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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yvette Béranger Vie Abr 28, 2017 10:16 am

El jardín botánico siempre se le había antojado el lugar perfecto donde perderse sin ser especialmente vigilada por las doncellas que su madre mandaba con ella cuando salía. Yvette amaba las flores —las plantas, en general— y pasear rodeada de las más exquisitas extrañezas florales era un lujo del que se aprovechaba siempre que tenía ocasión. Los adoquines que formaban los caminos sonaban bajo sus zapatos, rompiendo el silencio reinante junto con el canto de algún pajarillo que buscaba pareja en aquella recién entrada primavera. Pronto se cumplirían dos años de la muerte de su padre y su vida había cambiado de arriba a abajo, empezando por su hogar. Su casa de Saint-Denis, que ahora sí podía decir que era suya, había quedado como residencia veraniega, mientras que la casa de Arnaud, su padrastro, había pasado a ser la vivienda familiar. Por otro lado estaba su compromiso fallido, que tantos quebraderos de cabeza le había dado debido a lo repentino del mismo. Finalmente —pero no porque fuera menos caótico que lo anterior, sino porque así se habían sucedido los eventos en el tiempo— el nacimiento de su hermanito Théo, que había revolucionado a toda la casa. Todo eso había sucedido en ese corto período de tiempo, pero todo ello era sólo lo que la gente a su alrededor veía. La vida de Yvette, en concreto, había cambiado más, mucho más, pero contadas eran las personas que sabían algo al respecto.

En efecto: la magia, esa compañera desconocida para la joven bruja, era un factor más que ella tenía en cuenta, pero que los seres queridos de su alrededor desconocían por completo. La dichosa magia que la acompañaba como si fuera su sombra, paso a paso, allá donde fuera, y que se despolarizaba de tal manera que había comenzado a ser un peligro, para ella y para el mundo entero. También era cierto que cada vez la controlaba mejor, pero apenas eran contadas las cosas que sabía hacer. Ya había imaginado que no iba a ser un camino fácil, pero el tiempo sólo conseguía acrecentar esa sensación que la angustiaba hasta pensar que lo suyo no tendría remedio.

Unas voces al otro lado de unos arbustos la sacaron de su ensimismamiento el tiempo suficiente para elevar la vista y cruzarse con una pareja que paseaba tranquilamente. Una sonrisa a modo de saludo y siguió su camino en silencio, seguida por su doncella personal, que no la quitaba ojo desde aquella vez que tuvo que salir corriendo para buscar ayuda. El camino la llevó hasta el invernadero donde habitaban las plantas más exóticas de aquel jardín: flores traídas de las mismísimas selvas amazónicas, llamativas y llenas de color, con grandes hojas que casi podrían refugiar a un humano de la lluvia. El calor allí dentro era asfixiante, pero no importaba. Yvette caminó hasta adentrarse en lo más profundo del edificio y se coló entre unos matojos hasta llegar a una zona que tenía el suelo cubierto de pequeñas piedras oscuras, fuera del camino transitable. Le gustaba aquella parte del jardín, la hacía sentirse todavía más solitaria, escondida del mundo entero. Julia ya se sabía sus costumbres, así que esperó sentada en un pequeño banco de piedra, sin molestarla. Sabía que siempre que acudía a aquel lugar pasaba las horas pensando y pensando, e Yvette agradecía aquel gesto de parte de la joven.

El calor en el invernadero era sofocante, pero no quería volver aún. De pronto, tuvo una idea. ¿Por qué no intentaba hacer correr una ligera brisa allí donde ella se encontraba? Cerró los ojos y se concentró. Hizo un ligero movimiento con la mano, moviendo los dedos solamente, y sintió cómo un airecillo le rozaba la cara. Sonrió, y se animó. Ese fue su error. Hizo el movimiento de la mano más brusco, y una corriente le azotó el rostro moviendo las hojas a su alrededor. Abrió los ojos de golpe, asustada porque el viento no paraba. «Mierda»

Un sonido a su espalda la alarmó. Los arbustos se agitaron, y cuando creyó que alguien la había visto, vio los grandes ojos de una gatita que se acercaba hacia ella. Yvette respiró hondo y el viento amainó. Sólo había que tranquilizarse.

Me has asustado, bonita —dijo acomodándose entre las piedrecitas—. Ven, no tengas miedo. ¿Qué haces por aquí? ¿Buscar algo de comer? Sólo vas a encontrar pájaros y algún insecto. Y plantas, muchas plantas. —Se rió—. Pero dudo que a ti te gusten las plantas, ¿verdad?


Última edición por Yvette Béranger el Vie Sep 08, 2017 11:01 am, editado 1 vez
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Mensaje por Mikolaj Lennox Jue Sep 07, 2017 9:47 pm

¿Qué mejor lugar para ocultarse que un sitio público? ¿Quién podría oírles estando allí y bajo la apariencia de dos hombres que pasaban una tarde al aire libre?

No eran amigos, eso sería evidente para quién los observase: Mikolaj vestía en consecuencia a su clase y su acompañante… pues se notaba su procedencia, su actitud pendenciera y timadora podía reflejarse en sus ropas sucias y gastadas. Sin embargo, eran socios -para desgracia de Mikolaj-, socios a los que las cosas no estaban saliéndoles nada bien y se debía a que aquel hombre le robaba sistemáticamente (un supuesto barco hundido lleno de mercancía, el arribo de quince bultos cuando Mikolaj había pagado por veinte, la desaparición de algunos hombres… Mik no era tonto, Martin hacía tiempo que sacaba tajada a su costa, le robaba y él ya no podía sostener aquello). Quería deshacerse de él, Martin ya no le servía –le daba más pérdidas que ganancias-, podía hacer lo mismo que ya hacía y ganar más, no lo necesitaba ahora que habían comenzado a venderle el opio a los dueños de los dos burdeles más importantes de la ciudad. Él podía hablar directamente con ellos sin necesidad de intermediarios, cualquiera lo habría juzgado de locura, exponerse así… un hombre con su apellido y clase no necesitaba de aquellos riesgos, ¿pero qué era la vida sin el temor a ser descubierto? ¿Cómo podían vivir quienes no sentían a diario el sabor de la adrenalina en la boca?


