AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cuando cae el telón.
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Cuando cae el telón.
Era la cuarta vez que veía aquella obra en su vida. El Avaro. La primera vez que vio una obra suya, no pensó que ese tal Moliere fuera a cosechar tanto éxito. De todas sus obras -sí, las había leído todas en algún momento a lo largo de esos años-, ésta era una de sus favoritas. Quizás porque siempre había tenido la suerte de ver a buenos actores en el papel principal, que sabían potenciar la esencia del personaje.
Mientras caminaba hacia el teatro, con una preciosa mujer del brazo -¿Había dicho que se llamaba Sophie? No estaba seguro-, iba oteando a los demás que se acercaban al edificio, en busca de sus localidades para ver la representación.
Él llevaba las suyas en el bolsillo interior de la chaqueta. Bien situadas, en la platea, centradas, en la quinta fila, para no estar demasiado pegado al escenario y tener una visión global. Vestía de traje, oscuro, con camisa blanca, pulcramente planchada. Doblada en el brazo, una capa española, con el forro rojo. Un capricho.
Pasos firmes, de zancadas medidas y elegantes, seguras. Como quien camina por sitio que le pertenece sin necesidad de alardear de ello. Se detuvo a saludar a unas cuantas personas. Con ése hacía negocios, con el otro había coincidido en algún evento social, el de más allá no hacía más que insistir en las ventajas de una alianza entre sus compañías, aquel le miraba con los ojos entrecerrados, ambos sabiendo que si sus caminos se cruzaban en un lugar menos concurrido, sólo uno saldría con vida...
Lo habitual a las puertas de un teatro en una ciudad como París.
Sophie -¿O era Delphine? Tampoco le importaba, no era más que un complemento a su atuendo. Y si tenía que llamarla, siempre podría usar el "querida", que era muy socorrido y las mujeres solían apreciar ese tipo de apelativos si iban enmarcados en una sonrisa- aprovechaba para lucir el bonito vestido que llevaba. Seda y encaje. Entallado a su cintura.
Tras los ineludibles saludos, Héctor se dirigió hacia sus asientos, tomando un programa en el camino. Acomodó la capa sobre su pierna derecha, dejando a la mujer en el asiento de su izquierda. Sabía que esa mano que ahora estaba en su antebrazo, recorrería distraídamente su pierna cuando las luces del lugar se apagaran, buscando tentarle.
Y él se dejaría tentar.
Mientras caminaba hacia el teatro, con una preciosa mujer del brazo -¿Había dicho que se llamaba Sophie? No estaba seguro-, iba oteando a los demás que se acercaban al edificio, en busca de sus localidades para ver la representación.
Él llevaba las suyas en el bolsillo interior de la chaqueta. Bien situadas, en la platea, centradas, en la quinta fila, para no estar demasiado pegado al escenario y tener una visión global. Vestía de traje, oscuro, con camisa blanca, pulcramente planchada. Doblada en el brazo, una capa española, con el forro rojo. Un capricho.
Pasos firmes, de zancadas medidas y elegantes, seguras. Como quien camina por sitio que le pertenece sin necesidad de alardear de ello. Se detuvo a saludar a unas cuantas personas. Con ése hacía negocios, con el otro había coincidido en algún evento social, el de más allá no hacía más que insistir en las ventajas de una alianza entre sus compañías, aquel le miraba con los ojos entrecerrados, ambos sabiendo que si sus caminos se cruzaban en un lugar menos concurrido, sólo uno saldría con vida...
Lo habitual a las puertas de un teatro en una ciudad como París.
Sophie -¿O era Delphine? Tampoco le importaba, no era más que un complemento a su atuendo. Y si tenía que llamarla, siempre podría usar el "querida", que era muy socorrido y las mujeres solían apreciar ese tipo de apelativos si iban enmarcados en una sonrisa- aprovechaba para lucir el bonito vestido que llevaba. Seda y encaje. Entallado a su cintura.
Tras los ineludibles saludos, Héctor se dirigió hacia sus asientos, tomando un programa en el camino. Acomodó la capa sobre su pierna derecha, dejando a la mujer en el asiento de su izquierda. Sabía que esa mano que ahora estaba en su antebrazo, recorrería distraídamente su pierna cuando las luces del lugar se apagaran, buscando tentarle.
Y él se dejaría tentar.
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 176
Fecha de inscripción : 12/04/2017
Re: Cuando cae el telón.
Tenía por delante un desafío: comenzar a salir sola y controlar sus actitudes en presencia de las personas. Si fuera fácil no sería eso, un desafío, por lo que mientras se enfundaba dentro de su vestido favorito –color champagne y con varios ribetes negros en los bordes-, Lulán intentaba concentrarse y repasar mentalmente todo lo que no debía hacer.
Lulán Lefleur no sólo tenía que aprender a controlar la sed que la consumía, aquella que a su cuerpo manejaba a su antojo, sino también a ser Lulán Metanova. ¿Qué implicaba ser la creación de Svetlana? Dejar de lado su mentalidad de joven trabajadora y aceptar la nueva vida de lujos, con sirvientes que la ayudasen a vestirse cuando bien podía hacerlo ella sin necesidad de asistencia; ya no caminar para ir de un sitio al otro y dejarse llevar en coche; poder elegir entre muchos atuendos distintos… usar joyas.
Lulán Lefleur había muerto, hacía poco en verdad, y Lulán Metanova había nacido.
El trayecto en coche duró un buen tiempo, dado que la residencia Metanova estaba algo alejada del centro de París.
Ahora que no debía preocuparse por trabajar, ahora que no debía cuidar de sus hermanas y de su madre –pues habían muerto en el incendio del que Svetlana la había rescatado-, Lulán había descubierto una nueva pasión que lograba distraer por momentos al monstruo sediento que vivía en ella: amaba crear historias. Su sueño era escribir una obra y que pudiera ser presentada en el teatro. Era difícil y lo sabía, pues los procesos de escritura podían ser largos y laboriosos… pero no se asustaba, pues tenía toda la eternidad por delante, aunque eso a veces le pesase. Por eso, por ese sueño de verse algún día allí presentando su propia creación, había elegido aquel lugar para medirse a sí misma.
Ingresó con paso apresurado en el teatro, una de las damas acompañantes la seguía y se sentía perturbada por eso. Estaba acostumbrada a ir y venir sola de un sitio al otro, así que juzgaba como molesta la presencia de la joven.
-No entras –le dijo, con el mismo tono que siempre usaba su creadora para dirigirse a quienes consideraba inferiores, y tomó el boleto que la joven tenía, después de todo era el suyo-, espérame en el coche.
No quería tener a ninguna de las empleadas cerca en caso de que cometiera alguna estupidez. No quería que nadie pudiese correr luego con el chisme.
Una vez en el recinto, fue asistida para encontrar su lugar y lo tomó. Más tarde una pareja tomó asiento junto a ella, pero Lulán no les prestó atención. Estaba muy ocupada intentando calmarse, buscando la forma de controlarse.
“Esto tiene que salir bien, yo voy a poder” , se decía e intentaba sonreír aparentando tranquilidad aunque nadie la estuviera observando realmente.
La música comenzó a sonar, las luces se volvieron mucho más tenues y la función comenzó. Pasaron los minutos, como si fuesen años, y Lulán entendió que se había equivocado… que no estaba preparada aún para exponerse de esa forma. La centena de corazones que latían a su alrededor estaba enloqueciéndola, podía oírlos y recordar como sonaba el suyo propio cuando todavía funcionaba. La realidad la abofeteó: no iba a poder salir de allí sin beberse a alguien. Poco había durado el intento… estaba fracasando.
“Tengo que irme, tengo que salir”, se dijo antes, incluso, que acabase el primer acto.
Desesperada se puso en pie y se disculpó con la mujer que estaba a su lado, que con mirada enfadada la observó y no se movió para darle paso. Lulán, desesperada por volver al coche, por estar en su casa a salvo, tropezó y cayó sobre el hombre que acompañaba a la joven.
Abochornada como estaba, se disculpó y al verlo reparó en el color del aura de él. Se dio cuenta de su verdad: eran iguales.
-No deberíamos estar aquí –le dijo en un susurro asustado, intentando incorporarse.
Lulán Lefleur no sólo tenía que aprender a controlar la sed que la consumía, aquella que a su cuerpo manejaba a su antojo, sino también a ser Lulán Metanova. ¿Qué implicaba ser la creación de Svetlana? Dejar de lado su mentalidad de joven trabajadora y aceptar la nueva vida de lujos, con sirvientes que la ayudasen a vestirse cuando bien podía hacerlo ella sin necesidad de asistencia; ya no caminar para ir de un sitio al otro y dejarse llevar en coche; poder elegir entre muchos atuendos distintos… usar joyas.
