AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Reflection of Desire | Privado
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Reflection of Desire | Privado
"Love feels no burden, thinks nothing of its trouble, attempts what is above its strength, pleads no excuse for impossibility; for it thinks all things are lawful for itself, and all things are possible."
Thomas Kempis
Thomas Kempis
Lo esperó durante días. Durante largos días. Hecha un manojo de nervios, Madeleine no despertaba una mañana sin pensar que pronto vería a Dustin nuevamente. ¡Qué equivocada estaba! Se arreglaba con sus mejores atuendos, tenía banquetes listos para él, pero nunca llegaba. Con el transcurrir de sus jornadas, fue haciéndose de la idea de que no acudiría a ella. Tendría que dejarlo ir, de forma definitiva. Debía entender que él había elegido un nuevo camino, que no la incluía; y, lo peor de ello, era que no podía culparlo. Lo había abandonado sin decir a dónde huía, ni por qué. Se había esfumado de un momento a otro, ni siquiera le había dejado un mensaje con Grace, la prostituta que la ayudó a escapar. Ella era la única responsable de haberlo perdido, y ésta vez era para siempre. Pudo verlo en su mirada, y a pesar de que no quiso aceptarlo en primera instancia, terminó comprendiendo que Dustin ya no formaba parte de su vida. Con un indescriptible dolor, fue acomodándose a ese nuevo vacío, a esa nueva ausencia. Al fin de cuentas, había terminado perdiendo a todos los que la habían amado con sinceridad.
Las noches se volvieron interminables. La duquesa vagaba por su enorme residencia, como un espectro. Tras doce días de esperar en vano, había terminado perdiendo su alegría habitual. Incluso el personal de la mansión susurraba sobre la tristeza de Madeleine, a la cual, a pesar de sus excentricidades, habían terminado tomándole afecto. No los maltrataba y, a pesar de su soberbia, jamás tenía un gesto despectivo para con ellos. Si necesitaban algo, en un principio se negaba, pero les hacía llegar la ayuda a través de terceros. Ellos hacían de cuenta que no sospechaban de un gesto de bondad de su ama. Pero, a pesar de su lealtad, les era inevitable preguntarse qué tenía tan afligida a la joven, y las especulaciones comenzaron, aunque de forma soslayada.
—Se espera un temporal —comentó la doncella, mientras le cepillaba el largo cabello rubio.
—Ya se han tomado los recaudos. No le temas a las tormentas, Anne —Madeleine se encontraba sentada en su cama, vestida con su camisón de lino blanco. La expresión triste en sus ojos, se acentuaba con las ojeras que, durante el día, mantenía ocultas con maquillaje.
—Usted parece no temerle a nada —ambas tenían la misma edad, pero Anne parecía una niña, y admiraba a su ama.
—Debí asesinar a todos y cada uno de mis miedos, si quería sobrevivir. Tú aprenderás a hacer lo mismo, Anne. En algún momento, la vida no te permitirá dudar —aunque no deseaba que nadie pasara por todo lo que había vivido. Madeleine tenía cientos de defectos, estaba lejos de ser una mujer virtuosa, pero no sentía rencor hacia el mundo. Todo lo contrario. Deseaba, profundamente, que ninguna persona pasase por su calvario.
—Aquí siguen preguntándose de dónde vino usted —terminó de hacer una trenza y la colocó sobre su hombro derecho.
—De un lugar al que nadie querría ir, créeme —ayudó a la doncella a acomodarle la cofia. Aquel era el ritual que repetían todas las noches, y si bien en sus primeros meses ostentando aquel lugar había rechazado aquello, había terminado por encontrarlo placentero.
Las gruesas gotas de lluvia comenzaron a golpear contra los vidrios de los ventanales. Las cortinas se mecían suavemente por el viento que se colaba entre las hendijas, y los truenos hacían vibrar todos los rincones. Anne había empalidecido del terror, por lo que Madeleine la instó a que se fuera pronto a su habitación. Tras apagar la última vela, la duquesa se refugió bajo las colchas. Sorpresivamente, la tormenta le daba paz, y lograba acallar sus propios pensamientos. Se durmió profundamente, hasta que unos golpes en la puerta de su habitación irrumpieron su placentero sueño.
— ¿Qué está sucediendo, por Dios? —malhumorada, abrió la puerta de la alcoba principal, y descubrió a Gerard, el mayordomo, con su ropa de capa y un candelabro. — ¿Gerard? ¿Qué ocurre?
—Disculpe por molestarla, Duquesa. Pero hay un caballero que dice conocerla —se lo veía visiblemente conmocionado. —Insistió en verla, y los golpes en la puerta eran un escándalo.
¡Dustin! No tuvo dudas. Con un brazo hizo a un lado al empleado y corrió por el largo pasillo, hasta las escaleras que conectaban con el vestíbulo. Habían encendido una de las lámparas de aceite, por lo que su figura era nítida en la reinante oscuridad. Se detuvo un instante para observarlo, empapado y compungido. Podía ver el huracán en sus ojos. No quería estar allí, pero estaba… Madeleine, con las mejillas húmedas, acortó la distancia que los separaba y se lanzó a él. Le rodeó la nuca con los brazos, sin importarle el desastre de agua y barro, y ocultó el rostro en su cuello.
—Casi pierdo la esperanza, Dustin. Tuve tanto miedo de perderte para siempre —confesó, aún sin creer que aquello estaba ocurriendo.
Las noches se volvieron interminables. La duquesa vagaba por su enorme residencia, como un espectro. Tras doce días de esperar en vano, había terminado perdiendo su alegría habitual. Incluso el personal de la mansión susurraba sobre la tristeza de Madeleine, a la cual, a pesar de sus excentricidades, habían terminado tomándole afecto. No los maltrataba y, a pesar de su soberbia, jamás tenía un gesto despectivo para con ellos. Si necesitaban algo, en un principio se negaba, pero les hacía llegar la ayuda a través de terceros. Ellos hacían de cuenta que no sospechaban de un gesto de bondad de su ama. Pero, a pesar de su lealtad, les era inevitable preguntarse qué tenía tan afligida a la joven, y las especulaciones comenzaron, aunque de forma soslayada.
—Se espera un temporal —comentó la doncella, mientras le cepillaba el largo cabello rubio.
—Ya se han tomado los recaudos. No le temas a las tormentas, Anne —Madeleine se encontraba sentada en su cama, vestida con su camisón de lino blanco. La expresión triste en sus ojos, se acentuaba con las ojeras que, durante el día, mantenía ocultas con maquillaje.
—Usted parece no temerle a nada —ambas tenían la misma edad, pero Anne parecía una niña, y admiraba a su ama.
