AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Take me somewhere nice | Privado
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Take me somewhere nice | Privado
Cuatro días habían pasado desde que se llevara a cabo la catastrófica cena. Siobhan y su madre seguían disgustadas, y la molestia de la segunda era tal, en especial ahora que Slevin pasaba mucho más tiempo con su hija, que la idea de una posible reconciliación, sencillamente parecía imposible. La jovencita no había vuelto a tocar el tema, por el contrario, hacía un gran esfuerzo por sonreír, por mantenerse alegre, pero aunque Slevin no fuera ningún experto adivinando lo que le ocurría a las personas que lo rodeaban, intuía que algo andaba mal. En ocasiones la sorprendía suspirando, con la mirada pérdida, como si algo la tuviera afligida. Slevin era ingenuo, pero también lo bastante inteligente para ser capaz de atar cabos y sacar sus propias conclusiones. Éstas no siempre eran atinadas, pero en esta ocasión era casi imposible que hubiera un error.
Muy cerca de las ocho de la noche, Slevin se acercó a la cama donde la muchacha yacía recostada, y se sentó en una esquina de la misma. Al inicio se quedó allí, en silencio, durante un largo rato, con la mirada revoloteando de un objeto a otro, sintiéndose incapaz de decir algo. No sabía cómo abordar el tema. Mas la inocente sinceridad que lo caracterizaba no tardaría en aparecer.
—Tu madre me odia —se aventuró a afirmar, luego de algunos minutos transcurridos en absoluto silencio—. Es solo que no logro entender el verdadero motivo. ¿Fue porque dije que te espiaba? —arrugó el ceño, recordando a la perfección cada palabra, cada uno de los gestos que la señora Lundqvist le había dedicado. Sin duda, era una mujer enérgica. Luego de que confesara ese pequeño detalle, era que ella había comenzado a gritarle, perdiendo el control.
—Es cierto, te espiaba —admitió nuevamente, aunque a diferencia de cómo lo había dicho en la cena, esta vez con un poco de pesar, como si le resultara algo bochornoso—. Te observé cada día a través de mi ventana. Es que… no sabía cómo acercarme a ti. Tenía miedo. Me sentía más seguro en mi casa. Al menos allí no podías ver lo torpe que soy.
Sí, torpe, así era como opinaba de él todo el mundo. Era cruel, pero también era algo que no podía negarse y que él, de cierta forma, había llegado a aceptar de sí mismo. Lo que le preocupaba era que ella lo viera como a un ser dependiente, lo más parecido a un niño. Y él, definitivamente, hacía mucho que había dejado de serlo. Tenía treinta años y sentía la extraña necesidad de empezar a sentirse como un hombre.
—Siobhan, ¿tú también crees que soy idiota? —inquirió, haciendo un gran esfuerzo por mantener la vista enfocada en un punto que en realidad le gustaba mucho observar: sus ojos.
Quería que le hablara, que fuera sincera con él, incluso si debía ser cruel en sus opiniones, como todos los demás.
Muy cerca de las ocho de la noche, Slevin se acercó a la cama donde la muchacha yacía recostada, y se sentó en una esquina de la misma. Al inicio se quedó allí, en silencio, durante un largo rato, con la mirada revoloteando de un objeto a otro, sintiéndose incapaz de decir algo. No sabía cómo abordar el tema. Mas la inocente sinceridad que lo caracterizaba no tardaría en aparecer.
—Tu madre me odia —se aventuró a afirmar, luego de algunos minutos transcurridos en absoluto silencio—. Es solo que no logro entender el verdadero motivo. ¿Fue porque dije que te espiaba? —arrugó el ceño, recordando a la perfección cada palabra, cada uno de los gestos que la señora Lundqvist le había dedicado. Sin duda, era una mujer enérgica. Luego de que confesara ese pequeño detalle, era que ella había comenzado a gritarle, perdiendo el control.