Lulán Lefleur había muerto, hacía poco en verdad, y Lulán Metanova había nacido.
El trayecto en coche duró un buen tiempo, dado que la residencia Metanova estaba algo alejada del centro de París.
Ahora que no debía preocuparse por trabajar, ahora que no debía cuidar de sus hermanas y de su madre –pues habían muerto en el incendio del que Svetlana la había rescatado-, Lulán había descubierto una nueva pasión que lograba distraer por momentos al monstruo sediento que vivía en ella: amaba crear historias. Su sueño era escribir una obra y que pudiera ser presentada en el teatro. Era difícil y lo sabía, pues los procesos de escritura podían ser largos y laboriosos… pero no se asustaba, pues tenía toda la eternidad por delante, aunque eso a veces le pesase. Por eso, por ese sueño de verse algún día allí presentando su propia creación, había elegido aquel lugar para medirse a sí misma.
Ingresó con paso apresurado en el teatro, una de las damas acompañantes la seguía y se sentía perturbada por eso. Estaba acostumbrada a ir y venir sola de un sitio al otro, así que juzgaba como molesta la presencia de la joven.
-No entras –le dijo, con el mismo tono que siempre usaba su creadora para dirigirse a quienes consideraba inferiores, y tomó el boleto que la joven tenía, después de todo era el suyo-, espérame en el coche.
No quería tener a ninguna de las empleadas cerca en caso de que cometiera alguna estupidez. No quería que nadie pudiese correr luego con el chisme.
Una vez en el recinto, fue asistida para encontrar su lugar y lo tomó. Más tarde una pareja tomó asiento junto a ella, pero Lulán no les prestó atención. Estaba muy ocupada intentando calmarse, buscando la forma de controlarse.
“Esto tiene que salir bien, yo voy a poder” , se decía e intentaba sonreír aparentando tranquilidad aunque nadie la estuviera observando realmente.
La música comenzó a sonar, las luces se volvieron mucho más tenues y la función comenzó. Pasaron los minutos, como si fuesen años, y Lulán entendió que se había equivocado… que no estaba preparada aún para exponerse de esa forma. La centena de corazones que latían a su alrededor estaba enloqueciéndola, podía oírlos y recordar como sonaba el suyo propio cuando todavía funcionaba. La realidad la abofeteó: no iba a poder salir de allí sin beberse a alguien. Poco había durado el intento… estaba fracasando.
“Tengo que irme, tengo que salir”, se dijo antes, incluso, que acabase el primer acto.
Desesperada se puso en pie y se disculpó con la mujer que estaba a su lado, que con mirada enfadada la observó y no se movió para darle paso. Lulán, desesperada por volver al coche, por estar en su casa a salvo, tropezó y cayó sobre el hombre que acompañaba a la joven.
Abochornada como estaba, se disculpó y al verlo reparó en el color del aura de él. Se dio cuenta de su verdad: eran iguales.
-No deberíamos estar aquí –le dijo en un susurro asustado, intentando incorporarse.
Lulán Metanova- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 19/02/2017
Re: Cuando cae el telón.
Héctor disfrutaba de la representación. No podía decirse que con el entusiasmo de la primera vez, porque ya sabía lo que ocurría, pero sí de la forma en la que se aprecia releer un buen libro, en la que puedes recrearte en pasajes que han dejado huella o sentir esa anticipación que te encoge el estómago al desear que algo ocurra.
Sin embargo, una escena a su lado captó su atención. La señorita que estaba junto a su acompañante, una de los suyos, como pudo saber apenas posó los ojos en ella, se había levantado con evidente nerviosismo. Suzane -o Beatrice, ¿qué importaba?- no se apartó para dejarla salir. Y en sus largos años de experiencia había aprendido que había que respetar el espacio vital de una criatura asustada. A menos que se quisiera acabar con ella, por supuesto.
-Querida -susurró, con esa voz de barítono que parecía prometer todos los placeres del mundo en un instante-. Deja salir a la señorita, por favor.
Pero la estrechez del hueco entre las butacas del teatro no permitía demasiada libertad de movimiento y Lulán acabó cayendo sobre Héctor, quien la agarró con una delicadeza inusitada. La capa española cayó al suelo, resbalando de su pierna con el repentino movimiento.
La ayudó a incorporarse y, recogiendo la capa en un fluido movimiento, la tomó de la mano y tiró de ella por el pasillo del patio de butacas hasta salir de la sala al hall.
-Querida, espérame aquí un segundo. Venga conmigo, por favor.
Una vez fuera, la encaró, con semblante serio, pero no hostil.
-Shhhh. Tranquila.
Le empujó suavemente el mentón para que le mirara a los ojos, buscando abrirse camino hacia su mente, para controlar sus impulsos y obligarla a reducir el estrés. Héctor poseía fuertes poderes mentales, quizás porque antes de convertirse en un ser de la noche ya era un hombre poderoso, aclamado y adorado, más que un díos, un titán.
Así que para él, controlar una mente era coser y cantar, salvo que la otra parte tuviera capacidades mentales con el potencial de las suyas. Insistió e insistió, acompañando su intrusión con suaves susurros.
-Confía en mí. Déjame entrar. Y todo saldrá bien. -Unos segundos más rebuscando en su mente-. Vamos... Shhh... No pienses en la sed como tu enemiga. Abrázala, quédate a mi lado esta noche y todo saldrá bien.
No tenía una especial preocupación por evitar que la muchacha se descontrolase, básicamente porque las vidas de los mortales le importaban muy poco. No le habían importado en el pasado, no le importaban ahora. Pero lo que sí le importaba era evitar un espectáculo. Primero porque había varios hombres de negocios que sabía que estarían allí y no quería se destapara su tapadera. Segundo, porque quería disfrutar de la representación y los posteriores placeres de su acompañante, quien todavía no sabía que iba a despedirse del mundo como el propio Moliere, horas después de que cayera el telón de una de sus obras. Tercero, porque había tres cazadores en uno de los palcos y dudaba que estuvieran allí desarmados.
La lista podía seguir, pero ya eran motivos suficientes para tratar de evitar que la chiquilla tuviera un ataque y se pusiera a morder cuellos de forma descontrolada.
Sin embargo, una escena a su lado captó su atención. La señorita que estaba junto a su acompañante, una de los suyos, como pudo saber apenas posó los ojos en ella, se había levantado con evidente nerviosismo. Suzane -o Beatrice, ¿qué importaba?- no se apartó para dejarla salir. Y en sus largos años de experiencia había aprendido que había que respetar el espacio vital de una criatura asustada. A menos que se quisiera acabar con ella, por supuesto.
-Querida -susurró, con esa voz de barítono que parecía prometer todos los placeres del mundo en un instante-. Deja salir a la señorita, por favor.
Pero la estrechez del hueco entre las butacas del teatro no permitía demasiada libertad de movimiento y Lulán acabó cayendo sobre Héctor, quien la agarró con una delicadeza inusitada. La capa española cayó al suelo, resbalando de su pierna con el repentino movimiento.
La ayudó a incorporarse y, recogiendo la capa en un fluido movimiento, la tomó de la mano y tiró de ella por el pasillo del patio de butacas hasta salir de la sala al hall.
-Querida, espérame aquí un segundo. Venga conmigo, por favor.
Una vez fuera, la encaró, con semblante serio, pero no hostil.
-Shhhh. Tranquila.
Le empujó suavemente el mentón para que le mirara a los ojos, buscando abrirse camino hacia su mente, para controlar sus impulsos y obligarla a reducir el estrés. Héctor poseía fuertes poderes mentales, quizás porque antes de convertirse en un ser de la noche ya era un hombre poderoso, aclamado y adorado, más que un díos, un titán.
Así que para él, controlar una mente era coser y cantar, salvo que la otra parte tuviera capacidades mentales con el potencial de las suyas. Insistió e insistió, acompañando su intrusión con suaves susurros.
-Confía en mí. Déjame entrar. Y todo saldrá bien. -Unos segundos más rebuscando en su mente-. Vamos... Shhh... No pienses en la sed como tu enemiga. Abrázala, quédate a mi lado esta noche y todo saldrá bien.
No tenía una especial preocupación por evitar que la muchacha se descontrolase, básicamente porque las vidas de los mortales le importaban muy poco. No le habían importado en el pasado, no le importaban ahora. Pero lo que sí le importaba era evitar un espectáculo. Primero porque había varios hombres de negocios que sabía que estarían allí y no quería se destapara su tapadera. Segundo, porque quería disfrutar de la representación y los posteriores placeres de su acompañante, quien todavía no sabía que iba a despedirse del mundo como el propio Moliere, horas después de que cayera el telón de una de sus obras. Tercero, porque había tres cazadores en uno de los palcos y dudaba que estuvieran allí desarmados.
