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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Élodie Devonshire Sáb Oct 13, 2018 7:05 am


Otra vez.

Una orden que no admite réplica, la voz de la institutriz es firme y cercana, Élodie puede sentirla a escasos centímetros tras ella. Sin pedir permiso el poder se desliza por sus manos, ardiente y débil, como si hubiera olvidado a quién pertenece. Élodie se prepara para el estallido pero, como siempre, el latigazo que sacude su cuerpo es incontrolable, una corriente desbocada. Caballos negros, como bestias y sombras dentro de sus venas. Su columna se retuerce, sus dedos se doblan en direcciones imposibles y el cabello se torna carmesí. El dolor es la parte fácil, lo complicado son los recuerdos, esos retazos de mente ligados al cuerpo ajeno. Para cuando el cambio se completa Élodie ha olvidado cómo se respira y un golpe seco a su silla la trae de vuelta.

Bastante realista—la mirada grisácea de la institutriz la inspecciona, toma un mechón pelirrojo y lo examina de cerca, lo olfatea y vuelve a colocar perfectamente a un lado del rostro de Élodie. Martha, me llamo Martha, se recuerda, soy la hija del señor y la señora Kleith, una familia de clase baja, herreros, y me asesinaron—Pero no lo suficiente. Debes ir más allá, sigues manteniendo el bulgar color de tus ojos. Y creía haberte dicho que probaras con constituciones más arriesgadas.

Las últimas dos semanas las sesiones de disciplina, tal y como las llama la señora Lynch, se han tornado más exigentes, duran el doble y agotan a Élodie hasta no dejar ni una pizca de energía en su cuerpo. Quieren que se transforme en alguien que jamás ha visto, sin ningún objeto al que aferrarse. Algo practicamente imposible, el cambio es más sencillo con pequeños matices, a veces sólo escuchar la voz de la persona o tener un único hilo de cabello lo hace posible. Élodie mantiene el silencio, ha aprendido ya que con la réplica sólo consigue que las sesiones se alarguen más de lo deseado, cada súplica o negativa por su parte es un motivo de venganza para la institutriz.

Otra vez—sus pasos resuenan en la estancia como manecillas del reloj. Se escucha un toque en la puerta, minúsculo y tímido—Élodie, no te distraigas—pronuncia su nombre con cierto carácter, quizás disfrutando de su poder dentro de las cuatro paredes del gran salón. Aquí manda ella, Élodie es solo una muchacha más. Fuera, el Ducado de Devonshire le pertenece. Inspira profundamente tratando de encontrar la forma de hacerlo menos doloroso, de que el cambio no la consuma más. Transofrmarse en un hombre es mucho más complicado, la anatomía básica es la misma pero los pequeños detalles requieren más concentración.

El sonido interrumpe la fluidez de la magia y tras el tercer toque en la puerta todo se desvanece, Élodie cae de rodillas sobre la alfombra de piel entre jadeos, mientras su dedo meñique vuelve allí donde antes había una cicatriz ajena y su nariz se recoloca. La joven vuelve a ser la misma, al menos por fuera.

¿Quién se atreve a molestar a la señora de la casa en sus sesiones?—la institutriz avanza hacia la puerta y los hombros de Élodie se relajan. La cercanía de la mujer resulta exasperante, un aura llena de interrogantes. Se pone en pie tratando de recuperar la compostura aunque en su fuero interno lo único que desea es esconderse en un rincón y descansar. Instintivamente posa una mano sobre la cicatriz, como si de alguna forma pudiera parar el desgarro, co si alguna vez fuera a dejar de doler.

¿Ocurre algo?—inquiere, su voz aún suena ajena.

El Duque ha vuelto, mi señora.



***



El vestido debe ser azul, de fina seda, recatado pero con encanto, juvenil, pero no tanto. Los tonos son los correctos para agradar al señor Duque a su llegada, su mujer, su esposa, debe estar lista y lucir aquellas prendas que agraden a la vista. Las damas ayudan a Élodie a vestirse apresudaramente sin perder la amabilidad que las caracteriza, una vez más la joven agradece haber podido seleccionar a sus damas ella misma ya que, las primeras semanas era la institutriz la encargada de atenderla hasta en los mínimos detalles y es un recuerdo que prefiere dejar atrás. Pasando una mano por la tela se da cuenta de que el azul ya no le parece tan bonito, ni la seda tan delicada.

¿Cuándo fue la última vez que escogió su propio atuendo? Un breve vistazo a su reflejo para comprobar que todo está en orden, su cabello trenzado en un recogido bajo, su mejillas con el toque justo de color.

Antes de salir por la puerta se suelta algunos mechones cercanos al rostro y, por un momento, casi se reconoce.



***



El carruaje princial llega seguido de otro más modesto y uno de carga, la tierra se remueve entre las ruedas pero nadie se mueve de su posición, desde el polizón pasando por el ama de llaves y el mayordomo. Élodie permanece en la entrada, sus manos entrelazadas en una postura desaprobatoria por la señora Lynch, que la mira con ojos quisquillosos. Debería estar ya acostumbrada a estas idas y venidas, al desamparo de conocer de nuevo al hombre al que debe llamar su marido, pero decir que se encuentra tranquila sería metir demasiado. Siempre con la sensación de no ser suficiente. ¿Por qué no ha habido correspondencia en esta ocasión? El Duque jamás acude a la Mansión sin avisar y, muy en el fondo, es algo que Élodie siempre agradece porque le otorga días para preparase y el peso de la instituriz se hace más leve. Pese a su nerviosismo se las arregla paraparecer serena y complaciente, una leve sonrisa para esconder es escozor de la cicatriz, aún palpitante después del arduo esfuerzo de la mañana.

En cuanto la puerta del carruaje se abre los sirvientes se inclinan en una más que aprendida reverancia. El señor Carrow, el mayordomo, es el primero en hablar y acercarse. Élodie mantiene los ojos en las botas limpias que descienden del vehículo.

Nos complace tenerlo de vuelta, mi señor.

Élodie supo en ese momento que todo estaba a punto de estallar.
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Mensaje por Adam Mieczyslaw Leithner Miér Oct 24, 2018 2:41 pm

El incesante traqueteo del vehículo cesa a medida que penetra en la propiedad, donde ya los cuadrúpedos apenas galopan sobre terreno rocoso.

Adam Leithner corre la adornada cortina unos centímetros para admirar la majestuosa residencia de los Devonshire desde dentro del cubículo del carro; es exuberante cuanto menos, y demasiado extensa para lo que supone: dos habitantes y el servicio.

—Ya estamos en Le Vertugadin, Monsieur.—dice el cochero con un acento francés demasiado marcado.

Adam asiente desde su posición, pero se da cuenta que no puede verle y alza la voz.

Gracias, Arthur.

El cochero regresa su atención a la rural vía y Adam suelta la cortina dejándose caer sobre el angosto asiento de franela carmesí. El trayecto desde Reino Unido hasta Francia han sido cinco días en navío desde la costa de Scarborough hasta el continente francés, y una vez en tierra dos días y medio a carruaje.

