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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Jue Mar 30, 2017 10:52 pm


Di, extraño, ¿cuál puede ser tu prisa
o cuál puede ser tu recado?
¿Quién y de dónde te envían,
o di qué noticias me traes?

—John Stagg.



El viaje a Inglaterra había sido una gran pérdida de tiempo, aunque, no podía evitar sentir una ligera satisfacción por el reciente avance en sus objetivos personales. La búsqueda del Santo Grial era algo que la obsesionaba, y sacaba sus más oscuros deseos; ni siquiera le importó la muerte de Calcabrina, al fin y al cabo, hasta le resultó beneficioso, pues le brindó suficiente información a sus memorias. No podía sentirse más orgullosa, era como haber encarnado de nuevo en este mundo. Graffiacane parecía haber renacido nuevamente entre plumas negras, como un fénix sombrío, o más bien, un cuervo que emergía de las tinieblas.

Había arribado a París hacía pocos días, luego de pasarse por Toulouse para encontrarse con sus padres y conversar sobre cosas diversas, entre ellas, los ambiciosos oficios familiares. Sabía que Cagnazzo estaba en sus propios asuntos, y ella, después de tantos años de rebeldía y apatía, decidiría colaborar con él. Podía decirse que, luego del incidente en la abadía de Glastonbury, Erinnia tomó una actitud diferente, pero no menos cruel y traidora que la de su hermano Helié. Seguía siendo el maldito cuervo desgraciado de siempre, eso sí. Y para hacer mucho más honor a su esencia, buscó a su primera víctima; no como demonio, sino como una mujer arrogante y orgullosa, ansiosa de poder. Fue por eso, entre la larga lista de socios, y allegados, de la familia Seguier, un apellido le hizo eco en la cabeza. La familia Borodin había tenido alguna que otra relación con la suya, y su tío, el inquisidor Pierre Seguier, les había dado cierta indulgencia a cambio de las investigaciones del líder de los Borodin, un prominente biólogo. Sin embargo, hacía mucho tiempo que ya no se sabía nada de ellos, lo que orilló a Erinnia a querer contactarlos, pues, según lo dicho por su padre, parte de las investigaciones realizadas tenían que ver con la mal formación el gen cambiante en la familia Seguier, algo que ella detestaba enormemente. Por suerte, su padre al menos compartía su condición.

Apenas logró acomodarse en la ciudad, le envió una misiva al heredero de los Borodin, pidiendo una cita, recalcando que no quería un no por respuesta. Tal parecía que la humildad no era propia de los demonios. Incluso, se atrevió a enviarle la carta con uno de sus cuervos, para refrescarle aún más la memoria, ya que, ese era el animal del escudo de su estirpe. Algo así era imposible de ignorar; al cabo de un par de días, a lo mucho, recibió una satisfactoria respuesta. Y cuando tuvo la oportunidad, según lo estimado en la correspondencia enviada, se apareció en la residencia en donde ahora se encontraba Oleg Borodin.

Con atrevimiento, se paseó con lentitud por el vestíbulo, mientras esperaba a su anfitrión. Lucía un ataviado vestido negro; era difícilmente reconocible actuando de esa manera, no obstante, sólo era cuestión de acostumbrarse a su actual imagen. Haber perdido sus antiguos poderes la dejó aislada en el delirio, aun así, y gracias al alma de Calcabrina, logró fortalecerse de nuevo. ¡Ah! Si él la viera vestida sí, actuando de la forma en que lo hacía, iba a pensar cualquier cosa, menos que se trataba de su querida Graffiacane. Pero no, aquella que ahora se paseaba con orgullo en aquel salón, era la que guardaba el quinto círculo del abismo. Sin embargo, tuvo que hacer a un lado sus pensamientos, justo cuando una voz a sus espaldas la arrastró a la realidad.

—Oh, lamento mi distracción. ¿Llevaba rato aquí? —Hipócrita. Aquello era suficiente para hacer enojar a cualquiera—. Oleg, ¿no es así? Soy Erinnia Seguier, un placer.



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Mensaje por Oleg Borodin Mar Abr 18, 2017 9:06 pm


“I do not care so much what I am to others as I care what I am to myself.”
― Michel de Montaigne


Último de una orgullosa estirpe. Por un lado, Oleg apreciaba la soledad por sobre todas las cosas, pero cuando esas palabras se instalaban en su cabeza, el peso le parecía abrumador. Y aunque los negocios Borodin se movían por sí solos, por una inercia otorgada hace siglos, aún así, se mantenía atento, aunque su vocación era la de enseñar. Quién lo diría, un profesor tan estricto como él, en verdad amaba transmitir conocimiento. O quizá lo que le gustaba en serio era poder humillar gente que evidentemente era más débil que él. Blancos fáciles como pasatiempo.

Suspiró, cerró el libro y se quitó los anteojos que usaba para leer. Su vista parecía componerse en su forma animal, pero mientras estuviera como hombre, debía usarlos y se habían convertido en una de sus señas más particulares.

Está aquí —un mayordomo entró a la habitación, y es que estaba la puerta abierta, de otro modo, no se hubiera atrevido.

Oleg levantó el rostro con una ceja arqueada. Ese gesto inteligente que recordaba al gato que era, y a su padre también. Siempre había tenido una imagen impoluta de Kirill, su progenitor, pero tampoco le era un secreto que no se trató de un hombre precisamente intachable. Y sin querer o no, cada día se parecía más a él en todo sentido. Asintió y agradeció con voz apenas audible, acto que el sirviente tomó como señal para marcharse.

