AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Negociando con la Libertad [Privado]
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Negociando con la Libertad [Privado]
Fernand no era un hombre que amara el dinero, pero era consciente de que ninguna revolución podía sustentarse sin él. La pasión no faltaba, tampoco la convicción, que era lo más esencial, pero tampoco podía ser tan extremadamente romántico como para despegar los pies de la tierra. No tenía problemas, al igual que la mayoría de los miembros de la Orden de los Insurrectos, en financiar tiempo y armamento. Sin embargo, ninguno era rey. No poseían las mismas competencias económicas que la enemiga Inquisición. Para no quedar en la ruina, estaban forzados a buscar nuevos financistas que aportaran no con puños para pelear, sino con joyas y francos, para no desmayar y que la organización siguiera creciendo.
El licántropo, tan impulsivo y de fervientes afanes, sabía que debía mitigarlos si quería ganar la amistad y la cooperación de los potenciales contribuyentes. No se trataba de cambiar el discurso, pero sí moderarlo a la manera delicada. «Delicadeza, justo mi peor desempeño» pensó frente al espejo, justo después de acabar de acomodar su atuendo.
Salió sin demora en su carruaje, camino a visitar a una acaudalada viuda de ideas progresistas. Mesurada y reflexiva, dos cualidades desmejoradas en Fernand. ¿Cómo llegar a ella? Se preguntaba. «Con plomo y acero, si es necesario» respondería un militar, pero ahora le tocaba hacer el papel del diplomático negociante. De no haber sido por los contactos de su padre, jamás hubiera conseguido una audiencia con ella; su reputación lo precedía.
Apenas puso un pie fuera de su carruaje y vislumbró la edificación, tuvo la certeza de que la mayor batalla sería combatida fuera de todo cañón.
— Anúncienme a Madame De Lacy. Díganle que Fernand de Louvencourt ha llegado a la reunión concertada. — pidió a los sirvientes de la viuda.
En qué pleito se estaba metiendo, todo por la libertad, su gran amor. Entendía que Josephine De Lacy, en su situación, no podía comprometerse públicamente, pero a veces la mejor manera de ayudar era discretamente. Si no accedía, Fernand guardaría el mejor recuerdo de aquella reunión, pero marcharía a otras costas a ofrecer su amistad.
El licántropo, tan impulsivo y de fervientes afanes, sabía que debía mitigarlos si quería ganar la amistad y la cooperación de los potenciales contribuyentes. No se trataba de cambiar el discurso, pero sí moderarlo a la manera delicada. «Delicadeza, justo mi peor desempeño» pensó frente al espejo, justo después de acabar de acomodar su atuendo.
Salió sin demora en su carruaje, camino a visitar a una acaudalada viuda de ideas progresistas. Mesurada y reflexiva, dos cualidades desmejoradas en Fernand. ¿Cómo llegar a ella? Se preguntaba. «Con plomo y acero, si es necesario» respondería un militar, pero ahora le tocaba hacer el papel del diplomático negociante. De no haber sido por los contactos de su padre, jamás hubiera conseguido una audiencia con ella; su reputación lo precedía.
Apenas puso un pie fuera de su carruaje y vislumbró la edificación, tuvo la certeza de que la mayor batalla sería combatida fuera de todo cañón.
— Anúncienme a Madame De Lacy. Díganle que Fernand de Louvencourt ha llegado a la reunión concertada. — pidió a los sirvientes de la viuda.
En qué pleito se estaba metiendo, todo por la libertad, su gran amor. Entendía que Josephine De Lacy, en su situación, no podía comprometerse públicamente, pero a veces la mejor manera de ayudar era discretamente. Si no accedía, Fernand guardaría el mejor recuerdo de aquella reunión, pero marcharía a otras costas a ofrecer su amistad.
Fernand de Louvencourt- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/03/2017
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Re: Negociando con la Libertad [Privado]
Cuando la misiva de de Louvencourt llegó a ella, Josephine se apresuró a conseguir algo de información acerca del caballero que requería verla. ¿Quién era él? ¿Por qué querría contactarla? Estaba segura de que no se conocían, pero el hombre buscaba encontrarse con ella en privado y eso era encantadoramente misterioso.
Aceptó el encuentro movida por la curiosidad más que por cualquier otra cosa y así fue como extendió la invitación al desconocido para tomar el té en su casa al cabo de cuatro días. Así tendría tiempo de informarse, odiaba que la tomasen desprevenida.
La tarde siguiente uno de sus empleados llegó con algún que otro dato acerca del hombre, había preguntado a un viejo párroco de confianza y éste le había hablado –poco y de manera vaga- acerca del hijo rebelde de los de Louvencourt, una familia de gran renombre y prestigio.
Josephine no sabía bien con quién se encontraría, pero intuía que se acercaba algo realmente emocionante a su vida de mano del misterioso hombre. Envuelta en esos aires ansiosos, se vistió acorde a la ocasión.
Le agradó que llegase de forma puntual, eso hablaba bien de él, mostraba que se tomaba con respeto y seriedad aquel encuentro. Por su parte, la señora De Lacy se tomó unos minutos de más antes de aparecer ante su visitante porque correspondía a una mujer de su clase hacerse esperar, generando expectativas. Una costumbre algo pacata y con poco sentido, pero que nadie en aquella sociedad parecía querer quebrar.
Descendió la ancha escalera principal y se dirigió al salón lateral en el que solía recibir a sus invitados. Nkunda –quien no era solo su esclava de confianza, sino también su amiga más querida- la seguía de cerca, siempre atenta y protectora.
Josephine se paró bajo el dintel de la puerta del salón dorado –como lo llamaban todos a pesar de que no era ese el color predominante, solo eran detalles de oro los que bordeaban los objetos- y estudió a su visitante. Vio su aura, supo la verdad de su raza y entendió que acudía a ella sin malas intenciones.
-Bienvenido, señor de Louvencourt –le dijo y se acercó a él con una recatada sonrisa, tendiéndole su mano derecha-. Debo reconocerle que este encuentro me ha tenido más que intrigada durante días. Ya me dirá por qué ha querido propiciarlo, pero antes disfrutaremos de un verdadero té inglés. ¿Lo prefiere negro o de menta? –le preguntó, alargando la espera, mientras se sentaba frente a él en el sillón colorado. En la mesa ya estaban dispuestas las tazas, las galletas de limón y las dos teteras con las diferentes infusiones.
Le hizo una seña a Nkunda para que se retirase y los dejase a solas, ella podía servir a su invitado sin ayuda.
Aceptó el encuentro movida por la curiosidad más que por cualquier otra cosa y así fue como extendió la invitación al desconocido para tomar el té en su casa al cabo de cuatro días. Así tendría tiempo de informarse, odiaba que la tomasen desprevenida.
La tarde siguiente uno de sus empleados llegó con algún que otro dato acerca del hombre, había preguntado a un viejo párroco de confianza y éste le había hablado –poco y de manera vaga- acerca del hijo rebelde de los de Louvencourt, una familia de gran renombre y prestigio.
Josephine no sabía bien con quién se encontraría, pero intuía que se acercaba algo realmente emocionante a su vida de mano del misterioso hombre. Envuelta en esos aires ansiosos, se vistió acorde a la ocasión.
Le agradó que llegase de forma puntual, eso hablaba bien de él, mostraba que se tomaba con respeto y seriedad aquel encuentro. Por su parte, la señora De Lacy se tomó unos minutos de más antes de aparecer ante su visitante porque correspondía a una mujer de su clase hacerse esperar, generando expectativas. Una costumbre algo pacata y con poco sentido, pero que nadie en aquella sociedad parecía querer quebrar.
Descendió la ancha escalera principal y se dirigió al salón lateral en el que solía recibir a sus invitados. Nkunda –quien no era solo su esclava de confianza, sino también su amiga más querida- la seguía de cerca, siempre atenta y protectora.
Josephine se paró bajo el dintel de la puerta del salón dorado –como lo llamaban todos a pesar de que no era ese el color predominante, solo eran detalles de oro los que bordeaban los objetos- y estudió a su visitante. Vio su aura, supo la verdad de su raza y entendió que acudía a ella sin malas intenciones.
-Bienvenido, señor de Louvencourt –le dijo y se acercó a él con una recatada sonrisa, tendiéndole su mano derecha-. Debo reconocerle que este encuentro me ha tenido más que intrigada durante días. Ya me dirá por qué ha querido propiciarlo, pero antes disfrutaremos de un verdadero té inglés. ¿Lo prefiere negro o de menta? –le preguntó, alargando la espera, mientras se sentaba frente a él en el sillón colorado. En la mesa ya estaban dispuestas las tazas, las galletas de limón y las dos teteras con las diferentes infusiones.
Le hizo una seña a Nkunda para que se retirase y los dejase a solas, ella podía servir a su invitado sin ayuda.
Josephine De Lacy- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/02/2017
Re: Negociando con la Libertad [Privado]
El protocolar retraso de Josephine no hizo más que darle tiempo a Fernand para rearmar su papel del gato faldero con garras más que afiladas. Lo había repasado cientos de veces, pero ya, sin haber iniciado, quería abandonar el estúpido plan.
Vio llegar a la distinguida viuda, percibiendo antes que su silueta, el misticismo que le chorreaba de la cabeza a los pies. Fernand se sonrió a medio filo; evidente que una noble promedio no le daría ni medio de segundo de su tiempo a un rebelde desquiciado como él, pero quizás, una hechicera sí. La primera impresión ayudó a que su reverencia saliera más natural.
— Enchanté, Madame De Lacy. — saludó, besando la mano tendida con una sutileza que, paradojalmente, nada tenía que ver con su rudeza en el combate. — Es un honor y un placer al fin conocerla, sin aañadir lo que significa ser recibido por usted. — agradeció que se concretara el encuentro.
