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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Nadia Scrymgeour Sáb Abr 22, 2017 11:42 am

Nada estaba siendo como ella había imaginado antes de casarse y eso la frustraba, pero al mismo tiempo la impulsaba a persistir.
Iain era un hombre bueno. Pese a que hablaba poco y no permitía que ella lo llegase a conocer en profundidad, Nadia sabía que se había unido a un hombre bueno, generoso y pacifico. Ella siempre había sido certera a la hora de descubrir la esencia de las personas y cuando miraba a los ojos a Iain podía ver benignidad.
Estaba convencida de que él no la quería; de seguro se debía a que a penas la conocía. Había personas que tardaban más que otras en adaptarse a los cambios de vida y ella creía que eso era exactamente lo que a él le ocurría; todavía no se había dado cuenta que debía quererla para siempre.


“Sucederá. Llegará el día en el que me diga que no puede vivir sin mí”, se decía confiada porque, ¿cómo podía alguien no amarla? No lo entendía, ya que nunca le había costado obtener lo que deseaba y encontraba ahora un verdadero desafío con el que podía poner a prueba su tenacidad, su valor. Su único objetivo era que Iain Scrymgeour la quisiese, que sintiera que solo junto a ella encontraba un lugar de pertenencia.

Incansable, Nadia proponía siempre y él solía aceptar. Paseos, cenas especiales, la ópera, compras… resignado se dejaba conducir dentro de lo que ella planificaba, pero Nadia no lo veía feliz. ¿Qué debía hacer para provocar que él sonriese de forma genuina? ¿De qué debía hablar? Odiaba los caballos, les temía, pero se había montado junto a él en uno –solo para que Iain la creyese valiente- y lo recordaba como una de las experiencias más tortuosas de su vida, no había hecho más que llorar y sufrir con el trote del animal, ¡había clavado sus uñas en las manos de su esposo e incluso le había hecho sangrar!

Nadia Galloway, ahora Scrymgeour, sonrió al recordar aquella escena patética y se puso su abrigo de piel gruesa. Después de todo estaban en el mar y ella se disponía a salir a la cubierta para buscar a su marido.
Se dirigían a París y se suponía que si seguían navegando sobre aguas calmas llegarían en unos dos días más. Aquel viaje había nacido de sus deseos de cambiar de aires, de salir de la rutina aburrida y monótona en la que se había convertido su vida. Simplemente le había dicho,
quiero ir a París, amor mío, nos merecemos un viaje de placer y él le había prometido que irían entonces. Así de rápido, así de sencillo, justo como a ella le gustaba vivir la vida. Y allí estaban.

Salió al frío que dominaba la noche y, mientras se ajustaba el abrigo, lo buscó con la mirada, recordando los planes especiales que tenía para los próximos días.
Estaba convencida de que al reencontrarse con esa amiga misteriosa de la que todos, menos él, hablaban -señalándola como casi una hermana de Iain- y saber que ella, su esposa, había preparado tamaña sorpresa, él se rendiría por completo a su amor. Nadia solo había visto a Isaura el día de la boda y no habían hablado, pero intercambiaron un par de cartas muy amistosas meses después, luego de que la joven se hubiese asentado en París, y sabía que podía contar con ella para sorprender a su marido.
No tardó en hallarlo junto a la barandilla metálica, mirando la nada. Se aproximó a él y le sonrió cuando Iain se giró para descubrir que ya no estaba solo, que había sido interrumpido. Sin perder esa sonrisa, Nadia se le arrimó y lo abrazó.


-¿En qué piensas, Iain? –le preguntó, buscando esa mirada que él le esquivaba.
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Mensaje por Iain Scrymgeour Dom Mayo 28, 2017 5:31 am


Casi nunca solía rememorar a sus padres cuando él era niño. Su matrimonio siempre pareció sólido, feliz. Rabastan daba libertad a Aphra y cuando los veía juntos, siempre los notó serenos. Sin embargo, últimamente —desde su boda— regresaba una y otra vez a esas memorias de su infancia y notaba nuevas cosas. Pormenores que había pasado por alto, por conveniencia o inocencia. Y luego ya no sabía si se estaba inventado las cosas.