A los pocos minutos, bajó al fin al recibidor y antes de saludar, se quedó observando a la mujer. Era bueno en ese tipo de cosas. Era un gato, después de todo, de pies ligeros y sigilo como ninguno.

Madeimoselle —pronunció en un perfecto francés para llamar la atención de su invitada. Y decir que era «su invitada» era relativo, ya que la mujer prácticamente se había invitado sola. Su misiva le pareció lo suficientemente interesante, e insolente, como para dedicarle unos minutos, y aunque, por obvias razones, sabía de los vínculos de su familia con los Seguier, no conocía a sus miembros y se sorprendió al ver que se trataba de una mujer tan hermosa. Y joven. Joven considerando que compartían la misma condición.

Oh, no, lo suficiente —habló con esa atildada y antinatural educación suya. Llegaba a ser desesperante que se comportara de aquel modo—. Un placer, Oleg Borodin, aunque creo que eso ya lo sabe —extendió la mano para estrechar la ajena y terminar con los formalismos.

¿Me acompaña? —Señaló el pasillo y luego ofreció su brazo—. El recibidor no me parece el lugar más idóneo para hablar de negocios —suponiendo que ese era el tema que la había llevado a contactarlo. Sino, ya se enteraría. Oleg se encontraba ávido, pero no demasiado temeroso; por ahora. Sentía que estando en su territorio, no debía temer de nada.

Y puedo saber… —continuó mientras caminaban—, ¿a qué debo su visita? Su carta no me dijo demasiado. Interesante forma de enviarla, eso sí —halagó. Como hombre de letras, apreciaba lo poco común, lo que remitiera o sonara a líneas escritas antaño e impresas en libros que hace años no se abren. Como si hubiera algo fantástico y terrible en todo ello.


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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Sáb Jun 03, 2017 2:49 am

Su mirada se paseó rápido por cada detalle en aquel salón, reconociendo de inmediato los gustos de aquel hombre. Incluso se atrevió a alzar las cejas, no como un gesto cercano a la sorpresa, más bien a la astucia; era su forma de reconocer el terreno en donde se hallaba. Era su manera de actuar. Decir que tenía un pelo de tonta (o plumas, en su caso), estaba totalmente errado, en especial, porque no se trataba con un individuo cualquiera, en lo absoluto. Tras aquella figura yacía un verdadero demonio, como los que solían representarse en las pinturas de carácter religioso. Pero de eso Oleg Borodin no tenía que sospechar siquiera; y Graffiacane dudaba que lo hiciera. Apenas puso un pie en aquella casa, ya se había enterado lo suficiente. Sólo le faltaba confirmarlo todo mediante las típicas reuniones de socios, ¡esas que tanto le aburrían! A veces extrañaba andar molestando a cualquiera en aquella forma de un cuervo condenado. No obstante, las cosas habían cambiado demasiado luego de la desaparición física de Calcabrina, y no le quedaba más que seguir con sus deseos enfermizos de grandeza. ¡Oh! El poder... el repugnante poder. Ese que hacía más miserables a los justos. Un manjar del mismísimo averno.

Y tan pronto como terminó de sacar conclusiones, él ya se encontraba ahí. «Estaba en lo cierto», se afirmó a sí misma, aunque sin tener la completa seguridad de que ganaría la batalla ante aquel hombre. Todo su carácter olía a arrogancia; la más pura y descarada arrogancia. Oh, y ella que era “tan dócil”, no le iba a resultar nada sencillo. Aunque, tenía que reconocerlo, aquello le llamaba poderosamente la atención. Si algo adoraba Erinnia, eran, sin duda, los retos. Y justo ante sus ojos estaba el más perfecto de todos.

—Me disculpo por mi distracción temporal, pero me dejé llevar por su buen gusto —respondió con mesura. Había una falsa adulación oculta tras esas palabras, porque en realidad, todos esos lujos le daban completamente igual—. Por supuesto. —Aceptó su invitación, tomando su brazo y acompañándolo. Oleg Borodin no se estaba con rodeos y eso le daba un punto extra. Ya vería si aumentaba la cifra—. Lamento mi imprudencia, en primer lugar. Pero esto me es muy urgente... Ya sabe, hay cosas que no se pueden ignorar tan fácilmente, Monsieur Borodin.

Claro que pretendía generar más misterio ante su visita, porque así era ella, una criatura que presumía de su enigmática esencia. Y fue más su presunción cuando recibió aquel elogio inesperado que le brindó una idea muy satisfactoria. No iba a dejar pasar por alto aquel comentario, porque eso le permitió ver más allá de lo que habría imaginado.

—Digamos que no me gustan las cosas convencionales, sino, ¡qué aburrida sería mi vida! Lo siento, pero no podría con tanto conformismo. Después de todo soy un cuervo —admitió, con una seguridad tremenda. ¿Para qué ocultarlo? Si de todas maneras sus auras los delataban—. Espero que no le haya molestado el asunto...

Y no, no lo lamentaba, porque siempre estaba aferrada a hacer su real voluntad. Si a él le agradó la particular manera de enviar la encomienda, pues bien, y si no, daba igual. Al menos ya le había advertido que no lidiaba con una mujer corriente, y que, probablemente, debía mantener la guardia en alto.

