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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Leif Paine Jue Abr 06, 2017 8:41 am

Los celos. Terrible sentimiento que, nada más conocerlo, ya lo despreciaba. Se instaló en sus entrañas cuando la bruja le negó aquella evidente paternidad, y desde entonces estuvo retorciéndose con la sangre hirviendo de sus vísceras coléricas. Su humor no era el mejor y aquellos que le conocían ya bien lo sabían, que se apartaban evitando hacer nada que valiera su descarga. El Capitán Paine podía ser verdaderamente cruel cuando estaba dominado por tanta tensión. Porque no era solo un mal humor, no, de esos tenía muchos y se le acababan olvidando una vez solucionaba el problema. No. Aquello era peor, todos lo sabían, algo le ocurría al capitán que era mejor no cruzarse en su camino. Sabía que aquel niño era suyo, mas no entendía por qué la bruja lo negó. ¿Tanta repulsión le provocaba la idea de formar una familia junto a él? Y entonces se unió a su cabeza la imagen de aquel puto de barrio bajo. Claro... eso debía ser. La bruja lo prefería a él. ¿Pero por qué aceptó la invitación a la boda y se despidió con un beso?

Malditas mujeres y sus juegos mentales.

Dispuesto a poner fin a tantas dudas, buscó una nueva y buena excusa con la que aparecerse en su casa una vez más. Camisa y pantalones, y sus botas de pirata, eran todo cuanto llevaba. Con el pecho medio descubierto por el sol ardiente que empezaba a calentar a ritmo de primavera. No quería admitirlo, pero se había asegurado de oler bien y llevar el cabello medianamente repeinado, atado atrás dejando expuesto su rostro intrínseco. En el mundo corsario las apariencias no decían mucho, pero cuando de damas se trataba estaba claro que así era. Llamó a la puerta con la fuerza de sus nudillos, esperando no ser nuevamente recibido como la última vez, cuando de los dulces y sonrosados labios de la bruja salió el nombre de otro hombre.
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Mensaje por Aletheia Brutus Jue Abr 06, 2017 9:57 am

Habían pasado apenas unos días desde que regresaran de África y no había noche que no pensara en todo lo ocurrido. En la forma en la que Leif la había defendido en el viaje de ida. La forma en la que habían hecho el amor cada noche en ese camarote. La forma en la que se la habían comido los celos cuando la negra alardeó de ser su amante y la fría puñalada de decepción cuando al pirata no le temblaron ni el pulso, ni la voz, para decir que no la quería. Daba igual que en algunos momentos sus acciones parecieran gritarlo. Sólo eran las acciones de un hombre seduciendo a una mujer. Y ella era la idiota que se rendía ante él.
También pensaba en la forma en que habían dormido a bordo del Warrior: desnudos y agotados, con Leif abrazándola como si no quisiera dejarla ir. Ay, ojalá. Porque había dormido tan a gusto en sus brazos... Sintiéndose tan protegida... Tan deseada... Tan plena.
Pero eso sólo era una fantasía.

El día que volvió, les contó a Adele, Loui y Brianna, su aventura africana. Adele había estado tan preocupada por ella, que había desaparecido tan repentinamente, sin dejar rastro, sin equipaje, sin siquiera cerrar la puerta de casa... que había dado aviso a las autoridades. Así que había tenido que ir a personarse y dar una explicación más o menos convincente, de que había salido por su propia voluntad y que simplemente no había avisado... porque no tenía por qué dar cuentas al servicio. Nadie pudo rebatir esa sentencia, mucho menos con el tono tan altanero con que fue dicha.
Aletheia no consideraba a Adele, Loui y Brianna como sus criados. Trabajaban para ella, pero no abusaba de su posición. Así que esa reacción frente a la autoridad era pura fachada, pero necesaria para dar por zanjado el asunto. En la intimidad de su casa, Aletheia le explicó lo ocurrido a Adele, quien siendo perro viejo en estas lides, supo leer entre líneas.

La mujer creía que su señora se merecía algo mejor que un pirata. Pero ¿qué había mejor para una mujer enamorada que el hombre al que quería? Suspiró y fue a abrir la puerta. ¡Y cuál sería su sorpresa cuando justo ahí estaba el susodicho pirata!
Tenía que reconocer que el hombre tenía muy buena planta. Entendía lo que Aletheia veía en él. El peligro, la aventura, la rebeldía frente a una sociedad rígida que la rechazaría por sentir. Pero ella sabía que eso no podía acabar bien. Eran de mundos diferentes y esos mundos no se tocaban. Si los estamentos sociales se repartieran en una montaña... él estaría al límite de la falda -y seguramente perdido entre muchas faldas-... y ella rozaría donde comenzaba la nieve en la cima.
Él no podría subir, ella no debería bajar. Pero estaba enamorada, podía verlo en la forma en la que se movía por la casa, como un alma en pena, que sólo recuperaba la sonrisa cuando enseñaba a leer a Corbin o le mostraba cosas nuevas a Elaine. Fuese lo que fuese lo que ese hombre le había dicho para dejarla en ese estado, más le valía arreglarlo. O le iba a atizar con el rodillo a amasar.
-Buenas tardes. ¿Qué se le ofrece?

Ajena a la visita inesperada que acababa de llegar a su puerta, Aletheia estaba en la biblioteca, junto a la ventana, con una decena de libros sobre la mesa, buscando alguno que pudiera darle a Corbin para que practicara. Habían quedado en que esa tarde pasaría a buscarlo y leerían juntos un rato.
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Mensaje por Leif Paine Jue Abr 06, 2017 3:26 pm

Y ahí estaba la herm... un momento, esa no era Aletheia. Metió la cabeza en la casa buscando por todos lados, esperando encontrarla y no tener que lidiar con aquella vieja cuya mirada no auguraba nada bueno. ¿Le habría contado la bruja sobre su persona? ¿O simplemente se creía mejor que un buen hombre educado que llamaba a la puerta en lugar de tirarla abajo -como bien habría podido hacer? Se retiró un paso manteniéndole la mirada a la anciana que parecía estar oliendo mierda y se irguió orgulloso, no pensaba amedrentarse por alguien del servicio -pues suponía que era alguna clase de criada que, puestos a suponer, podría estar ya retirada de sus funciones.