El suave oleaje mecía el barco, mientras él, mascando una hoja de menta, miraba el horizonte. El viaje de Inglaterra a Francia no era tan largo, sin embargo, a él se le estaba haciendo eterno. Los tonos dorados del sol reflejado en el océano le recordó algo. O a alguien, mejor dicho. Y eso lo condujo de nuevo a sus padres: siempre le pareció que estaban de acuerdo en todo, sin embargo, ahora rememoraba esas miradas duras que parecían decir «luego hablamos» o «no enfrente de los niños». También podía recordar esas cenas tensas, en las que él o uno de sus hermanos preguntaban qué sucedía, y nadie se atrevía a responder. Es más, incluso le parecía recordar que alguna vez los escuchó elevar la voz, amortiguada por alguna puerta cerrada. Sus padres distaban mucho de ser perfectos, y les agradeció siempre guardarse eso para su intimidad. Sabía que como él, se habían casado en un matrimonio arreglado, y les admiró que, a pesar de las diferencias, habían sabido sobrellevarlas. Todo ello alimentaba un temor creciente. Uno que tenía desde que podía hacer memoria, pero que últimamente crecía exponencialmente, amenazador e insaciable; el de no cumplir las expectativas.

Complacía a Nadia en todo; esa había sido su posición desde el día uno, la de ceder. No negaba que era una mujer hermosa, inteligente y que había estado preparándose para él desde que era una chiquilla, sin embargo, se odiaba por no poder quererla, ya ni siquiera amarla. La respetaba, desde luego, sin embargo, no le provocaba querer besarla todas las noches, acostarse sobre su pecho, dejar que le acariciara el cabello. No le provocaba nada, y eso era peor que si la odiara. Nadia no merecía eso y se esforzaba, por Dios que lo hacía. Desde entonces parecía cansado todo el tiempo, y es que ese denuedo lo estaba consumiendo. Cerró los ojos y escupió hacia el agua los restos de la hoja de menta. Al girarse, se dio cuenta que ya no estaba solo.

Sonrió. Pero sonrió como solía hacerlo para con ella. Algo forzado, algo fingido. Confiaba en que no se diera cuenta, no obstante y como él mismo había concluido, Nadia no era tonta.

Oh, en nada en especial —respondió, correspondiendo la muestra de afecto demasiado tarde al deslizar su mano por la cintura de su esposa—. Cosas que dejé pendientes en Escocia. Ya sabes cómo soy, el deber es primero —respondió, sin mirarla, con la vista fija en el agua y el horizonte. Sus palabras eran dignas de análisis: «ya sabes cómo soy»; no, Nadia no sabía como era porque no se había abierto ni un poco con ella, y «el deber es primero»; sí, eso era verdad, la muestra era su casamiento, que siguiera ahí con ella y que no hubiera huido. Iain creía que se estaba hundiendo demasiado deprisa en su propia autocompasión.

¿Qué tal te ha sentado el viaje? Hablé con el capitán, dice que si los vientos siguen tan favorables, el probable que lleguemos a Calais mañana por la tarde, ¿no es genial? Sé que de ahí es un día o dos en carruaje hasta París —quiso brindarle una sensación de normalidad a su conservación. Buscó las palabras que, creyó, serían las adecuadas entre unos esposos recién casados. Y ahí era donde fallaba, lo hacía demasiado conscientemente, y por ende, obvio.
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Mensaje por Nadia Scrymgeour Dom Jun 18, 2017 9:12 am

Oh, siempre tan responsable, tan cuidadoso y previsor… Nadia quería decirle que debía dejar de preocuparse por los negocios, que estaban en un viaje de placer, que aprovechase a relajar su mente a la par de su cuerpo… Pero temía ofenderlo. Según todo lo que había aprendido sobre los hombres, ellos necesitaban sentirse importantes, sentir que emprendían grandes cosas que dependían plenamente de ellos. Por eso no se ofendió al saber que su esposo pensaba en lo que había dejado en Escocia, simplemente se apenó por él que no podía relajarse.

“Cuando se reencuentre con su amiga todo cambiará”, pensó y no pudo evitar una amplia sonrisa. Se lo imaginaba al fin feliz y agradecido para con ella por haber organizado algo así.

Otra frase que resonó en ella fue el deber es primero. No pudo evitar preguntarse entonces qué puesto ocupaba ella… ¿el segundo? ¿el tercero? ¿el décimo? Una vez más calló sus dudas, a penas comenzaban a conocerse, a saber uno del otro, y no quería arruinarlo todo con preguntas de ese estilo. Pero bien se conocía y sabía que su paciencia no sería eterna, mucho menos su poca habilidad de callarse a tiempo.

Nadia suspiró y el cansancio se hizo pesado en su cuerpo, descendió sobre ella abrumándola. Apoyó su mejilla en el hombro de él y le respondió:


-Estoy bien, pero este viaje ha sido muy diferente a otros. Jamás me había sentido tan mareada como en estos días, es como si no hallara la estabilidad ni aún estando recostada. Es la sensación más horrible que he experimentado, por suerte su duración es corta. –No estaba preocupada, pero sí asombrada. Amaba el mar y no entendía qué le estaba ocurriendo aquella vez.