—Bien, ya que estamos en un lugar más discreto —mencionó una vez llegaron a un despacho, bastante particular. El lugar estaba rebosante de libros; tal parecía que el hombre era un apasionado de las letras. Oh, eso sí era de cuidado. El conocimiento de los libros solía generar problemas, ¡y que lo admitan los vasallos de Gian Pietro Caraffa!—. Lo que me ha traído aquí está aún más relacionado con las antiguas investigaciones de su padre, sé de buena fuente que era un notable biólogo. Sin embargo, aunque ayudó a mi tío Pierre en un principio, luego desapareció, así... sin más. Supongo que entiende lo delicado del asunto, ¿no?




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Mensaje por Oleg Borodin Lun Jul 03, 2017 9:57 pm


No respondió ante el comentario. Estaba acostumbrado a la hueca adulación, propia del estrato social en el que ambos se desenvolvían y no le daba más importancia de la que merecía. Sólo asintió, porque tampoco podía hacerla sentir ignorada, su educación tan definida no se lo permitía de ese modo. Esa formación tan clara que tenía a veces era más un dolor de cabeza que otra cosa, pero estaba en él y así como el gato y leopardo que vivían en su interior, era una naturaleza contra la que no luchaba. Soslayó a la mujer nada más antes de entrar al despacho que hizo preparar para el encuentro.

Era un lugar donde pasaba mucho tiempo, y era una elección peculiar que hubiera apuntado a esa habitación, ya que Oleg era hombre idiosincrático, y creía que en los espacios propios uno refleja mejor la personalidad de cada quien. Por ello, llevarla a ese sitio significaba dejarla entrar a un fragmento de su persona. Una sinécdoque de su intimidad. A veces leía demasiado entre líneas, seguramente la mujer tomaría el entorno como un sitio tranquilo para hablar y nada más.

Señaló con una mano un asiento para ella, en una salita de tapices color índigo oscuro, traídos desde su natal Rusia. Él hizo lo propio en otro sofá de una plaza y continuó escuchando. Sobre la mesa de centro ya los esperaba una tetera que humeaba. Los rusos tenían una peculiar relación con el té que ni los chinos, mucho menos los ingleses entenderían jamás. Sin dejar de prestar atención, sirvió dos tazas y tomó las pequeñas pinzas de metal para agregar azúcar.

¿Uno o dos cubos? —Preguntó, encaramado hacia la mesa y como si toda la explicación de ella no hubiera importado. Oleg tenía esa aberrante capacidad. Una cruel habilidad por detener a la gente, y con una o dos palabras, hacerles ver que eran irrelevantes en su mundo. No era precisamente nada en contra de la señorita Seguier en particular. Simplemente así era con todos.

En absoluto me molestó su manera tan peculiar de contactarme. Al contrario… —se envaró en su lugar y arqueó una ceja, retomando la conversación. Hubo un atisbo de sonrisa en aquella boca mustia. Dejó la frase inconclusa adrede, sin decirle con certeza qué era lo que le había fascinado de todo aquello. Pero conociendo a Oleg, uno podía adivinar que era la significación. Una hermosa metáfora alada.

Ya veo —tomó su taza y dio un sorbo al escuchar las motivaciones de su acompañante para estar ahí. No se lo esperaba, para ser sinceros. Dejó la taza en la mesa, sobre el platito a juego, y la miró de nuevo, irguiéndose en su lugar, como un rey en su trono, desde donde puede verlo todo, y dominarlo a su vez—. Entiendo la delicadeza y el porqué decidió venir hasta aquí personalmente —conocía los pormenores de las investigaciones de su padre, en sus tiempos libres que no eran muchos, él mismo trataba de continuarlas, y por ello sabía de la magnitud y gravedad del asunto.

Continúe. No sé qué tanto quiere meterse en el mundo de Kirill Borodin, sólo advierto que es un laberinto que parece no tener fin —avisó de manera vaga. Necesitaba detalles, tenía un inicio, ahora necesitaba el complicado nudo, y viendo lo visto, sabía que la mujer no iba a decepcionarlo—. Madeimoselle Seguier, como usted, mi padre, y yo mismo, no nos conformamos fácil. Y ya lo dicen, la curiosidad mató al gato. Espero que sepa el terreno tan inseguro que está a punto de pisar. Aunque, estoy seguro que así es, que lo sabe perfectamente —entonces la sonrisa se formó completa en su rostro como la cola de un cometa.  


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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Jue Ago 03, 2017 1:03 am

Cada una de las acciones de Graffiacane fue intencional; desde la más burda hipocresía en cuanto a un tema completamente fuera de contexto, como, incluso, pretender hacerse la interesante. ¿Por qué? ¿Acaso se trataba de ese ego tan propio de su naturaleza? En lo más mínimo. Ella sólo estaba lanzando la carnada, para así observar detenidamente la conducta de su adversario, aunque, no es que tampoco considerara al tipo como un obstáculo. En realidad, era como tener una pieza más a la que apostar en el inmenso tablero en el que ella jugaba. Se trataba de un interés más personal, algo que involucraba directamente a su naturaleza, la misma que había heredado luego de perder su habilidad “mágica” en antaño. Bien, era mortal, pero siempre podía hacer cosas extraordinarias; ahora no tenía más alternativa que cubrirse bajo plumas negras para intentar fastidiar un poco. ¡Qué indignación!

