AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Evil Offerings || Privado
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Evil Offerings || Privado
Estaba sentado en la monumental silla, vestido todo de negro. La camisa estaba abierta hasta la cintura, dejando un triángulo de pálida piel a la vista. Un colgante de rubí del tamaño de un pulgar, impedía que ésta se abriera por completo. Ningún movimiento, ningún sonido, parecía provenir del vampiro. La tranquilidad que se alzaba a su alrededor, ese silencio perturbador, serpenteaba hambrienta sobre las paredes, esperando que algo o alguien fuese lo suficientemente estúpido como para provocar su ataque. Por supuesto, nadie lo era, no cuando se encontraban en su presencia. La quietud era tan profunda que los vampiros en la habitación podían escuchar cómo la sangre fluía con impasible tiranía en las venas de los presos. Era la calma antes de la tempestad. Algo grande estaba por llegar, solo que ninguno podía predecir el qué. Tiberius había descubierto hacía mucho que nada era más inquietante que el silencio. Los espacios eran trampas. Los pensamientos, amenazas. Zacarías permanecía impasible contra la pared de piedra. Su peón, quien había sido un asesino serial cuando era humano, estaba desesperado por ocupar el lugar de su hermano. Una noche, en algún otro tiempo, le enviaría tras Severus. Sabía que no tendría ninguna posibilidad de ganar pero seguramente, sería algo digno de admirar. Sí. Zacarías jugaba sucio pero no era esa la carta que podría hacerlo ganar, era esa ira profunda la que lo llenaba cuando se sabía una sombra ante la presencia del ‘otro Argeneau’, el as bajo la manga. Era la misma maldad que lo había consumido cuando su padre solo tenía ojos para Darius. Sin embargo, nunca podría dejarlo vencer. El único que iba a destruir a su hermano sería él. Como su creador, sería su ejecutor. – Zeeman, te esperábamos antes. Su voz era bastante suave, pero tenía un matiz de algo oscuro y desagradable. El vampiro que se encontraba en medio de ese ‘improvisado escenario’, había intentado huir tras desmembrar y cometer necrofilia con una de las humanas que estaban bajo su protección en el Club Fangtasia. No es que a Tiberius le importase el destino de cualquiera de ellas. En absoluto. Era la violación a su reglamento lo que le molestaba.
- Es solo una humana, maestro. Puedo remplazártela. Tiberius caminó con paso majestuoso hacia él, lo suficientemente rápido como para que su camisa ondeara detrás de él. La piel pálida resaltaba contra la tela negra. – Por favor, maestro. Por favor, no lo haga. Se detuvo ante el vampiro. Por primera vez desde su llegada, el desprecio surcó su rostro. Antes de que Zeeman pudiese suplicar de nuevo, su mano atravesó su pecho, escarbando en la caja torácica. El corazón estuvo en la palma de su mano antes de que la sorpresa hiciera mella en los oscuros orbes del inmortal que había escapado del infierno que podría haberlo envuelto. – ¿Quién lo descubrió? Bien podría estar hablando del clima, el tono indiferente ocultaba cientos de oscuros matices. - ¿Quién de los que habita este castillo apostó a Zeeman para unirse a vuestras filas? Ninguno de los presentes respondió. Sabían que no quería una maldita respuesta, todo lo que tenían que hacer era encontrar a un culpable y llevárselo. De lo contrario, serían el objetivo de su ira. Dejó caer el órgano sobre el cuerpo inerte del vampiro. Su lengua se encargó de limpiar la sangre que había derramado sobre su mano. Fue entonces cuando clavó sus orbes en el pequeño que había estado observándolo todo. Los orbes azul medianoche del infante estaban llenos de desesperación. – Acércate. Demyan no titubeó, su obsesión por la sangre de vampiro no conocía de límites, ya no. Había cruzado la línea. Haría cualquier cosa que le prometiera un trago de ese líquido. Fue entonces cuando Rafael entró a la habitación. – Los esclavos están inquietos, mi señor. He bajado a comprobarlos. Tal parece que su hermano ha llegado. Empujó a Demyan cuando éste se acercó. No sería él quien lo alimentaría. No ahora. Los planes habían cambiado. – Trae a mi esposa, Zacarías. Es momento de que se gane su libertad. Lucian nunca regresaría al castillo a no ser que fuera que haya cumplido sus mandatos. Lo que significaba que también había vuelto por ella. Eran tan patéticos. – Tenéis hasta la media noche para elegir, después de eso seré quien decida a quien culpar de entre ustedes. Ahora, largo. Demyan, quedaros.