Por supuesto, no es una ruta que el joven escocés haga regularmente, por lo que rebusca en sus bolsillos y extrae un pequeño papiro ya dañado por el viaje que reza:

  "Adam,

Sabes que jamás te pediría esto si no fuese necesario.
Urge tu presencia en Sainte-Geneviève durante una larga
temporada. Otros asuntos reclaman mi atención en París
y en estos instantes me es imposible habitar y regir desde
Le Vertugadin. Confío a ti a mi esposa Élodie.

                                                                 Hasta pronto,
                                                                          James."


Adam aprieta la mandíbula. Cuando su hermano le envió aquella carta, apenas tardó unas horas en administrar el traslado desde Escocia. James jamás pediría algo si no fuera de extrema importancia. De nuevo introduce la nota en el abrigo y se yergue. Apenas había oído hablar de la esposa de su hermano, sólo sinuosos rumores acerca de un cabello castaño y un vestido blanco que apresuraba un casamiento; o eso fue lo que él recuerda de su leve intromisión en dicha ceremonia. Por aquellos meses su instrucción estaba siendo tan rigurosa como exigente, por lo que el paso por la celebración fue ameno y fugaz. Sin embargo, aquel día lo embriagó una curiosidad latente en la cabizbaja desposada, una mezcla entre orgullo y resignación parecían emanar de ella y su pulcro atavío.

La velocidad del carromato mengua y Arthur gesticula gravemente a los caballos, que entienden que deben detenerse.

La puerta se abre antes de poder tocarla y se apea con gracia, abotonándose el chaleco. Un servicio de dos mujeres y un mayordomo lo reciben en el terreno de la entrada; ha llegado el señor de la casa. Sólo que no es el señor de la casa, al menos no completamente.

La estructura está tal y como la recuerda, piedra grisácea con un hilo intrépido de hiedras que parecen querer asentarse en el tejado de la mansión. La casa de los Devonshire, su residencia en Francia como cualquier otra buena familia británica, presta del más exquisito yeso en sus balconeras, todas blancas y con austeras figuras que antaño pertenecieron a algún supersticioso. Una chispa de humor acontece en los pensamientos del joven: ¿gárgolas, en serio? Su instructor tendría un cómico comentario al respecto.

—Señor.—se inclina el señor Carrow levemente, desviando la atención de Adam hacia él. Hacía demasiado tiempo que no venía a esta propiedad.—Esperamos que el viaje haya sido cuanto menos tedioso. Nos complace tenerlo de vuelta en casa.

Gracias, Carrow—agradece el joven mientras Arthur recorre el perímetro del vehículo hasta la parte trasera, donde empieza a retirar el equipaje.—Con Arthur siempre es un placer viajar.—su voz carece de entonación.

El aludido derriba una maleta y consigue ocasionar un estrépito que hace que algunas aves se alejen con apuro en el aire. De inmediato ambos hombres lo ayudan y consiguen que todas pertenencias estés en suelo firme sin daños. Adam extrae una pañoleta de un bolsillo pectoral para adecuarse las manos antes de redirigirse a la entrada principal, donde se encuentran cuatro figuras femeninas, Adam se acerca a ellas. Por supuesto, reconoce a la Señora Williams, aunque las dos doncellas a su lado le resultan desconocidas. Y a un lado, con la postura tan recta que podría no estar respirando: Élodie Devonshire.

—Señor Leithner.—saluda la señora Williams, aunque Adam sigue mirando a la esposa de su hermano.—Sea bienvenido de nuevo.

Gracias, Greta.—espeta el joven, que se guarda el pañuelo de nuevo, y con las manos limpias ahora, inclina levemente la cabeza hacia Élodie.—Parece usted algo sorprendida, ¿nunca ha visto a un caballero ayudar al servicio?

Sin duda por la expresión que muestra, parece estar a punto de estallar. Arthur y Carrow introducen el equipaje en la casa con extremo cuidado.

Tomaré el té a las seis, Greta, si no es molestia.—espeta educadamente a la Señora Williams, quien inclina la cabeza con una sonrisa. Adam extiende el brazo en el aire frente a Élodie, invitándola a entrar.—¿Me permite? Parece que será una tarde lluviosa.

Comienzan a caer tenues gotas, como si el cielo respondiera ante él.
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Mensaje por Élodie Devonshire Lun Nov 12, 2018 4:15 am

Parece que el viento frío del norte trae presagios y, consigo, un muchacho. Élodie trata de comprender la situación aún cuando su mente ya sabe la respuesta. Sin cambiar el semblante observa al recién llegado, su pulcra chaqueta color marino abotonada y el cabello castaño en su lugar, como cualquier caballero que se precie. Sin embargo, el tono de su voz y su acento delatan matices, sus actos no acompañan al protocolo que tan cuidadosamente está siendo obligada a aprender. No, jamás he visto a un caballero ensuciarse las manos por el servicio, piensa con cierto recelo, las apariencias siempre son más importantes. Se muerde el interior de las mejillas tratando de mantenerse serena, un leve pestañeo ante la invitación del que parece ser el señor Leithner, bastante agradable a ojos de los empleados de la mansión Devonshire.

Élodie asiente y muy en el fondo agradece el apoyo que le brinda el brazo ajeno, de haber pasado más tiempo estática se habría desvanecido. Su cuerpo sigue aún resentido por el duro entrenamiento, hacía semanas que el cansancio no se presentaba con tanta fuerza y las cicatrices de su mente necesitan sanar. Echa un leve vistazo a su acompañante, su brazo sujetándola indirectamente mientras su mirada revisa el recibidor de la mansión. Parece reconocerlo, sus pies ya han recorrido cada uno de los escalones del hall, sus hombros relajados, el suspiro casi imperceptible. La joven desearía preguntar, mostrarse más firme, sin embargo y sin haber sido avisado Élodie no tiene ni idea de quién es la persona que tiene delante, del porqué la trata como si, de pronto, la extraña fuese ella. Pero lo eres, se dice, siempre lo serás.

-Disculpe la indiscreción señor Leithner pero, ¿a qué debemos el placer de su visita?-mantiene la vista al frente mientras avanzan hasta el salón principal sin detenerse, el servicio se muestra receptivo ante la presencia el recién llegado- No hemos recibido ninguna notificación sobre su llegada y me temo que no estoy al tanto de sus intenciones.

A su espalda siente la mirada de la institutriz como dos agujas en las sienes. Siente que quizás esté preguntando algo que no debe y que todos saben, pero en su fuero intento descubre que está cansada de aceptar y no saber. Si va a tener a un extraño en su casa al menos merece una respuesta directa. Deseando mantener el equilibrio de separa de él y avanza hasta situarse en el centro de la estancia a modo de recibimiento.

-El señor Devonshire no se encuentra en la mansión en este momento pero espero que podamos atenderle como se merece.

Élodie lo mira por primera vez, esta vez de verdad, deteniéndose en su mirada y descubre que podría quedarse enredada en sus pestañas. No es un rostro casual, no refleja ningún tipo de normalidad. Todo en el hombre que tiene delante parece ambiguo y lejano. Como las leyendas.