Todo bien durante los primeros diez segundos, pero el protocolo sufrió un remezón cuando le ofrecieron té.
— ¿No tiene algo más fuerte? — preguntó, escapándosele el hombre de armas que dominaba con creces al caballero de salón. ¿Té inglés? ¿Y con esas tacitas de porcelana que apenas se podían tocar? Para más remate, de Inglaterra tenía todo, menos buenos recuerdos. Le dio la sensación de atragantamiento. Salir victorioso de aquella reunión sería endiabladamente difícil. — Disculpe. No tengo la costumbre de compartir bebidas calientes. — Era una manera elegante de decir que odiaba el té y que el olor de un campamento de soldados enfermos le causaba menos náuseas que el de la merienda de las seis.
Queriendo salir del agujero en el que se había metido (y para no ofender más a la malaventurada señora) pasó al tema que los convocaba, no sin antes explorar el terreno que pisaba. Nunca se sabía qué clase de rumores o verdades podía haber llegado a oídos de la benefactora en potencia.
— Seré franco: Estoy dentro de la lista negra de París, no sólo de los que comparten mi cuna, sino también de los rufianes. La gente quiere vivir en paz, pero yo vengo a traerles desorden y caos. Es lo que pasa cuando se acomodan las piezas sin lógica. Está informada, lo sé. De otra forma, no hubiera podido acercarme ni veinte centímetros a la verja. Sin embargo, antes de abrirle mi mente, es necesario que me deje ver un tanto la suya. ¿Qué es lo que sabe de mí?
No tendría a un desconocido sentado en su salón de no ser que fuera, aunque sea en un grado mínimo, de su interés.
Vio llegar a la distinguida viuda, percibiendo antes que su silueta, el misticismo que le chorreaba de la cabeza a los pies. Fernand se sonrió a medio filo; evidente que una noble promedio no le daría ni medio de segundo de su tiempo a un rebelde desquiciado como él, pero quizás, una hechicera sí. La primera impresión ayudó a que su reverencia saliera más natural.
— Enchanté, Madame De Lacy. — saludó, besando la mano tendida con una sutileza que, paradojalmente, nada tenía que ver con su rudeza en el combate. — Es un honor y un placer al fin conocerla, sin aañadir lo que significa ser recibido por usted. — agradeció que se concretara el encuentro.
Todo bien durante los primeros diez segundos, pero el protocolo sufrió un remezón cuando le ofrecieron té.
— ¿No tiene algo más fuerte? — preguntó, escapándosele el hombre de armas que dominaba con creces al caballero de salón. ¿Té inglés? ¿Y con esas tacitas de porcelana que apenas se podían tocar? Para más remate, de Inglaterra tenía todo, menos buenos recuerdos. Le dio la sensación de atragantamiento. Salir victorioso de aquella reunión sería endiabladamente difícil. — Disculpe. No tengo la costumbre de compartir bebidas calientes. — Era una manera elegante de decir que odiaba el té y que el olor de un campamento de soldados enfermos le causaba menos náuseas que el de la merienda de las seis.
Queriendo salir del agujero en el que se había metido (y para no ofender más a la malaventurada señora) pasó al tema que los convocaba, no sin antes explorar el terreno que pisaba. Nunca se sabía qué clase de rumores o verdades podía haber llegado a oídos de la benefactora en potencia.
— Seré franco: Estoy dentro de la lista negra de París, no sólo de los que comparten mi cuna, sino también de los rufianes. La gente quiere vivir en paz, pero yo vengo a traerles desorden y caos. Es lo que pasa cuando se acomodan las piezas sin lógica. Está informada, lo sé. De otra forma, no hubiera podido acercarme ni veinte centímetros a la verja. Sin embargo, antes de abrirle mi mente, es necesario que me deje ver un tanto la suya. ¿Qué es lo que sabe de mí?
No tendría a un desconocido sentado en su salón de no ser que fuera, aunque sea en un grado mínimo, de su interés.
Fernand de Louvencourt- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/03/2017
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Re: Negociando con la Libertad [Privado]
Le sorprendió e incomodó que su visitante le rechazase el té –sí que eran modos de lo más inusuales-, pero no dejó que eso se notase. Haciendo un sutil comentario sobre lo temprano que era para bebidas fuertes, Josephine se puso en pie de inmediato para dirigirse al rincón del salón en el que estaban dispuestas las botellas de distintos tamaños y colores. Podían decir cualquier cosa de ella, menos que era una mala anfitriona. Cuidaba su reputación, le daba mucha importancia a lo que los demás integrantes de la alta sociedad tuvieran para decir de ella. Así que preparó para el señor de Louvencourt una medida doble del mejor whisky escocés y volvió sobre sus pasos entregándole el vaso y sentándose nuevamente frente a él.
Oyó sus palabras, entendió sus razonamientos y su pedido de sinceridad. Le pareció lógico lo que él decía y entendía que lo más conveniente era no andarse con demasiados rodeos; ella era una mujer que ya había vivido lo suficiente, que había tenido sus buenos logros personales y sus desilusiones también. La vida le había enseñado, por eso eligió corresponderle con la misma franqueza:
-Muy bien, me gusta esto de no andarnos con demasiados divagues previos, señor de Louvencourt. Es cierto, desde que he recibido su misiva me he ocupado de informarme acerca de usted. Con los tiempos que corren ninguna dama puede permitirse recibir la visita de un desconocido sin antes hacer algunas preguntas aquí y allá, creo que lo comprenderá –dijo, destinándole un gesto delicado-, soy una mujer sola, viuda y con un hijo que está lejos de casa –sonrió, era evidente que nadie la creería desprovista de seguridad, pero a ella le gustaba defender ese papel-. Sé que trabajaba usted para la iglesia, sé también que hace un tiempo abandonó su lugar pasándose de bando, lo cual me alegra ya que demuestra no solo que tiene usted sentido común, señor de Louvencourt, sino también inteligencia. Déjeme expresarle mi admiración por haberse rebelado a tan hipócritas prácticas –dijo, pues odiaba profundamente las bases de la inquisición-, supongo que no habrá sido algo sencillo eso de enfrentar a todo mundo.
Josephine sí se había servido una taza de té de menta. La anfitriona saboreó esos matices profundos y frescos antes de continuar con su exposición:
-Como verá, sé algunas cosas y todas son sobre su pasado. Me interesaría saber qué es de usted en el presente y, por supuesto, por qué el interés en concretar este encuentro. ¿Qué quiere de mí, Fernand? –le preguntó dejando las formalidades a un lado y tuteándolo, con la mirada fija en la de él.
Oyó sus palabras, entendió sus razonamientos y su pedido de sinceridad. Le pareció lógico lo que él decía y entendía que lo más conveniente era no andarse con demasiados rodeos; ella era una mujer que ya había vivido lo suficiente, que había tenido sus buenos logros personales y sus desilusiones también. La vida le había enseñado, por eso eligió corresponderle con la misma franqueza:
-Muy bien, me gusta esto de no andarnos con demasiados divagues previos, señor de Louvencourt. Es cierto, desde que he recibido su misiva me he ocupado de informarme acerca de usted. Con los tiempos que corren ninguna dama puede permitirse recibir la visita de un desconocido sin antes hacer algunas preguntas aquí y allá, creo que lo comprenderá –dijo, destinándole un gesto delicado-, soy una mujer sola, viuda y con un hijo que está lejos de casa –sonrió, era evidente que nadie la creería desprovista de seguridad, pero a ella le gustaba defender ese papel-. Sé que trabajaba usted para la iglesia, sé también que hace un tiempo abandonó su lugar pasándose de bando, lo cual me alegra ya que demuestra no solo que tiene usted sentido común, señor de Louvencourt, sino también inteligencia. Déjeme expresarle mi admiración por haberse rebelado a tan hipócritas prácticas –dijo, pues odiaba profundamente las bases de la inquisición-, supongo que no habrá sido algo sencillo eso de enfrentar a todo mundo.
Josephine sí se había servido una taza de té de menta. La anfitriona saboreó esos matices profundos y frescos antes de continuar con su exposición:
-Como verá, sé algunas cosas y todas son sobre su pasado. Me interesaría saber qué es de usted en el presente y, por supuesto, por qué el interés en concretar este encuentro. ¿Qué quiere de mí, Fernand? –le preguntó dejando las formalidades a un lado y tuteándolo, con la mirada fija en la de él.
Josephine De Lacy- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 28/02/2017
Re: Negociando con la Libertad [Privado]
Lo mejor que tenían los escoceses era su rivalidad eterna con los ingleses. Eso y el whisky. Se hubiera mofado de su rudeza de ex militar de no ser que se estaba jugando el financiamiento de su próxima expedición. Debía ser cuidadoso, maldición. Y qué difícil era no romper un plato en presencia de la ilustre dama. Tenía que llegar a ella, comunicarle sus desafíos y ambiciones, hacerla parte de su porvenir, pero… ¿cómo contar su historia? ¿Dónde había empezado? ¿Cuándo había empezar a decir siempre lo que pensaba y hacer lo que decía?
Fernand era un hombre que llevaba esculpido en sus brazos cientos de nombres, de hombres, mujeres, de niños, de destinos, y los destinos de todos. Eran un cinturón a su cintura, y todos los ojos, eran los ojos del revolucionario, que miraba a través de miles de ventanas como si estuviera acompañado de una infinitud de hombres y mujeres, pero la verdad era que Fernand, tanto adorado como odiado caudillo, era un licántropo completamente solo. Un hombre solo en compañía de aliados.