- Es solo una humana, maestro. Puedo remplazártela. Tiberius caminó con paso majestuoso hacia él, lo suficientemente rápido como para que su camisa ondeara detrás de él. La piel pálida resaltaba contra la tela negra. – Por favor, maestro. Por favor, no lo haga. Se detuvo ante el vampiro. Por primera vez desde su llegada, el desprecio surcó su rostro. Antes de que Zeeman pudiese suplicar de nuevo, su mano atravesó su pecho, escarbando en la caja torácica. El corazón estuvo en la palma de su mano antes de que la sorpresa hiciera mella en los oscuros orbes del inmortal que había escapado del infierno que podría haberlo envuelto. – ¿Quién lo descubrió? Bien podría estar hablando del clima, el tono indiferente ocultaba cientos de oscuros matices. - ¿Quién de los que habita este castillo apostó a Zeeman para unirse a vuestras filas? Ninguno de los presentes respondió. Sabían que no quería una maldita respuesta, todo lo que tenían que hacer era encontrar a un culpable y llevárselo. De lo contrario, serían el objetivo de su ira. Dejó caer el órgano sobre el cuerpo inerte del vampiro. Su lengua se encargó de limpiar la sangre que había derramado sobre su mano. Fue entonces cuando clavó sus orbes en el pequeño que había estado observándolo todo. Los orbes azul medianoche del infante estaban llenos de desesperación. – Acércate. Demyan no titubeó, su obsesión por la sangre de vampiro no conocía de límites, ya no. Había cruzado la línea. Haría cualquier cosa que le prometiera un trago de ese líquido. Fue entonces cuando Rafael entró a la habitación. – Los esclavos están inquietos, mi señor. He bajado a comprobarlos. Tal parece que su hermano ha llegado. Empujó a Demyan cuando éste se acercó. No sería él quien lo alimentaría. No ahora. Los planes habían cambiado. – Trae a mi esposa, Zacarías. Es momento de que se gane su libertad. Lucian nunca regresaría al castillo a no ser que fuera que haya cumplido sus mandatos. Lo que significaba que también había vuelto por ella. Eran tan patéticos. – Tenéis hasta la media noche para elegir, después de eso seré quien decida a quien culpar de entre ustedes. Ahora, largo. Demyan, quedaros.
Mikhail Argeneau- Vampiro Clase Alta
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Re: Evil Offerings || Privado
A pesar de todo, de su crueldad inmanente, de su desdén por la raza humana, de su libertino comportamiento, al final del día, Lucian se ponía firmes y sacaba el pecho ante su hermano y creador, y toda era parafernalia de vampiro arrogante y despiadado se venía abajo, era sólo un peón en el tablero de Mikhail, y camino al castillo, Darius no se cansó de decírselo, su respuesta se limitaba a mirarlo sin expresión en los ojos celestes, con la boca fruncida en un gesto indescifrable y nada más. Ya lo sabía, no tenían que decírselo, la relación que tenía con el mediano de los Argeneau rayaba en la dependencia enfermiza, como si lejos del yugo del rey sin corona, se sintiera despojado de su poder. Una ilusión nada más, si él quisiera de verdad –esto lo sabía también, pero acallaba las voces que se lo decían- hacía mucho que se habría separado de su parasitario lazo con Tiberius, hecho su propia vida, quizá edificado su propio imperio de terror, pero las viejas costumbres son muy difíciles de arrancar de raíz, desde niños, Severus había seguido como lapa a su hermano, obedecido sus órdenes, reído de las desgracias que ambos hacían padecer al mayor de los hermanos.