Había viajado varias veces en su vida, mayormente con sus padres y la última vez con sus hermanos y cuñadas. Nunca había sentido los mareos que la asaltaban por las mañanas en esta ocasión. Era como si Nadia, de pronto, no entendiese su cuerpo. Además se sentía cansada, pese a que no hacía más que salir a dar cortos paseos por la cubierta.


-Oh, que buena noticia. –No lo era tanto, odiaba viajar en carruaje durante largos trayectos, pero mejor eso que seguir navegando, esa misma mañana se había sentido tan mareada que había considerado arrojarse a las frías aguas y dejarse morir. La inestabilidad no duraba mucho solo un par de horas, pero ellas se tornaban insoportables-. Creo que estando en tierra volveré a sentirme entera. No sé por qué el mar me ha hecho esto durante este viaje. Me siento tan cansada… pero he venido a buscarte para cenar contigo, Iain. Muero de hambre.
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Mensaje por Iain Scrymgeour Mar Sep 12, 2017 12:10 am


De no haber estado tan sumido en su propia miseria, Iain habría entendido las implicaciones de lo que su esposa le acababa de decir. Era un tonto, y más últimamente, pensando en todo lo que no pudo ser, en supuestos, asido a castillos de humo. Él jamás había sido así, siempre había tratado de habitar la realidad. Y aunque no era consciente de su ejercicio escapista, la verdad era esa, que cuando la realidad ya no le satisfizo o gustó, buscó en el mundo ideal algo a lo cual sostenerse. Su padre, en una de las raras veces que se acercó a él para habar «de padre a hijo» le dijo que tuviera cuidado con aferrarse a los sueños, porque entonces olvidamos vivir.

Suspiró nada más cuando sintió el peso de Nadia sobre su hombro, la abrazó por la cintura y la acercó más a él. Eso debía hacer, ¿no? ¡Demonios! Debía dejar de pensar tanto, de darle tantas vueltas, de analizarlo todo hasta que ya no quedaba nada coherente en su cabeza. En cambio, del bolsillo interior de su chaqueta, sacó una cigarrera, aunque desde luego no guardaba tabaco ahí, sólo hojas de menta para masticar.

Toma una, te hará sentir mejor —ofreció de manera totalmente sincera. No odiaba a Nadia, y se lo repetía al despertar, antes de dormir, y durante todo el día. La quería ver feliz, y la iba a hacer feliz, aún a costa suya—. ¿No has ido con el médico a bordo? Quizá el pueda ayudarte con las náuseas. Nadia… —Se separó un poco, para poder verla. Su belleza le dolía. Sus rasgos hermosos eran como cuchillas cortando sus retinas—. Me habías dicho que habías navegado antes, de haber sabido, no hubiera accedido a este viaje —declaró. Era verdad, en ese afán de protegerla, incluso de sí mismo, hubiera traicionado su política de ceder en todo ante ella. Era una posición complicada en la que estaba.

Pero hubo un significado más profundo en sus palabras. Quizá si no hubiera dejado las islas británicas, la posibilidad de ver a Isaura sería más alcanzable, ahora con el Canal de la Mancha de por medio, era una oportunidad que se esfumaba frente a sus ojos, y él, con tal de no alejar a Nadia, ni las manos pudo meter. Ni siquiera sabía cuándo iban a regresar, y no quiso preguntarle a su esposa.

Claro. —La soltó y se llevó el medio e índice diestros a la frente—. Casi lo olvido, la cena. —Sonrió afectado. No sería la primera vez que Nadia le tenía que recordar de alguna comida. Iain cada día se sumergía más en su mundo y su melancolía, aunque no quisiera verlo o aceptarlo. Dio un paso hacia atrás, y tomó la mano de su mujer.

No comas demasiado, o las náuseas pueden ser peores. —Un intento patético por sonar cándido, bromista y relajado a su lado.

Entonces se dejó guiar por Nadia. Se movió en automático por la cubierta. Se sintió extraviado, desubicado, y ella pareció la única salvación a su repentina amnesia. La única cosa que tenía sentido en medio del caos. Eso, al contrario de traerle paz, sólo incrementó el sentimiento aciago que conforme el tiempo pasaba, inundaba más y más su pecho con la negrura de lo no dicho, lo no hecho, lo inacabado.
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Mensaje por Nadia Scrymgeour Miér Oct 18, 2017 12:10 am

Mascaba la hoja de menta lentamente y sentía algo realmente extraño, pero ¿qué no había sido extraño en su vida desde que la había unido a la de Iain Scrymgeour?