Asintió ante las preocupaciones de Josephine. Trato justo, mujer justa. ¿Qué le había hecho acceder a escucharlo? Podía ser cualquier cosa, desde el poder de su misticismo hasta su fiereza de madre, o quizás tenía más de militar de lo que pensaba y su estrategia era estar en paz con el diablo, en vez de con dios. Como fuera, ya le estaba cayendo bien.
Dejando que el whisky bajara por su garganta, Fernand ladeó la cabeza, observando por unos segundos el vestido de la viuda antes de volver a hablar.
— Si usted usara pantalones, no sorprenderían sus comentarios. Bien ha hecho en traerme este whisky, disculpando mi rompimiento de etiqueta para con usted y con vuestro salón. — dijo librándose de su bebida, depositando el envase en una de las mesas — La Orden de los Insurrectos está luchando por resurgir, luego de la última masacre. Somos pocos ahora, auspiciando a muchos. Me dije que haríamos más con nuestros pocos recursos que esos fanfarrones con sus millares de hombres, subyugados y vejestorios. Sin embargo, se aumentan los compañeros y es necesario llevar las cosas con más financiamiento de lo que yo pensaba y quería. Su pueblo es también el mío, Madame De Lacy. No hablo de los que comparten posición o patrimonio. Hablo de aquello que nos enseñaron que debemos esconder, pero que dentro de nosotros sabemos que no es una vergüenza, sino nuestro elixir: el don sobrenatural. Pero nuestro pueblo está sufriendo. Conozco de primera fuente la crueldad de la Inquisición, formé parte de ella. Los tormentos, la horca, las vejaciones. Esos seres sobrenaturales son mi gente, es mi pueblo. Crecí con ellos, los conozco, los respeto. Confío en ellos y ellos confían en mí. Si usted me apoya con armas y recursos, usted tendrá toda la protección que necesita, además de los mejores hombres y mujeres sumados a nuestra causa. Ayúdeme, Madame De Lacy. Estoy dispuesto a cualquier sacrificio. Mi vida, si es necesario.
Fernand era un hombre que llevaba esculpido en sus brazos cientos de nombres, de hombres, mujeres, de niños, de destinos, y los destinos de todos. Eran un cinturón a su cintura, y todos los ojos, eran los ojos del revolucionario, que miraba a través de miles de ventanas como si estuviera acompañado de una infinitud de hombres y mujeres, pero la verdad era que Fernand, tanto adorado como odiado caudillo, era un licántropo completamente solo. Un hombre solo en compañía de aliados.
Asintió ante las preocupaciones de Josephine. Trato justo, mujer justa. ¿Qué le había hecho acceder a escucharlo? Podía ser cualquier cosa, desde el poder de su misticismo hasta su fiereza de madre, o quizás tenía más de militar de lo que pensaba y su estrategia era estar en paz con el diablo, en vez de con dios. Como fuera, ya le estaba cayendo bien.
Dejando que el whisky bajara por su garganta, Fernand ladeó la cabeza, observando por unos segundos el vestido de la viuda antes de volver a hablar.
— Si usted usara pantalones, no sorprenderían sus comentarios. Bien ha hecho en traerme este whisky, disculpando mi rompimiento de etiqueta para con usted y con vuestro salón. — dijo librándose de su bebida, depositando el envase en una de las mesas — La Orden de los Insurrectos está luchando por resurgir, luego de la última masacre. Somos pocos ahora, auspiciando a muchos. Me dije que haríamos más con nuestros pocos recursos que esos fanfarrones con sus millares de hombres, subyugados y vejestorios. Sin embargo, se aumentan los compañeros y es necesario llevar las cosas con más financiamiento de lo que yo pensaba y quería. Su pueblo es también el mío, Madame De Lacy. No hablo de los que comparten posición o patrimonio. Hablo de aquello que nos enseñaron que debemos esconder, pero que dentro de nosotros sabemos que no es una vergüenza, sino nuestro elixir: el don sobrenatural. Pero nuestro pueblo está sufriendo. Conozco de primera fuente la crueldad de la Inquisición, formé parte de ella. Los tormentos, la horca, las vejaciones. Esos seres sobrenaturales son mi gente, es mi pueblo. Crecí con ellos, los conozco, los respeto. Confío en ellos y ellos confían en mí. Si usted me apoya con armas y recursos, usted tendrá toda la protección que necesita, además de los mejores hombres y mujeres sumados a nuestra causa. Ayúdeme, Madame De Lacy. Estoy dispuesto a cualquier sacrificio. Mi vida, si es necesario.
Fernand de Louvencourt- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 128
Fecha de inscripción : 17/03/2017
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Re: Negociando con la Libertad [Privado]
-Las damas suelen decir, sin molestarse en ocultar su tono de queja, que es muy difícil ser mujer en esta vida, en esta sociedad –dijo Josephine y volvió a sorber de su té antes de continuar. Quería ofrecerle las galletas de limón que allí mismo, en su hogar, habían horneado para el encuentro entre ambos, pero no lo hizo al notar que no irían bien con la tan fuerte bebida que de Louvencourt disfrutaba-. Yo pienso en cambio que lo difícil es ser hombre. Cuánto más un hombre valiente en medio de tanta hipocresía, de tanta vanagloria… No quiero ni imaginar las atrocidades que habrá visto y padecido en las filas de la Inquisición –dijo denostando con un gesto de aprensión la sagrada orden-, ¡las cosas que le habrán obligado a hacer en nombre de Cristo, Fernand! –se espantó y tuvo que devolver la taza a la mesa.
“Oh, los insurrectos”, pensó Josephine y se lamentó por no haberlo conjeturado antes. Sabía que él se había rebelado, pero no que esa rebelión estaba prácticamente formalizada… ¡Lo veía tan claro ahora! Un rebelde, casi podría decirse que era un prófugo de las santas filas, que había decidido echarse en los hombros la responsabilidad de organizar y hacer resurgir a los insurrectos.
La tarde comenzaba a tomar otro color, su humor cambiaba a medida que notaba que el caballero la había buscado a ella. Madame De Lacy era una mujer orgullosa, le encantaba ser adulada y saberse fundamental… ¿Qué mayor halago podía recibir que ese? Fernand de Louvencourt la necesitaba para hacer realmente algo importante. Podía, desde la comodidad de su salón para visitas, joder realmente a los malditos inquisidores. Ella los veía como una enfermedad de la sociedad, una gangrena de acosadores que se expandía y crecía… ¡Cómo los odiaba! A esos -que disfrutaban de torturar, de exponer y ajusticiar en público- les quería dar su merecido, secarlos hasta que se quedasen sin vida, quemarlos mientras gritaban sus rezos vanos...
Nunca le habían hecho nada, jamás se habían metido con ella -¡y que lo intentasen si tenían el valor, pues los estaba esperando!-, pero su amiga más querida había muerto en España quemada por esos malditos… Marila era como ella, una hechicera, y Josephine había pasado noches enteras torturada preguntándose por qué le había ocurrido a su amiga aquello y no a ella. ¿Cómo podían conocer el secreto de Marila mas no el de Josephine? Cierto era que se cuidaba de forma especial, pero se suponía que aquellos hipócritas, sádicos, tenían ojos y oídos por todos lados.
Reparó en el comentario de su visitante y no pudo evitar preguntarle cómo conocía su secreto:
-Ahora es mi turno de asombrarme, Fernand, y de preguntarle como es que sabe de mi… condición –dijo, tras tomarse unos rápidos segundos para elegir el mejor calificativo. Claro que podía adjudicarlo a una simple lectura de aura, pero tal vez no fuese solo esa la respuesta.
-Una vez alguien me dijo algo muy sabio, estimado Fernand: El enemigo de mi enemigo ha de ser mi amigo. Por lo que, ya que tenemos un enemigo mutuo; le ofrezco, además del dinero que necesite para que la orden crezca y se prepare de la manera correcta, mi amistad.
Volvió a tenderle su mano para sellar el nuevo vínculo, el nuevo pacto que los uniría.
“Oh, los insurrectos”, pensó Josephine y se lamentó por no haberlo conjeturado antes. Sabía que él se había rebelado, pero no que esa rebelión estaba prácticamente formalizada… ¡Lo veía tan claro ahora! Un rebelde, casi podría decirse que era un prófugo de las santas filas, que había decidido echarse en los hombros la responsabilidad de organizar y hacer resurgir a los insurrectos.
La tarde comenzaba a tomar otro color, su humor cambiaba a medida que notaba que el caballero la había buscado a ella. Madame De Lacy era una mujer orgullosa, le encantaba ser adulada y saberse fundamental… ¿Qué mayor halago podía recibir que ese? Fernand de Louvencourt la necesitaba para hacer realmente algo importante. Podía, desde la comodidad de su salón para visitas, joder realmente a los malditos inquisidores. Ella los veía como una enfermedad de la sociedad, una gangrena de acosadores que se expandía y crecía… ¡Cómo los odiaba! A esos -que disfrutaban de torturar, de exponer y ajusticiar en público- les quería dar su merecido, secarlos hasta que se quedasen sin vida, quemarlos mientras gritaban sus rezos vanos...
Nunca le habían hecho nada, jamás se habían metido con ella -¡y que lo intentasen si tenían el valor, pues los estaba esperando!-, pero su amiga más querida había muerto en España quemada por esos malditos… Marila era como ella, una hechicera, y Josephine había pasado noches enteras torturada preguntándose por qué le había ocurrido a su amiga aquello y no a ella. ¿Cómo podían conocer el secreto de Marila mas no el de Josephine? Cierto era que se cuidaba de forma especial, pero se suponía que aquellos hipócritas, sádicos, tenían ojos y oídos por todos lados.
Reparó en el comentario de su visitante y no pudo evitar preguntarle cómo conocía su secreto:
-Ahora es mi turno de asombrarme, Fernand, y de preguntarle como es que sabe de mi… condición –dijo, tras tomarse unos rápidos segundos para elegir el mejor calificativo. Claro que podía adjudicarlo a una simple lectura de aura, pero tal vez no fuese solo esa la respuesta.