-¿Es usted escocés?

La pregunta sorprende a todos por igual, la institutriz hace una nueva detrás del señor Leithner pero Élodie aún lo observa con pura curiosidad casi esperanzadora.
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Mensaje por Adam Mieczyslaw Leithner Vie Nov 23, 2018 8:16 am

Apenas atraviesan la entrada principal seguidos del servicio, Adam es acuchillado por nítidos recuerdos; hace demasiado tiempo que su presencia no ensuciaba las finas y almidonadas paredes de la propiedad Devonshire. El recibidor aún conserva la muesca en el suelo de madera, justo donde a James se le había caído el atizador de la chimenea. Aquel día no llovía.

Las puertas del salón principal ya están abiertas cuando Adam atraviesa la entrada aún con la Señora Devonshire enjunta a su brazo, y su voz quiebra la incertidumbre y la reticente melancolía que había conseguido obnubilarlo por unos segundos.

Antes de contestar lo que seguro sonaría descortés, decide tomar un momento para admirar el salón al tiempo que ambos toman asiento y el servicio se retira para comenzar a preparar la cena y brindar intimidad en la estancia.

Señora Devonshire, nada me haría más feliz que haber causado una entrada triunfal y sorpresiva. —asegura Adam, desabotonando su incómodo frac para poder sentarse con la gracia propia de un caballero. — Sin embargo, confieso que mi llegada ha sido algo fortuita y repentina debido a la incapacidad de mi querido hermano, que lejos de prever enviar un telegrama a su querida esposa informándole de mi llegada, veo que se ha quedado estupefacta con mi aparición.—el joven se inclina hacia la mesita auxiliar a su derecha para servirse una copa de brandy.—No se inquiete, Señora Devonshire, mis intenciones rivalizan con las de cualquier católico. ¿Una copa de brandy?

Aunque la pregunta es lanzada a nadie en particular, los ojos del joven se detienen en la recta figura con rostro fruncido y un apretado recogido; una alegoría a la sobriedad y la disciplina.

Deduzco que es usted la institutriz,—conversa amablemente Adam, con la sonrisa más amplia y ensayada posible— por favor, tome asiento, señorita…

Lynch.—espeta ella. Como si su nombre fuera una herida.—Es muy amable, Señor Leithner, pero debo declinar su oferta. Mi prestación para con la Señora han concluido por hoy y tengo otros compromisos que atender.—dice Lynch con decisión, posando su mirada punzante en la joven castaña.—Me despido hasta la semana próxima, Señora Devonshire. Señor.

El suave taconeo resuena por el salón al tiempo que Adam se levanta para despedirla. Carrow aparece de dios sabe dónde y acompaña a la institutriz hacia la entrada principal de la propiedad. Adam se acomoda de nuevo y ahora su única atención es la copa de brandy…, aparentemente.

Mae llawer yn dweud bod yr albaniaid yn cael eu melltithio.—reza Adam en galéico, contestando a la pregunta formulada por la señora de la casa. Una sonrisa escapa imperceptiblemente.

Se dedica un momento a observar a su cuñada, tan joven y pálida. Resulta el adorno menos cargado de la habitación con su vestido, sencillo y con… Los ojos de Adam vuelan al nacimiento de una herida que asoma ligeramente por debajo de su clavícula. Su copa queda inmóvil en el aire, justo antes de rozar sus labios.

¿Está usted herida?


***Mae llawer yn dweud bod yr albaniaid yn cael eu melltithio: "Muchos dicen que los escoceses estamos malditos."
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Mensaje por Élodie Devonshire Mar Nov 27, 2018 6:22 pm

Élodie observa al recién llegado como si fuera un espécimen que no pudiera descifrar, un mapa de un tesoro perdido, sin sentido. No consigue comprender el porqué de su aparición y muy en el fondo sus alertas de encienden. ¿Y si se trata de otro “educador”, otro de esos hombres que acude a la Mansión para ponerla a prueba y calificar la esencia de su poder? El gesto de la muchacha se mantiene sereno, sin embargo, sus ojos serios están a punto de soltar chispas. James jamás se digna a informarla de nada, incluso sus idas y venidas en ocasiones pasan desapercibidas para ella misma. Varias han sido las mañanas en las que ha descubierto otro juego de cubertería sobre la mesa, muchas otras las que ha desayunado sola.

El muchacho se desenvuelve de forma familiar y, cuando él mismo toma asiento, Élodie se queda donde está, dudando por un instante. ¿Cuándo comenzará? Dirige una leve mirada hacia la institutriz, deseando que se marche y se quede al mismo tiempo, buscando respuesta a una pregunta que no tiene. La señora parece igual de confusa y arruga la nariz. Élodie odia ese gesto, le otorga un aspecto de ave rapaz.

¿Hermano? Sus pestañas vuelan de nuevo hacia él, inquieta, sorprendida. Es como si se hubiera saltado capítulos de un libro y alguien le contase el final, alguien con una voz melódica y desconocida. Élodie no lo recuerda, intenta colocar al joven de ojos grises entre la multitud, pero el día de su boda estuvo tan ausente que todos los rostros se le antojaban iguales. En su boda todo fue borroso.

Sin saber si se trata de una broma, la castaña ladea el rostro y omite sus palabras.

-No bebo, gracias-avanza un paso hasta la chimenea donde varios libros reposan sobre el calor de la piedra. La institutriz declina el ofrecimiento de igual forma y tras una escueta despedida desaparece de la vista. Élodie toma aire por fin después de horas sin respirar tranquila. Pese a que comienza a acostumbrarse en las visitas y el horrible carácter de la señora Lynch, jamás conseguirá estar tranquila en su presencia.

Las palabras la atraviesan antes siquiera comprender lo que dice. Hace ya tanto tiempo que no escucha su lengua materna que la simple frase desencadena ríos en su interior. Es curioso cómo el galéico transforma la voz, cómo en los labios del joven de ojos grises las palabras salvajes suean melódicas.

-Agus tha iad gu math ceart.

Unos segundos de silencio para medir cuál es el siguiente paso.

-Va a tener que disculpar mi insistencia pero, si mi marido no ha tenido la consideración de explicármelo tendrá que hacerlo usted ¿cuál es el motivo de su visita?-el ventanal tras él muestra prados y terrenos infinitos, sin embargo, los ojos de Élodie estudian el tono cobrizo que adquiere su cabello con los rayos de sol que aún se resisten a la lluvia-Aunque sea cual sea el servicio dispondrá una habitación para…

El ceño de la joven se frunce un instante antes de comprender, con inquietud pero sin esconder de Élodie resta importancia a la marca que asoma por el corpiño bajo la fina seda. Normalmente aquellas personas que se percatan de su cicatriz fingen no haberla visto, sonríen casi con lástima imaginando posibles causas para tal atroz deformación.

-Lo estuve-la franqueza de la respuesta la sorprende. Lo estoy aún- Como le decía, tendrá una habitación lista para su reposo durante los días de su estancia.