La lista podía seguir, pero ya eran motivos suficientes para tratar de evitar que la chiquilla tuviera un ataque y se pusiera a morder cuellos de forma descontrolada.
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 176
Fecha de inscripción : 12/04/2017
Re: Cuando cae el telón.
No sabía quién era él, nunca antes lo había visto, pero así y todo Lulán se dejó conducir confiada hacia el exterior del recinto. Por algún motivo la seguridad de él la tranquilizaba, parecía tener todo bajo control.
Necesitaba dejar de pensar, que otro tomase las decisiones por ella, que alguien le dijera qué debía hacer porque ya no podía razonar con claridad, todas sus fuerzas estaban abocadas a contener a la bestia sedienta y ansiosa en la que se convertía cuando esas crisis la atacaban.
-Creo que me voy a morir –le dijo en un susurro mientras él la acorralaba contra una pared y buscaba su mirada para poder controlarla y ayudarla-, pero en realidad ya estoy muerta –razonó.
“Svetlana estará tan decepcionada de mí”, ese pensamiento se entremezclaba con los otros y en nada ayudaba. Pero era cierto, su creadora no estaría nada feliz al saber que ella se había ido de la casa sin decirle a dónde y muchísimo menos al enterarse que había montado un escándalo en el teatro. ¡Ya podía oír sus gritos e insultos!
“No, nadie lo ha notado, él me ha sacado a tiempo y nadie lo ha notado. No ha sido un escándalo”, se reconfortó, viendo allí una pequeña esperanza de que todo saliera bien al final.
Intentó cooperarle. Dejar de luchar y permitirle entrar en su cabeza. Poco a poco se fue relajando, volvió a sentirse tranquila y la tensión en sus músculos disminuyó. Lulán solo se concentraba en oír la voz de él, no entendía lo que le decía pero su voz la serenaba. Definitivamente estaba ante alguien realmente poderoso.
-No sé si podré volver allí –le confió y se sintió avergonzada. Quería volver, en verdad, pero tenía miedo de no poder controlarse-. Perdone todo esto, es que soy… solo tengo un año desde que me convirtieron –le explicó, tras una breve pausa, intentando excusarse-. Gracias por ayudarme, señor. Mi nombre es Lulán, Lulán Metanova, y no debería estar aquí… después de todo nosotros –se refería a los vampiros en general- tenemos nuestro propio teatro donde no tenemos que preocuparnos por controlarnos, aunque está claro que eso no le cuesta en lo absoluto porque evidente resulta que usted es un muy experto y antiguo ser –hizo una pausa al darse cuenta que estaba hablando rápido y mezclando demasiados temas diferentes-. Lo siento, cuando me pongo nerviosa hablo mucho –sonrió-. Gracias una vez más por ayudarme. Creo... creo que ya estoy bien.
Necesitaba dejar de pensar, que otro tomase las decisiones por ella, que alguien le dijera qué debía hacer porque ya no podía razonar con claridad, todas sus fuerzas estaban abocadas a contener a la bestia sedienta y ansiosa en la que se convertía cuando esas crisis la atacaban.
-Creo que me voy a morir –le dijo en un susurro mientras él la acorralaba contra una pared y buscaba su mirada para poder controlarla y ayudarla-, pero en realidad ya estoy muerta –razonó.
“Svetlana estará tan decepcionada de mí”, ese pensamiento se entremezclaba con los otros y en nada ayudaba. Pero era cierto, su creadora no estaría nada feliz al saber que ella se había ido de la casa sin decirle a dónde y muchísimo menos al enterarse que había montado un escándalo en el teatro. ¡Ya podía oír sus gritos e insultos!
“No, nadie lo ha notado, él me ha sacado a tiempo y nadie lo ha notado. No ha sido un escándalo”, se reconfortó, viendo allí una pequeña esperanza de que todo saliera bien al final.
Intentó cooperarle. Dejar de luchar y permitirle entrar en su cabeza. Poco a poco se fue relajando, volvió a sentirse tranquila y la tensión en sus músculos disminuyó. Lulán solo se concentraba en oír la voz de él, no entendía lo que le decía pero su voz la serenaba. Definitivamente estaba ante alguien realmente poderoso.
-No sé si podré volver allí –le confió y se sintió avergonzada. Quería volver, en verdad, pero tenía miedo de no poder controlarse-. Perdone todo esto, es que soy… solo tengo un año desde que me convirtieron –le explicó, tras una breve pausa, intentando excusarse-. Gracias por ayudarme, señor. Mi nombre es Lulán, Lulán Metanova, y no debería estar aquí… después de todo nosotros –se refería a los vampiros en general- tenemos nuestro propio teatro donde no tenemos que preocuparnos por controlarnos, aunque está claro que eso no le cuesta en lo absoluto porque evidente resulta que usted es un muy experto y antiguo ser –hizo una pausa al darse cuenta que estaba hablando rápido y mezclando demasiados temas diferentes-. Lo siento, cuando me pongo nerviosa hablo mucho –sonrió-. Gracias una vez más por ayudarme. Creo... creo que ya estoy bien.
Lulán Metanova- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 19/02/2017
Re: Cuando cae el telón.
Hector la dejó hablar, interrumpiéndola sólo cuando se presentó para acotar su nombre. Dejó que soltase palabra tras palabra como una tormenta y, cuando hubo acabado, se tomó unos segundos para responder.
-Tienes que volver. Sería una pena que te perdieras el desenlace de la obra. Te aseguro que merecerá la pena.
No sólo porque el texto merecía ser escuchado hasta el final, sino porque una vez acabada la función podría acceder a otro tipo de diversión, mucho más placentera para los que eran como ellos.
-Sientes sed, es normal, pero no es algo que no puedas sobrellevar.
Un taconeo atrajo su atención desde el acceso al patio de butacas. Su acompañante salía a buscarle.
-Ah, querida. Eres tú. Discúlpame por dejarte sola. Pero ¿qué clase de caballero sería si dejo a una señorita indispuesta y sola? Ven. -Extendió la mano hacia ella, que no dudó en obedecer sin rechistar y tomarla, dejándose arrastrar suavemente hasta quedar entre Hector y Lulán. La mano del vampiro rodeó su cuello, empujándole levemente la cabeza para exponer la piel de su lateral. Apartó el pelo y acercó la boca a aquella blanca carne.
-Mira, Lulán. No tienes que reprimir tus deseos. Sólo tienes que aprender la sutilidad de un mordisco. -La mujer no se quejó cuando la herida fue abierta, al contrario, su rostro parecía extasiado de placer. Apenas probó la sangre y se retiró, lamiendo los restos de sus labios-. Pruébala. Un sorbo. Paladéalo. No necesitas beber toda su sangre para calmarte. Es como cuando tienes un buen vino, puedes beberte de un trago la botella y emborracharte rápidamente o puedes dejustarlo poco a poco, sintiendo el placer de cada gota. Vamos, no temas, yo estoy aquí.
No tenía pensado probar la sangre de su acompañante hasta el final de la noche, pero su mente calibró rápidamente las ventajas y desventajas de compartirla con Lulán. Y la mejor opción era que se mantuviera tranquila. Sobre todo porque el apellido Metanova no le era desconocido. Y nunca estaba de más añadir un hilo más al tapiz de hebras que podía mover en la sombra, si se daba el caso.
-Tienes que volver. Sería una pena que te perdieras el desenlace de la obra. Te aseguro que merecerá la pena.
No sólo porque el texto merecía ser escuchado hasta el final, sino porque una vez acabada la función podría acceder a otro tipo de diversión, mucho más placentera para los que eran como ellos.
-Sientes sed, es normal, pero no es algo que no puedas sobrellevar.
Un taconeo atrajo su atención desde el acceso al patio de butacas. Su acompañante salía a buscarle.
-Ah, querida. Eres tú. Discúlpame por dejarte sola. Pero ¿qué clase de caballero sería si dejo a una señorita indispuesta y sola? Ven. -Extendió la mano hacia ella, que no dudó en obedecer sin rechistar y tomarla, dejándose arrastrar suavemente hasta quedar entre Hector y Lulán. La mano del vampiro rodeó su cuello, empujándole levemente la cabeza para exponer la piel de su lateral. Apartó el pelo y acercó la boca a aquella blanca carne.
-Mira, Lulán. No tienes que reprimir tus deseos. Sólo tienes que aprender la sutilidad de un mordisco. -La mujer no se quejó cuando la herida fue abierta, al contrario, su rostro parecía extasiado de placer. Apenas probó la sangre y se retiró, lamiendo los restos de sus labios-. Pruébala. Un sorbo. Paladéalo. No necesitas beber toda su sangre para calmarte. Es como cuando tienes un buen vino, puedes beberte de un trago la botella y emborracharte rápidamente o puedes dejustarlo poco a poco, sintiendo el placer de cada gota. Vamos, no temas, yo estoy aquí.
