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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Giancarlo Visser Mar Mar 21, 2017 4:18 pm

La luna intenta resplandecer a través de una línea de densas nubes oscuras, esas que osan presagiar una tormenta. Carece de normalidad que el tiempo actúe de una manera tan errática e impasible. La luz y las sombras siempre han luchado fervientemente por el señoreo de la noche. Unos cuantos copos helados se deslizan al compás del viento, que les manipula para cubrir todo con una fina capa de blancura. Los ventarrones hacen resonar los ornamentos dorados de los ventanales. Parece ser que todo cae en la descripción de la usual normalidad.

El castillo se mantiene tranquilo. Muchos empleados aún guardan luto por la muerte de su antiguo señor, vistiendo de negro y optando por un voto de silencio. Nada parece haber cambiado con el paso de los meses. Sabía que el tiempo curaba las heridas, que pronto volverían a ser la gente jovial que conoció en sus episodios de juventud. Tomar el lugar del hombre quizás fue un paso precipitado, pero necesario. No iba a permitir que un noble extraño entrase en su hogar a imponer reglas absurdas.

Está allí, frente a una superficie que refleja su propia imagen. Viste elegantemente; con telas almidonadas, teñidas de una manera impecable y, mostrando los brillantes gemelos en cada costado de sus muñecas con el símbolo familiar. Aquella imagen es tan extraña que logra sacarle de sus cabales momentáneamente. Permite que sus pulmones se llenen de aire. Lo último que desea es dar una buena impresión frente a uno de sus invitados. Probablemente el resonar de los cascos que oye a la lejanía, sea el del carruaje que horas atrás mandó en busca de una especie de pintor. El ayudante de uno, mejor dicho.

Transcurrieron los minutos, parecían volverse horas ante la mente del barón. Un retoque le hizo voltear el rostro en dirección a la puerta. Uno de las domésticas abrió la puerta en cuanto tuvo la afirmación. Y bastó tan sólo que moviese el cuello para indicarle a ambos que deseaba estar completamente sólo. El silencio podía cortarse con un cuchillo dentro del inmenso estudio. Ampliamente decorado con pinturas y estatuillas.

Joven Kingshead. —la voz del hombre resonó en la habitación, articulando el saludo de la forma más convincente que se le vino a la mente. Trazó una línea con la yema de los dedos sobre el escritorio. — ¿Fue imprudente enviar a mis hombre por usted? —preguntó. Debió sentir un enorme susto a ver a esos hombres abordándole sin pedir permiso. Le tenía el ojo puesto encima desde hacía días. —Mis disculpas si fueron muy tanto toscos. O si llegaron a magullarle.
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Mensaje por Credence Kingshead Mar Mar 21, 2017 7:10 pm

Claro, señor. Me marcharé a casa en cuanto todo esté limpio.

Limpiándose las manos con un trapo, Credence escucha a su jefe cerrar la puerta del estudio. Aún le huelen las manos aceite de lavanda, y los borrones de betún seguirían en su camisa de trabajo durante, por lo menos, una semana más. Aquel día habían experimentado, de nuevo, con una técnica que sólo unos pocos tenían el privilegio de conocer. Heliografía, o algo así se llamaba. Capturar retratos de la gente en un sólo clic. Aquello le sonaba a brujería, pero, ¿quién era él para preocuparse por cosas que parecían de otro mundo? Simplemente rió ante aquel pensamiento, y lo hizo desvanecer. Tocaba limpiar.

Su ropa más casual descansaba sobre un aparador pegado a la pared de la diáfana estancia. Una camisa blanca, un chaleco gris oscuro jaspeado y unos pantalones a juego. Nada de corbatas ni florituras. Lo único que le quedaba por añadir era su abrigo largo negro, y ya estaría listo para abandonar el lugar de trabajo. Quizás lo que más echaba de menos en ese momento era tener en su poder un paraguas. La tormenta comienza a cernirse sobre el cielo parisino, y tan sólo la débil luz de la luna le permitía ver que, evidentemente, su dirigente se había llevado el que quedaba allí. No le quedaría otra opción que la de correr para calarse lo menos posible.