La señora Carrow aparece de nuevo, siempre con pasos de pajarito, y deposita algunas pastas y té de hierbas exóticas sobre la mesita.

-Mi Señor, Señora- hace una leve inclinación, siempre correcta- Aún faltan unas horas para las seis pero el frío se ha colado en la casa y he pensado que os vendría bien calentar el cuerpo-su mirada vuela al señor Leithner, y Élodie podría decir que lo hace casi con cariño-Ha sido un viaje largo y el té todo lo cura. Si me disculpan.[/b]

Y puede que la señora Carrow tenga razón, porque en cuanto se marcha la joven castaña se acerca a la mesa y toma asiento. La taza quema en sus manos y la deja reposar ahí hasta que el agua hirviente toma el tono adecuado.

-No recuerdo haberlo visto antes Señor Leithner, me temo que no sé nada de usted.

Élodie no puede negar que la visita es un soplo de aire fresco pero confiarse puede ser un grave error. Desde donde está el rostro ajeno se le antoja sombrío y aún puede notar cómo sus ojos rozan la parte visible de la cicatriz. Élodie suspira y vuelve a hablar, intentado quizás desviar la atención y preguntar indeseadas

-¿Desde dónde viene?
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Mensaje por Adam Mieczyslaw Leithner Miér Nov 28, 2018 6:59 pm

Un escalofrío recorre el cuerpo del joven cuando el acento escocés se hace evidente en su acompañante. Su respuesta en la lengua materna del muchacho le hace vacilar un segundo, sin saber muy bien cómo reaccionar; pocas cosas lo dejan sin palabras. Apenas un sorbo roza sus labios, devuelve la copa a su juego en la mesita auxiliar.

Su evasiva es más que evidente a su pregunta, y el mensaje no podría ser más claro; no siga por ahí. Y sin embargo, sólo potencia su curiosidad. Si hubiera sido un leve cardenal, un mísero corte... Pero aquella herida atraviesa su pecho ferozmente como una maldición, incrustado en su piel, casi como un insulto a su tez. La ira bulle irremediablemente en el muchacho, que dista mucho de dejar pasar esta incógnita. Una oleada de energía lo recorre, una sensación tan familiar, el presentimiento, la precognición de algo malo.

Sus ojos navegan sin cesar por el rostro de Élodie, tanteando la mentira y la evasiva, tan sujetas de la mano en sus palabras.

Señora Devonshire, le pido disculpas si la he incomodado. —no parece sentirlo en absoluto— Como ya le he dicho, mi hermano ha sido bastante escueto y simplista dando la información de mi llegada: apenas ayer fue informado Carrow mediante un telegrama urgente desde el pueblo vecino. No se inquiete, señora, estoy aquí por y para usted.

La habitación se inunda súbitamente de pasos apurados y tintineo del servicio de té que la Señora Carrow lleva en sus capaces manos. Lo deposita en la mesa al tiempo que Adam lanza una mirada al ventanal, no estando seguro de que fueran ya las seis. Las nubes arremolinan el cielo con capricho, queriéndolo todo para sí, sin un ápice de azul.
De pronto Adam agradece el adelanto del té.

Greta, no se hace idea de lo mucho que he extrañado sus pastas. —alude jovialmente el muchacho— Sin duda Le Vertugadin se vendría abajo sin usted y sus misteriosas recetas.

Una sonrisa adorna el rostro de la doncella y se retira. El recuerdo acude a la memoria de Adam sin ser llamado: los gritos y reproches inundando el vestíbulo, otro mal año en el ducado y sus tierras. Otra vez maldice los ojos de su hijo, tan parecidos a los de ella… Y Greta lo esconde, lo tranquiliza, le ofrece arándanos y tostas de harina, hasta que los gritos calmen.

La voz de Élodie lo trae de nuevo al presente. Adam lleva una mano a su mandíbula mientras ella atiende el té.

Señora, sería en grado sumo improbable olvidarla…, siendo la novia en la ceremonia de su casamiento. —comienza el joven— Aunque admito que es la primera mujer que no me recuerda una vez me ha visto. —Adam persigue cada movimiento de la joven sentada frente a él y decide que será mejor servirse él mismo o se le enfriará.— Durante la temporada en la que me instale aquí, me ocuparé de las tierras y el ducado Devonshire como me ha solicitado James; le ruego continúe sus quehaceres como hasta entonces, espero que mi estancia aquí no dure más de tres meses, aunque conociendo a mi querido hermano, todo es incierto hasta que se realiza.

El olor a melisa y canela lo impregna de lleno; su té está listo.

¿No le ha dicho nada mi lengua materna?—le alenta el joven con la taza de té a la altura de sus labios. La lluvia comienza a golpear ferozmente en el vidrio del ventanal, amenazando con entrar.— Natural de Escocia, condado de Lymphoy. Lo cierto es que esperaba un clima menos familiar...

Aparece de nuevo la señora Carrow y se dispone a encender todas las velas y lámparas hasta que poco a poco la habitación parece tan iluminada como si fuera mediodía. Con el mismo sigilo, desaparece.

De cualquier manera, Señora Devonshire—asegura él—, siempre es un placer regresar a casa, ¿no cree?

Casi por un instante, Adam desea regresar su mirada a la cicatriz que la muchacha guarda en su pecho, pero se detiene. La luz los envuelve, aunque ambos parecer portar su propia oscuridad.
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Mensaje por Élodie Devonshire Mar Dic 04, 2018 5:41 pm

Por y para usted.

Lo dice con soltura, casi complacido. Élodie posa la mirada sobre su taza al escuchar dichas palabras. Nadie está aquí por y para ella, ni su marido con su distancia, ni la señora Carrow con sus pastas de canela y miel, ni siquiera la institutriz. Un escalofrío ya familiar la recorre y se descubre a sí misma tratando de averiguar las verdaderas intenciones tras la llegada del señor Leithner, ¿realmente ha sido enviado para hacer presencia en la Mansión y controlar que nada se hubiera quemado mientras ella estaba al mando? ¿O es que el joven conoce su condición y es otro de los muchos que hacen sus encargos? Quizás tendría que convertirse en otra persona por y para él. Tal vez en una familiar hace mucho fallecido, una víctima o puede que un antiguo amor.

Sólo se da cuenta de que muerde el interior de sus mejillas cuando vuelve a escuchar su voz. Por muy familiar que él encuentre su propia presencia en las tierras del ducado de Devonshire, Élodie no consigue encajar las piezas que lo atan a este lugar. Demasiada luz, se dice, tiene tanta luz en el rostro.

Tan educado como modesto—dice, alzando las cejas, intentado que la sonrisa también le roce los ojos—Tendrá que perdonar mis modales en aquel momento, todo era... nuevo para mí.

La pausa educada sólo sirve para que su ceño se frunza al instante ante las noticias. Una vez más se sorprende de no haber sido avisada de tal situación. La misma mano que ha utilizado James para escribir a su lejano hermano escocés podría haber escrito otra carta a su actual mujer, piensa, casi avergonzada, casi. Inspira y toma un sorbo ahogando las palabras que amenazan con desprenderse de su boca. Algo dentro de ella se inquieta. El sabor del té sirve para tranquilizarla y solo entonces vuelve a mirar al señor Leithner, como si algo despertase tras los párpados.

