AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Aguas de plata | Flashback {Mikolaj Lennox}
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Aguas de plata | Flashback {Mikolaj Lennox}
Puerto de la Santísima Trinidad
Virreinato del Río de la Plata
Virreinato del Río de la Plata
Bakhit odiaba los barcos. La primera vez que se había montado en uno fue el día en que lo separaron de su familia, y desde entonces ninguno en los que había navegado le había traído buenos recuerdos. Tiaret solía decirle que le hubiera gustado ver mundo más allá del mar, lanzarse en alguna aventura que pudieran contar a sus nietos cuando estos llenaran cada rincón de su modesta casa, y a él siempre le había parecido una gran idea. Nadie de su familia había salido de la pequeña aldea en la que vivían, el bosque que los rodeaba era lo único que conocían, así que se veía a sí mismo como el primero, el que traería las exquisiteces de otras partes del mundo. Las circunstancias, sin embargo, no les habían permitido llevar a cabo esos sueños, y la única vez que Bakhit pisó una cubierta lo hizo atado de manos y pies.
Aquella vez, sin embargo, algo había cambiado en el viaje, y era su situación. Seguía siendo esclavo —como estaba seguro que lo seguiría siendo durante muchos años hasta que consiguiera reunir el dinero suficiente para comprar su libertad—, pero debía admitir que su vida como tal no estaba siendo tan mala como la de otros de sus compañeros. El barco que lo sacó de Sierra Leona lo llevó a un puerto muy al norte, que más tarde supo que era Londres. Allí lo expusieron, semidesnudo y muerto de frío, junto al resto de hombres que habían traído y que no conocía. ¿De dónde habían salido tantos, si de su aldea se habían llevado a una decena nada más? Con el movimiento de una de las olas, recordó que buscó a su mujer y a sus hijas entre la multitud de negros, pero allí sólo había varones desconcertados que no entendían absolutamente nada. Hubo varias personas que lo examinaron como a una res —incluso lo trataron como tal—, hasta que, al fin, alguien se interesó por él.
Mikolaj Lennox resultó ser un amo que no lo trataba como un útil de trabajo, si no que se preocupaba por él, se molestó en enseñarle el idioma y no dejaba que otros lo insultaran. Podría decirse que incluso lo consideraba un amigo, o así lo sentía el africano, que rezaba cada noche porque el destino de Tiaret, Malaika y Tamura hubiera sido tan bueno como el suyo.
El sol del mediodía incidía directamente sobre su piel morena, sentado como estaba en la popa del barco, junto a Mikolaj. Estaba siendo un viaje bastante tranquilo, teniendo en cuenta que estaban cruzando un océano para visitar las ricas tierras del sur de América. Según le había dicho su amo, atracarían en el puerto de la Santísima Trinidad, donde ya los esperaban desde hacía un par de días. A pesar de que le hubiera gustado hacer ese viaje en otra compañía, Bakhit se sentía entusiasmado de poder visitar tierras tan lejanas y desconocidas. Había escuchado conversaciones sobre la fauna y la flora de aquella parte del mundo, algo que él conocía bien debido a su función de cazador en su aldea. También había oído que allí las estaciones iban a la inversa, y cuando en Londres hacía frío, allí reinaba el calor. No le dio demasiado crédito a esas cuestiones, pero, cuanto más se acercaban a su destino, menos seguro estaba de que no fueran verdad.
Unas voces anunciaron que ya había tierra a la vista, así que toda la tripulación se levantó y se acercó a proa. En el horizonte se podía vislumbrar una línea oscura que, con el avanzar del navío, se hacía cada vez más grande. Todos comenzaron a preparar sus cosas para desembarcar, y Bakhit no fue la excepción. Su equipaje era una pequeña bolsa con un par de mudas, nada digno de un señor, así que usó el tiempo que le restaba para ayudar con las pertenencias del amo Mikolaj. Guardó sus enseres con cuidado, tal y como él le había enseñado, y cargó con tantas como pudo cuando les anunciaron que el barco había atracado al fin.
