AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
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Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
Pocas veces atracaba el Skyfall lejos de la ilusión maltrecha que representaba la civilización para quienes seguían siendo juzgados por ella. Siempre que podía evitarlo, claro está, y solía ser lo habitual en una nación tan sonora como Francia, pues la tensión, el descaro y la costumbre de plantarse en los puertos sin que hubiera represalias le ayudaba a distraer su locura. Sí, como leéis, para Thibault era una distracción y no un riesgo temerario que más de una vez se había convertido en lo que vuestros mitos recrearían después con tanta sed de aventuras: persecuciones en barco, sangre en las calles, combates a cañón y espada y el villano romantizado ensartando su bandera en el ojo de la justicia.
Veíais dragones donde los había, consolaos al menos con esa inalcanzable certeza.
Sin embargo, aquella noche tuvieron que hacerlo todo lejos de allí; un descanso como nunca en muchos decenios para su capitán mientras que para sus hombres era más bien un engorro de proporciones tan inmensas como las del navío que les transportaba en sus leyendas. La quilla de éste debía ser urgentemente reparada y eso exigía una serie de requisitos mucho más peligrosos que las mariconadas del puerto. Abandonar el barco, para empezar, con todos los puntos flacos que ello implicaba para unos hijos bastardos del mar. Atracarlo, pues, en tierra firme donde hubiera árboles y rocas a las que sujetarlo con cuerdas de tal forma que la panza del curtido Skyfall quedara al descubierto de quienes arriesgaban su vida al posicionarse justo debajo de ella para operar. De modo que al menor descuido de los amarres o de los caprichos del viento… Adieu!, Szia!, Zài jiàn!, Goodbye!, Dahh! Mari! y el resto de idiomas que se comprendían en aquella tripulación. Así era, algunos ponían en riesgo sus vidas sin tener que moverse del suelo, la letra pequeña de la muerte no era tan romántica como soñaban todos los que deseaban unirse a ellos en sus hipócritas fantasías.
Para la mayoría que no fuera una criatura sobrenatural acostumbrada a la oscuridad, trabajar de noche estaba descartado así que lógicamente se hablaba de una ardua y sudorosa tarea de muchas horas al sol. De ahí que escogieran una de las calas más apartadas y rocosas, no sólo para la discreción que claramente todos necesitaban sino para que el vampiro protagonista tuviera su improvisado camarote en las oscuras cuevas. Pero eso no parecía ser lo que más preocupaba a la contramaestre Anne —un poco ofensivo si considerábamos que lo otro era que su capitán muriera abrasado por la luz del día, pero así era su niña—, quien se encargaba de dirigir aquella operación y por tanto, opinaba que, quizá y sólo por esa jodida vez, podían deshacerse de 'la carpa de follar' para estar más centrados y acabar el trabajo lo antes posible. La respuesta a qué demonios era eso la portaba su mismo nombre: las prostitutas se metían en dicha carpa y los hombres que quisieran desfogarse y quitarse el estrés podían entrar a hacerles una visita. Normalmente aquello no producía altercados, incluso con la peligrosidad de tantos hombres ansiosos juntos, la gente de Thibault se caracterizaba por el código de mutuo respeto con las trabajadoras y trabajadores sexuales, por lo que inicialmente los recelos de Anne tenían otra naturaleza y a pesar de todo, tuvieron que acabar cediendo ante la libido infantil del lugar.
Por allí cuanto más contentos, más rápidos, ¡qué triste sonaría en otros escenarios!
Las putas llegaron escoltadas por unos pocos en la madrugada para que tuvieran lista su maldita carpa a primera hora de la mañana, eso era cuanto el pelirrojo pretendía saber en las próximas horas que iba a dedicar a lo que le diera la Real gana si ninguno de sus hombres de mayor confianza acudía a avisarle de cualquier problema. Pero cómo no, iba a acabar dándole la razón a las quejas de Anne, aunque sólo fuera por la nueva incorporación de —por qué decirlo de otro modo— gilipollas que llevaban el tiempo suficiente entre ellos para no sospechar ni un poquito del origen inhumano de su líder. O sea sé: muy poco. Ajeno a todos los tripulantes, él se había colocado entre las rocas más elevadas de la cala, y su eterna mirada fija en el horizonte vio interrumpida aquella estupenda perspectiva que tenía de la playa a sus pies. Muy inteligente por parte de ellos, así en general.
En principio no deshizo su cómoda postura, flexionada como tenía la rodilla con el codo apoyado en ella mientras le daba un mordisco a un pincho moruno ardiendo que colgaba de sus dientes. Se esperó a identificar las caras de cada uno de los desgraciados que habían tenido la mala pata de elegir el rincón de su jefe para divertirse de más con una de las mujeres contratadas aquella noche. La joven sangraba del labio, completamente despeinada, pasaba de mano en mano igual que si jugaran a la patata caliente y dado que parecía gustarles tanto el tema, Thibault decidió echarles una mano al sorprenderles finalmente cual jodida aparición nocturna.
¿No era eso lo que hacían los monstruos?
Siguiendo con los asuntos candentes, al primero que pilló le restregó el palo ardiendo por la cara y los que había más cerca que aún sostenían a la chica no corrieron un destino mejor cuando los rajó indistintamente por la espalda y la barriga hasta atravesar el hombro del último que seguía levantado y que se unió a los otros en la arena.
Todo con el pincho moruno, sí.
—Veo que aquí no se os ha explicado que antes de tratar mal a una puta podéis cortaros la polla y comérosla con la ración del día —comentó lo más pancho, sin molestarse en mirar ni a uno solo de ellos mientras Planchett y un par más llegaban en mitad del altercado —pues al final sí que habían tenido uno— para encontrarlo resuelto en los suspiros del único hombre en pie, descontento por el estado de su peligrosa comida—. Encima ocho contra una, ni aunque tuviera el coño más gordo del burdel querría aguantaros dentro. —Continuó como si sólo estuviera hablando en voz alta de lo que iba a cenar y no acabara de dejar medio muertos a ocho tipos con un puto palo— Lleváoslos rapidito, anda, y podéis dejar que lo haga la marea si aún no lo han entendido por la mañana.
Les dio la espalda conforme arrastraban los cuerpos y cuando los quejidos que había provocado se perdieron a lo lejos, sus ojos, verdes incluso en la oscuridad, distraídos sólo en apariencia, respondieron a los de la muchacha que, junto a él, aún se mantenía erguida.
Veíais dragones donde los había, consolaos al menos con esa inalcanzable certeza.
Sin embargo, aquella noche tuvieron que hacerlo todo lejos de allí; un descanso como nunca en muchos decenios para su capitán mientras que para sus hombres era más bien un engorro de proporciones tan inmensas como las del navío que les transportaba en sus leyendas. La quilla de éste debía ser urgentemente reparada y eso exigía una serie de requisitos mucho más peligrosos que las mariconadas del puerto. Abandonar el barco, para empezar, con todos los puntos flacos que ello implicaba para unos hijos bastardos del mar. Atracarlo, pues, en tierra firme donde hubiera árboles y rocas a las que sujetarlo con cuerdas de tal forma que la panza del curtido Skyfall quedara al descubierto de quienes arriesgaban su vida al posicionarse justo debajo de ella para operar. De modo que al menor descuido de los amarres o de los caprichos del viento… Adieu!, Szia!, Zài jiàn!, Goodbye!, Dahh! Mari! y el resto de idiomas que se comprendían en aquella tripulación. Así era, algunos ponían en riesgo sus vidas sin tener que moverse del suelo, la letra pequeña de la muerte no era tan romántica como soñaban todos los que deseaban unirse a ellos en sus hipócritas fantasías.
Para la mayoría que no fuera una criatura sobrenatural acostumbrada a la oscuridad, trabajar de noche estaba descartado así que lógicamente se hablaba de una ardua y sudorosa tarea de muchas horas al sol. De ahí que escogieran una de las calas más apartadas y rocosas, no sólo para la discreción que claramente todos necesitaban sino para que el vampiro protagonista tuviera su improvisado camarote en las oscuras cuevas. Pero eso no parecía ser lo que más preocupaba a la contramaestre Anne —un poco ofensivo si considerábamos que lo otro era que su capitán muriera abrasado por la luz del día, pero así era su niña—, quien se encargaba de dirigir aquella operación y por tanto, opinaba que, quizá y sólo por esa jodida vez, podían deshacerse de 'la carpa de follar' para estar más centrados y acabar el trabajo lo antes posible. La respuesta a qué demonios era eso la portaba su mismo nombre: las prostitutas se metían en dicha carpa y los hombres que quisieran desfogarse y quitarse el estrés podían entrar a hacerles una visita. Normalmente aquello no producía altercados, incluso con la peligrosidad de tantos hombres ansiosos juntos, la gente de Thibault se caracterizaba por el código de mutuo respeto con las trabajadoras y trabajadores sexuales, por lo que inicialmente los recelos de Anne tenían otra naturaleza y a pesar de todo, tuvieron que acabar cediendo ante la libido infantil del lugar.
Por allí cuanto más contentos, más rápidos, ¡qué triste sonaría en otros escenarios!
Las putas llegaron escoltadas por unos pocos en la madrugada para que tuvieran lista su maldita carpa a primera hora de la mañana, eso era cuanto el pelirrojo pretendía saber en las próximas horas que iba a dedicar a lo que le diera la Real gana si ninguno de sus hombres de mayor confianza acudía a avisarle de cualquier problema. Pero cómo no, iba a acabar dándole la razón a las quejas de Anne, aunque sólo fuera por la nueva incorporación de —por qué decirlo de otro modo— gilipollas que llevaban el tiempo suficiente entre ellos para no sospechar ni un poquito del origen inhumano de su líder. O sea sé: muy poco. Ajeno a todos los tripulantes, él se había colocado entre las rocas más elevadas de la cala, y su eterna mirada fija en el horizonte vio interrumpida aquella estupenda perspectiva que tenía de la playa a sus pies. Muy inteligente por parte de ellos, así en general.
En principio no deshizo su cómoda postura, flexionada como tenía la rodilla con el codo apoyado en ella mientras le daba un mordisco a un pincho moruno ardiendo que colgaba de sus dientes. Se esperó a identificar las caras de cada uno de los desgraciados que habían tenido la mala pata de elegir el rincón de su jefe para divertirse de más con una de las mujeres contratadas aquella noche. La joven sangraba del labio, completamente despeinada, pasaba de mano en mano igual que si jugaran a la patata caliente y dado que parecía gustarles tanto el tema, Thibault decidió echarles una mano al sorprenderles finalmente cual jodida aparición nocturna.
¿No era eso lo que hacían los monstruos?
Siguiendo con los asuntos candentes, al primero que pilló le restregó el palo ardiendo por la cara y los que había más cerca que aún sostenían a la chica no corrieron un destino mejor cuando los rajó indistintamente por la espalda y la barriga hasta atravesar el hombro del último que seguía levantado y que se unió a los otros en la arena.
Todo con el pincho moruno, sí.
—Veo que aquí no se os ha explicado que antes de tratar mal a una puta podéis cortaros la polla y comérosla con la ración del día —comentó lo más pancho, sin molestarse en mirar ni a uno solo de ellos mientras Planchett y un par más llegaban en mitad del altercado —pues al final sí que habían tenido uno— para encontrarlo resuelto en los suspiros del único hombre en pie, descontento por el estado de su peligrosa comida—. Encima ocho contra una, ni aunque tuviera el coño más gordo del burdel querría aguantaros dentro. —Continuó como si sólo estuviera hablando en voz alta de lo que iba a cenar y no acabara de dejar medio muertos a ocho tipos con un puto palo— Lleváoslos rapidito, anda, y podéis dejar que lo haga la marea si aún no lo han entendido por la mañana.
Les dio la espalda conforme arrastraban los cuerpos y cuando los quejidos que había provocado se perdieron a lo lejos, sus ojos, verdes incluso en la oscuridad, distraídos sólo en apariencia, respondieron a los de la muchacha que, junto a él, aún se mantenía erguida.
Última edición por Thibault "Black Blood" el Lun Oct 15, 2018 9:04 pm, editado 2 veces
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 132
Fecha de inscripción : 30/09/2016
Localización : Allá donde los puertos no alcanzan a ver
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
No tenía miedo, ¿debería tenerlo? No estaba segura, como no estaba ya casi nunca segura de nada. Miraba al frente, pero sólo veía vacío; miraba hacia atrás, pero sólo veía una bruma, nada que me recordara quién era yo, a quién había tenido, por qué me encontraba allí. Pese a que me pareciera natural encajar allí y que una parte de mí hallara placer en lo que (me) hacía(n), sólo sentía dudas, no tenía ninguna respuesta, y a veces me descubría a mí misma mirando a un punto fijo, pasiva, sin rastro de aquella mujer que, encontrándose sola, salió de una cabaña abandonada y se buscó la vida en un burdel. Ese recuerdo sí era certero; lo sabía porque lo percibía con nitidez, y pocas certezas tenía tan claras como aquella, ni siquiera...
¿Cómo demonios te lo tengo que decir! ¡Tu nombre es Alchemilla!
Sí, sí, ¡ya! Pero no se sentía bien, no encajaba del todo, no entendía por qué si no tenía motivos para dudar de mí misma, ¡pero lo hacía! Escuchaba esa voz hasta cuando estaba dormida, y a veces... A veces sentía que se hacía más fuerte, como si me dominara. No podía evitar preguntarme si podía dominarme yo a mí misma, y la cabeza me dolía sólo de imaginarlo, lo cual daba ventaja a esa parte de mí. Porque era una parte de mí, ¿no? Mi yo más cauto, también el más egoísta; mi yo peor, el yo que sabía cosas y no me permitía recordarlas, el yo que no era muy yo.
¡Pues claro que soy tú! Y harás lo que yo te diga, ¡lo vas a hacer!
Sacudí la cabeza y traté de prestar atención. La madame se encontraba en el salón principal del burdel; la luz del sol se colaba entre las ventanas, con las cortinas aún sin tapar los cristales; su voz rebotaba en los satenes y terciopelos de los muebles, y me había perdido la mayoría de sus palabras, pero no lo principal lo había captado: quería voluntarias o las elegiría ella misma. ¿Y quién se atrevería, claro, a ofrecerse a un grupo de piratas que, como todos los de su calaña (o eso escuchaba a las mujeres de mi alrededor, no era como si pudiera saberlo, ¿a que no?), eran burdos salvajes y violentos hasta el extremo...?
