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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Juliette Kettering Miér Abr 19, 2017 12:38 am

Vanos son los mil credos
que mueven los corazones del hombre: indeciblemente vanos;
inútiles como malas hierbas marchitas,
o como la ociosa banalidad en el centro de la eternidad.
—Emily Brontë.



No todas las personas que gozaban de una buena posición social solían ser tan honestas, en realidad, la gran mayoría se dedicaba a negocios turbios, a los que solían ocultar tras mentiras sacras. Los Kettering no eran la excepción, ellos, tras ese imperio dedicado al mercado del arte, también tenían sus manos manchadas del lodo de la estafa. Pero esto no era lo peor, para colmo, siempre tenían personas a su alrededor que los apoyaban, que no les importaban estas cosas, sólo se encargaba de ocultarlas tan bien como podían. Quizá sería por lealtad entre socios y amigos, o quién sabe qué. A veces era una odisea descubrir las intenciones genuinas de esta clase de individuos, pues las disfrazaban bastante bien, haciendo creer a la sociedad otra historia diferente.

Juliette era la vida imagen de ello, sabía con quién aliarse para mantener su estatus, mientras, detrás de luces, se dedicaba a estafar a otros. Desde hacía algún tiempo que se dedicaba al contrabando de arte; ser marchand no era más que una máscara de falsedad. Le había cogido gusto a obtener dinero de una forma indigna, pero, ¿qué más daba? No era la única. Las personas eran ambiciosas y eran capaces de regalar grandes sumas de dinero por tener joyas valiosas. Tal parecía que el arte, no sólo se encargaba de expresar las pasiones de sus creadores, también arrancaba los más oscuros deseos de los hombres, aquellos que no eran capaces de hacer nada con un lienzo y un pincel, o en su defecto, con el cincel y el mármol. Sin embargo, existían personas como Juliette que se encargaban de complacerlos, gracias a sus grandes influencias. Aquello también la llevó a cuidarse las espaldas, y para eso, debía hallar al más indicado.

Akiva Alfvén, un sagaz abogado, había servido a los Kettering mucho antes, y ahora, se unía a la terrible Juliette para asegurarse de que las finanzas de la familia estuvieran seguras, aparte, desde luego, del origen ilícito de otras sumas descaradas de dinero que ella manejaba. Pero no sólo eso, Akiva y Juliette se la llevaban bastante bien como personas, resultaron ser compañeros afines, y prácticamente, él era un magnífico confidente, hasta ocultando la infidelidad de la mujer.

Acordaron alguna cita casual en el centro de la ciudad para conversar de cosas variadas. Pero, lo cierto es que Juliette necesitaba consejos, ¡sí, ella! Estaba en un pequeño lío, ya que, su joven amante, ese pintor que creyó haber dejado en alguna parte, se hallaba en París y algún listo pretendía chantajearla. Recordarlo sólo le generaba un horrible dolor de cabeza.

Llegó un poco antes a la cita, quizás un cuarto de hora, no lo supo muy bien, porque no era algo que realmente le importara. Se dedicó a esperar a su invitado mientras bebía un café y leía los últimos titulares del diario local, pero poco fue su entretenimiento, porque apenas alzó la mirada, ahí se encontraba él.

—Monsieur Alfvén, ¿o prefieres que te tutee? —dijo con ese tono simpático que sólo reservaba a sus allegados—. Adelante, ponte cómodo.


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Mensaje por Akiva Alfvén Lun Jun 26, 2017 12:10 am


Gran parte de su trabajo consistía en guardar silencio. En ser receptáculo de demasiados secretos, secretos además, de gente muy poderosa, con los que él podría chantajearlos y quitarles hasta la sonrisa, pero ¿para qué? Le convenía más ser un abogado modelo, no traicionar a su vasta cartera de clientes, a la larga, así ganaba más, y mantenía una reputación intacta, envidiable y que le llevaba más clientes. Ser abogado no siempre era bonito, más bien, casi siempre era horrible. Se necesitaba estómago y la cabeza muy fría, y Akiva poseía esas cualidades.

Era por ello que dinastías de abolengo enteras lo mantenían como su albacea legal, entre ellos los Kettering, a quienes servía desde sus años bajo el ala de Diethelm Arendt, su mentor en Berlín. Porque así era la fama de aquel hombre, y la suya ahora. Incluso gente de otros lugares iban a buscarlos ahí, y entonces tenían que dominar no sólo las leyes locales, sino las de casi toda Europa; otra habilidad a la que sacaba ventaja a la larga.