—Debí asesinar a todos y cada uno de mis miedos, si quería sobrevivir. Tú aprenderás a hacer lo mismo, Anne. En algún momento, la vida no te permitirá dudar —aunque no deseaba que nadie pasara por todo lo que había vivido. Madeleine tenía cientos de defectos, estaba lejos de ser una mujer virtuosa, pero no sentía rencor hacia el mundo. Todo lo contrario. Deseaba, profundamente, que ninguna persona pasase por su calvario.
—Aquí siguen preguntándose de dónde vino usted —terminó de hacer una trenza y la colocó sobre su hombro derecho.
—De un lugar al que nadie querría ir, créeme —ayudó a la doncella a acomodarle la cofia. Aquel era el ritual que repetían todas las noches, y si bien en sus primeros meses ostentando aquel lugar había rechazado aquello, había terminado por encontrarlo placentero.
Las gruesas gotas de lluvia comenzaron a golpear contra los vidrios de los ventanales. Las cortinas se mecían suavemente por el viento que se colaba entre las hendijas, y los truenos hacían vibrar todos los rincones. Anne había empalidecido del terror, por lo que Madeleine la instó a que se fuera pronto a su habitación. Tras apagar la última vela, la duquesa se refugió bajo las colchas. Sorpresivamente, la tormenta le daba paz, y lograba acallar sus propios pensamientos. Se durmió profundamente, hasta que unos golpes en la puerta de su habitación irrumpieron su placentero sueño.
— ¿Qué está sucediendo, por Dios? —malhumorada, abrió la puerta de la alcoba principal, y descubrió a Gerard, el mayordomo, con su ropa de capa y un candelabro. — ¿Gerard? ¿Qué ocurre?
—Disculpe por molestarla, Duquesa. Pero hay un caballero que dice conocerla —se lo veía visiblemente conmocionado. —Insistió en verla, y los golpes en la puerta eran un escándalo.
¡Dustin! No tuvo dudas. Con un brazo hizo a un lado al empleado y corrió por el largo pasillo, hasta las escaleras que conectaban con el vestíbulo. Habían encendido una de las lámparas de aceite, por lo que su figura era nítida en la reinante oscuridad. Se detuvo un instante para observarlo, empapado y compungido. Podía ver el huracán en sus ojos. No quería estar allí, pero estaba… Madeleine, con las mejillas húmedas, acortó la distancia que los separaba y se lanzó a él. Le rodeó la nuca con los brazos, sin importarle el desastre de agua y barro, y ocultó el rostro en su cuello.
—Casi pierdo la esperanza, Dustin. Tuve tanto miedo de perderte para siempre —confesó, aún sin creer que aquello estaba ocurriendo.
Madeleine Fitzherbert- Realeza Inglesa
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Re: Reflection of Desire | Privado
Le estuvo dando demasiadas vueltas. Días y noches enteras en las que Margaret le preguntó que en qué pensaba y él sólo respondía que en los negocios de su difunto padre. En qué paso dar ahora, a quién contactar luego. La verdad era que desde la noche de verbena y máscaras, no se quitaba de la cabeza a Madeleine. ¿Y es que acaso alguna vez logró hacerlo? Ella siempre habitó sus pensamientos, allá atrás, esperando ser llamada nuevamente; pero él no había querido hacerlo. Entonces miraba a su esposa, que lo veía con devoción, le peinaba el cabello y la besaba en la frente. Le pedía que ya no se preocupara más por él, en esa petición iba algo escondido… que ya no se preocupara más por él, porque no lo merecía.
Esa mañana, aprovechando que había ido a ver a un posible socio, con toda la culpa como sombra. Como estela de un cometa cobarde, Dustin visitó a un cochero que ya conocía de otros mandados que le había hecho recién llegaron a París. Le dijo que lo viera esa noche, pero que Margaret no debía enterarse. Que hasta que lo recogiera, se enteraría de a dónde irían. Y eso fue por si daba marcha atrás, por si la cordura regresaba a él y se arrepentía. No lo hizo. Esa noche instó a su mujer a irse a dormir temprano. Charlaron como siempre lo hacían en la cama y ella no tardó en caer dormida. En silencio y con cautela, la hizo a un lado. Los truenos del cielo que amenazaba con tormenta fueron aliados para no ser descubierto.
Al salir, el carruaje ya estaba ahí, con el conductor leyendo un periódico viejo. Le gritó algo y a Dustin casi le da un infarto, ¡iba a despertar a Margaret! Por fortuna, la tormenta se desató en ese momento y aquello pasó desapercibido. Suspiró antes de decir: «a la mansión del Duque Fitzherbert». El cochero, un hombre trabajador como él, lo miró raro, pero Dustin no dio explicaciones. Conforme se fueron acercando, los nervios y la anticipación se unieron para crear su propio temporal en su interior. Pidió al hombre no lo dejara enfrente, que caminaría el resto. Encogiéndose de hombros, el conductor aceptó.
—Luego hablamos de tu pago —Dustin se bajó por sí solo, aún con esa pierna media inútil que tenía—. Sabré regresar solo. Recuerda, no hables de esto con nadie, ¿de acuerdo? —Sin esperar una respuesta, se dio media vuelta y caminó el tramo que restaba bajo la lluvia, cojeando como siempre había sido desde la cárcel. En algún punto se giró para ver desaparecer el carruaje. Quiso confiar en aquel hombre.
Después de ello, todo fue más rápido. Fue casi como si se saliera de su propio cuerpo y éste actuara en automático, mientras él veía todo, espectador de su propia vida. Tocó con desesperación, pero la tempestad minimizaba sus esfuerzo. Lo hizo con más fuerza, la mano extendida sobre la puerta de madera. El cabello pegándose a su cabeza y cara por el agua, y la gabardina completamente empapada. Entendía que era tarde, sin embargo, a esas alturas, ya no iba a dar un paso atrás. Iba a continuar hasta dónde eso tuviera que terminar.
Al fin le abrieron, preguntó por ella, y fueron a buscarla. Aunque se quedó en el recibidor, con sólo una lámpara encendida, que prendieron antes de abrirle, supo apreciar el refugio que aquel sitio significaba. Se quedó mirando un hermoso reloj de péndulo, cuando escuchó pasos, y luego la vio. Quiso moverse, pero su cuerpo lo traicionó, por tortuosos segundos, no pudo hacer nada, ni hablar si quiera.