Creía que en Lymphoy sólo quedaban leyendas—deposita su taza sobre la mesita, alineada con el borde—Cuando era pequeña mi abuela me juraba que si no me iba pronto a la cama la viuda de Lymphoy vendría a por mí—se encoge de hombros ante el recuerdo. Élodie tan sólo era una niña por aquel entonces pero creía tanto en los cuentos como cree ahora en sus poderes y, a veces, dejaa la ventana abierta a media noche para que la viuda pudiera llevársela, pensando ilusa que nada podía ser más malo que estar sola—Tengo entendido que los viñedos de las tierras del norte tienen mucha influencia en París.

Una sombra marca el rostro ajeno, cuando Élodie vuelve sus ojos a él duda ante el tiempo que debe mantener la mirada sobre su ahora cuñado. Teme romper aquello que pueda estar pensando mientras la mira en una intensidad lejana, como pasos al final del pasillo. El olor a vela recién encendida inunda la estancia, Carrow es apenas un suspiro entre ellos y mientras las llamas comienzan a coger fuerza, la lluvia se lleva los últimos rayos del sol.

Algunos tienen la suerte de poder volver, señor Leithner; otros, sin embargo, nos adaptamos—da otro sorbo al té, la institutriz la regañaría—Tres meses es mucho tiempo, ¿quiere decir eso que James no volverá hasta entonces?—hace una pausa antes de decir algo que no deba, y añade—La mansión es grande sin duda pero creo que su presencia no va a pasar desapercibida, el servicio parece muy interesado en complacerlo. No solemos tener muchas visitas—echa una divertida mirada hacia la puerta, algunas doncellas ojean curiosas al recién llegado y desaparecen en cuanto se dan cuenta de que han sido descubiertas—Es totalmente bienvenido pero debo pedirle un favor—Élodie descubre un brillo y motas azules en los ojos ajenos—Le pido que me mantenga informada, transparencia en la medida de lo posible. No quiero más sorpresas.
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Mensaje por Adam Mieczyslaw Leithner Vie Dic 07, 2018 2:01 pm

A pesar de la luz que inunda la estancia, Adam no ve con claridad la intención de Élodie.
Un leve sorbo al té le basta para saber que ha vuelto a olvidarse del azúcar y comprobar que el líquido ya apenas está tibio cuando la mención a su madre cubre sus sentidos. “La viuda de Lymphoy”. La viuda de Leithner, la bruja eterna, la señora blanca… Tantos apelativos existen referentes a Liar Saoirse Leithner.

Algo en las palabras de Élodie, en su nostalgia, le obligan a apartar la mirada de ella y posarla sobre cualquier objetivo inanimado lo suficientemente interesante para excusar su evasión a la conversación. Apenas un día en Francia y el fantasma más hermoso que recuerda continúa a su paso sin remedio, “Leithner hasta morir”. La taza de té se le antoja más amarga a cada segundo transcurrido y la aparta con indiferencia, como si la viveza se hubiera ahogado en esa reducida taza.

Ha entendido bien.—Adam carraspea—Los viñedos de Lymphoy son los principales mercantes de Francia, aunque he de confesar que Prusia nos ha ganado terreno. También destilamos el mejor whisky en Lymphoy, de buen gusto para los colonos, al parecer.—se yergue sobre su espalda y se alza en su asiento, caminando hacia la mesa alta junto a la ventana. Siempre ha encontrado los adornos de esa casa de lo más austeros. Adam reprime una mueca.—Tres meses es apenas un suspiro, se lo aseguro. Apenas notará que estoy aquí.—gira la cabeza para mirar directamente a los ojos verdes de Élodie—Si me permite el atrevimiento de preguntar…; ¿resultaría un problema para usted el que mi hermano se ausente durante un período de tiempo tan impreciso?

Unos susurros atraen su atención más allá del umbral de la sala, donde unas doncellas cuchichean y ríen por la llegada del nuevo anfitrión. Adam desatiende la chiquillería y aplasta su ego en una máscara de semblante serio e inalcanzable. Sin embargo, algo lo atrae de nuevo y deja de lado su vanidad. Adam frunce el ceño.

¿A qué tipo de información se refiere, Señora Devonshire?—pregunta Adam extrañado. No pretenderá encargarse de la contabilidad o el asocio de los arrendatarios, ¿verdad? Pero una idea atraviesa su mente, algo que pronto adquiere forma y solidez.—¿Acaso mi hermano la excluía en las tareas del ducado?

Un carraspeo leve emerge entre las sombras y desvela al señor Carrow tan regio como un candil. Los cuchicheos de las doncellas habían desaparecido sin más, con ellas.

Mis disculpas, señor. Señora.—Adam hace un gesto de indiferencia con la mano y le insta a continuar—Les informo que la cena ya está lista para servir.

Muy bien, gracias Carrow, iremos en seguida.—asiente Adam. Carrow se desvanece de nuevo en silencio y el joven adelanta sus pasos hasta posicionarse junto al sofá de Élodie y le tiende de nuevo la mano, que bajo la luz de los cirios esconden menos sus cicatrices blancas.—Señora Devonshire, ¿sería mucho pedirle que renuncie a su taza de té seguramente ya helado, y me acompañe a degustar la cena? Llevo años sin alimentarme decentemente. —bromea el joven con una sonrisa, deseando que ella también sonría por vez primera.
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Mensaje por Élodie Devonshire Jue Dic 13, 2018 4:26 pm

Por algún motivo Élodie duda mucho que la estancia del muchacho en la Masión Devonshire vaya a pasar desapercibida. Hay matices en su forma de observarlo todo, en cómo se comporta el servicio en su presencia o cómo las atenciones giran a su alrededor, que le hace pensar que quizás su persona la hará sentir más extraña. Más extranjera. Pese a ello, se conforma pensando que siempre lo ha sido.

Ante la pregunta Élodie desvía la mirada hacia el exterior, como hace siempre que quiere evitar una verdad que debería mantenerse silenciada. A veces, cuando no encuentra respuestas, se refugia en el movimiento de las nubes o busca nidos de pájaros en los árboles lejanos.

-Creo que todos nos hemos acostumbrado a las ausencias del señor Devonshire-comenta sin responder siquiera. Al instante se recuerda a sí misma que debe mantener la lengua quieta y la sonrisa perlada, tal como querría la institutriz, al fin y al cabo es una dama. Se alisa el vestido sin necesidad de encontrar arrugas y vuelve la mirada hacia él.

Élodie sopesa con cuidado las palabras, hasta dónde sería adecuado responder a las preguntas poco casuales del señor Leithner, de qué forma debe confiar en su postura cortés y desenfadada. Al final simplemente sonríe y da otro sorbo al té, ya tibio y sin sabor. Hay cosas que no encajan, al menos no para ella. ¿Por qué James requiere de una ausencia tan extensa? ¿Por qué actuar sin aviso, sin consideración? Por muy hermano que sea de su marido el señor Leithner es un total desconocido.