Avanzó por las calles de París; aún no sabía cuánto se iba a quedar en la ciudad, la mujer a la que había ido a ver, Christel Achenbach, aún no le daba una respuesta y, por las propias vicisitudes del caso, que parecieron golpear muy cerca de casa, Akiva se había mostrado inusualmente paciente. Aunque ahora encontraba beneficioso aquello, pues así le sería más fácil verse con Juliette. Dobló la esquina y estuvo en el lugar indicado, eso sí, tuvo que leer el rótulo del lugar para no equivocarse, no dejaba de ser un extranjero en una tierra extraña.

La vio allá sentada, tomando café y leyendo el periódico. Sonrió, siempre le había parecido hermosa. Tenía debilidad por mujeres como ella, subconscientemente las asociaba a su prometida que prefirió la inmortalidad a una vida atado a él. Avanzó y se plantó frente a ella.

Oh, por favor, tutéame. Creo que estamos más allá de las formalidades —arrastró una silla y se sentó—. Imposible, Juliette. Tú me pones muy incómodo, en el mejor sentido de la palabra —bromeó. Ese era él, que si no se trataba de trabajo, coqueteaba sin poder evitarlo. Aunque aún sabía si esto se trataba de trabajo o no. Igual conocía de demasiado tiempo a Juliette Kettering y podía borrar la línea que dividía aquello, mientras no interfiriera.

Fue a preguntar algo más, pero una mesera joven y muy bonita se acercó para preguntar su orden. Akiva le dedicó una de esas miradas que tenía perfectamente dominadas y eso provocó una risa tonta por parte de la chica.

Un café, sin azúcar y un poco de leche. ¿Quieres algo más Juliette? —Diciendo aquello, tocó de manera inocente el antebrazo de la mesera, que se paralizó de inmediato, como aterrada. Era el efecto que tenía en las mujeres, lo sabía.

Es todo, querida —le dijo a la mesera y le guiñó un ojo. La chica se fue muy tensa, Akiva la siguió con la mirada para luego girarse hacia Juliette y encoger un hombro—. Qué puedo decirte, me es inevitable. Y no es ni siquiera que lo intente eh, me sale natural —rio—, en fin, estábamos aquí porque querías verme, parecía importante, dime, soy todo oídos —entrelazó las manos y las descansó sobre la mesa.
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Mensaje por Juliette Kettering Dom Oct 22, 2017 9:05 pm

A veces no era tan sencillo encontrar personas afines en quienes se pudiera confiar plenamente, sobre todo cuando se trataba de ciertos comportamientos moralmente incorrectos. No todos aceptaban, con suficiente racionalidad, determinadas conductas, y eso podría ser un constante dolor de cabeza, que se iba haciendo cada vez más agudo con el tiempo, mientras iban acumulándose los problemas. Por supuesto, cuando se es lo suficientemente inteligente, y se actúa con la debida discreción y astucia, todo marchará en orden. Sin embargo, para ello también se necesita contar con los aliados adecuados, y Juliette Kettering siempre buscaba al más leal; alguien tan afín a ella, como ninguna otra persona. Y ese alguien era su abogado, desde luego que sí.

Por supuesto, Akiva significaba mucho más que un empleado más. Él se había ganado su simpatía, y no sólo por haber sido allegado a la familia Kettering, sino por esa inigualable personalidad que a Juliette le agradaba. ¿Quién mejor que Akiva para poderle confiar algunas cosas aparte de sus crímenes en el arte? Justamente él coincidía con ello. Parecían dos cuervos al acecho, o algo más. A ellos no los motivaba la maldad en su totalidad, pero mucho menos lo correcto. Sólo eran hipócritas a su conveniencia. Tal vez por conocer muy bien la conducta del resto, y que tanto ésta les aburría. ¿Quién puede asegurarlo?

El caso es que había citado a Akiva para no sólo hablar de asuntos legales familiares, sino de otras cosas... Que tenían que ver mucho con cuestiones meramente personales. Por eso es que estaba él ahí, además de intentar coquetearle a una mesera, a la que esperó que se marchara luego de pedir otro café, para así sentirse más cómoda y conversar a gusto.

—Ya deja de coquetear con cuanta escoba con falda veas, Akiva. Ya tendrás tiempo para hacerlo —soltó, ácida, pero con confiada. Ya él estaba acostumbrado a esas indirectas tan directas—. Ah, y no, yo no te pongo incómodo, claro que no. Aunque... Supongo que te gustaría que lo intentara, ¿no?. Me encantan los retos. Pero eso podríamos dejarlo para después, sería divertido. En fin, que mis motivos para tenerte aquí son otros muy diferentes.

Sonrió, orgullosa, victoriosa incluso de su peculiar y magnética personalidad. Sin embargo, Akiva era difícil, porque resultaba ser tan presumido como ella. Tal para cual, decían por ahí. El mejor abogado que podría tener jamás, sin duda alguna.