No lo hagas, no lo hagas, no lo hagas, no lo hagas...
– Yo, madame. Yo deseo acudir. – me ofrecí, y dediqué una sonrisa desafiante a las mujeres que me miraban y cuchicheaban sobre mí, con mayor crueldad aún cuando la madame decidió bonificarme con un puñado más de francos por mi atrevimiento. Así pues, me levanté y me dirigí hacia ella, que me metió la bolsa de monedas por el escote, haciéndome perder la respiración mientras apretaba mi corsé y me advertía que tuviera cuidado.
¡Eres estúpida, no tienes ni idea del peligro, de lo que puede pasar, no tienes ningún tipo de consideración por nada, nada! ¡Nos destrozarán, nos partirán en dos..!
Que lo intenten; haberme rebelado me había despertado, me hacía sentirme fuerte, y me dio seguridad suficiente para dirigirme a la pequeña habitación que ya me había visto penetrada de todas las maneras posibles y cambiarme de ropa. No es que tuviera mucho para elegir, aunque sabía que el hecho de que la madame me hubiera permitido la esencia de azahar en cuanto se la pedí era ya algo que muchas de mis compañeras no tenían, y por eso no pensaba quejarme. No me disgustaba la vida que llevaba en el burdel, aunque parte de mí no estuviera del todo de acuerdo.
¡Es humillante! ¿Cómo puedes permitir que nos hagan esto?
Porque puedo. ¿Acaso había más motivo que lo justificara? Y juro, ¡lo prometo!, que noté que esa voz se enfurruñaba, aunque no tuviera el menor sentido y aunque no pudiera entender por qué si esa voz era yo misma y yo me sentía fuerte y sensual, sobre todo vestida con el liguero semitransparente, apenas cubierto por un vestido escotado y con poca tela, que había escogido de entre mis poquísimas opciones.
Ja... Estás muy segura ahora, pero ya verás cuando lleguemos; ya lo verás, escucha mis palabras, ¡escucha a Eddie!
¿Quién demonios...? En fin, qué más daba; en cuanto estuve lista, salí hacia donde las obligadas voluntarias, que me dedicaron miradas desde el odio al asco, aguardaban a los hombres contratados por la madame para que nos condujeran a los piratas. Esa fue, tal vez, la primera vez que monté en carruaje, pero ¿cómo podía saberlo...? Así pues, disfruté del trayecto y del aire frío en el rostro mientras duró, antes de que fuera sustituido por el aroma almizclado del sudor, la sangre y el ron de todos aquellos hombres que nos devoraron con la mirada como seguramente planeaban hacerlo con los dientes.
¡Con los cuchillos, más bien! Recuerda el latín, recuérdalo...
Lo ignoré, como también aparté esa fuerza interior ardiente que me quería recorrer y que significaba problemas, como cuando hice estallar el jarrón de mi habitación sin tocarlo siquiera. Tan distraída estaba que no me di apenas cuenta de cuando un grupo de ocho, o tal vez diez, me cogió de la mano y tiró de mí lejos de la lona donde se habían quedado mis compañeras; intenté ser encantadora para ellos, pero me respondieron abofeteándome, y el sabor fuerte de la sangre se me mezcló con la saliva, desagradable y metálico.
¡Te lo he advertido, tendrías que haberme hecho caso, maldita perra...!
Intenté resistirme, pelear y arañar; algo conseguí, pero eran muchos y me golpearon en el pecho, quitándome el aire e impidiéndome reaccionar. Asustada, temblorosa y desesperada, me movía sin parar para tratar de huir, intentaba ver algo para saber dónde se encontraba mi salida, pero ellos me manoseaban, me arrancaron el vestido y me golpeaban, estiraban del pelo, ¡me daban ganas de sollozar!, aunque sólo gritaba y jadeaba, presa de un mayor conflicto que hasta entonces, o eso recordaba, qué más daba. Aun así, no me rendí, seguía buscando una salida, y así continué hasta que algo, más bien alguien, me salvó... Un hombre pelirrojo, pálido, alto y atractivo como ninguno que se ocupó de ellos como si fueran infantes, nada menos.
Eso ha sido un golpe de suerte, Alchemilla, nada más. Nuestras plegarias a Eddie han dado resultado.
¿Y qué hice yo? Por supuesto, lo único que estaba en mi mano: di un paso adelante, lo agarré de aquella coleta que sostenía el fuego de sus cabellos y lo besé con ansia viva, como si así le agradeciera que me hubiera salvado; me apreté contra él, fruto de la desesperación, mis pechos aplastados contra el suyo, mi lengua interceptando la suya, sus colmillos mordiéndome y mi sangre, la de mis labios, la que se me estaba derramando por la barbilla, siendo suya...
Naturalmente: ¡es un vampiro! ¿De qué otro modo íbamos a comportarnos con él...?
¿Cómo demonios te lo tengo que decir! ¡Tu nombre es Alchemilla!
Sí, sí, ¡ya! Pero no se sentía bien, no encajaba del todo, no entendía por qué si no tenía motivos para dudar de mí misma, ¡pero lo hacía! Escuchaba esa voz hasta cuando estaba dormida, y a veces... A veces sentía que se hacía más fuerte, como si me dominara. No podía evitar preguntarme si podía dominarme yo a mí misma, y la cabeza me dolía sólo de imaginarlo, lo cual daba ventaja a esa parte de mí. Porque era una parte de mí, ¿no? Mi yo más cauto, también el más egoísta; mi yo peor, el yo que sabía cosas y no me permitía recordarlas, el yo que no era muy yo.
¡Pues claro que soy tú! Y harás lo que yo te diga, ¡lo vas a hacer!
Sacudí la cabeza y traté de prestar atención. La madame se encontraba en el salón principal del burdel; la luz del sol se colaba entre las ventanas, con las cortinas aún sin tapar los cristales; su voz rebotaba en los satenes y terciopelos de los muebles, y me había perdido la mayoría de sus palabras, pero no lo principal lo había captado: quería voluntarias o las elegiría ella misma. ¿Y quién se atrevería, claro, a ofrecerse a un grupo de piratas que, como todos los de su calaña (o eso escuchaba a las mujeres de mi alrededor, no era como si pudiera saberlo, ¿a que no?), eran burdos salvajes y violentos hasta el extremo...?
No lo hagas, no lo hagas, no lo hagas, no lo hagas...
– Yo, madame. Yo deseo acudir. – me ofrecí, y dediqué una sonrisa desafiante a las mujeres que me miraban y cuchicheaban sobre mí, con mayor crueldad aún cuando la madame decidió bonificarme con un puñado más de francos por mi atrevimiento. Así pues, me levanté y me dirigí hacia ella, que me metió la bolsa de monedas por el escote, haciéndome perder la respiración mientras apretaba mi corsé y me advertía que tuviera cuidado.
¡Eres estúpida, no tienes ni idea del peligro, de lo que puede pasar, no tienes ningún tipo de consideración por nada, nada! ¡Nos destrozarán, nos partirán en dos..!
Que lo intenten; haberme rebelado me había despertado, me hacía sentirme fuerte, y me dio seguridad suficiente para dirigirme a la pequeña habitación que ya me había visto penetrada de todas las maneras posibles y cambiarme de ropa. No es que tuviera mucho para elegir, aunque sabía que el hecho de que la madame me hubiera permitido la esencia de azahar en cuanto se la pedí era ya algo que muchas de mis compañeras no tenían, y por eso no pensaba quejarme. No me disgustaba la vida que llevaba en el burdel, aunque parte de mí no estuviera del todo de acuerdo.
¡Es humillante! ¿Cómo puedes permitir que nos hagan esto?
Porque puedo. ¿Acaso había más motivo que lo justificara? Y juro, ¡lo prometo!, que noté que esa voz se enfurruñaba, aunque no tuviera el menor sentido y aunque no pudiera entender por qué si esa voz era yo misma y yo me sentía fuerte y sensual, sobre todo vestida con el liguero semitransparente, apenas cubierto por un vestido escotado y con poca tela, que había escogido de entre mis poquísimas opciones.
Ja... Estás muy segura ahora, pero ya verás cuando lleguemos; ya lo verás, escucha mis palabras, ¡escucha a Eddie!
¿Quién demonios...? En fin, qué más daba; en cuanto estuve lista, salí hacia donde las obligadas voluntarias, que me dedicaron miradas desde el odio al asco, aguardaban a los hombres contratados por la madame para que nos condujeran a los piratas. Esa fue, tal vez, la primera vez que monté en carruaje, pero ¿cómo podía saberlo...? Así pues, disfruté del trayecto y del aire frío en el rostro mientras duró, antes de que fuera sustituido por el aroma almizclado del sudor, la sangre y el ron de todos aquellos hombres que nos devoraron con la mirada como seguramente planeaban hacerlo con los dientes.
¡Con los cuchillos, más bien! Recuerda el latín, recuérdalo...
Lo ignoré, como también aparté esa fuerza interior ardiente que me quería recorrer y que significaba problemas, como cuando hice estallar el jarrón de mi habitación sin tocarlo siquiera. Tan distraída estaba que no me di apenas cuenta de cuando un grupo de ocho, o tal vez diez, me cogió de la mano y tiró de mí lejos de la lona donde se habían quedado mis compañeras; intenté ser encantadora para ellos, pero me respondieron abofeteándome, y el sabor fuerte de la sangre se me mezcló con la saliva, desagradable y metálico.
¡Te lo he advertido, tendrías que haberme hecho caso, maldita perra...!
Intenté resistirme, pelear y arañar; algo conseguí, pero eran muchos y me golpearon en el pecho, quitándome el aire e impidiéndome reaccionar. Asustada, temblorosa y desesperada, me movía sin parar para tratar de huir, intentaba ver algo para saber dónde se encontraba mi salida, pero ellos me manoseaban, me arrancaron el vestido y me golpeaban, estiraban del pelo, ¡me daban ganas de sollozar!, aunque sólo gritaba y jadeaba, presa de un mayor conflicto que hasta entonces, o eso recordaba, qué más daba. Aun así, no me rendí, seguía buscando una salida, y así continué hasta que algo, más bien alguien, me salvó... Un hombre pelirrojo, pálido, alto y atractivo como ninguno que se ocupó de ellos como si fueran infantes, nada menos.
Eso ha sido un golpe de suerte, Alchemilla, nada más. Nuestras plegarias a Eddie han dado resultado.
¿Y qué hice yo? Por supuesto, lo único que estaba en mi mano: di un paso adelante, lo agarré de aquella coleta que sostenía el fuego de sus cabellos y lo besé con ansia viva, como si así le agradeciera que me hubiera salvado; me apreté contra él, fruto de la desesperación, mis pechos aplastados contra el suyo, mi lengua interceptando la suya, sus colmillos mordiéndome y mi sangre, la de mis labios, la que se me estaba derramando por la barbilla, siendo suya...
Naturalmente: ¡es un vampiro! ¿De qué otro modo íbamos a comportarnos con él...?
Invitado- Invitado
Re: Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
Y como el buen pirata que era, el buen vampiro que es, Thibault dejó que su boca respondiera allí mismo al terror de su propio apodo. Sangre, oscura en la noche pero sobre todo en sus labios, contra sus colmillos, calentándose en la puta paradoja de su aliento muerto que, no obstante, ardía en la arrolladora plenitud de los besos que daba. Bien sabían los cielos y el infierno que miembros de su condición sobrenatural había habido de mucho antes de que la gloriosa reina de los Países Bajos posara sus felinas pupilas sobre aquel lobo de mar a punto de caer al vacío, pero como todo en el capitán Black Blood llevaba la definición del mito a un nuevo nivel: el de la reinvención misma. Porque no, técnicamente los chupasangres no respiraban, o eso decían la mayoría de las leyendas, y aun así él se estaba encargando de llenar todos los pulmones de la prostituta como si fuera lo opuesto al dios de la muerte que, sin embargo, nunca dejaría de ser.
Pobre y perecedera humana entre las garras del monstruo invicto.
La suculenta respiración de aquellos pechos palpitaba, apegada a sus ropajes húmedos recién llegados de surcar océanos. La mujer bien pudo hasta sentir la respuesta de su rocosa piel en esa misma zona, justo sobre el tatuaje de la bandera que aun oculto tras la tela pareció envolverla con la misma precisión que su eterna musculatura. Cada movimiento en aquella tormenta de lenguas, sangre y arena sucumbía más y más a un naufragio del que sólo el único experimentado podría sobrevivir, alimentado por el líquido carmesí que le convertía a él en ese mito y a ella, en el manjar de los dioses. Bebió y bebió con tanta vehemencia, divertido por la intrépida reacción de aquella trabajadora de la noche, que en su cabeza sólo cabía el rostro molesto de Anne como intervención más efectiva a la hora de interrumpir un banquete destinado a cualquier cosa menos la vida.
—¿Qué coño significa esto? —Muy apropiado mentar tales mundanidades, incluso si su fin sólo iba directo a la blasfemia pura y dura de una pedazo de bruta como ella, cuando el líder de tantos salvajes allí concentrados había acabado desparramado entre las rocas con una puta enroscada al cuello—. Capitán, creo que hemos pagado un servicio lo bastante largo como para actuar con un poco más de cautela después de la jodienda de hace unos minutos.
El hombre carraspeó con desidia y sin alterarse, mirando a la otra mujer en escena igual que si fuera un adolescente con las manos en la masa que por más veces que le pille todavía no consigue entender la sorpresa en los ojos horrorizados de su pobre madre. Acto seguido, se relamió los labios una vez que la joven insensata se hubo puesto en pie para lidiar mejor con la autoridad de la contramaestre. Él, por el contrario, sólo se movió para acomodarse mejor en el sitio como un puto romano en su triclinio.
—Supongo que con 'cautela' te refieres a lo que se asomará tarde o temprano por aquí —comentó en un gesto sutil hacia el futuro amanecer, que era lo único que verdaderamente podía suponerle algún tipo de preocupación— porque el sexo en la playa cuando ya está todo pagado no creo que te altere a ti el vello púbico.
—Escucha, joder, sabes que no me importa a qué te dediques en las pocas horas muertas —Cachonda mental— que tienes como líder, pero yo me oponía justo a este tipo de distracciones y mira lo que ha pasado al final. Ahora que ya está hecho encima no vayas a buscarnos problemas con ellas, cumplamos todos con nuestra jodida parte y acabemos lo que hemos venido a hacer sin que llegue la sangre al río.