No tenía pensado probar la sangre de su acompañante hasta el final de la noche, pero su mente calibró rápidamente las ventajas y desventajas de compartirla con Lulán. Y la mejor opción era que se mantuviera tranquila. Sobre todo porque el apellido Metanova no le era desconocido. Y nunca estaba de más añadir un hilo más al tapiz de hebras que podía mover en la sombra, si se daba el caso.
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 176
Fecha de inscripción : 12/04/2017
Re: Cuando cae el telón.
En realidad no sabía si le convenía volver al recinto, creía que lo mejor era negarse, dar media vuelta y volver a su hogar. No porque no le gustase el espectáculo –todo lo contrario, pues ansiosa había esperado el día del estreno-, sino porque no sabía si podría controlarse… Temía causar un revuelo, ser señalada y juzgada, o peor: lastimar a alguien.
Héctor –ahora sabía el nombre de su salvador- le aseguraba que debía volver, que ella podría controlarse. Además, Lulán suponía que él estaría acompañándola… Lo meditaba cuando oyó el taconeo femenino y rápidamente se puso alerta, sentía que la sed volvía a nacer en su interior con la cercanía de aquella mujer, la misma que había estado sentada a su lado. Podía decirse que por culpa de ella, por la fragancia de su piel y el ritmo de sus latidos, Lulán había tenido su crisis.
¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía dominarse él frente a algo así? Alentada por Hector y confiada, pues la mujer parecía disfrutar de aquello a pesar de estar en la antesala del teatro y en medio de dos demonios como ellos eran, Lulán se acercó a la pequeña herida. Intentó mostrarse segura, fina en sus movimientos y decidida en sus acciones, pero estaba convencida de que no lo había logrado. El aroma cálido y ferroso lo invadió todo y Lulán pudo sentir que hasta su garganta se dilataba, excitada, sabiendo que su sed sería saciada a continuación.
“Estoy cada día peor, no puedo dejar de enloquecer”, se dijo angustiada, pero sin más dilaciones se entregó al deseo, dejó de luchar. Y bebió.
¡Él le había hablado de sutilidad! ¡A Lulán Metanova que no podía parar si no tenía a su creadora junto a ella para darle la orden! Lo único que tenía en mente, mientras se llenaba de esa sangre caliente y joven, era que debía detenerse… que ya había tomado demasiado, que tenía que alejarse. ¡Pero como le costaba!
Con un suspiro torturado abandonó la fuente de la que se alimentaba. Lo hizo con tanta fuerza que su cabeza acabó chocando contra la pared. Lulán la observó, ella sonreía y parecía tranquila; luego miró a Héctor buscando una felicitación, tal vez, ó cualquier cosa que le asegurase que no se había equivocado, que no había bebido de más.
Se llevó sus fríos dedos a los labios para limpiarlos, acabó chupándolos pues no quería que ninguna gota se desperdiciase.
-¿Está todo bien? –les preguntó a ambos, temerosa, pero mirándolo a él. Después de todo era él quien dominaba la situación, eso era evidente-. Creo… que lo hice bien, pude separarme sin que nadie me dé la orden –se asombró mientras lo decía, pues aquello tenía todo para convertirse en tragedia, pero al parecer marchaba perfectamente.
Héctor –ahora sabía el nombre de su salvador- le aseguraba que debía volver, que ella podría controlarse. Además, Lulán suponía que él estaría acompañándola… Lo meditaba cuando oyó el taconeo femenino y rápidamente se puso alerta, sentía que la sed volvía a nacer en su interior con la cercanía de aquella mujer, la misma que había estado sentada a su lado. Podía decirse que por culpa de ella, por la fragancia de su piel y el ritmo de sus latidos, Lulán había tenido su crisis.
¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía dominarse él frente a algo así? Alentada por Hector y confiada, pues la mujer parecía disfrutar de aquello a pesar de estar en la antesala del teatro y en medio de dos demonios como ellos eran, Lulán se acercó a la pequeña herida. Intentó mostrarse segura, fina en sus movimientos y decidida en sus acciones, pero estaba convencida de que no lo había logrado. El aroma cálido y ferroso lo invadió todo y Lulán pudo sentir que hasta su garganta se dilataba, excitada, sabiendo que su sed sería saciada a continuación.
“Estoy cada día peor, no puedo dejar de enloquecer”, se dijo angustiada, pero sin más dilaciones se entregó al deseo, dejó de luchar. Y bebió.
¡Él le había hablado de sutilidad! ¡A Lulán Metanova que no podía parar si no tenía a su creadora junto a ella para darle la orden! Lo único que tenía en mente, mientras se llenaba de esa sangre caliente y joven, era que debía detenerse… que ya había tomado demasiado, que tenía que alejarse. ¡Pero como le costaba!
Con un suspiro torturado abandonó la fuente de la que se alimentaba. Lo hizo con tanta fuerza que su cabeza acabó chocando contra la pared. Lulán la observó, ella sonreía y parecía tranquila; luego miró a Héctor buscando una felicitación, tal vez, ó cualquier cosa que le asegurase que no se había equivocado, que no había bebido de más.
Se llevó sus fríos dedos a los labios para limpiarlos, acabó chupándolos pues no quería que ninguna gota se desperdiciase.
-¿Está todo bien? –les preguntó a ambos, temerosa, pero mirándolo a él. Después de todo era él quien dominaba la situación, eso era evidente-. Creo… que lo hice bien, pude separarme sin que nadie me dé la orden –se asombró mientras lo decía, pues aquello tenía todo para convertirse en tragedia, pero al parecer marchaba perfectamente.
Lulán Metanova- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/02/2017
Re: Cuando cae el telón.
La muchacha acusó la pérdida de sangre y se dejó caer en brazos de Hector, quien la sujetó contra su cuerpo, sosteniéndola por la cintura con firmeza. Desde fuera, parecería que la abrazaba hasta con ternura.
-Lo has hecho muy bien, querida -susurró, sin dejar claro a cuál de las dos mujeres se refería.
La muchacha sonrió, levantó la cabeza del hombro de Héctor y buscó sus labios. Él se dejó besar, pero no respondió al gesto. Alargó la mano libre hacia Lulán. La joven, todavía algo mareada, entendió que ella se unía al juego y le acarició la mejilla, con la cabeza apoyada otra vez en el hombro de Héctor.
Él no se lo negó. La sostuvo hasta que estuvo equilibrada sobre sus pies, superado el mareo momentáneo. La siguió con la mirada mientras se acercaba hasta Lulán, pero la interceptó antes de que llegara a ella. La cercanía de la herida podía desatar la sed de la vampira y era lo último que necesitaba.
-Ven, querida. Volvamos a la platea. No quiero perderme el final. ¿Vas entrando? -Ella asintió y Héctor la dejó irse, quedándose a solas con Lulán-. Lo has hecho muy bien. Tu señora estaría orgullosa. -le ofreció la mano-. Vuelve conmigo ahí dentro. No quiero dejar mucho tiempo sola a Madeleine. -Porque era Madeleine, ¿no? Bah, daba igual-. No quisiera que se desmayara y nos delatase. Pero estate tranquila, ella estará a nuestro lado. Y siempre puedes disfrutar de la sutilidad de su cuerpo. Nadie tiene que darse cuenta.
Agarró la mano de Lulán, separando el índice y dejando el resto de dedos atrapados en su puño. Se lo llevó a la boca y la mordió. Lamió la gota de sangre que hizo brotar y le devolvió su mano con una sonrisa.
-¿Ves? Es muy sencillo tomar un aperitivo sin que nadie lo note. ¿Te animas a probar?
En el interior de la platea, la muchacha había regresado a su butaca y la obra seguía su curso.
Héctor emprendió el camino hacia su localidad,
dejando la opción abierta a Lulán a seguirle o no.
-Lo has hecho muy bien, querida -susurró, sin dejar claro a cuál de las dos mujeres se refería.
La muchacha sonrió, levantó la cabeza del hombro de Héctor y buscó sus labios. Él se dejó besar, pero no respondió al gesto. Alargó la mano libre hacia Lulán. La joven, todavía algo mareada, entendió que ella se unía al juego y le acarició la mejilla, con la cabeza apoyada otra vez en el hombro de Héctor.
Él no se lo negó. La sostuvo hasta que estuvo equilibrada sobre sus pies, superado el mareo momentáneo. La siguió con la mirada mientras se acercaba hasta Lulán, pero la interceptó antes de que llegara a ella. La cercanía de la herida podía desatar la sed de la vampira y era lo último que necesitaba.