Pensando en aquello llegó a la inmediaciones del Castillo de If, residencia de su hermano, y por ahora también suya, tenía la costumbre de largarse por temporadas para no sentirse tan patético, aunque al final siempre regresaba y estaba la enorme posibilidad de que un día su hermano simplemente se aburriera de él, se aburriera de fingir que no sabía lo que pasaba entre su consorte y él, se aburriera del eslabón débil de la cadena y aunque era probable que pudiera darle una digna pelea, tenía la certeza que ni las manos metería dado el caso. Empujó a Anthony para que entrara de una vez por todas, antes de arribar al “salón del trono”, donde seguramente estaría Mikhail, hizo un breve recorrido por las mazmorras del castillo, como para darle a entender a su hermano mayor que ese iba a ser su destino. Hubo un momento, sin embargo, que ambos, idénticos físicamente, parecían caminar con tranquilidad pasmosa, como si estuvieran por voluntad propia ahí. Tras cruzar el largo, pestilente y obscuro pasillo, el esplendor palatino les dio la bienvenida, la exquisita decoración tenuemente iluminada por velas, pero no se detuvo a darle un recorrido al motivo de su furia eterna. Su paso se fue desacelerando conforme se acercaba al sitio en donde finalmente y después de tantos años, los tres estarían reunidos de nuevo.
En el umbral de la puerta empujó a Darius, era fácil pues se lo había llevado bastante mal herido, aunque seguía oponiendo cierta resistencia, lo hizo caer a los pies de Mikhail, lo miró en el sueño y luego alzó el rostro.
-Lo prometido… -dijo inclinando levemente la cabeza como si le concediera la razón a una premisa jamás proferida-, tuve que pelear por su inmunda existencia, al parecer no somos los únicos que deseamos su desgracia –y sonrió de lado, el mentón se mantuvo alto, pero los ojos bajaron hasta el cuerpo del maltrecho Argeneau mayor. Guardó silencio y entonces se dio el tiempo de mirar a su alrededor, ahí estaba ese chiquillo Demyan, no se detuvo a observarlo mucho, y nada más, como si todos de antemano hubiesen huido incapaces de soportar lo que estaba por venir, las torturas de las que harían víctima a Darius, pero seguramente había sido el propio Mikhail quien los había corrido, observó el cuerpo inerte de uno de esos peones reemplazables del cual ni siquiera se había tomado la molestia de aprender su nombre –y sin embargo, pensando en que ese mismo podía ser su destino- y se detuvo en algunos puntos de obscuridad de la habitación, con la estúpida esperanza de verla a ella, que presenciara el momento en el que, una vez más, cumplía de forma puntual, limpia y expedita un mandato del rey.
Pensando en aquello llegó a la inmediaciones del Castillo de If, residencia de su hermano, y por ahora también suya, tenía la costumbre de largarse por temporadas para no sentirse tan patético, aunque al final siempre regresaba y estaba la enorme posibilidad de que un día su hermano simplemente se aburriera de él, se aburriera de fingir que no sabía lo que pasaba entre su consorte y él, se aburriera del eslabón débil de la cadena y aunque era probable que pudiera darle una digna pelea, tenía la certeza que ni las manos metería dado el caso. Empujó a Anthony para que entrara de una vez por todas, antes de arribar al “salón del trono”, donde seguramente estaría Mikhail, hizo un breve recorrido por las mazmorras del castillo, como para darle a entender a su hermano mayor que ese iba a ser su destino. Hubo un momento, sin embargo, que ambos, idénticos físicamente, parecían caminar con tranquilidad pasmosa, como si estuvieran por voluntad propia ahí. Tras cruzar el largo, pestilente y obscuro pasillo, el esplendor palatino les dio la bienvenida, la exquisita decoración tenuemente iluminada por velas, pero no se detuvo a darle un recorrido al motivo de su furia eterna. Su paso se fue desacelerando conforme se acercaba al sitio en donde finalmente y después de tantos años, los tres estarían reunidos de nuevo.