Finalmente la pirata se aproximó hacia la chica herida y descubrió así el motivo real de su interrupción al entregarle un cuenco de agua templada junto a un paño y lo que parecía una pomada. Ignoró deliberadamente la risotada infantil de su jefe cuando su mirada cohibida sólo al fijarse en los atributos físicos de la ramera acabó de hablar por sí sola a pesar de la silenciosa, aunque significativa, despedida con la que se volvió por donde había venido.
Hijos, algunos nunca están dispuestos a que te lo pases bien.
—La sutileza ha sido sólo para que a ella no le extrañara. Como ves, ya tiene la cabeza lo bastante cargadita con otras preocupaciones —aclaró, de nuevo en una intimidad que aprovechó entonces para recrearse mejor en la persona que había salvado de unos cuantos hijos sanos del patriarcado francés—. Sé que a ti no te hace falta que te pongan al día con el tema. —Se incorporó frente a ella, de repente evidenciándose aun más la diferencia de alturas, y para ilustrar de lo que hablaba, le repasó la barbilla con la uña del pulgar, sensual y escalofriante como la gota de sangre que se llevó consigo—. Gracias, por cierto, no está mal para un viejo que hoy no tenía planeado divertirse —sonrió, distraído, al tiempo que empezaba a desplazarse por las rocas con bastante destreza—. ¿Cuál es tu nombre, mujer? —y se detuvo para volver a contemplarla desde aquella estampa onírica elevada entre mar y tierra—. Voy a beber lejos de más algarabías, quizá te apetezca acompañarme esta noche.
Pobre y perecedera humana entre las garras del monstruo invicto.
La suculenta respiración de aquellos pechos palpitaba, apegada a sus ropajes húmedos recién llegados de surcar océanos. La mujer bien pudo hasta sentir la respuesta de su rocosa piel en esa misma zona, justo sobre el tatuaje de la bandera que aun oculto tras la tela pareció envolverla con la misma precisión que su eterna musculatura. Cada movimiento en aquella tormenta de lenguas, sangre y arena sucumbía más y más a un naufragio del que sólo el único experimentado podría sobrevivir, alimentado por el líquido carmesí que le convertía a él en ese mito y a ella, en el manjar de los dioses. Bebió y bebió con tanta vehemencia, divertido por la intrépida reacción de aquella trabajadora de la noche, que en su cabeza sólo cabía el rostro molesto de Anne como intervención más efectiva a la hora de interrumpir un banquete destinado a cualquier cosa menos la vida.
—¿Qué coño significa esto? —Muy apropiado mentar tales mundanidades, incluso si su fin sólo iba directo a la blasfemia pura y dura de una pedazo de bruta como ella, cuando el líder de tantos salvajes allí concentrados había acabado desparramado entre las rocas con una puta enroscada al cuello—. Capitán, creo que hemos pagado un servicio lo bastante largo como para actuar con un poco más de cautela después de la jodienda de hace unos minutos.
El hombre carraspeó con desidia y sin alterarse, mirando a la otra mujer en escena igual que si fuera un adolescente con las manos en la masa que por más veces que le pille todavía no consigue entender la sorpresa en los ojos horrorizados de su pobre madre. Acto seguido, se relamió los labios una vez que la joven insensata se hubo puesto en pie para lidiar mejor con la autoridad de la contramaestre. Él, por el contrario, sólo se movió para acomodarse mejor en el sitio como un puto romano en su triclinio.
—Supongo que con 'cautela' te refieres a lo que se asomará tarde o temprano por aquí —comentó en un gesto sutil hacia el futuro amanecer, que era lo único que verdaderamente podía suponerle algún tipo de preocupación— porque el sexo en la playa cuando ya está todo pagado no creo que te altere a ti el vello púbico.
—Escucha, joder, sabes que no me importa a qué te dediques en las pocas horas muertas —Cachonda mental— que tienes como líder, pero yo me oponía justo a este tipo de distracciones y mira lo que ha pasado al final. Ahora que ya está hecho encima no vayas a buscarnos problemas con ellas, cumplamos todos con nuestra jodida parte y acabemos lo que hemos venido a hacer sin que llegue la sangre al río.
Finalmente la pirata se aproximó hacia la chica herida y descubrió así el motivo real de su interrupción al entregarle un cuenco de agua templada junto a un paño y lo que parecía una pomada. Ignoró deliberadamente la risotada infantil de su jefe cuando su mirada cohibida sólo al fijarse en los atributos físicos de la ramera acabó de hablar por sí sola a pesar de la silenciosa, aunque significativa, despedida con la que se volvió por donde había venido.
Hijos, algunos nunca están dispuestos a que te lo pases bien.
—La sutileza ha sido sólo para que a ella no le extrañara. Como ves, ya tiene la cabeza lo bastante cargadita con otras preocupaciones —aclaró, de nuevo en una intimidad que aprovechó entonces para recrearse mejor en la persona que había salvado de unos cuantos hijos sanos del patriarcado francés—. Sé que a ti no te hace falta que te pongan al día con el tema. —Se incorporó frente a ella, de repente evidenciándose aun más la diferencia de alturas, y para ilustrar de lo que hablaba, le repasó la barbilla con la uña del pulgar, sensual y escalofriante como la gota de sangre que se llevó consigo—. Gracias, por cierto, no está mal para un viejo que hoy no tenía planeado divertirse —sonrió, distraído, al tiempo que empezaba a desplazarse por las rocas con bastante destreza—. ¿Cuál es tu nombre, mujer? —y se detuvo para volver a contemplarla desde aquella estampa onírica elevada entre mar y tierra—. Voy a beber lejos de más algarabías, quizá te apetezca acompañarme esta noche.
Última edición por Thibault "Black Blood" el Dom Jul 16, 2017 4:53 pm, editado 2 veces
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Localización : Allá donde los puertos no alcanzan a ver
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Re: Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
Cada vez más debilidad; cada vez más placer. Me hundía en la oscuridad de mis ojos cerrados y su beso apasionado, me caía en el vacío en el que él esperaba, al fondo, como una roca sólida que me mantenía mientras lo decidiera, sin olvidar ninguno que podría hacerme caer de nuevo cuando quisiera. Aferrada a él en un intento fútil de sujetarme, lo besaba porque estaba presa en su inmortalidad, prisionera de su fuerza sobrehumana y de la pasión de su contacto, que sí había iniciado yo, pero que él había controlado desde el primer momento. ¿Acaso alguien esperaba lo contrario...?
¡Ah, silencio! La falta de respuesta me sentó como una comida copiosa tras días de ayuno, ¿que había realizado alguna vez por Pascua? No lo sabía; no podía recordarlo. No, no quería recordarlo, no en ese momento: había una diferencia entre incapacidad y ausencia de deseo, no carnal porque ese empezaba a resbalárseme por la cara interna de los muslos, sino del otro. ¿Una prostituta, como yo, podía permitirse desear a un hombre? ¿Sentir atracción real por un cliente, un hombre que había pagado por consumirme y que, después de hacerlo, me tiraría por la borda?
¡Qué literal, dado que estaba en los brazos de un capitán de barco! No tan literal lo era lo demás: él no había pagado por devorarme, eso lo supe después, sino para que lo hicieran los demás que poblaban su barco. Yo me estaba regalando gratuitamente, entera para él, y él había decidido aprovecharse del fácil botín que le había entregado de buena mano, sin dudar ni un solo momento. Oh, ¡la voz empezaba a afectarme! ¿Desde cuándo se me pasaba siquiera por la cabeza que era sucia por desearlo...?
Mi mundo funcionaba por deseo, normalmente el que otros sentían por mí. Lo reconocía al verlo, no estoy segura de si porque lo conocía de antes o porque lo estaba aprendiendo; lo sabía ver e intensificar, y en eso mi querido capitán no era ninguna excepción: así lo demostraba al besarme. Tampoco lo fue la mujer que, al separarme de él e incorporarme, me observó; me había sucedido en ocasiones, mas no cuando la cabeza aún me daba vueltas (de la forma agradable, no de la dolorosa... Esa estaba tan en silencio que no la echaba de menos), y me vi obligada a ladearla, con ¿inocencia?
¡Sorpresa, zorra, he vuelto!
Comencé a temblar, pero ¿por ella o por él? El dolor volvió rápido, no el de sus mordiscos ni el de mis labios hinchados por sus besos, sino el de los golpes que me habían destrozado la ropa y que me exhibía aún más de lo normal. Mis pechos, que hacía un instante demasiado largo se le habían clavado con doloroso placer, casi despuntaban por el encaje negro, demasiado poco protector para la brisa marina. Con una sonrisa tímida, creo (supongo. ¿Tal vez?), agradecí a la mujer el ungüento; con los ojos clavados en él, verde contra verde, lo seguí sin dudar.
Te ha hechizado, ¡y la hechicera soy yo! Él es un vampiro, un chupasangres; estamos débiles por su culpa, no puedes confiar en él.
La ignoré como descubrí hacía tiempo que se me daba bien hacer; la ignoré porque prefería seguir al capitán, demasiado poderoso para lo que nos convenía, y tan seductor que aún sentía el roce de sus dedos en mi barbilla, apartando los restos de la sangre que él había bebido de mí con mi total permiso. Suponía que realmente no lo necesitaba, pues si lo deseaba mucho podría conseguir beberme entera sin que yo lo deseara, mas se lo había ofrecido, y él había aceptado sin dudarlo y sin hacerme dudar a mí.
– Alchemilla, capitán. – murmuré, pero él me escuchó; bajé la cabeza, pero él me vio; fruncí el ceño, y eso él no pudo captarlo porque mi cabello se lo impidió. Ella decía que mi nombre era Alchemilla, pero ¿lo era? No podía estar seguro. Me parecía familiar, quizá por haber estado usándolo, pero era como tomar unos zapatos prestados e intentar ponértelos: podían entrar, pero la forma del pie era otra, y no encajan del todo... No son tuyos, no te pertenecen, no te representan, no...
¡Basta! Eres Alchemilla; síguelo, Alchemilla, síguelo si tanto lo deseas en tu cuerpo.
– Preferiría acompañarle a quedarme atrás, con ellos. – afirmé, e hice un gesto hacia donde casi me habían utilizado. De no haber sido por su oportuna intervención, armado con nada más que un pincho moruno (no podría olvidarlo ni verlo igual, de eso estaba muy segura), la prostituta habría sido mancillada; ¿a quién le importaría, salvo a mí? No era como si, al recibir un pago, yo diera mi consentimiento... No era como si yo tuviera mis propios deseos, personados en el hombre al que seguí a través de las rocas hasta que nos detuvimos y pude comenzar a darme el ungüento que la mujer me había ofrecido.
No debes aceptar nada de ellos, no debes estar en su deuda, ¡nos valemos por nosotras mismas!
– ¿Sería tan amable de agradecerle a su compañera el ungüento? – pregunté, sonriendo, y a continuación repartí la sustancia por las heridas con peor aspecto, aunque hubo alguna en la espalda a la que no pude llegar. Con la confianza ciega que aparentemente demostraba al no mirarlo y ofrecerle mi punto ciego, me aparté el cabello hacia un lado para dejarle la herida a la vista, y con la otra mano deshice rápidamente la tela, de forma que ésta cayó al suelo y nada cubría mis pechos; nada salvo mis brazos, que los ocultaron de inmediato. – No... No alcanzo, capitán. – justifiqué, y giré el rostro únicamente para mirarlo y pedirle, así, el favor que no alcanzaba a plantearle con palabras.
¡Ah, silencio! La falta de respuesta me sentó como una comida copiosa tras días de ayuno, ¿que había realizado alguna vez por Pascua? No lo sabía; no podía recordarlo. No, no quería recordarlo, no en ese momento: había una diferencia entre incapacidad y ausencia de deseo, no carnal porque ese empezaba a resbalárseme por la cara interna de los muslos, sino del otro. ¿Una prostituta, como yo, podía permitirse desear a un hombre? ¿Sentir atracción real por un cliente, un hombre que había pagado por consumirme y que, después de hacerlo, me tiraría por la borda?
¡Qué literal, dado que estaba en los brazos de un capitán de barco! No tan literal lo era lo demás: él no había pagado por devorarme, eso lo supe después, sino para que lo hicieran los demás que poblaban su barco. Yo me estaba regalando gratuitamente, entera para él, y él había decidido aprovecharse del fácil botín que le había entregado de buena mano, sin dudar ni un solo momento. Oh, ¡la voz empezaba a afectarme! ¿Desde cuándo se me pasaba siquiera por la cabeza que era sucia por desearlo...?
Mi mundo funcionaba por deseo, normalmente el que otros sentían por mí. Lo reconocía al verlo, no estoy segura de si porque lo conocía de antes o porque lo estaba aprendiendo; lo sabía ver e intensificar, y en eso mi querido capitán no era ninguna excepción: así lo demostraba al besarme. Tampoco lo fue la mujer que, al separarme de él e incorporarme, me observó; me había sucedido en ocasiones, mas no cuando la cabeza aún me daba vueltas (de la forma agradable, no de la dolorosa... Esa estaba tan en silencio que no la echaba de menos), y me vi obligada a ladearla, con ¿inocencia?
¡Sorpresa, zorra, he vuelto!
Comencé a temblar, pero ¿por ella o por él? El dolor volvió rápido, no el de sus mordiscos ni el de mis labios hinchados por sus besos, sino el de los golpes que me habían destrozado la ropa y que me exhibía aún más de lo normal. Mis pechos, que hacía un instante demasiado largo se le habían clavado con doloroso placer, casi despuntaban por el encaje negro, demasiado poco protector para la brisa marina. Con una sonrisa tímida, creo (supongo. ¿Tal vez?), agradecí a la mujer el ungüento; con los ojos clavados en él, verde contra verde, lo seguí sin dudar.
Te ha hechizado, ¡y la hechicera soy yo! Él es un vampiro, un chupasangres; estamos débiles por su culpa, no puedes confiar en él.
La ignoré como descubrí hacía tiempo que se me daba bien hacer; la ignoré porque prefería seguir al capitán, demasiado poderoso para lo que nos convenía, y tan seductor que aún sentía el roce de sus dedos en mi barbilla, apartando los restos de la sangre que él había bebido de mí con mi total permiso. Suponía que realmente no lo necesitaba, pues si lo deseaba mucho podría conseguir beberme entera sin que yo lo deseara, mas se lo había ofrecido, y él había aceptado sin dudarlo y sin hacerme dudar a mí.
