva facilidad de esas tonterías.
Pero aquello no la retuvo demasiado tiempo, porque apenas tuvo la oportunidad, decidió hacer de las suyas. Podía decirse que Gustav había sido lo mejor que le ocurrió en mucho tiempo. Habían muchos hombres interesantes allá afuera, no obstante, Gustav les ganaba por mucho. Él era un hombre apasionado y talentoso, y aquellos atributos eran dignos de admirar por parte de Juliette, quien no perdió tiempo en acercarse cuando pudo, relacionándolo incluso con un hombre influyente, como lo era Gwyddyon de Médici. Por supuesto, estaba muy orgullosa de que él ahora formara parte de aquella familia, y no por interés económico, sino por algo que aún no desentrañaba con facilidad. Y nada tenía que ver con su ego, de eso podía estar muy segura.
Lo único malo de todo ese auge en el que se vio posicionado el artista, eran, precisamente, las apariencias. Ambos poseían un estatus que conservar, y ella no podía permitir que todo lo que había conseguido Gustav se fuera al demonio, por eso sus citas tenían que ser discretas en todos los sentidos. Claro, no le agradaba en lo más mínimo, pero sí, estaba casada y, ¡qué reverendo fastidio con la clase alta! Podía decirse que Juliette tenía muchos sentimientos encontrados, mismos que se desbocaron en ese reencuentro. Aunque, tampoco ignoró el hecho de que a Gustav le pasaba exactamente igual. Oh, ciertamente, tenían que apañárselas como fuera posible, y desde luego, ella, quien era un as para los planes sucios, se encargaría de ello (bendita herencia le había dejado ser contrabandista de arte).
—Muchas personas hipócritas. Te faltó añadir ese adjetivo —soltó, y lo hizo con absoluta sinceridad, porque tenía razón, por eso—. Y sí, son habladurías, sobre todo de aquellos cuya envidia los supera. Pretenden creerme estúpida, pero disto mucho de las típicas mujeres de esta sociedad farsante. ¿Es lo que querías oír? —habló con total seguridad. Incluso, su constante tono arrogante se había desvanecido por completo—. No es buena idea de que me veas con mi susodicho esposo...
Y por supuesto que sonrió, quizás con malicia, o quizás con otra intención. Debía darle la razón, eso sí, porque ella no era idiota, al contrario, se dio cuenta de que a él poco le agradaba hallarla casada. ¡Bien! Le encantaban sus celos, pero por otro lado, podrían traerle consecuencias, así que mejor debía mantenerlo al margen del asunto.
—Y es precisamente por lo que hacemos, y por lo que te ocurre. No eres muy discreto, Gustav, y necesitas serlo. Haz el esfuerzo —murmuró, mientras continuaba tentándolo de igual manera. Estaban solos, ¿no? Al diablo con las apariencias—. Pero en otro momento, no ahora.
Aquella sentencia sólo fue el anticipo de lo que él se dispondría a hacer, y ella... ¡ella lo sabía! Lo intuía desde que puso un pie en el interior de esa habitación. Por eso no le fue nada complicado corresponder a sus labios con la misma pasión y entrega que Gustav demandaba, y sólo se separó cuando sintió que el aire le faltaba.
—Creo que esto contesta perfectamente a tu pregunta, ¿no lo crees?
Pero aquello no la retuvo demasiado tiempo, porque apenas tuvo la oportunidad, decidió hacer de las suyas. Podía decirse que Gustav había sido lo mejor que le ocurrió en mucho tiempo. Habían muchos hombres interesantes allá afuera, no obstante, Gustav les ganaba por mucho. Él era un hombre apasionado y talentoso, y aquellos atributos eran dignos de admirar por parte de Juliette, quien no perdió tiempo en acercarse cuando pudo, relacionándolo incluso con un hombre influyente, como lo era Gwyddyon de Médici. Por supuesto, estaba muy orgullosa de que él ahora formara parte de aquella familia, y no por interés económico, sino por algo que aún no desentrañaba con facilidad. Y nada tenía que ver con su ego, de eso podía estar muy segura.
Lo único malo de todo ese auge en el que se vio posicionado el artista, eran, precisamente, las apariencias. Ambos poseían un estatus que conservar, y ella no podía permitir que todo lo que había conseguido Gustav se fuera al demonio, por eso sus citas tenían que ser discretas en todos los sentidos. Claro, no le agradaba en lo más mínimo, pero sí, estaba casada y, ¡qué reverendo fastidio con la clase alta! Podía decirse que Juliette tenía muchos sentimientos encontrados, mismos que se desbocaron en ese reencuentro. Aunque, tampoco ignoró el hecho de que a Gustav le pasaba exactamente igual. Oh, ciertamente, tenían que apañárselas como fuera posible, y desde luego, ella, quien era un as para los planes sucios, se encargaría de ello (bendita herencia le había dejado ser contrabandista de arte).
—Muchas personas hipócritas. Te faltó añadir ese adjetivo —soltó, y lo hizo con absoluta sinceridad, porque tenía razón, por eso—. Y sí, son habladurías, sobre todo de aquellos cuya envidia los supera. Pretenden creerme estúpida, pero disto mucho de las típicas mujeres de esta sociedad farsante. ¿Es lo que querías oír? —habló con total seguridad. Incluso, su constante tono arrogante se había desvanecido por completo—. No es buena idea de que me veas con mi susodicho esposo...