-Soy el Capitán Paine, vengo a ver a Aletheia - habló como siempre con aquella voz que parecía salir de ultratumba y entrecerró los ojos. - Ella no me espera, pero estoy seguro que querrá verme. Así que si me disculpa... - la apartó con suavidad pero cargado de sarcasmo, cogiéndola de la cintura para alzarla y ponerla a un lado -sí, como si no fuera más que un simple objeto- y se introdujo en la casa cual cazador buscando presa. - ¡Aletheia! - exclamó, abriendo puerta por puerta, hasta dar con la indicada. El nombre murió en sus labios al verla ahí sentada: delicada, hermosa... una caricia para la vista. Aquella visión apaciguó por completo al monstruo verde de los celos que se agitaba en su interior. En ese instante solo estaban ellos dos, así que entró cerrando a su espalda evitando que nadie más acudiera a su rescate.

Avanzó en silencio mirándola a los ojos, conteniendo el impulso de cogerla en brazos y llevársela bien lejos donde nadie más que él pudiera disfrutarla. Se detuvo a su lado, penetrándola con la mirada, y sonrió con picardía. - ¿Me echabas ya de menos? - amplió la sonrisa y buscó entre sus ropas su mayor excusa: la invitación a la boda de su hija. - Lo dije de palabra, pero si debo ser correcto tengo que entregarte esto. He venido personalmente temiendo que el cartero se perdiera... - aquello no era del todo cierto, su mayor motivo era sencillamente volver a verla. - ¿Quién es la momia disecada que me ha abierto la puerta?
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Mensaje por Aletheia Brutus Jue Abr 06, 2017 4:36 pm

Leif. Era su voz. Su inconfundible voz. Llamándola. Se puso tan nerviosa que se le cayó el libro del regazo. Se inclinó para recogerlo y dejarlo en la pila que había sobre la mesa. Ya decidiría cuál le dejaba a Corbin después. Se puso en pie y se alisó el frontal del vestido azul con flores que llevaba. ¿Tenía bien el pelo?
Pero todo dejó de importarle cuando irrumpió en la estancia. Se le aceleró el pulso, su cuerpo se tensó y no pudo pensar nada coherente.
-Capitán Paine... -¿Que si le había echado de menos? Cada segundo. Pero no era algo que pudiera decirle-. ¿Qué le trae por aquí?
Le miró sorprendida porque hubiera ido a invitarla formalmente y en persona. Pensó que lo dejaría correr, o que enviaría a alguno de sus grumetes con una escueta nota. Pero no, ahí estaba, alto, guapo, ofreciéndole un lugar en la celebración de su hija, como si fuera alguien importante para él... Y ella... Ella le había mentido en algo tan importante como la paternidad.
Todo por no querer que se sintiera obligado hacia ella. Quería que la quisiera, pero no por un desliz, no por su hijo, sino por ella.
-¡Leif! -le reprochó-. No hables así de Adele.
Porque Adele era como una madre para ella en París, ya que su verdadera madre estaba en Perpignan. Cogió la invitación y la leyó. Le temblaban las manos cuando sus dedos se rozaron.
-Es una invitación preciosa. Gracias por venir a traerla personalmente -porque así podía verle de nuevo-. ¿Puedo ofrecerte algo? -señaló con un ademán de la mano hacia el juego de vasos de cristal y botellas de licor que había en un pequeño mueblecito en un lateral-. Yo no puedo acompañarte -por razones evidentes-, pero puedo pedirle a Adele que me traiga una manzanilla.
Dejó la invitación sobre la pila de libros y caminó hacia el mueblecito, dio la vuelta a uno de los vasos y tomó la botella que cerraba el juego entre ellos.
-¿Coñac?
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Mensaje por Leif Paine Mar Abr 11, 2017 5:16 am

¿Cómo se podía ser tan dura de mollera? Bufó mentalmente, impacientándose porque le dijera de una vez por todas que era él el padre de ese niño que llevaba en el vientre. Había ido personalmente, llamando a la puerta, se había vestido bien... ¡incluso se había echado la colonia que usaba su hijo! Y aún así al parecer seguía sin ser suficiente para ella. Bueno, si algo caracterizaba al Capitán Leif, a parte de sus incontables defectos, era su tozudez. Aletheia se había convertido en una meta, una pieza importante en aquel prometedor futuro que estaba por venir: una familia unida. Sus hijos ya estaban colaborando, llevándose bien, solo quedaba que la bruja fuera sincera para hacerla totalmente suya.

Pareó la mirada por las botellas que señaló y sintió su boca secándose de inmediato. Ron, coñac, vino... podría sentarse a tomar una copa con ella, probar de nuevo el dulce néctar de su fruta escondida...

-No - negó rápidamente ante tan tentativa oferta. Estaba evitando beber más de la cuenta, ya no necesitaba auto destruirse pues su vida empezaba a tener mucho más sentido del que jamás tuvo. - Quiero que me acompañes. Por París - aclaró rápidamente, sonriendo ante el recuerdo de la escapada a África. - Debo comprar el regalo de bodas de mi hija y, por no andarme con rodeos, mi aspecto de pirata me cierra las puertas de muchos negocios. Además, el regalo quiero que lleve algún hechizo y has demostrado ser muy útil en ese aspecto. No te robaré más tiempo del que sea necesario...
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Mensaje por Aletheia Brutus Mar Abr 11, 2017 4:37 pm

¿Acompañarle? ¿De compras por París? ¿Hola? Ay, no podía salir con esas pintas. Tendría que cambiarse. El corazón le dio un brinco y seguramente el lobo pudo escuchar cómo se saltó un latido.
-Está bien, pero tendremos que regresar antes de las siete. Corbin va a venir a buscar estos libros y me parecería un detalle muy feo dejarle plantado. De todos modos, se los dejaré a mano a Adele, por si nos retrasamos. ¿Me esperas aquí mientras me cambio?
Se dirigió hacia la salida de la biblioteca, pensando rápidamente en lo que tenía en el armario y qué era lo que podía ponerse. No quería que fuera demasiado formal, ni demasiado de andar por casa, quería que llamara la atención del pirata, que la mirase, pero tampoco quería ponerse demasiado escotada o con un vestido con mucha parafernalia, como si fuera a una fiesta social.
Subió a su habitación y abrió el armario, movió varias perchas y, finalmente, se decidió por un vestido sencillo, rosa, con adornos de encaje negro.
[Vestido]
Se cambió y bajó de nuevo las escaleras. Le dio instrucciones a Adele por si se retrasaba y llegaba Corbin a por los libros, aunque no creía, porque tenían todavía un buen puñado de horas. Quizás hasta pudieran comer por ahí...
-Estoy lista -dijo asomándose a la biblioteca donde había dejado a Leif. Ya llevaba en la mano un pequeño bolso, tipo saquito, una capa de paño fino, cruda, que le cubriría hasta la cintura y que se cerraba con un largo lazo de raso rosa, por si refrescaba-. ¿Nos vamos?
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Mensaje por Leif Paine Miér Abr 12, 2017 2:43 pm