-Ha sido un placer compartir estos años contigo, viejo amigo –le dijo, mientras se adentraban en la parte cubierta del jardín, el invernadero-. He querido traerte yo mismo tu parte de esta última entrega –le pagaría por adelantado, no quería que esa vez Martin tuviese contacto con el receptor de la entrega de ese mes. Le daría él una buena tajada y ya cobraría entero el dinero de sus contactos, necesitaba eliminar a aquel intermediario cuanto antes, podía conseguir por mucho menos alguien que lo reemplazase sin quedarse con mercancía-. Toma, esto es tuyo –le tendió una pesada bolsita de dinero.

-¿Es esto cierto? Cuando me lo dijeron no lo creí, ¿de verdad hemos terminado esta sociedad? –lo miró extrañado, era bastante más alto que él, su cabello negro y grasoso caía pesado a los costados de su rostro y sus ojos castaños se achinaban a causa del enojo-. Creo que no he entendido bien…


-No hay nada que entender. El dueño de los barcos soy yo, quien tiene los contactos soy yo y quién pone el dinero también soy yo. No necesito más tus servicios. –Impaciente, volvió a tenderle el dinero y esa vez el hombre lo tomó entre sus manos de uñas sucias. No lo contó, pero de inmediato lo guardó, no tenía motivos para desconfiar de Mikolaj y lo sabía. –Creo que no hay nada más que debamos decirnos. Te deseo buena fortuna, Martin.

Le tendió la mano y el hombre la estrechó, Mikolaj volteó –con la seguridad propia de quien ha nacido bajo el signo solar del león, como él- y comenzó a caminar de nuevo hacia el exterior.

-Que bella es tu prometida, Mikolaj –oyó que decía él-. Isaura –lo pronunció con suavidad, con lascivia-, hermosa, joven… debe ser tan suave allí abajo…


-No eres un hombre estúpido, Martin –le dijo pese a que sí lo creía tonto. Agradecía que todo aquello le hubiese tomado por sorpresa mientras le daba la espalda, pues mientras volteaba había tenido tiempo para sobreponerse-. Quiero pensar que tienes en estima tus pelotas, porque sabes que las perderías en cuanto te acercases a mi mujer.

-Ya me he acercado a ella, tanto que sé a qué huele, sé cual es el caballo que gusta montar, he memorizado el sonido de su risa –su voz se tornaba ronca-. Mis hombres conocen sus rutinas, camina por la laguna con su dama de compañía los sábados. ¿Cuánto pueden resistir a mi fuerza dos muchachas solas? Podría acabarlas con sólo una mano y me has visto acabar con hombres en menos de lo que se desnuda una puta… Quiero mi parte en este negocio, quiero seguir en esto.

-No la tendrás, nuestra sociedad se ha disuelto.

-Creo que no has entendido que puedo acercarme a tu prometida las veces que quiera, Lennox…

Siempre había hecho locuras, había viajado por medio mundo a pesar de su juventud, se había emborrachado hasta olvidar donde estaba, había yacido con hombres y mujeres al mismo tiempo mientras el opio le tomaba el cuerpo, había cabalgado durante horas bajo ese efecto… Sí, había hecho locuras. Sin embargo ninguna era como aquella: Mikolaj Lennox desenfundó su arma y disparó dos veces -sin pensar demasiado-, directo al pecho de Martin. Los pájaros volaron asustados sin poder escapar del invernadero. ¿Por qué lo había hecho? Porque no era un hombre que se dejase insultar, tampoco uno que permitiese que alguien de tan baja clase como aquel pirata lo amenazase. Porque estaba cansado de que sus órdenes fuesen cuestionadas. Había nacido creyendo que lo que un Lennox dijese era incuestionable, y en consecuencia a ello vivía... No tenía paciencia y tampoco tiempo para perder con piratas de poca monta.


“¿Qué he hecho? ¿Dónde esconderé su cuerpo ahora?”, eso fue lo único que le preocupó mientras sus oídos seguían aturdidos por el sonido potente de las balas al salir del arma.

Lo que no sabía era que había testigos de lo ocurrido.
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Mensaje por Yvette Béranger Dom Sep 24, 2017 3:23 pm

La gata maulló primero, y después restregó su cabeza contra el torso de Yvette, ronroneando y pidiendo a la bruja un poco de atención. Ella empezó rascándole detrás de las orejas y, al ver que el animal cerraba los ojos, fue ampliando la zona poco a poco; primero debajo de la mandíbula, después por el cuello y, finalmente, en la barriga, puesto que la gata se tumbó sobre las piernas de la rubia y estiró todo el cuerpo tanto como pudo.

¿No tienes a nadie que te dé mimos? Claro que no… —Sonrió mientras abrazaba al animal con un brazo mientras con el otro seguía rascando el suave pelaje—. No pareces una gatita salvaje, ¿acaso te has perdido? Porque si es así estarán buscándote.

Hablaba con el felino como si realmente pudiera entenderla, pero, ¿quién podía asegurarle que no era así? Ya no se fiaba de nada ni de nadie, al menos en lo referente a la fauna de esa ciudad. Había visto a un hombre convertirse en pantera. ¿Qué impedía que aquella gata fuera otro como él? En un momento de duda, se aseguró de que fuera una hembra y no un macho. No le apetecía estar haciéndole cosquillas al mismo tipo que se la llevó sin darle siquiera opción a defenderse, y que encima la había llamado bruja. Cada vez que lo recordaba se odiaba a sí misma por la impotencia que le hizo sentir, aunque, a decir verdad, algo de razón sí que había tenido —en realidad, la había tenido toda, pero eso no era algo que Yvette fuera a aceptar así como así—. La gata debió sentir su turbación, porque se incorporó como un resorte y echó a correr entre las plantas.

¡Eh! ¿Adónde vas? —exclamó, levantándose para seguirla.