—Es cierto, te espiaba —admitió nuevamente, aunque a diferencia de cómo lo había dicho en la cena, esta vez con un poco de pesar, como si le resultara algo bochornoso—. Te observé cada día a través de mi ventana. Es que… no sabía cómo acercarme a ti. Tenía miedo. Me sentía más seguro en mi casa. Al menos allí no podías ver lo torpe que soy.
Sí, torpe, así era como opinaba de él todo el mundo. Era cruel, pero también era algo que no podía negarse y que él, de cierta forma, había llegado a aceptar de sí mismo. Lo que le preocupaba era que ella lo viera como a un ser dependiente, lo más parecido a un niño. Y él, definitivamente, hacía mucho que había dejado de serlo. Tenía treinta años y sentía la extraña necesidad de empezar a sentirse como un hombre.
—Siobhan, ¿tú también crees que soy idiota? —inquirió, haciendo un gran esfuerzo por mantener la vista enfocada en un punto que en realidad le gustaba mucho observar: sus ojos.
Quería que le hablara, que fuera sincera con él, incluso si debía ser cruel en sus opiniones, como todos los demás.
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Daulte Claythorne- Vampiro Clase Alta
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Re: Take me somewhere nice | Privado
La vida era demasiado complicada. En muchas ocasiones se cuestionaba si en realidad valía la pena tanta rebeldía. En ocasiones se sentía una loca, creía que sus hermanos eran sueños confusos y lejanos, que en realidad nunca habían existido. Ya no recordaba el sonido de su voz, mucho menos el olor de su cuerpo. Todo era tan confuso, en ocasiones cuestionaba si era bueno salir adelante, o dejarse vencer. Dejar que las reglas de sus padres hablaran, era una gran ventaja, no debía complicarse la existencia.
Slevin le ocasionaba muchos problemas, al menos a su madre, porque para ella era un gran alivio. Aquellos meses que vivió en París fueron suficientes para saber lo que quería o no quería en su vida, también le hizo comprender de quienes se debía alejar. Él era único, el caso de diferencia entre tanta maldad. La realidad ocasionaba más molestia que vivir encerrados entre sus fantasías.
Ella lo quería, aunque no estaba segura que tanto lo hacía. Su mundo tomó un rumbo distinto al conocerlo, ya no se trataba sólo de la búsqueda de sus hermanos, ahora se encontraban ellos luchando contra el mundo prejuicioso de su progenitora.
- No te odia – Buscó tranquilizar al pobre muchacho. Desde aquella riña en medio de una cena no volvió a verlo sonreír con espontaneidad. Cosa que le preocupaba. – A veces ni ella misma puede ver con claridad a las personas que valen la pena, es una especie de maleficio. – Bromeó intentando restarle importancia a la situación.
Mientras hablaban, no despegaba la vista de las figuras que iba encontrando en el techo. Sólo fue esa inesperada pregunta lo que la hizo voltear por completo. Sintió una gran pinzada en medio del pecho. La molestia apareció y no pudo evitarlo.
- Tú pregunta es ofensiva y dolorosa – Aclaró con tono amargo. ¿Tanta era la mala influencia de su madre en aquel ambiente que lo hacía dudar de él mismo? - ¿Quién te ha dicho idiota? – “Además de toda la gente malvada” se dijo en su interior. – No lo eres, y no lo creo. Nunca llegue a pensarlo o a cuestionarme tal cosa. – Sonrió en medio de la pausa en sus oraciones. – Creo que eres de los hombres más inteligentes del mundo, sin embargo te expresas de distinta manera, por eso eres tan especial – Lo animó.
Siobhan creía que el muchacho era fascinante. A pesar de su timidez y temores, nunca renunciaba a las cosas, se arriesgaba y corría riesgos, cosa que muchas personas “normales” ni siquiera intentaban hacer. ¿Por qué juzgar tanto lo desconocido?