Ella tampoco sabía qué le sucedía. Como ya le había dicho, no era la primera vez que viajaba, pero sí la única oportunidad en la que se había sentido así. Afortunadamente, el mal no la aquejaba en las noches, porque no se creía capaz de poder resistir aquello sin estar descansada. Nadia dormía y más de lo habitual, pero culpaba de eso al oleaje.


-No me fío de ese médico, Iain –le dijo, mientras caminaban juntos hasta el salón comedor-. ¿Lo has visto? Debe tener unos pocos años más que nosotros. ¡Jamás he conocido un médico tan joven! –Hubiera agregado que era muy bello, pero no le pareció un comentario apropiado-. ¿Cómo sabremos que en verdad ha estudiado y que no es un marinero más que juega a curar? Se dicen siempre tantas cosas de las personas que viven en el mar… No, no me fío.

Ingresaron en el gran salón, el aroma a caldo lejos de asquearla le provocó un suspiro. Tenía hambre.
No podía decirse que aquel sitio era lujoso como el más refinado restaurante londinense, pero para ser un barco estaba más que bien. Las mesas más pequeñas dispuestas a los costados, el centro dominado por una larga que ya comenzaba a llenarse con los comensales más destacados del pasaje.

Nadia estaba a punto de elegir alguna íntima y alejada, cuando se acercó a ellos un muchachito diciéndoles que estaban invitados a la mesa del capitán. Era un honor que ya habían tenido antes, una de las primeras noches, y que ella no quería repetir. Se había aburrido mucho, solo hablaban de embarcaciones y de caballos, pues el hombre, al igual que Iain, era un amante de aquellos animales. No. No quería repetir aquello, prefería cenar a solas con él y así poder hablar un poco más. Necesitaba llegar a conocerlo mejor, a veces se sentía tan ajena a su vida, a sus deseos y gustos… ¿Qué pensaba Iain de ella? ¿La creía bonita? ¿Inteligente? ¿Culta? ¿Refinada? ¿Algo de lo que Nadia era le parecía interesante?
Buscó la mirada de su esposo, para que viera en sus ojos cuál era su deseo para esa noche, pero no la halló. Él ya caminaba hacia la mesa central. Al final, le pidió ayuda para quitarse el abrigo –el cambio de clima era notorio, en la cubierta el viento era helado, pero allí hacía calor-, y se resignó.


-Buenas noches –saludó en un susurró a las personas con las que compartiría la cena y fue a tomar su lugar a la derecha de Iain y justo en frente del dichoso médico de la embarcación-. Te lo dije, Iain –murmuró inclinándose sobre su oído, segura de que en esos momentos nadie la observaba-, este hombre parece más un monaguillo que un doctor. No pondría en manos de ese hombre tu vida y tampoco la mía.
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Mensaje por Iain Scrymgeour Lun Nov 20, 2017 10:55 pm


Rio nada más ante la reticencia de su esposa. Admitía que el médico a bordo era en extremo joven, pero Iain era de los que pensaban lo mejor de las personas, algo que Aphra, su madre, siempre le inculcó, cualidad que compartía con Isaura, y ahí estaba de nuevo, pensando en ella, entonces su risa se esfumó y decidió continuar caminando en silencio. Cada maldita cosa se la recordaba, y se dijo que era porque se trataba de su mejor amiga, nada más, pasaron mucho tiempo juntos, aún podían hacerlo, a su regreso, aunque no tenía idea de cuándo iba a ser eso.

Sin voltear a ver a Nadia, algo que en el futuro debía aprender a hacer más, aceptó la invitación a la mesa del capitán. El hombre, de cabello oscuro encanecido y rasgos mediterráneos, aunque de nombre inglés, le caía bien, su pasión no sólo era el mar, sino los caballos también y por eso desde el día uno congeniaron bien. Cuando hablaba de caballos, se olvidaba de las miserias de su vida, mismas que lo hacían sentir aún peor porque su existencia siempre había sido privilegiada y creía que no tenía motivo para sentirse como lo hacía. Era peor ahora, porque tenía que fingir, por su mujer, para no contagiarle su desdicha. Una y otra vez se lo decía, debía protegerla, incluso de sí mismo.

Buenas noches —saludó también y tomó asiento. Nadia a su lado, como siempre y se inclinó cuando notó que quería decirle algo. Volvió a reír disimuladamente mientras se acomodaba la servilleta de tela en regazo.