En el momento en el que pisó tierra firme, sus piernas temblaron ligeramente al no sentir el bamboleo de las olas en sus pies, pero agradeció dejar atrás la inmensa mole de agua que los había llevado hasta allí. El calor era intenso, y la humedad del aire pegajosa, pero era una nueva aventura que empezaba ahí mismo, a los pies del Río de la Plata, y Bakhit no pudo evitar sonreír.
Bakhit- Esclavo
- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 08/03/2018
Re: Aguas de plata | Flashback {Mikolaj Lennox}
Mikolaj estaba emocionado, amaba conocer nuevos sitios, aventurarse y salir de la seguridad de su vida sin saber si volvería igual de lo que ya era. Esa vez sus negocios lo llevaron a América del Sur, un lugar a penas poblado que estaba naciendo. Para los negocios de Mikolaj, aquella era la tierra ideal, ávida de abastecerse de armas y con poca gente que las llevase. Era por eso que le pagaban su carga el triple de lo que valdría en Inglaterra o en Francia.
Le habían dicho que el puerto era amplio pero de aguas poco profundas, de hecho el puerto no estaba sobre un mar sino sobre un río, uno enorme que podría confundir a cualquiera, pero su agua era dulce. Lo habían prevenido, los grandes barcos atracaban a varias millas del puerto por el peligro de quedar atrapados muy cerca de la costa por la inestabilidad de las crecidas y decrecidas de aquellas aguas… pero Mikolaj solo confirmó lo misterioso que era ese lugar cuando tuvo que descender del barco por la escalerilla hasta una barcaza de remos, en ella fue junto a Bakhit hasta tierra firme, el resto de los hombres se quedaría cuidando las armas que habían llevado para comerciar allí.
En el puerto los recibió su contacto, un español muy estúpido que no era nadie en su tierra pero que allí se daba aires de hombre poderoso. Mikolaj lo detestaba, pero le convenía llevarse bien con él.
-Bernabé, que gusto verte. Oh, veo que aquí siguen usándose las galeras, hace tanto que aquella moda incómoda acabó en Europa –dijo, con intención de ridiculizar al hombre, pero en el rostro del cuarentón ningún gesto se dibujó-. Tenemos mucho de qué hablar, pero llévanos al hotel, necesitamos refrescarnos.
Durante el corto trayecto compartido, Bernabé les mostró un poco de la ciudad a la que llamaban La París del Sur -qué pretencioso título-, estaba orgulloso de su nueva tierra. El Virreinato se levantaba hermoso, pero con los pecados típicos de la juventud. Aunque sí que se veía cierto potencial en aquellas tierras. Llegaron al hotel, que resultó ser una simple posada, y Mikolaj se dijo que en peores lugares había dormido, aunque codeó a Bakhit un par de veces para que su esclavo –hombre de su confianza- tomase nota mental de algunas cosas que no le gustaban nada al inglés.
-¿Has visto que había dos hombres en la esquina que nos miraban con intención? –le preguntó cuándo se hallaban a solas, Mikolaj estaba metido en lo que intentaba ser una bañera-. Cuando Bernabé nos despidió uno de ellos le hizo un gesto para que se acercase a él. Bernabé de Pinto y Lozada es un idiota, por eso hago negocios con él –dijo y dio una calada a uno de los puros que le había obsequiado el español-. Cuando bajemos a cenar veremos qué opinan las personas de él, hacer preguntas discretas es mi fuerte. ¿Has podido preguntar donde queda esa taberna a la que debemos ir pasada la medianoche?
Le habían dicho que el puerto era amplio pero de aguas poco profundas, de hecho el puerto no estaba sobre un mar sino sobre un río, uno enorme que podría confundir a cualquiera, pero su agua era dulce. Lo habían prevenido, los grandes barcos atracaban a varias millas del puerto por el peligro de quedar atrapados muy cerca de la costa por la inestabilidad de las crecidas y decrecidas de aquellas aguas… pero Mikolaj solo confirmó lo misterioso que era ese lugar cuando tuvo que descender del barco por la escalerilla hasta una barcaza de remos, en ella fue junto a Bakhit hasta tierra firme, el resto de los hombres se quedaría cuidando las armas que habían llevado para comerciar allí.