Teniendo siempre la punta de la cola a la vista, siguió su rastro sin mucha dificultad, pero alejándose notoriamente del lugar donde había dejado a Julia, su doncella. Como sabía que la joven no iba a molestarla a menos que fuera por un asunto de vida o muerte, no se preocupó demasiado por ella. Lo más probable sería que no se percatara de su ausencia, puesto que, al contrario que las calles, que sí podían ser peligrosas, el jardín botánico no lo era. Si bien no era el lugar más concurrido de la ciudad, siempre se veía gente paseando, charlando bajo un árbol o tomando apuntes sobre plantas extrañas y exóticas. Yvette se sentía segura allí, y ese fue su primer error.

Terminó perdiendo de vista a la gata, pero en vez de volver por donde había venido, se desvió ligeramente y se desorientó. Comenzó a caminar entre las plantas, buscando alguna que hubiera visto antes y poder así orientarse, pero se dio cuenta de que sólo estaba dando vueltas en el mismo lugar, así que buscó uno de los caminos y comenzó a seguirlo. Con un poco de suerte le llevaría a la entrada del invernadero, y desde allí podía encontrar a Julia y volver a casa. Ya habían sido demasiadas aventuras por aquel día.

Su plan no estaba dando el resultado esperado, puesto que sintió que volvía a estar caminando en círculos, siempre por el mismo lugar. Se sentó en un bordillo y resopló. ¿De verdad era tan difícil salir de allí? El lugar estaba en completo silencio, salvo por… ¿unas voces? Sí, aquello eran unas voces, de hombre, y no sonaban muy lejos de allí. Quizá ellos pudieran ayudarla a orientarse para volver junto a Julia. ¿Quién no ayudaría a una pobre chica perdida en un invernadero?

Sin dudarlo ni un instante, cruzó entre unos setos en la dirección de donde provenían las voces, pero no llegó a descubrirse totalmente porque lo que vio la dejó helada: uno de ellos estaba apuntando al otro con un arma de fuego y, en el segundo siguiente, disparó dos veces al pecho del sujeto. Éste cayó pesado sobre el suelo de tierra, y su pechera se estaba volviendo cada vez más roja de la sangre que salía a borbotones. El rostro de Yvette, que siempre era pálido, se volvió tan níveo que realmente parecía una enferma. Lo único que podía escuchar era un pitido incesante en sus oídos, producido por el estruendo de las balas, y, aunque quería marcharse de allí, sus pies no eran capaces de moverse. Lo único que hizo cuando fue capaz de reaccionar fue soltar un gemido de angustia, haciéndole saber al hombre del arma que estaba allí y que lo había visto todo. ¡Maldita sea!
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Mensaje por Mikolaj Lennox Sáb Oct 07, 2017 12:51 am

Había sido un grito ahogado, no tenía dudas. Mikolaj pasó sobre el cuerpo ya sin vida del estúpido Martin y no pudo evitar que sus zapatos pisaran el charquito de sangre que había regado la tierra del invernadero. ¿De dónde había venido aquello? Creía que estaban solos en el lugar, de hecho lo había elegido especialmente para procurarse cierta intimidad. Barrió con la mirada el sector y la halló, más cerca de lo que esperaba. No tardó en plantarse frente a ella, la joven parecía asustada y asombrada, sin dudas lo había visto todo y ahora lo contemplaba con un gesto de horror pintado en su hermoso rostro más pálido de lo habitual, al menos eso creía él.

-Diría que no es lo que parece, pero sí lo es –le dijo, encogiendo los hombros, y la tomó del brazo para sacarla de entre las plantas. No quiso ser brusco con ella, no acostumbraba a ser rudo con las damas y era evidente que estaba frente a una niña de clase alta, sus ropas la delataban-. ¿Has visto qué desfachatez? ¡Amenazarme con querer dañar a mi prometida! Solo soy un hombre enamorado cuidando a su mujer –hablaba rápido, quería confundirla con su defensa romántica mientras sé le ocurría qué hacer a continuación.

Tiró de ella y la sintió temblar asustada contra él. No se percató hasta ese momento que todavía empuñaba el arma, de seguro aquello sólo empeoraba las cosas. Se la guardó en la funda de cuero que siempre llevaba calzada en el cinturón y sintió la tibieza del cañón metálico a través de las telas de sus ropas.

¿Qué hacer a continuación? Pues debía deshacerse del cretino de Martin, pero no podía atravesar el jardín cargando con su cuerpo… tampoco dejarlo allí en medio del lugar y luego irse, le convenía que tardasen en hallarlo.

Una idea se formó en su mente al ver las palas en un rincón del invernadero, debía actuar rápido si quería que todo acabase pronto, aún tenía mucho que hacer y sospechaba que la muerte de ese ladrón ya le arruinaría las horas que le quedaban a su día.


-Necesitaré tu ayuda, si cooperas conmigo, y luego olvidas todo lo que ocurrió aquí, te aseguro que nada te pasará. Pero, si en cambio te rehúsas o hablas con alguien… -Era una amenaza no pronunciada, esperaba que ella lo entendiera sin necesidad de que dijese más-. Vamos a arrastrarlo hacia aquel rincón, toma sus pies y muévete, que cuanto antes salgamos de aquí mejor… cualquiera pensaría que nosotros lo hemos asesinado, y nosotros no hemos hecho tal cosa, ¿verdad, bonita? Vamos, andando –la apremió mientras él calzaba sus brazos bajo los del muerto y lo levantaba, sería mejor eso que arrastrarlo-. Supongo que para que se considere cristiana sepultura hay que rezar mientras se lo entierra, claro que este cretino no lo merece… ¿Sabes algún rezo? Vamos, reza mientras lo movemos. Reza, reza.
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Mensaje por Yvette Béranger Miér Nov 01, 2017 4:09 pm

«Sal de aquí, Yvette. Vamos, todavía no te ha visto. Vete ahora. ¡YA!» Se decía, pero sus pies seguían sin moverse. No podía apartar los ojos del cadáver sangrante que había en el suelo, y el pitido de los oídos, que todavía no había cesado, la estaba empezando a marear. El ambiente comenzó a cargarse con el hedor de la sangre fresca, nauseabunda, al que pronto acompañó el de la pólvora. Para cuando se dio cuenta, era demasiado tarde para huir: el hombre la había encontrado.