Y por supuesto que sonrió, quizás con malicia, o quizás con otra intención. Debía darle la razón, eso sí, porque ella no era idiota, al contrario, se dio cuenta de que a él poco le agradaba hallarla casada. ¡Bien! Le encantaban sus celos, pero por otro lado, podrían traerle consecuencias, así que mejor debía mantenerlo al margen del asunto.
—Y es precisamente por lo que hacemos, y por lo que te ocurre. No eres muy discreto, Gustav, y necesitas serlo. Haz el esfuerzo —murmuró, mientras continuaba tentándolo de igual manera. Estaban solos, ¿no? Al diablo con las apariencias—. Pero en otro momento, no ahora.
Aquella sentencia sólo fue el anticipo de lo que él se dispondría a hacer, y ella... ¡ella lo sabía! Lo intuía desde que puso un pie en el interior de esa habitación. Por eso no le fue nada complicado corresponder a sus labios con la misma pasión y entrega que Gustav demandaba, y sólo se separó cuando sintió que el aire le faltaba.
—Creo que esto contesta perfectamente a tu pregunta, ¿no lo crees?
Juliette Kettering- Humano Clase Alta
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Re: Big Little Lies — Privado
Gustav no tenía duda alguna de que era su lado artístico, su sensibilidad superior a la de la mayoría era lo que le llevaba a ser un hombre extremadamente pasional, al punto de que era incapaz de resistirse a sus pasiones y sucumbía. Muchas veces se dijo a si mismo que aquella habilidad tan especial que lo convertía en un excelente artista, sería la que terminaría causándole dolores de cabeza y resultaba ser, que no le provocaba dolores de cabeza sino de corazón.
Juliette no era la primera mujer con la que salía, era una de tantas que lo atraía y sin embargo, solo ella era capaz de hacerle enloquecer de celos y de deseo, por eso fue que acepto ser su amante, aun sabiendo que nunca podrían estar juntos del todo ya que en un inicio de su relación él era un don nadie, ahora, tampoco podrían ser más nada que amantes, pues ella estaba casada y él debía proteger un apellido con el que se sentía en deuda.
– ¿Estás segura de que todas esas personas son hipócritas? – Juliette podía decir aquello solo como una manera de hacer que Gustav dejara de pensar en ella como una mujer casada, pero la realidad era que la idea no abandonaría la mente del pintor nunca. En silencio, escuchó la respuesta de la inglesa y tras escucharla una sonrisa apareció en los labios del pintor – Lo de la envidia si puedo creerlo. ¿Qué mujer no envidiaría tu belleza? ¿Qué hombre no desearía tenerte entre sus brazos? – suspiró entonces y se acercó más a ella – Que seas tan distinta de las demás mujeres es lo que me hace atrae tanto de ti – sus ojos se encontraban fijos en los de la fémina – Pero quiero verte con él, cerciorarme de que realmente no son la pareja perfecta que todos aseguran que son – y si deseaba aquello era únicamente por los celos que comenzaban a carcomerle por dentro.
– Puedo ser discreto si me lo propongo – señaló, sabiendo que aquello era una completa mentira. Las emociones del Médici eran algo que él difícilmente ocultaba o más bien, resultaban ser algo que brotaba de cada poro de su cuerpo aún a pesar de que tratase de que no fuera de esa manera – Bueno, trato de serlo – admitió finalmente, mirando no del todo convencido aún a una Juliette que ya sabía que era lo que quería y cuando.
Besaba a Juliette con necesidad, tratando de compensar el tiempo que paso separado de ella. El beso se torno en un intercambio tan intenso que ambos se vieron en la necesidad de separarse para tomar aire. El Médici dio un par de pasos hacía atrás, poniendo algo de distancia entre él y la inglesa a la que tanto deseaba, siendo sus ojos los únicos que permanecían en contacto con ella.
– No – respondió – Esto solo hace que tenga muchas más preguntas pero las respuestas que busco me las dará tu cuerpo – eliminando una vez más la distancia que existía entre ambos cuerpos, Gustav sujeto a Juliette de los hombros y la beso nuevamente. Un beso mucho más efímero que el anterior, beso que se transformo en caricias sobre el cuello de la inglesa – Extrañaba tanto estar cerca de ti… – susurró en el oído femenino mientras que sus manos se deslizaban suavemente por encima de la ropa de la mujer que era la adicción del artista.
Juliette no era la primera mujer con la que salía, era una de tantas que lo atraía y sin embargo, solo ella era capaz de hacerle enloquecer de celos y de deseo, por eso fue que acepto ser su amante, aun sabiendo que nunca podrían estar juntos del todo ya que en un inicio de su relación él era un don nadie, ahora, tampoco podrían ser más nada que amantes, pues ella estaba casada y él debía proteger un apellido con el que se sentía en deuda.