Cerró la puerta del apartamento con sumo cuidado y bajó las escaleras casi a tientas para no tener que malgastar el candil. Ya se sabía las escaleras de memoria, así que no tendría problema alguno. O al menos, no el tipo de problema que se le venía encima.

Una consecución de pasos colectivos comenzó a caminar por las escaleras en una dirección contraria a la suya. Parecían llevar prisa, y se mandaban a callar entre ellos mismos. El cambiante, pecando de ingenuidad supina, pegó su cuerpo a la pared para dejarles paso. Pero de poco sirvió para que los desconocidos se toparan con él. A propósito.

Lo siguiente que alcanzó a ver fue la enormidad de un castillo que le acechaba bajo la inminente llegada de la borrasca. La luna ya había desaparecido del firmamento.

Entre los fornidos brazos de los hombres y órdenes de permanecer en silencio, cruzó el umbral del enorme portón de madera. Allí dentro olía a leña y pieles de naranja; un aroma atrayente, mas poco familiar. Fue subido casi a zancadas, entre zarandeos varios. Y él que no entendía nada, que simplemente quería llegar a su casa y dormir para, al día siguiente, volver a trabajar tras tomarse una taza de café largo. Quería volver a su vida normal, y no formar parte de algo en lo que se había metido sin siquiera quererlo él.

Fue recibido en una habitación enorme por un hombre que ni siquiera se dignaba a mirarle, pues parecía estar más que ensimismado con su reflejo. Un hombre de aparente poder y riqueza, de voz profunda y, probablemente, temible.— Sus hombres fueron todo lo suaves que sabrán ser, o al menos así me imagino, señor —replicó con la misma cortesía que presentaba el anfitrión, aunque con cierto tinte de ironía en sus palabras—. Aún así me gustaría saber qué significa todo esto. Estamos a altas horas de la noche ya. —preocupado y confuso, así era la forma original del cambiante. No podría imaginarse qué buscaba ese hombre en alguien tan nimio como lo era él.
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Mensaje por Giancarlo Visser Sáb Mar 25, 2017 8:26 am

Inteligencia, cosa misteriosa. Para una mente común, el mero hecho de inmiscuir a un invitado no esperado, sobre todo en medio de una pudiente casa con una reciente pérdida, caería redondo en la definición de demencia. En su cabeza resonaba tempranamente los reproches de sus allegados de confianza, murmurándole al oído el equívoco de su pensar. Instándole a actuar con elocuencia ante el cambio de poder, a extender los debidos respetos a la memoria del antiguo señor. No. Distaría de mostrar un atavismo un sentimiento tan certero, por alguien que no lo merecía.

Un cuerpo extraño yacía clavado a la mitad del estudio. Probablemente mirándole con confusión. Preguntándose el porqué de un acercamiento tan bestial. Jugar con la psique de otros le divertía. No por la malicia usual en algunos individuos, todo lo contrario, por saber que caminos tomaban en torno a situaciones de estrés. En este caso específico, de completa ignorancia.

Visser alzó el antebrazo a probablemente noventa centímetros. Tocó el reflejo del espejo, y luego marcó una huella dactilar que creó un borrón difuso. Detestaba la perfecta e inmaculada imagen que mostraban esos objetos. Fomentaban una idea de complacencia errónea que calaba en el pensamiento débil hasta consumirle en cenizas. Desvió su mirada en dirección al joven. Peinó la estancia para asegurarse de, estar rodeado de completa soledad. ¿Lo siguiente? Un cargado y lastimero suspiro de decepción resonó entre las paredes.

Mil disculpas. Los pobres tienen una visión distinta de lo que, en mi pesar, es ser educado y atento con los invitados de la casa. —la voz del hombre sonaba sincera, pausada y tan tranquila, que en ese punto, llegaría a poner los nervios de puntas a alguien que no estuviese acostumbrado a oírle. Nunca profesaba tanta paciencia. — Tiene sus ventajas. Son especialmente buenos en encargos que requieren una actitud más severa y constante. Disfrutan mucho hacerlo. —dejó caer sus párpados, por al menos dos segundos, pensando en las posibilidades.