En el umbral de la puerta empujó a Darius, era fácil pues se lo había llevado bastante mal herido, aunque seguía oponiendo cierta resistencia, lo hizo caer a los pies de Mikhail, lo miró en el sueño y luego alzó el rostro.
-Lo prometido… -dijo inclinando levemente la cabeza como si le concediera la razón a una premisa jamás proferida-, tuve que pelear por su inmunda existencia, al parecer no somos los únicos que deseamos su desgracia –y sonrió de lado, el mentón se mantuvo alto, pero los ojos bajaron hasta el cuerpo del maltrecho Argeneau mayor. Guardó silencio y entonces se dio el tiempo de mirar a su alrededor, ahí estaba ese chiquillo Demyan, no se detuvo a observarlo mucho, y nada más, como si todos de antemano hubiesen huido incapaces de soportar lo que estaba por venir, las torturas de las que harían víctima a Darius, pero seguramente había sido el propio Mikhail quien los había corrido, observó el cuerpo inerte de uno de esos peones reemplazables del cual ni siquiera se había tomado la molestia de aprender su nombre –y sin embargo, pensando en que ese mismo podía ser su destino- y se detuvo en algunos puntos de obscuridad de la habitación, con la estúpida esperanza de verla a ella, que presenciara el momento en el que, una vez más, cumplía de forma puntual, limpia y expedita un mandato del rey.
- Spoiler:
- Espero que esté bien que Lucian haya traído a Darius ante Mikhail
Invitado- Invitado
Re: Evil Offerings || Privado
‘Será mejor que arranquen nuestra cabeza o jamás te perdonaré si volvemos a esa prisión, Darius’. Las amenazas eran más gruñidos que palabras. Casi podía sentir cómo le perforaba el cráneo en su inútil intento por escapar de aquello que les estaba aguardando. Su cuerpo estaba lo suficientemente maltratado como para que le importara. Todo lo que quería era que terminara. Estaba entumecido. Ira. Dolor. Odio. Vacío. No podía separar una de la otra. Eran cuchillas que competían para ver quién se clavaba más profundamente. Un gruñido vibró en su garganta, pero pereció con la misma velocidad que se formó. Golpeó una piedra pero no le importó. No tenía que hacérselo fácil a su hermano. ¿Quería llevarlo hasta Mikhail antes de que el amanecer los alcanzara? Bien podía cargarlo. Una sonrisa demente apareció en su boca. Sus colmillos asomaron. Deslizó la lengua contra éstos, limpiando su propia sangre. Gilles había usado a un licántropo para lastimarlo. Solo la sangre de sus enemigos podía haber actuado como veneno. Un cazador podría haber hundido sus dagas hasta la empuñadura en su estómago y habría sanado en cuanto se los arrancara. Las hojas plata revestidas con la sangre de licántropos hacía el proceso más lento, más doloroso. Ese era – también – el porqué sus heridas en las muñecas no sanaban. Las cadenas habían sido bañadas en ese líquido. No había quedado nada más que huesos del licántropo que había servido para los propósitos de su captor. - ¿No vas a vendarme los ojos? Habían llegado al puerto. Desde que había recordado se había preguntado porqué nunca se había cruzado con uno de sus hermanos. Por supuesto, Tiberius era tan arrogante que no le sorprendería si contaba con su propia isla. – No olvides nunca que soy tu enemigo. He cazado vampiros el mismo tiempo que llevas lamiendo botas, Severus. Le pareció ver que su hermano apretaba la mandíbula aunque, no estaba realmente seguro.