En el puerto los recibió su contacto, un español muy estúpido que no era nadie en su tierra pero que allí se daba aires de hombre poderoso. Mikolaj lo detestaba, pero le convenía llevarse bien con él.
-Bernabé, que gusto verte. Oh, veo que aquí siguen usándose las galeras, hace tanto que aquella moda incómoda acabó en Europa –dijo, con intención de ridiculizar al hombre, pero en el rostro del cuarentón ningún gesto se dibujó-. Tenemos mucho de qué hablar, pero llévanos al hotel, necesitamos refrescarnos.
Durante el corto trayecto compartido, Bernabé les mostró un poco de la ciudad a la que llamaban La París del Sur -qué pretencioso título-, estaba orgulloso de su nueva tierra. El Virreinato se levantaba hermoso, pero con los pecados típicos de la juventud. Aunque sí que se veía cierto potencial en aquellas tierras. Llegaron al hotel, que resultó ser una simple posada, y Mikolaj se dijo que en peores lugares había dormido, aunque codeó a Bakhit un par de veces para que su esclavo –hombre de su confianza- tomase nota mental de algunas cosas que no le gustaban nada al inglés.
-¿Has visto que había dos hombres en la esquina que nos miraban con intención? –le preguntó cuándo se hallaban a solas, Mikolaj estaba metido en lo que intentaba ser una bañera-. Cuando Bernabé nos despidió uno de ellos le hizo un gesto para que se acercase a él. Bernabé de Pinto y Lozada es un idiota, por eso hago negocios con él –dijo y dio una calada a uno de los puros que le había obsequiado el español-. Cuando bajemos a cenar veremos qué opinan las personas de él, hacer preguntas discretas es mi fuerte. ¿Has podido preguntar donde queda esa taberna a la que debemos ir pasada la medianoche?
Mikolaj Lennox- Humano Clase Alta
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 11/03/2017
Re: Aguas de plata | Flashback {Mikolaj Lennox}
Bakhit no habló desde que descendió del barco que los llevó al Río de la Plata. Caminó detrás de Mikolaj, con la mirada anclada en el suelo —justo delante de sus pies— y las manos ocupadas cargando una maleta de cuero y dos bolsas con las ropas de su amo. No entendía lo que ambos hombres hablaban entre sí, puesto que, aunque el castellano era un idioma que podía identificar, no lo hablaba. Aun así, la mirada que le dedicó el tal Bernabé no le pasó desapercibida. Lo juzgaba, como todos los hombres blancos —salvo Mikolaj— con los que se había cruzado en su periplo por tierras europeas. Llegó a creer que en aquella nueva tierra, virgen aún de los pecados que se habían cometido en el viejo mundo, toleraría mejor a los que eran como él, pero se equivocaba. Las gentes que estaban poblando ese continente eran igual de retrógradas que los que tenía que soportar al otro lado del océano, para su pesar.
Intentó no mostrar demasiado entusiasmo por lo que veía desde el carruaje que los llevó al hotel, pero no fue capaz de disimularlo. Desde el pequeño asiento dispuesto en la parte trasera podía ver todo lo que dejaban atrás, es decir, la inmensidad de esas aguas de plata que tanta impresión le habían causado al llegar. Poco a poco las fueron dejando lejos, pero eso sólo dio paso a calles anchas en las que podían cruzarse dos carros de caballos sin ninguna dificultad. Los edificios eran elegantes y, para Bakhit, la ciudad resultó ser más agradable que la propia París. Pronto dejaron atrás esas avenidas elegantes para adentrarse en unas más cotidianas, en las que se encontraba su hotel.
A Bakhit le parecía que la posada estaba bien para lo que él había tenido que sufrir, pero sabía que no era, ni por asomo, a lo que su amo Mikolaj estaba acostumbrado. Pronto se lo hizo saber el inglés, y el esclavo anotó mentalmente aquellas cosas que debía recordar. En cuanto entraron en la habitación, dejó las pertenencias en una esquina y se dispuso a calentar el agua con la que llenaría la bañera.