—Maddie —al fin susurró. Bajo él, un pequeño charco del agua que escurría de su ropa. Fue a decir algo más, pero lo único que encontró correcto era despedirse, y no quería. No todavía. En cambio, los músculos entumecidos por el frío al fin le hicieron caso y caminó hacia ella, su cojera más acentuada que nunca. La abrazó a pesar de estar empapado, hundió su rostro en la curvatura de su cuello. Y qué afortunada resultó la lluvia, porque las gotas de ésta disimularon sus lágrimas. Aunque sus sollozos, esos sí, podían escucharse por todo el lugar.
Era como si Dustin hubiera estado sumergido en un período de negación. Donde Madeleine había sido un sueño. Y sólo era hasta ahora que se daba cuenta de la verdad. Lloró ahí, en su hombro, donde le volvió a doler la pierna, y las heridas, y la condena y el abandono. Todo se lo decía, sin decírselo en realidad.
—Oh —se separó y con la manga de su gabardina se limpió el rostro. Los ojos hinchados y rojos—. Lo siento, ya te mojé —quiso reír, pero aún sentía demasiado… demasiado de todo, no sabía ni qué era con exactitud. Entonces suspiró y oteó el lugar, los habían dejado solos y lo agradeció, porque esos ridículos eran sólo para ella.
Última edición por Dustin Gallagher el Jue Ago 10, 2017 9:18 pm, editado 4 veces
Dustin Gallagher- Humano Clase Media
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Re: Reflection of Desire | Privado
Ella también lloró. De felicidad y de tristeza. De alegría y añoranza. Lloró por su propio pasado, por su presente y lloró por la culpa de haberlo abandono. Lloró por esos hermanos que prometió volver a buscar y nunca lo hizo –y, probablemente, nunca lo haría-, y lloró porque la vida, a pesar de lo venenosa que era, le estaba sirviendo un dulce bocado. Su Dustin, ese único que la había respetado y amado, ese único que jamás se había atrevido a tocarla, ese único que la tomaba de la mano, la miraba a los ojos y la besaba en los labios. El recuerdo, inocente como no lo había sido su camino, la hizo sonreír entre las lágrimas que se agolpaban en sus ojos y le empapaban las mejillas, haciéndose una sola marea con el agua que escurría del ropaje de su amor. Quería detener el tiempo en ese momento, para que nada volviera a separarlos, para que ya no hubiera obstáculos, ni maldad, ni pecado, ni dolor.
Quiso rogarle que no se separara, pero se dio cuenta que él necesitaba ese espacio. Lo sostuvo de las solapas, y sonrió ante sus palabras. A pesar de todo, continuaba siendo ese muchacho bonachón y dulce que la había enamorado. Le hubiera gustado tanto ser una mujer normal, con un pasado normal, con un futuro normal. Quería ofrecerle algo a él que no estuviera rota, pero Madeleine sabía que tenía quebrado el espíritu y que, por más que se esmerase, siempre la perseguirían sus fantasmas. No había dejado de luchar, pero había logrado aceptarse. Entendió, también, la disyuntiva que estaba atravesando Dustin, que era un hombre comprometido y con una moral que más de uno hubiera debido tener. Y comprendió, también, la magnitud del sentimiento que aún los unía, pues, a pesar de estar en contra de su propia esencia, allí estaba él, en su vestíbulo, cerca de ella, como si no lo hubiera abandonado.
—Debes darte un baño, y comer algo caliente. Te enfermarás —sin preguntarle si estaba o no de acuerdo, llamó al mayordomo, que apareció inmediatamente. —Gerard, que preparen el cuarto de baño para el señor. Sí, el mío. No me mire con esa cara —sonaba intransigente, lejos de la dulzura que había mostrado con Dustin. —Y que le suban algo caliente para que coma. También vino. Busca ropa seca de mi padre que pueda quedarle a mi invitado. Y luego, de que nos dejen todo, no debemos ser molestados hasta mañana. Ahora puedes retirarte —el hombre, que no logró disimular completamente su sorpresa, se apuró a buscar al personal.
—Será imposible que te vayas hasta mañana —dijo, con fingida inocencia, volviendo a dirigirse a Dustin. —Si quieres que haga preparar otro cuarto para ti, sólo dímelo y en cuestión de minutos lo tendrás —había cierto desafío en su voz. —No me contestes ahora, primero vayamos subiendo, mientras las empleadas calientan el agua y la tina —estiró sus manos y le rodeó el rostro. —Me parece increíble que estés aquí, en mi hogar —con los pulgares lo acarició suavemente. —Soy una mejor persona, Dustin. Permíteme que te lo demuestre, por favor. No me juzgues —la voz se le quebró. Necesitaba redención, y sólo en él estaba ese poder.
Quiso rogarle que no se separara, pero se dio cuenta que él necesitaba ese espacio. Lo sostuvo de las solapas, y sonrió ante sus palabras. A pesar de todo, continuaba siendo ese muchacho bonachón y dulce que la había enamorado. Le hubiera gustado tanto ser una mujer normal, con un pasado normal, con un futuro normal. Quería ofrecerle algo a él que no estuviera rota, pero Madeleine sabía que tenía quebrado el espíritu y que, por más que se esmerase, siempre la perseguirían sus fantasmas. No había dejado de luchar, pero había logrado aceptarse. Entendió, también, la disyuntiva que estaba atravesando Dustin, que era un hombre comprometido y con una moral que más de uno hubiera debido tener. Y comprendió, también, la magnitud del sentimiento que aún los unía, pues, a pesar de estar en contra de su propia esencia, allí estaba él, en su vestíbulo, cerca de ella, como si no lo hubiera abandonado.
—Debes darte un baño, y comer algo caliente. Te enfermarás —sin preguntarle si estaba o no de acuerdo, llamó al mayordomo, que apareció inmediatamente. —Gerard, que preparen el cuarto de baño para el señor. Sí, el mío. No me mire con esa cara —sonaba intransigente, lejos de la dulzura que había mostrado con Dustin. —Y que le suban algo caliente para que coma. También vino. Busca ropa seca de mi padre que pueda quedarle a mi invitado. Y luego, de que nos dejen todo, no debemos ser molestados hasta mañana. Ahora puedes retirarte —el hombre, que no logró disimular completamente su sorpresa, se apuró a buscar al personal.
—Será imposible que te vayas hasta mañana —dijo, con fingida inocencia, volviendo a dirigirse a Dustin. —Si quieres que haga preparar otro cuarto para ti, sólo dímelo y en cuestión de minutos lo tendrás —había cierto desafío en su voz. —No me contestes ahora, primero vayamos subiendo, mientras las empleadas calientan el agua y la tina —estiró sus manos y le rodeó el rostro. —Me parece increíble que estés aquí, en mi hogar —con los pulgares lo acarició suavemente. —Soy una mejor persona, Dustin. Permíteme que te lo demuestre, por favor. No me juzgues —la voz se le quebró. Necesitaba redención, y sólo en él estaba ese poder.