La presencia de Carrow la trae de vuelta y, extrañada, frunce el ceño y busca con disimulo la hora en el reloj de pared. La tarde ha pasado lenta y rápida a partes iguales, quizás más entretenida que muchas de las que ha tenido que pasar sola. Su cuerpo aún resentido le pide un descanso. Cada visita de la institutriz es un motivo para no cenar, normalmente exhausta y dolorida, Élodie termina subiendo las escaleras a duras penas hasta su habitación, toma un baño ardiente y duerme hasta el mediodía del día siguiente. A veces son las doncellas las que cambian su muda mientras duerme y muchas las noches en las que la cena y el desayuno se quedan fríos y sin tocar. Hoy sería uno de esos momentos si la mano del señor Leithner no estuviese extendida hacia ella y no fuese una invitación difícil de rechazar. Cuando sus dedos fríos rozan la piel ajena se avergüenza al comprobar que él desprende una agradable calidez, un contraste nimio se dice, pero real.

-No lo diga tan alto o tendremos cassoulet de la señora Margaret hasta el próximo año-lo intenta, realmente lo intenta, pero la sonrisa no llega a formarse en sus labios. Sin embargo, acepta el brazo del joven cuando se lo ofrece y abandona la estancia dejando atrás el aroma a canela y leña.

Carrow los recibe en el comedor y, para sorpresa de Élodie, encuentra el lugar más iluminado que de costumbre. El doble de candelabros iluminan la habitación dejando un acogedor aroma y  la mesa está dispuesta y servida con generosidad. Élodie permite que la guíe hasta el asiento que le corresponde, a un extremo frente a él, pero advierte que hay dos juegos de cubiertos demasiado próximos. Se da cuenta de que puede que esta sea la primera vez desde que llegó a su nueva casa que ve la mesa de tal forma. Pese a todo, se sienta donde le él le indica y acepta el vino que uno de los camareros le ofrece.

-Va a tener que disculparme, señor Leithner-comenta con toda la cortesía de la que es capaz mientras lo sigue con la mirada hasta que él se sitúa en el asiento presidencial, a su drecha-Aún no sé su nombre-se muerde el labio lo justo para saber que no está bien y consigue mantener la compostura. Debería saber su nombre, se reprende, James debería haberme dicho el nombre de su hermano y yo haberme interesado en preguntarlo. Lo observa brevemente, tratando quizás de encontrar todas las similitudes que lo unen a James. No encuentra ninguna.
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Mensaje por Adam Mieczyslaw Leithner Sáb Dic 15, 2018 8:23 pm

Un amplio e iluminado salón se extiende ante ellos, brindando la bienvenida más acogedora posible. Una mesa dispuesta en el centro compone un total de ocho asientos, aunque sólo dos tienen servicio; el extremo presidencial y su contiguo a la derecha. Adam y Élodie avanzan por la sala tras Carrow, quien los guía y los asienta en sus lugares, pero el joven apenas es capaz de seguir al mayordomo sin controlar sus recuerdos; cómo su hermano rodeaba la inmensa mesa, y él lo perseguía con adoración y desparpajo propio de su temprana edad. La herida en su hombro izquierdo parece palpitar ante el eco de aquel jarrón de cerámica que cayó por las travesuras de James, que impactó contra su cuerpo.

Toman asiento en los indicados por el servicio y pronto se percata de la proximidad entre ambos. La punta de sus cubiertos se rozan. Sirven el vino en sendas copas acristaladas y en seguida el aroma a viñeda y alcohol impregna la escena, dulzón y añejo. La voz de Élodie vuela entre ellos para captar su atención y pronto sus ojos se entrelazan, siendo los de ella tan verdes y cautos, parece estar examinando a Adam en busca de respuestas que jamás existieron. Él sostiene la mirada, acero y viveza colisionan por un instante, y aferra su instinto cuanto puede para no apartar la mirada, para extender el tiempo todo lo posible. Sin embargo, sus modales rigen sus acciones y aparta la mirada de nuevo hacia la herida que asoma ligeramente por sus ropas.

Adam.

El joven pronuncia su nombre con poca armonía y sin galantería, mientras se acerca la copa a los labios y lo cata: algo picado.

Adam Mieczyslaw Leithner de Devonshire.—alardea con galantería.—Y, por favor, le ruego que me tutee..., al fin y al cabo, somos familia.

Un grupo de personas aparece entonces y sirven la cena mientras la lluvia arrecia contra el cristal del ventanal; esta noche los monstruos dormirán. Una fuente generosa es depositada en el centro de la mesa, junto con varios platillos y cuencos. Adam da un sorbo a la copa en su mano mientras el sirviente procede a cortar cuatro lomos de la ternera que se encuentra en la fuente.

Esto es lo que yo llamo una bienvenida.—murmura para sí.

En la mesa encuentra una gran variedad de verduras asadas, un redondo de ternero con salsa de nueces y pimienta, boniatos rebozados y aceitunas negras. Adam alza las cejas cuando descubre los tacos de queso en el último cuenco, el más cercano a Élodie. Por supuesto, Francia. Una mezcla de especias y carne los invita a devorar cada ápice de los platos, sin embargo algo frena al muchacho a servirse. ¿Querrá Élodie bendecir la cena o agradecer antes de mancillar los alimentos?, piensa el joven con sarcasmo, después de todo, se casó bajo juramento y en la Iglesia. Puede que abrace la religión, y me muero de ganas por descubrirlo.

Expectante por adivinar sus próximos movimientos, Adam aguarda con la sonrisa escondida tras su copa. Un sirviente joven reclama su atención al acercarse a él por la izquierda e informarle en voz trémula y baja:

Mi señor, su equipaje ya se encuentra dispuesto en sus habitaciones.—dice. Apenas tendrá quince años, porta el frac del servicio y una coleta baja, con la cara impregnada de acné y la mirada nerviosa.—Su baúl familiar también, señor.

Adam asiente y se lo agradece, permitiendo al muchacho marchar a otra tarea. Devuelve la atención a Élodie y deposita la copa en la mesa de nuevo.

Y dígame, Señora Devonshire, ¿cómo lidian en Le Vertugadin cuando mi hermano se ausenta durante tantos meses? Me imagino que ocuparse usted sola de un ducado entero requiere la más atenta de las mentes.—comenta Adam, posando sus ojos sobre ella de nuevo, buscando su verde.—Y, por las leyendas que recorren estos campos, también la más feroz valentía.

Cada llama, de cada vela, pareció palpitar.
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Mensaje por Élodie Devonshire Dom Dic 16, 2018 5:24 pm

Adam.

Su nombre parece sacado de una de las novelas que se amontonan en el alfeizar de la ventana de su habitación. Todos los protagonistas que recuerda con ese nombre son personajes atormentados, amantes rotos o soldados de guerra que jamás vuelven a su hogar. No puede evitar pensar que hay un matiz apagado en la voz del señor Leithner cuando arrastra su propio apellidos como una sombra.