Vale, no era momento de recordar cuestiones de sus vidas pasadas, pensó. Necesitaba concentrarse en Oleg Borodin, porque él de seguro tendría aquellas investigaciones que ayudarían a su propia raza. ¡Y Grafficane nunca se conformaba con nada! Quería cada vez más; tener más poder era su principal objetivo. Así tuviera que aguantarse la arrogante actitud de aquel felino, no iba a desistir tan fácilmente de su particular misión. Mucho menos le importaban los medios a los que tendría que acudir para llegar hasta el fin de todo ese meollo. Y así estaba, en lo que parecía el santuario de libros de ese ¿hombre? ¿Felino? Cambiante, eso era. Bien, no negaba que el hecho de descubrir una pequeña parte de él fue un plus; si se ponía reacio y no daba el brazo a torcer, siempre podría jugarle sucio.

Pero no era la ocasión para actuar de aquella forma tan soez y propia de un demonio de su tipo. Calcabrina estaría en su tumba revolcándose y dudando de ella, por la forma en que actuaba y se mostraba. Hasta aceptó amablemente sentarse en el lugar que Borodin le había señalado; la antigua Graffiacane hubiera salido con algún comentario sarcástico, o quizás estaría en su forma de cuervo, siempre molestando, como solía ser su estilo.

—Uno —respondió secamente, porque igual ni se molestaba en prestarle atención a esos protocolos de sociedad. ¡Qué aburrido!—. Debo decir que me es un gran alivio que no haya renegado de mi particular forma de enviar misivas. Las cosas corrientes no son muy de mi estilo. —Por supuesto que no, porque resulta que en su interior habitaba una criatura abismal, sedienta de poder, pero Oleg Borodin no tenía que saberlo, ¿para qué?—. Al menos conseguí llamar su atención. Sí, porque ese fue el fin desde un principio.

Se sinceró, con una intención sucia muy bien disimulada. En ella siempre había estado implícita esa necesidad de molestar con sus palabras. Aunque bien sabía que con ese hombre orgulloso no la iba a tener tan fácil. ¿Y qué podía decir? Le agradaban los retos, más que otra cosa en ese mundo caótico e hipócrita, tanto como ella. Incluso, saber que estaba entrando en un terreno “peligroso”, ensanchó más su sonrisa.

—¿Laberinto dice? Entonces —hizo una pausa, mientras bebía un sorbo de su taza—, eso sólo significa que es una aventura demasiado peligrosa y atractiva para no rechazarla —sentenció, y por su mirada se cruzó ese brillo malicioso de un demonio—. Puede estar seguro que sus advertencias no son obstáculo para mí. No me gustan las cosas fáciles, porque suelen ser demasiado aburridas para mi persona. Y ya que hace alusión al mundo de su padre, supongo que es porque está al tanto de las investigaciones que él tenía, ¿o me equivoco?




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Mensaje por Oleg Borodin Lun Sep 11, 2017 11:11 pm


Era, hasta cierto punto, fácil entender la dinámica que pronto se instaló entre ambos. Ninguno estaba dispuesto a ceder demasiado, aún cuando el fin parecía ser común. Entonces, cada uno jalaba más y más la cuerda del violín, a punto de reventar, en una batalla que ambos parecían empeñados en ganar, misma que, desde el principio los tuvo a ambos como perdedores. O simplemente no existió jamás. Oleg, sonrió con esa atildada manía, esa medida educación suya que podía engañar con facilidad. Su rostro amable, de facciones apuestas, podía embaucar a cualquiera. El ruso podía hacerte creer que era todo accesibilidad y buenos modos, cuando en realidad se trataba de un hombre cruel, a falta de una mejor palabra. Eso sí, como reiteradamente la propia Erinnia se lo había dicho, ella no era como los demás, y sabía que no podía engañarla con esa facilidad con la que mentía a todo el mundo. Tampoco es que lo estuviera intentando, era simplemente… algo nuevo.

Colocó el cubo de azúcar en el té, y volvió a tomar el propio, aunque no bebió, sólo sostuvo la taza y el platito a juego en las manos, mientras le dedicó una mirada insondable y larga.

Lo ha conseguido, sí —afirmó—, lo cual ya es un gran mérito. Como seguramente sabrá, soy profesor de Literatura, he leído mucho, y visto muchas cosas, muy poco ya logra moverme o conmoverme para bien o para mal —continuó, sin dar pormenores de por qué decía todo aquello. Estaba implícito, o al menos eso creyó él. Le estaba dando todo el crédito que merecía, hubo algo condescendiente en todo ello, pero primó la verdadera esencia, la de un hito que no dejó pasar por alto. Al fin bebió de su taza nuevamente.

Perfecto entonces. Con senda presentación, no debo temer en absoluto.O al contrario, pensó—. Es mi deber, madeimoselle Seguier, la de advertir, usted entiende, ¿no es así? No es que crea que es incapaz de adentrarse a este terreno tan peligroso. Le aseguro que nada de eso será fácil. Está en lo correcto, poseo cada documento original que Kirill publicó en vida, también lo que escribió y consideró demasiado escandaloso como para hacer del dominio público. Mi padre no era como yo, y le importaban un poco más los humanos. —Sonrió, con malicia. Habló de su padre, pero dijo mucho más de él en esas palabras.