-Una vez alguien me dijo algo muy sabio, estimado Fernand: El enemigo de mi enemigo ha de ser mi amigo. Por lo que, ya que tenemos un enemigo mutuo; le ofrezco, además del dinero que necesite para que la orden crezca y se prepare de la manera correcta, mi amistad.
Volvió a tenderle su mano para sellar el nuevo vínculo, el nuevo pacto que los uniría.
Josephine De Lacy- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 28/02/2017
Re: Negociando con la Libertad [Privado]
¿Qué cosas había hecho por la Inquisición? Esa era una pregunta extraña, porque no se había detenido a contarlas. En realidad, no se detenía por nada. Ni siquiera lo había frenado el recelo de verse descubierto por Josephine. Prefería mostrarse tal cual era. Era el hazmerreír de cualquier amante de la etiqueta y también de los que medían cada uno de sus pasos. El lobo aullaba más fuerte que el hombre.
Un sentimiento de viva admiración por una causa que daba dignidad y prosperidad a quienes la creían perdida, indujo a Josephine De Lacy a ofercerle tanto financiamiento como amistad a Fernand. Al dar ese paso, ambos perderían parte de sus defensas que tenían en la actualidad y de esa manera se ofrecerían mutuamente pruebas de desinterés en la resolución tomada.
— Bendita sea usted, que conoce el significado de la palabra libertad. Aunque debo reparar en el crédito que me quiere dar: Yo no sé nada, Madame. Estoy atento a lo que su boca calla y su aura vocifera, que es otra cosa. — alargó su mano para alcanzar a Josephine, sólo nuevamente se salió de lo esperado y la tomó de la muñeca. Manteniendo su mirada fija en la de ella, sonrió con complicidad. Quería mostrarle algo. — Un contacto es suficiente para que los que no saben de nosotros se alarmen y pongan atención; perciben que algo no encaja, pero no pueden explicar qué. “Esa hombre es raro”, suelen decir y olvidar con la misma velocidad. Para los inexperimentados que comparten ese algo especial que los hace diferentes, este es un paso que implica preguntarle al otro a qué especie pertenece. Sin embargo, para los avezados como nosotros, estos toques no confirman nada que no haya llegado antes a nuestras mentes, pero pueden vaticinar la vida y la muerte. Esto porque sólo circunstancias extraordinarias nos llevan a tratar entre seres sobrenaturales de distintas playas, ya sea que nos enfrentemos o aliemos. Al tocarnos estamos exhibiendo todo nuestro arsenal, bajamos las armas y nos rendimos a la confianza. Ahora usted conoce mi pulso acelerado, la temperatura elevada de mi sangre y la adrenalina permanente que recorre mi anatomía. Por mi parte, siento la electricidad de su magia arañándome la punta de los dedos y dos pulsos diferentes: el suyo y el de la hechicera. Con ambas cierro este trato y abro las puertas de mi casa, que desde hoy pasa a ser suya, pues nada poseo que no sea de los demás.
Un sentimiento de viva admiración por una causa que daba dignidad y prosperidad a quienes la creían perdida, indujo a Josephine De Lacy a ofercerle tanto financiamiento como amistad a Fernand. Al dar ese paso, ambos perderían parte de sus defensas que tenían en la actualidad y de esa manera se ofrecerían mutuamente pruebas de desinterés en la resolución tomada.
— Bendita sea usted, que conoce el significado de la palabra libertad. Aunque debo reparar en el crédito que me quiere dar: Yo no sé nada, Madame. Estoy atento a lo que su boca calla y su aura vocifera, que es otra cosa. — alargó su mano para alcanzar a Josephine, sólo nuevamente se salió de lo esperado y la tomó de la muñeca. Manteniendo su mirada fija en la de ella, sonrió con complicidad. Quería mostrarle algo. — Un contacto es suficiente para que los que no saben de nosotros se alarmen y pongan atención; perciben que algo no encaja, pero no pueden explicar qué. “Esa hombre es raro”, suelen decir y olvidar con la misma velocidad. Para los inexperimentados que comparten ese algo especial que los hace diferentes, este es un paso que implica preguntarle al otro a qué especie pertenece. Sin embargo, para los avezados como nosotros, estos toques no confirman nada que no haya llegado antes a nuestras mentes, pero pueden vaticinar la vida y la muerte. Esto porque sólo circunstancias extraordinarias nos llevan a tratar entre seres sobrenaturales de distintas playas, ya sea que nos enfrentemos o aliemos. Al tocarnos estamos exhibiendo todo nuestro arsenal, bajamos las armas y nos rendimos a la confianza. Ahora usted conoce mi pulso acelerado, la temperatura elevada de mi sangre y la adrenalina permanente que recorre mi anatomía. Por mi parte, siento la electricidad de su magia arañándome la punta de los dedos y dos pulsos diferentes: el suyo y el de la hechicera. Con ambas cierro este trato y abro las puertas de mi casa, que desde hoy pasa a ser suya, pues nada poseo que no sea de los demás.
Fernand de Louvencourt- Licántropo Clase Alta
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Re: Negociando con la Libertad [Privado]
-¡Oh, Fernand, cuanta sabiduría esconde usted detrás de esos ojos suyos tan brillantes! Por mi parte, estoy acostumbrada a ocultar, a esconder mi esencia, mi verdadera piel… y me pongo alerta cuando me siento descubierta. Confío en que mis secretos estén a salvo con usted, así como los suyos lo están conmigo. ¿Qué nos han hecho? –suspiró dolida y apenada.
La sinceridad era un bien que escaseaba en la sociedad que a ella la rodeaba, por eso Josephine la valoraba tanto. Desde que él piso su casa había hablado con la verdad, se había mostrado genuino en todo, comenzando por el rechazo del té y el pedido de una bebida fuerte. ¿Podría traicionarla alguien que llevaba como bandera la verdad? Creía que no, por eso lo ayudaría. La sinceridad con sinceridad se correspondía.
-Ya que puede sentir mi magia y yo su calor –le sonrió con sensualidad-, pongo también a su disposición mis habilidades en caso de que le puedan ser útiles en algún momento, querido mío.
No sabía realmente en qué se estaba metiendo, pero Josephine era así; no había medias tintas con ella. Cuando se brindaba lo hacía por completo, no daba en forma mezquina o acotada, sino con generosidad y entrega. No pensaba demasiado, se guiaba por sus instintos y ellos le decían que había hecho las cosas bien en lo tocante a su visita de esa tarde.
De pronto una idea llegó a ella y comenzó a tomar forma…
-Me gustaría que me contase algo más acerca de la orden, ¿qué planes próximos tienen? –Era justo, creía, que ella pudiese conocer algo más sobre la causa que estaba apoyando, sobre los soldados y el futuro-. Querido Fernand, ¿le parece a usted que podría contribuir en algo a la causa hacer algún tipo de encuentro secreto entre sus personas de confianza y algunas de las mías? Creo que podría conocer a gente interesada en apoyar a los rebeldes, pero que al igual que yo no pueden comprometerse con su cuerpo… Tal vez pudieran sumarse a mí siendo benefactores económicos y morales de la causa. Creo que podríamos hacer algún tipo de cena íntima en algunos días, puede ser aquí mismo si a usted le parece que no sería correr riesgo.
Ya podía imaginarse la selecta velada, cosas buenas podrían surgir de ella, nuevas alianzas podrían forjarse. Todos –los pocos y exclusivos invitados- unidos por lo mismo: el amor a la libertad y el odio a la inquisición.
La sinceridad era un bien que escaseaba en la sociedad que a ella la rodeaba, por eso Josephine la valoraba tanto. Desde que él piso su casa había hablado con la verdad, se había mostrado genuino en todo, comenzando por el rechazo del té y el pedido de una bebida fuerte. ¿Podría traicionarla alguien que llevaba como bandera la verdad? Creía que no, por eso lo ayudaría. La sinceridad con sinceridad se correspondía.
-Ya que puede sentir mi magia y yo su calor –le sonrió con sensualidad-, pongo también a su disposición mis habilidades en caso de que le puedan ser útiles en algún momento, querido mío.
No sabía realmente en qué se estaba metiendo, pero Josephine era así; no había medias tintas con ella. Cuando se brindaba lo hacía por completo, no daba en forma mezquina o acotada, sino con generosidad y entrega. No pensaba demasiado, se guiaba por sus instintos y ellos le decían que había hecho las cosas bien en lo tocante a su visita de esa tarde.
De pronto una idea llegó a ella y comenzó a tomar forma…
-Me gustaría que me contase algo más acerca de la orden, ¿qué planes próximos tienen? –Era justo, creía, que ella pudiese conocer algo más sobre la causa que estaba apoyando, sobre los soldados y el futuro-. Querido Fernand, ¿le parece a usted que podría contribuir en algo a la causa hacer algún tipo de encuentro secreto entre sus personas de confianza y algunas de las mías? Creo que podría conocer a gente interesada en apoyar a los rebeldes, pero que al igual que yo no pueden comprometerse con su cuerpo… Tal vez pudieran sumarse a mí siendo benefactores económicos y morales de la causa. Creo que podríamos hacer algún tipo de cena íntima en algunos días, puede ser aquí mismo si a usted le parece que no sería correr riesgo.
Ya podía imaginarse la selecta velada, cosas buenas podrían surgir de ella, nuevas alianzas podrían forjarse. Todos –los pocos y exclusivos invitados- unidos por lo mismo: el amor a la libertad y el odio a la inquisición.