Se le llenaron los ojos de lágrimas inmediatamente, y la barbilla comenzó a temblar, previo al llanto. Quería rogarle que la dejara marchar, quería jurarle que no diría nada, pero su cuerpo era como una losa de piedra, duro e inamovible. ¡Claro que no iba a dejar que se fuera de allí! Tendría que estar muy seguro de sí mismo, y muy loco, para hacerlo. Aunque la parte de loco parecía cumplirla a la perfección, la otra todavía estaba por ver. De momento, y por la forma en la que la sacó de entre los setos, no parecía que estuviera demasiado nervioso, y si lo estaba, Yvette le ganaba por goleada, con lo que no pudo calcular la situación.

Que guardara el arma la tranquilizó algo, pero no mucho. No creía que desenfundarla le fuera a costar demasiado si echaba a correr, y lo cierto era que le daba lo mismo lidiar con un cadáver que con dos, así que se quedó quieta junto a él, temblando como una hoja contra el viento.

No diré nada. Nunca. A nadie —prometió con un hilillo de voz—. No me haga daño, por favor.

Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y sorbió el agüilla de la nariz con fuerza. No quería tocar al hombre muerto, pero el recuerdo de las balas impactando contra el pecho del difunto la hizo recapacitar. ¿Tenía alguna otra opción? Miró el arma en la funda y se dio cuenta de que no, no había otra cosa que ella pudiera hacer. Se colocó a los pies del hombre despacio y se agachó para sujetarlo de los tobillos. Si en un día normal Yvette tenía poca fuerza, en aquella ocasión las tenía completamente mermadas, como si acabara de descargar un barco entero en el puerto. Aun así, consiguió levantar las piernas lo suficiente como para que no tuvieran que arrastrar el cuerpo inerte todo el trayecto, mientras, entre susurros, repetía los mismos rezos una y otra vez, los únicos que sabía.

Después de que se le cayeran las piernas un par de veces y de que tuviera que pararse a recuperar el aliento otras tantas, terminaron llegando a la esquina que Mikolaj había señalado. Cuando por fin le dio permiso para desprenderse del muerto, Yvette lo soltó como si quemara y se frotó las manos sobre el corpiño del vestido. Se sentía muy sucia por estar ayudándolo a deshacerse de un ser humano. Por muy malvado que hubiera sido, ¿de verdad se merecía tener un final así? Si verdaderamente lo había amenazado con dañar a su prometida, ¿por qué no había ido a la policía, y ya está? ¿No era eso mucho más fácil?

Miró al hombre y siguió sus movimientos con cautela, vigilando por si sacaba el arma y la disparaba a traición. Yvette tenía sus dudas de que le permitiera vivir después de haber visto lo que había pasado ahí. Ya que había terminado con uno, ¿qué le impedía hacerlo con ella?

Ya le he ayudado y le he prometido que no diré nada —dijo entre sollozos. No había dejado de llorar desde que la había sacado de detrás de los setos—. ¿Puedo irme a casa, por favor? Mis padres estarán preocupados.

Sabía que le diría que no, estaba segura, y eso sólo hizo que su llanto se intensificara. Volvió a sorber por la nariz y se abrazó a sí misma. Si conseguía hacerle sentir lástima por ella, quizá le dejará marchar.
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Mensaje por Mikolaj Lennox Vie Nov 10, 2017 1:18 pm

¡Pero qué ingenua era aquella muchacha! ¿Qué persona estable psíquicamente dejaría ir a una testigo así? Por más que llorase y suplicase, Mikolaj no podía dejarle marchar sin más. La dejó hablar y suplicar mientras él mantenía su mutismo. Se ocupó de arrastrar al bueno de Martin detrás de unos arbustos para que quedase a resguardo mientras ellos armaban un improvisado pozo en la tierra que, afortunadamente, estaba húmeda.

-Toma esa pala y ponte a cavar, querida. Que si queremos salir rápido de aquí tenemos que movernos. Vamos, vamos, colabora conmigo que yo tengo tantos deseos como tú de dejar de ver esa cara horrenda –dijo, señalando con el mentón a su victima.

Siguió cavando, palada tras palada como si nada importase allí, solo el agujero que necesitaban abrir. Ya pensaría qué hacer con ella, tendría tiempo luego para dedicarse a ese segundo problema, ahora la urgencia pasaba por deshacerse de su ex socio, de quien le había robado y amenazado. No se sentía culpable, creía que había hecho lo que debía hacer. Lo único que lamentaba era el apuro en el que estaba metido en esos momentos, podría haber hecho lo mismo pero de forma más meditada, mejor planificada. Ya de nada servía lamentarse, estaba hecho y había sido lo mejor, se había liberado de aquella rata y de todos los problemas que le daba.


-Es una pena que un tipo de mar como tú, que de seguro soñó con ser alimento de tiburones tras su muerte, termine abonando la tierra, carcomido por gusanos –le dijo al cuerpo sin vida del hombre y aprovechó para darle un puntapié; se secó el sudor de la frente y respiró antes de seguir cavando-. Pero así es la muerte, viejo amigo, no siempre respeta nuestros planes o sueños.

No supo cuanto tiempo pasaron en aquella tarea. Ya no habló, ni con la muchacha ni con el muerto. Sólo pensó en terminar con aquello… Cuando le pareció que era suficiente, Mikolaj empujó a Martin al agujero. No le pidió ayuda a la chica para meterlo allí, quería ahorrarle aunque sea aquella imagen horrible, pero sí le pidió en un susurro que le ayudase a cubrirlo con tierra otra vez.

Mutismo nuevamente. ¿En qué estaría pensando ella? ¿Le tendría miedo? ¿Creería que sería la siguiente? Mikolaj se rió, no le gustaba ser la fuente del temor de la jovencita, pero tampoco iba a arriesgarse. Tras la última palada de tierra, la miró e incluso se atrevió a acercarse a ella para acomodar tras su oreja uno de los mechones de cabello rubio que se le habían escapado. Era preciosa, pero insensata. En los tiempos que corrían, las mujeres no debían andar solas ni siquiera en un lugar tan bello como el jardín botánico. No era correcto ni seguro.