-Ven, querida. Volvamos a la platea. No quiero perderme el final. ¿Vas entrando? -Ella asintió y Héctor la dejó irse, quedándose a solas con Lulán-. Lo has hecho muy bien. Tu señora estaría orgullosa. -le ofreció la mano-. Vuelve conmigo ahí dentro. No quiero dejar mucho tiempo sola a Madeleine. -Porque era Madeleine, ¿no? Bah, daba igual-. No quisiera que se desmayara y nos delatase. Pero estate tranquila, ella estará a nuestro lado. Y siempre puedes disfrutar de la sutilidad de su cuerpo. Nadie tiene que darse cuenta.
Agarró la mano de Lulán, separando el índice y dejando el resto de dedos atrapados en su puño. Se lo llevó a la boca y la mordió. Lamió la gota de sangre que hizo brotar y le devolvió su mano con una sonrisa.
-¿Ves? Es muy sencillo tomar un aperitivo sin que nadie lo note. ¿Te animas a probar?
En el interior de la platea, la muchacha había regresado a su butaca y la obra seguía su curso.
Héctor emprendió el camino hacia su localidad,
dejando la opción abierta a Lulán a seguirle o no.
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/04/2017
Re: Cuando cae el telón.
Cierto aire de complicidad y sensualidad envolvía a los tres en esa noche fría. De pronto, Lulán se sentía parte de algo íntimo y cercano junto a esa pareja –Héctor y la bellísima mortal- y eso le parecía confusamente fascinante. Sin soslayar lo complacida –y hasta agradecida- que parecía aquella joven con ellos, luego de lo que les había entregado... Nunca entendería a algunos humanos.
“Oh, ya estoy pensando como vampiresa”, se dijo al darse cuenta que poco a poco dejaba de verse a ella misma como humana.
Había visto antes a vampiros que dominaban a mortales y a mortales que entregaban su sangre felices… no entendía del todo en qué grupo encajaban esos dos, pero no dejaba de fascinarle aquello. ¡Ojalá algún día pudiera ella misma llegar a tener ese control que se requería para poder dominar a otros!
La seguridad impregnada en las palabras que él pronunció, cuando la mujer los dejó a solas, fue suficiente para convencer a Lulán. Tenía que ser fuete, tenía que lograr lo que se había propuesto al ir allí… No podía abandonar. Pero, como si aún hiciese falta algo más, Héctor tomó su mano y probó su sangre. Lulán necesitó tomarse unos segundos para recomponerse de un acto tan íntimo y perturbador… Pasado el azoro, fue tras él.
Sin importarle si era prudente o no, sin reparar en si era algo que una dama bien educada debía hacer; Lulán Metanova apuró su paso hasta alcanzar a aquel hombre y con una sonrisa tímida se tomó de su brazo derecho. Entraron juntos al recinto y volvieron a sus butacas, tenían lugares preferenciales.
Lulán descubrió que la acompañante de Héctor estaba en el que antes era su sitio… no le diría nada, ya estaba importunando al resto de los espectadores al estar de pie mientras la función seguía su curso.
-Tendré que ir en medio –murmuró y ese lugar tomó. Aunque de seguro estuviese obstruyendo los arrumacos obvios que se dispensaba cualquier pareja en un sitio como aquel, no sentía vergüenza. Todo lo contrario. Ella también había probado la sangre de la mujer y se sentía parte de la complicidad que parecía rodearlos.
“De seguro es algún control mental de él, por eso me siento parte”, pensó, pero rápidamente redirigió sus pensamientos hacia algo tan banal como el vestuario de los actores, porque tal vez él pudiera estar espiando en su cabeza. Conocía a algunos vampiros poderosos que podían hacer esas cosas.
-Gracias por no dejarme sola –le dijo en un susurro, girándose hacia su izquierda, porque sintió la necesidad de expresarlo-. Cualquiera hubiera elegido mirar para otro lado sin inmiscuirse. Gracias –le repitió.
“Oh, ya estoy pensando como vampiresa”, se dijo al darse cuenta que poco a poco dejaba de verse a ella misma como humana.
Había visto antes a vampiros que dominaban a mortales y a mortales que entregaban su sangre felices… no entendía del todo en qué grupo encajaban esos dos, pero no dejaba de fascinarle aquello. ¡Ojalá algún día pudiera ella misma llegar a tener ese control que se requería para poder dominar a otros!
La seguridad impregnada en las palabras que él pronunció, cuando la mujer los dejó a solas, fue suficiente para convencer a Lulán. Tenía que ser fuete, tenía que lograr lo que se había propuesto al ir allí… No podía abandonar. Pero, como si aún hiciese falta algo más, Héctor tomó su mano y probó su sangre. Lulán necesitó tomarse unos segundos para recomponerse de un acto tan íntimo y perturbador… Pasado el azoro, fue tras él.
Sin importarle si era prudente o no, sin reparar en si era algo que una dama bien educada debía hacer; Lulán Metanova apuró su paso hasta alcanzar a aquel hombre y con una sonrisa tímida se tomó de su brazo derecho. Entraron juntos al recinto y volvieron a sus butacas, tenían lugares preferenciales.
Lulán descubrió que la acompañante de Héctor estaba en el que antes era su sitio… no le diría nada, ya estaba importunando al resto de los espectadores al estar de pie mientras la función seguía su curso.
-Tendré que ir en medio –murmuró y ese lugar tomó. Aunque de seguro estuviese obstruyendo los arrumacos obvios que se dispensaba cualquier pareja en un sitio como aquel, no sentía vergüenza. Todo lo contrario. Ella también había probado la sangre de la mujer y se sentía parte de la complicidad que parecía rodearlos.
“De seguro es algún control mental de él, por eso me siento parte”, pensó, pero rápidamente redirigió sus pensamientos hacia algo tan banal como el vestuario de los actores, porque tal vez él pudiera estar espiando en su cabeza. Conocía a algunos vampiros poderosos que podían hacer esas cosas.
-Gracias por no dejarme sola –le dijo en un susurro, girándose hacia su izquierda, porque sintió la necesidad de expresarlo-. Cualquiera hubiera elegido mirar para otro lado sin inmiscuirse. Gracias –le repitió.
Lulán Metanova- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/02/2017
Re: Cuando cae el telón.
-Mira hacia allí. El segundo palco a la derecha, en la fila más próxima al escenario -le indicó, respondiéndole en susurros.
Sus ojos también se dirigieron hacia allí, como si pretendiera guiarla con la mirada. En el lugar señalado, atentos a la obra, o eso parecía, había tres personas. Dos hombres y una mujer. Nada en su apariencia llamaría la atención en un primer vistazo, pero si uno se fijaba con atención podría ver ciertos detalles que pasaban desapercibidos en la oscuridad... para ojos que no vieran como los suyos.
Un pligue extraño en la espalda, que ocultaba un arma. Mangas demasiado anchas en un vestido tan rico que dejaba claro que su dueña tenía dinero para mandar que se lo ajustaran. Bastones, perfectamente colocados, rápidos a la mano.
-Fíjate bien, en los detalles, en las auras. Son cazadores. Los cazadores jamás descansan, jamás se divierten, jamás dejan de cazar. Están aquí para algo más que ver la obra. Aquí, entre los humanos, disfrutando del espectáculo, estamos nosotros. Y hay cuatro cambiantes en la fila siete. Algunos brujos repartidos por la sala. Y otro grupo de cazadores en el otro ala del teatro. No harán nada si todo transcurre con normalidad; a ellos tampoco les interesa que se descubra que existimos, pero si alguno se descontrola, no dudarán en sacar las armas. Es lo primero que debes saber si vas a jugar a mezclarte con humanos sin tu señora. -Le acarició la mejilla sutilmente-. Disfrutemos de la obra y de nuestra preciosa compañía. No me importa compartirla contigo.
Sonrió. Tenía una sonrisa bonita. De ésas que prometen que todo va a salir bien. Después de todo, su precioso juguete de esa noche no iba a quejarse. El control mental de Héctor era demasiado fuerte sobre ella. Le hacía no sentir dolor ante los mordiscos y perderse en el placer de entregarle su sangre, la mantenía calmada y obligaba a su cuerpo a moverse a pesar de la debilidad por la pérdida del preciado fluido rojo.
Sus ojos también se dirigieron hacia allí, como si pretendiera guiarla con la mirada. En el lugar señalado, atentos a la obra, o eso parecía, había tres personas. Dos hombres y una mujer. Nada en su apariencia llamaría la atención en un primer vistazo, pero si uno se fijaba con atención podría ver ciertos detalles que pasaban desapercibidos en la oscuridad... para ojos que no vieran como los suyos.