Sintió la bilis hirviendo y subiendo por la garganta ante el nombre de aquel puto pronunciado por la dulce voz de Aletheia. Demasiado ocupado estuvo controlándose a sí mismo para notar el nerviosismo de la bruja, a la que dio la espalda en cuando salió del salón para cambiarse. Era inconcebible que solo un nombre fuera capaz de provocar aquella ira, de retorcer sus entrañas como si de un maligno hechizo se tratara. Les había visto juntos, cuando los días se estiraban y era incapaz de frenar el deseo de observarla en secreto, y aunque sabía que jamás hubo sexo entre ellos, cada sonrisa que le arrancaba a la bruja, cada encuentro casual entre sus cuerpos, alimentaban esa ira en su interior.

Ira que desapareció en el momento en que la vio regresar tan elegante como siempre. No por el vestido, pues ningún trozo de tela sería jamás responsable de verla más o menos bella -incluso en su viaje a África, con solo una muda y sin agua para bañarse, la siguió viendo tan hermosa como en ese instante ante él. No. El motivo de su -fugaz- estado hipnótico se debía a lo que aquel gesto escondía. Aletheia se había arreglado especialmente para él, no para el vendido al que estaba esperando, solo para él, y pudo sosegar nuevamente el monstruo de los celos.

-Van a pensar que te estoy chantajeando... - fue lo único que dijo, velando entre líneas un halago hacia su apariencia. No pensaba hacer caso a su exigencia de volver antes de las siete, no permitiría que ese 'Corbin' la viera tan hermosa. Se aseguraría de entretenerla lo suficiente para hacerle olvidar al rubio. - Vamos entonces...

Se acercó a ella, a escasos centímetros, y pasó suavemente una mano por su espalda para acompañarla hacia la puerta, sin despedirse siquiera de la momia que no desfruncía el ceño ni aunque la molieran a palos. En la calle no le ofreció el brazo, como cualquier caballero haría -porque él nunca sería ni pensaba ser un gentleman, antes caería granizo en el infierno-, rodeó su cintura asegurándose de tener su cuerpo bien pegado al suyo, amenazando con la mirada a cualquier hombre que cruzaran y osara poner los ojos sobre ella.

-La tienda que tengo en mente no está lejos, aunque no tengo ninguna prisa. ¿Has comido algo antes de salir? En tu estado debes alimentarte bien, tus caderas deben estar fuertes para soportar el parto - era inevitable la falta de tacto, sin embargo por muy bruto que pudiera parecer, no era más que preocupación lo que sus toscas palabras intentaban expresar.
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Mensaje por Aletheia Brutus Jue Abr 13, 2017 11:13 am

Sonrió al ver que sus esfuerzos no habían sido en vano y se dejó guiar por Leif hasta la calle. Se hubiese cogido orgullosa de su brazo, sin que le importase lo más mínimo lo que pudieran decir de ella. Disfrutar de la cercanía de ese hombre era mil veces más importante que contentar a las viejas arpías aburridas que no tenían nada mejor que hacer. Que tampoco es que fuera a ir pregonando a los cuatro vientos su desliz, seguía siendo una señorita. Pero desde bien pequeña había aprendido que a lo hecho, pecho. Así que ahora no podía dejarse caer en la espiral de degradación social. Su hijo sería un bastardo, sí. Pero ella lo querría por los dos. Y todo el tiempo que pudiera tener junto a su padre, lo cogería sin vacilar. Así, cuando su pequeño le preguntase quién era su padre y por qué no estaba con ellos, ella podría decirle con una sonrisa:
-"Estuvo con nosotros lo que pudo, cariño, pero el mar le necesitaba y lo reclamó. Para que surcara sus aguas, para que todos temieran su nombre, para que nunca muriera su leyenda. No importa lo que otros digan o piensen de él, no importan las atrocidades que haya hecho, tú sabes la verdad, la llevas en la sangre. ¿No lo sientes? ¿No sientes en lo más profundo de tu corazón que es un gran hombre? Y un día, cuando el mar ya no le necesite, le devolverá a puerto. Y entonces se quedará con nosotros para siempre."
Ay, que bonito sonaba en su cabeza, cuando lo imaginaba. A veces frente a un niño de ojos bravos, a veces frente a una niñita de espíritu indomable. Pero sobre todo imaginaba ese momento en que realmente el mar le permitiera tener a su lado al más temido de sus vástagos.
La devastadora voz de Leif la sacó de sus pensamientos. Ese timbre arrasaba cualquier distracción a su alrededor y atraía todos los sentidos de la bruja como el más potente de los imanes.
-Desayuné bien esta mañana. -Adele se encargaba puntualmente de ello. Y Brianna no le llevaba arrobas-. Mis caderas estarán perfectamente, no te preocupes.
Lo había pensado tanto en esos días... ¿Debería decirle la verdad? ¿Debería pedirle que fuera fiel a su palabra y se hiciera responsable? No... no debía. Porque eso no le haría feliz. Ni a él, ni a ella. Él perdería su libertad, ella estaría casada con un hombre que no la amaba y que pasaría más de una noche en los burdeles, entre las piernas de otra mujer. Que no debería importarle si era un matrimonio de conveniencia... El problema era que ella sí le quería a él. Para ella sola. Para siempre.
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Mensaje por Leif Paine Jue Abr 13, 2017 3:04 pm

-Sin duda, están perfectamente... - musitó con cierto tono pícaro, recordando tantas ocasiones que se había perdido entre sus piernas.Y las que aún pensaba aprovechar, pues no tiraría la toalla fácilmente con Aletheia. - Es aquí - señaló con la cabeza un vistoso cartel que colgaba por encima de sus cabezas cuyas letras rezaban "rêve d'argent". Le abrió la puerta para que entrara primero, más por estrategia que por caballero: ya había intentado entrar unos días antes y su solo aspecto dio motivo al dueño de echarlo a patadas. Entró orgulloso hinchando el pecho, a ver si se atrevían a echarle cuando iba tan bien acompañado. Solo lanzó una mirada al tendero y se centró en las piezas de joyería que había en los aparadores. - Busco dos anillos - le dijo a la bruja - pero no tengo muy claro qué os gusta a las mujeres. Elora es femenina, pero esa novia suya es todo un caballo.