Josephine De Lacy- Hechicero Clase Alta
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Re: Negociando con la Libertad [Privado]
Como mujer recorrida, Josephine carecía de rodeos pomposos y tontos. No descuidaba los modales, pero se notaba a la legua que valoraba más la transparencia que los refinamientos. Refulgía femineidad, pero también fortaleza. Fernand sonrió ante esa sincronía de energías que le recordó a su hermana Marie-Louise, quien no portaba ni la mitad de la indefensión que se deducía de su nombre.
Se relajó, pero mantuvo la atención. No podía bajar la guardia ni aunque así lo quisiera; era un licántropo. El combate estaba a la vista de quienes veían con el instinto. Por eso mismo no respondió con lo primero que le vino a la mente, es decir, hacer como si Josephine fuera uno más de la hermandad, invitarla a beber del trago más fuerte hasta que se perdiera del asco y confiarle su vida. No aún. Estaba en el terreno de ella, pero ¿qué pasaría si la llevaba consigo?
Pensó un momento en las ideas de la ilustre mujer, frunciendo el entrecejo a ratos, hasta que sacó una espontánea risa al final. La propuesta era lógica, pero irrealizable.
— ¿Usted, mi señora? ¿Cenando con un montón de bárbaros malolientes, incluyendo a quien le habla? Si fuera usted la anfitriona, sus despensas, sin importar lo atiborradas que estén, no darán abasto. Una plaga de ratas haría menos daño a su decoro. Por el contrario, si yo la presentara a… — interrumpió, volviendo a reír. — Mi pobre señora, no crea que me río de usted, pero imaginarla allí como Madame de Lacy, con sus tazas finas acompañando el estallido de los jarrones. Ya veo que me abofetea al finalizar… no, no aguantaría toda la noche allí. A mí me daría vergüenza que tuviera que pasar por eso. Amo a mis muchachos, sí, pero los amo tal cual son. Los conozco, mayormente. Y como los conozco, sé que tienen más en común con un perro vagabundo que con vuestra merced. Yo no soy diferente a ellos. Sólo crecí en un ambiente diferente, pero nuestras esencias son iguales.
La de los vórtices, muchas veces renegados de sus propias familias por tener ese ímpetu que pocos podían tolerar. Ni Fernand se soportaba en ocasiones, pero era ahí cuando contaba con el apoyo de los demás. Así era el sistema: si flaqueaba uno, los otros lo sostenían. Josephine tendría que sumergirse y comprender ese mecanismo antes de ofrecerle en bandeja de plata los secretos más importantes de los insurrectos.
— Temo que los insurrectos sólo le generarían problemas al llegar aquí. Tampoco podría usted presentarse como un tosco jinete; no son malas personas, pero no la tomarían en serio. Eso sería faltarle el respeto y no permitiré que lo hagan. — dijo esgrimiendo los problemas, pero aún le faltaba proponer una solución — Madame de Lacy no puede acompañarme. Sin embargo… Josephine sí podría.
Cometió el atrevimiento de llamarla por su nombre así sin más, con un propósito. Los apellidos eran los diferenciadores. Si quería conocer a los insurrectos, tendría que ir vestida como uno más. Ni más ni menos que cualquiera de ellos. Ella podía ser la benefactora, pero los valientes eran revolucionarios: valoraban los ideales, no el oro.
Se relajó, pero mantuvo la atención. No podía bajar la guardia ni aunque así lo quisiera; era un licántropo. El combate estaba a la vista de quienes veían con el instinto. Por eso mismo no respondió con lo primero que le vino a la mente, es decir, hacer como si Josephine fuera uno más de la hermandad, invitarla a beber del trago más fuerte hasta que se perdiera del asco y confiarle su vida. No aún. Estaba en el terreno de ella, pero ¿qué pasaría si la llevaba consigo?
Pensó un momento en las ideas de la ilustre mujer, frunciendo el entrecejo a ratos, hasta que sacó una espontánea risa al final. La propuesta era lógica, pero irrealizable.
— ¿Usted, mi señora? ¿Cenando con un montón de bárbaros malolientes, incluyendo a quien le habla? Si fuera usted la anfitriona, sus despensas, sin importar lo atiborradas que estén, no darán abasto. Una plaga de ratas haría menos daño a su decoro. Por el contrario, si yo la presentara a… — interrumpió, volviendo a reír. — Mi pobre señora, no crea que me río de usted, pero imaginarla allí como Madame de Lacy, con sus tazas finas acompañando el estallido de los jarrones. Ya veo que me abofetea al finalizar… no, no aguantaría toda la noche allí. A mí me daría vergüenza que tuviera que pasar por eso. Amo a mis muchachos, sí, pero los amo tal cual son. Los conozco, mayormente. Y como los conozco, sé que tienen más en común con un perro vagabundo que con vuestra merced. Yo no soy diferente a ellos. Sólo crecí en un ambiente diferente, pero nuestras esencias son iguales.
La de los vórtices, muchas veces renegados de sus propias familias por tener ese ímpetu que pocos podían tolerar. Ni Fernand se soportaba en ocasiones, pero era ahí cuando contaba con el apoyo de los demás. Así era el sistema: si flaqueaba uno, los otros lo sostenían. Josephine tendría que sumergirse y comprender ese mecanismo antes de ofrecerle en bandeja de plata los secretos más importantes de los insurrectos.
— Temo que los insurrectos sólo le generarían problemas al llegar aquí. Tampoco podría usted presentarse como un tosco jinete; no son malas personas, pero no la tomarían en serio. Eso sería faltarle el respeto y no permitiré que lo hagan. — dijo esgrimiendo los problemas, pero aún le faltaba proponer una solución — Madame de Lacy no puede acompañarme. Sin embargo… Josephine sí podría.
Cometió el atrevimiento de llamarla por su nombre así sin más, con un propósito. Los apellidos eran los diferenciadores. Si quería conocer a los insurrectos, tendría que ir vestida como uno más. Ni más ni menos que cualquiera de ellos. Ella podía ser la benefactora, pero los valientes eran revolucionarios: valoraban los ideales, no el oro.
Fernand de Louvencourt- Licántropo Clase Alta
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Re: Negociando con la Libertad [Privado]
Se desilusionó al oír los argumentos que su invitado esgrimió para rechazar su cortés convite, ya se había imaginado la magnífica velada… Rápida como era hasta había pensado en un menú especial que encargarle a la cocinera de su casa para agasajar a los soldados de las filas revolucionarias.
Cierto era que, si los insurrectos eran tan bárbaros como Fernand los describía, tal vez no tuvieran muchos temas en común con las amistades de madame De Lacy… pero ella deseaba conocerlos, pasar tiempo con ellos, ver a quienes estaba ayudando con su dinero.
-Oh, querido mío, siento no haber meditado mejor en la propuesta antes de hacérsela –le dijo, ocultando su fastidio por haber sido tan descuidada al hablar sin antes pensar-. Por supuesto que a Josephine le encanta la idea de acompañarle –dijo, sonriendo, como si no hablase de sí misma-. Quiero conocer a sus muchachos, estimado Fernand. No les temo, después de todo bien podría ser una de ellos… Dígame sus pertinentes recomendaciones y encantada lo seguiré el día que usted me indique. Me ilusiona la invitación, realmente.
¿En verdad podría ser y sentirse parte? A veces pensaba que no solo era la intolerancia lo que dividía a la sociedad… La Inquisición y la Orden de los Insurrectos pelearían siempre, queriendo que el otro bando se viese exterminado. Pero eso no era lo único que dividía a las personas… el dinero también lo hacía. ¿Cuantos soldados de Fernand podrían creerla una enemiga solo porque ella poseía oro y joyas? ¿Cuántos la odiarían por tener lo que ellos no? Quizás eso fuese más importante para ellos que el hecho de que ella también pudiera ser un objetivo para los hipócritas que asesinaban en nombre de Cristo… En el fondo, Josephine sabía que no solo los ayudaba movida por el deseo de acabar con el Tribunal de la Santa Inquisición, sino que lo hacía también como si quisiera disculparse por ser diferente, por tener dinero y posesiones. Detrás de su fachada, madame De Lacy solo quería ser parte de algo, ser aceptada.
-Dígame, mi querido, ¿desea otro trago? –le preguntó mientras se servía a sí misma té, jamás se cansaría de aquella infusión de menta-. Deseo ayudarles, no tenga dudas de eso, ¿cuánto dinero necesita? –le preguntó sin rodeos, pues él no respetaba el decoro y ella entendía que, entonces, no debía hacerlo tampoco-, ¿quiere que se lo dé para poder disponer usted mismo o prefiere que adquiera ropas y alimentos para luego hacérselos llegar? ¿Armas tal vez? –agregó, pensando que de seguro era lo que más necesitaban.
¿Dónde podría comprar armas? No lo sabía, pero podría averiguarlo. Después de todo París era una ciudad fácil de comprender y no debía ser difícil de hallar quien pudiera dar lo que una mujer de su posición pidiese.
Cierto era que, si los insurrectos eran tan bárbaros como Fernand los describía, tal vez no tuvieran muchos temas en común con las amistades de madame De Lacy… pero ella deseaba conocerlos, pasar tiempo con ellos, ver a quienes estaba ayudando con su dinero.
-Oh, querido mío, siento no haber meditado mejor en la propuesta antes de hacérsela –le dijo, ocultando su fastidio por haber sido tan descuidada al hablar sin antes pensar-. Por supuesto que a Josephine le encanta la idea de acompañarle –dijo, sonriendo, como si no hablase de sí misma-. Quiero conocer a sus muchachos, estimado Fernand. No les temo, después de todo bien podría ser una de ellos… Dígame sus pertinentes recomendaciones y encantada lo seguiré el día que usted me indique. Me ilusiona la invitación, realmente.