Madeleine Fitzherbert- Realeza Inglesa
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Re: Reflection of Desire | Privado
Constantemente, Dustin se hacía la pregunta de qué hubiera pasado si Madeleine no lo hubiera dejado. A veces, la mayor parte del tiempo, creía que su vida hubiera sido mejor, quizá humilde, quizá complicada, pero mejor a su lado. Habría evitado la cárcel, habría evitado la cojera, pero de todos modos su hermano y su madre estarían muertos. Hace tiempo que había aprendido que no importaba qué tan bueno y cabal fueras, el universo te escupía en la cara y se burlaba de ti. Incluso llegó a pesar que este encuentro que tanto había deseado, era para seguir abriendo sus heridas, para no permitirle cicatrizar.
Tragó saliva, que le supo a agua de lluvia y fue a protestar, sin embargo, la impresión de ver a Madeleine tan circunspecta lo dejó sin palabras. Sólo escuchó el intercambio. Comenzó a caminar cuando ella se lo pidió, cojeando como era siempre y se detuvo al escuchar eso último.
—Maddie, yo…, yo jamás te voy a juzgar, jamás, quiero que quede claro, ¿de acuerdo? No soy nadie, para hacerlo, no tengo autoridad para ello. Y también… debo regresar a casa antes del alba, mi esposa… —terrible. La palabra fue un trueno más que inicia un incendio en el bosque. Pero esa era la verdad, él era un hombre casado, y Margaret había hecho mucho por él; no podía, y no debía traicionarla. Ya era mucho que hubiera asistido a esa casa, ya se sentía lo suficientemente culpable con ese hecho, como para hacer crecer la ola de su delito. Miró a su anfitriona, Madeleine, tan hermosa y tan etérea como una aparición. La miró con dolor y duda.
—¿Sabes? Hablemos de eso luego del baño, porque sí lo necesito —sonrió con tristeza—. De eso y de cómo terminaste aquí —dio un paso más, para continuar su marcha—. Eres la señora de esta casa, ¿cómo sucedió eso? —Su dificultosa manera de caminar se veía acentuada por el frío de la torrencial lluvia. Y le estaba molestando de nuevo, aunque no quiso quejarse, no iba a arruinarlo con eso.
Instintivamente también, se llevó una mano al estómago, donde una cicatriz le recordaba todos esos años que vivió en la miseria de la cárcel. Había tanto que uno no sabía del otro, y Dustin quería decírselo, y que ella le acariciara las sienes, diciéndole que eso estaba en el pasado, que hoy, ambos podía ser felices. Sí, eso deseaba, no obstante, sabía lo imposible que resultaba no sólo porque él era casado, sino por un montón de cosas más.
—Es una casa enorme —comentó y miró a un lado y al otro, mientras continuaba al lado de Madeleine, quien lo guiaba hacia, lo que él suponía, era el baño—. A veces me cuesta trabajo creer que existen sitios así en un lugar como París, hay demasiada gente, no es como en Welshpool —el pueblecito donde se conocieron, Y Trallwng en galés. La miró, porque recordar el sitio donde sus caminos se cruzaron por primera vez, le trajo recuerdo aciagos, quiso no pensar mucho en eso, sin embargo, inevitablemente recordaba el día en que la buscó, y nadie le supo decir dónde estaba.
No, no la juzgaba como había dicho, pero eso no quitaba el hecho de que era la herida más grande en su colección, que era vasta. Dustin era un hombre bueno, al que le habían pasado cosas terribles. Cualquier otro habría ya torcido el camino, pero no él. Apresuró el paso para plantarse frente a ella, la miró directo a los ojos, y la besó en la mejilla, como un inocente y tonto.
Dustin Gallagher- Humano Clase Media
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Re: Reflection of Desire | Privado
Mirar a Dustin a los ojos, era como ser parte del choque de dos planetas. Estallaban las constelaciones, porque él era el hombre más bueno y sincero que hubiera conocido, incluso más que su difunto padre. Había pureza, angustia y remordimiento, y esa combinación era fatal, pues Madeleine sabía que ella era la gran culpable de las dos últimas y que, la tercera, la había perdido hacía demasiado tiempo atrás. Sin embargo, agradecía a quien fuese, por tener esa nueva oportunidad, por volver a tenerlo frente a ella, poder tocarlo y poder brindarle lo mejor. Se sentía, nuevamente, como aquella jovencita enamorada, que cuando estaba junto a su príncipe azul, creía que nada le podía pasar. Cuando estaba con Dustin no existía nada más, y esa era la magia de aquel sentimiento que la había embriagado en el pasado, y que, al parecer se mantenía intacto. Ya no era aquella misma Maddie, como al día siguiente no seguiría siendo la misma que en ese momento. Pero, a decir verdad, no le importaba demasiado. Sólo quería permanecer con él…
La mención de su esposa no le hizo detener la marcha, pero opacó un instante el brillo de su alegría. La duquesa continuó, pues no permitiría que nada arruinara ese momento. Quería ser feliz, aunque sea esa noche, aunque sea unos minutos. Sabía que Dustin después se iría, pero ella haría todo lo posible para que se quedase a su lado. No lo merecía, estaba segura que no, y tenía la certeza de que la mujer que tenía al lado, era tan noble como él, pero Madeleine era egoísta, y solo le importaba su bienestar. Tampoco pensó demasiado en el daño que podría llegar a hacerle al galés, y conocía de su sensibilidad. ¿Estaba jugando con él? ¿Era su orgullo alzando el puño del triunfo? No. Un rotundo no. Lo había amado por entonces, y lo seguía amando en la actualidad. Aquel cosquilleo en su vientre era la única respuesta que necesitaba.
Aquel pueblito que fue su suplicio la hizo pararse. Cerró los ojos cuando él le besó la mejilla y se le calentaron los ojos. No volvería a llorar. Alzó su mano y con el dorso de los dedos, le acarició los pómulos y los labios. Moría por besarlo, pero no era el momento. No debía dejarse arrasar por el impulso, todo era tan frágil, tan endeble… Requería paciencia, cuidado y firmeza, todos atributos de los que Madeleine carecía, pero que estaba dispuesta a contemplar si se trataba de ganar el corazón de Dustin una vez más, de hacerlo dejar de lado su moral y permitirle escuchar lo que realmente deseaba. Porque la joven ya no tenía dudas: él quería estar con ella, solo que le costaba aceptar la verdad. Pues bien, se dijo Madeleine, debía ser la encargada de mostrarle que todo aquello no era un error y que estaban en lo correcto, que había llegado el momento para ambos.