- Ven aquí – Se sentó en la cama dejando que él pudiera tener un poco más de espacio y se acercara. – Mi madre tiene miedo de ti porque le recuerdas algo que hizo, algo malo – Historias que no se habían contado – Mis hermanos son igual de especiales que tú. Ella no lo vio de esa manera, así que los envío lejos. Ahora que te ve conmigo tiene miedo, es todo – Se encogió de hombros y dejó que el procesara las palabras que le dedicó, algo que sin duda no tenía nada de malo, sólo lo veía mal su madre.
- No esperes a agradar a la gente, no todo el mundo puede ser grato para ti, hay gente mala, gente que disfruta haciendo daño, depende de nosotros no prestarles atención. – Intentaba animarlo mientras le acariciaba su espesa melena negra. – Yo te quiero, ¿eso te parece bueno o malo? – La interrogante los llevaría a platicas y reflexiones que podían ayudarles contra los obstáculos de la vida.
Slevin le ocasionaba muchos problemas, al menos a su madre, porque para ella era un gran alivio. Aquellos meses que vivió en París fueron suficientes para saber lo que quería o no quería en su vida, también le hizo comprender de quienes se debía alejar. Él era único, el caso de diferencia entre tanta maldad. La realidad ocasionaba más molestia que vivir encerrados entre sus fantasías.
Ella lo quería, aunque no estaba segura que tanto lo hacía. Su mundo tomó un rumbo distinto al conocerlo, ya no se trataba sólo de la búsqueda de sus hermanos, ahora se encontraban ellos luchando contra el mundo prejuicioso de su progenitora.
- No te odia – Buscó tranquilizar al pobre muchacho. Desde aquella riña en medio de una cena no volvió a verlo sonreír con espontaneidad. Cosa que le preocupaba. – A veces ni ella misma puede ver con claridad a las personas que valen la pena, es una especie de maleficio. – Bromeó intentando restarle importancia a la situación.
Mientras hablaban, no despegaba la vista de las figuras que iba encontrando en el techo. Sólo fue esa inesperada pregunta lo que la hizo voltear por completo. Sintió una gran pinzada en medio del pecho. La molestia apareció y no pudo evitarlo.
- Tú pregunta es ofensiva y dolorosa – Aclaró con tono amargo. ¿Tanta era la mala influencia de su madre en aquel ambiente que lo hacía dudar de él mismo? - ¿Quién te ha dicho idiota? – “Además de toda la gente malvada” se dijo en su interior. – No lo eres, y no lo creo. Nunca llegue a pensarlo o a cuestionarme tal cosa. – Sonrió en medio de la pausa en sus oraciones. – Creo que eres de los hombres más inteligentes del mundo, sin embargo te expresas de distinta manera, por eso eres tan especial – Lo animó.
Siobhan creía que el muchacho era fascinante. A pesar de su timidez y temores, nunca renunciaba a las cosas, se arriesgaba y corría riesgos, cosa que muchas personas “normales” ni siquiera intentaban hacer. ¿Por qué juzgar tanto lo desconocido?
- Ven aquí – Se sentó en la cama dejando que él pudiera tener un poco más de espacio y se acercara. – Mi madre tiene miedo de ti porque le recuerdas algo que hizo, algo malo – Historias que no se habían contado – Mis hermanos son igual de especiales que tú. Ella no lo vio de esa manera, así que los envío lejos. Ahora que te ve conmigo tiene miedo, es todo – Se encogió de hombros y dejó que el procesara las palabras que le dedicó, algo que sin duda no tenía nada de malo, sólo lo veía mal su madre.
- No esperes a agradar a la gente, no todo el mundo puede ser grato para ti, hay gente mala, gente que disfruta haciendo daño, depende de nosotros no prestarles atención. – Intentaba animarlo mientras le acariciaba su espesa melena negra. – Yo te quiero, ¿eso te parece bueno o malo? – La interrogante los llevaría a platicas y reflexiones que podían ayudarles contra los obstáculos de la vida.