Están bien —le dijo, separándose un poco y luego tomando sus manos entre las suyas—, pero prométeme que en cuanto pisemos tierra verás un doctor, no es normal tanta náusea. —Una vez más, todas las señales le pasaron de largo, demasiado ocupado en su autocompasión fútil. Actuó bien, creyó, iba mejorando en su papel de esposo preocupado. Y es que aunque no odiaba a Nadia, e incluso quería lo mejor para ella, Iain solía ser distraído con lo que las personas que no eran de sus afectos, de sus verdaderos afectos, necesitaban.

Vino la comida. La entrada primero, con pan horneado en el barco. Crema de verduras y caldo de frutos del mar para quien así lo quisiera, pero Iain se decantó por lo primero. Charló con el capitán, una vez más, cada uno presumiendo de buena gana los sementales que tenían en casa, prometiendo buscar yeguas entre sus caballadas para procrear buenos ejemplares. Iain, una vez más, ignoró a Nadia sin querer.

No fue hasta que llegó el segundo tiempo, y el capitán se distrajo con algún otro invitado a su mesa, que el joven recordó que no iba solo. Que nunca más iba a volver a estar solo.

Oh, Nadia, ¿cómo sigues? —preguntó—, ¿cómo te sentó la comida?

Si quieren yo puedo revisarla —el médico excesivamente joven para el gusto de la recién casada, intervino—, se ve algo pálida.

Iain entonces quedó en una encrucijada. ¿Cómo iba a decirle al pobre muchacho que su flamante nueva esposa no quería ser atendida por él, debido a su juventud? Se quedó pensativo, mirando a Nadia, y mirando al médico alternadamente. Luego sonrió.

No, no, estará bien, muchas gracias —declinó con educación. Luego se giró hacia ella—: ¿quieres aire limpio? Podemos salir. —En realidad, lo que quería Iain era evitar las preguntas del joven doctor, porque sabía que iba a insistir.


Última edición por Iain Scrymgeour el Lun Feb 05, 2018 9:22 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Nadia Scrymgeour Jue Ene 11, 2018 6:37 am

Comió. Comió con gusto dejándose atrapar por los aromas y sabores de los platos que ponían ante ella. No era la mejor cena que había probado, después de todo no podía soslayarse que estaban a bordo de una barco, pero hasta el pan le parecía una cosa deliciosa y no tuvo opción, necesitó comer dos pequeñas hogazas y hasta se robó media de la de Iain. En otras circunstancias, comer tanto frente a otras personas le hubiese dado algo de pudor, pero nadie la miraba, no se interesaban en incluirla en la conversación. Sólo el médico intentó dirigirse a ella en dos oportunidades, pero Nadia se preocupó por hacerle notar que sus preguntas la incomodaban y él pareció entenderlo pues se metió de lleno en la charla sobre caballos, queriéndose mostrar como un gran sabedor del tema. Nadia pensaba que no era más que un muchachito patético y pretencioso.

Ah, pero cómo le gustaba oír a Iain tan apasionado. Cuando hablaba sobre esas bestias hasta la voz parecía cambiarle y Nadia lo apreciaba, sólo eso parecía llenarlo de entusiasmo. Pero ella se aburría y su mente divagaba, pensaba en su familia, en la familia de su esposo, en aquella mejor amiga que era como una hermana para él. Quería creer que ella -la tal Isaura Fitz-James- podría ayudarla, que con sólo hablarle le daría el empuje que a su esposo parecía faltarle, necesitaba poner sus esperanzas en alguien más y aquella mujer era su mejor opción de momento.

A decir verdad, Nadia no esperaba que Iain le prestase atención durante la cena. Sí lo deseaba, claro, pero ya estaba acostumbrada a ser quien daba el primer paso, quién sacaba tema de conversación o la que le tomaba primero la mano. Se sorprendió y acomodó su postura antes de responderle:


-Ha estado todo delicioso –dijo, aunque ese no era el calificativo apropiado, estaba siendo generosa de palabras-. Estoy bien, querido. -¿Lo estaba? Tal vez había comido demasiado, pero no se lo confesaría, mucho menos delante de desconocidos. Se llevó una mano al abdomen intentando respirar hondamente-. Creo que he cenado demasiado rápido, me vendría bien un poco de aire.

Le gustó que sea Iain quién rechazase al chiquillo, saber que ahora tenía un esposo que podía hablar por ella –así como su padre hubiera hecho- la hacía sentir segura. Le dedicó una falsa sonrisa al médico y se puso en pie, dispuesta a salir rumbo al aire fresco.