Mientras pensaba qué decirle para que el temor remitiese, Mikolaj sintió unos ruidos en la entrada del jardín de invierno. De inmediato soltó la pala –la lanzó lejos, tras los arbustos- y se abrazó a la muchacha sin explicarle nada, la envolvió con su cuerpo para no permitirle moverse ni hablar.

-Oh, lo siento –dijo el hombre que se había asomado en el jardín al verlos. Parecía algo incómodo.


-Mi hermana no se siente bien –le explicó con gesto preocupado, suplicando al Cielo que el tipo se fuese rápido.

-¿Necesitan ayuda? –por un momento pareció que quería ingresar, que iba a hacerlo.


-No, estamos bien –le habló con voz firme, mientras depositaba un beso en la coronilla de la muchacha para hacer la escena más creíble-, gracias, caballero. –Cuando el hombre al fin se fue, Mikolaj aflojó su abrazo dejándola separarse de él, se acomodó la ropa, prendiendo los botones de su abrigo, y le dijo-: ¿Estás lista? Debemos irnos.
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Mensaje por Yvette Béranger Dom Ene 07, 2018 3:47 pm

Y ahora, después de llevar el cuerpo del hombre muerto, el tipo le pedía que le ayudara a cavar. ¿Se había vuelto loco? ¿De verdad iba a enterrarlo allí? Yvette no quería colaborar más con todo eso. ¡Ni siquiera podía mirar al hombre al que ahora iban a dar sepultura! Cuando le tendió la pala, pensó en darle un golpe seco en la cabeza y salir corriendo en busca de ayuda, pero la oportunidad de hacerlo nunca llegó —y, aunque lo hubiera hecho, la hechicera no habría tenido el valor suficiente para llevarlo a cabo—, así que la única opción era seguirle el juego al hombre y cavar.

Cavar, cavar y cavar. Yvette nunca había hecho tanto ejercicio en tan poco tiempo. Los brazos se le cansaron rápido, pero no podía permitirse el lujo de parar. Si lo hacía, corría el riesgo de que su ahora captor se enfadara y la disparara. Así que siguió cavando y en silencio, mirando de reojo al muerto de vez en cuando, hasta que Mikolaj empujó el cuerpo al fondo del hoyo, momento que la muchacha aprovechó para descansar y retomar el aliento. No le vino mal, puesto que, como era de esperar, le pidió su colaboración para volver a cubrir el agujero. ¡Y ella le ayudó! Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Ya era cómplice del asesinato, aunque ella nada hubiera tenido que ver con la muerte del hombre. Le había ayudado a ocultarlo, su rastro debía estar ya en las piernas del muerto y estaba segura de que si lo encontraban no tardarían en dar con ella. El hecho de pensar en ello le hizo echar tierra todavía más deprisa. Cuanto antes terminaran, antes podría volver a casa y acabar con esa horrible pesadilla.

Cuando ya no quedó más tierra que mover, tiró la pala a un lado como si quemara y observó la obra maestra que había a sus pies. La tierra removida iba a ser demasiado evidente para cualquiera, y hasta el más inútil de los sabuesos podría olfatear el hedor del cuerpo cuando empezara a descomponerse.

Estoy perdida —musitó.

Seguía mirando la improvisada tumba cuando vio la sombra del hombre acercarse hasta ella. Elevó el rostro y ahí estaba, tan cerca que pudo apreciar, por primera vez, los rasgos del sujeto: era bastante alto y atractivo, sin duda, con una cara perfilada y elegante. En realidad, si no hubiera visto como disparaba aquel arma nunca hubiera pensado en él como un asesino. Su cuerpo entero se tensó cuando se atrevió a tocarla. ¿Cuántas vidas más habrían perecido por culpa de esas manos? Quiso apartarse, pero unos ruidos cercanos los sorprendieron a ambos, y lo siguiente que sintió fue el abrazo de Mikolaj. Ahí sí, pudo apreciar el aroma del perfume que llevaba él, mezclado con el de la tierra húmeda. También olía a sangre, pero debía ser sólo fruto de su subconsciente, puesto que no había ni rastro en las ropas del inglés. La interrupción del tercer tipo sólo sirvió para que Mikolaj dejara un beso en su cabellera, y nada más. Si a Yvette se le hubiera ocurrido llamar su atención no habría tenido opción de hacerlo; Lennox se había encargado de despacharlo sin que sospechara del apuro en el que se había metido la joven, y tan pronto como estuvieron acompañados, quedaron solos de nuevo.

Cuando el desconocido se hubo marchado pudo, al fin, romper el contacto con el inglés. Limpió su vestido como si estuviera cubierto de polvo; se sentía sucia, y además, estaba completamente sudada por el esfuerzo. ¡Ah! Y despeinada también.

¿Irnos? —preguntó—. ¿Irnos a dónde? —Se acercó a él con el valor suficiente para mirarlo a los ojos y, entre sollozos, siguió hablando—. Le he ayudado a enterrar a ese hombre. He cargado con él, he cavado un hoyo —se cubrió la boca un segundo, puesto que decir todo aquello en voz alta lo convertía en real, y su mente no estaba preparada para algo así— y he vuelto a cubrirlo con esa misma tierra. Podía haberle delatado frente a ese hombre, pero no lo he hecho. —Tragó saliva—. ¿Dejará que me vaya ya?
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Mensaje por Mikolaj Lennox Jue Ene 11, 2018 7:04 am

Le acarició la mejilla y le acomodó un mechón de su rubio cabello tras la oreja. Podía sentir su miedo, su angustia, pero también su valentía. Solo una muchacha valiente habría hecho lo que ella hizo esa tarde. Atrapó también una de sus lágrimas, suspirando. Acababa de matar a un hombre, pero Mikolaj no dejaría de ser el caballero que era, por lo que rebuscó entre sus ropas su pañuelo blanco y suave, secó con él las lágrimas de la muchachita y luego se lo tendió.

-¿Qué haré contigo? –pensó en voz alta y otra vez pasó sus yemas por la delicada piel de su rostro-. Claro que nos iremos, no querrás quedarte aquí, ¿no? Y sabes bien que no podrías haberme acusado frente a nadie, no sin inculparte a ti también. Eres mi cómplice, tus manitos tienen tanta sangre como las mías y quiero disculparme por eso –dijo y tomó una de ellas entre las propias para llevársela a los labios en actitud galante. La besó no una sino dos veces-. ¿Cómo dijiste que te llamabas, muchacha?