-Buenos días -saludo al entrar, regalándole al pirata una sonrisa de agradecimiento por abrirle la puerta. El tendero frunció el ceño, pero no dijo nada. No entendía que hacía con una mujer a todas luces de buena familia, pero si eso implicaba una venta, aguantaría la presencia del pirata. -A las mujeres nos gustan muchas cosas, pero realmente da igual el anillo que escojas. Elora lo apreciará porque eres tú quien se lo obsequia. -la bruja se volvió hacia el dependiente-. Nos gustaría ver alianzas. Oro u oro blanco, nada de plata.

-Yo no estaría tan seguro, esa niña es muy caprichosa... sobretodo ahora que vive la vida de la alta sociedad - dejó entrever por el siseo en su voz que no le gustaba nada que su hija se estuviera convirtiendo en una niña rica, pero no podía oponerse sin riesgo a volver a las peleas de antes de enterrar el hacha. Se apoyó en el mostrador mientras el tendero forzaba una sonrisa y empezaba a sacar pequeñas bandejas con distintos modelos, poniéndolos en el borde opuesto a donde estaban ellos como si temiera que le fueran a robar. - Tranquilo, pimpollo, si quisiera robarte no fingiría todo esto, así que no ofendas a mi acompañante con tus prejuicios - le lanzó una mala mirada y empezó a coger anillos para verlos de más cerca. - Todos son muy parecidos...

Una niña rica y caprichosa... Como ella. Se notaba el rechazo que sentía por su cuna, por su clase, por lo que ella representaba. Podían haber tenido noches de pasión, podrían volver a tenerlas... Pero solo eso. Solo esos momentos en los que eran un hombre y una mujer entregados al placer. Pero cuando eso acababa, ella volvía a ser la niña rica. Si detestaba eso en su propia hija... Cuánto más en ella! Tragó en seco y se centró en las joyas. - Se parecen en que todos son redondos. Mira éste. -tomo entre los dedos una alianza sencilla, que combinaba oro y oro blanco en una filigrana como si ambos colores se abrazaran. Se lo deslizó en el dedo, para ver el efecto. Y prefirió ignorar el comentario sobre robar, no podía culpar al tendero cuando a ella misma le había robado el sentido.

-Cualquiera de estos que te pongas se van a ver bien en ti - musitó concentrado en la tría, como si no hubiera sido más que un pensamiento en voz alta. Miró el anillo y frunció los labios. - No. Busco algo más... retorcido - no sabía si esa era la palabra, pero no podía andar diciendo que su hija era una bruja oscura. - Quieren hacer la boda en el barco y las invitaciones son oscuras, creo que ese es el perfil que busco. Y... no importa si son de plata - la miró de reojo - no tengo que llevarlos yo. Puedo entregarlos en un pequeño saco sin problema.

-Y no poder cogerle la mano a tu hija nunca más en tu vida? -susurro, para que el joyero no les escuchase-. Encontraremos el apropiado. Se quitó el anillo y lo dejo en el mostrador para buscar otro que consistía en dos aros muy finos de oro que se enroscan uno sobre el otro, como si fuera el tallo de una diminuta enredadera. -Algo así?

-Tiene otra mano - la miró de reojo con bastante obviedad. Tampoco es que fuera a ir por ahí agarrándole la mano a su hija; no lo había hecho en el largo tiempo que se conocían, no es que fuera a cambiar por una boda en medio. - Mmm... no estoy seguro - conocía a Elora, por muy niña rica que fuera, seguía dominando en ella ese lado oscuro de bruja. - No me convence ninguno, mejor vayamos a otro lugar donde tengan más variedad - le devolvió la sonrisa falsa al tendero con total sarcasmo, dejando sus palabras como una pequeña venganza por haberle negado la entrada la vez anterior. Rodeó nuevamente la cintura de Aletheia y se la llevó de ahí todo orgulloso, aprovechando el ruido de la calle para añadir más detalles a lo que buscaba. - Elora es una bruja oscura, tiene que ser algo que represente esa personalidad. El suyo puede llevar cualquier joya, pero el de su novia es mejor que no, siendo cazadora podría perderla en cualquier momento - hizo una pausa mirando alrededor. - Había otro sitio por aquí cerca...

-Y como esperas que te ayude con algo tan vago? -resoplo molesta por la forma en que la había usado solo para su pequeña venganza personal. Ya debería saber que solo la buscaba para ese tipo de cosas... Cuando quería algo de ella. La decepción de sus propios pensamientos se le clavó en el alma. Pero era lo que parecía por sus actos y ella no tenía poderes para entrar en su mente y su corazón. -Tal vez deberíamos pasar por la zona noble. Se cuánto te desagrada ese ambiente, pero seguro que ahí encontrarás lo que buscas. Es donde suelen encontrarse los mejores artesanos.

-¿Artesanos? Es una buena idea. Tal vez si no encuentro lo que busco puedo encargar que lo hagan... He hecho bien en traerte - le cogió el mentón con suavidad y le dio un beso en los labios, más por aliviar un poco el deseo que sentía de meterse con ella en cualquier callejón a quitarle ese vestido, que por "premio" a su ayuda.  En cuanto empezaron a adentrarse a la zona noble las miradas fueron más constantes y los cuchicheos imparables. Podía oír a la perfección, gracias a su buen oído lobuno, todo cuanto decían y tuvo que apretar los dientes con fuerza para no atacar a ninguno de ellos por despreciables. Incluso sus dedos se afirmaron con más fuerza a la cintura de Aletheia.

Tentada estuvo de apartarle la cara cuando la cogió del mentón. Pero, como siempre, un beso suyo y se le apagaba el cerebro. Sonrió como una tonta un momento y luego se reprendió mentalmente, recuperando la compostura. No te quiere más allá de lo ya te ha tenido, Aletheia, no seas estúpida y piensa en ti, se decía. Pero como podía resistir, si la agarraba de esa forma tan posesiva, tan cercana, tenso ante las miradas y los comentarios, como si le importasen. -No les hagas caso, ninguno de ellos va a reconocerte. Todos saben quien es el temido capitán Paine, pero nadie ha visto jamás tu cara.