—Continuemos… —entrelazó los dedos con los de él, y caminaron hacia el final del pasillo. Bajo la puerta se divisaba una luz encendida. —Ven —giró el picaporte de oro y descubrió el cuarto de baño. Los empleados tenían la orden de siempre tener lista el agua caliente, por si a la duquesa se le ocurría un instante de relajación en mitad de la noche, por lo tanto, no habían tardado demasiado en acondicionar la estancia. El vapor y el aroma de las rosas los envolvió, y Madeleine despachó rápidamente a las dos doncellas que se aprestaron para atenderlas. Era todo de mármol, oro y plata. —Déjame servirte… —le apoyó el índice en los labios para no darle lugar a la objeción.
Le quitó una a una sus prendas, con prestancia, devoción y calculada lentitud. Se deshizo de cada abrigo mojado sin importarte el barro ni la mugre que iba quedando en sus manos y brazos. Cuando descubrió la cicatriz en su estómago, la recorrió con las yemas, pero no se detuvo demasiado. Lo tuvo tan completo frente a ella, que solo le pudo sonreír. Una vez más, lo tomó de la mano y lo guió hacia la tina, que se encontraba en el medio de la habitación y lo ayudó a sumergirse. Apoyó las palmas en sus hombros y lo instó a apoyarse y relajarse, ella se colocó a sus espaldas y le mojó el pelo con una jofaina, y le empezó a masajear las sienes.
—Dustin, Dustin… —susurró… —Te contaré cómo llegué aquí —sumergió una esponja en la tina e inició lentos movimientos sobre el pecho de su amor. — ¿Recuerdas a Grace? Fue ella la artífice del plan… El dueño de toda esta propiedad, era un Duque sin herederos, no me pregunte cómo, pero Grace le hizo creer que yo era su hija. El pobre hombre creyó mi actuación y me acogió como si realmente fuera su retoña… Aprendí a quererlo, era muy noble y amoroso, y me enseñó a comer, me brindó educación y me heredó su fortuna —no había orgullo en su voz, más bien pesar. Le dolía haberlo engañado así. —Fue todo muy rápido, por eso me fui sin avisar… ¿Podrás perdonarme algún día? —y se le quebró la voz en una súplica.
La mención de su esposa no le hizo detener la marcha, pero opacó un instante el brillo de su alegría. La duquesa continuó, pues no permitiría que nada arruinara ese momento. Quería ser feliz, aunque sea esa noche, aunque sea unos minutos. Sabía que Dustin después se iría, pero ella haría todo lo posible para que se quedase a su lado. No lo merecía, estaba segura que no, y tenía la certeza de que la mujer que tenía al lado, era tan noble como él, pero Madeleine era egoísta, y solo le importaba su bienestar. Tampoco pensó demasiado en el daño que podría llegar a hacerle al galés, y conocía de su sensibilidad. ¿Estaba jugando con él? ¿Era su orgullo alzando el puño del triunfo? No. Un rotundo no. Lo había amado por entonces, y lo seguía amando en la actualidad. Aquel cosquilleo en su vientre era la única respuesta que necesitaba.
Aquel pueblito que fue su suplicio la hizo pararse. Cerró los ojos cuando él le besó la mejilla y se le calentaron los ojos. No volvería a llorar. Alzó su mano y con el dorso de los dedos, le acarició los pómulos y los labios. Moría por besarlo, pero no era el momento. No debía dejarse arrasar por el impulso, todo era tan frágil, tan endeble… Requería paciencia, cuidado y firmeza, todos atributos de los que Madeleine carecía, pero que estaba dispuesta a contemplar si se trataba de ganar el corazón de Dustin una vez más, de hacerlo dejar de lado su moral y permitirle escuchar lo que realmente deseaba. Porque la joven ya no tenía dudas: él quería estar con ella, solo que le costaba aceptar la verdad. Pues bien, se dijo Madeleine, debía ser la encargada de mostrarle que todo aquello no era un error y que estaban en lo correcto, que había llegado el momento para ambos.
—Continuemos… —entrelazó los dedos con los de él, y caminaron hacia el final del pasillo. Bajo la puerta se divisaba una luz encendida. —Ven —giró el picaporte de oro y descubrió el cuarto de baño. Los empleados tenían la orden de siempre tener lista el agua caliente, por si a la duquesa se le ocurría un instante de relajación en mitad de la noche, por lo tanto, no habían tardado demasiado en acondicionar la estancia. El vapor y el aroma de las rosas los envolvió, y Madeleine despachó rápidamente a las dos doncellas que se aprestaron para atenderlas. Era todo de mármol, oro y plata. —Déjame servirte… —le apoyó el índice en los labios para no darle lugar a la objeción.
Le quitó una a una sus prendas, con prestancia, devoción y calculada lentitud. Se deshizo de cada abrigo mojado sin importarte el barro ni la mugre que iba quedando en sus manos y brazos. Cuando descubrió la cicatriz en su estómago, la recorrió con las yemas, pero no se detuvo demasiado. Lo tuvo tan completo frente a ella, que solo le pudo sonreír. Una vez más, lo tomó de la mano y lo guió hacia la tina, que se encontraba en el medio de la habitación y lo ayudó a sumergirse. Apoyó las palmas en sus hombros y lo instó a apoyarse y relajarse, ella se colocó a sus espaldas y le mojó el pelo con una jofaina, y le empezó a masajear las sienes.
—Dustin, Dustin… —susurró… —Te contaré cómo llegué aquí —sumergió una esponja en la tina e inició lentos movimientos sobre el pecho de su amor. — ¿Recuerdas a Grace? Fue ella la artífice del plan… El dueño de toda esta propiedad, era un Duque sin herederos, no me pregunte cómo, pero Grace le hizo creer que yo era su hija. El pobre hombre creyó mi actuación y me acogió como si realmente fuera su retoña… Aprendí a quererlo, era muy noble y amoroso, y me enseñó a comer, me brindó educación y me heredó su fortuna —no había orgullo en su voz, más bien pesar. Le dolía haberlo engañado así. —Fue todo muy rápido, por eso me fui sin avisar… ¿Podrás perdonarme algún día? —y se le quebró la voz en una súplica.
Madeleine Fitzherbert- Realeza Inglesa
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Re: Reflection of Desire | Privado
El deseo de volver a tocarse, volver a besarse, volver a amarse era latente en ambos, Dustin lo sentía palpitar en cada milímetro de sus venas, lo sentía arder en su pecho y en cada una de sus heridas, las del cuerpo y las del alma. Sólo cerró los ojos y se dejó guiar. Al entrar al baño, y mirar salir a las doncellas, se dejó envolver por el aroma floral y por el vapor del agua caliente. Aquel lujo le recordó sus años con Hicks-Jenkins, la mejor etapa de su vida, cuidando al viejo, y con Maddie a su lado.