En verdad no creía que ella se lo hubiera dicho, ¿o sí? Todo se había dado de manera tan vertiginosa que si su propia madre hubiese entrado a regañarlo, Mikolaj no habría advertido su presencia. Cuando las cosas apremiaban, el inglés solo tenía cabeza para las urgencias y todo lo demás podía esperar.

-Nos vamos –se puso su chaqueta y le dirigió una sonrisa a su involuntaria compañera-. Creo que sí podríamos ser hermanos, ¡si hasta nos parecemos! Mismo color de cabello, ambos con rostro de ángel –le dijo y rió mientras la abrazaba por el costado derecho, a propósito se pegó al cuerpo de la muchacha con su cadera para que sintiese la dureza del arma-, ¿lo has pensado? No tengo hermanas, pero me hubiera gustado… ¡Adiós, puto maniático! –dijo, echando una última mirada al cuerpo de su ex socio-. Discúlpame el exabrupto, qué apenado estoy contigo por todo esto, pero ya te lo he dicho: él amenazó a mi prometida. ¿No quisieras tú un hombre que te ame tanto como para hacer por ti algo así? Deseo que encuentres un amor así, querida. –La guió hasta la puertilla que comunicaba ese jardín de invierno con el botánico en general-. Esto es lo que haremos, saldremos directamente y sin mirar a nadie, tú te estarás muy quieta y obediente porque eres una muchacha inteligente que valora su vida, ¿verdad? Vamos a mi carruaje, una vez allí veremos qué hacer contigo.

Podría llevarla a su casa, o a la casa de Isaura que estaba más cerca del botánico todavía. Tal vez pudiese decir que había encontrado a la muchacha en un estado de total desvarío hablando incoherencias, dar aviso al comisario. No podría decirse que eran amigos, pero tenían algunos negocios promisorios entre manos, él le ayudaría con aquello.

-Estamos bien, es un día bonito –comenzó a decir como si nada mientras salían, dispuestos ya a atravesar el lugar hasta la salida. Con cada persona que se acercaba a ellos, Mikolaj apretaba el agarre de su mano sobre el cuerpo de la muchacha-. Ya casi, es aquel de allá. Que día tan hermoso, pero sí que ha sido agotador. ¿Tienes hambre? Yo muero de hambre, también deberíamos darnos un baño. No puedes presentarte así ante tu familia.

Llegaron al carruaje, Mikolaj mismo le abrió la portezuela y con una indicación de cabeza le pidió que ingresase mientras le hacía la seña al cochero que indicaba que se dirigirían a su casa.

-¡No me lo creo! ¡Pero si hace dos minutos brillaba el sol! ¿Cómo puede ser que las nubes se hayan puesto negras? –dijo, con la vista en el cielo-. Ah, París y sus locuras.
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Mensaje por Yvette Béranger Sáb Feb 03, 2018 12:49 pm

No se lo he dicho —contestó, tirando de su mano para alejarla de los labios de él— y no pienso decírselo. Si quiere dirigirse a mí llámeme como más le convenga —dijo, cruzándose de brazos para evitar que volviera a tomarle la mano sin su permiso—. Me ha obligado a presenciar algo horrible, lo único que quiero es olvidarme de usted lo más deprisa que pueda.

«Si puedo». Yvette dudaba de que consiguiera olvidarse de todo aquello algún día, porque el cargo de conciencia que le generaría ocultar el lugar donde habían enterrado el cuerpo de ese hombre iba a ser demasiado fuerte. Quizá era capaz de hacer que la policía la creyera al decir que se había visto involucrada sin pretenderlo, y que el único hombre malvado allí era el rubio que ahora se la llevaba. Pero ¿a dónde? Sintió el arma contra su cuerpo en cuando la arrimó a él, y eso le hizo sollozar más fuerte que antes. No la iba a dejar marchar, y sólo Dios sabía si terminaría muerta aquella tarde.

No nos parecemos en nada —murmuró, sin especial intención de que le oyera, pero lo suficientemente alto para que sí lo hiciera—, y no, no quisiera un hombre así para mí. Yo quiero un hombre bueno, no uno que amenaza jovencitas que nada tienen que ver con sus problemas —dijo, con tanta rabia que sus palabras parecían auténtica bilis—. Tampoco tengo hambre, ni sed, ni nada que tenga que ver con usted, y mucho menos darme un baño sabiendo que está cerca.

Se calló cuando el hombre la volvió a pegar contra él y sintió la culata de la pistola en su cadera. Definitivamente, estaba mejor con la boca cerrada, porque la volatilidad con la que parecía actuar podía terminar insertándole una bala entre las cejas.

Nada más ver el carruaje frente a ellos supo que hablaba en serio; se la iba a llevar lejos de allí. Yvette estaba segura de que la llevaría a una finca alejada de la ciudad, que la arrastraría contra su voluntad hasta quedar oculta en algún bosquecillo cercano y allí la mandaría caminar frente a él, esperando el disparo que le daría por la espalda. Miró al cielo y vio que se estaban empezando a formar unas nubes negras justo sobre ellos. Todos creerían que era un cambio de tiempo repentino, pero ella sabía la verdad: esas nubes eran el vivo reflejo de su miedo, tan oscuras como el pozo sin fondo en el que estaba cayendo.

Ignoró el comentario de él, fingiendo que ni siquiera lo había escuchado, y se metió en el coche. Los caballos no tardaron en ponerse en marcha, acompañando con el sonido de los cascos el traqueteo de las ruedas. Yvette se sentó lo más alejada que pudo del hombre y, tal y como le había pedido, no se movió. Puso las manos sobre sus muslos, con los dedos entrelazados fuertemente, y se dedicó a observar el interior del habitáculo en busca de algo que pudiera servirle para escapar. Los asientos eran blandos y estaban tapizados con un suave terciopelo oscuro, impoluto hasta límites insospechados. ¡Ja! Ya se encargaría ese monstruo de ensuciarlo con sangre ajena. Las ventanitas de las puertas tenían cristales, pero no podría hacerse con un pedazo sin llamar la atención, puesto que primero tendría que romperlos. La madera de la que estaba hecho el coche estaba tan bien lijada que no tenía ni una mísera astilla que arrancar, y era tan suave como el tejido de los bancos. Estaba perdida.