¿En verdad podría ser y sentirse parte? A veces pensaba que no solo era la intolerancia lo que dividía a la sociedad… La Inquisición y la Orden de los Insurrectos pelearían siempre, queriendo que el otro bando se viese exterminado. Pero eso no era lo único que dividía a las personas… el dinero también lo hacía. ¿Cuantos soldados de Fernand podrían creerla una enemiga solo porque ella poseía oro y joyas? ¿Cuántos la odiarían por tener lo que ellos no? Quizás eso fuese más importante para ellos que el hecho de que ella también pudiera ser un objetivo para los hipócritas que asesinaban en nombre de Cristo… En el fondo, Josephine sabía que no solo los ayudaba movida por el deseo de acabar con el Tribunal de la Santa Inquisición, sino que lo hacía también como si quisiera disculparse por ser diferente, por tener dinero y posesiones. Detrás de su fachada, madame De Lacy solo quería ser parte de algo, ser aceptada.
-Dígame, mi querido, ¿desea otro trago? –le preguntó mientras se servía a sí misma té, jamás se cansaría de aquella infusión de menta-. Deseo ayudarles, no tenga dudas de eso, ¿cuánto dinero necesita? –le preguntó sin rodeos, pues él no respetaba el decoro y ella entendía que, entonces, no debía hacerlo tampoco-, ¿quiere que se lo dé para poder disponer usted mismo o prefiere que adquiera ropas y alimentos para luego hacérselos llegar? ¿Armas tal vez? –agregó, pensando que de seguro era lo que más necesitaban.
¿Dónde podría comprar armas? No lo sabía, pero podría averiguarlo. Después de todo París era una ciudad fácil de comprender y no debía ser difícil de hallar quien pudiera dar lo que una mujer de su posición pidiese.
Josephine De Lacy- Hechicero Clase Alta
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Re: Negociando con la Libertad [Privado]
Fernand sonrió divertido ante lo insólito de la respuesta de Josephine, pero sin perder el serio asunto que los convocaba. Madame de Lacy podía no tener idea de dónde se estaba metiendo, pero eso la hacía más valiente. No importaba de dónde provinieran los rebeldes, si de una cuna de oro o de una caja de madera. La insurrección podía elegir cualquier recipiente y emerger con el mismo ardor.
— Nada más embriagante que su osadía, Madame de Lacy, cuyo brío derriba las fronteras que buscamos disolver. Esas que separan a mentes brillantes, tan profundas como la alta mar, por mezquindades de las elites. Venga conmigo, entonces. — dijo con un tono mayor, entusiasmado — Acompáñeme a la oscuridad, que no tiene nada que ver con el mal que venden las Iglesias y los filósofos. No bajará de nivel al mezclarse; será su horizonte el que se elevará. Es lo que puedo prometerle, además de discursos y desprolijidades.
Ya estaba accediendo a ella. Imaginaba a sus compañeros aplaudiéndole a la señora por su generosidad. Los hubiera traído con él, de no ser que hubieran salido de ahí vaciando la alacena. Madame de Lacy podía tener en común su condición sobrenatural, pero seguía siendo una Madame, y eso se tenía que respetar.
Fernand pensó unos segundos sobre la abierta oferta de Josephine. Cualquier otro impulsivo lo hubiera aceptado, pero el licántropo, además de ser impulsivo, tenía experiencia. Lo acompañaban los años, y le aconsejaron.
— El dinero llama a la corrupción, Madame. Quiero mantenerlo alejado de los hombres y mujeres que me acompañan. Lo que más buscamos es apoyo financiero traducido en distintos bienes, como refugios, armamento para aquellos cuyos dones no incluyen un arsenal intrínseco. Pero más que nada, la necesitamos a usted. Nade junto con nosotros por los mismos caudales hasta a desembocadura de la victoria. Sea nuestros ojos y oídos en los lugares a los que no podemos acceder. ¿Ya ve que las barreras son mentales? Sólo necesitamos de nosotros, de la cooperación mutua, y esas defensas que la Inquisición supone tener, se caen. Esa es la parte fácil, saber que nos mienten. Pero que no sepan que los desciframos, o tomarán acciones tras enterarse de que no pueden engañarnos.
— Nada más embriagante que su osadía, Madame de Lacy, cuyo brío derriba las fronteras que buscamos disolver. Esas que separan a mentes brillantes, tan profundas como la alta mar, por mezquindades de las elites. Venga conmigo, entonces. — dijo con un tono mayor, entusiasmado — Acompáñeme a la oscuridad, que no tiene nada que ver con el mal que venden las Iglesias y los filósofos. No bajará de nivel al mezclarse; será su horizonte el que se elevará. Es lo que puedo prometerle, además de discursos y desprolijidades.
Ya estaba accediendo a ella. Imaginaba a sus compañeros aplaudiéndole a la señora por su generosidad. Los hubiera traído con él, de no ser que hubieran salido de ahí vaciando la alacena. Madame de Lacy podía tener en común su condición sobrenatural, pero seguía siendo una Madame, y eso se tenía que respetar.
Fernand pensó unos segundos sobre la abierta oferta de Josephine. Cualquier otro impulsivo lo hubiera aceptado, pero el licántropo, además de ser impulsivo, tenía experiencia. Lo acompañaban los años, y le aconsejaron.
— El dinero llama a la corrupción, Madame. Quiero mantenerlo alejado de los hombres y mujeres que me acompañan. Lo que más buscamos es apoyo financiero traducido en distintos bienes, como refugios, armamento para aquellos cuyos dones no incluyen un arsenal intrínseco. Pero más que nada, la necesitamos a usted. Nade junto con nosotros por los mismos caudales hasta a desembocadura de la victoria. Sea nuestros ojos y oídos en los lugares a los que no podemos acceder. ¿Ya ve que las barreras son mentales? Sólo necesitamos de nosotros, de la cooperación mutua, y esas defensas que la Inquisición supone tener, se caen. Esa es la parte fácil, saber que nos mienten. Pero que no sepan que los desciframos, o tomarán acciones tras enterarse de que no pueden engañarnos.
Fernand de Louvencourt- Licántropo Clase Alta
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Re: Negociando con la Libertad [Privado]
Se estaba haciendo una idea de lo que era la Orden de los Insurrectos. En esa tarde, junto a su visitante, Josephine había descubierto más de lo que imaginaba, más de lo que esperaba.
Claro que salir de la seguridad de su casa, de su vida todoprotegida, era dar un gran paso. Ser parte activa –aunque no expuesta- de aquella organización requería un alto grado de valor, o de locura. Pero Josephine estaba cansada de ver desde lejos, de oír remotamente, estaba cansada de no levantarse contra las injusticias, contra el acoso y la falsa superioridad de la Iglesia. ¿Cuándo actuaría para defender lo que era, lo que creía, si no era ahora? Ya no era una jovencita, había vivido una buena vida, ¿cuántas oportunidades de hacer algo realmente significativo tendría?
Si no hubiera prestado especial atención a sus gestos cuando hablaba de ellos, si no hubiera sentido su pasión vibrar con poder capaz de cambiar la energía de aquella habitación, si no hubiese notado cierto dejo de orgullo en su voz al mencionarlos, Josephine podría haber creído que Fernand no confiaba en su gente. Lo que decía era cierto, el dinero llama a la corrupción, a la traición, porque era, y sería siempre, un imán para la codicia y el egoísmo. Nadie, si siquiera ellos dos que convenían y se entendían en aquel lugar, estaban inmunes a su influjo. Arribó entonces a la conclusión de que él confiaba en su gente, pero que no necesitaba tentarlos pasándoles el oro por las narices. Por cosas como aquella habían caído imperios.
-Es usted dueño de una sabiduría que abruma, estimado mío. Puedo asegurarle que a mí ya me tiene, me siento afortunada de ser parte de esto, de hacer algo por los míos, por los nuestros –concluyó, porque esa era la verdad, mientras lo miraba a los ojos. Se estaba contagiando de su pasión, no conocía a los rebeldes que él mentaba pero ya los consideraba en alta estima-. Lo acompañaré, como ya le he dicho, quiero conocer a sus muchachos, a mis compañeros. Porque eso somos, ¿no? Compañeros, cada uno luchando a su manera y en el puesto que le ha tocado, pero camaradas al fin. Cuente conmigo y con los suministros que necesite.
Claro que sería los ojos y los oídos de los rebeldes en la pacata sociedad. Creía que ese era el mejor puesto que podrían haberle dado, conocía a varios miembros importantes de la Orden Santa que, por supuesto, desconocían su naturaleza.
-El domingo por la noche asistiré a una cena de beneficencia, la organiza un matrimonio de inquisidores con los que las amistades en común me han obligado a codearme. Soy buena espía, Fernand, créame –le aseguró con una sonrisa de quien se halla seguro de sí y viendo la oportunidad perfecta para ser útil-. Sólo dígame como contactarle y así lo haré para pasarle un reporte detallado de lo que allí vea.
Claro que salir de la seguridad de su casa, de su vida todoprotegida, era dar un gran paso. Ser parte activa –aunque no expuesta- de aquella organización requería un alto grado de valor, o de locura. Pero Josephine estaba cansada de ver desde lejos, de oír remotamente, estaba cansada de no levantarse contra las injusticias, contra el acoso y la falsa superioridad de la Iglesia. ¿Cuándo actuaría para defender lo que era, lo que creía, si no era ahora? Ya no era una jovencita, había vivido una buena vida, ¿cuántas oportunidades de hacer algo realmente significativo tendría?