Presentó todo aquello como un tesoro esperando a ser desenterrado. Un jugoso botín para el atrevido que se lanzara a esta cruzada. Ah, pero nada era tan sencillo con Oleg. Era una fortuna que Erinnia misma hubiera afirmado que lo fácil no iba con ella. Quizá, si no estuvieran envueltos en ese duelo de poder, lograrían ver lo mucho que se complementaban. Dejó la taza sobre la mesa, una vez más, se echó para tras en su asiento y cruzó la pierna.

Ahora viene la parte realmente interesante. —Arqueó ambas cejas—. ¿Qué cree usted que la hace merecedora de los secretos de Kirill Borodin? Sabe bien que el dinero no es un tema aquí, además dudo que si quiera pretendiera insultarme ofreciéndome francos, rublos, oro o joyas. Por años había estado esperando a alguien interesado, yo mismo he tratado de continuar con lo que se quedó inconcluso, pero… ¿sabe? Es una labor muy solitaria —dijo. Fue extraño que lo planteara de ese modo, pues él mismo amaba la soledad. Había algo más ahí, oculto, queriéndose asomar.

El deseo febril de terminar lo que su padre había comenzado. Y necesitaba ayuda, incluso alguien como él, con toda su arrogancia, podía verlo.


Última edición por Oleg Borodin el Lun Dic 04, 2017 6:26 pm, editado 2 veces


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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Vie Oct 13, 2017 11:49 pm

Lidiar con hombres tan estirados, y de cierta manera complejos, como Oleg Borodin, podría ser tan interesante como aburrido, y hasta cierto punto, irritante, al menos para ella. Pero siendo más que un simple cuervo, y sus razones se convertían en algo completamente retorcido, pretendía llevar la situación hasta límites imposibles. Desde luego, Graffiacane no iba a quedarse tan tranquila, y permitir que ese gato orgulloso ganara la partida. La palabra derrota nunca iba a aparecer en su diccionario. Así que tendría que empezar a acostumbrarse a tenerla como rival, aunque él no lo aceptaría tan fácilmente. Esa arrogancia suya era más que evidente, por muy modoso que quisiera ser, justo con la peor criatura con la que no se debían tomar dichas actitudes. De alguna manera hasta le recordó a su hermano Helié, quien solía actuar de maneras tan aburridas, pero siempre con intenciones completamente frívolas, como sólo los demonios encarnados sabían hacerlo. ¡Qué preciosa era la hipocresía! Un mal muy común en todas las criaturas del vasto mundo.

Ambos, desde el primer instante, parecían haber desarrollado una disimulada lucha de voluntades. Erinnia, por su parte, por querer algo que él conservaba, pero que no obtendría a la fuerza, porque sería demasiado arriesgada, y hasta ingenua, sabiendo que Borodin jamás le iba a permitir avanzar tanto en su territorio, y eso era más que evidente. Sin embargo, ella tampoco solía actuar de manera tan improvisada, y justamente por eso, se encontraba en la residencia de ese hombre, no por hacer una visita casual, sino por acercarse a su objetivo, en este caso sería él, aunque no lo sospechara, claro estaba. Como, de seguro, no tendría el menor atisbo de duda con respecto a la verdadera naturaleza que ocultaba Graffiacane, tras esa belleza tan particular que la adornaba.

—¿Qué tan seguro está de eso? ¿Cree haber vivido lo suficiente para asegurarse de ello, señor? Debería recordar que este mundo es tan vasto, y la naturaleza que lo consume, tan voluble, que ninguna criatura ha existido lo suficiente para saberlo todo —aseguró, como sólo una criatura del averno, con tantos milenios pesándole en el espíritu, podía enunciar. Pero su sencillez al hablar resultó ser un enigma, como si quisiera soltar aquello por simple descuido, mientras bebía de su taza—. No todo el conocimiento se encuentra en los libros y manuscritos, me temo que se encuentra más allá de nuestra propia imaginación y existencia.

Sonrió, con malicia, con ese genio abismal que poseía desde el principio de los tiempos, y con el podía helarle la sangre a cualquier incauto. Pero también había una pizca de coqueteo, una discreta seducción que, obviamente, estaba usando a su favor. Conocía sus atributos, además de ser siniestramente inteligente. Un cuervo en todo el amplio sentido de la palabra.

—Creo que no ha entendido mucho. No pretendo que los demás se enteren del valioso contenido de esas investigaciones —agregó, con la debida mesura que debía mantener, antes de sacar las garras—. Además, eso de humanos... Que terrible es juzgar lo que desconocemos. Como lo hace la Iglesia con los demonios. —Se quedó observando una de las ventanas. Había un cuervo observándolos en silencio; un mensajero suyo que alzó vuelo de inmediato, no por verse descubierto, sino por una orden silenciosa de su ama—. Pero eso no es una cuestión que me interese a mí, ni que pudiera compararme con algo así, ¡qué va! Sin embargo, lo que ha hecho su padre no tiene muy contento a cierto grupo de inquisidores, sobre todo por lo de huir y no ofrecer toda la información pertinente a mi tío. Así que si no quiere ser parte de la lista de sospechosos de la Inquisición, más le vale llegar a un acuerdo conmigo, señor Borodin. ¿O acaso es tan osado para desafiar a un cuervo?