-Que me reconozcan no es problema... - no quiso decirle que en realidad la mayoría de rumores estaban centrados en ella. En lo horrible que les parecía que una dama anduviera por la calle con semejante hombre de bajos fondos. Los insultos insinuados le crispaban, alimentaban al lobo rencoroso que quería salir y arrancarles la cabeza a todos por hipócritas. A saber cuántos secretos guardaban todos ellos mucho más despreciables que el simple hecho de una pareja de distintos mundos paseando por la calle. - Si alguno de estos indeseados te crea alguna vez problemas, solo tienes que decírmelo y me encargaré de ponerles las cosas claras...
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Mensaje por Aletheia Brutus Dom Abr 16, 2017 4:54 pm

-No te preocupes, puede que no sea una avezada pirata, pero sabré capear el temporal. No es la primera vez que me enfrento a comentarios, ya pasé por ello cuando llegué a París después de la muerte de Leon.
Una mujer sola, de buena familia, que vivía por debajo de sus posibilidades para huir de su pasado siempre levantaba cotilleos. Más cuando en lugar de dedicarse a buscar un marido, como se esperaba de su clase y posición, se limitaba a ejercer de institutriz para los hijos de aquellos con los que debería compartir reuniones sociales de tú a tú.
Ahora se paseaba al lado de un fugitivo, de un delincuente, de alguien a quien sus propios hermanos perseguían sin éxito desde hacía años. Tan sencillo sería enviar una carta a Perpignan para revelar la fecha y hora del enlace de Elora, para que el ejército llegara y cayera con todo su peso sobre el pirata más temido de los siete mares... Tan sencillo... Y tan doloroso si eso ocurría. La sola idea de ver una soga alrededor de ese cuello de piel tostada y curtida que sus labios habían besado le helaba la sangre. Meneó la cabeza, desechando una idea.
-Ven, tomemos la siguiente a la derecha. Ahí se encuentra el taller de Monsieur Dupont. Es uno de los mejores y puede trabajar casi cualquier material. Seguro que ahí puedes encontrar lo que buscas.
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Mensaje por Reydek Paine Mar Mayo 02, 2017 2:54 pm

Saqué de mi bolsillo el trozo de ámbar con la gotita de aire atrapada dentro de él. Lo observe entre mis dedos antes de dejarlo sobre el paño de Dupont. Reydek no se sentía del todo segundo de haberle plasmado de forma correcta su idea para el colgante. Pero le bastaba con que no destruyese aquella pieza tan única y no hiciese algo enorme, pues el cuello de Elaine era muy pequeño y si pesaba demasiado no podría llevarlo.

Estaba soltando la bolsa de monedas de su cintura cuando reconoció un olor conocido. Alzó la cabeza recuperando en un acto reflejo el ambar, que guardó en su puño cerrado. Se encontró de a su padre, ambos se miraron, pero fue Rey el que disfrutó más de la vista, a su lado iba Aletheia, la mujer para la que trabajaban Elaine y Brianna.. No sabía si alguna de estas le había hablado de él, ya que siempre se mantenía fuera de la casa y pocas veces accedía a ella.

Esbozando una media sonrisa caminó hasta ellos a pesar de que venían donde estaba él - Buenas - saludó.
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Mensaje por Aletheia Brutus Sáb Mayo 06, 2017 1:43 pm

Aletheia no sabía nada de Reydek. Brianna había sido especialmente discreta y ella había estado demasiado ocupada dándole vueltas al asunto de la paternidad negada del lobo, a cómo explicarles a su familia que esperaba un hijo sin estar casada -ni siquiera prometida. O con pareja- antes de que empezase a notarse. Y no tardaría mucho más de un mes o mes y medio, pues ya se dirigía hacia el final del primer trimestre. Sintió unas ganas horribles de golpear a Leif porque no se daba cuenta de que ella le quería, por no ser el tipo de hombre que aspira a una vida como la que ella podía ofrecerle.
Yendo con el pirata se sentía segura y sus sentimientos por él hacían que el miedo que sentía hacia su raza se diluyese con cada sutil roce de sus cuerpos, que pretendían ser casuales.
Sin embargo, ese sentimiento de seguridad y protección sólo afectaba a Leif. El resto de licántropos que pululaban por París eran sutilmente evitados con un cambio de acera, una entrada oportuna en un local, un hechizo para pasar desapercibida...
Así había estado sobrellevando su trauma por la muerte de Leon. No entendía cómo había siquiera permitido que Leif la tocase, pero... suponía que el destino era sabio y que, si ese hombre tenia que ser el padre de su hijo, aunque no pudiera saberlo, sabría cómo atravesar sus barreras. Y así había sido.

Pero el otro hombre, de más o menos su edad, que se acercaba sin vergüenza a saludar, era harina de otro costal. Ese hombre era un licántropo, podía verlo en su aura. No sabía qué relación tendría con Leif, pero desde luego ella no lo conocía de nada. Inconscientemente buscó refugio, abrazándose al brazo de Leif. Quizás con demasiada fuerza. El corazón se le aceleró y todo su cuerpo clamaba a gritos que estaba asustada.
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Mensaje por Leif Paine Dom Jun 04, 2017 12:55 pm

Encontrarse a Reydek en ese instante no era en absoluto algo deseado, sino inoportuno y quién sabe si devastador. Las cosas con Aletheia colgaban de un hilo y se conocía lo suficiente para saber que con uno de sus hijos delante su carácter y acciones podían variar mucho a cuando estaban a solas la bruja y él. De hecho su acto reflejo hubiera sido apartarse de ella, soltar su brazo, pero en cuanto percibió ese llamado de auxilio mudo contra su bíceps, supo que no podía hacerlo. Era consciente del miedo que la mujer le tenía a los de su raza, dejarla en la estacada no era siquiera una opción a tener en cuenta. Carraspeó sin apartar la mirada de su hijo e inclinó la cabeza.

-Aletheia, te presento a mi recién encontrado hijo Reydek. Igual que Elora y su otro hermano Kethyr, era desconocido para mí hasta hace poco. Hijo, ella es Aletheia, una bruja... que está haciéndome un favor. - Ahí estaba, no lo sabía, pero de nuevo la brecha se abría con sus palabras. Pero no era momento todavía para presentarla como algo más, sobretodo porque ni él mismo era consciente, ni había aceptado, lo que sentía realmente por ella. - ¿Qué estás haciendo aquí? - Inquirió, mirando al dueño de la tienda y luego a su hijo, esperando una respuesta sincera, pues en la familia sabían cuánto odiaba una mentira.
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Mensaje por Aletheia Brutus Sáb Jun 17, 2017 3:18 am

La reacción a sus palabras no se hizo esperar. ¿Por qué le atravesaban como un puñal helado si ella misma se había autoconvencido de que lo mejor era imponer distancia? Le negaba a su hijo, le intentaba hacer creer que era de otro, que ella era de otro. Porque no quería ser un lastre en su vida. Y, aún así, dolía cuando eran las palabras del pirata las que abrían más la brecha.