Un pligue extraño en la espalda, que ocultaba un arma. Mangas demasiado anchas en un vestido tan rico que dejaba claro que su dueña tenía dinero para mandar que se lo ajustaran. Bastones, perfectamente colocados, rápidos a la mano.
-Fíjate bien, en los detalles, en las auras. Son cazadores. Los cazadores jamás descansan, jamás se divierten, jamás dejan de cazar. Están aquí para algo más que ver la obra. Aquí, entre los humanos, disfrutando del espectáculo, estamos nosotros. Y hay cuatro cambiantes en la fila siete. Algunos brujos repartidos por la sala. Y otro grupo de cazadores en el otro ala del teatro. No harán nada si todo transcurre con normalidad; a ellos tampoco les interesa que se descubra que existimos, pero si alguno se descontrola, no dudarán en sacar las armas. Es lo primero que debes saber si vas a jugar a mezclarte con humanos sin tu señora. -Le acarició la mejilla sutilmente-. Disfrutemos de la obra y de nuestra preciosa compañía. No me importa compartirla contigo.
Sonrió. Tenía una sonrisa bonita. De ésas que prometen que todo va a salir bien. Después de todo, su precioso juguete de esa noche no iba a quejarse. El control mental de Héctor era demasiado fuerte sobre ella. Le hacía no sentir dolor ante los mordiscos y perderse en el placer de entregarle su sangre, la mantenía calmada y obligaba a su cuerpo a moverse a pesar de la debilidad por la pérdida del preciado fluido rojo.
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/04/2017
Re: Cuando cae el telón.
¿Cazadores? Lulán se removió incómoda en su butaca y el miedo se adueñó de su garganta, impidiéndole hablar. A ella le había costado mucho comprender como funcionaba el nuevo mundo en el que vivía, al principio no entendía por qué alguien que no la conocía de nada querría hacerle daño a ella… pero una verdad se enlazaba con otra: querían lastimarla porque ella era una bestia, aunque se disfrazase de ciudadana corriente.
-Nunca he tenido un encuentro con cazadores –le confió en un susurro-. Y quisiera seguir así para siempre…
Miró hacia donde él le señalaba, distinguió rápidamente a quienes se refería y acabó por lamentar –una vez más- haber salido de su casa esa noche. No le gustaban los problemas, prefería evitarlos a toda costa.
-Los cambiantes no harán nada, la mayoría son tranquilos –dijo, repitiendo algo que una vez había oído-, pero los hechiceros son peligrosos…
Durante lo que duró la presentación, Lulán se concentró en no hacer ningún movimiento. Se había quedado rígida. Temía ser identificada, por cualquier motivo, como una bestia y que acabaran por darle caza. Claro que eso no ocurrió, a su alrededor todo se desarrollaba con normalidad, la gente se limitaba a disfrutar de aquella función a la que ella no prestaba atención.
A veces se preguntaba cómo había llegado ella, una simple hija de comerciantes, a convertirse en Lulán Metanova. Sabía como había ocurrido, claro que sí, recordaba todo acerca del abrazo con el que había sido transformada, pero le parecía imposible que todo hubiera sucedido tan rápido. ¡Hacía poco más de un año ella tenía una familia! Mas ahora su mundo había girado y Lulán tenía la sensación constante de estar viviendo cabeza abajo.
La función acabó y ella imitó lo que todos hacían: se puso de pie para aplaudir a los actores. No tenía idea de qué había ido la representación, pero igual le daba. Había aprendido que eso de mezclarse entre la gente común no era para ella, no volvería a hacerlo… al menos no en un buen periodo.
La mujer, de la que ella se había alimentado hacía poco menos de una hora, se tomó –con repentina confianza- de su brazo derecho, de modo amistoso, y Lulán renovó su nerviosismo. Giró hacia su izquierda, hacia Héctor, buscando la mirada del hombre.
¿Y ahora? ¿Qué sucedería ahora que el telón finalmente había caído?
-Nunca he tenido un encuentro con cazadores –le confió en un susurro-. Y quisiera seguir así para siempre…
Miró hacia donde él le señalaba, distinguió rápidamente a quienes se refería y acabó por lamentar –una vez más- haber salido de su casa esa noche. No le gustaban los problemas, prefería evitarlos a toda costa.
-Los cambiantes no harán nada, la mayoría son tranquilos –dijo, repitiendo algo que una vez había oído-, pero los hechiceros son peligrosos…
Durante lo que duró la presentación, Lulán se concentró en no hacer ningún movimiento. Se había quedado rígida. Temía ser identificada, por cualquier motivo, como una bestia y que acabaran por darle caza. Claro que eso no ocurrió, a su alrededor todo se desarrollaba con normalidad, la gente se limitaba a disfrutar de aquella función a la que ella no prestaba atención.
A veces se preguntaba cómo había llegado ella, una simple hija de comerciantes, a convertirse en Lulán Metanova. Sabía como había ocurrido, claro que sí, recordaba todo acerca del abrazo con el que había sido transformada, pero le parecía imposible que todo hubiera sucedido tan rápido. ¡Hacía poco más de un año ella tenía una familia! Mas ahora su mundo había girado y Lulán tenía la sensación constante de estar viviendo cabeza abajo.
La función acabó y ella imitó lo que todos hacían: se puso de pie para aplaudir a los actores. No tenía idea de qué había ido la representación, pero igual le daba. Había aprendido que eso de mezclarse entre la gente común no era para ella, no volvería a hacerlo… al menos no en un buen periodo.
La mujer, de la que ella se había alimentado hacía poco menos de una hora, se tomó –con repentina confianza- de su brazo derecho, de modo amistoso, y Lulán renovó su nerviosismo. Giró hacia su izquierda, hacia Héctor, buscando la mirada del hombre.
¿Y ahora? ¿Qué sucedería ahora que el telón finalmente había caído?
Lulán Metanova- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/02/2017
Re: Cuando cae el telón.
-Los cambiantes son tranquilos hasta que empieza la fiesta. Si se desata una pelea, serán los primeros en unirse. Y es algo que no nos conviene en absoluto, porque no harán diferencias entre los cazadores y nosotros. Los hechiceros es probable que se pongan de parte de los cazadores. Sus organizaciones suelen trabajar justas para cazarnos. Si tenemos estos pequeños remansos de paz es únicamente por el pacto de mantener la mascarada.
La representación acabó. Le había gustado. No tanto como la primera, pero el conocer ya de antemano lo que iba a ocurrir le restaba atractivo. No obstante, las actuaciones le parecieron buenas, los personajes bien interpretados y la ambientación bien elegida. Había sido un rato bien invertido.
La noche era joven y la diversión acababa de empezar. Se levantó para dirigirse a la salida. La mujer que le acompañaba se tomó del brazo de de Lulán. Ese nombre sí que se lo había aprendido. Porque era un vampiro y porque podría llevarle hasta otros vampiros antiguos, como él, o más incluso. Héctor era un hombre de sombras, de intrigas. No solía meterse en peleas abiertas si podía evitarlo. Siempre era mucho mejor que otros se ensuciaran las manos.
-Es hora de irse. Y creo que nuestra encantadora acompañante tiene ganas de continuar la diversion. Iremos a tomar una copa al Chateau du Ciel.
Un local mediano, bien situado, con clientela selecta que disfrutaba de la intimidad de sus reservados. Algunos con un fin de privacidad en sus charlas, otros por motivos más candentes. Héctor solía hacerlo porque, cuando las cortinas de su salón se cerraban, el corazón de su acompañante de turno se aceleraba, sentía la excitación, el deseo, la necesidad de culminar sucumbiendo al placer. Y él se lo daba. Tomaba sus mentes para crearles la ilusión de sus más bajos deseos, les proporcionaba aquello que más deseaban... a cambio de aquel preciado líquido rojo que necesitaba para calmar su sed. No dejaba de ser un pasatiempo retorcido en el que veía a hombres y mujeres perderse en las fantasías de sus mentes, en sus más oscuros deseos. Había veces que se limitaba a verlos moverse, solos, como si realmente lo que veían en sus cabezas estuviera teniendo lugar en un plano real. Otras, en cambio, entraba en el juego. No hacia distinciones por sexo, raza o posición. La sangre era sangre, el placer era placer, y Héctor ya había aprendido a disfrutar de los placeres del poder incluso antes de quedar relegado a la noche.
En sus palabras estaba implícita la invitación a seguir a su lado hasta que el sol saliera de nuevo, si así lo deseaba.
Aunque a veces el destino cambia la jugada en el último momento y, en lugar de la salida tranquila del teatro, como tantas otras veces, moviendose entre el tumulto con desparpajo suficiente para no quedar atrapado en el montón de cuerpos apiñados, el paso les fue cortado por dos figuras, bien vestidas para la representación.