Desesperada, separó las manos y cerró una en un puño, midiendo el tamaño del mismo. ¿Sería lo suficientemente grande y fuerte como para golpearlo y permitirle huir? Se lo acarició con la otra mano y lo miró fijamente. Si le daba en el puente de la nariz lo mismo se la rompía y le destrozaba esa cara bonita que a ella tanto miedo le daba.

Dígame, al menos, a dónde vamos. —Siguió mirándose las manos fijamente—. Eso me lo debe, y no me diga que no. —Abrió la mano y vio cómo el color volvía a sus dédos palidecidos por la fuerza que había ejercido sobre ellos—. ¿No cree que tengo derecho a saberlo?
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Mensaje por Mikolaj Lennox Mar Feb 20, 2018 5:58 pm

La notaba demasiado tensa, y no podría culparla por ello, lo que finalmente podía resultar provechoso porque las personas cometían errores cuando perdían la compostura, cuando se entregaban al miedo.

-Te noto nerviosa, Cosette, querida –le sonrió antes de darle una explicación-: Puesto que no has querido decirme tu nombre, te he bautizado con uno que siempre me ha gustado. Cosette… ¿Conoces a alguna muchacha con ese nombre?

La lluvia ya comenzaba a caer sobre ellos y, porque conocía bien a su cochero y lo sabía prudente en su trabajo, Mikolaj supo que tardarían en llegar a destino.

-Claro que tienes derecho a saber a dónde vamos –se estiró para acariciarle la blanca mejilla- y te lo diré, confía en mí –le pidió, aunque difícil era-. Ya te he dicho que no soy una mala persona, hice lo que hice… Hicimos lo que hicimos –se corrigió, porque aunque a Cosette no le gustase oírlo ella era tan asesina como él según lo que Mikolaj veía- y fue justicia. No soy malo, no soy cruel. Soy justo. Y porque no soy malo y no soy cruel, te prometo que pronto estarás con tu familia. Antes tenemos que hablar, querida, pero este no es lugar. No sé tú, pero yo necesito un brandy.

Permanecieron en silencio, uno tan cómodo –para Mikolaj al menos- que por poco no se quedó dormido. Tardaron poco más de media hora en llegar al destino, él esperaba que Cosette estuviese más tranquila, aunque quién podría saberlo…

-Llegamos –le dijo cuando el carruaje se detuvo-, estamos en mi casa. ¿No tienes hambre? Yo sí, te invitaré a cenar. Luego de que comamos, y hablemos bien sobre algunas cosas, podrás reunirte con tu familia. Supongo que estarán muy preocupados por ti, se preguntarán qué te ha ocurrido y… ¡qué casualidad! Yo sé bien qué te ha ocurrido, Cosette.

Descendió del carro y tendió la mano para asistirla. Ingresaron en la residencia que Lennox tenía en aquella ciudad. Él la condujo hacia un pequeño saloncito y cerró las puertas. Le indicó que tomase asiento y él fue a servirse una copa. Sabía bien que no intentaría escapar, ¿a dónde podría ir sin ser atrapada en cuestión de segundos?

-¿Quiéres beber? –le preguntó, aunque ya le había servido una copa a ella también y se la tendía-. Verás, debemos ponernos de acuerdo en la versión que daremos sobre los hechos –dijo y tomó asiento frente a ella-. Ambos queremos que esto acabe, y acabará. Mi gente ya está hablando con el comisario, no sabrá jamás nadie lo que hemos hecho, lo que ocurrió en el botánico hoy. –Creía que no eran necesarios más detalles al respecto. –Ahora, veamos qué le diremos a tu familia querida…

Bebió hasta el fondo y se puso en pie para ir en busca de más. Mientras volvía, el plan cobraba forma en su cabeza, porque siempre había sido hábil y rápido para saber qué hacer.

-Diremos que te hallé desmayada en el jardín botánico, eso explicará que estés llena de tierra –señaló la parte baja de su vestido-. ¡Pero si te he salvado la vida, Cosette! –Elevó su copa hacia ella en señal de brindis. –Al no ver a nadie que fuese contigo, te cargué en mi carruaje hasta mi casa y aquí recobraste el conocimiento. Recién en esos momentos me has dicho cómo contactar a tu familia y eso hice. Dime, Cosette, ¿apoyarás mi versión o prefieres que te haga desaparecer por completo de la ciudad? Eso no es problema para mí, lo sabes. Ah, supongo que esa idea no te gusta nada, que prefieres el primer plan… Vamos, dime, ¿cómo contacto a tu familia?
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Mensaje por Yvette Béranger Dom Abr 22, 2018 12:01 pm

Yvette no quería hablar, no con ese hombre que la había obligado a subir a su carruaje después de hacerla partícipe de un asesinato. No quería hablar y no habló, a pesar de que él se empeñaba en conversar como si nada hubiera pasado. ¿Pero es que este mundo se estaba volviendo loco? Quiso apartarse cuando Mikolaj le acarició la mejilla, pero dentro del coche había poco espacio y no lo consiguió. Todos sus músculos se tensaron con el contacto, así que cerró los ojos y giró el rostro hacia la ventanilla de la portezuela. No volvió a mirarlo, y no lo hubiera escuchado si hubiera tenido ocasión, pero la voz del hombre volaba por el habitáculo clavándose en sus tímpanos como si fueran agujas.

Por fin se calló y, pasados unos minutos, Yvette movió los ojos hasta encontrarse con él, sin dar crédito a lo que veía. ¡Se estaba quedando dormido! ¿Cómo podía después de lo que había pasado en el jardín botánico? Si tan tranquilo estaba como su actitud daba a entender, significaba que ya había matado antes, o eso era lo que la joven creía. ¿Cómo, entonces, se suponía que iba a confiar en él? Cada vez estaba más segura de que ese hombre iba a terminar con su vida cuando menos se lo esperara, y para qué mentir: Yvette tenía miedo.