Siobhan Lundqvist- Humano Clase Alta
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Re: Take me somewhere nice | Privado
Le miró fijamente, y con los ojos muy abiertos, casi sin pestañear, escuchó con mucha atención. Procuraba hacerlo de ese modo cada vez que conversaban, pues al ser naturalmente ansioso y distraído, era sencillo perderse entre tanta información. Ésta vez logró concentrarse verdaderamente en la charla y no perdió detalle. Algo lo impactó: ella tenía hermanos, y además aseguraba que eran como él. Al inicio creyó que tal vez Siobhan se refería al físico, a que eran altos, esbeltos, pelo castaño, ojos claros, un pensamiento bastante ingenuo de su parte, pero luego de analizarlo un poco en completo silencio, con mucho detenimiento y poniendo su mejor esfuerzo, comprendió que hablaba de su padecimiento.
Así que hay otros. No soy el único, reflexionó por un instante. Otro en su lugar habría hecho mil preguntas o brindado palabras de aliento a su amada, después de todo, acababa de confesarle un secreto familiar, uno que evidentemente le causaba dolor y angustia. En lugar de eso, Slevin decidió no hablar del tema, como si aquello no le interesara en lo más mínimo, y se concentró en otra cosa: el rostro de Siobhan, que tenía a escasos centímetros.
Ella era hermosa, y él sólo un muchacho atolondrado, retraído, ingenuo, pero seguía siendo humano y, aunque a veces su comportamiento fuera más similar al de un niño, también era un hombre. Lentamente, se acercó y con su mano rozó el rostro de la joven. Era tan suave. ¿El resto de su cuerpo se sentiría igual? Decidió aventurarse. Bajó un dedo hasta el hombro de Siobhan, acariciándolo. Sí, era como la seda. Fuertes latidos en su pecho, un notorio cambio en su respiración y un calor que le ascendía llegando hasta sus mejillas. Su cuerpo se encargó de expresar lo que él no era capaz de decir con palabras. Quería estar con ella. La deseaba como un hombre desea a una mujer. La idea lo ponía muy nervioso, quizá hasta lo asustaba un poco, pero también lo estremecía.
Decidió no pensar e hizo lo que rara vez hacía: simplemente obedecer a lo que su cuerpo le pedía. Se inclinó lentamente y apoyó los labios en los ajenos. La besó. Fue un beso que inició torpemente, pero que con el paso de los segundos fue adquiriendo forma, hasta convertirse en algo sumamente agradable y tan satisfactorio como nada que fuera capaz de recordar.
Así que hay otros. No soy el único, reflexionó por un instante. Otro en su lugar habría hecho mil preguntas o brindado palabras de aliento a su amada, después de todo, acababa de confesarle un secreto familiar, uno que evidentemente le causaba dolor y angustia. En lugar de eso, Slevin decidió no hablar del tema, como si aquello no le interesara en lo más mínimo, y se concentró en otra cosa: el rostro de Siobhan, que tenía a escasos centímetros.
Ella era hermosa, y él sólo un muchacho atolondrado, retraído, ingenuo, pero seguía siendo humano y, aunque a veces su comportamiento fuera más similar al de un niño, también era un hombre. Lentamente, se acercó y con su mano rozó el rostro de la joven. Era tan suave. ¿El resto de su cuerpo se sentiría igual? Decidió aventurarse. Bajó un dedo hasta el hombro de Siobhan, acariciándolo. Sí, era como la seda. Fuertes latidos en su pecho, un notorio cambio en su respiración y un calor que le ascendía llegando hasta sus mejillas. Su cuerpo se encargó de expresar lo que él no era capaz de decir con palabras. Quería estar con ella. La deseaba como un hombre desea a una mujer. La idea lo ponía muy nervioso, quizá hasta lo asustaba un poco, pero también lo estremecía.
Decidió no pensar e hizo lo que rara vez hacía: simplemente obedecer a lo que su cuerpo le pedía. Se inclinó lentamente y apoyó los labios en los ajenos. La besó. Fue un beso que inició torpemente, pero que con el paso de los segundos fue adquiriendo forma, hasta convertirse en algo sumamente agradable y tan satisfactorio como nada que fuera capaz de recordar.
Daulte Claythorne- Vampiro Clase Alta
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