– ¿Estás segura de que todas esas personas son hipócritas? – Juliette podía decir aquello solo como una manera de hacer que Gustav dejara de pensar en ella como una mujer casada, pero la realidad era que la idea no abandonaría la mente del pintor nunca. En silencio, escuchó la respuesta de la inglesa y tras escucharla una sonrisa apareció en los labios del pintor – Lo de la envidia si puedo creerlo. ¿Qué mujer no envidiaría tu belleza? ¿Qué hombre no desearía tenerte entre sus brazos? – suspiró entonces y se acercó más a ella – Que seas tan distinta de las demás mujeres es lo que me hace atrae tanto de ti – sus ojos se encontraban fijos en los de la fémina – Pero quiero verte con él, cerciorarme de que realmente no son la pareja perfecta que todos aseguran que son – y si deseaba aquello era únicamente por los celos que comenzaban a carcomerle por dentro.
– Puedo ser discreto si me lo propongo – señaló, sabiendo que aquello era una completa mentira. Las emociones del Médici eran algo que él difícilmente ocultaba o más bien, resultaban ser algo que brotaba de cada poro de su cuerpo aún a pesar de que tratase de que no fuera de esa manera – Bueno, trato de serlo – admitió finalmente, mirando no del todo convencido aún a una Juliette que ya sabía que era lo que quería y cuando.
Besaba a Juliette con necesidad, tratando de compensar el tiempo que paso separado de ella. El beso se torno en un intercambio tan intenso que ambos se vieron en la necesidad de separarse para tomar aire. El Médici dio un par de pasos hacía atrás, poniendo algo de distancia entre él y la inglesa a la que tanto deseaba, siendo sus ojos los únicos que permanecían en contacto con ella.
– No – respondió – Esto solo hace que tenga muchas más preguntas pero las respuestas que busco me las dará tu cuerpo – eliminando una vez más la distancia que existía entre ambos cuerpos, Gustav sujeto a Juliette de los hombros y la beso nuevamente. Un beso mucho más efímero que el anterior, beso que se transformo en caricias sobre el cuello de la inglesa – Extrañaba tanto estar cerca de ti… – susurró en el oído femenino mientras que sus manos se deslizaban suavemente por encima de la ropa de la mujer que era la adicción del artista.
Gustav De Médici- Humano Clase Alta
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Re: Big Little Lies — Privado
Muchas mujeres no eran quienes elegían sus matrimonios. La sociedad misma les imponía tal carga, y por esa misma razón, aquellas uniones acordadas por el puro interés y las apariencias, terminaban siendo un fiasco. Sin embargo, algunas pocas no sufrían los estragos de un mal matrimonio, a pesar de que no existía ninguna conexión emocional en aquel acuerdo. Tal era el caso de Juliette Kettering, que, aunque casada, no tenía que lidiar con las ataduras de esa relación; por fortuna, había coincidido con alguien tan libertino como ella, y eso era bueno, al menos para los dos. Prácticamente, su casamiento sólo representaba un negocio más. Por eso Juliette tenía ciertas libertades a la hora de involucrarse con otros, sobre todo sí éstos poseían el talento para terminar enredados.
La señora Kettering tampoco se interesaba por cualquiera, porque solía ser una persona muy exigente, y con eso de las pasiones no lo era menos. Pero Gustav, ese joven pintor adoptado por la familia Médici, sí que le había causado una tremenda impresión, casi imposible de ignorar. Y así habían terminado, siendo amantes, sin ánimos de dejar eso en un determinado momento. Porque, si bien Juliette suponía estar comprometida, al encontrarse con Gustav se olvidaba de esa molesta particularidad. ¿Y qué más podía hacer? Ella no era de esas que se aferraban a los remordimientos de conciencia, y que, por supuesto, llevaría a cualquiera a la desdicha. Sin embargo, no era lo que pretendía con el artista, porque él, de alguna manera, le importaba más que el resto.
¿Y qué podía decir de él? Si sabía que lo enloquecía, y no sólo podía cerciorarse de ese detalle por sus palabras, fueron sus acciones las que hablaban por sí solas. Entonces Juliette supo que estaba cayendo en una especie de juego peligroso, del que, quizá sería una odisea escapar tan fácilmente. ¿Quería realmente liberarse antes de hundirse más en lo que sea que tuvieran?
—No pretendas distraerme, Gustav. No sería correcto que me vieras con él, ¿es tan difícil entenderlo? —replicó, pero no lo hizo con molestia, hubo cierta picardía en sus palabras. Porque igual se estaba encargando de ceder a las caricias de Gustav—. Te conozco muy bien, y ser discreto no es algo que se te de muy bien, querido mío. Así que prefiero no arriesgar nuestra relación por tus celos, ¿de acuerdo?
Juliette no era una mujer estúpida, y eso era algo que se notaba a leguas. Ella sabía muy bien cuáles eran los motivos de Gustav para hacer una petición tan descabellada. Así que por ahí no iba a ceder, sobre todo porque conocía aún más a su marido.
—Justamente —agregó, separándose un poco de él. Le miraba con una sonrisa en los labios—, por querer conservarme un poco más, debes aprender a controlar tus emociones. Sino, esto podría irse al demonio en un abrir y cerrar de ojos, y ninguno de los dos quiere eso. —Terminó acortando toda distancia nuevamente, colocando los brazos sobre sus hombros, en el momento preciso que depositaba un beso fugaz en los labios de su amante—. Me encanta que seas celoso, Gustav, pero no exageres, por favor... Prefiero que te controles.