Lo miró, estudiando en silencio su aura mientras hablaba con su hijo. ¿Se sentiría él igual que ella con sus palabras? ¿Le generarían la misma zozobra? Ay, si así fuera, si, como ella, él sintiera que separarse era el peor error de su vida. No obstante, era un error que insistían en mantener, por miedo al rechazo, por miedo a no ser lo que el otro esperaba, por miedo a no llenar el vacío que dejaba el mar en su alma. ¿Quién puede competir contra el rugido del viento en las lonas, el bramar de las olas en la tormenta, los cantos de las sirenas?

Tras la escueta presentación, que apenas consiguió calmarla un poco, creyendo que un hijo de Leif no sería un peligro para ella, se mantuvo en un discreto silencio, en segundo plano, dejando que los hombres hablaran. Con la misma discreción con la que dejó que sus manos cayeran, liberando el brazo del pirata de entre los suyos, convirtiendo en física la distancia marcada por sus palabras.

Seguía notando la punzada del miedo, pero... su vida ahora estaba ligada a la de los hombres lobo, así que tenía que aprender a vivir con miedo, superarlo... o convertirlo en su mayor fortaleza. Nunca había sido una mujer insulsa o incapaz, aunque fuera la imagen que muchos tenían de ella. Pero su corazón era un volcán, uno que se calentaba y entraba en erupción.
No iba a vivir eternamente asustada. No de Leif. No de los lobos. Había tomado una decisión, en ese instante, sólo por el pequeño detalle de haberse topado con Reydek.

Las cosas siempre pasaban por algún motivo. La muerte de Leon la llevó a París. París a perderse a sí misma, a sus pequeños conjuros clandestinos y los ingredientes de pociones y ungüentos escondidos en el sótano. Buscarlos la llevó al bosque. El bosque a Leif. Y Leif la había sacado de su burbuja de temor y adormecimiento, exponiéndola al mundo.
Se había mostrado más vulnerable que nunca ante su propio miedo. Ante el peor de todos ellos. El lobo, el pirata, el sinvergüenza, el asesino, el que no sentía piedad o remordimientos. Se había rendido ante él... y había salido victoriosa.

"Échame a los lobos... y volveré dirigiendo la manada."

Reydek se despidió y se alejó entre las calles. No supo qué había hablado con su padre, porque había estado perdida en sus propios pensamientos en ese rato. Pero había avanzado en si misma, en lo que podía llegar a ser, sin ser todavía consciente de ello. Era una hechicera, una mujer fuerte, una luchadora. Y no iba a rendirse. La verdadera Aletheia renacía en ese momento, con más fuerza que nunca, dispuesta a pelear contra el mundo por ese niño que crecía en su vientre, dispuesta a superar sus miedos, dispuesta a todo.

"Échame a los lobos... y volveré dirigiendo la manada."







Leif accedió a seguirla por donde indicaba la bruja pues sin duda conocía mucho mejor la zona; él no había pisado aquellas calles en los años que llevaba viviendo en tierras francesas, sabía que encontraría problemas solo por su aspecto. La mirada le iba de lado a lado siguiendo cada hilo de las habladurías que su presencia despertaba.
-¿Queda muy lejos el sitio que conoces? -empezaba a tensarse, si su mal humor crecía no sería capaz de controlar sus palabras.

-No, no mucho. Es un par de calles más adelante. ¿Ves ese callejón entre la casa amarilla y la de ladrillo? Pues la calle siguiente. Es un taller no muy grande, lleva ahí muchos años, pero el dueño dice que no quiere buscar un local mejor, que ése es su sitio. Es un señor muy agradable. Mi padre le compró algunas joyas a mi madre ahí. Y Leon le encargo mi... -anillo de compromiso fue lo que no dijo-. Bueno... que estoy segura de que encontrarás algo que te guste para tu hija.

Leon. Ahí estaba de nuevo el recuerdo con el que debía luchar. No era una amenaza como podía ser el puto o cualquier otro hombre que posara la mirada en ella. No, era algo mucho peor, un recuerdo atesorado durante años...
-Está bien -le rodeó la cintura apremiando el paso, mirando al frente tratando de hacer oídos sordos alrededor-. No llevas muchas joyas.... ¿no te gustan?

-Sí, claro que me gustan. Pero no suelo frecuentar eventos sociales en los que lucirlas. En casa no tiene sentido usarlas y para salir a dar un paseo o montar a caballo tampoco lo veo necesario.
Por su cabeza pasó la idea de que Leif se lo preguntaba porque le gustaban las mujeres así. Ostentosas. Como la negra. Que hicieran alarde de las riquezas, como hacían los piratas de los botines conseguidos... Iba tan poco con su personalidad... Quizás por ello el pirata no la veía, porque no llevaba alhajas brillantes que captaran su atención.

-Ya veo... me alegra saber que aún quedan mujeres que no se obsesionan con esas cosas cual pájaro avaro -comentó contradiciendo el pensamiento de la bruja, pues no le gustaban en absoluto las mujeres ostentosas-. Aunque para la boda puedes usar lo que quieras.

Aletheia sonrió. Un punto a su favor. Inconscientemente, sintió como si se hubiera anotado una victoria. No sabía contra qué, pero una victoria.
-Supongo que algo sencillo. -Tenía más o menos en mente el vestido que quería usar. No estrenaría, pero... nadie en el evento había visto ese vestido, así que daba igual-. Leif... -murmuró suavemente, deteniéndose-. Me encuentro un poco... revuelta. ¿Podemos parar un segundo y comprar algo para comer?

Leif la miró con una bien escondida preocupación tras su semblante serio, y levemente molesto por la gente alrededor.
-Claro... ¿Prefieres volver a casa?
-no quería que se fuera, pero reconocía que una mujer embarazada no debería estar dando vueltas caminando en tacones. Apartó a la gente de la calle abriendo paso hacia donde olía a pan recién hecho y demás, bollos probablemente.- ¿Esto te gusta?