– Alchemilla, capitán. – murmuré, pero él me escuchó; bajé la cabeza, pero él me vio; fruncí el ceño, y eso él no pudo captarlo porque mi cabello se lo impidió. Ella decía que mi nombre era Alchemilla, pero ¿lo era? No podía estar seguro. Me parecía familiar, quizá por haber estado usándolo, pero era como tomar unos zapatos prestados e intentar ponértelos: podían entrar, pero la forma del pie era otra, y no encajan del todo... No son tuyos, no te pertenecen, no te representan, no...
¡Basta! Eres Alchemilla; síguelo, Alchemilla, síguelo si tanto lo deseas en tu cuerpo.
– Preferiría acompañarle a quedarme atrás, con ellos. – afirmé, e hice un gesto hacia donde casi me habían utilizado. De no haber sido por su oportuna intervención, armado con nada más que un pincho moruno (no podría olvidarlo ni verlo igual, de eso estaba muy segura), la prostituta habría sido mancillada; ¿a quién le importaría, salvo a mí? No era como si, al recibir un pago, yo diera mi consentimiento... No era como si yo tuviera mis propios deseos, personados en el hombre al que seguí a través de las rocas hasta que nos detuvimos y pude comenzar a darme el ungüento que la mujer me había ofrecido.
No debes aceptar nada de ellos, no debes estar en su deuda, ¡nos valemos por nosotras mismas!
– ¿Sería tan amable de agradecerle a su compañera el ungüento? – pregunté, sonriendo, y a continuación repartí la sustancia por las heridas con peor aspecto, aunque hubo alguna en la espalda a la que no pude llegar. Con la confianza ciega que aparentemente demostraba al no mirarlo y ofrecerle mi punto ciego, me aparté el cabello hacia un lado para dejarle la herida a la vista, y con la otra mano deshice rápidamente la tela, de forma que ésta cayó al suelo y nada cubría mis pechos; nada salvo mis brazos, que los ocultaron de inmediato. – No... No alcanzo, capitán. – justifiqué, y giré el rostro únicamente para mirarlo y pedirle, así, el favor que no alcanzaba a plantearle con palabras.
Invitado- Invitado
Re: Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
Para un hombre que nada más poner un pie fuera de la tierra había ascendido tan pronto en la piratería como el mismo mar auguraría que su deber iba a ser conducir el peso de aquel bárbaro por los siglos de los siglos… ¿Qué puedo decir? Las necesidades básicas estaban conquistadísimas. Pero al igual que hacía un proscrito inmortal con todo el mundo del que disponía a sus pies, el terreno se extendía cada vez más a su paso y tenía unas ganas, incluso mayores que la propia eternidad, de seguir conquistándolo. Por eso seguramente, Amanda Smith diera en el maldito clavo hincándole el diente al sujeto que reunía todos los elementos perfectos para capitanear los océanos hasta que se quedaran secos.
Una forma sembrada de decir que quien pusiera cachondo de verdad al temerario Black Blood no se libraba de las venéreas, ni antes ni ahora.
Bromas aparte —pues la única suciedad que le asociarías a su cuerpo sería puramente metafórica—, cualquier ser vivo con una voluntad de hierro capaz de anteponer la prudencia a ese peligroso magnetismo que desprendía cuando ni siquiera pretendía abordarte —con todas las letras viniendo de un pirata— habría conseguido alejarse de la presencia de Thibault, o al menos hacer un bravo intento. Aquella mujer, no obstante, se había arrojado voluntariamente a merced de los riesgos de su sed, como ofrenda, como acto de agradecimiento, como simple e inevitable víctima de la atracción. Así que muy probablemente no perteneciera a ese grupo de muermos, cuya represión también resultaba interesante de despedazar cachito a cachito tras un reguero de sangre, mas no iba a negar que en el caso de una persona acostumbrada a trabajar con la carne y sus instintos, como nada menos que una prostituta, volvía el doble de interesante aquel comportamiento; aquella elección.
—Sí, apuesto a que lo prefieres —sonrió ante la sinceridad de su respuesta, al tiempo que continuaba su camino a través de las rocas y observaba cómo podía apañárselas para seguir su ritmo —Y vaya que si lo hizo—. Nada personal, esa falta de consideración, si quería verse así, solía tenerla hacia todo el mundo, ayudarla se parecería más a las galanterías y a la condescendencia que él había rechazado, no sólo al salvarle la vida sino a partir del extraño respeto que, de primeras, guardaba hacia toda alma luchadora.
Sin embargo, le tendió la mano una vez llegaron a la roca más alta y lisa, y la retuvo en los abrumadores segundos que retorció para mirarla directamente a los ojos mientras saboreaba la información de su nombre.
—Alchemilla —repitió, como si fuera un animal fascinado con la cena que no iba a comerse esa noche porque era demasiado… ¿bonita? Nah, el motivo real complicaba bastante más la trama pero, ¿por qué precipitarse si lo estaba disfrutando? Y por lo que parecía, tampoco era el único en eso—. ¿Tú cómo quieres llamarme? Por mi nombre, Thibault, por la 'Sangre Negra' con la que ensucio los mares, 'Black Blood' en su forma anglosajona… —casi recitó y finalmente se alejó para tomar asiento con despreocupación, una pierna estirada y la otra flexionada como futuro reposo del codo que se proponía a empinar de cara a la oscuridad de las aguas que tenían en frente— Bueno, qué más da, 'capitán' está bien —concluyó, y le hizo un gesto con la cabeza para que se acomodara también a su lado—. Oh, se lo agradeceré, seguro que estará encantada de oírlo —respondió y cuando llegó el momento de disponer de la espalda desnuda de su acompañante de última hora, el ron se deslizó con descuido por sus labios a la vez que sus ojos verdes recorrían el banquete de piel a su disposición—. Tranquila, mujer —'calmó' su petición con un reposado tono de voz, contrario a lo que pasó a hacer con la estimulante aspereza de sus yemas de marinero al presionar el masaje lentamente sobre ella, creando esa dicotomía tan delirante entre suavidad y estimulación. Ni él se estaba fijando ya en si las zonas por las que extendía el ungüento lo necesitaban, así que aprovechó su eficiencia para inclinar la cabeza y hablarle por encima de la oreja—, que yo sí que alcanzo… —susurró, antes de caer en la cuenta que más bien lo estaba murmurando con la lengua en su cuello— Ups, lo siento, creo que eso no estaba en la invitación —se disculpó con divertida honestidad, y esperó a que la chica volviera a mirarle directamente a la cara para 'amorrarse' otra vez a su bebida sin dejar de taladrarla—. ¿Alchemilla? ¿Como la especie de plantas? Exótico —comentó y entonces le ofreció un trago a la interpelada—. No eres alguien corriente, ¿verdad, Alchemilla? Has sabido enseguida que yo tampoco. No percibo aura sobrenatural, así que, aun siendo humana, debes de tener alguna habilidad especial. La cuestión es si estás, o no, enterada…
Una forma sembrada de decir que quien pusiera cachondo de verdad al temerario Black Blood no se libraba de las venéreas, ni antes ni ahora.
Bromas aparte —pues la única suciedad que le asociarías a su cuerpo sería puramente metafórica—, cualquier ser vivo con una voluntad de hierro capaz de anteponer la prudencia a ese peligroso magnetismo que desprendía cuando ni siquiera pretendía abordarte —con todas las letras viniendo de un pirata— habría conseguido alejarse de la presencia de Thibault, o al menos hacer un bravo intento. Aquella mujer, no obstante, se había arrojado voluntariamente a merced de los riesgos de su sed, como ofrenda, como acto de agradecimiento, como simple e inevitable víctima de la atracción. Así que muy probablemente no perteneciera a ese grupo de muermos, cuya represión también resultaba interesante de despedazar cachito a cachito tras un reguero de sangre, mas no iba a negar que en el caso de una persona acostumbrada a trabajar con la carne y sus instintos, como nada menos que una prostituta, volvía el doble de interesante aquel comportamiento; aquella elección.
—Sí, apuesto a que lo prefieres —sonrió ante la sinceridad de su respuesta, al tiempo que continuaba su camino a través de las rocas y observaba cómo podía apañárselas para seguir su ritmo —Y vaya que si lo hizo—. Nada personal, esa falta de consideración, si quería verse así, solía tenerla hacia todo el mundo, ayudarla se parecería más a las galanterías y a la condescendencia que él había rechazado, no sólo al salvarle la vida sino a partir del extraño respeto que, de primeras, guardaba hacia toda alma luchadora.
Sin embargo, le tendió la mano una vez llegaron a la roca más alta y lisa, y la retuvo en los abrumadores segundos que retorció para mirarla directamente a los ojos mientras saboreaba la información de su nombre.
—Alchemilla —repitió, como si fuera un animal fascinado con la cena que no iba a comerse esa noche porque era demasiado… ¿bonita? Nah, el motivo real complicaba bastante más la trama pero, ¿por qué precipitarse si lo estaba disfrutando? Y por lo que parecía, tampoco era el único en eso—. ¿Tú cómo quieres llamarme? Por mi nombre, Thibault, por la 'Sangre Negra' con la que ensucio los mares, 'Black Blood' en su forma anglosajona… —casi recitó y finalmente se alejó para tomar asiento con despreocupación, una pierna estirada y la otra flexionada como futuro reposo del codo que se proponía a empinar de cara a la oscuridad de las aguas que tenían en frente— Bueno, qué más da, 'capitán' está bien —concluyó, y le hizo un gesto con la cabeza para que se acomodara también a su lado—. Oh, se lo agradeceré, seguro que estará encantada de oírlo —respondió y cuando llegó el momento de disponer de la espalda desnuda de su acompañante de última hora, el ron se deslizó con descuido por sus labios a la vez que sus ojos verdes recorrían el banquete de piel a su disposición—. Tranquila, mujer —'calmó' su petición con un reposado tono de voz, contrario a lo que pasó a hacer con la estimulante aspereza de sus yemas de marinero al presionar el masaje lentamente sobre ella, creando esa dicotomía tan delirante entre suavidad y estimulación. Ni él se estaba fijando ya en si las zonas por las que extendía el ungüento lo necesitaban, así que aprovechó su eficiencia para inclinar la cabeza y hablarle por encima de la oreja—, que yo sí que alcanzo… —susurró, antes de caer en la cuenta que más bien lo estaba murmurando con la lengua en su cuello— Ups, lo siento, creo que eso no estaba en la invitación —se disculpó con divertida honestidad, y esperó a que la chica volviera a mirarle directamente a la cara para 'amorrarse' otra vez a su bebida sin dejar de taladrarla—. ¿Alchemilla? ¿Como la especie de plantas? Exótico —comentó y entonces le ofreció un trago a la interpelada—. No eres alguien corriente, ¿verdad, Alchemilla? Has sabido enseguida que yo tampoco. No percibo aura sobrenatural, así que, aun siendo humana, debes de tener alguna habilidad especial. La cuestión es si estás, o no, enterada…
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Re: Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
No quería pensar en nada que no fuera el capitán, su estimulante compañía, sus manos ásperas pero capaces de provocarme escalofríos cuando, hacía apenas un instante, eso era lo último en lo que había sido capaz de pensar. Arrullada por él, por su voz con la fuerza de los mares y la gravedad de los truenos de una tempestad, cerré los ojos y le permití manejarme como una muñeca mientras me curaba, sin apenas preocuparme por tapar mi cuerpo de su ardiente mirada, ya que permití que fueran mis cabellos los que, largos y lacios, me cubrieran los pechos.
Qué oportuna, ¿no?, finges que eres una sirena para el capitán de un barco. ¿Y te extraña que sea tan fácil dominarte? ¡No vales nada, no tienes nada de carácter!
El pensamiento, amargo en demasía por producirse en medio de una oleada tan placentera que la sentía incluso entre las piernas, me hizo abrir los ojos, pero en vez de enfrentarme a la realidad amarga, lo hice a un hombre peligroso que, sin embargo, se estaba comportando bien conmigo. Bueno, bien... Seduciéndome, como si fuera una joven virginal en vez de una prostituta curtida, como sabía bien que lo era, y no precisamente por tener a alguien que me lo recordaba a cada momento.
Oh, ¿quieres que lo haga, fulana? ¡Eres una puta, una sucia ramera!
La ignoré, como de costumbre, pero con más facilidad de lo habitual porque las palabras del capitán me obligaban a prestarle atención a él y nada más que a él, aunque lo que dijera tuviera que ver con ella, en cierto modo. No quería admitir nada de lo que me pasaba dentro de la cabeza con él, pues seguía siendo un total desconocido, y mi agradecimiento no era tanto para olvidarme de todo lo que había estado aprendido en los últimos tiempos. Aun así... Algo en mí deseaba hacerlo, algo diferente a la atronadora voz de mi cabeza, quizá lo más yo de todo lo que me quedaba.
No se te ocurra, Alchemilla, no puedes confiar en él, ¡no!
– Sí, es justo como la flor. Así es como me conocen en el burdel. – respondí, con una verdad a medias, pero que debía ser suficiente en aquellas circunstancias, en especial dado que no había ninguna mentira en lo que había dicho. Él, por su parte, no tenía por qué saber que ese era el único nombre que me conocía, que sabía que tenía que haber otro pero lo ignoraba, que yo no era la única persona que vivía en mis pensamientos. No tenía por qué saberlo, no, ni tenía yo fuerza suficiente tampoco para pensar en ello con semejante tentación hecha carne cerca.
Constantemente te sucede lo que a muchos hombres, puta, ¿te das cuenta? ¡Piensa con la cabeza que te toca!
– No es difícil ver que es usted extraordinario, capitán. Con o sin leyendas a sus espaldas, incluso si no supiera nada de la sangre negra que le da el apodo, me habríais parecido sobrehumano. Esa certeza es demasiado fácil tenerla para que se me pueda considerar un mérito. – expliqué, encogiéndome de hombros de modo que sus manos resbalaron de nuevo por mi piel, hasta caer próximas a mi cintura. Sin girarme del todo, únicamente el rostro, lo miré, y aparté el cabello suficiente de la cara para que también se moviera de su pudorosa posición, con lo cual él pudo verme más desnuda incluso que hasta aquel momento.
¡Te estás ofreciendo como un pedazo de carne, eres una...!