La señora Kettering tampoco se interesaba por cualquiera, porque solía ser una persona muy exigente, y con eso de las pasiones no lo era menos. Pero Gustav, ese joven pintor adoptado por la familia Médici, sí que le había causado una tremenda impresión, casi imposible de ignorar. Y así habían terminado, siendo amantes, sin ánimos de dejar eso en un determinado momento. Porque, si bien Juliette suponía estar comprometida, al encontrarse con Gustav se olvidaba de esa molesta particularidad. ¿Y qué más podía hacer? Ella no era de esas que se aferraban a los remordimientos de conciencia, y que, por supuesto, llevaría a cualquiera a la desdicha. Sin embargo, no era lo que pretendía con el artista, porque él, de alguna manera, le importaba más que el resto.
¿Y qué podía decir de él? Si sabía que lo enloquecía, y no sólo podía cerciorarse de ese detalle por sus palabras, fueron sus acciones las que hablaban por sí solas. Entonces Juliette supo que estaba cayendo en una especie de juego peligroso, del que, quizá sería una odisea escapar tan fácilmente. ¿Quería realmente liberarse antes de hundirse más en lo que sea que tuvieran?
—No pretendas distraerme, Gustav. No sería correcto que me vieras con él, ¿es tan difícil entenderlo? —replicó, pero no lo hizo con molestia, hubo cierta picardía en sus palabras. Porque igual se estaba encargando de ceder a las caricias de Gustav—. Te conozco muy bien, y ser discreto no es algo que se te de muy bien, querido mío. Así que prefiero no arriesgar nuestra relación por tus celos, ¿de acuerdo?
Juliette no era una mujer estúpida, y eso era algo que se notaba a leguas. Ella sabía muy bien cuáles eran los motivos de Gustav para hacer una petición tan descabellada. Así que por ahí no iba a ceder, sobre todo porque conocía aún más a su marido.
—Justamente —agregó, separándose un poco de él. Le miraba con una sonrisa en los labios—, por querer conservarme un poco más, debes aprender a controlar tus emociones. Sino, esto podría irse al demonio en un abrir y cerrar de ojos, y ninguno de los dos quiere eso. —Terminó acortando toda distancia nuevamente, colocando los brazos sobre sus hombros, en el momento preciso que depositaba un beso fugaz en los labios de su amante—. Me encanta que seas celoso, Gustav, pero no exageres, por favor... Prefiero que te controles.
Juliette Kettering- Humano Clase Alta
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Re: Big Little Lies — Privado
Formar parte de familias poderosas, implicaba más cosas de lo que en un principio creyó el pintor. Él, que venía de una familia humilde y que acostumbraba vivir prácticamente en cualquier sitió con un techo, había cambiado drásticamente su estilo de vida. Pasó de ser un artista desconocido a uno renombrado y con ese renombre vinieron las conexiones importantes, que le guiaron lentamente a convertirse en el futuro heredero de una importante familia. ¿Había servido de algo convertirse entonces en un Médici? Ser parte de una estirpe renombrada no tenía valor alguno para Gustav, que podía tenerlo todo menos a Juliette.
Los encuentros clandestinos entre ambos ya no eran tan sencillos. Antes, cuando Gustav prácticamente era un don nadie no debían temer, pero ahora que se esperaban grandes cosas de él, tenía que andarse con cuidado y odiaba ser cuidadoso, odiaba no poder demostrar lo que sentía pero sobre todas las cosas, odiaba saber que la mujer que le tenía hecho un inepto le dejaría al finalizar la velada para volver al lado del hombre que era su esposo. Suspiro tras escuchar a la Kettering, quien tenía razón en pedirle que mantuviera su distancia porque la realidad era que Gustav no sabría cual sería su reacción si es que viera a la mujer que deseaba, cerca de otro hombre.
– Puedo comprender que no es lo más prudente que te vea con él – la miró – pero son precisamente esos celos que mencionas los que me llevan a decirte que necesito verte con él – se rascó la nuca, frustrado – olvidemos esto y mejor disfrutemos nuestro tiempo juntos. No te pediré una locura como esa nunca más. – ¿Para que torturarse con la verdad cuando podían vivir de un secreto? Hasta aquel momento el Médici se mortificaba por Juliette. Parecía olvidar que algún día, ella también tendría que compartirlo con otra mujer, porque decir que no se esperaba que el que fuera la próxima cabeza de los Médici contrajera matrimonio pronto, era una total y absoluta mentira.
Necesitaba prestar atención a lo que Juliette decía. Si poseía intenciones de seguirla viendo y de que esa relación clandestina tuviera vida durante más que unos cuantos meses, tenía que serenarse y pensar fríamente. ¡JA! Como si alguna vez hubiera pensado fríamente. Gustav siempre se dejaba arrastrar por el lado emocional pero no podía permitirse más eso, por el bien de su nueva familia y por el de la mujer que depositaba un beso fugaz en sus labios.