-Con permiso, que terminen bien la cena –se despidió así del resto de los comensales y se tomó del brazo de Scrymgeour-. ¿Por qué amas tanto los caballos, Iain? –le preguntó para sacar un tema de conversación que le permitiese conocerle un poco más-. ¿Son los únicos animales que te gustan?

La cubierta estaba desierta, solo ellos dos caminaban por allí. El resto de los pasajeros estaría cenando o durmiendo ya. Nadia se frenó nuevamente junto a la barandilla disfrutando de la brisa aunque esa era quizás demasiado fresca, esa vez estaban del otro lado, más cerca de la escalerilla que conducía a los camarotes.

-¿Qué necesitas para ser feliz, Iain? –se atrevió a preguntarle, volviendo su mirada a la de él.
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Mensaje por Iain Scrymgeour Mar Feb 06, 2018 10:11 pm


Con articulada educación, Iain se disculpó para poder retirarse al lado de Nadia, su esposa (ese par de palabras comenzaban a perder sentido en su cabeza a base de repetirlas tanto). Jamás sabía qué conversar con ella, era incómodo, en el mejor de los casos, aunque se esforzaba, en serio que lo hacía. Tragó saliva cuando se vio a sí mismo a solas con ella en la cubierta del barco, con el rumor del océano como única compañía, y aunque en la hora nocturna rugía con más fuerza, no era suficiente como para acallar el silencio desesperado entre ambos. Soltó aire y se giró al escucharla. La miró con el entrecejo fruncido, de pronto no entendiendo sus palabras, como si le hubiera hablado en otro idioma.

Estuvo a punto de marcharse sin responder nada, en cambio, se obligó a seguir caminando hasta alcanzar el barandal que le impedía tirarse de cabeza al mar, otro deseo que tuvo en ese instante. Recargó los codos en el frío metal y soslayó a Nadia. Entendía su curiosidad, ¿qué conocía de él? Lo mismo que él de ella: nada.

Sonrió, rio un poco, pero su gesto fue más melancólico que otra cosa y dirigió la mirada al frente, ahí donde el agua y el cielo se juntaban, y a causa de la hora, parecían uno mismo.

Me gustan todos los animales —dijo muy quedo, como el atisbo de una frase verdadera y se giró hacia ella—, pero los caballos siempre han sido mis preferidos, desde pequeño. En la adolescencia comencé a competir en torneos ecuestres, y eso terminó de sellar mi relación con ellos —confesó. Era lo más que había hablado con Nadia, sin exagerar.

¿Y a ti? ¿Qué animales te gustan? —Parecía que se estaban conociendo apenas porque, lamentablemente, así era en realidad. Fue a continuar, pero la segunda pregunta lo dejó conturbado, completamente abatido al ver la realidad de su matrimonios.

¿Perdón? —Primero fingió no haber comprendido, incluso esbozó una sonrisa incrédula y tomó las manos de su esposa.

¿Por qué me preguntas eso? —continuó, sobre todo para ganar tiempo, porque no sabía cómo responder realmente, y se debatió. Se debatió entre mentirle o decirle la verdad, lo primero era muy claro en su cabeza, qué palabras usar, cómo decirlas; lo segundo, no obstante, era más complicado, porque no sabía qué «verdad» podía estar contemplando. Estrechó aún más las manos de Nadia con las suyas y contra su pecho.

Se odió por la decisión que tomó en ese momento. Quizá debía irse acostumbrando a la autocompasión y el desprecio por sí mismo, parecían las constantes últimamente.

Tengo todo lo que necesito para ser feliz aquí contigo, no me preguntes eso, porque entonces me haces sentir que estoy fallando como marido —dijo y se sorprendió de su capacidad para mentirle a la cara, mirándola a los ojos—. Ambos estamos aprendiendo, Nadia, pero que no te quede duda de que soy feliz a tu lado. —Y como para comprobarlo, levantó una mano, la tomó por una mejilla y la besó en los labios. En realidad lo hizo porque no pudo soportar más verla de frente de ese modo tan cínico.

Iain se conocía, sabía todo lo que era, y lo que no, y definitivamente jamás había sido cínico.
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Mensaje por Nadia Scrymgeour Dom Mar 04, 2018 2:12 am

Solo deseaba que le pusiese las cosas fáciles, sentir por un momento que no era ella la única interesada en que aquello funcione, que no dependía nada más de ella aquel matrimonio y sus progresos, que a Iain le interesaba conocerla al menos, darle una oportunidad. Si así sería siempre su vida, Nadia no lo aguantaría. Se conocía bien, no servía para hacer sacrificios, no tenía alma de mártir… No podría pasar mucho tiempo más priorizándolo a él en todo cuando Iain a penas le hablaba o se interesaba vagamente en conocer sus gustos y temores.