—Bien, es sobre mis negocios. También sobre mi matrimonio falso... No quiero que nuestras finanzas se vean, ya sabes, ligadas. Lo mío es mío, y no me gusta compartirlo. Pero esta sociedad atrasada se enfrasca en términos que me desagradan. Eso, y que tener un amante me traerá consecuencias —explicó, fastidiada de tener que recordarlo—. Sí, necesito asesoría legal. El trabajo se acumula y me iría mal de descubrirse que —hizo una pausa, mientras miraba disimuladamente a los lados—, pertenezco al contrabando de piezas de arte y antigüedades. ¡Qué decepción! Una de las personas del mercado del arte, metida en asuntos con la mafia. ¡Exacto! La mafia es un tremendo problema...

Se masajeó la sien con la punta de los dedos. Si antes no le dolía la cabeza, ahora la molestia estaba empezando y eso estaba mal. Pero de seguro que para Akiva representaba un maravilloso reto. Al menos eso suponía.

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Mensaje por Akiva Alfvén Dom Ene 21, 2018 1:31 am


Rio con ese gesto que, sabía bien, era irresistible para la mayoría de las mujeres. ¡Ah! Pero esa era la cosa, Juliette no era como la mayoría, tal vez por eso le caía tan bien y, más allá de lo laboral, la mantenía cerca, como una amiga, si se le quería poner un término. Terminó con un suspiro y ambas cejas levantadas, muy atento.

Me encantaría que lo intentaras, pero estamos aquí por trabajo, compórtate —bromeó, aún con una sonrisa ladina en su rostro de rasgos marcados y apuestos. Akiva era un hombre que conocía muy bien sus armas, y no temía usarlas. Casi siempre era sólo para beneficio propio. ¡Era abogado! No podía esperarse menos viniendo de él.

En fin, concentró su escucha en ella y poco a poco fue borrando la sonrisa, aunque no reflejó consternación, simplemente adoptó un gesto más serio y reflexivo. Lo que Juliette le estaba planteando era complicado, pero a él le gustaban los retos, y por algo los Kettering lo mantenían como su litigante de cabecera, no era de los que se amilanaban con un obstáculo o dos. Era capaz de torcer tanto las leyes para favorecer a sus clientes, que a veces parecía que no existía caso que no pudiera resolver; era una exageración, que sin duda le ayudaba a mantener esa imagen de hombre inescrupuloso y efectivo que debía y quería tener.

Ya veo. Confieso que creí que esta charla la tendríamos hace mucho. Bien, la lo primero, sobre tus intereses, tengo una solución más o menos sencilla. Necesitaría ver los documentos de tu matrimonio, pero siempre hay modo, no te preocupes —dijo con tono pensativo, mientras se masajeaba el mentón—, voy a suponer que fue un matrimonio usual, y que todo lo tuyo pasó a manos de tu esposo, legalmente, al menos. Tienes razón, es una sociedad que exige eso, me encantaría cambiarla, pero por ahora me voy a conformar con ayudarte. Conozco de mujeres demasiado bien como para no ver que ustedes son las que llevan las riendas de todo —continuó. Brevemente recordó a Maike, su prometida de antaño, que era la muestra más clara de lo que acababa de decir. Juliette era otro ejemplo patente.

Para lo segundo… se complica un poco más. Aunque… como ya dije, siempre hay modo, las leyes son mera interpretación, pues bien, haremos que esa interpretación sea a tu favor —insistió. Sonrió de nuevo, aunque en sus ojos uno podía ver que seguía maquinando cosas—. De entrada recomiendo un prestanombres. —Bajó la voz—, puede ser alguien de tus contactos, o alguien de tu confianza, de todos modos, yo me encargaría de redactar un contrato que te cubra. Pero esto es pensar a corto plazo, a largo plazo… hay una práctica en el límite de lo legal, pero ya lo dicen… todo lo que no es ilegal, está permitido. ¿Te interesa? Es un poco tediosa, al principio, pero yo podría encargarme —explicó en tono cómplice y voz modulada para no ser escuchado.

Akiva era un tipo al que no le importaban los medios que tuviera que emplear, con tal de salir triunfante. En este caso, se trataba de ayudar a Juliette, y sabía que ella tampoco era de las que se espantaban. Aguardó, ansioso, le pareció que la solución que tenía en mente era lo suficientemente elegante como para quedar ambos satisfechos.

Fue a agregar algo, pero la mesera regresó con lo que habían pedido. Akiva agradeció de ese modo que acostumbraba y la chica se fue sonrojada, soltando una risita. Al regresar su vista al frente, y tras dar el primer sorbo a su café, hizo un ligero ademán con la cabeza, invitando a su acompañante a dar una respuesta.
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