– Tratare de controlarme aunque no prometo nada – mencionó aquello, atrayendo el cuerpo de la Kettering más a él – ¿También quieres que me controle ahora que estamos a solas? – y tras preguntar eso sonrió insinuante. No podía soportar más sin tocar la piel de Juliette, necesitaba sentir que al menos por unas horas, ella era completamente suya.
Los encuentros clandestinos entre ambos ya no eran tan sencillos. Antes, cuando Gustav prácticamente era un don nadie no debían temer, pero ahora que se esperaban grandes cosas de él, tenía que andarse con cuidado y odiaba ser cuidadoso, odiaba no poder demostrar lo que sentía pero sobre todas las cosas, odiaba saber que la mujer que le tenía hecho un inepto le dejaría al finalizar la velada para volver al lado del hombre que era su esposo. Suspiro tras escuchar a la Kettering, quien tenía razón en pedirle que mantuviera su distancia porque la realidad era que Gustav no sabría cual sería su reacción si es que viera a la mujer que deseaba, cerca de otro hombre.
– Puedo comprender que no es lo más prudente que te vea con él – la miró – pero son precisamente esos celos que mencionas los que me llevan a decirte que necesito verte con él – se rascó la nuca, frustrado – olvidemos esto y mejor disfrutemos nuestro tiempo juntos. No te pediré una locura como esa nunca más. – ¿Para que torturarse con la verdad cuando podían vivir de un secreto? Hasta aquel momento el Médici se mortificaba por Juliette. Parecía olvidar que algún día, ella también tendría que compartirlo con otra mujer, porque decir que no se esperaba que el que fuera la próxima cabeza de los Médici contrajera matrimonio pronto, era una total y absoluta mentira.
Necesitaba prestar atención a lo que Juliette decía. Si poseía intenciones de seguirla viendo y de que esa relación clandestina tuviera vida durante más que unos cuantos meses, tenía que serenarse y pensar fríamente. ¡JA! Como si alguna vez hubiera pensado fríamente. Gustav siempre se dejaba arrastrar por el lado emocional pero no podía permitirse más eso, por el bien de su nueva familia y por el de la mujer que depositaba un beso fugaz en sus labios.
– Tratare de controlarme aunque no prometo nada – mencionó aquello, atrayendo el cuerpo de la Kettering más a él – ¿También quieres que me controle ahora que estamos a solas? – y tras preguntar eso sonrió insinuante. No podía soportar más sin tocar la piel de Juliette, necesitaba sentir que al menos por unas horas, ella era completamente suya.
Gustav De Médici- Humano Clase Alta
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Re: Big Little Lies — Privado
De acuerdo, tenía que admitir que, si se había fijado en Gustav, no solamente había sido por su talento, sino por su espíritu apasionado con casi todo. Sí, era un hombre demasiado dedicado a las cosas que se le metían entre ceja y ceja. Ella, para su arrogante fortuna, resultaba estar en ese grupo de intereses muy particulares del artista; sin embargo, las circunstancias quisieron que ambos coincidieran en odiosas situaciones. Juliette estaba casada, y él había pasado a formar parte de una familia de gran prestigio. Desde luego, una cosa llevaba a la otra, pero era justamente eso lo que impedía que pudieran estar juntos del modo en que deseaban. Juliette debía conservar su aparente matrimonio y Gustav un nombre. Para fastidio de los dos, tenían que aceptarlo, a pesar de que no descartaban los encuentros clandestinos en cualquier ocasión que pudiera resultar aprovechable.
Por una parte resultaba hasta divertido, al menos para Juliette. Pero aquella vez se permitió dudar un poco, en especial por la repentina conducta de Gustav. ¡Por supuesto! Le encantaba que actuara de manera tan posesiva, no obstante, ¿qué tan bueno iba a resultar eso? Juliette no se preocupaba por Astor, porque ambos mantenían un acuerdo bastante condescendiente en ese aspecto, y eso era igual a llevar la guerra en paz. ¿Y su amante qué? El reciente miembro de la familia Médici no se mostraba tan contento con el hecho de compartir lo que consideraba suyo. Y ella, siempre llevando muy en alto la astucia de los Kettering, sabía que debía cambiar la balanza para que ambos salieran favorecidos.
¿Y cómo iba a conseguir adecuadamente cuando él la había atrapado de esa manera? Aunque le molestara la idea de tener que apagar su cerebro por un momento, tuvo que ceder. ¡Tenía razón! ¿Para qué demonios iba a controlarse en ese momento cuando el encuentro estaba destinado para determinado propósito? Ciertamente, Gustav tocaba una parte muy sensible en ella, y a pesar de tener que llevarle la contraria muchas veces, en ese instante no pudo hacerlo. Juliette no podía hacerse la dura tanto tiempo, así que terminó relajándose, abandonando los pensamientos que antes la intrigaron, para dejarse arrastrar por ese deseo que bullía a fuego lento en su interior.
—Y los celos no siempre son buenos, supongo que ya lo sabes. No quisiera que por esa necedad tuya, lo nuestro se vaya al demonio —replicó en voz baja, apenas rozando sus labios con los ajenos, mientras sus manos estaban ocupadas quitándole las prendas que cubrían su pecho—. Tal y como mencionaste, mejor dejar eso a un lado y dedicarnos a lo nuestro. ¿Es lo que queremos, verdad? ¡Al diablo todos entonces!