– No sé de dónde vino esto. Sé que soy capaz de mucho, que si digo ciertas palabras suceden cosas concretas, pero no sé cómo puedo controlarlo, y muchas veces, cuando lo necesito, ni siquiera lo siento como algo mío. Quién sabe, ¿a lo mejor porque no lo es? ¿Me estás escuchando! Pero no, no lo estaba haciendo: en su lugar, me encontraba mirando al capitán, ya medio girada hasta él, cualquier atisbo de pudor en la posición de mis cabellos esfumada al tiempo que éstos se me habían desplazado, por el giro, por todas partes.
Su atención se encontraba puesta en mí, tanto en mis palabras como en lo que le estaba ofreciendo medio sin querer y, a la vez, medio queriendo, de modo que lo premié apartando el pelo por completo para que pudiera ver lo que tanto ansiaba. A continuación, acepté la invitación que me había hecho antes y que intuía que seguía manteniendo y me desplacé hasta terminar sentada sobre sus muslos, con la mano en su pecho para ayudarme a sostenerme y como excusa para enredarme en la piel que le quedaba a la vista, salpicada de vello rojizo, nítido incluso con la escasa luz.
– Thibault... Capitán. Me gusta más así, capitán, me recuerda que es usted quien tiene el timón, y eso se me antoja más seguro que el apodo sangriento o un nombre de pila cualquiera. – comencé, sonriendo un momento, y después me encogí de hombros. – Dado que nos encontramos en un momento tormentoso, sobre todo yo, necesito toda la seguridad que usted me pueda dar. – finalicé, justo antes de reducir la distancia que nos separaba para besarlo en los labios, apenas un roce que, sin embargo, sabía a mar y a fuego líquido, justamente igual que él.
No puedes evitarlo, ¿eh?, ¡nunca has podido! Te pueden los vampiros... ¡Justo igual que a mí!
Qué oportuna, ¿no?, finges que eres una sirena para el capitán de un barco. ¿Y te extraña que sea tan fácil dominarte? ¡No vales nada, no tienes nada de carácter!
El pensamiento, amargo en demasía por producirse en medio de una oleada tan placentera que la sentía incluso entre las piernas, me hizo abrir los ojos, pero en vez de enfrentarme a la realidad amarga, lo hice a un hombre peligroso que, sin embargo, se estaba comportando bien conmigo. Bueno, bien... Seduciéndome, como si fuera una joven virginal en vez de una prostituta curtida, como sabía bien que lo era, y no precisamente por tener a alguien que me lo recordaba a cada momento.
Oh, ¿quieres que lo haga, fulana? ¡Eres una puta, una sucia ramera!
La ignoré, como de costumbre, pero con más facilidad de lo habitual porque las palabras del capitán me obligaban a prestarle atención a él y nada más que a él, aunque lo que dijera tuviera que ver con ella, en cierto modo. No quería admitir nada de lo que me pasaba dentro de la cabeza con él, pues seguía siendo un total desconocido, y mi agradecimiento no era tanto para olvidarme de todo lo que había estado aprendido en los últimos tiempos. Aun así... Algo en mí deseaba hacerlo, algo diferente a la atronadora voz de mi cabeza, quizá lo más yo de todo lo que me quedaba.
No se te ocurra, Alchemilla, no puedes confiar en él, ¡no!
– Sí, es justo como la flor. Así es como me conocen en el burdel. – respondí, con una verdad a medias, pero que debía ser suficiente en aquellas circunstancias, en especial dado que no había ninguna mentira en lo que había dicho. Él, por su parte, no tenía por qué saber que ese era el único nombre que me conocía, que sabía que tenía que haber otro pero lo ignoraba, que yo no era la única persona que vivía en mis pensamientos. No tenía por qué saberlo, no, ni tenía yo fuerza suficiente tampoco para pensar en ello con semejante tentación hecha carne cerca.
Constantemente te sucede lo que a muchos hombres, puta, ¿te das cuenta? ¡Piensa con la cabeza que te toca!
– No es difícil ver que es usted extraordinario, capitán. Con o sin leyendas a sus espaldas, incluso si no supiera nada de la sangre negra que le da el apodo, me habríais parecido sobrehumano. Esa certeza es demasiado fácil tenerla para que se me pueda considerar un mérito. – expliqué, encogiéndome de hombros de modo que sus manos resbalaron de nuevo por mi piel, hasta caer próximas a mi cintura. Sin girarme del todo, únicamente el rostro, lo miré, y aparté el cabello suficiente de la cara para que también se moviera de su pudorosa posición, con lo cual él pudo verme más desnuda incluso que hasta aquel momento.
¡Te estás ofreciendo como un pedazo de carne, eres una...!
– No sé de dónde vino esto. Sé que soy capaz de mucho, que si digo ciertas palabras suceden cosas concretas, pero no sé cómo puedo controlarlo, y muchas veces, cuando lo necesito, ni siquiera lo siento como algo mío. Quién sabe, ¿a lo mejor porque no lo es? ¿Me estás escuchando! Pero no, no lo estaba haciendo: en su lugar, me encontraba mirando al capitán, ya medio girada hasta él, cualquier atisbo de pudor en la posición de mis cabellos esfumada al tiempo que éstos se me habían desplazado, por el giro, por todas partes.
Su atención se encontraba puesta en mí, tanto en mis palabras como en lo que le estaba ofreciendo medio sin querer y, a la vez, medio queriendo, de modo que lo premié apartando el pelo por completo para que pudiera ver lo que tanto ansiaba. A continuación, acepté la invitación que me había hecho antes y que intuía que seguía manteniendo y me desplacé hasta terminar sentada sobre sus muslos, con la mano en su pecho para ayudarme a sostenerme y como excusa para enredarme en la piel que le quedaba a la vista, salpicada de vello rojizo, nítido incluso con la escasa luz.
– Thibault... Capitán. Me gusta más así, capitán, me recuerda que es usted quien tiene el timón, y eso se me antoja más seguro que el apodo sangriento o un nombre de pila cualquiera. – comencé, sonriendo un momento, y después me encogí de hombros. – Dado que nos encontramos en un momento tormentoso, sobre todo yo, necesito toda la seguridad que usted me pueda dar. – finalicé, justo antes de reducir la distancia que nos separaba para besarlo en los labios, apenas un roce que, sin embargo, sabía a mar y a fuego líquido, justamente igual que él.
No puedes evitarlo, ¿eh?, ¡nunca has podido! Te pueden los vampiros... ¡Justo igual que a mí!
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Re: Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
'Elocuente' y 'ramera' iban más de la mano incluso de lo que aquellas mujeres sabían hacer con ésta. También se podía ser elocuente con la lengua, cosa que la trabajadora sexual en cuestión que se había enroscado a su cuerpo esa noche estaba demostrando a través de una batalla de sensualidad entre la timidez y el descaro. Mejor dicho: el perpetuo magnetismo hacia la sangre, como si estuviera acercándose paso a paso para rozarla con los dedos y comprobar, si de verdad, era tan negra como la oscuridad que ahora ocultaría sus cuerpos apegados en plena ebullición de no ser por el reguero de luz que arrojaba la luna, desde la última gota de mar a lo lejos hasta derramarse en la piel descubierta de la tal Alchemilla, ésa que había sido masajeada y lamida con una naturalidad escalofriante. Digna del vampiro ante el que se había dejado atenazar por voluntad propia —y de repente, aquel pincho moruno de antes debió de parecerle una recreación de su estado inquietantemente apropiada—.
Apetitosa e intrépida, ¿qué más se le podía pedir a la espontaneidad de la vida?
—¿Y así es como también te gustaría que te llamara aquí y ahora? —le ensartó aquella pregunta en apariencia inofensiva, debía de serlo cuando él no conocía realmente nada de ella ni de sus tormentos personales, salvo por el ligero detalle de que al tipo se le daba bien identificar voces intrusas, hasta cuando no se oían… A pesar de todo, nada dio señales de que estuviera al tanto, quizá por verdadera ignorancia o para abandonarse con gusto a la espontaneidad de su propio carácter, algo que la joven desconocida asida a su cuerpo parecía saber abordar con la misma audacia que un ataque entre navíos— Qué lista eres, Alchemilla, para que luego digan que sólo nosotros la clavamos… —sonrió de medio lado, cada vez más complacido, lo que ella misma pudo comprobar encima de la abrumadora evidencia que se había encargado de provocar bajo sus muslos entre lacios cabellos, sutileza y la elección del apelativo que tan sabiamente había elegido. Y aquel 'capitán' le hizo saber de su opinión muchísimo antes de comentarlo en voz alta.
Con un adiestrado movimiento, que seguía dejando en evidencia al decoro y al pudor más encorsetados de los que medían el contacto humano —'humano', claro…—, las manos de Thibault estiraron de la enclenque tela que quedara por cubrir su silueta femenina de cintura para arriba, todo sin apartar la salvaje travesura de su sonrisa de los besos, mordiscos y jadeos que llevaban un buen rato concentrados en el leve roce que le había dado ella antes de liberar poco a poco a la bestia. No, en realidad la bestia siempre andaba suelta, sólo había que rezar todo lo que supieras hasta que te encontrara o, como hacía la prostituta en aquellos precisos instantes, aguardarla sentada y con las piernas abiertas.
—Por favor, vas a hacer que me sonroje… —respondió a sus halagos, y la vibración de su aliento devorando sus mejillas volvió todavía más excitante la valiente ironía de que un hombre de su destreza carnal pudiera sonrojarse. Más bien, sus colmillos eran los que provocaban el rojo a su paso y no únicamente el del líquido que alimentaba su naturaleza. Resultaba alarmante que a pesar de su impetuosidad y del horror animal de su leyenda —como monstruo social y auténtico—, supiera barajar el dolor con el placer de un modo tan suave y adictivo, en un mareo placentero con el que atrapar a su sustento y a su amante al mismo tiempo— Sea como sea, no cualquiera se entregaría al descubrimiento de un chupasangres como tú lo has hecho. La respuesta natural suele ser el miedo. ¿A lo mejor no lo tienes porque podrías intentar defenderte con sólo una de tus 'ciertas palabras que provocarían cosas concretas', o porque simplemente está en tu carácter? Cada vez te vuelves más y más interesante, debería contenerme un poco para poder dejar algo de ti —¿bromeó? a través de otro bocado en sus pezones erizados—, aunque no te preocupes, obviando esa filosofía sentimentaloide de que todo el mundo merece vivir, respeto tu profesión y sería una grosería demasiado descomunal, incluso para mí, que se me fueran los colmillos hasta ese punto con alguien que sólo está haciendo su trabajo. Aunque… ¿estás haciendo sólo tu trabajo ahora mismo, 'Alchemilla del burdel'? Curiosidad, no porque me queje…
Y en menos de lo que tardaba un suspiro que debió agitar el estómago de la chica —la cuestión era si por la sorpresa o por las continuas reacciones que acontecían más abajo—, volteó el cuerpo de ésta para que volviera a recostar su espalda desnuda sobre el pecho del marino y susurrarle al oído mientras esa vez, descendía la mano y la perdía tras la falda de su vestido, más húmedo y endeble a pasos agigantados.
Apetitosa e intrépida, ¿qué más se le podía pedir a la espontaneidad de la vida?
—¿Y así es como también te gustaría que te llamara aquí y ahora? —le ensartó aquella pregunta en apariencia inofensiva, debía de serlo cuando él no conocía realmente nada de ella ni de sus tormentos personales, salvo por el ligero detalle de que al tipo se le daba bien identificar voces intrusas, hasta cuando no se oían… A pesar de todo, nada dio señales de que estuviera al tanto, quizá por verdadera ignorancia o para abandonarse con gusto a la espontaneidad de su propio carácter, algo que la joven desconocida asida a su cuerpo parecía saber abordar con la misma audacia que un ataque entre navíos— Qué lista eres, Alchemilla, para que luego digan que sólo nosotros la clavamos… —sonrió de medio lado, cada vez más complacido, lo que ella misma pudo comprobar encima de la abrumadora evidencia que se había encargado de provocar bajo sus muslos entre lacios cabellos, sutileza y la elección del apelativo que tan sabiamente había elegido. Y aquel 'capitán' le hizo saber de su opinión muchísimo antes de comentarlo en voz alta.
Con un adiestrado movimiento, que seguía dejando en evidencia al decoro y al pudor más encorsetados de los que medían el contacto humano —'humano', claro…—, las manos de Thibault estiraron de la enclenque tela que quedara por cubrir su silueta femenina de cintura para arriba, todo sin apartar la salvaje travesura de su sonrisa de los besos, mordiscos y jadeos que llevaban un buen rato concentrados en el leve roce que le había dado ella antes de liberar poco a poco a la bestia. No, en realidad la bestia siempre andaba suelta, sólo había que rezar todo lo que supieras hasta que te encontrara o, como hacía la prostituta en aquellos precisos instantes, aguardarla sentada y con las piernas abiertas.
—Por favor, vas a hacer que me sonroje… —respondió a sus halagos, y la vibración de su aliento devorando sus mejillas volvió todavía más excitante la valiente ironía de que un hombre de su destreza carnal pudiera sonrojarse. Más bien, sus colmillos eran los que provocaban el rojo a su paso y no únicamente el del líquido que alimentaba su naturaleza. Resultaba alarmante que a pesar de su impetuosidad y del horror animal de su leyenda —como monstruo social y auténtico—, supiera barajar el dolor con el placer de un modo tan suave y adictivo, en un mareo placentero con el que atrapar a su sustento y a su amante al mismo tiempo— Sea como sea, no cualquiera se entregaría al descubrimiento de un chupasangres como tú lo has hecho. La respuesta natural suele ser el miedo. ¿A lo mejor no lo tienes porque podrías intentar defenderte con sólo una de tus 'ciertas palabras que provocarían cosas concretas', o porque simplemente está en tu carácter? Cada vez te vuelves más y más interesante, debería contenerme un poco para poder dejar algo de ti —¿bromeó? a través de otro bocado en sus pezones erizados—, aunque no te preocupes, obviando esa filosofía sentimentaloide de que todo el mundo merece vivir, respeto tu profesión y sería una grosería demasiado descomunal, incluso para mí, que se me fueran los colmillos hasta ese punto con alguien que sólo está haciendo su trabajo. Aunque… ¿estás haciendo sólo tu trabajo ahora mismo, 'Alchemilla del burdel'? Curiosidad, no porque me queje…
Y en menos de lo que tardaba un suspiro que debió agitar el estómago de la chica —la cuestión era si por la sorpresa o por las continuas reacciones que acontecían más abajo—, volteó el cuerpo de ésta para que volviera a recostar su espalda desnuda sobre el pecho del marino y susurrarle al oído mientras esa vez, descendía la mano y la perdía tras la falda de su vestido, más húmedo y endeble a pasos agigantados.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Re: Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
No recordaba el mar. No recordaba el agua salada, como la que rompía en olas suaves cerca de nosotros; la arena suave de una playa hundiéndose bajo el peso de los dedos de los pies, o tal vez las rocas clavándose de formas dolorosas pero, a la larga, beneficiosas. No lo recordaba pero era capaz de imaginarlo, sugestionada por su beso y guiada por sus manos expertas, una tripulante más al mando del capitán Black Blood, quien no necesitaba mi permiso y, pese a ello, había tenido la delicadeza de solicitarlo.