—Los he visto, sí —contestó, poniendo otro balde al fuego de la chimenea para cuando Mikolaj se quisiera aclarar—. ¿Quiere que los siga, señor? No me gusta el señor Bernabé, si me permite el atrevimiento —confesó, abriendo las maletas sobre la cama—. ¿No tiene miedo de que lo traicione? No sé, yo no me fío de los idiotas, pero sé que usted es un hombre inteligente. Aún así, yo andaría con cuidado, señor. Todavía no conocemos esta tierra, mientras que ellos sí.
Sacó toda la ropa y eligió un conjunto para que se pusiera Mikolaj. Lo dejó colocado en el galán de noche y se acercó a la chimenea para sacar el balde del agua, que llevó junto a la bañera.
—Sí, señor —contestó—. Queda a un par de manzanas de aquí, junto a una plaza pequeña que aún no tiene nombre, pero coloquialmente la llaman la plaza de los cuatro costados. ¿Qué cree que encontraremos allí?
Intentó no mostrar demasiado entusiasmo por lo que veía desde el carruaje que los llevó al hotel, pero no fue capaz de disimularlo. Desde el pequeño asiento dispuesto en la parte trasera podía ver todo lo que dejaban atrás, es decir, la inmensidad de esas aguas de plata que tanta impresión le habían causado al llegar. Poco a poco las fueron dejando lejos, pero eso sólo dio paso a calles anchas en las que podían cruzarse dos carros de caballos sin ninguna dificultad. Los edificios eran elegantes y, para Bakhit, la ciudad resultó ser más agradable que la propia París. Pronto dejaron atrás esas avenidas elegantes para adentrarse en unas más cotidianas, en las que se encontraba su hotel.
A Bakhit le parecía que la posada estaba bien para lo que él había tenido que sufrir, pero sabía que no era, ni por asomo, a lo que su amo Mikolaj estaba acostumbrado. Pronto se lo hizo saber el inglés, y el esclavo anotó mentalmente aquellas cosas que debía recordar. En cuanto entraron en la habitación, dejó las pertenencias en una esquina y se dispuso a calentar el agua con la que llenaría la bañera.
—Los he visto, sí —contestó, poniendo otro balde al fuego de la chimenea para cuando Mikolaj se quisiera aclarar—. ¿Quiere que los siga, señor? No me gusta el señor Bernabé, si me permite el atrevimiento —confesó, abriendo las maletas sobre la cama—. ¿No tiene miedo de que lo traicione? No sé, yo no me fío de los idiotas, pero sé que usted es un hombre inteligente. Aún así, yo andaría con cuidado, señor. Todavía no conocemos esta tierra, mientras que ellos sí.
Sacó toda la ropa y eligió un conjunto para que se pusiera Mikolaj. Lo dejó colocado en el galán de noche y se acercó a la chimenea para sacar el balde del agua, que llevó junto a la bañera.
—Sí, señor —contestó—. Queda a un par de manzanas de aquí, junto a una plaza pequeña que aún no tiene nombre, pero coloquialmente la llaman la plaza de los cuatro costados. ¿Qué cree que encontraremos allí?
Bakhit- Esclavo
- Mensajes : 22
Fecha de inscripción : 08/03/2018
Re: Aguas de plata | Flashback {Mikolaj Lennox}
Quería plantar su bandera en aquellas tierras. No la de su país, eso poco le importaba, sino la de él mismo, la bandera de Mikolaj Lennox. Necesitaba llevar sus armas a las américas del sur, ser de los pocos proveedores.
-El único –dijo en voz alta, siguiendo la línea de sus pensamientos-. Nadie trae armas hasta aquí por barco, las bajan por tierra desde el alto Perú, pero no son de la calidad nuestra… Sería el único proveedor de armamento de calidad, Bernabé me ha dicho que hasta los soldados querrían comprarme a mí lo que la corona española no les envía. ¿Te lo puedes creer? Es un idiota, altivo sin motivos, pero tiene contactos aquí y es lo que a mí me falta. De momento, claro, confío mucho en mi don para hacerme amigos de importancia. Déjame una semana aquí y tendré al virrey compartiendo un puro conmigo –se rió y volvió a relajarse en la bañera.