Susurró aquello último como antesala a lo que haría después: Besarlo como si no hubiera mañana. Incluso empujó su cuerpo hasta un sofá, aún sin romper aquella unión que mantenían sus labios. Sólo se separó para tomar aire, y también para acomadarse a horcajadas sobre él.
—¿Prefieres pintar antes o...? Puedo facilitarte el trabajo, si quieres —dijo, deshaciéndose del nudo que unía los listones de la prenda superior de su vestido—. Recuerda que te he pedido el mejor retrato, así que más te vale hacerlo bien...
Se inclinó hacia adelante para entretenerse nuevamente en sus labios, y cómo no, también sus manos lo hacían con su torso. Siempre había preferido llevar la iniciativa, pero siendo Gustav tan impredecible algunas veces, tenía la ligera intuición de que eso iba a cambiar muy pronto, aunque tampoco le iba a molestar demasiado que lo hiciera, y mucho menos cuando sentía que no sólo quería arrancarle la ropa con el pensamiento.
Por una parte resultaba hasta divertido, al menos para Juliette. Pero aquella vez se permitió dudar un poco, en especial por la repentina conducta de Gustav. ¡Por supuesto! Le encantaba que actuara de manera tan posesiva, no obstante, ¿qué tan bueno iba a resultar eso? Juliette no se preocupaba por Astor, porque ambos mantenían un acuerdo bastante condescendiente en ese aspecto, y eso era igual a llevar la guerra en paz. ¿Y su amante qué? El reciente miembro de la familia Médici no se mostraba tan contento con el hecho de compartir lo que consideraba suyo. Y ella, siempre llevando muy en alto la astucia de los Kettering, sabía que debía cambiar la balanza para que ambos salieran favorecidos.
¿Y cómo iba a conseguir adecuadamente cuando él la había atrapado de esa manera? Aunque le molestara la idea de tener que apagar su cerebro por un momento, tuvo que ceder. ¡Tenía razón! ¿Para qué demonios iba a controlarse en ese momento cuando el encuentro estaba destinado para determinado propósito? Ciertamente, Gustav tocaba una parte muy sensible en ella, y a pesar de tener que llevarle la contraria muchas veces, en ese instante no pudo hacerlo. Juliette no podía hacerse la dura tanto tiempo, así que terminó relajándose, abandonando los pensamientos que antes la intrigaron, para dejarse arrastrar por ese deseo que bullía a fuego lento en su interior.
—Y los celos no siempre son buenos, supongo que ya lo sabes. No quisiera que por esa necedad tuya, lo nuestro se vaya al demonio —replicó en voz baja, apenas rozando sus labios con los ajenos, mientras sus manos estaban ocupadas quitándole las prendas que cubrían su pecho—. Tal y como mencionaste, mejor dejar eso a un lado y dedicarnos a lo nuestro. ¿Es lo que queremos, verdad? ¡Al diablo todos entonces!
Susurró aquello último como antesala a lo que haría después: Besarlo como si no hubiera mañana. Incluso empujó su cuerpo hasta un sofá, aún sin romper aquella unión que mantenían sus labios. Sólo se separó para tomar aire, y también para acomadarse a horcajadas sobre él.
—¿Prefieres pintar antes o...? Puedo facilitarte el trabajo, si quieres —dijo, deshaciéndose del nudo que unía los listones de la prenda superior de su vestido—. Recuerda que te he pedido el mejor retrato, así que más te vale hacerlo bien...
Se inclinó hacia adelante para entretenerse nuevamente en sus labios, y cómo no, también sus manos lo hacían con su torso. Siempre había preferido llevar la iniciativa, pero siendo Gustav tan impredecible algunas veces, tenía la ligera intuición de que eso iba a cambiar muy pronto, aunque tampoco le iba a molestar demasiado que lo hiciera, y mucho menos cuando sentía que no sólo quería arrancarle la ropa con el pensamiento.
Juliette Kettering- Humano Clase Alta
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Re: Big Little Lies — Privado
Había pasados que no podían maldecirse, solo bendecirse y si bien en algunas ocasiones Gustav soñaba con un pasado en el cual hubiera podido conocer a Juliette en otra circunstancia y hacerla suya de una manera más formal, también pensaba en que de haber sido todo diferente cabía la posibilidad de que nunca en la vida la encontrara, por eso era que prefería mil veces tener que amarla desde lo prohibido, donde pese a las dificultades, podían ser únicamente ellos, sin las farsas que cubrían a la alta sociedad, esa a la que el nuevo miembro de los Médici comenzaba a descubrir.
Los celos no era buenos, pero siendo sinceros, ¿Qué sentimiento llevado al límite era verdaderamente bueno?. Gustav estaba acostumbrado a esa manera tan desbordante que poseía de sentir, sin embargo, era necesario que fuera lo suficientemente listo y consciente como para darse cuenta de que eso de que sus excesos no serían bien vistos por todos, en especial, no serian siempre bien vistos por la Kettering que para su buena o mala fortuna, poseía una mentalidad mucho más fría que la del artista. Para el Médici todo era frío o caliente, nunca a medias tintas pero para seguir con su aventura, tendría que aprender más de lo que ya debía.