Le retó, no sólo con palabras, lo hizo con su mirada cristalina clavada en la suya, y hasta con esa sonrisa engimática que dibujaban sus labios. ¿Quién podría resistirse a las tentaciones del demonio? Oleg Borodin de seguro que no.



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Mensaje por Oleg Borodin Lun Dic 04, 2017 7:18 pm


Había algo muy sutil entre ambos, algo que Oleg supo apreciar. Que le gustó incluso, era incitante a su modo, ¿quién era esta mujer? Porque le quedó claro que era más grande que lo que su menuda figura daba a entender. Con movimientos elegantes, el ruso volvió a tomar un poco de té. Era sumamente cuidado en sus modos, en sus ademanes, nada parecía fuera de lugar y eso resultaba todavía más inquietante que si se tratara de un salvaje. Esa misma controlada levedad la poseía ella, pero diferente; ¿dónde radicaba esa diferencia? Se dijo que iba a averiguarlo. Era hombre de conocimiento, que llevaba todo hasta las últimas consecuencias para poder desentrañar misterios, así tuviera que partir a alguien en dos, y arrancarle las entrañas para encontrar una verdad contundente.

Habla con alguien muy ambicioso —apuntó con voz suave, un susurro—. Debo decirle que son las personas como usted las que consiguen las cosas —halagó, pero no era zalamería barata, en verdad lo creía. Sus ojos verdes brillaron con ese raro fulgor de la sinceridad. Y es que Oleg era un hipócrita consumado.

La dejó hablar, en ningún momento perdió la compostura. Recto, pero laxo también, mostrando que no se sentía amenazado, a pesar de que Erinnia evidentemente hablaba con una saña que, sin duda, le admiró. Si acaso sonrió nada más, ese gesto condescendiente que podía enervar hasta al más tranquilo de los hombres. Se sacudió el bajo del pantalón, y rio entre dientes.

Creo que comprendo mejor de lo que imagina, mademoiselle Seguier. ¿No fue acaso Lucifer el primero en ofrecer el conocimiento al hombre? Entiendo por qué la Inquisición persigue a todo lo demoniaco, o lo que lo parezca a sus ojos beatos. Jamás han sido un dolor de cabeza para mí, ni para los Borodin, aunque admito que en gran parte es porque mi padre colaboró con ellos. No, no deseo desafiar a la Inquisición… ¿a un cuervo? Quien sabe, los gatos cazan aves, no tendría que preocuparme por una, ¿o sí? —Terminó con ese gesto indescifrable, como de odio y de triunfo, de suspicacia y guerra. Oleg era un hombre complicado, por decir lo menos.

Pero dejémonos de andarnos por las ramas… —Sonrió, el uso de palabras fue adrede—. Dígame de manera clara ¿cuál es ese trato que quiere trabar conmigo? Como le dije, lo que está oculto está así por una razón, ¿acaso su tío quiere causar caos y terror? —Rio de nuevo con esa risita ronca, algo burlona—. No lo culparía si así fuera, pero creía que la misión de su organización era exactamente lo contrario. Yo qué sé, usted lo ha dicho, hay muchas cosas que aún no sé, y si le soy sincero, muchas de ellas no me interesan. —Con ello, se puso de pie y dirigió a un librero.

Quitó un par de tomos, los dejó de manera descuidada sobre un escritorio y luego retiró un falso fondo del estante, donde un hueco en la pared se abría frío y oscuro. Metió las manos, y sacó un montón de manuscritos.

Estos son los de menor valor, los que he logrado… analizar de manera más correcta, así que no tienen gran relevancia para lo que está pidiendo —dijo, como advirtiéndole que no le había develado nada realmente importante y con aquellos escritos sobre el mismo escritorio y los ojos recorriendo la caligrafía de su padre, en cirílico—. Kirill Borodin estuvo peligrosamente cerca de develar cosas terribles, y es mi deber no dejar que sus descubrimientos caigan en manos de cualquiera. Necesito una razón, Erinnia, una buena razón para colaborar contigo, más allá de la amenaza hueca de una persecución —la llamó por su nombre y en su voz de acento eslavo, sonó a un canto de terror. Alzó el rostro y la miró desde el otro extremo de la habitación, con las manos apoyadas en el escritorio, y aquellas misteriosas palabras escritas por su padre danzando en el papel.


Última edición por Oleg Borodin el Vie Feb 09, 2018 7:42 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Lun Dic 18, 2017 11:43 am

¿Y quién dijo que iba a ser fácil? Graffiacane lo supo desde un principio; estaba consciente de que no iba a lidiar con cualquiera, y justamente por eso, es que decidió tomar el toro por las astas y no permitir que más nadie interviniera. ¿Morbo? Puede ser. Solía ser alguien muy voluble, siempre dispuesta a lidiar con esas pequeñas batallas que le resultaran entretenidas. El resto de la humanidad seguía siendo un grupo de borregos siguiendo a otros más poderosos, ¡y qué aburrido seguir topándose con gente así! En cambio Oleg Borodin le demostró que no era alguien del montón; que era complicado, excesivamente arrogante. ¿Sintió deseos de destruirlo? No. Su interés iba más allá que simple inquina o ferviente necesidad de verlo sucumbir. El tipo empezaba a gustarle, pero no por eso iba a permitirle ganar la batalla. Oh, eso nunca...