Pudo haber saltado del carruaje en marcha durante el tiempo que duró ese silencio que la estaba matando, pero no lo hizo, como tampoco intentó agredir al hombre que se la había llevado en contra de su voluntad. Se limitó a cruzar los dedos de ambas manos entre sí y a dejarlas sobre su regazo para mirar a través del cristal. La lluvia seguía cayendo, y lo más seguro es que fuera culpa suya. Su estado de ánimo no era el mejor, y no lo sería en varios días. Quería llorar, gritar y agredir a todo el que se le cruzara por delante, empezando por Lennox y siguiendo por el maldito cochero que estaba retrasando el momento de volver a su casa. ¿Acaso no podía ir más deprisa?

Por suerte, o por desgracia, el carruaje paró y ambos bajaron del mismo. La casa donde la guió era tan majestuosa que, de tratarse de otras circunstancias, Yvette habría disfrutado mucho observando la decoración. En esa ocasión, sin embargo, se limitó a seguirlo hasta la salita para tomar asiento donde Mikolaj le indicó. Aunque aceptó el vaso de licor, no probó ni un sólo sorbo. Ella no acostumbraba a beber alcohol, mucho menos de un desconocido —aunque ya empezaba a no ser tal— que la había metido en ese lío. Mantuvo el vaso en las manos hasta que, aprovechando el momento en el que él se giró, lo dejó sobre la mesa frente al sofá.

No me haga daño —fue lo primero que dijo—. Le diré cómo contactar con mi familia, pero, por favor, prométame que no me hará daño.

Tragó saliva y sorbió el agüilla que le caía por la nariz, limpiándosela después con el dorso de la mano y parte de la manga.

Vivo a dos manzanas al sur de la Sorbona —contestó, no muy segura de que contarle eso fuera buena idea—. Es una casa de piedra blanca, y la única que tiene el balcón lleno de flores. Mis padres estarán en casa, o al menos mi madre. —Miró a Mikolaj a los ojos con una expresión que no parecía de ella—. Apenas le faltan días para salir de cuentas, así que no sea brusco cuando le cuente su historia. El médico dice que necesita tranquilidad y reposo.

Quería dejar claro que, si había aceptado mentir con respecto al hombre muerto, era sólo para terminar con ese asunto cuanto antes. No estaba de acuerdo en que un hombre como él no tuviera el castigo que se merecía, pero, ¿qué poder tenía ella para hacerle pagar por el asesinato de un hombre? Ninguno. Sería su palabra contra la de él, sin contar con que Mikolaj tenía mucho poder dentro de las autoridades, como acababa de demostrar.

Puede enviar un mensajero o lo que le venga en gana. Yo ya le he dicho lo que quería.

Se cruzó de brazos y se dejó caer en el sofá, cerrándose en sí misma. Estaba cansada de hablar con él.
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Mensaje por Mikolaj Lennox Jue Jul 26, 2018 4:14 pm

-No tengo intención de hacerte daño –le repitió, ya cansado de toda la situación-. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Creo que mantenerte con vida al final no está siendo una buena decisión… ¡Lorna! –se puso en pie y llamó a una de las muchachas del servicio-. Lorna, bonita. Busca a Bakhit, lo necesito urgentemente.

Mikolaj volvió a llenarse el vaso mientras meditaba. Su plan original había sido enviarle una invitación a la familia de la joven para cenar juntos, así él podría tener el control de la situación. Pero lo último que deseaba era que se iniciase un parto en su comedor… además ya habían sido suficientes emociones, estaba cansado y al día siguiente tenía mucho que hacer. La miró un momento, fija y seriamente, preguntándose si estaba haciendo bien en dejarla ir, si podía confiar en ella… pero ambos sabían que nadie le creería si hablaba. La miró como si en sus ojos estuvieran las respuestas, hasta que su amigo y asistente ingresó sin llamar a la puerta.

-Mira, éste regalito me hizo el inservible de Martin –le dijo al negro Bakhit, señalando a la jovencita; hubiera preferido llamar a Martin el mierdas, pero tenía frente a sí a una muchachita de buena cuna y hacerlo sería inaceptable-. Llévala a su casa, me ha dado sus señas pero ya te las dirá a ti.

Se movió hasta la mesilla otra vez y tomó pluma y papel, allí comenzó a escribir una misiva para la familia de la joven donde relataba brevemente lo sucedido, les aseguraba que Bakhit era de su más entera confianza y por eso lo había elegido para llevar a la dama hasta su casa en lugar de hacerlo él mismo y, por último, invitaba a la familia a cenar a su casa el próximo domingo.

-Mejor será que recuerdes bien lo que tienes que decir, querida –le dijo, con un dedo acusador apuntando a ella, luego se volvió a Bakhit-: Cuando llegues a la casa pide que te lleven ante el padre de familia y le entregas esto en mano –le tendió la misiva que ya había doblado y sellado con su anillo, portador del escudo familiar de los Lennox-, no a un sirviente, no al primero que te cruces… A su padre.

Se acercó a la muchacha y tomó sus manos para ayudarla a ponerse en pie. Le sonrió mientras se deshacía del agarre y terminó por abrazarla, habían vivido algo importante juntos después de todo.

-Adiós, querida –susurró y luego besó su frente-. Gracias por la ayuda que me prestaste hoy, te aseguro que nadie sabrá lo sucedido, yo cuidaré de que nunca se descubra lo que has hecho. Ve con Bakhit, él es un hombre de bien, tiene toda mi confianza. Ve, ve. Sé que pronto nos veremos, querida.

****

Tras la partida de la muchacha, Mikolaj tomó un baño en compañía de la botella de brandy. Se estaba quedando dormido, a pesar de que el agua se había enfriado, cuando su amigo regresó con noticias. La familia de Yvette –al fin sabía su verdadero nombre- había aceptado la invitación a cenar, y hasta se habían disculpado por las molestias que la muchacha había ocasionado. Mikolaj lanzó una carcajada al oír a Bakhit decirle eso último, pobre muchacha…




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