-Me encantaría poder verte competir en los torneos, ¿aún lo haces? Me gustaría acompañarte y sentir orgullo de ti al verte destacar, Iain… A mí no me gustan los animales, les temo. Ni siquiera pude montar a caballo contigo, ¿recuerdas que susto me llevé? –sonrió, ahora eso era solo una anécdota pero sí que había pasado momentos horribles aquella vez-. No me gustan ni siquiera los perros.

Querría poder prometerle que se esforzaría por aprender equitación, pero no tenía sentido. Creía que él no lo apreciaría y que solo serviría para padecimiento de ella. Tal vez otra esposa en su lugar lo haría, pero Nadia no podía, sería demasiada falsedad de su parte.

-Lo pregunto porque no sé qué debo hacer, ni si estoy haciendo algo mal. ¿Algo de mí te disgusta, querido? Quiero poder sentir que estás a gusto conmigo y a veces no lo creo… a veces tengo la sensación de que te sientes invadido por mí, como si hubiese irrumpido en tu vida para arruinarla. ¿Qué quieres, Iain? ¿Qué puedo hacer? Dime la verdad, te lo ruego, ¿estás arrepentido de haber unido tu vida a la mía? ¿Te arrepientes de que seamos familia ahora?

Tal vez estaba siendo demasiado dura con aquellas preguntas, pero no había encontrado otro modo de poder hablar de lo que a ella le sucedía, de lo que experimentaba a su lado. Por supuesto que ambos estaban aprendiendo, empezando a construir algo juntos, y eso implicaba aciertos y fallos de ambas partes hasta que pudiesen lograr el equilibrio, lo sabía porque así la había instruido su madre, le había enseñado que tenía que respetar los espacios de sus esposo y procurar su felicidad. ¿Pero como podía si no sabía qué hacer para verlo contento? Debían conocerse, pero él no le daba la oportunidad y ella no hallaba la mejor forma de colarse entre sus prioridades tampoco. Estaba todo mal, ¿era posible que él no lo viera así?

-Oh, no quería que pienses eso, Iain. No quise decir que estuvieras fallando como marido, tal vez soy yo la que resultó ser una desilusión para ti, quizás no soy lo que esperabas.

Se dejó besar y hasta disfrutó de ese detalle porque la reconfortó. Quería pensar que él la había comprendido, a pesar de que ella no le creía del todo. Nadie que fuese realmente feliz -como él aseguraba ser- tendría la mirada tan apagada. Pero Nadia se permitió jugar a creerle, lo abrazó y apoyó su mejilla en el cuerpo de su esposo y desde allí le dijo:

-A mí me gustaría que fuéramos felices juntos, Iain. –Porque ella, en eso, no podía mentirle. No era feliz a su lado, todavía.
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Mensaje por Iain Scrymgeour Jue Mayo 31, 2018 9:23 pm


Casi extrañó a la nadia comedida que hasta entonces había sido. O había querido ver. Quizá jamás fue de ese modo y simplemente era tan irrelevante que era sólo ruido de fondo en su turbada vida de niño rico que es infeliz. Como fuera, las preguntas lo tundieron, sintió que eran una lluvia de plomo que le caía encima sin piedad. La abrazó cuando ella colocó su rostro contra su pecho y le acarició el cabello. Le costaba tanto, tanto mostrarse cariñoso. No lo era con casi nadie, mucho menos con una persona que había entrado a su vida de manera estridente, tal como ella lo había dicho. Una invasión a su tranquilidad. Suspiró.

Oh, no digas eso. —Trató de impregnar a su voz de una nota dulce, pero no supo si lo logró. Fue a separarla para verla, hizo el amargo, pero se recordó lo difícil que era mentirle a la cara. Lo difícil y traicionero, lo abyecto de su parte. Toda su vida había tratado de llevarla con honor digno de su apellido, y ahí, lejos de la tierra paterna, todo eso se venía abajo, por el poder de una sola mujer, tuvo que admirarle eso.

Entonces sólo fingió que se estaba acomodando, recargando parte de la espalda en la baranda de metal, y con Nadia en brazos.

Querida, ¿qué quieres que te diga? Siempre fui un hombre muy reservado, que apreciaba su soledad, por supuesto que esto es muy… distinto, ¿me entiendes? Juntos nos vamos a conocer, ¿de acuerdo? Si tan sólo hubiéramos hecho el esfuerzo de vernos más durante el compromiso, pero no fue así, y así son las cosas. No te preocupes, ni digas todo eso, porque… —Su voz se fue apagando hasta que se detuvo por completo como una máquina a la que se le ha acabado el carbón.