La miró intrigado e iba a protestar, pero no lo dejó, en cambio, se dejó hacer a pesar de que encontró aquello incorrecto, no porque fuera a desnudarlo, sino porque Madelaine era la señora de la casa y él un pobre diablo al que lo había agarrado un temporal camino a esa casa. Había ahora una distancia insalvable entre ambos, pensó mientras no podía dejar de mirarla, solícita y servicial ante él; sintió escalofríos cuando delineó su cicatriz en el estómago. Entrelazó los dedos con ella, sin chistar y se dejó guiar, hasta que se sentó en aquella tina de mármol, algo a los que ni en sus más locos sueños podía aspirar. Se relajó una vez en el agua, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
El tacto de Maddie lo tranquilizaba y soltó aire muy despacio, como si temiera que eso fuera un sueño y si hacía un movimiento brusco, éste terminaría. Sólo abrió los ojos cuando la escuchó. Miró al frente, aguardando. Conforme la breve historia fue avanzando, se fue sintiendo más contrariado, todo fue tomando sentido, sin embargo no pudo evitar la desazón que la confesión le trajo; hasta que, sin poder evitarlo, se giró para verla, haciendo olas en la bañera.
—Quiero creer que le hiciste compañía a ese hombre en sus últimos días, que esto que tienes ahora lo ganaste con sacrificio, y no sólo engañando a un pobre tipo demasiado solo y demasiado ingenuo —dijo y la miró a los ojos con algo parecido a la esperanza, de que ella no fuera una vil estafadora. Ese era él, siempre creyendo lo mejor de los demás, y aún con esa tonta convicción de que las cosas debían de ganarse y no arrebatarse. Quizá por eso le había ido tan mal en la vida.
Quedó muy cerca de ella, sus narices casi podían tocarse y Dustin pasó la lengua por los labios. Se giró, para volver a quedar de espaldas a ella. Sintió el peligro de la cercanía, obviando que estaba desnudo y ella le lavaba el cabello. Para su fortuna, estaba demasiado nervioso como para manifestar la atracción evidente de otro modo. De todos los hombres del sucio pueblucho donde se conocieron, fue él el único que nunca la tuvo, y esa promesa seguía latiendo entre ambos como un corazón compartido. La consumación de un amor que había sorteado tiempo y espacio.
—Sabes que pudiste decirme, y yo habría entendido —habló más sereno—, que incluso pude haberte ayudado. Más que tu partida, lo que terminó de matarme fue que no me dijeras nada, que me dejaras con la incertidumbre clavada aquí… —Señaló su pecho—. Fueron días infernales, Maddie, yo… yo hice cosas terribles, puedo perdonarte, sólo porque sé que tú no lo harás cuando te confiese mi pecado —continuó. Le fue más fácil hablar porque apenas veía su silueta dibujada en las brillantes baldosas del baño, y en el agua que comenzaba a enturbiarse con la mugre que cargaba.
Y es que, ¿cómo iba a decirle que él había matado a su madre? Pudieron no tener una relación cercana, odiarse incluso, pudo haber sido un accidente, pero aún así, era algo sumamente horrendo como para ponerlo en palabras. Por supuesto que quería hablarle de sus años en la cárcel, que lo consolara, que le reafirmara que eso estaba en el pasado, pero para llegar a ese punto de su desgraciada vida, debía darle los pormenores de la muerte de Ethel.
Dustin Gallagher- Humano Clase Media
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Re: Reflection of Desire | Privado
Jamás pensó que volverían a verse. La esperanza nunca se le había dado bien porque, de una forma u otra, a Madeleine la condenaba su pasado. Vivía con la expectativa de que todo se escurriría de sus manos, como el agua. Y la presencia de Dustin en su casa no sería la excepción. Él se iría al alba, con la cabeza gacha por la culpa de haberse quedado con ella, y le pediría perdón a su mujer, con alguna excusa estúpida que, ilusa, su esposa creería. Sin conocerla, con solo haberla escuchado, supo que era la clase de persona que miraba hacia un costado con tal de permanecer junto a alguien. Y, por supuesto, ninguna dama con medio dedo de frente sería capaz de perder a un hombre como Dustin. Solo ella, una condenada puta, tuvo la osadía de dejarlo de ir, de abandonarlo. Pero la vida le estaba dando una segunda oportunidad o, tal vez, le brindaba lo que más amaba para arrebatarse después, y lastimarla, y desgarrarla, para que pagara por todo el daño que había hecho. Lo merecía, claro que sí.
—Claro que cuidé de él —respondió, algo ofendida. No estaba mintiendo. El Duque había sido un hombre muy bueno, generoso y dulce, un verdadero padre para ella. y Maddie había sabido estar a la altura, se comportó como su hija. —Aún lo extraño. No hubiera querido que muriera. ¿Sabes? Él me abrazaba y sentía que, realmente, era mi papá. Volví a sentirme segura bajo sus cuidados. Y sé que él se fue feliz de haber tenido una hija. Íntimamente, él debía sospechar de que todo era un ardid, pero estaba tan solo… —a Madeleine le gustaba pensar que el Duque la había aceptado igual, de que podía sentirla su hija a pesar de no serlo. Extrañaba mucho su sonrisa, porque cuando él sonreía, le sonreía todo el rostro. Los ojos, los pómulos, la boca, la frente. Era un hombre alegre… Maddie se secó las dos lágrimas de nostalgia que rodaron por sus mejillas, y continuó lavando la cabellera de Dustin.
—Perdóname… —susurró, con la voz estrangulada. Contenía el llanto, porque no quería dar un espectáculo triste, no aquella noche. Las últimas palabras de quien fuera su amor, la dejaron sorprendida. No conocía un hombre más bueno que él, ¿qué podría haber hecho, tan grave, para que ella no lo perdonara? De todas formas, la Duquesa no se sentía en posición de juzgar a nadie, no ella, que había cometido todas las faltas; no ella, que estaba atravesada, de pies a cabeza, por el pecado.
—No hay nada que no pudiera perdonarte, Dustin —confesó, con una sonrisa triste en los labios. Se puso de pie y se sentó en el suelo, a su lado, para mirarlo de frente. Apoyó los brazos en la tina y lo miró a los ojos. —Eres el mejor hombre que he conocido y que conoceré. Todos cometemos errores, todos tenemos defectos, virtudes, somos seres imperfectos. Pero tú… —extendió la mano y, con el dorso de los dedos, le acarició una mejilla. —Tú eres bueno, tienes un corazón precioso, y si no quieres contarme lo que has hecho, lo entenderé. Jamás te pediré que no tengas secretos conmigo, porque yo debo tener los míos contigo —Madeleine era una mujer sincera, a pesar de todo. —No te exijo que me cuentes, no te exijo que te quedes. Solo quiero que seas feliz, Dustin. Y si esa felicidad es a mi lado, haremos todo lo necesario para estar juntos —y en eso tenía razón. Maddie lucharía hasta el final para que Dustin la eligiera.
