O death- el hombre inmortal-

por **Hereb Stokehurst** Mar Abr 18, 2017 8:33 pm

La sala egipcia como le gustaba llamarla estaba en silencio, no un silencio simple sino el silencio que hace notar que sin faltar nada la estancia ha sido profanada. La enorme mesa de mármol brillaba bajo un rayo pálido a la luz de la luna , apuntándolo a la esquina más oscura de la biblioteca donde la alfombra persa se perdía por los rincones amortiguando cualquier paso y el peso de una espada delgada con forma de oreja en su mango. Reclinando contra la pared el dueño de la estancia luchaba por seguir lucido mientras trabajaba a toda prisa un intrincado torniquete alrededor de su torso. Los pomos de alabastro, el busto de Cleopatra y las mascaras de los faraones le lanzaban miradas lúgubres que le erizaban los vellos de la nuca. Sin querer había decorado el salón como un perfecto moratorio, un camino al más allá de los mitos y las leyendas.

Hereb Stokehurst apretó los dientes maldiciéndose internamente. Frustrar el robo no estuvo en sus planes al ingresar de noche en su lugar sin embargo tampoco se arrepentía del todo, en su lugar la cólera le mordisqueaba el cuello tildándole de estúpido al conseguir una herida como esa. —Todos los tesoros del mundo palidecen a favor de conservar la vida— Escupió sintiendo la herida escocer con cada respiración y cada movimiento forzado. La sangre pintaba flores en su camisa blanca que se diluían hasta encontrarse con la valiosa alfombra.

Hereb rugió rodando los ojos ante la idea de perder la pieza. Seguro podía sacarle un par de monedas, unos cuantos francos incluso con la mancha carmín inmortalizada. Estrechando los ojos sacudió la cabeza cuando los estantes repletos de libros comenzaron a emborronarse. En su mano latía furiosa una vena como advirtiéndole que se secaba. Listo el torniquete-había tenido que prescindir de su exquisito chaleco para ello- se abrazo así mismo con una mano intentando ponerse en pie, si llegaba a la calle con suerte podía pedir ayuda. El que los sirvientes durmieran en una dependencia aparte por primera vez se le antojo amargo.

Pensó sin querer en el hombre inmortal al ver el rojo oscuro brillar bajo sus pies, alejándose de su cuerpo, era la vida la que corría, se alejaba apenas tenía oportunidad. Pensó en ese trozo de vena, en esas hierbas mágicas poseedoras de todos los misterios del alma…entonces el silencio vino a cubrir el de su falta de voz y lo mantuvo quieto, ese silencio era el que pertenecía a otra persona, traía consigo una sensación fría y tormentosa.

Hereb pensó entonces que era el silencio de la muerte.

—Será mejor que busque en otros lados querido amigo…sus manos frías no van a abrazarme. No soy esa clase de amante…

“O tal vez si”, en su mente una vieja canción sonó, tarareando el estribillo…”oh, death…”