Nada está mal contigo —aseguró, y era verdad, el del problema era él, al menos ante sus propios ojos—. No te desesperes —le pidió, y no sabía ni lo que estaba haciendo. Le pedía paciencia ¿para qué, exactamente? No era como si se fuera a enamorar mágicamente, aunque podían llegar a ese templado respeto que tenían sus padres, por ejemplo. Aún así, tenía entre ceja y ceja metida la idea del error que era todo eso, y complicaba la situación.

La verdad es que ya casi no monto de manera competitiva —entonces dijo, retomando otra parte de la conversación—, ser jockey es desgastante, y soy algo más viejo y pesado, pero a veces aún lo hago, podríamos organizar una carrera de beneficencia en París, ¿qué te parece eso? —dijo, e inevitablemente su mente vagó hasta Isaura, con quien compartía ese gusto por ayudar a quien más lo necesitaba. Sacudió la cabeza.

No te voy a obligar a que te gusten los caballos —habló con ese mismo tono bajo y melancólico. Era como una reafirmación de lo poco conectados estaban, que a ella no le gustaran esos animales y que para él fuera su vida entera. Aspiró aire salino—. Ni ningún animal, no temas. Recuerdo bien aquel intento fallido de cabalgar. —Rio de manera hueca, sin emociones. Estaba conduciendo la conversación a ese punto porque era más seguro, porque entonces le dejaba ver a su esposa lo dispuesto que estaba de ser mundano y divertido a su lado. Aunque Iain jamás haya sido divertido, precisamente.

Quizá alguien que lo conociera mejor, sabría entender eso.
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Mensaje por Nadia Scrymgeour Jue Jul 05, 2018 10:00 pm

Había hecho mal en serle tan sincera, ahora lo veía, pero así y todo no se arrepentía porque creía que aquella charla podría ser una puerta a los cambios que estaban necesitando, aunque recién comenzaban a conocerse y compartir la vida. Si tenía que apelar a la lástima de Iain para que su matrimonio mejorase así lo haría, había iniciado torcido pero todavía podía enderezarse.

Nadia quería esperanzarse, pero sí que iba a ser duro... que su esposo diera como excusa para lo que ella sentía que él apreciaba su soledad era más de lo que ella podía soportar. ¡Es que estaba diciéndole en la cara que prefería estar solo a estar con ella! Su rostro no podría disimular por mucho tiempo lo que le pasaba por dentro, al menos era de noche y la poca visibilidad podría ayudarla, pero si Iain se detenía a observarla notaría claramente su descontento.

Escuchó a Iain, intentó sonreír ante lo que él decía y acotar alguna cosa con respecto al fatídico recuerdo que los unía (y que involucraba a ese maldito caballo). Pero nada lograba que volviera a sentirse cómoda con él, al parecer esa soledad que él valoraba era contagiosa porque pese a estar cerca de su esposo Nadia se sentía sola. Sola en ese barco, sola rumbo a París, sola para siempre. Y no, a ella la soledad no le parecía algo para apreciar, a ella la lastimaba porque era algo que siempre había temido.


-Sí, cuenta conmigo, Iain. Me encantaría poder organizar junto a ti una carrera en beneficio de los necesitados –mintió para seguirle la conversación; aunque no era algo que la emocionase, si tenía que hacerlo lo haría y se ocuparía especialmente de que fuese de las mejores actividades benéficas para que todos recordasen al matrimonio Scrymgeour-, ya una vez en la ciudad podremos organizar nuestra agenda social.

El viento se levantó sobre el mar y en consecuencia el barco se sacudió, dándole a Nadia una horrible sensación de inseguridad. Lo mismo que le pasaba a sus sentimientos se reflejaba ahora en su cuerpo, toda ella, íntegra, se sentía inestable, insegura.

-Creo que lo mejor que puedo hacer es retirarme a dormir. Gracias por la conversación tan… sincera –definió por fin-. Y me disculpo si te he hecho sentir a disgusto al referirte como me siento, nunca ha sido esa mi intención. Quédate un rato más disfrutando el fresco, y de la soledad, no es necesario que me acompañes –le dijo, porque en verdad no quería trasladar la incomodidad de la cubierta a su camarote. Prefería que él llegase y ya la encontrase durmiendo, o fingiendo que lo hacía-. Buenas noches, querido –dijo, pero no lo besó. Tras una media sonrisa se alejó de él con paso rápido y no se detuvo hasta llegar al calor del pequeño lugar que compartían.




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