La tensión entre ellos aumentó el resto del viaje. El amanecer les pisaba los talones. Darius no parecía preocuparse. ¿Por qué molestarse? Si Lucian había decidido hacer la travesía era porque confiaba en que llegarían a su destino antes de que la luz les alcanzase. ‘Tienes que escapar. Tienes que escapar’. El rugido en su cabeza aumentó sus decibeles. El castillo imponente le había despabilado. Así que ahí era donde se encontraba su hermano. Se carcajeó. Sonoramente. Tiberius nunca había aceptado que Marcus le tratase como si fuese su único hijo, su primogénito – el príncipe entre ellos -, así que había adquirido un jodido castillo para mantener tranquilo su ego. – No puedo esperar por estar ante su majestad. La burla que le imprimió a sus palabras se ganó otra ronda de zarandeos. Habían arribado y de nuevo era arrastrado. Observó cada detalle. Fue llevado a las mazmorras. Al parecer, aún no podían ‘recibirlos’. El miedo que se extendía como sombras sobre las paredes en ese oscuro pasillo solo provocó a la bestia. Humanos. Podía saborearlos. Su garganta amenazó con estallarle en llamas. Estaba débil. Necesitaba alimentarse. ‘Pronto. Muy pronto.’ Era una orden no una petición. Solo él podía fingir que saldrían de esa maldita isla. Sin ayuda nunca lo lograrían. ‘Tenemos que vengarnos. De ella. De él. De todos.’ No supo por cuánto tiempo estuvo escuchando la voz en su cabeza. Bien podría haber pasado todo el día. La puerta chirrió, avisando la llegada de su hermano. Por tercera o cuarta. ¿Quién las contaba? Fue arrastrado por los pasillos. – Había olvidado cuán hospitalarios son los Argeneau. Ahí estaba quién le había vendido al vampiro. El mismo que había desatado a todos sus demonios por que el odio y la envidia lo cegaban. Su mirada recayó en el infante. Un humano. - Vaya, vaya. ¿La familia ha crecido? El sarcasmo bailaba al son de sus palabras.
La tensión entre ellos aumentó el resto del viaje. El amanecer les pisaba los talones. Darius no parecía preocuparse. ¿Por qué molestarse? Si Lucian había decidido hacer la travesía era porque confiaba en que llegarían a su destino antes de que la luz les alcanzase. ‘Tienes que escapar. Tienes que escapar’. El rugido en su cabeza aumentó sus decibeles. El castillo imponente le había despabilado. Así que ahí era donde se encontraba su hermano. Se carcajeó. Sonoramente. Tiberius nunca había aceptado que Marcus le tratase como si fuese su único hijo, su primogénito – el príncipe entre ellos -, así que había adquirido un jodido castillo para mantener tranquilo su ego. – No puedo esperar por estar ante su majestad. La burla que le imprimió a sus palabras se ganó otra ronda de zarandeos. Habían arribado y de nuevo era arrastrado. Observó cada detalle. Fue llevado a las mazmorras. Al parecer, aún no podían ‘recibirlos’. El miedo que se extendía como sombras sobre las paredes en ese oscuro pasillo solo provocó a la bestia. Humanos. Podía saborearlos. Su garganta amenazó con estallarle en llamas. Estaba débil. Necesitaba alimentarse. ‘Pronto. Muy pronto.’ Era una orden no una petición. Solo él podía fingir que saldrían de esa maldita isla. Sin ayuda nunca lo lograrían. ‘Tenemos que vengarnos. De ella. De él. De todos.’ No supo por cuánto tiempo estuvo escuchando la voz en su cabeza. Bien podría haber pasado todo el día. La puerta chirrió, avisando la llegada de su hermano. Por tercera o cuarta. ¿Quién las contaba? Fue arrastrado por los pasillos. – Había olvidado cuán hospitalarios son los Argeneau. Ahí estaba quién le había vendido al vampiro. El mismo que había desatado a todos sus demonios por que el odio y la envidia lo cegaban. Su mirada recayó en el infante. Un humano. - Vaya, vaya. ¿La familia ha crecido? El sarcasmo bailaba al son de sus palabras.