-No, estoy bien. Este bebé requiere mucha energía -en su mente, todo cobraba sentido con eso. Su hijo era el hijo de un lobo y suponia que su desarrollo era diferente, no sabía si más complicado, pero... tenía sentido, ¿no?- Cualquier cosa estará bien. Un croissant o un bollo de azúcar. -Suspiró y se miró hacia abajo, poniendo la mano en su vientre. No se notaba nada, no había pasado tiempo suficiente, pero ahí estaba, con el pequeño corazón latiendo frenético a la vida-. ¿Vas a hacerme sufrir como tu padre? -preguntó, con media sonrisa tierna.

Leif se detuvo y la miró con el ceño fruncido. Había oído lo que había dicho, nada escapaba a su oído fino, pero no comprendía a qué venía ese comentario.
-¿Has dicho algo? -disimula, dándole un margen para explicarse, pues la bruja era más que avispada y entendida para saber que Leif podía oír cualquier susurro.

Aletheia cayó en la cuenta de que Leif la había oído cuando le preguntó si había dicho algo. Se había metido tan de lleno en su mundo perfecto de hablarle a su bebé que, por un momento, había olvidado que podía oírla. Levantó los ojos hacia el lobo y volvió a dudar. Decirle la verdad o seguir callando. Qué dilema. Pero el miedo le pudo una vez más y lo negó.
-Sólo que quiero un croissant, por favor.


Calló, simplemente asintió y avanzó los pocos metros que restaban hasta la pastelería. Podría haberle dicho que ya sabía de quién era ese niño, que dejara de mentirle, pero no lo hizo. Debía ser ella quien se sincerara, quien quisiera meterle en su vida. No más órdenes que pudiera echarle en cara. Le abrió la puerta y arrugó la nariz cuando el olor a dulce inundó el ambiente.
-Pide lo que quieras.

La hechicera entró en el local y se acercó al mostrador. Todo le parecía apetecible, pero desde siempre sus favoritos habían sido los croissants, así que pidió uno. Se lo envolvieron en un trozo de papel atado con cuerda de pita. Apenas salieron de la pastelería, abrió el paquetito para hincarle el diente con deleite.
-Umm. Lo necesitaba, gracias. ¿Quieres? -le ofreció un pedazo de dulce. -Ya estamos cerca, ¿vamos?

Leif pagó el croissant, con la mente aún enturbiada por el susurro de Aletheia. ¿Qué habría querido decir con aquello? Tan ensimismado estaba que, cuando quiso darse cuenta, perdió a la bruja entre el gentío de aquella transitada calle. Se detuvo abrupto y miró alrededor, oliendo el aire, pero arrugó la nariz. Perfumes, mierda de caballo y el horno trabajando llenaban el aire ocultando la suave esencia de Aletheia.

Cuando la bruja quiso encararle, dulce en mano, esperando que lo probase, se encontró con que había estado hablando sola y caminando entre la gente creyendo que Leif iba tras ella, a su espalda. Se detuvo a la entrada del callejón que antes le había indicado como referencia al lobo y trató de ver entre la gente.
-¿Leif?

Leif escuchó un eco de su voz y alzó más la cabeza tratando de buscarla. Conforme más miraba y menos encontraba, más desesperado se sentía. Apartó a empujones a la gente con más ímpetu que antes, gruñendo porque eran los que le mantenían alejado de la bruja. En el momento que por fin vio su silueta tras un grupo de hombres, vio una sombra lanzándose hacia ella con la mala intención de robarle la pequeña bolsa de tela que colgaba de su muñeca.

Ocupada como estaba, buscando al pirata entre el gentío, Aletheia no se percató de aquel que intentaba aprovechar su distracción para robarle el bolsito que llevaba más de adorno que de otra cosa, porque apenas llevaba las llaves de la casa y un puñado de monedas que no merecían ni el esfuerzo de robarlas. Pero eso no se sabía a simple vista y, para cuando quiso reaccionar, ya había recibido un empujón que había acabado por hacerla caer al suelo. Una caída tonta e inofensiva, cuyas únicas consecuencias fueron un dulce en el suelo, la palma de una mano raspada y algo de polvo en el vestido.

Pero una peor reacción causó en Leif, cuya sangre hirvió en el instante que la vio caer al suelo. Un gruñido ronco y profundo nació en su pecho subiendo cual enredadera mientras rompía la distancia a grandes zancadas para alcanzar al ladrón, a quien enganchó por la pechera de la ropa y lo tiró contra la pared que tenía más a mano. Uno tras otro, descargó su fuerza a modo puñetazos, destrozándole cada hueso de su rostro por no estar controlando su fuerza superior. La gente empezó a gritar, a apartarse, señalándole como la bestia que era.

-¡Leif! ¡No! -exclamó desde el suelo, donde se había quedado sentada, medio de lado, mirándose la mano raspada, el croissant olvidado un poco más allá, aplastado bajo el pie de algún transeúnte-. Para, por favor. -Hizo ademán de levantarse. Un hombre y dos mujeres que estaban cerca la ayudaron. Dos hombres más intentaron separar a Leif del ladrón.

El primero que intentó separarlo se llevó un codazo que le rompió la nariz, el segundo simplemente un empujón antes de volver a arremeter contra el pobre ladrón, cuya vida pendía ya de un hilo. El ruego de Aletheia le hizo detenerse, parpadear confuso y apartarse sorprendido. Como si no hubiera sido consciente de lo que acababa de suceder. Sus actos llamaron la atención de las autoridades que rondaban la calle y cuando se vio rodeado no supo qué hacer que no pusiera en más problemas a la bruja.

El pobre ladrón no sabía ya por dónde le venían los golpes. ¿En qué momento había pensado que una mujer sola era una presa fácil? Si hubiera sabido que no estaba sola, sino con una bestia como aquella, se habría mantenido bien lejos. Entre quejidos, dos policías se lo llevaron. Entre cuatro sujetaron a Leif. Uno de ellos desvió la mirada hacia la mujer, que no perdió tiempo en hablar.
-Suéltenle, por favor. Sólo me estaba defendiendo. Ese hombre
-señaló al ladrón que se llevaban- me atacó para robarme. Por favor, sólo me estaba defendiendo.
Más de una voz se oyó, corroborando la historia. Otros comentaban que ya ni siquiera los barrios buenos eran seguros. Alguno reconoció a Aletheia, pero se guardó el comentario para mejor ocasión, en reuniones sociales, cuando pudiera decir que había visto a la hija del Coronel Brutus en compañía de un cualquiera.