Élodie da un sorbo al vino con tal de evitar que su joven cuñado pueda leerle la mente. Al instante se arrepiente, el sabor amarga su paladar y aumenta más su inapetencia.

Normalmente es el servicio quien sirve y llena los platos de Élodie, se encargan de poner raciones generosas y mantenerse cerca para asegurarse, disimuladamente, que la muchacha come algo. Son conscientes de que las visitas de la institutriz resultan agotadoras para la joven señora de la casa y, aún sin saber las razones, tratan de mantenerla con un tono de piel saludable. Esta noche, sin embargo, Élodie se percata de que en la estancia se mantiene una respetuosa privacidad. La morena observa las bandejas humenantes y agradece el aroma de los alimentos.

-Amén- murura sin un ápice de intención, con la mano ya sobre el panecillo. Por mucho que practique las oraciones y le ponga empeño, siempre le parecerá extraño dar gracias al cielo por la comida que cría, sacrifica y prepara la señora Margaret.

Élodie hace un leve y educada pausa y procede a servirse algunos espárragos trigueros con crema de limón y una porción de filete de ternera. De reojo capta la maraña de cabello rubio de joven Luke, siempre tan inquieto y escurridizo, susurrando algo acerca de un baúl al señor Leithner.

-Como podemos-comenta sin mirar a nada en particular-No voy a mentirle Señor Leithner, es una tarea difícil y exhausta para mí, y aún así ni siquiera me ocupo de lo que verdaderamente importa. Pero tengo la suerte de estar bien aconsejada-pone la fuente llena de verduras rebozadas cerca del plato ajeno, dando por hecho que él se servirá-Para recaudar el pago trimestral de los arrendatarios he dispuesto mensajería; un tesorero, un abogado y un mensajero leal se ocupan de que el pueblo cumpla con sus obligaciones-lo mira entonces, intentando trasmitir seguridad en sus palabras. James siempre ha estado al tanto de los movimientos que hace en cuanto al ducado se refiere, pero si ha tenido interés en la forma de actuar de su mujer jamás lo ha mostrado. Mientras el pueblo pague, todo le parecerá bien-En la última recaudación decidí que a aquellas casas que no puedan afrontar la cuota se les ofrerá un aplazamiento de cortesía. Sin embargo la ausencia de su hermano comenzó a elevar rumores a finales de verano, así que de vez en cuando disfrazamos al señor Carrow con uno de los mejores trajes y lo sacamos de paseo en el carruaje oficial-sonríe divertida, sin una pizca de vergüenza, como si la idea fuese un gran adelanto y, en realidad, sí que lo es. Por la cara que pone el señor Leithner parece sorprendido y extrañado a partes iguales-Conseguimos acallar la inquietud del pueblo y pasar una agradable tarde por mucho que Carrow lo deteste-se enconge de hombros y prueba el primer bocado.

La comida se le antoja pesada al instante, la lengua no le permite tragar y se obliga a masticar varias veces. Había olvidado porqué dejó de comer después de las sesiones. Inspira profundamente y da otro sorbo al vino para bajar el alimento. Se mueve inquieta, con disimulo, para mitigar la llama en su pecho.

-¿Cree usted en leyendas... Adam?-duda en el último momento, a pesar de tener su permiso para tutearlo siente una extraña presión, como si de pronto estuviera haciendo algo malo. Lo mira directamente, como si la única forma que tuviera de comprender el significado velado de sus palabras fuese el colgarse de sus pestañas. Por una extraña razón el acento de Adam la conmueve, le recuerda que sus raíces siguen palpitando dentro de ella. Élodie siente otro latigazo y un instante tiene que concentrarse en cómo se sujeta el tenedor para mentener a raya el desgarro que siente en la cicatriz, agujas perforando la piel desde dentro- Es cierto que París está más alerta que nunca y los asesinatos han aumentado... la noche ya no es un lugar seguro y desde luego a las afueras no estamos fuera de peligro-vuelve la mirada hacia su plato, recordando que es de mala educación mantener la mirada sin precedente- Quién sabe, quizás los monstruos hayan dejado de esconderse bajo la cama.


Última edición por Élodie Devonshire el Sáb Dic 22, 2018 6:51 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Adam Mieczyslaw Leithner Mar Dic 18, 2018 6:51 pm

Así el cielo escucha plegarias, de los labios de Élodie exhala su oración.

Adam no puede evitar seguir cada movimiento que la muchacha realiza, analizando sus gestos y posturas, al acecho siempre. Sus manos aún sujetan la copa de vino acristalada cuando algo lo sorprende, inusualmente. La sonrisa que viste su cara en un efímero instante. Apenas se percata de la presente incomodidad que parece sentir Carrow, a una esquina de la sala, cuyo gaznate sube y baja en seco ante la posibilidad de repetir tal teatro por las tierras. Sin embargo, el desasosiego del sirviente poco le importa, para honestidad del joven, en ese preciso momento.

La nostalgia en el brillo de los ojos de Élodie, desvelan la presente soledad que la acuna, y Adam siente casi lástima. Casi.

Bueno, supongo que no tendrás inconveniente en que de ahora en adelante, el puesto de Carrow y el de James sea el mío... durante mi estancia.—comenta el joven, aún con la mirada en la esposa de su hermano. Desprende sus ojos y los dirige al otro extremo de la habitación con una malévola sonrisa partiendo su rostro.—A no ser que sea del gusto de Carrow, continuar disfrutando de tal simulación.

Éste se revuelve en su sitio, tieso y alerta.

Adam coloca su copa de vino en la mesa y admira el majar frente a ellos. Siente tanta hambre que devoraría... pero ella apenas ha probado bocado, se percata. Con cuidado, se sirve dos buenas piezas de carne y una generosa cantidad de boniatos, acompañado con nueces y guisantes en crema y comienza a comer. No con avidez o necesidad, sino como si cada bocado fuera una prueba, tal y como le enseñó su padre.

¿Monstruos?—Adam ralentiza su sustento hasta apartar los cubiertos definitivamente del plato. Apenas una miga de pan más y sentirá explotar. Saciado, devuelve su atención a su acompañante y su inaudito comentario.—Las leyendas no nacen del aire, si bien alguien consigue tener la imaginación suficiente como para crear semejante historia, le aseguro que la realidad siempre es mucho más... enriquecida. Lamentaría profundamente que esos monstruos tuvieran el descaro de siquiera asomarse bajo las sábanas, no hablemos ya de escapar de la oscuridad que los acoge bajo el lecho.—su voz torna a ronca a medida que su mente divaga con mil y un recuerdos—París es una ciudad aventajada y sucia, y aunque fuera el lugar más acogedor para los... monstruos, como has dicho, existen bestias menos monstruosas que los humanos.

El aire resulta unos grados menos cálidos cuando termina de hablar y sabe, sólo entonces, que tal vez ha dicho demasiado, y que el silencio que pesa entre ellos es denso y fino, como si romperse fuera la opción más rápida y más inquietante. Los ojos de Adam vuelan hace el brazo derecho de Élodie, que luce un recopilatorio de pequeñas gotas en el antebrazo.