Escucharlo expresarse de aquella manera ensanchó su sonrisa, incluso hizo que su ego aumentara; también sus ganas de llevarle la contraria, ¡hasta de fastidiarlo! ¿Qué diablos sabía él si lidiaba con un cuervo ordinario o no? Ah, claro, de seguro estaría intrigado, y Graffiacane lo sabía. A ella nunca se le escapaban esos detalles. Le agradaba sembrar esa constante intriga; esa ira que despertaba por la desesperación de nunca poder conseguir u obtener lo que se quiere. Aun así, estaba al tanto de que Borodin lucharía para lograr desentrañar ese acertijo que lo acompañaba en ese momento en su propio territorio. Y hablando de territorio, ¿quién había sido más audaz en ese aspecto?

—¿Y quién le hace creer a usted que fue Lucifer? ¿Por qué no sencillamente llamarlo un accidente? Tal vez fue adrede. El conocimiento es un tormento, señor Borodin. Los mortales no han sido capaces de contenerlo por completo. Los que tienen la oportunidad, terminan abrumándose y sucumbiendo a su propia genialidad —alegó, dejando a un lado la taza de té. Se quedó un rato más en su posición, aguardando el momento preciso para atacar, y no se trataba de palabras, ni siquiera violencia, ella tenía un as bajo la manga—. ¿Y quién sabe lo del ave? Los cuervos nunca han sido de fiar, ¿verdad que no? Oh, no lo sé, la respuesta puede tener muchísimas interpretaciones. Pero sí, tiene razón, mejor dejemos las ramas a un lado, no queremos que se quede atrapado en ellas...

Ironizó, y finalmente terminó poniéndose de pie. Le observaba en silencio, pretendiendo mostrar interés por sus acciones, pero no, la verdad es que Graffiacane sabía que no obtendría tan fácilmente lo que quería. Oleg Borodin demostró flaqueza, aunque no estaba al tanto de ello, cosa que para alguien como Erinnia resultaba muy sencillo.

—¿Develar, eh? —cuestionó, con falsa sorpresa, incluso enarcó ambas cejas para darle más dramatismo a su pregunta—. Me pregunto qué serían esas cosas terribles, porque a mi entendimiento, él sólo estaba a cargo de investigaciones genéticas, ya sabes, nada supersticioso —soltó, mientras se acercaba de manera peligrosa a Oleg, prácticamente acorralándolo entre el escritorio y su cuerpo—. Has hablado de más, Oleg. ¿Sabes qué significa? Muchas cosas, y no te diré cuáles. Sé que las quieres saber; te urge hacerlo. Antes sólo pretendía que acabaras con todo esto, pero ya que tu padre fue más lejos, me temo que serás tú el que deba saldar la deuda esta vez.

Expresó con una voz dulce, demasiado melosa para su gusto, pero que ocultaba una oscuridad terrible. Graffiacane nunca se andaba con juegos, aunque le gustaba jugar. O tal vez sus juegos iban muy lejos; no tenía límites para conseguir entretenimiento. Por eso terminó con reducir toda distancia entre ambos, incluso jaló de la corbata para tener su rostro más cerca.

—Y no pretendas usar ese jueguito de palabras conmigo, porque esas cosas no funcionan en mi caso. Tendrás que esforzarte si quieres ganar esta contienda. Se bueno y serás recompensado. Y no, no estoy hablando desde la odiosa perspectiva de la teología —acercó los labios hasta su oído. Y le divirtió enormemente como aquello lo silenciaba por un instante—. Eres muy primario, no es fácil ocultar ciertas cosas, no a mí... Pero puedo ser complaciente, siempre y cuando lo sean conmigo.


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Mensaje por Oleg Borodin Vie Feb 09, 2018 8:23 pm


La miró con el rostro ligeramente levantado y rio nada más. Podían disertar por horas respecto a ese tema, pero no era la intención, y a pesar de todo, así como no le gustaba que lo hicieran perder su tiempo, tampoco hacía a otros perderlo. Aunque, debía admitir, la perspectiva de enzarzarse en una discusión de esa índole con Erinnia le pareció curiosa, casi encantadora a su modo, considerando quién era ella, y quién era él; quiénes eran ambos, tan complicados y tan difíciles en sus propios y extraños mundos, que todo resultaba relativo.

Eso es verdad —habló con cierta ingravidez—, los cuervos son aves sumamente inteligentes, y engañosas —comentó, pero si fue a decir algo más, ya no pudo. Verla ponerse de pie lo abstrajo un momento.

Observó la estampa, la imagen de Erinnia al completo, de esbeltas formas y una oscura sensualidad que, no iba a negarlo, le pareció atractiva. Era casi imposible llamar la atención de Oleg en ese aspecto, como en todos, porque era por demás exigente, un reflejo de su vida entera, donde cada detalle estaba cuidado hasta la obsesión, y bastaba verlo, su pulcra presencia, fría y abisal, era muestra de ello.

Se hizo un poco hacia atrás cuando la tuvo así de cerca, y no supo si porque la cercanía lo incomodaba como lo hacía la de cualquiera, o por tratarse precisamente de ella. Pronto la distancia fue salvada por mano de Erinnia, que lo jaló de la corbata, entonces ya no se movió, sólo la miró a los ojos y entornó la mirada. ¿Lo iba a dejar así? Con la duda: esa mujer sabía jugar y la odió un poco por ello, al mismo tiempo que la admiró.