Las palabras de Aletheia no convencieron a los policías, que aunque la creyeron no podían permitir que un hombre tan salvaje estuviera libre por las calles. Leif miró a la bruja y, por un fugaz instante, le permitió ver una disculpa en su mirada antes de golpear a los agentes y salir corriendo, huyendo de la soga que pondrían en su cuello si descubrían lo que era. Dio vueltas hasta perderles de vista, llegando a casa de la bruja donde se metió por una ventana y se escondió en su dormitorio, sentado en el borde de la cama.

Hecha un mar de nervios, la bruja llegó a su casa casi una hora después. Los policías la habían llevado a gendarmería para tomarle declaración. Explicó una vez más que aquel ladrón la había asaltado y que Leif sólo la había defendido. Pero el pirata lo había echado todo a perder agrediendo a un agente, así que iban a ir a buscarle, aunque sólo fuera por hacerle pasar una noche entre rejas. O algo peor si descubrían quién era en realidad. La dejaron irse y se apresuró en llegar a su vivienda. Apenas entró, le contó lo ocurrido a Adele y Brianna, que estaban en la cocina. La primera insistió en que tenía que calmarse, que no le convenía alterarse tanto, que debería subir a descansar. Brianna le ofreció subirle una taza de té en un momento y, con la desazón agarrada al estómago, subió las escaleras. ¿Habría conseguido escapar? ¿Le mandaría al menos un mensaje para decirle que estaba bien?

Leif la escuchó llegar antes incluso que cruzara la puerta de la casa. Preocupado e inquieto había paseado sigiloso por la alcoba maldiciendo su impulsividad, pero sobretodo, el haber tenido que huir cual cobarde y dejarla sola en medio de la escena. Era lo que más cabreado le tenía consigo mismo. En cuanto la escuchó acercarse a la puerta de la habitación se giró hacia ella con semblante sombrío.
-No me hubiera perdonado que algo malo te ocurriera estando bajo mi protección, pero la soga no es plato de buen gusto y no tuve más elección. Tenía que irme.

La pobre Aletheia estaba tan asustada, pensando en lo que podía estar pasándole a Leif sin que ella tuviera noticia, tan tensa, que casi gritó cuando vio a alguien más en su habitación. Pero todas las piezas encajaron cuando tuvo delante al lobo. A punto estuvo de llorar de alivio. Avanzó hacia él, siguiendo ese impulso de necesidad por saberlo a salvo. Coló las manos bajo los brazos del pirata, aferrándose a su cintura y escondiendo la cara contra su pecho.
-Me tenías tan asustada. No sé qué habría hecho si te llevan preso.

Leif se tensó, el sentimentalismo femenino no era lo suyo, no estaba acostumbrado -de hecho en casos anteriores habría soltado alguna grosería sexual- pero simplemente susurró un "lo sé...". La abrazó en silencio unos minutos antes de apartarse.
-Habrías seguido adelante, después de todo soy solo tu captor, el lobo que deshonra tu persona, ¿no es así?
No había maldad en sus palabras, ni dolor, solo exponía un hecho, preparaba el terreno antes de la despedida definitiva, conclusión a la que llegó tras largo rato a solas en aquella habitación.

-No, Leif. Eres mucho más que eso.

No quería volver a pasar por el dolor de perder un pedazo de su alma. Pero algo en ella sabía que era lo que estaba a punto de pasar. Ahí estaba. La amarga despedida. Esperada, sí, pero no por ello menos dolorosa. Le faltaba el aire. Ésas palabras que le sonaban a excusa. Ese tópico "no es por ti, es por mí" o "lo hago por tu bien". El caso es que lo hacía. Se iba. No podía pensar que la abandonaba, porque nunca fue suyo. Ni siquiera hiló una respuesta. Apenas pudo asentir, aguantándose las ganas de llorar, deseando que se marchara cuanto antes para dejar salir a ríos su dolor.

-¿Por qué lloras ahora? -inquirió cogiendo su mentón con suavidad pero firmeza, buscando su mirada-. He hecho de tu vida un infierno, sabías que esto llegaría tarde o temprano -la soltó volteando a coger su casaca, que puso sobre su hombro sujetándola con la mano-. Vendré a buscarte para la boda, tal y como dije, esa será la última vez que tendrás que verme. Busca un buen padre para ese hijo y no dejes que le pase nada... - camufló muy bien sus palabras. Sabía que ese hijo era suyo, y en absoluto estaba de acuerdo en tirar la toalla, pero necesitaba que Aletheia pensara bien las cosas y se decidiera de una vez qué era lo que quería de él.

¿Cómo podía ser tan cruel? ¿Cómo podía echar sal en su herida de aquella manera? ¿Cómo podía simplemente tomar todo de ella y dejarla así, destrozada? Porque era un pirata, porque así hacían con todo. Llegar, arrasar, llevarse lo que querían y desaparecer, sin importar lo que quedara atrás. ¿Y encima pretendía que fuera a aquella boda? Pues iría, claro que iría. Haría de tripas corazón y jugaria a ser hipócrita. Sabía hacerlo, habían sido demasiados años de eventos sociales.

-Ya no tendrás que seguir viviendo asustada... - Leif acarició su mejilla diciéndose que era lo mejor, que nada bueno le traería a aquella mujer si seguía a su lado. No quería irse, aunque fuera lo mejor, así que antes de esperar respuesta volvió a romper la distancia y la besó con la misma pasión que durante su vuelta de África.

-Voy a ser madre, Leif. De un hijo bastardo. Sola y en una ciudad donde la Inquisición no siempre nos respeta. Voy a estar siempre asustada.
-Hubiese dicho algo más, pero los labios de Leif contra los suyos mataron cualquier palabra. Le rodeó el cuello con los brazos, dejándose arrastrar en ese beso, amargo y salado, con sabor a despedida y a las lágrimas que ya no podía contener.

Rodeó su cintura alargando aquel húmedo beso de despedida hasta acercarse a la zona de peligro. Si seguía así acabarían de nuevo en la cama y lo hablado quedaría en el olvido, volviendo a la situación confusa en la que vivían. Se apartó y recogió sus lágrimas con el pulgar con la mirada seria, bloqueando cualquier emoción.
-No llores, esto es lo que querías - fue incapaz de morderse la lengua, pues quería hacerla reflexionar, que fuera egoísta y dijera de una vez la verdad. - Además eres fuerte, sobrevivirás. Nos vemos en la boda. Adiós, Aletheia... - dio media vuelta y se subió al alféizar, lanzándole una última y fugaz mirada antes de saltar a la calle.


Sigue en "Enchained souls."
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