Si no hubiera prestado especial atención a sus gestos cuando hablaba de ellos, si no hubiera sentido su pasión vibrar con poder capaz de cambiar la energía de aquella habitación, si no hubiese notado cierto dejo de orgullo en su voz al mencionarlos, Josephine podría haber creído que Fernand no confiaba en su gente. Lo que decía era cierto, el dinero llama a la corrupción, a la traición, porque era, y sería siempre, un imán para la codicia y el egoísmo. Nadie, si siquiera ellos dos que convenían y se entendían en aquel lugar, estaban inmunes a su influjo. Arribó entonces a la conclusión de que él confiaba en su gente, pero que no necesitaba tentarlos pasándoles el oro por las narices. Por cosas como aquella habían caído imperios.
-Es usted dueño de una sabiduría que abruma, estimado mío. Puedo asegurarle que a mí ya me tiene, me siento afortunada de ser parte de esto, de hacer algo por los míos, por los nuestros –concluyó, porque esa era la verdad, mientras lo miraba a los ojos. Se estaba contagiando de su pasión, no conocía a los rebeldes que él mentaba pero ya los consideraba en alta estima-. Lo acompañaré, como ya le he dicho, quiero conocer a sus muchachos, a mis compañeros. Porque eso somos, ¿no? Compañeros, cada uno luchando a su manera y en el puesto que le ha tocado, pero camaradas al fin. Cuente conmigo y con los suministros que necesite.
Claro que sería los ojos y los oídos de los rebeldes en la pacata sociedad. Creía que ese era el mejor puesto que podrían haberle dado, conocía a varios miembros importantes de la Orden Santa que, por supuesto, desconocían su naturaleza.
-El domingo por la noche asistiré a una cena de beneficencia, la organiza un matrimonio de inquisidores con los que las amistades en común me han obligado a codearme. Soy buena espía, Fernand, créame –le aseguró con una sonrisa de quien se halla seguro de sí y viendo la oportunidad perfecta para ser útil-. Sólo dígame como contactarle y así lo haré para pasarle un reporte detallado de lo que allí vea.
Josephine De Lacy- Hechicero Clase Alta
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Re: Negociando con la Libertad [Privado]
No tenía sentido, pero esa mujer hacía nacer en Fernand la ternura, ¿o era empatía? No era bueno identificando los sentimientos, ninguno de ellos. Se guiaba por los instintos, y ella le olía bien. Si él no hubiera nacido hombre o rebelde, Josephine hubiera sido su amiga de la infancia y hasta prometida en la adultez. Hubieran sido los novios más respetuosos el uno con el otro, pero los más detestados por el resto de la alta sociedad, por esas bocas flojas, faltas de la propiedad de la refinada hipocresía.
Ella era inteligente. Con gusto la hubiera invitado a mezclarse con los pulgosos, si ella tuviera tanto que perder, pero ya estaba ofreciendo más de lo que haría un bondadoso demente. No podía explotarla tanto, o estaría cortando su cabeza. Fernand venía con sueños en su alma, sueños que le hacían dedicar su valentía a la causa de la Orden de los Insurrectos, pero arrastrar a colaboradores un destino que debía pesar sobre los pilares de la institución, eso no tenía nada de honor.
— Si va a ese agujero del infierno, que es la mejor estrategia que usted podría adoptar, será mejor que no nos encontremos. Sería yo entonces su peor enemigo, no ellos. — dijo antes de rememorar una escena de sus años mozos — Una vez estaba amarrado en el calabozo, luego de mi primera revuelta. Se dieron cuenta de que no había actuado solo, pero los demás alcanzaron a escapar. Cuando esos malnacidos entraron y preguntaron quién me había ayudado, la única respuesta que tuve fue escupirles y así lo hice. Cuando caí al suelo, era una masa inerte, sin otro sentimiento que un profundo dolor. Era prácticamente un cadáver. Fui condenado a muerte porque ofrecí mi espada para luchar contra toda tiranía y desigualdad entre los hombres, incluso aquellos que no aparecemos en la Biblia. Pero a usted no la condenarán, astuta Madame, porque no la descubrirán. No pueden hacerlo. No será por mí que lo hagan.
Estaba siendo tajante, rotundo, pero estaba protegiendo a su aliada. Al final, suavizó la expresión y tomó ambas manos de ella para que se fiara de sus intenciones. No quería excluirla; estaba tan seguro de que ella lograría lo que se proponía, que no confiaba en que sus huellas lupinas no la delatarían.
— Madame, no importa que no nos veamos. Mi gente es la que lucha conmigo por la libertad. Quien que defiende su patria es un buen soldado. Pero quien ofrece su sangre, tiene una misión mayor.
Ella era inteligente. Con gusto la hubiera invitado a mezclarse con los pulgosos, si ella tuviera tanto que perder, pero ya estaba ofreciendo más de lo que haría un bondadoso demente. No podía explotarla tanto, o estaría cortando su cabeza. Fernand venía con sueños en su alma, sueños que le hacían dedicar su valentía a la causa de la Orden de los Insurrectos, pero arrastrar a colaboradores un destino que debía pesar sobre los pilares de la institución, eso no tenía nada de honor.
— Si va a ese agujero del infierno, que es la mejor estrategia que usted podría adoptar, será mejor que no nos encontremos. Sería yo entonces su peor enemigo, no ellos. — dijo antes de rememorar una escena de sus años mozos — Una vez estaba amarrado en el calabozo, luego de mi primera revuelta. Se dieron cuenta de que no había actuado solo, pero los demás alcanzaron a escapar. Cuando esos malnacidos entraron y preguntaron quién me había ayudado, la única respuesta que tuve fue escupirles y así lo hice. Cuando caí al suelo, era una masa inerte, sin otro sentimiento que un profundo dolor. Era prácticamente un cadáver. Fui condenado a muerte porque ofrecí mi espada para luchar contra toda tiranía y desigualdad entre los hombres, incluso aquellos que no aparecemos en la Biblia. Pero a usted no la condenarán, astuta Madame, porque no la descubrirán. No pueden hacerlo. No será por mí que lo hagan.
Estaba siendo tajante, rotundo, pero estaba protegiendo a su aliada. Al final, suavizó la expresión y tomó ambas manos de ella para que se fiara de sus intenciones. No quería excluirla; estaba tan seguro de que ella lograría lo que se proponía, que no confiaba en que sus huellas lupinas no la delatarían.
— Madame, no importa que no nos veamos. Mi gente es la que lucha conmigo por la libertad. Quien que defiende su patria es un buen soldado. Pero quien ofrece su sangre, tiene una misión mayor.
Fernand de Louvencourt- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/03/2017
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Re: Negociando con la Libertad [Privado]
Entendía. Eran diferentes piezas de un mismo engranaje. Él los había desafiado cara a cara, todos sus enemigos conocían la cara del abanderado de los rebeldes. Ella, en cambio, podía ser efectiva –causar un daño efectivo- desde las sombras, sin mostrarse, sin embanderarse. Debía hacer su jugada con astucia, con inteligencia.
Claro que ella no creía que estuviese haciendo suficiente. No podía verlo. En cambio sí volvía a sentir el dolor por la muerte de su amiga querida, masacrada a manos de esos hipócritas, sí recordaba los gritos de miles que morían en las hogueras… ¿por qué? ¿por tener poderes que jamás habían deseado tener? Ella no había pedido tener aquella magia recorriéndole el cuerpo, sus poderes la habían encontrado –en cambio- y ya a edad adulta. ¿Qué culpa podía tener?
Todo aquello la movilizaba más de lo que deseaba, la conmocionaba y no pudo evitar que eso se reflejase en su rostro.
-Disculpe mi sensiblería –le dijo y buscó su pañuelo de seda de en el bolsillo interno de su vestido para poder secarse la única lágrima que no había podido contener-. Mi emoción no sólo se debe a sus palabras tan acertadas y halagüeñas… Todo esto me ha recordado el verdadero motivo por el que me he lanzado a ofrecerle toda la ayuda que pueda darle sin pensarlo demasiado –Claro que lo había hecho porque sentía suya la causa de Fernand y sus seguidores, pero también tenía un motivo más íntimo y por fin se animaría a confiárselo, pues creía que la entendería. Había pasado poco más de una hora desde que el hombre había llegado a su casa, pero Josephine De Lacy ya sentía confianza con él, como si fuesen viejos conocidos. Sabía bien, lo intuía, que él no la traicionaría y que respetaría su dolor-: Quiero ayudarles y ser parte de esto en honor a una muy buena amiga mía, Marila. Ella… ella fue asesinada delante de miles de personas que parecían disfrutar el espectáculo –le dijo, y su voz se fue debilitando a causa de la angustia. Josephine volvió a secarse las lágrimas antes de continuar-. Ella no quería ser hechicera, así como no lo he querido yo… No elegimos ser lo que somos, nadie puede hacerlo. No puedo poner en palabras la crueldad que se respiraba en aquella plaza, querido mío. Aunque quisiese hacerlo no podría. Había maldad, regocijo en el dolor de alguien que era inocente pues no podía aspirar a dejar de ser quien por naturaleza era… Yo quiero sentir que hago, de alguna forma, justicia por ella. Quiero ser parte de la orden, ocupando el lugar que me toque ocupar, para que no haya más inocentes condenadas por ser quienes no pueden dejar de ser.
Claro que ella no creía que estuviese haciendo suficiente. No podía verlo. En cambio sí volvía a sentir el dolor por la muerte de su amiga querida, masacrada a manos de esos hipócritas, sí recordaba los gritos de miles que morían en las hogueras… ¿por qué? ¿por tener poderes que jamás habían deseado tener? Ella no había pedido tener aquella magia recorriéndole el cuerpo, sus poderes la habían encontrado –en cambio- y ya a edad adulta. ¿Qué culpa podía tener?
Todo aquello la movilizaba más de lo que deseaba, la conmocionaba y no pudo evitar que eso se reflejase en su rostro.