– Yo tampoco deseo que esto termine, mucho menos por un error mío – y es que saber que todo se podía ir al demonio por un simple capricho demasiado infantil, no le venía nada en gracia; aunque la molestia y la preocupación que experimentaba le duraron poco tiempo.
Los labios de la Kettering sobre los suyos, las manos femeninas recorriendo su cuerpo y retirando lentamente las prendas que cubrían su pecho, las palabras que él antes hubiera pronunciado, susurradas sobre sus labios. Aquella mujer quería que su corazón se detuviera. Una prueba de que la dama verdaderamente quería matarlo, fue cuando ella lo empujo, solo para que al caer sobre el sillón ella se horcajadas sobre él, manteniéndolo aún más en a prisión de sus encantos. Las manos del Médici sujetaron firme la cintura de Juliette mientras que los labios de ambos se separaban por un momento.
– Siempre me ha encantado mi trabajo, pintar es mi pasión, sabes que siempre hago todo a la perfección– miró con atención como es que la Kettering desataba uno de los listones que sujetaban la parte superior de su vestimenta – pero… – tragó saliva con dificultad – este retrato, creo que será mi obra maestra – ¿Cómo no iba a ser aquella pintura la mejor de su vida? Si tenía a la mejor modelo que pudiera existir y por supuesto, la inspiración más llena de pasión de toda su carrera.
Hartó de ser hasta ese momento solo el espectador de la acción, Gustav llevó sus manos a la tela que aún cubría el cuerpo de la dama a la que no solamente contemplaría en nombre de negocios, sino a la que tocaría y vería como la mujer a la que más deseaba. La piel que iba descubriendo, tersa y joven lo llevó a contener la respiración pues cada vez que la veía era como volver a aquella primera noche donde se convirtieron en amantes. Con cariño y veneración, el Médici beso el hombro de la dama, pasando de ahí a su cuello y yendo nuevamente a sus labios, más para ese momento, sus manos ya transitaban libres por la figura femenina, como si aquella piel y figura le perteneciera por completo.
Los celos no era buenos, pero siendo sinceros, ¿Qué sentimiento llevado al límite era verdaderamente bueno?. Gustav estaba acostumbrado a esa manera tan desbordante que poseía de sentir, sin embargo, era necesario que fuera lo suficientemente listo y consciente como para darse cuenta de que eso de que sus excesos no serían bien vistos por todos, en especial, no serian siempre bien vistos por la Kettering que para su buena o mala fortuna, poseía una mentalidad mucho más fría que la del artista. Para el Médici todo era frío o caliente, nunca a medias tintas pero para seguir con su aventura, tendría que aprender más de lo que ya debía.
– Yo tampoco deseo que esto termine, mucho menos por un error mío – y es que saber que todo se podía ir al demonio por un simple capricho demasiado infantil, no le venía nada en gracia; aunque la molestia y la preocupación que experimentaba le duraron poco tiempo.
Los labios de la Kettering sobre los suyos, las manos femeninas recorriendo su cuerpo y retirando lentamente las prendas que cubrían su pecho, las palabras que él antes hubiera pronunciado, susurradas sobre sus labios. Aquella mujer quería que su corazón se detuviera. Una prueba de que la dama verdaderamente quería matarlo, fue cuando ella lo empujo, solo para que al caer sobre el sillón ella se horcajadas sobre él, manteniéndolo aún más en a prisión de sus encantos. Las manos del Médici sujetaron firme la cintura de Juliette mientras que los labios de ambos se separaban por un momento.
– Siempre me ha encantado mi trabajo, pintar es mi pasión, sabes que siempre hago todo a la perfección– miró con atención como es que la Kettering desataba uno de los listones que sujetaban la parte superior de su vestimenta – pero… – tragó saliva con dificultad – este retrato, creo que será mi obra maestra – ¿Cómo no iba a ser aquella pintura la mejor de su vida? Si tenía a la mejor modelo que pudiera existir y por supuesto, la inspiración más llena de pasión de toda su carrera.
Hartó de ser hasta ese momento solo el espectador de la acción, Gustav llevó sus manos a la tela que aún cubría el cuerpo de la dama a la que no solamente contemplaría en nombre de negocios, sino a la que tocaría y vería como la mujer a la que más deseaba. La piel que iba descubriendo, tersa y joven lo llevó a contener la respiración pues cada vez que la veía era como volver a aquella primera noche donde se convirtieron en amantes. Con cariño y veneración, el Médici beso el hombro de la dama, pasando de ahí a su cuello y yendo nuevamente a sus labios, más para ese momento, sus manos ya transitaban libres por la figura femenina, como si aquella piel y figura le perteneciera por completo.
Gustav De Médici- Humano Clase Alta
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Re: Big Little Lies — Privado
Desde luego que era bastante consciente de que estaba jugando fuego, sobre todo por su elevada posición social, por tener demasiados ojos a sus espaldas que, sin duda, iban a fastidiarla más de lo que hubiera creído, muy especialmente por ser una mujer casada. Juliette estaba al tanto de toda aquella situación, pero tampoco pretendía dejar a un lado algo que le apetecía más de la cuenta. Ella siempre había sido una mujer apegada a sus propias normas, inclusive hasta cuando tuvo que elegir a su marido, que, por suerte, era muy parecido a ella, y eso estaba muy bien, porque no tendría que aguantar los celos, ni mucho menos, los reclamos de un hombre cualquiera. Sin embargo, tenía negocios de por medio, y la ambición la llevaba a ser un poco más cuidadosa con lo que hacía.