En cuanto tuvo nueva visión de su entorno, una cálida aura deslumbró en la habitación. Pese a su temple inamovible, interiormente las dudas comenzaban a surgir. Francia era una especie de enorme nido de miel, donde las criaturas mágicas eran sus trabajadoras. El epicentro actual del mundo sobrenatural, por así decirlo. Se preguntaba que otros secretos escondía ese aparente practicante. Apoyó ligeramente la palma derecha en uno de los inmuebles, colocando la punta de uno de sus zapatos detrás de la pierna contigua. Pensó antes de hablar y finalmente añadió.

Me enfoco en ser un proveedor. —explicó con llenura, acomodándose el chaleco que cubría ese traje de color morado que portaba en esa noche. — Mis clientes son personas pudientes, con gustos que se salen de los estándares… “normales”. —el hombre enfatizaba dicha palabra con un movimiento de cejas, para nada gracioso, pero sí intrigante. — Digamos que son, alguna especie de “juguete”. Y usted, mí estimado, tiene la fortuna de ser parte de este interesante negocio. aún no acaba, faltaba el golpe de gloria. — Como mercancía que ya tiene dueño.
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Mensaje por Credence Kingshead Sáb Abr 08, 2017 2:03 pm

Un sudor frío recorría toda la fisonomía del hombre. A pesar de la fragancia que inspiraba calidez, la estancia era lo suficientemente lóbrega para que el cambiante sintiera cómo se hacía cada vez más y más diminuto. Una situación repentina no le inspiraba la más mínima confianza; ni las carísimas prendas, ni las valiosas obras que pendían de las paredes, ni la voz sosegada de aquel a quien le habían llevado casi a rastras. Lo único que era capaz de sentir eran ganas de salir corriendo de allí.

Escudriñaba cada movimiento que ejercía el aún desconocido. Eran escasos, mas significativos. Sus palabras denotaban una sinceridad aún insuficiente para el cambiaformas.— Entiendo… —mintió, acusándole con su mirada. No, no entendía nada. Si era un invitado, como bien su contrario decía, no habría hecho falta llevarle hasta él de un modo tan desapacible. ¿Estaba sintiendo rabia, o simplemente era impotencia de haberse sentido como un muñeco de trapo?

Había una distancia prudencial entre ambos cuerpos. No obstante, la latente sensación de tener a alguien asomándose a lo más oscuro de su psique comenzaba a cobrar fuerzas. Como en el resto de su vida, estaba bajo el yugo de unos ojos que le contemplaban como a un bicho raro. Aquel hombre sabía de su naturaleza original, y era muy probable que estuviera en su morada por ese mismo pretexto. La reacción de lucha o huida se encontraban muy lejos de su alcance. No podría sortear a los hombres que ya le dejaron allí, así que quedaría soportar la situación.

Lo que no esperaba era una explicación tan peculiar, ni tan terrorífica a sus oídos. ¿Qué daba a entender con eso? Las facciones del moreno se tornaban más intranquilas a medida que discurrían los segundos allí metido. Decenas, cientos de ideas macabras se le pasaban por la sesera; a cada cual, peor. — ¿¡Cómo que tengo dueño!? —repitió con unas palabras llenas de escepticismo. Intuyó que su caza llevaría meses preparándose, si es que era verdad que ya tenía un amo como tal.

Señor, no sé quién es usted, pero… —los nervios se hacían con el poder de su voz poco a poco, entrecortando su discurso— pero debe saber que eso no va a ser posible. Lo lamento. —concluyó, tomando su chaqueta y dirigiéndose a la puerta de la habitación. Había entrado en una especie de modo automático, en el que su cerebro había desconectado y se veía forzado a huir fuese lo que fuese, tuviese que derrumbar al que se pusiera en su camino. De repente, aquellos guardias ya no le parecían tan imponentes.

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