-Disculpe mi sensiblería –le dijo y buscó su pañuelo de seda de en el bolsillo interno de su vestido para poder secarse la única lágrima que no había podido contener-. Mi emoción no sólo se debe a sus palabras tan acertadas y halagüeñas… Todo esto me ha recordado el verdadero motivo por el que me he lanzado a ofrecerle toda la ayuda que pueda darle sin pensarlo demasiado –Claro que lo había hecho porque sentía suya la causa de Fernand y sus seguidores, pero también tenía un motivo más íntimo y por fin se animaría a confiárselo, pues creía que la entendería. Había pasado poco más de una hora desde que el hombre había llegado a su casa, pero Josephine De Lacy ya sentía confianza con él, como si fuesen viejos conocidos. Sabía bien, lo intuía, que él no la traicionaría y que respetaría su dolor-: Quiero ayudarles y ser parte de esto en honor a una muy buena amiga mía, Marila. Ella… ella fue asesinada delante de miles de personas que parecían disfrutar el espectáculo –le dijo, y su voz se fue debilitando a causa de la angustia. Josephine volvió a secarse las lágrimas antes de continuar-. Ella no quería ser hechicera, así como no lo he querido yo… No elegimos ser lo que somos, nadie puede hacerlo. No puedo poner en palabras la crueldad que se respiraba en aquella plaza, querido mío. Aunque quisiese hacerlo no podría. Había maldad, regocijo en el dolor de alguien que era inocente pues no podía aspirar a dejar de ser quien por naturaleza era… Yo quiero sentir que hago, de alguna forma, justicia por ella. Quiero ser parte de la orden, ocupando el lugar que me toque ocupar, para que no haya más inocentes condenadas por ser quienes no pueden dejar de ser.
Josephine De Lacy- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/02/2017
Re: Negociando con la Libertad [Privado]
Los recuerdos más bellos y culposos resurgían bellamente de Josephine. Eso, según Fernand, hacía a los seres sobrenaturales tan dignos como cualquier ser humano: poder reflejar los sentimientos propios en los ajenos. Se despejaban las dudas y brillaban las mentes naturalmente hermanas. Por eso levantaba la cabeza ante cualquier adversario, por eso lo movía más el abrazo de un amigo que el rencor contra los enemigos; porque no quería dejar de escuchar los aullidos de los libres; porque cubrir la piel desnuda de un cambiante era tan absurdo pretender apagar el sol; porque aceptaba la magia como el lenguaje del cosmos a través de la humanidad. Ese tesoro, la Inquisición no se lo iba a quitar.
Se levantó de su asiento sólo para hincarse a la altura de su anfitriona. ¿Disculparse ella? ¿Por qué, si esos sentimientos eran los que mantenían viva su revolución?
— Eso es, exactamente, lo que no podemos perder: Nuestra capacidad de asombro y empatía. Somos diferentes, pero no antagónicos como nos quieren hacer creer. Nada de lo que ocurre nos puede insensibilizar; no podemos permitirlo. Después del miedo constante que los poderosos engendran en el pueblo que juraron proteger, viene la indiferencia, esa consecuencia que se instala en la sociedad y la fuerza a cooperar con los victimarios. Usted tiene esa llama que compartimos todos en la Orden. La certeza de que no se puede dormir ni comer en paz teniendo encima a los depredadores de la libertad. — suspiró de pesar por las almas perdidas, pero con los ojos altivos, rebosantes de determinación — Si usted cumple con lo dicho, la muerte de Marila salvará a cientos como ella de la hoguera, la manipulación y las torturas. Esto va más allá de luchar por nuestras vidas. Estamos jugándonos el mundo que recibirá a sus hijos, Madame.
El tiempo se deslizaba con mayor velocidad a medida que ambos interlocutores avanzaban en la conversación, pero para ellos se suspendía el reloj, pues los pensamientos no conocían de minutos ni de horas; sólo de trascendencia. Por desgracia, las amenazas no descansaban, y de vez en cuando Fernand lo recordaba como si su conciencia le susurrara.
El caudillo se reincorporó y cambió el semblante. Estaba pasando demasiado rato en un mismo sitio y debía moverse.
— Señora, por el bien de ambos debo partir. No le diga a su servidumbre que me he ido todavía. Espere una hora o dos. Nunca se sabemos qué ojos pueden estar observando. — pero antes de ponerse completamente en alerta, Fernand sonrió gentil a Josephine. Era una mujer para la sociedad, pero la veía como a una igual. — Si no contraviene a sus deseos, volverá a saber de mí.
Se levantó de su asiento sólo para hincarse a la altura de su anfitriona. ¿Disculparse ella? ¿Por qué, si esos sentimientos eran los que mantenían viva su revolución?
— Eso es, exactamente, lo que no podemos perder: Nuestra capacidad de asombro y empatía. Somos diferentes, pero no antagónicos como nos quieren hacer creer. Nada de lo que ocurre nos puede insensibilizar; no podemos permitirlo. Después del miedo constante que los poderosos engendran en el pueblo que juraron proteger, viene la indiferencia, esa consecuencia que se instala en la sociedad y la fuerza a cooperar con los victimarios. Usted tiene esa llama que compartimos todos en la Orden. La certeza de que no se puede dormir ni comer en paz teniendo encima a los depredadores de la libertad. — suspiró de pesar por las almas perdidas, pero con los ojos altivos, rebosantes de determinación — Si usted cumple con lo dicho, la muerte de Marila salvará a cientos como ella de la hoguera, la manipulación y las torturas. Esto va más allá de luchar por nuestras vidas. Estamos jugándonos el mundo que recibirá a sus hijos, Madame.
El tiempo se deslizaba con mayor velocidad a medida que ambos interlocutores avanzaban en la conversación, pero para ellos se suspendía el reloj, pues los pensamientos no conocían de minutos ni de horas; sólo de trascendencia. Por desgracia, las amenazas no descansaban, y de vez en cuando Fernand lo recordaba como si su conciencia le susurrara.
El caudillo se reincorporó y cambió el semblante. Estaba pasando demasiado rato en un mismo sitio y debía moverse.
— Señora, por el bien de ambos debo partir. No le diga a su servidumbre que me he ido todavía. Espere una hora o dos. Nunca se sabemos qué ojos pueden estar observando. — pero antes de ponerse completamente en alerta, Fernand sonrió gentil a Josephine. Era una mujer para la sociedad, pero la veía como a una igual. — Si no contraviene a sus deseos, volverá a saber de mí.
Fernand de Louvencourt- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/03/2017
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Re: Negociando con la Libertad [Privado]
Las cosas habían comenzado con algunas dudas y cierto recelo entre ellos, pero con el correr del tiempo que habían compartido allí, Josephine había podido sentir y entender quién era aquella persona que tenía delante y cuál era el motor de su vida. La visita de Fernand había sido enriquecedora –vaya paradoja, siendo que en verdad el revolucionario se había presentado para pedirle que financiase parte de su causa-, Josphine ya no era la misma mujer que se había despertado en la mañana. Se sentía más libre, más ligera y ciertamente empoderada.
-Gracias por su visita, mi querido –le dijo con su voz más sincera y se puso de pie para quedar frente a él-, su compañía ha sido muy grata para esta viuda que rara vez puede hablar sin tapujos con alguien. Ha sido un honor recibirle, Fernand, le pido que no dude en acercarse a mí en cuanto crea que haya algo más en lo que le pueda ayudar, siempre que esté a mi alcance yo estaré dispuesta –le aseguró con una sonrisa, las lágrimas le habían dulcificado la mirada.
Le pareció excesivo el cuidado que él ponía en su partida, mas se cuidó de no mencionarlo. Entendía que aquel hombre –al haber sido parte activa de la inquisición- sabía cosas que ella no, principalmente acerca de los manejos que utilizaban en la Orden enemiga. Sabía bien cómo y qué hacían los opositores y entonces ningún cuidado que él quisiese tener sería tomado a la ligera, al menos no por ella.
Le dio indicaciones para que con sigilo pudiese llegarse hasta una puerta lateral que comunicaba la sala de música con los jardines. Nadie le vería salir por allí, mucho menos a esas horas que el personal ya estaba abocado a la preparación de la cena.
-Descuide, pensarán que usted me acompañará a cenar esta noche. De seguro no imaginan que usted ya se marcha. Esperaré noticias suyas, Fernand –le dijo, con un gesto de despedida-, que regrese con bien a su refugio –le deseó antes de verlo marcharse.
-Gracias por su visita, mi querido –le dijo con su voz más sincera y se puso de pie para quedar frente a él-, su compañía ha sido muy grata para esta viuda que rara vez puede hablar sin tapujos con alguien. Ha sido un honor recibirle, Fernand, le pido que no dude en acercarse a mí en cuanto crea que haya algo más en lo que le pueda ayudar, siempre que esté a mi alcance yo estaré dispuesta –le aseguró con una sonrisa, las lágrimas le habían dulcificado la mirada.
Le pareció excesivo el cuidado que él ponía en su partida, mas se cuidó de no mencionarlo. Entendía que aquel hombre –al haber sido parte activa de la inquisición- sabía cosas que ella no, principalmente acerca de los manejos que utilizaban en la Orden enemiga. Sabía bien cómo y qué hacían los opositores y entonces ningún cuidado que él quisiese tener sería tomado a la ligera, al menos no por ella.
Le dio indicaciones para que con sigilo pudiese llegarse hasta una puerta lateral que comunicaba la sala de música con los jardines. Nadie le vería salir por allí, mucho menos a esas horas que el personal ya estaba abocado a la preparación de la cena.
-Descuide, pensarán que usted me acompañará a cenar esta noche. De seguro no imaginan que usted ya se marcha. Esperaré noticias suyas, Fernand –le dijo, con un gesto de despedida-, que regrese con bien a su refugio –le deseó antes de verlo marcharse.
FIN DEL TEMA
Josephine De Lacy- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/02/2017
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