Le habían dicho que en esa plaza –no nombrada de momento- solían reunirse algunos gauchos completamente opositores al virrey. ¿Era Mikolaj un hombre ambicioso? Sí, ni siquiera él podía saber cuánto y a veces se asombraba de su insatisfacción, pero siempre necesitaba un poco más, nada le bastaba… Quería hacer tratos con el virrey para vender armas a sus hombres, pero también a los gauchos –hombres de experiencia, conocedores de las pampas como pocos- para que pudiesen medir sus fuerzas de igual a igual contra el virrey.
-No quiero depender de Bernabé, Bakhit. Dejaremos que se encargue de contactarnos con los hombres del virrey, se lo agradeceremos mucho, pagando bien por los contactos… pero quiero hacer otro negocio, uno con los hombres de campo, pero Bernabé quedará afuera de eso. ¿Para qué puedo necesitarlo? Hablo bastante bien el idioma… Hola, Bakhit, amigo de mí –dijo en español y se rió-. No necesitamos de ese idiota. Tráeme vino, ¿habrá vino de calidad aquí? –se preocupó por eso más que por lo que vestiría, su esclavo tenía siempre todo pensado y le alivianaba las cargas.
Bakhit tenía razón, pero a Mikolaj le gustaba entregarse a la aventura y, si bien ese viaje tenía motivos económicos, también quería vivir nuevas aventuras. ¿Qué era lo peor que podía ocurrirle? No había nada que no pudiera solucionarse con dinero y había llevado más del que necesitaría.
-Si quieres seguirlo hazlo, confío en tus instinto… pero temo que te pierdas, no conocemos la ciudad. ¿Te animarías a hacerlo de igual modo? Aunque lo que en verdad me interesa es saber si, en efecto, en la plaza se reúnen a beber los gauchos.
-El único –dijo en voz alta, siguiendo la línea de sus pensamientos-. Nadie trae armas hasta aquí por barco, las bajan por tierra desde el alto Perú, pero no son de la calidad nuestra… Sería el único proveedor de armamento de calidad, Bernabé me ha dicho que hasta los soldados querrían comprarme a mí lo que la corona española no les envía. ¿Te lo puedes creer? Es un idiota, altivo sin motivos, pero tiene contactos aquí y es lo que a mí me falta. De momento, claro, confío mucho en mi don para hacerme amigos de importancia. Déjame una semana aquí y tendré al virrey compartiendo un puro conmigo –se rió y volvió a relajarse en la bañera.
Le habían dicho que en esa plaza –no nombrada de momento- solían reunirse algunos gauchos completamente opositores al virrey. ¿Era Mikolaj un hombre ambicioso? Sí, ni siquiera él podía saber cuánto y a veces se asombraba de su insatisfacción, pero siempre necesitaba un poco más, nada le bastaba… Quería hacer tratos con el virrey para vender armas a sus hombres, pero también a los gauchos –hombres de experiencia, conocedores de las pampas como pocos- para que pudiesen medir sus fuerzas de igual a igual contra el virrey.
-No quiero depender de Bernabé, Bakhit. Dejaremos que se encargue de contactarnos con los hombres del virrey, se lo agradeceremos mucho, pagando bien por los contactos… pero quiero hacer otro negocio, uno con los hombres de campo, pero Bernabé quedará afuera de eso. ¿Para qué puedo necesitarlo? Hablo bastante bien el idioma… Hola, Bakhit, amigo de mí –dijo en español y se rió-. No necesitamos de ese idiota. Tráeme vino, ¿habrá vino de calidad aquí? –se preocupó por eso más que por lo que vestiría, su esclavo tenía siempre todo pensado y le alivianaba las cargas.
Bakhit tenía razón, pero a Mikolaj le gustaba entregarse a la aventura y, si bien ese viaje tenía motivos económicos, también quería vivir nuevas aventuras. ¿Qué era lo peor que podía ocurrirle? No había nada que no pudiera solucionarse con dinero y había llevado más del que necesitaría.
-Si quieres seguirlo hazlo, confío en tus instinto… pero temo que te pierdas, no conocemos la ciudad. ¿Te animarías a hacerlo de igual modo? Aunque lo que en verdad me interesa es saber si, en efecto, en la plaza se reúnen a beber los gauchos.
Mikolaj Lennox- Humano Clase Alta
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 11/03/2017
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