Quizá para Gustav representaba una tortura terrible tener que acudir a citas clandestinas, pero Juliette ya estaba bastante acostumbrada a no hacer siempre lo correcto, además de hacerlo a escondidas para protegerse el pellejo. Y él tendría que acostumbrarse hasta que el tiempo lo decidiera, o al menos eso era lo que consideraba ella, aunque, para ser honesta consigo misma, lo de Gustav no iba a ser algo tan pasajero como habría creído desde un principio. Tampoco tenía mucha cabeza para dedicarse a sacar cuentas, y menos por estar en una situación un tanto... entretenida, si se le podía decir de algún modo.
Juliette Kettering tal vez habría heredado los genes pasionales de su madre, quién lo sabía, tampoco pensaba mucho en ello, menos cuando sus labios estaban ocupados en los de su amante, al igual que sus manos lo estaban en deshacerse de las prendas que cubrían el torso masculino. ¡Jah! Y se suponía que sólo iba a retratarla, pero, ¿a quién engañaba? Ella no tenía la genuina intención de estar ahí sólo por eso, en realidad deseaba lo mismo que Gustav. Sus acciones ya hablaban lo suficiente.
¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez? Ni siquiera pensó en ello, a pesar de que podía ver que él hacía un gran esfuerzo para no mostrarse muy ansioso. Juliette quizá si lo estuvo un poco, pero tampoco deseaba que las cosas acabaran tan rápido, así que fue paciente mientras iba despojándose lentamente de la tela que cubría su cuerpo, y, también, él hiciera lo mismo, aunque no lo consiguió tan fácilmente. Sin embargo, ¿qué demonios iba a estar prestándole atención a esos detalles? Las manos de Gustav le hacían cosquillas, y cada vez aumentaban ese deseo de que la tomara sin muchas introducciones absurdas.
—No creo que se trate sólo del retrato —susurró contra sus labios, casi enterrada contra él. Su calidez quemaba contra su piel—. Podría ser una excusa para vernos más seguido, ¿no lo crees? Podríamos olvidarnos de eso... Al menos esta noche.
Inclinó el rostro para besar su cuello en lo que terminaba de arrebatarle la camisa, y permitirse recorrer cada centímetro de piel con sus manos. La idea de hundirse con él en ese fuego de sensaciones que despertaba su cercanía le resultaba algo embriagador, casi que mandaba al demonio todo el imperio Kettering que se había hecho con el tiempo.
Quizá para Gustav representaba una tortura terrible tener que acudir a citas clandestinas, pero Juliette ya estaba bastante acostumbrada a no hacer siempre lo correcto, además de hacerlo a escondidas para protegerse el pellejo. Y él tendría que acostumbrarse hasta que el tiempo lo decidiera, o al menos eso era lo que consideraba ella, aunque, para ser honesta consigo misma, lo de Gustav no iba a ser algo tan pasajero como habría creído desde un principio. Tampoco tenía mucha cabeza para dedicarse a sacar cuentas, y menos por estar en una situación un tanto... entretenida, si se le podía decir de algún modo.
Juliette Kettering tal vez habría heredado los genes pasionales de su madre, quién lo sabía, tampoco pensaba mucho en ello, menos cuando sus labios estaban ocupados en los de su amante, al igual que sus manos lo estaban en deshacerse de las prendas que cubrían el torso masculino. ¡Jah! Y se suponía que sólo iba a retratarla, pero, ¿a quién engañaba? Ella no tenía la genuina intención de estar ahí sólo por eso, en realidad deseaba lo mismo que Gustav. Sus acciones ya hablaban lo suficiente.
¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez? Ni siquiera pensó en ello, a pesar de que podía ver que él hacía un gran esfuerzo para no mostrarse muy ansioso. Juliette quizá si lo estuvo un poco, pero tampoco deseaba que las cosas acabaran tan rápido, así que fue paciente mientras iba despojándose lentamente de la tela que cubría su cuerpo, y, también, él hiciera lo mismo, aunque no lo consiguió tan fácilmente. Sin embargo, ¿qué demonios iba a estar prestándole atención a esos detalles? Las manos de Gustav le hacían cosquillas, y cada vez aumentaban ese deseo de que la tomara sin muchas introducciones absurdas.
—No creo que se trate sólo del retrato —susurró contra sus labios, casi enterrada contra él. Su calidez quemaba contra su piel—. Podría ser una excusa para vernos más seguido, ¿no lo crees? Podríamos olvidarnos de eso... Al menos esta noche.
Inclinó el rostro para besar su cuello en lo que terminaba de arrebatarle la camisa, y permitirse recorrer cada centímetro de piel con sus manos. La idea de hundirse con él en ese fuego de sensaciones que despertaba su cercanía le resultaba algo embriagador, casi que mandaba al demonio todo el imperio Kettering que se había hecho con el tiempo.
Juliette Kettering- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/01/2017
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