Siempre hay algo de terrible en toda verdad, sino… duda de ella, porque quizá no sea la verdad, o no está completa —declaró aún sintiéndola a escasos milímetros. Su calor, su aliento, su perfume.

Entonces debes sentirte exultante y orgullosa —respondió, irónico y la tomó de los hombros para separala, pero no la alejó, sólo lo hizo de tal modo que sus rostros volvieran a encontrarse—, no cualquiera logra saber lo que pienso, o siento, me pregunto cuánto de lo que estás diciendo es simple alarde. —Sonrió de lado. Estaba tentando a su suerte, pero tampoco es que le tuviera miedo a la mujer. Era verdad que imponía, pero no a él, o no al menos como seguramente lo hacía con el resto.

Oleg sentía algo parecido, pero diferente en lo esencial. Erinnia le imponía no por su despiadada forma de ser, su hábil lengua, o su elegante altivez, sino porque la sintió demasiado parecida a él, y se sabe que Oleg sólo puede admirar a alguien a su altura. Era eso, era esa intriga que ella muy bien sabía atizar. Una parte de él, creyó, que incluso la estaba dejando un poco, porque lo estaba disfrutando.

¿Ese es el trato, entonces? —Arqueó una ceja—. ¿Te complazco y me complaces? —susurró del modo más sensual del que Oleg era capaz, que no era demasiado. La cosa fue que no estuvo consciente de ello, le salió de manera natural.

Admito que no suena mal. —La soltó y se zafó de la prisión que ella había construido con su cuerpo y el escritorio, mismo que rodeó, poniéndolo entre ellos—. Sólo dilo, es lo único que pido, que seas clara, si ese es el trato, estoy interesado. Erinnia, ¿por qué siento que eres ave de mal agüero? —terminó de hablar. No lo dijo como una de esos finos insultos que ambos habían estado profiriendo, lo dijo en serio, como un auspicio del futuro.


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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Miér Mayo 02, 2018 10:53 pm

Los gatos solían ser los más caprichosos y arrogantes; un hueso duro de roer; la carroña que jamás se alcanza a descomponer bien. En pocas palabras: un hastío. Y que lo dijera ella, que estaba empezando a lidiar con uno; sin embargo, Graffiacane, a diferencia de otras aves, poseía algo más, una diferencia que bien pudiera convertirse en tema de burla para los ignorantes como Borodin, o quizá no, ¿quién lo sabía? No es que ese hombre resultara ser un misterio andante, porque, en ese aspecto, ella continuaba llevando demasiada ventaja. Desde luego, no podía negar que, ese jueguito estúpido que se estaban montando, le divertía un poco. Pero sólo un poco... Graffiacane podría ser tan voluble como se le daba la gana. Podría actuar con una ira tremenda, o simplemente aburrirse de todo el asunto y no querer mover una paja para hacer algo.

Esa danza suya era capaz de sorprender al más espabilado, y por mucho que Oleg Borodin pretendiera que llevaría el control de la situación, no era algo que se le otorgaría con facilidad. ¿Acaso ese cuervo condenado lo permitiría? ¡Jamás! Ella no solía ser tan condesciente, y aún cuando él mostró dignidad al separarse, incluso dejando el escritorio como obstáculo entre ambos, su sonrisa jamás desapareció. Esa mueca burlona, tan propia de las criaturas del abismo que cazan almas; tan obstinante como intrigante. Esa sonrisa seguiría en sus labios... siempre. Graffiacane tenía todas las de ganar. Sabía demasiado, aunque se mostrara ignorante del todo.

—Algo terrible... Oh, sí, en eso estamos de acuerdo. La verdad suele ser desgarradora —contestó, burlona, pero también con algo diferente en su tono de voz, una frialdad que le erizaría la piel al más incrédulo—. Sabes escudarte bien, pero, no es suficiente. Nunca es suficiente para mí. Ni tanto para querer alardear... Oh, cierto, no me gusta acudir a un método tan bajo. Si quieres tomar mis palabras como arrogancia pura, hazlo. No es como si fuera a preocuparme de alguna manera. Es entretenido disfrazar las cosas.

Finalmente posó su mirada en él. Aquellos ojos penetrantes que podían arrancar almas, de ser posible. Luego desapareció la sonrisa, y eso, oh, eso era aún peor tratándose de ella.

—¿Un trato, dices? ¿Interesado, dices? Ay, ¡es una lástima! Ya pasó la oferta. Creí que serías un poco más sensato con lo que te había soltado anteriormente, pero veo que no. —Chasqueó la lengua, decepcionada, o al menos eso era lo que demostraba. Maldita ave de mal agüero—. No lo sientas nada más, ya te lo he dicho. Nunca se sabe con los cuervos... Mejor dicho, nunca se sabe con éste cuervo. Conmigo, o con los de afuera; quién sabe.

Avanzó hacia la puerta, deteniéndose un momento frente a ésta, entonces se giró para encararlo nuevamente.

—Podrías esforzarte la próxima vez, Borodin. Las presas, al menos para mí, tienen que poseer algo, un no sé qué... algo que me considerar seguir con el juego. Me dignaré a darte una oportunidad más —soltó, y esta vez sí hubo una brutal prepotencia en sus palabras. ¡Cómo adoraba provocar a los demás!—. Eres demasiado insípido todavía.


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