-Vaya, vaya, vaya. Mira qué tenemos aquí, Dupont.
-Una bonita reunión, Fantin.
-A lo mejor deberíamos invitarles a seguir la diversión en otro lugar.
-Me temo que la señorita Metanova y yo tendremos que rechazar su oferta.
-¿Y qué hay de su otra acompañante?
-¿Marie? Estoy seguro de que estará encantada de seguir con ustedes.
Porque uno sobrevivía más de cinco mil años siendo inteligente. Les habían pillado. Los cazadores reclamaban su presa y le quitaban el juguete. No le matarían allí, porque había demasiados testigos. No le matarían si conseguía alejarse de allí lo suficientemente rápido.
La representación acabó. Le había gustado. No tanto como la primera, pero el conocer ya de antemano lo que iba a ocurrir le restaba atractivo. No obstante, las actuaciones le parecieron buenas, los personajes bien interpretados y la ambientación bien elegida. Había sido un rato bien invertido.
La noche era joven y la diversión acababa de empezar. Se levantó para dirigirse a la salida. La mujer que le acompañaba se tomó del brazo de de Lulán. Ese nombre sí que se lo había aprendido. Porque era un vampiro y porque podría llevarle hasta otros vampiros antiguos, como él, o más incluso. Héctor era un hombre de sombras, de intrigas. No solía meterse en peleas abiertas si podía evitarlo. Siempre era mucho mejor que otros se ensuciaran las manos.
-Es hora de irse. Y creo que nuestra encantadora acompañante tiene ganas de continuar la diversion. Iremos a tomar una copa al Chateau du Ciel.
Un local mediano, bien situado, con clientela selecta que disfrutaba de la intimidad de sus reservados. Algunos con un fin de privacidad en sus charlas, otros por motivos más candentes. Héctor solía hacerlo porque, cuando las cortinas de su salón se cerraban, el corazón de su acompañante de turno se aceleraba, sentía la excitación, el deseo, la necesidad de culminar sucumbiendo al placer. Y él se lo daba. Tomaba sus mentes para crearles la ilusión de sus más bajos deseos, les proporcionaba aquello que más deseaban... a cambio de aquel preciado líquido rojo que necesitaba para calmar su sed. No dejaba de ser un pasatiempo retorcido en el que veía a hombres y mujeres perderse en las fantasías de sus mentes, en sus más oscuros deseos. Había veces que se limitaba a verlos moverse, solos, como si realmente lo que veían en sus cabezas estuviera teniendo lugar en un plano real. Otras, en cambio, entraba en el juego. No hacia distinciones por sexo, raza o posición. La sangre era sangre, el placer era placer, y Héctor ya había aprendido a disfrutar de los placeres del poder incluso antes de quedar relegado a la noche.
En sus palabras estaba implícita la invitación a seguir a su lado hasta que el sol saliera de nuevo, si así lo deseaba.
Aunque a veces el destino cambia la jugada en el último momento y, en lugar de la salida tranquila del teatro, como tantas otras veces, moviendose entre el tumulto con desparpajo suficiente para no quedar atrapado en el montón de cuerpos apiñados, el paso les fue cortado por dos figuras, bien vestidas para la representación.
-Vaya, vaya, vaya. Mira qué tenemos aquí, Dupont.
-Una bonita reunión, Fantin.
-A lo mejor deberíamos invitarles a seguir la diversión en otro lugar.
-Me temo que la señorita Metanova y yo tendremos que rechazar su oferta.
-¿Y qué hay de su otra acompañante?
-¿Marie? Estoy seguro de que estará encantada de seguir con ustedes.
Porque uno sobrevivía más de cinco mil años siendo inteligente. Les habían pillado. Los cazadores reclamaban su presa y le quitaban el juguete. No le matarían allí, porque había demasiados testigos. No le matarían si conseguía alejarse de allí lo suficientemente rápido.
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/04/2017
Re: Cuando cae el telón.
Para asombro de la misma Lulán, ir a tomar una copa con aquellos dos desconocidos le pareció de pronto una gran idea. ¿Qué podría ocurrirle? Él era un hombre bueno, ambos la habían ayudado en su apuro, en su crisis repentina. Tenía que permitirse conocer gente nueva, la mismísima Svetlana le había dicho varias veces que no pensaba estar para siempre junto a ella, cuidándola como si fuese una niña eterna, así que tenía que comenzar a despegarse de las faldas de su creadora para formarse un circulo social propio. Sí, necesitaba tener nuevos amigos y ellos le parecían perfectos.
Siguió a Héctor y a su bonita acompañante hasta la salida. La mujer –de la que no recordaba el nombre- comentaba algo de la función, más animada y excitada que cualquier persona alrededor; en cambio Lulán se limitaba a avanzar con la cabeza gacha, no quería ver a nadie pues no quería llamar la atención de nadie. Se había quedado con las palabras de él resonando en su mente, era consciente como nunca antes de lo expuestos que estaban a veces los seres como ellos. No era temor lo que tenía, simplemente deseos de pasar desapercibida, de no demostrar nada distinto a los demás, necesidad de parecer humana.
En cuanto los dos hombres se plantaron frente a ellos, Lulán se puso alerta. Todo su cuerpo le advertía que estaba en peligro pese a que ella no los conocía. Por instinto se puso detrás de Héctor que hablaba con voz calma y resuelta, como si supiera exactamente lo que hacía. Una vez más Lulán lo admiró, le admiró era seguridad en sí mismo.
Lo cierto era que no había entendido nada de lo que ellos decían, no porque hablasen en otro idioma sino porque los nervios le impidieron prestar atención a las palabras que elegían los hombres para medirse. Todo pasó demasiado pronto. Cuando se quiso dar cuenta, Lulán ya se alejaba junto a él, de la puerta del teatro, con paso rápido. Lulán tomó del brazo, confiada, a Héctor y tuvo el tino de esperar a estar en la seguridad del carruaje para comenzar a hacer las preguntas obligadas, esas que llovían sin piedad en su mente confusa, siempre confusa.
-¿Quiénes eran? ¿Por qué ella se ha quedado? ¿Qué le sucederá?
Se imaginaba cosas terribles para la pobre mujer, ella que la había alimentado con su sangre hacía menos de dos horas. Aún así, Lulán no podía dejar de pensar:
“Mejor ella que yo”, porque realmente no le gustaría intercambiar lugares con la joven en esos momentos.
Siguió a Héctor y a su bonita acompañante hasta la salida. La mujer –de la que no recordaba el nombre- comentaba algo de la función, más animada y excitada que cualquier persona alrededor; en cambio Lulán se limitaba a avanzar con la cabeza gacha, no quería ver a nadie pues no quería llamar la atención de nadie. Se había quedado con las palabras de él resonando en su mente, era consciente como nunca antes de lo expuestos que estaban a veces los seres como ellos. No era temor lo que tenía, simplemente deseos de pasar desapercibida, de no demostrar nada distinto a los demás, necesidad de parecer humana.
En cuanto los dos hombres se plantaron frente a ellos, Lulán se puso alerta. Todo su cuerpo le advertía que estaba en peligro pese a que ella no los conocía. Por instinto se puso detrás de Héctor que hablaba con voz calma y resuelta, como si supiera exactamente lo que hacía. Una vez más Lulán lo admiró, le admiró era seguridad en sí mismo.
Lo cierto era que no había entendido nada de lo que ellos decían, no porque hablasen en otro idioma sino porque los nervios le impidieron prestar atención a las palabras que elegían los hombres para medirse. Todo pasó demasiado pronto. Cuando se quiso dar cuenta, Lulán ya se alejaba junto a él, de la puerta del teatro, con paso rápido. Lulán tomó del brazo, confiada, a Héctor y tuvo el tino de esperar a estar en la seguridad del carruaje para comenzar a hacer las preguntas obligadas, esas que llovían sin piedad en su mente confusa, siempre confusa.
-¿Quiénes eran? ¿Por qué ella se ha quedado? ¿Qué le sucederá?
Se imaginaba cosas terribles para la pobre mujer, ella que la había alimentado con su sangre hacía menos de dos horas. Aún así, Lulán no podía dejar de pensar:
“Mejor ella que yo”, porque realmente no le gustaría intercambiar lugares con la joven en esos momentos.
Lulán Metanova- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/02/2017
Re: Cuando cae el telón.
-Ella estará bien. Esta noche llorará un poco, tendrá algo de ansiedad y tratará de encontrarme desesperadamente, pero al amanecer todo habrá acabado, se quedará dormida y al regresar sólo recordará que fui a recogerla para ir al teatro.