—Claro que cuidé de él —respondió, algo ofendida. No estaba mintiendo. El Duque había sido un hombre muy bueno, generoso y dulce, un verdadero padre para ella. y Maddie había sabido estar a la altura, se comportó como su hija. —Aún lo extraño. No hubiera querido que muriera. ¿Sabes? Él me abrazaba y sentía que, realmente, era mi papá. Volví a sentirme segura bajo sus cuidados. Y sé que él se fue feliz de haber tenido una hija. Íntimamente, él debía sospechar de que todo era un ardid, pero estaba tan solo… —a Madeleine le gustaba pensar que el Duque la había aceptado igual, de que podía sentirla su hija a pesar de no serlo. Extrañaba mucho su sonrisa, porque cuando él sonreía, le sonreía todo el rostro. Los ojos, los pómulos, la boca, la frente. Era un hombre alegre… Maddie se secó las dos lágrimas de nostalgia que rodaron por sus mejillas, y continuó lavando la cabellera de Dustin.
—Perdóname… —susurró, con la voz estrangulada. Contenía el llanto, porque no quería dar un espectáculo triste, no aquella noche. Las últimas palabras de quien fuera su amor, la dejaron sorprendida. No conocía un hombre más bueno que él, ¿qué podría haber hecho, tan grave, para que ella no lo perdonara? De todas formas, la Duquesa no se sentía en posición de juzgar a nadie, no ella, que había cometido todas las faltas; no ella, que estaba atravesada, de pies a cabeza, por el pecado.
—No hay nada que no pudiera perdonarte, Dustin —confesó, con una sonrisa triste en los labios. Se puso de pie y se sentó en el suelo, a su lado, para mirarlo de frente. Apoyó los brazos en la tina y lo miró a los ojos. —Eres el mejor hombre que he conocido y que conoceré. Todos cometemos errores, todos tenemos defectos, virtudes, somos seres imperfectos. Pero tú… —extendió la mano y, con el dorso de los dedos, le acarició una mejilla. —Tú eres bueno, tienes un corazón precioso, y si no quieres contarme lo que has hecho, lo entenderé. Jamás te pediré que no tengas secretos conmigo, porque yo debo tener los míos contigo —Madeleine era una mujer sincera, a pesar de todo. —No te exijo que me cuentes, no te exijo que te quedes. Solo quiero que seas feliz, Dustin. Y si esa felicidad es a mi lado, haremos todo lo necesario para estar juntos —y en eso tenía razón. Maddie lucharía hasta el final para que Dustin la eligiera.
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Re: Reflection of Desire | Privado
Tragó grueso, aún debatiéndose. Dustin tenía muchos defectos, a pesar de lo que Madeleine pudiera decirle en ese instante, y uno de ellos era que sobrepensaba demasiado las cosas, tal vez si pudiera ser más espontáneo, tener la sangre más caliente, nada de todas las penurias que ya había padecido le habrían pasado. Se mordió el interior de las mejillas, y escuchó con paciencia la explicación de la mujer, su amor, su único amor, ¿a quién engañaba?
Antes de poder seguir sopesando sus posibilidades, Maddie lo sorprendió, se acomodó también en la tina para poder verla mejor, recargando un brazo en el borde de ésta, y cuando la tuvo a un lado, tocándole el rostro, inclinó la cabeza hacia su tacto, cerró los ojos, su rostro reflejaba pena y duda, pero también una tranquilidad inaudita. Lentamente abrió los ojos nuevamente, y la vio ahí, con los bordes difusos de su figura por el vapor, como un ensueño. Estiró una mano mojada y tomó la ajena.
—Tú eres mi felicidad, Maddie —le dijo al fin en un hálito—, siempre ha sido así, nada ha cambiado. Cada día te he extrañado. —Qué injustas eran sus palabras para una mujer como Margaret, que lo había ayudado, y lo quería y respetaba, pero Dustin no podía fingir, no frente a Madeleine.
—Pero lo que hice, lo que hice no tiene perdón… —Le soltó la mano y se puso de pie, desnudo y un poco menos sucios. Respiró profundamente—. No quisiera hablar de esto así, aquí —continuó. Iba a vulnerarse, iba a contarle todo, no quería estar desnudo cuando eso sucediera. A pesar de la incuria de ropa, no hubo nada sexual en el modo en cómo se presentó, sin pudor, ante ella.
—Te lo contaré todo, cada detalle, pero no aquí Maddie, por favor… —Lo último sonó a ruego y con calma, por la debilidad, la situación, y el miedo a resbalarse, sacó un pie primero y luego otro de la tina, hasta que sus pies estuvieron sobre el frío piso de baldosas del baño, dejando un pequeño charco bajo él.
—¿Me ayudas con una toalla? —pidió, aunque parecía avergonzado de haber pronunciado esas palabras. Es que no estaba acostumbrado, mucho menos ahora que Madeleine era una duquesa, y él seguía siendo el mismo pobre diablo—. Mi ropa está empapada, pero puedo estar un rato con la toalla, siempre y cuando me lleves a un lugar no tan frío… —Sonrió taimado, pero cómplice.
Sólo él era capaz de manejar una situación como esa y no convertirla en una insinuación o en algo turbio. Era una característica que la mayor parte del tiempo le jugaba en contra, pero que frente a Maddie era una ventaja, al menos por ahora. Por supuesto que la deseaba, desde siempre, desde que eran novios, a veces, que Dios lo perdonara, la imaginaba a ella cuando estaba con Margaret, pero Dustin era demasiado puro, a pesar de las cosas horribles que ya había vivido y visto; era de esos que tenían la idea de que el sexo debía ser algo especial, por ello ni siquiera pasaba por su cabeza en ese instante.
Quizá eso fue lo que lo diferenció siempre ante ella, dedicada, precisamente y hasta antes de su nueva vida, a vender su cuerpo a cuanto hombre tuvo para pagarle. Él jamás se lo insinuó o propuso; es más, a veces se guardaba sus propios apetitos, pues creía que si de algo debía estar harta ella, era de eso.
—Madeleine, sólo prométeme una cosa… —El semblante otrora ligero que demostró, desapareció en ese instante—. Que no importa lo que te diga, no me vas a odiar. Puedes correrme de tu casa, no querer volver a verme, pero no me odies, por favor. No podría con tu odio, no el tuyo… —Le buscó la mirada y acunó el rostro con ambas manos—. Prométemelo. —Y se mordió un labio.