Eso dice. Míralo comportándose como si fuera humano, ¡ja! Es un monstruo.
Pero ¿no lo éramos todos? Él, con sus colmillos afilados y su fuerza sobrehumana, hasta para convertir pedazos de carne ensartados en un arma digna de tener en cuenta, al menos iba de cara, pero yo... ¿Tú qué? Eres una inútil, fulana. No mereces ni llamarte Alchemilla. Eso era cierto: el nombre se sentía erróneo, pero no tenía otro para referirme a mí. Mi pasado me había sido arrebatado, mi presente estaba próximo a seguir ese mismo camino, pero mi futuro me pertenecía, a mí y al capitán a quien había decidido entregarle el más inmediato.
– No lo sé, capitán. Usted no es mi primer vampiro, pero... – me interrumpí al sentir sus dedos, fríos, clavándose contra mi propio ardor. En vez de sentir el instinto que, imaginaba, sería el lógico (¡es el lógico, demonios, lárgate de una maldita vez de sus garras muertas!), entreabrí un poco más las piernas, permitiéndole que accediera a cualquier rincón de mi cuerpo que él deseara. Si tan solo fuera tan fácil con mi mente, tal vez podría serme de ayuda...
O tal vez no porque yo no le dejaría. ¿Me estás escuchando?
– Creo que es porque usted lo entiende. No toma lo que desea sin que le importe nada más, sino que... – de nuevo me interrumpí, mordiéndome el labio inferior con saña, pero me obligué a continuar. – Respeta. Entiende que, aunque sea una fulana y me paguen por ofrecerme, soy algo más que mi cuerpo. – terminé, de milagro pero fui capaz. Sin darme cuenta, me aferré con las uñas a sus antebrazos, clavándome sin importarme si le hacía daño porque sabía que no se lo haría a un inmortal como él, y desesperada por un apoyo, fuera cual fuese.
Mírate. Celebrando que él te trata como más que un pedazo de carne... ¿Cómo? ¿Entregándote a él para que te trate justo así?
No sentí el menor deseo de discutir. El único deseo que me recorría era el de sentirlo por completo, al tiempo que sus dedos me hacían navegar impulsada por los vientos huracanados de sus talentos sobrehumanos. Ni siquiera me tenía casi en pie, y menos lo hice cuando él rozó un punto concreto que casi me hizo gritar, pero que consiguió, en su lugar, que las piernas me fallaran y que no pudiera importarme ni lo más mínimo que así fuera. ¿Cómo iba a hacerlo, si lo único que me invadía era la momentánea paz que siempre acudía tras el estallido de placer?
– Dentro de mis obligaciones no se encontraba el capitán de este navío, pero eso usted ya lo sabía, o de lo contrario habría sido el primero al que habría visitado. Es evidente que no estoy aquí, así, por mi profesión, capitán... Pero si deseaba escuchármelo decir, lo repetiré. – murmuré, con un tono tan suave como sugerente. Una ventaja de tratar con un hombre como él, que ni siquiera era hombre pese a que su virilidad quedara fuera de toda duda, era que no necesitaba alzar la voz porque él me escucharía, y también que vería cualquier cosa que hiciera, hasta si nos encontrábamos cubiertos por el manto de la noche estrellada.
– Le deseo, capitán Black Blood. Por completo. – afirmé. Con tanta sinceridad que me das asco, ¿cómo le permites dominarte con tanta facilidad? ¡Menuda fulana estás hecha! Y ni siquiera te va a pagar, ¿cómo pretendes salir de aquí y ser de provecho si no dejas de caer en estos estúpidos trucos! Para mi desgracia, la paz de ella se había terminado, pero había aprendido un par de trucos durante el tiempo que llevaba viviendo en el burdel, y uno de ellos era que la voz enmudecía cuando me encontraba con un hombre... Así que eso hice.
No fui rápida porque no necesitaba serlo, aunque a él seguramente le parecí incluso lenta al tomarme mi tiempo con el movimiento. Mis manos, que aún estaban aferrando sus brazos, lo soltaron sólo para deslizarse por su torso y, después, por sus piernas, acompañando a mis rodillas doblándose hasta quedar casi arrodillada frente a él, en un gesto que los dos sabíamos lo que significaba, en especial cuando le llegué a ayudar a que se deshiciera de los pantalones para facilitármelo.
Eso dice. Míralo comportándose como si fuera humano, ¡ja! Es un monstruo.
Pero ¿no lo éramos todos? Él, con sus colmillos afilados y su fuerza sobrehumana, hasta para convertir pedazos de carne ensartados en un arma digna de tener en cuenta, al menos iba de cara, pero yo... ¿Tú qué? Eres una inútil, fulana. No mereces ni llamarte Alchemilla. Eso era cierto: el nombre se sentía erróneo, pero no tenía otro para referirme a mí. Mi pasado me había sido arrebatado, mi presente estaba próximo a seguir ese mismo camino, pero mi futuro me pertenecía, a mí y al capitán a quien había decidido entregarle el más inmediato.
– No lo sé, capitán. Usted no es mi primer vampiro, pero... – me interrumpí al sentir sus dedos, fríos, clavándose contra mi propio ardor. En vez de sentir el instinto que, imaginaba, sería el lógico (¡es el lógico, demonios, lárgate de una maldita vez de sus garras muertas!), entreabrí un poco más las piernas, permitiéndole que accediera a cualquier rincón de mi cuerpo que él deseara. Si tan solo fuera tan fácil con mi mente, tal vez podría serme de ayuda...
O tal vez no porque yo no le dejaría. ¿Me estás escuchando?
– Creo que es porque usted lo entiende. No toma lo que desea sin que le importe nada más, sino que... – de nuevo me interrumpí, mordiéndome el labio inferior con saña, pero me obligué a continuar. – Respeta. Entiende que, aunque sea una fulana y me paguen por ofrecerme, soy algo más que mi cuerpo. – terminé, de milagro pero fui capaz. Sin darme cuenta, me aferré con las uñas a sus antebrazos, clavándome sin importarme si le hacía daño porque sabía que no se lo haría a un inmortal como él, y desesperada por un apoyo, fuera cual fuese.
Mírate. Celebrando que él te trata como más que un pedazo de carne... ¿Cómo? ¿Entregándote a él para que te trate justo así?
No sentí el menor deseo de discutir. El único deseo que me recorría era el de sentirlo por completo, al tiempo que sus dedos me hacían navegar impulsada por los vientos huracanados de sus talentos sobrehumanos. Ni siquiera me tenía casi en pie, y menos lo hice cuando él rozó un punto concreto que casi me hizo gritar, pero que consiguió, en su lugar, que las piernas me fallaran y que no pudiera importarme ni lo más mínimo que así fuera. ¿Cómo iba a hacerlo, si lo único que me invadía era la momentánea paz que siempre acudía tras el estallido de placer?
– Dentro de mis obligaciones no se encontraba el capitán de este navío, pero eso usted ya lo sabía, o de lo contrario habría sido el primero al que habría visitado. Es evidente que no estoy aquí, así, por mi profesión, capitán... Pero si deseaba escuchármelo decir, lo repetiré. – murmuré, con un tono tan suave como sugerente. Una ventaja de tratar con un hombre como él, que ni siquiera era hombre pese a que su virilidad quedara fuera de toda duda, era que no necesitaba alzar la voz porque él me escucharía, y también que vería cualquier cosa que hiciera, hasta si nos encontrábamos cubiertos por el manto de la noche estrellada.
– Le deseo, capitán Black Blood. Por completo. – afirmé. Con tanta sinceridad que me das asco, ¿cómo le permites dominarte con tanta facilidad? ¡Menuda fulana estás hecha! Y ni siquiera te va a pagar, ¿cómo pretendes salir de aquí y ser de provecho si no dejas de caer en estos estúpidos trucos! Para mi desgracia, la paz de ella se había terminado, pero había aprendido un par de trucos durante el tiempo que llevaba viviendo en el burdel, y uno de ellos era que la voz enmudecía cuando me encontraba con un hombre... Así que eso hice.
No fui rápida porque no necesitaba serlo, aunque a él seguramente le parecí incluso lenta al tomarme mi tiempo con el movimiento. Mis manos, que aún estaban aferrando sus brazos, lo soltaron sólo para deslizarse por su torso y, después, por sus piernas, acompañando a mis rodillas doblándose hasta quedar casi arrodillada frente a él, en un gesto que los dos sabíamos lo que significaba, en especial cuando le llegué a ayudar a que se deshiciera de los pantalones para facilitármelo.
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Re: Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
Por el contrario, él no necesitaba recordar el mar porque formaba parte de su mirada, incluso en las bravas motas de aquel color verde que definía sus ojos había siempre un atisbo que recordaba al azul de las aguas, hirientes a su paso. A su voluntad.
Si aquella mujer era tan complaciente como insensata, sin lugar a dudas, el capitán Black Blood no iba a andarse con reservas, pues eso no sólo no se adecuaba en absoluto a su estilo, sino que él mismo se veía reflejado en aquella descripción. El temblor de unas pupilas fascinadas por la sed de aventuras siempre le había hablado en un idioma que se conocía de sobras, y que valoraba por encima de muchos otros significados. Verse reflejado en pupilas así, como las de Alchemilla, le aportaba el mismo frescor y la misma autenticidad que aquel mar que, de un modo u otro, irrumpía en sus vidas. En su encuentro.
Fuera como fuere, la humedad había estado presente entre ellos de muchísimas formas. Devolvérsela y provocársela era el mínimo honor que podía rendir a una hembra de su calibre.
—Igual que un panadero no se corta las manos para entregarlas a sus clientes cuando amasa pan, vosotras realizáis vuestro trabajo sin entregar por ello vuestro cuerpo, simplemente complaciendo con él. —expuso su parecer ante aquel asunto de la prostitución cuando palabras de respeto brotaron de aquella boca que estaba retorciendo hacia los placeres más brutos y apetecibles con los que un salvaje profanaría una misa, pero ruborizaría a sus devotos— Y algunas acojonantemente bien, debo decir. —sonrió de nuevo contra su piel, hambriento de feminidad y luchando por no desgarrar su cáliz con las zarpas de una bestia cada vez más desbocada.
Aun con su sobrehumana velocidad, no le fue necesario librarse de sus pantalones gracias a la nueva iniciativa de la chica, arrodillada frente al mástil de proa que ya le daba la bienvenida antes de subirse al Skyfall —codiciada en el camarote del jefe si así lo deseaba ella misma—. Alchemilla se adelantó a las demandas sobrias del vampiro y se emborrachó de todo lo que disponía a su alcance, con tal ímpetu que el maldito salvaje llegó, incluso, a elevar uno de sus jadeos, saciados de experiencias y, sin embargo, nada inmunes a sus carnales encantos.
'Le deseo, capitán Black Blood. Por completo.'
—Qué lista eres, zorra —reconoció. Valoró, porque la propia ramera pudo seguir distinguiendo que ese hombre cuyo miembro devoraba no pronunciaba aquella palabra con el desprecio social acostumbrado, sino con la vulgaridad habitual en aquellos ambientes y, a pesar de todo, simple y llanamente apropiada. No había insulto alguno en el uso del término, era una zorra, una prostituta, una trabajadora sexual, y como tal, alguien que estaba haciendo su trabajo con gran destreza y, en aquel caso concreto, con una pasión y una eficacia más allá de la profesionalidad, legítima en cualquier oficio. Porque sí, el pirata Thibault tampoco era inmune a cómo Alchemilla acababa de emplear aquella frasecita: honesta, deliberada y obscena. Lista, joder, muy lista y su inteligencia merecía un reconocimiento.
Una recompensa.
Por eso, cuando acabó con él, recostado todavía entre las rocas, la volvió a atraer hacia el eterno remolino de sus músculos y sus huesos sobrenaturales y, liberada ya de toda cubriente tela, le deslizó el cuerpo desde su regazo, pasando por encima de su torso y deteniéndola finalmente a horcajadas sobre su garganta, con lo que así deleitó a su propia boca con todo el perímetro de su vagina. Le lamió el clítoris de un modo inconcebible para el raciocinio de todas las razas del mundo, hasta que cualquier fluido fue imposible de distinguir del de su saliva. Se embadurnó la cara de aquella humedad y aroma primitivo a sexo, como si fuera maquillaje de guerra, mientras con sus manos aferraba sus perfectas nalgas y la hundía cada vez más en la tenebrosa aventura de la que yo no podía escapar.
Ni esperaba que quisiera.
Si aquella mujer era tan complaciente como insensata, sin lugar a dudas, el capitán Black Blood no iba a andarse con reservas, pues eso no sólo no se adecuaba en absoluto a su estilo, sino que él mismo se veía reflejado en aquella descripción. El temblor de unas pupilas fascinadas por la sed de aventuras siempre le había hablado en un idioma que se conocía de sobras, y que valoraba por encima de muchos otros significados. Verse reflejado en pupilas así, como las de Alchemilla, le aportaba el mismo frescor y la misma autenticidad que aquel mar que, de un modo u otro, irrumpía en sus vidas. En su encuentro.
Fuera como fuere, la humedad había estado presente entre ellos de muchísimas formas. Devolvérsela y provocársela era el mínimo honor que podía rendir a una hembra de su calibre.