Su control mental era potente. Había moldeado la percepción de la realidad de aquella mujer para que se amoldara a sus necesidades. La había hecho creer que deseaba ir con él a toda costa, que era una privilegiada por contar con su compañía e ir colgada de su brazo, había bloqueado en su mente el dolor de sus mordiscos, intensificando el placer que le proporcionaba al beber su sangre.
Momentos antes de llegar al teatro, en el interior del carruaje que les había llevado hasta allí, estaba seguro de que la explosión que había recorrido cada fibra de aquel cuerpo en sus brazos mientras bebía de su yugular había rayado el orgasmo.
Tomó la mano de Lulán y se alejó con ella de los cazadores. Ninguno les siguió, porque había demasiada gente para iniciar una pelea. Era parte del pacto, de la mascarada, de evitar que los tristes mortales se enterasen de lo que pasaba en las sombras de su preciosa ciudad.
Una vez seguros ambos en el interior del carruaje, respondió sus preguntas.
-Ésos eran cazadores. Hemos tenido suerte de que nos hayamos encontrado con ellos antes de salir. De lo contrario, no nos habrían arrebatado a la muchacha por las buenas. Tsk. Qué molesto...
Abrió la cortinilla para comprobar que no les seguían. Golpeó la madera sobre su cabeza y dio instrucciones al cochero, quién tomó la siguiente calle a la derecha, con los cascos de los caballos repiqueteando contra los adoquines.
-Se la han quedado porque saben que, de no hacerlo, lo único que encontrarían de ella sería su cadáver. Aunque te puedo asegurar que habría hecho sus últimos momentos memorables -sonrió de medio lado, con un gesto que irradiaba tanta seguridad que casi sería altanería-. Mi oferta de ir al Chateau sigue en pie. Allí estaremos seguros, no tenemos que renunciar tan pronto a la velada.
Él, desde luego, no iba a hacerlo. Si Lulán prefería regresar a casa, la dejaría a las puertas y luego se marcharía. No iba a dejar que un fugaz encuentro con unos cazadores le arruinase la noche. Más cuando había escuchado sus nombres y sabría bien cómo encontrarlos y hacerles un pequeño obsequio.
Su control mental era potente. Había moldeado la percepción de la realidad de aquella mujer para que se amoldara a sus necesidades. La había hecho creer que deseaba ir con él a toda costa, que era una privilegiada por contar con su compañía e ir colgada de su brazo, había bloqueado en su mente el dolor de sus mordiscos, intensificando el placer que le proporcionaba al beber su sangre.
Momentos antes de llegar al teatro, en el interior del carruaje que les había llevado hasta allí, estaba seguro de que la explosión que había recorrido cada fibra de aquel cuerpo en sus brazos mientras bebía de su yugular había rayado el orgasmo.
Tomó la mano de Lulán y se alejó con ella de los cazadores. Ninguno les siguió, porque había demasiada gente para iniciar una pelea. Era parte del pacto, de la mascarada, de evitar que los tristes mortales se enterasen de lo que pasaba en las sombras de su preciosa ciudad.
Una vez seguros ambos en el interior del carruaje, respondió sus preguntas.
-Ésos eran cazadores. Hemos tenido suerte de que nos hayamos encontrado con ellos antes de salir. De lo contrario, no nos habrían arrebatado a la muchacha por las buenas. Tsk. Qué molesto...
Abrió la cortinilla para comprobar que no les seguían. Golpeó la madera sobre su cabeza y dio instrucciones al cochero, quién tomó la siguiente calle a la derecha, con los cascos de los caballos repiqueteando contra los adoquines.
-Se la han quedado porque saben que, de no hacerlo, lo único que encontrarían de ella sería su cadáver. Aunque te puedo asegurar que habría hecho sus últimos momentos memorables -sonrió de medio lado, con un gesto que irradiaba tanta seguridad que casi sería altanería-. Mi oferta de ir al Chateau sigue en pie. Allí estaremos seguros, no tenemos que renunciar tan pronto a la velada.
Él, desde luego, no iba a hacerlo. Si Lulán prefería regresar a casa, la dejaría a las puertas y luego se marcharía. No iba a dejar que un fugaz encuentro con unos cazadores le arruinase la noche. Más cuando había escuchado sus nombres y sabría bien cómo encontrarlos y hacerles un pequeño obsequio.
Ceo Lebeau-Fortier- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/04/2017
Re: Cuando cae el telón.
La Lulán del pasado –esa que tenía a sus padres y dos hermanas, la que trabajaba de mesera para poder ayudar a la economía de su hogar, la que sabía ser feliz aún teniendo poco, lo elemental- se hubiera horrorizado al escuchar hablar a Héctor de esa forma, al saber lo que ocurriría con la joven que deseosa le había dado su sangre hacía no más de dos horas. Pero Lulán Metanova no era aquella niña miedosa ya, la había enterrado hacía poco más de un año. Era una mujer, una vampiresa, que necesitaba de pequeños sacrificios para vivir. A veces, incluso, se alimentaba de la muerte de otros. Así le habían enseñado, en eso se acabaría transformando.
Sabía bien que en cien años recordaría esa escena que acababan de vivir y se avergonzaría de sí misma, de su inocencia. Tal vez, incluso, se reiría.
-Sí, iré con usted –le dijo, porque ansiaba divertirse-. Lamento mucho que ella no pudiera acompañarnos, parecía tener muchas ganas.
Ahora que pensaba en lo que había sucedido, podía decirse que veía a las personas de una nueva forma: como animales. Los perros nunca vivían tanto como un humano y los humanos nunca vivían tanto como los vampiros. Era así, simple. Claro que no estaba lista para tratar a ninguno como mascota, solo lo pensaba para poder trazar paralelismos entre la Lulán del presente y la del pasado.
Sin dudas le haría bien hacer nuevas amistades, aprender de un vampiro tan poderoso, observarlo y poder ver qué cosas de él podría imitar. Héctor parecía sensato, inteligente. Tal vez relacionarse con alguien como él pudiera darle una nueva perspectiva de la eternidad porque creía que no todo debía ser vida o muerte, no todo era blanco o negro, fuego o agua. Había matices… Pero sólo tenía a su creadora cerca, solo a ella podía imitarla y era una mujer de grandes pasiones, de extremos. Lulán deseaba poder mantenerse en un equilibrio, de otra forma enloquecería, estaba segura.
De golpe, otro pensamiento la asaltó. Héctor no había tenido problemas en entregar a su compañera en manos de los cazadores. ¿Haría lo mismo con ella? Después de todo a penas la conocía… Momento, no la conocía en lo absoluto. Si había entregado a la joven con la que había llegado, ¿cómo no lo haría con ella que era una desconocida? Sintió desconfianza, todo lo que había estado pensando momentos atrás se desbarató en un momento.
-¿Es seguro el sitio a dónde vamos? –le preguntó, mirándolo fijamente.
Sabía bien que en cien años recordaría esa escena que acababan de vivir y se avergonzaría de sí misma, de su inocencia. Tal vez, incluso, se reiría.
-Sí, iré con usted –le dijo, porque ansiaba divertirse-. Lamento mucho que ella no pudiera acompañarnos, parecía tener muchas ganas.
Ahora que pensaba en lo que había sucedido, podía decirse que veía a las personas de una nueva forma: como animales. Los perros nunca vivían tanto como un humano y los humanos nunca vivían tanto como los vampiros. Era así, simple. Claro que no estaba lista para tratar a ninguno como mascota, solo lo pensaba para poder trazar paralelismos entre la Lulán del presente y la del pasado.
Sin dudas le haría bien hacer nuevas amistades, aprender de un vampiro tan poderoso, observarlo y poder ver qué cosas de él podría imitar. Héctor parecía sensato, inteligente. Tal vez relacionarse con alguien como él pudiera darle una nueva perspectiva de la eternidad porque creía que no todo debía ser vida o muerte, no todo era blanco o negro, fuego o agua. Había matices… Pero sólo tenía a su creadora cerca, solo a ella podía imitarla y era una mujer de grandes pasiones, de extremos. Lulán deseaba poder mantenerse en un equilibrio, de otra forma enloquecería, estaba segura.
De golpe, otro pensamiento la asaltó. Héctor no había tenido problemas en entregar a su compañera en manos de los cazadores. ¿Haría lo mismo con ella? Después de todo a penas la conocía… Momento, no la conocía en lo absoluto. Si había entregado a la joven con la que había llegado, ¿cómo no lo haría con ella que era una desconocida? Sintió desconfianza, todo lo que había estado pensando momentos atrás se desbarató en un momento.
-¿Es seguro el sitio a dónde vamos? –le preguntó, mirándolo fijamente.
Lulán Metanova- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/02/2017
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