Dustin Gallagher- Humano Clase Media
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Re: Reflection of Desire | Privado
Era la primera vez que lo veía desnudo. En todos los años compartidos, sólo habían compartido besos castos y caricias en las manos o en los brazos. Esos minutos que tenían juntos bajo un árbol, a escondidas de las burlas de un pueblo que si hubiera podido apedrearla como a María Magdalena lo hubiera hecho, se habían convertido en el refugio para sobrevivir cuando cualquiera la tomaba. Incluso cuando ella misma, por puro placer, se entregaba a un hombre. Todos le habían abierto las piernas, pero ninguno había llegado a su alma; eso era sólo de su amado Dustin. Con él todo era distinto, aunque no pudo evitar tragar con dificultad ante la visión de su cuerpo. No lo estudió en detalle, pero su piel morena y mojada era lo más hermoso que había visto alguna vez. ¡Cuánto habría deseado ser una mujer para no sentir vergüenza de entregarse a él!
Sin embargo, la curiosidad y la preocupación la obligaron a fruncir la boca y el ceño por un instante, como toda respuesta a los intentos de su antiguo novio por tranquilizar una situación que parecía demasiado seria para ser real. Madeleine se puso de pie, descolgó una toalla y se la entregó. Mientras Dustin se secaba, abrió un armario y tomó una bata negra de razo que había sido del Duque. Se acercó a su adorado y lo ayudó a colocársela. Con sus manos pequeñas y pulcras ató un nudo a la altura de su pelvis, y alzó el rostro para mirarlo. ¿Qué ocultaba? ¿Qué era aquello tan horrible que estaba atormentándolo? No podía imaginar que fuera un criminal, alguien capaz de lastimar a un ser vivo; ni siquiera podía pensarlo matando un insecto. Tal vez quería despedirse de ella y volver junto a su mujer, y temía a su reacción y por eso le pedía que no lo odiara.
—Nada podría hacer que te odie, mi amor —lo tomó de las muñecas y colocó sendos besos en el centro de las palmas de Dustin. Qué feliz era ante el contacto… —Tampoco te correría de aquí. Éste es mi hogar, y es tuyo también si lo deseas. Puedes quedarte a vivir aquí, conmigo. Lo que sea que esté carcomiéndote, lo superaremos juntos. Cualquier obstáculo que se presente ante nosotros lo enfrentaremos unidos. No quiero volver a perderte, Dustin. La sola idea de que te marches me da náuseas. Te he añorado tanto a lo largo de éstos años, que nada de lo que me digas hará que cambie de opinión.
Con los ojos llenos de lágrimas, le envolvió la cintura con los brazos y apoyó le mejilla en su pecho. Se aferró a él entre espasmos. No lo soltaría. No lo dejaría ir. Fuese lo que fuese que tenía para confesar, Maddie estaba segura que nada haría que el amor que profesaba por él temblase, se resquebrajase o temblase. El sentimiento era firme, era fuerte y era tan poderoso que ni que ella hubiese sido una prostituta o que se hubiera marchado sin decir adiós había sido capaz de debilitarlo. Tenerlo allí era la prueba de que no estaba equivocada.
Lo tomó de la mano y lo sacó del cuarto de baño. Lo guió hasta su cama, lo ayudó a sentarse y ella hizo lo propio a su lado. Le acarició los dedos y luego los entrelazó. Le sonrió como sólo a él podía hacerlo, y el corazón le daba brincos de pura dicha.
—Ahora dime esto tan importante. Estás prolongando la agonía, porque sea lo que sea, yo estoy aquí. No me iré ni dejaré que te vayas —lo soltó, se corrió unos centímetros para alzar las piernas del suelo y cruzarlas sobre la cama, a modo de quedar sentada como una flor de loto.
Sin embargo, la curiosidad y la preocupación la obligaron a fruncir la boca y el ceño por un instante, como toda respuesta a los intentos de su antiguo novio por tranquilizar una situación que parecía demasiado seria para ser real. Madeleine se puso de pie, descolgó una toalla y se la entregó. Mientras Dustin se secaba, abrió un armario y tomó una bata negra de razo que había sido del Duque. Se acercó a su adorado y lo ayudó a colocársela. Con sus manos pequeñas y pulcras ató un nudo a la altura de su pelvis, y alzó el rostro para mirarlo. ¿Qué ocultaba? ¿Qué era aquello tan horrible que estaba atormentándolo? No podía imaginar que fuera un criminal, alguien capaz de lastimar a un ser vivo; ni siquiera podía pensarlo matando un insecto. Tal vez quería despedirse de ella y volver junto a su mujer, y temía a su reacción y por eso le pedía que no lo odiara.
—Nada podría hacer que te odie, mi amor —lo tomó de las muñecas y colocó sendos besos en el centro de las palmas de Dustin. Qué feliz era ante el contacto… —Tampoco te correría de aquí. Éste es mi hogar, y es tuyo también si lo deseas. Puedes quedarte a vivir aquí, conmigo. Lo que sea que esté carcomiéndote, lo superaremos juntos. Cualquier obstáculo que se presente ante nosotros lo enfrentaremos unidos. No quiero volver a perderte, Dustin. La sola idea de que te marches me da náuseas. Te he añorado tanto a lo largo de éstos años, que nada de lo que me digas hará que cambie de opinión.
Con los ojos llenos de lágrimas, le envolvió la cintura con los brazos y apoyó le mejilla en su pecho. Se aferró a él entre espasmos. No lo soltaría. No lo dejaría ir. Fuese lo que fuese que tenía para confesar, Maddie estaba segura que nada haría que el amor que profesaba por él temblase, se resquebrajase o temblase. El sentimiento era firme, era fuerte y era tan poderoso que ni que ella hubiese sido una prostituta o que se hubiera marchado sin decir adiós había sido capaz de debilitarlo. Tenerlo allí era la prueba de que no estaba equivocada.
Lo tomó de la mano y lo sacó del cuarto de baño. Lo guió hasta su cama, lo ayudó a sentarse y ella hizo lo propio a su lado. Le acarició los dedos y luego los entrelazó. Le sonrió como sólo a él podía hacerlo, y el corazón le daba brincos de pura dicha.
—Ahora dime esto tan importante. Estás prolongando la agonía, porque sea lo que sea, yo estoy aquí. No me iré ni dejaré que te vayas —lo soltó, se corrió unos centímetros para alzar las piernas del suelo y cruzarlas sobre la cama, a modo de quedar sentada como una flor de loto.
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