Darius Argeneau- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Evil Offerings || Privado
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Días, meses, años? En realidad no importa. Su pasatiempo consistía técnicamente en observar a las arañas trabajar sobre su cabeza; las moscas quedaban atrapadas en la tela del animal y este bajaba rápidamente para envolveros por completo con su hilo y, poco a poco, mientras la mosca se retorcía intentando escapar de su fatídico destino, el arácnido la engullía con sus filosos colmillos. No todos los bichos voladores corrían con la misma suerte, había algunos que eran reservados para los hijos de la viuda. Lo más escabroso fue observar que, después de aparearse con su macho, la araña lo asesinó para asegurarse de que sus crías tuviesen alimento cuando nacieran. Una sonrisa macabra cruzó por sus labios ante la cruel escena. Si tan sólo fuese esa araña mandona con el punto rojo sobre su barriga, se tragaría a Tiberius y con él quizá, todos sus problemas. Pero no era la araña, más bien era la mosca, ese despreciable bicho que era devorado por el monstruo. Después, también observó como las ratas se tragaban los restos del humano junto a ella. Al cabo de varios días después, sólo quedaba el esqueleto sonriente y marchito de lo que tuvo vida. Así se sentía. Llegó a pensar que ese podría ser su destino. Morir enjaulada como en toda su existencia había vivido. Humillada, mancillada.
Esa noche notó el cambio climático. Hacía más frío de lo normal y no porque ella pudiese apreciarlo con lo gélido del aire en su piel, si no más bien al observar a las ratas como se movían, siempre juntas entre ellas. Durmiendo hechas ovillo las unas sobre las otras. Además, por las noches podía apreciar las estrellas en los cielos, su brillo es característico en las diferentes estaciones del año y, aquel esplendor refulgió más que las noches pasadas, un ejemplo: la noche que Severus estuvo con ella. Sonrió al recordar aquella pintoresca situación. Al menos ahora estaba libre de cadenas, encerrada y con la cicatrices en sus muñecas, pues a falta de alimento, la regeneración es imperfecta. Danzó sobre una de las filosas rocas y tropezó al escuchar el abrupto de su silencio. Comenzaba a sentirse familiarizada con la soledad y la nada. Los guardias entraron por la puerta pateándola salvajemente. Amber no comprendió lo ocurrido y se arrinconó hasta una de las esquinas. El tipo más alto la arrastró por el cabello, ella se negó –Camina o serás arrastrada ante el señor Argeneau, tú decides zorra- Los orbes de la rubia se llenaron de desconcierto ¿La dejaría salir? ¿De verdad? No, no, no… ¿Y sólo la había llamado para asesinarla de una bendita vez? Contrajo su cuerpo con el temor a ser herida. Irónico, aunque ya nada más podía hacerle, tenía miedo. Miedo de él. Sus pies se movieron a través de las rocas, el filo consiguió abrirle un par de yagas. Estaba débil, desnuda y desorientada.
Las escaleras se abrieron infinitas frente a ella, esa clásica arquitectura de caracol hasta que las gigantescas puertas de madera se erigieron imponentes. Se abrieron y, con el mismo trato de antes, fue pateada hasta encontrarse postrada frente a él. Intentó cubrir su desnudez con ambas manos. No era más que un esqueleto momificado por su piel, eso era repugnante. Fue inútil. Levantó la vista hasta Mikhail pero la expresión de su rostro no fue la que esperaba. Siguió la mirada del vampiro hasta toparse con la figura de Severus. El pánico la invadió al verlo en esa sala ¿De qué se trataba todo eso? Se hizo pequeña, como un gato se encoje hasta formar una bola de pelo. Tenía miedo, sus pesadillas comenzaban a tener forma y su sexto sentido le advertía del peligro. Se sentía amenazada. Sacudió la cabeza intentando incorporarse, en ese momento lo vio. Sus labios se abrieron y exhalaron un grito ahogado. «Es él» Pensó. No podía hablar porque el impacto la dejó completamente atónita. Darius estaba ahí. El hombre que sus Argeneaus odiaban con todas las definiciones de la palabra, el hombre que les destruyo la vida, el hermano mayor que con el simple hecho de haber nacido primero, les arrebató la felicidad a sus hombres. Ella también lo repudiaba. Sus dientes rechinaron dentro de su boca, la rabia se apoderó de ella. Lo fulminaba con la mirada mientras lo observaba detenidamente. Cuando vio su rostro. Sus ojos se abrieron de par en par. Desvió la mirada a cada uno de los Argeneau. ¡Eran idénticos! ¿Cómo demonios su padre sabía cual era cual? Y si… ¿que tal si su padre había confundido a alguno de ellos después de nacidos y le quitó el privilegio que se ganó al ser el primogénito? Estaba pensando cosas absurdas, pero era lo único que podía hacer. Aún no se le ordenaba nada y estaba tan jodidamente asustada sobre aquello que hasta respirar le parecía una ofensa.