Tienes algo en...—comienza, pero se detiene a medio camino de aferrar su pañuelo y acercarse a ella.—Permíteme.

Dudando, desliza los dedos por la piel de la muñeca de Élodie y la obliga a extender el brazo ligeramente hacia adelante, desvelando las gotas. ¿Tinta? ¿Té? El pañuelo cubre de una pasada el inconveniente y se avergüenza al retirar la mano de su muñeca, habiendo tardado un segundo de más innecesariamente.

¿Te encuentras bien?—pregunta Adam, pues Élodie parece tan exhausta como un hombre maldito la última hora de una luna llena.
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Mensaje por Élodie Devonshire Jue Dic 27, 2018 6:03 pm

La sonrisa se queda a medias tras su copa. Sin necesidad de mirarlo sabe que Carrow muestra la peculiar mueca de estar educadamente inconforme, como siempre que Élodie le propone alguna locura impropia para un caballero. La cena avanza sin inconvenientes y el tiempo transcurre de forma contradictoria. Procurar no observar todos y cada uno de los movimientos de su cuñado se convierte en una ardua tarea.

Puede que se trate de la poca costumbre a las visitas, que todo le parece nuevo y diferente. Al final, el deliberado confinamiento al que ha estado sometida en el último año le ha pasado factura, como si en ocasiones lo único que tuviese claro es la forma en la que debe tratar al servicio o el colorido de sus prendas.

No lo interrumpe cuando lo escucha hablar de nuevo, ya que algo en la voz ajena la advierte que debe elegir muy bien sus palabras, como si cada sílaba fuese una mina. Hace mucho que su estómago no acepta bocado y los cubiertos reposan casi limpios sobre el plato. Observa a Adam con cautela y se da cuenta de que es el hombre con las pestañas más largas que ha visto jamás. Podría decir algo y rebatirlo o simplemente despegar los labios para indicar que está de acuerdo, pero se queda estática. El dolor comienza a ser insoportable y las palabras de su joven cuñado han despertado todas sus alarmas.

El mundo de la noche en París dista mucho de ser durmiente.

Está apunto de tomar de nuevo su copa cuando siente los dedos ajenos rozando su piel. El contacto la sorprende tanto que no consigue reaccionar, las manos de Adam son apenas un suspiro mientras limpian con un pañuelo restos de tinta del brazo de la pálida muchacha. La mancha difícilmente es borrada, ya casi seca sobre la piel. En las últimas semanas la única forma de encontrar cierta paz se encuentra en la escritura, y muchas son las mañanas en la que amanece con las yemas tintadas.

Élodie aparta el brazo cuando percibe la retirada de Adam. El desgarro en su pecho, el ardor de la cicatriz, es cada vez más patente y el temor de verse parta por la mitad comienza a ser más que real. Se levanta todo lo despacio que es capaz, manteniendo una sonrisa que no trasmite nada.

-Discúlpame-dice, tuteándolo por fin, quizás tratando de crear una complicidad que aún no existe-Ha sido una jornada agotadora y me avergüenza admitir que no me encuentro muy bien-siente tras de sí cómo Carrow aparta su silla para ayudarla. Lo descubre demasiado cerca, alerta como muchas otras ocasiones en las que consigue evitar que su señora caiga al suelo.

-Ha sido una cena agradable pero tengo que pedirte que sigamos nuestra conversación mañana.

Después de una leve reverencia Élodie comienza a avanzar hacia el umbral de la puerta y aterrada descubre que gotas de sudor perlan su frente, su pulso es intermitente, sus pasos cortos y apresurados. Carrow la sigue de cerca con el brazo ligeramente extendido hacia ella, preparado para cuando la joven necesite apoyo. Pero Élodie camina manteniendo el porte, intentando de alguna manera controlar el volumen de su respiración. Ya no oye ni escucha nada, solo siente sus pasos mientras asciende por las escaleras, el frío en la nuca, el fuego en su pecho.

Lo último que consigue captar antes de alcanzar e final de las escaleras es su nombre en los labios de Adam.
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Mensaje por Adam Mieczyslaw Leithner Vie Ene 11, 2019 9:46 am

Las disculpas flotan en el aire y la calidez que parecía envolverlos se hace escarcha.

Con una apresurada explicación, Élodie se separa de la mesa y se yergue en su asiento, inclinándose levemente sobre sí misma. Adam se pone en pie al tiempo que ella y en acto reflejo le tiende la mano, pero se retracta a tiempo: el contacto anterior parece haberla afectado hasta el punto de querer retirarse. El muchacho contempla cómo desaparece por las grandes puertas del comedor, tan vacío súbitamente.

Carrow recorre la estancia como una exhalación y se aventura a seguir a su señora. Adam se traga su incomprensión y deja que la curiosidad fluya por su cuerpo como una energía poderosa e imparable. Sus ojos advierten lo que parece una pañoleta sobre el asiento que ocupó su cuñada, y la recoge. Es suave y sedosa, de un azul cobalto más oscuro en las puntas; desprende un aroma a limón, y dulce, como una tarde parisina.

Élodie.—la llama Adam con la tela en la mano, pero apenas avanza unos pasos hacia la puerta cuando se percata que tal vez no sería correcto seguir a una dama hasta su alcoba.

Sus manos aferran la tela y se deja caer en su asiento de nuevo, admirando el manjar de un rey sin compañía. La lluvia amaina y cesa el golpeteo contra el cristal, cada gota queriendo penetrar, llegar a cada superficie. Sólo los verdaderos monstruos huirían de la luz. Adam frunce el ceño mientras mira la suave prenda envuelta en su mano; ¿acaso Élodie había huido? Sus dedos recorren una y otra vez la superficie de seda, como un pensamiento hilado.

Señor.—una voz tímida interrumpe sus pensamientos.—Disculpe, señor. ¿Serviríamos el postre?

Se trata del mismo joven que informó a Adam de la instalación de sus pertenencias en sus aposentos antes. El muchacho aparenta unos diecisiete años, y el interrogante postrado en sus facciones, con la eterna inseguridad de sus actos. Con esa edad, Adam ya había derramado tanta sangre como vino tiene una bodega francesa.

No.—niega con la cabeza. Se levanta del asiento y se acerca a la puerta.—Ha sido una cena infinitamente deliciosa. Por favor, comuníqueselo a Margaret por mí y traslade mis disculpas por no quedarme al postre.

El joven se inclina levemente asintiendo, y contesta:

Por supuesto, señor. Margaret estará encantada.—algo en su voz hace sospechar a Adam que posiblemente Margaret sea, además de la cocinera de la mansión Devonshire, alguien cercano al muchacho.—Aunque ya se contenta con que la señora haya cenado decentemente por una vez en meses.

Una tímida sonrisa aparece en la boca del muchacho mientras desplaza un pequeño carromato de hierro y deposita los platos con sumo cuidado para desplazarlos al interior del ala de servicio.

Adam baja la mirada a su mano izquierda, envuelta en azul.

***

Al final del pasillo del ala este, en el segundo piso del residencial, una pañoleta atada al pomo de la puerta guarda el sueño de Élodie.
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