—Igual que un panadero no se corta las manos para entregarlas a sus clientes cuando amasa pan, vosotras realizáis vuestro trabajo sin entregar por ello vuestro cuerpo, simplemente complaciendo con él. —expuso su parecer ante aquel asunto de la prostitución cuando palabras de respeto brotaron de aquella boca que estaba retorciendo hacia los placeres más brutos y apetecibles con los que un salvaje profanaría una misa, pero ruborizaría a sus devotos— Y algunas acojonantemente bien, debo decir. —sonrió de nuevo contra su piel, hambriento de feminidad y luchando por no desgarrar su cáliz con las zarpas de una bestia cada vez más desbocada.
Aun con su sobrehumana velocidad, no le fue necesario librarse de sus pantalones gracias a la nueva iniciativa de la chica, arrodillada frente al mástil de proa que ya le daba la bienvenida antes de subirse al Skyfall —codiciada en el camarote del jefe si así lo deseaba ella misma—. Alchemilla se adelantó a las demandas sobrias del vampiro y se emborrachó de todo lo que disponía a su alcance, con tal ímpetu que el maldito salvaje llegó, incluso, a elevar uno de sus jadeos, saciados de experiencias y, sin embargo, nada inmunes a sus carnales encantos.
'Le deseo, capitán Black Blood. Por completo.'
—Qué lista eres, zorra —reconoció. Valoró, porque la propia ramera pudo seguir distinguiendo que ese hombre cuyo miembro devoraba no pronunciaba aquella palabra con el desprecio social acostumbrado, sino con la vulgaridad habitual en aquellos ambientes y, a pesar de todo, simple y llanamente apropiada. No había insulto alguno en el uso del término, era una zorra, una prostituta, una trabajadora sexual, y como tal, alguien que estaba haciendo su trabajo con gran destreza y, en aquel caso concreto, con una pasión y una eficacia más allá de la profesionalidad, legítima en cualquier oficio. Porque sí, el pirata Thibault tampoco era inmune a cómo Alchemilla acababa de emplear aquella frasecita: honesta, deliberada y obscena. Lista, joder, muy lista y su inteligencia merecía un reconocimiento.
Una recompensa.
Por eso, cuando acabó con él, recostado todavía entre las rocas, la volvió a atraer hacia el eterno remolino de sus músculos y sus huesos sobrenaturales y, liberada ya de toda cubriente tela, le deslizó el cuerpo desde su regazo, pasando por encima de su torso y deteniéndola finalmente a horcajadas sobre su garganta, con lo que así deleitó a su propia boca con todo el perímetro de su vagina. Le lamió el clítoris de un modo inconcebible para el raciocinio de todas las razas del mundo, hasta que cualquier fluido fue imposible de distinguir del de su saliva. Se embadurnó la cara de aquella humedad y aroma primitivo a sexo, como si fuera maquillaje de guerra, mientras con sus manos aferraba sus perfectas nalgas y la hundía cada vez más en la tenebrosa aventura de la que yo no podía escapar.
Ni esperaba que quisiera.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Re: Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
Lo primero que pude valorar de mi atrevimiento fue el silencio que lo acompañó desde que hinqué las rodillas en el suelo hasta mucho tiempo después, pasado el momento de que el capitán me llenara por completo y me dejara, expuesta y ardiente, frente a él. No hubo ni un solo eco de esa estúpida voz que criticaba cada uno de mis movimientos mientras los llevaba a cabo, primero devorándolo con el ansia de un náufrago que lleva días sin probar bocado y después deslizando las uñas y los dedos por las columnas que tenía por piernas, tan sólidas como peligrosas si a una le caían encima; no hubo nada salvo los sonidos de mi garganta, lengua y labios, y yo lo preferí así.
Sólo en calma pude disfrutar del acto y retirarle toda obligación que mi profesión le confería de forma necesaria, aunque desagradable en los escasos momentos en los que elegía entregarme en vez de ser pagada por ello. Se me notó de inmediato, supuse, por la forma en que mis dedos jugaban en su piel helada y lo exploraban con una curiosidad que no tenía absolutamente nada que ver con la fría aceptación que la apertura obligada de piernas siempre implicaba; se me notó en mi forma de excitarme de forma que él pudo captar aunque no la demostrara, y se me notó en lo receptiva que me mostré al recibirlo cuando terminó, relamiéndolo incluso para asegurarme de que quedara todo lo limpio que el acto en sí impedía.
Aun así, donde más se me notó fue, con casi total seguridad, en la falta de aire que me llenó aun después de quitarme de la boca el mástil que me había impedido respirar hasta aquel momento, y ese jadeo que acompañó a mi necesidad horrible de respirar se mezcló con uno de sorpresa por sus movimientos rápidos, impredecibles para mí. Por mucho que supiera que el capitán, vampiro, no era como otros hombres, y que la comparación incluso mental era odiosa, no pensaba que fuera a estar tan dispuesto a hacer lo que él hizo, algo que sólo pude asimilar cuando sus labios ya se encontraban lamiéndome donde lo necesitaba tanto que cerré los ojos y me dejé llevar.
No fui dueña de mi cuerpo durante esa eternidad embotellada en minutos que él se ocupó de reclamar el dominio, el perfecto capitán de un navío que ni siquiera me pertenecía por completo. Me sentí como supuse que Alchemilla debía hacerlo constantemente, como una navegante más en un mar dirigido por una mano ajena, mas la mano era firme y recia, casi tanto como su lengua y su boca, y el único dolor que sentía era el escozor placentero de su barba rozándose contra mi intimidad y provocando incendios allá donde se deslizaba, rasposa y alimentando un placer que no tardó en estallar en él.
No me avergoncé de nada ni siquiera entonces, con la espalda arqueada, el grito que se confundió con la espuma de las olas que rompían contra la costa o mis uñas clavadas, sin romperse por algún tipo de milagro, en el pecho del capitán. Mi profesión, que él encontraba tan digna como la suya (pésimo consuelo al no ser ninguno un ejemplo de virtud, infinito consuelo al darme cuenta de que no necesitaba que él lo fuera para valorar su opinión), me había acostumbrado a las consecuencias del acto, y por eso pude actuar con normalidad al apartarme de él y besar su boca... Toda la normalidad que un cervatillo recién nacido, tembloroso como yo lo estaba, podía afirmar poseer.
– Me parece que aunque mi trabajo consista en complacer, y no entregar, a usted me he entregado por completo. – le dije. Mi suposición era un hecho, tan cierto como el aire que yo respiraba y a él lo rodeaba sin necesitarlo realmente, y la acompañé con una sonrisa trémula que no vaciló ni siquiera al verlo expuesto, magnífico en las rocas como si las sirenas en realidad fueran mitos creados para asemejarse a él; con calma, incapaz de ir más rápida, me fui colocando la ropa de nuevo, y sólo entonces el dolor de las heridas volvió a atizarme con fuerza, aunque no la suficiente para arrepentirme de lo que acababa de hacer con él.
No, supongo que las fulanas no se arrepienten de serlo.
Sólo en calma pude disfrutar del acto y retirarle toda obligación que mi profesión le confería de forma necesaria, aunque desagradable en los escasos momentos en los que elegía entregarme en vez de ser pagada por ello. Se me notó de inmediato, supuse, por la forma en que mis dedos jugaban en su piel helada y lo exploraban con una curiosidad que no tenía absolutamente nada que ver con la fría aceptación que la apertura obligada de piernas siempre implicaba; se me notó en mi forma de excitarme de forma que él pudo captar aunque no la demostrara, y se me notó en lo receptiva que me mostré al recibirlo cuando terminó, relamiéndolo incluso para asegurarme de que quedara todo lo limpio que el acto en sí impedía.
Aun así, donde más se me notó fue, con casi total seguridad, en la falta de aire que me llenó aun después de quitarme de la boca el mástil que me había impedido respirar hasta aquel momento, y ese jadeo que acompañó a mi necesidad horrible de respirar se mezcló con uno de sorpresa por sus movimientos rápidos, impredecibles para mí. Por mucho que supiera que el capitán, vampiro, no era como otros hombres, y que la comparación incluso mental era odiosa, no pensaba que fuera a estar tan dispuesto a hacer lo que él hizo, algo que sólo pude asimilar cuando sus labios ya se encontraban lamiéndome donde lo necesitaba tanto que cerré los ojos y me dejé llevar.
No fui dueña de mi cuerpo durante esa eternidad embotellada en minutos que él se ocupó de reclamar el dominio, el perfecto capitán de un navío que ni siquiera me pertenecía por completo. Me sentí como supuse que Alchemilla debía hacerlo constantemente, como una navegante más en un mar dirigido por una mano ajena, mas la mano era firme y recia, casi tanto como su lengua y su boca, y el único dolor que sentía era el escozor placentero de su barba rozándose contra mi intimidad y provocando incendios allá donde se deslizaba, rasposa y alimentando un placer que no tardó en estallar en él.
No me avergoncé de nada ni siquiera entonces, con la espalda arqueada, el grito que se confundió con la espuma de las olas que rompían contra la costa o mis uñas clavadas, sin romperse por algún tipo de milagro, en el pecho del capitán. Mi profesión, que él encontraba tan digna como la suya (pésimo consuelo al no ser ninguno un ejemplo de virtud, infinito consuelo al darme cuenta de que no necesitaba que él lo fuera para valorar su opinión), me había acostumbrado a las consecuencias del acto, y por eso pude actuar con normalidad al apartarme de él y besar su boca... Toda la normalidad que un cervatillo recién nacido, tembloroso como yo lo estaba, podía afirmar poseer.
– Me parece que aunque mi trabajo consista en complacer, y no entregar, a usted me he entregado por completo. – le dije. Mi suposición era un hecho, tan cierto como el aire que yo respiraba y a él lo rodeaba sin necesitarlo realmente, y la acompañé con una sonrisa trémula que no vaciló ni siquiera al verlo expuesto, magnífico en las rocas como si las sirenas en realidad fueran mitos creados para asemejarse a él; con calma, incapaz de ir más rápida, me fui colocando la ropa de nuevo, y sólo entonces el dolor de las heridas volvió a atizarme con fuerza, aunque no la suficiente para arrepentirme de lo que acababa de hacer con él.
No, supongo que las fulanas no se arrepienten de serlo.
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Re: Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
Nadie respetaba el respeto de los poco respetables. Aquel trabalenguas le habría quitado el sueño si el organismo vampírico de los monstruos de la noche supiera emular lo que era dormir según la perspectiva humana dejada atrás hacía mucho tiempo. Tanto como el que había querido alargar en aquel punto de placer femenino, a pesar de que los minutos parecieran corretear más veloces cuando se disfrutaba. ¡Y vamos que si lo había hecho! Aquella criatura vetada en tantas esferas, como hijo de Satanás y proscrito de los mares, podría alimentarse del néctar de las mujeres —o de la apodada leche masculina, dado que su alcance nunca se había detenido en un solo género— con la misma necesidad que reclamaba la sangre en los suyos. Su hambre había devorado multitudes literales, así que cuando todo el deseo de sus ojos tornándose rojos lo contenía una sola persona, agradecía que los límites civilizados consiguieran retenerla de una pieza entre sus garras.
Nadie respetaba el respeto de los poco respetables… Excepto los que también entraban en aquella definición, o los aventureros que podían juzgar el mundo libres de aquellos preceptos que lo metían todo entre rejas.
Y aquella prostituta que era mucho más de lo que ella misma creía, o sabía, parecía encajar muy bien en ambos grupos.
Los rasposos besos de Thibault terminaron de recibirla, o más bien, lo continuaron haciendo, porque hasta el calor que provocaba su piel fría se prolongaba en el tiempo. Se sabía de sobras que a los vampiros les afectaba la inmortalidad, pero lo que rara vez se decía era lo mucho que podían llegar a reproducirla en su entorno, desde lo que alcanzaba lo vista hasta lo que tocaban sus manos. Tocaban, mordían y absorbían sin el refreno de la cordura; aquella unión sin lugar a dudas se estaba volviendo más fantástica a medida que, antes que química, aquel choque recordaba mucho a la magia. Incluso si una de las dos partes aún no había aprendido a usarla.
Para trastocar la realidad nunca había prisa, mucho menos si seguías a horcajadas de una de las más acusadas recreaciones del infierno en la tierra.
¡Ah, cuánto drama y poesía había acompañado siempre a sus descripciones! Ni siquiera los colmillos de Amanda habían sido los primeros en iniciar el miedo en la mirada de la gente cuando lo veían recolocarse el cuello en mitad de un abordaje.
—Has terminado, entonces —inquirió, al comprobar cómo ella se volvía a colocar la ropa después de haberse devorado mutuamente entre las piernas. No empleó el plural, porque en su caso un depredador rara vez se saciaba tan rápido, pero tampoco habló en un tono acusador, ni tan sólo de exigencia. Había gozado innegablemente con la maestría de aquella joven ramera y por fortuna, él estaba muy alejado de concebir las relaciones sexuales en base al recalcitrante coito-centrismo, tan engañoso como innecesario para llegar a una plenitud por ambas partes. No la convencería, ni mucho menos la obligaría a continuar aquel tipo de contacto. No le hacía falta para considerarla apetitosa, y tampoco lo decía en un sentido carnívoro. Claro que la insistente visión de aquel cuello al descubierto, por mucha tela endeble con la que se cubriera el cuerpo, le ponía las cosas muy difíciles a su sed.
—Ven —dispuso de forma tajante, pero traicioneramente sutil, con el talento de una bestia hipnótica que atraía a los demás a pesar de su inherente rudeza. Lo dijo mientras él, vestido sólo de cintura para arriba, la cogía de las caderas y la volvía a recostar encima de su figura, recostada a su vez entre las rocas, la arena y el gemido de las olas que tan bien se había tragado los de Alchemilla. O se había unido a su cántico—. Entrégame también tus pensamientos, puedo ver perfectamente cómo hay una parte dentro de ti que los comprime, y no conviene que la dejes ganar mientras estés conmigo. Conoces mi secreto, aunque en mi tripulación prácticamente sea a voces, así que te reclamaré el resto de noches que necesitemos para reparar el barco. Las prostitutas sois como los marinos, tenéis muchas historias con las que seducir a la plebe, pero lo que más me interesa es lo que tengas que contar acerca de ti misma. Y créeme, no todo el mundo puede decir eso.
Le sostuvo la barbilla antes de divagar sobre ella con sus últimas palabras, y en aquella estampa idealizada, rodeado de agua y olor a mujer, el fiero capitán usó la otra mano para dar un trago a la botella de ron que continuaba encallada cerca de ellos.
Nadie respetaba el respeto de los poco respetables… Excepto los que también entraban en aquella definición, o los aventureros que podían juzgar el mundo libres de aquellos preceptos que lo metían todo entre rejas.