Esa noche notó el cambio climático. Hacía más frío de lo normal y no porque ella pudiese apreciarlo con lo gélido del aire en su piel, si no más bien al observar a las ratas como se movían, siempre juntas entre ellas. Durmiendo hechas ovillo las unas sobre las otras. Además, por las noches podía apreciar las estrellas en los cielos, su brillo es característico en las diferentes estaciones del año y, aquel esplendor refulgió más que las noches pasadas, un ejemplo: la noche que Severus estuvo con ella. Sonrió al recordar aquella pintoresca situación. Al menos ahora estaba libre de cadenas, encerrada y con la cicatrices en sus muñecas, pues a falta de alimento, la regeneración es imperfecta. Danzó sobre una de las filosas rocas y tropezó al escuchar el abrupto de su silencio. Comenzaba a sentirse familiarizada con la soledad y la nada. Los guardias entraron por la puerta pateándola salvajemente. Amber no comprendió lo ocurrido y se arrinconó hasta una de las esquinas. El tipo más alto la arrastró por el cabello, ella se negó –Camina o serás arrastrada ante el señor Argeneau, tú decides zorra- Los orbes de la rubia se llenaron de desconcierto ¿La dejaría salir? ¿De verdad? No, no, no… ¿Y sólo la había llamado para asesinarla de una bendita vez? Contrajo su cuerpo con el temor a ser herida. Irónico, aunque ya nada más podía hacerle, tenía miedo. Miedo de él. Sus pies se movieron a través de las rocas, el filo consiguió abrirle un par de yagas. Estaba débil, desnuda y desorientada.
Las escaleras se abrieron infinitas frente a ella, esa clásica arquitectura de caracol hasta que las gigantescas puertas de madera se erigieron imponentes. Se abrieron y, con el mismo trato de antes, fue pateada hasta encontrarse postrada frente a él. Intentó cubrir su desnudez con ambas manos. No era más que un esqueleto momificado por su piel, eso era repugnante. Fue inútil. Levantó la vista hasta Mikhail pero la expresión de su rostro no fue la que esperaba. Siguió la mirada del vampiro hasta toparse con la figura de Severus. El pánico la invadió al verlo en esa sala ¿De qué se trataba todo eso? Se hizo pequeña, como un gato se encoje hasta formar una bola de pelo. Tenía miedo, sus pesadillas comenzaban a tener forma y su sexto sentido le advertía del peligro. Se sentía amenazada. Sacudió la cabeza intentando incorporarse, en ese momento lo vio. Sus labios se abrieron y exhalaron un grito ahogado. «Es él» Pensó. No podía hablar porque el impacto la dejó completamente atónita. Darius estaba ahí. El hombre que sus Argeneaus odiaban con todas las definiciones de la palabra, el hombre que les destruyo la vida, el hermano mayor que con el simple hecho de haber nacido primero, les arrebató la felicidad a sus hombres. Ella también lo repudiaba. Sus dientes rechinaron dentro de su boca, la rabia se apoderó de ella. Lo fulminaba con la mirada mientras lo observaba detenidamente. Cuando vio su rostro. Sus ojos se abrieron de par en par. Desvió la mirada a cada uno de los Argeneau. ¡Eran idénticos! ¿Cómo demonios su padre sabía cual era cual? Y si… ¿que tal si su padre había confundido a alguno de ellos después de nacidos y le quitó el privilegio que se ganó al ser el primogénito? Estaba pensando cosas absurdas, pero era lo único que podía hacer. Aún no se le ordenaba nada y estaba tan jodidamente asustada sobre aquello que hasta respirar le parecía una ofensa.
Xrisí D'Argeneau- Vampiro Clase Alta
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