Y aquella prostituta que era mucho más de lo que ella misma creía, o sabía, parecía encajar muy bien en ambos grupos.
Los rasposos besos de Thibault terminaron de recibirla, o más bien, lo continuaron haciendo, porque hasta el calor que provocaba su piel fría se prolongaba en el tiempo. Se sabía de sobras que a los vampiros les afectaba la inmortalidad, pero lo que rara vez se decía era lo mucho que podían llegar a reproducirla en su entorno, desde lo que alcanzaba lo vista hasta lo que tocaban sus manos. Tocaban, mordían y absorbían sin el refreno de la cordura; aquella unión sin lugar a dudas se estaba volviendo más fantástica a medida que, antes que química, aquel choque recordaba mucho a la magia. Incluso si una de las dos partes aún no había aprendido a usarla.
Para trastocar la realidad nunca había prisa, mucho menos si seguías a horcajadas de una de las más acusadas recreaciones del infierno en la tierra.
¡Ah, cuánto drama y poesía había acompañado siempre a sus descripciones! Ni siquiera los colmillos de Amanda habían sido los primeros en iniciar el miedo en la mirada de la gente cuando lo veían recolocarse el cuello en mitad de un abordaje.
—Has terminado, entonces —inquirió, al comprobar cómo ella se volvía a colocar la ropa después de haberse devorado mutuamente entre las piernas. No empleó el plural, porque en su caso un depredador rara vez se saciaba tan rápido, pero tampoco habló en un tono acusador, ni tan sólo de exigencia. Había gozado innegablemente con la maestría de aquella joven ramera y por fortuna, él estaba muy alejado de concebir las relaciones sexuales en base al recalcitrante coito-centrismo, tan engañoso como innecesario para llegar a una plenitud por ambas partes. No la convencería, ni mucho menos la obligaría a continuar aquel tipo de contacto. No le hacía falta para considerarla apetitosa, y tampoco lo decía en un sentido carnívoro. Claro que la insistente visión de aquel cuello al descubierto, por mucha tela endeble con la que se cubriera el cuerpo, le ponía las cosas muy difíciles a su sed.
—Ven —dispuso de forma tajante, pero traicioneramente sutil, con el talento de una bestia hipnótica que atraía a los demás a pesar de su inherente rudeza. Lo dijo mientras él, vestido sólo de cintura para arriba, la cogía de las caderas y la volvía a recostar encima de su figura, recostada a su vez entre las rocas, la arena y el gemido de las olas que tan bien se había tragado los de Alchemilla. O se había unido a su cántico—. Entrégame también tus pensamientos, puedo ver perfectamente cómo hay una parte dentro de ti que los comprime, y no conviene que la dejes ganar mientras estés conmigo. Conoces mi secreto, aunque en mi tripulación prácticamente sea a voces, así que te reclamaré el resto de noches que necesitemos para reparar el barco. Las prostitutas sois como los marinos, tenéis muchas historias con las que seducir a la plebe, pero lo que más me interesa es lo que tengas que contar acerca de ti misma. Y créeme, no todo el mundo puede decir eso.
Le sostuvo la barbilla antes de divagar sobre ella con sus últimas palabras, y en aquella estampa idealizada, rodeado de agua y olor a mujer, el fiero capitán usó la otra mano para dar un trago a la botella de ron que continuaba encallada cerca de ellos.
Última edición por Thibault "Black Blood" el Miér Oct 17, 2018 6:14 pm, editado 1 vez
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Re: Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
El roce de la tela, suave pese a la escasa calidad de las prendas que me ofrecían en el burdel y cuyo objetivo era tan claro como simple, seducir, sustituyó enseguida al rasposo de la barba del capitán, y pese a la diferencia de textura y a que se suponía que eran más agradables las prendas, de inmediato añoré la cercanía de esa barba y del dueño de la misma, a quien Alchemilla temía y odiaba por igual. Con su voz resonándome en los pensamientos, demasiado confusos para lo que me gustaría, opté por tomarme las cosas con calma y vestirme de nuevo despacio, lo cual le permitió al capitán tener el tiempo suficiente para darme una orden, simple pero efectiva, definitivamente.
¿No pensarás obedecerle, no!
– Por supuesto, capitán. – respondí, y fue una respuesta para ambos: tanto el capitán que me esperaba recostado en las rocas como un dios pagano y al que me uní de inmediato, sin espera alguna, como a la rabiosa Alchemilla, que no dejó de repetir lo malísima idea que era aquello hasta que no sintió la frialdad del vampiro contra mi cuerpo, el que ella ocupaba sin mi permiso consciente. En cuanto la dureza del amplio torso del marino de pesadilla se clavó contra la mía, casi blanda en zonas que no solían serlo en comparación, Alchemilla pareció marcharse con un mohín rabioso tras el que sabía que habría consecuencias, pero que por lo pronto nos regalaba un silencio verdaderamente maravilloso.
– Es... complicado. – comencé. Ahogué un suspiro que no serviría de nada en nuestra situación, del mismo modo que las quejas de las prostitutas novatas, nunca catadas, jamás conseguían provocar nada sino lástima en la madame del burdel; con mi completo permiso, los dedos de la mano que tenía más cerca de él se le enredaron en el pecho, como si la frialdad que desprendía su piel medio protegida por la ropa no fuera suficiente para mí, y quizá no lo era, no podía saberlo. Alchemilla me había dejado caer, en alguna ocasión, que los vampiros eran peligrosos por lo atrayentes que resultaban a los pobres y estúpidos mortales que les permitían acercarse, y pocas veces lo había entendido tan bien como aquella, a decir verdad.
– No recuerdo nada de mí misma desde un día, hace ya algo de tiempo, que me desperté en una cabaña en el bosque, desnuda y dolorida. – relaté. Me resultaba extraño rememorar ese momento, lleno de una confusión que no me había abandonado porque, aunque había conseguido encontrar respuestas a ciertos interrogantes que me consumían, seguía abriéndose ante mí un mar de incertidumbre en el que no sabía ni siquiera si podía nadar sin ahogarme y desaparecer para siempre. – Sé que abrí los ojos, miré a mi alrededor y no era capaz de reconocer el lugar, ni por qué estaba allí, ni nada sobre mí, ni siquiera mi nombre. – continué, aún dibujando círculos en el pecho del capitán sobre el que me encontraba recostada, sin duda el diván más peligroso que había probado nunca... desde que recordaba ese nunca, claro.
– Creía que estaba completamente sola. Fui capaz de reconocer cosas evidentes, como que mi cuerpo había sido utilizado o que, de acuerdo con las monedas que encontré, yo misma lo había vendido, pero nada más. Y, entonces, fue como si se me abriera la mente y supe un nombre: Alchemilla. Creía que era el mío. – expliqué. Las dudas no habían venido de inmediato, y con eso le había permitido una dominación sobre mí que llevaba odiando desde entonces, aun si había todavía momentos en los que ni siquiera estaba segura de si era yo Alchemilla de verdad o no, de quién era ella, de qué quería salvo amargarme y dominar mis acciones y mi cuerpo, uno que parecía apreciar excepto cuando lo compartía con algún hombre.
– No sé quién es. No sé qué quiere, no sé nada de ella excepto que Alchemilla es ella y yo no, pero apenas recuerdo nada de quién soy yo, así que no sé qué puedo hacer. – susurré. Me noté la voz casi desesperada, por el tono bajo y rápido que utilicé se notaba sobremanera, y aunque lo odié, tampoco pude hacer nada por evitarlo salvo desviar la mirada al mar para ver si, así, el sonido de las olas rompiendo contra la orilla conseguían mitigar mi temor. – Y ahora que está ella, todo ha cambiado. Yo he cambiado. Soy capaz de cosas que no entiendo y que temo, aunque si este tiempo te pertenezco... quizá esté más segura. – confesé. Él seguramente lo sabía, como vampiro, así que ¿por qué negarlo?
¿No pensarás obedecerle, no!
– Por supuesto, capitán. – respondí, y fue una respuesta para ambos: tanto el capitán que me esperaba recostado en las rocas como un dios pagano y al que me uní de inmediato, sin espera alguna, como a la rabiosa Alchemilla, que no dejó de repetir lo malísima idea que era aquello hasta que no sintió la frialdad del vampiro contra mi cuerpo, el que ella ocupaba sin mi permiso consciente. En cuanto la dureza del amplio torso del marino de pesadilla se clavó contra la mía, casi blanda en zonas que no solían serlo en comparación, Alchemilla pareció marcharse con un mohín rabioso tras el que sabía que habría consecuencias, pero que por lo pronto nos regalaba un silencio verdaderamente maravilloso.
– Es... complicado. – comencé. Ahogué un suspiro que no serviría de nada en nuestra situación, del mismo modo que las quejas de las prostitutas novatas, nunca catadas, jamás conseguían provocar nada sino lástima en la madame del burdel; con mi completo permiso, los dedos de la mano que tenía más cerca de él se le enredaron en el pecho, como si la frialdad que desprendía su piel medio protegida por la ropa no fuera suficiente para mí, y quizá no lo era, no podía saberlo. Alchemilla me había dejado caer, en alguna ocasión, que los vampiros eran peligrosos por lo atrayentes que resultaban a los pobres y estúpidos mortales que les permitían acercarse, y pocas veces lo había entendido tan bien como aquella, a decir verdad.
– No recuerdo nada de mí misma desde un día, hace ya algo de tiempo, que me desperté en una cabaña en el bosque, desnuda y dolorida. – relaté. Me resultaba extraño rememorar ese momento, lleno de una confusión que no me había abandonado porque, aunque había conseguido encontrar respuestas a ciertos interrogantes que me consumían, seguía abriéndose ante mí un mar de incertidumbre en el que no sabía ni siquiera si podía nadar sin ahogarme y desaparecer para siempre. – Sé que abrí los ojos, miré a mi alrededor y no era capaz de reconocer el lugar, ni por qué estaba allí, ni nada sobre mí, ni siquiera mi nombre. – continué, aún dibujando círculos en el pecho del capitán sobre el que me encontraba recostada, sin duda el diván más peligroso que había probado nunca... desde que recordaba ese nunca, claro.
– Creía que estaba completamente sola. Fui capaz de reconocer cosas evidentes, como que mi cuerpo había sido utilizado o que, de acuerdo con las monedas que encontré, yo misma lo había vendido, pero nada más. Y, entonces, fue como si se me abriera la mente y supe un nombre: Alchemilla. Creía que era el mío. – expliqué. Las dudas no habían venido de inmediato, y con eso le había permitido una dominación sobre mí que llevaba odiando desde entonces, aun si había todavía momentos en los que ni siquiera estaba segura de si era yo Alchemilla de verdad o no, de quién era ella, de qué quería salvo amargarme y dominar mis acciones y mi cuerpo, uno que parecía apreciar excepto cuando lo compartía con algún hombre.
– No sé quién es. No sé qué quiere, no sé nada de ella excepto que Alchemilla es ella y yo no, pero apenas recuerdo nada de quién soy yo, así que no sé qué puedo hacer. – susurré. Me noté la voz casi desesperada, por el tono bajo y rápido que utilicé se notaba sobremanera, y aunque lo odié, tampoco pude hacer nada por evitarlo salvo desviar la mirada al mar para ver si, así, el sonido de las olas rompiendo contra la orilla conseguían mitigar mi temor. – Y ahora que está ella, todo ha cambiado. Yo he cambiado. Soy capaz de cosas que no entiendo y que temo, aunque si este tiempo te pertenezco... quizá esté más segura. – confesé. Él seguramente lo sabía, como vampiro, así que ¿por qué negarlo?
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Re: Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
Los estereotipos, en numerosas ocasiones, estaban mal explicados. O mejor dicho, explicados desde la perspectiva errónea. Más todavía: desde los ojos erróneos. La gente temía algo y después sólo trataba de explicarlo, y la pelota se iba haciendo más grande hasta que la incultura y la falacia eran una sola cosa. ¿Todo esto lo estaba diciendo para ensalzar a los piratas como secretas, e incomprendidas, hermanitas de la caridad? Nada más lejos de la maldita realidad que ahora esas dos personas habían ido a compartir en una misma playa, pero sí para indicar que muchas veces, incluso los villanos más temidos podían convertirse en el aliado perfecto, en el lugar adecuado.
Por mucha opinión que hubiera que esquivar de ciertas posesiones…
El marino escuchó la historia de aquella intrigante muchacha sin que la expresión de su cara le cambiase un ápice, a pesar de que ese aspecto revelador no lo pudiera estar viendo su nueva amante recostada como seguía sobre el cómodo helor de su pecho. Aun así, él sabía perfectamente que no le hacía ninguna falta para comprobar que una bestia como la que ahora le servía de apoyo entre rocas y marea baja no le parecía nada extraña todo aquel suceso. Al menos, no entre los muchos que había conocido su longevidad, siendo una criatura sobrenatural, en un mundo sobrenatural, preparado para ataques sobrenaturales.
A veces, parecían más fáciles de detectar que los simples mortales.
—Sea lo que sea, te hizo dejar de parecer del todo humana frente a monstruos como yo. ¿Eso es una maldición, o una ventaja? —No usó 'bendición', pues mentar a los dioses le parecía demasiado precipitado. Eso sí fuera sensato, así que en realidad lo único que pasaba ahí es que quería disfrutar como autoridad mayor del momento y del lugar. No por un control que de todas formas tampoco necesitaba tener ahí, con una mujer que se le había entregado por propia voluntad —como debía ser—, sino porque también sabía a la perfección cómo tratar a los intrusos, y entre ellos dos había uno. Una, con nombre de flor que a nadie sorprendería con su veneno.
—A mucha gente le consterna que hombres de mi calaña seamos los encargados de decir esto, pero pese a la enorme cantidad de cosas que pueden arrebatarte, la identidad jamás debería encontrarse entre ellas —declaró, conforme la mujer le acariciaba en círculos a lo largo y ancho de su torso medio desnudo, y casi ronroneaba del gusto—. Es la mayor tragedia a la que se puede enfrentar el individuo, eso te lo garantizo. —Y el movimiento de sus manos, por muy fría que estuviera su piel, fue ineludiblemente candente al pasar a arañarle suavemente desde la nuca hasta los hombros. Suaves, femeninos, siempre conseguían evocarle una calma previa a sus propias tormentas, incluso si aquel roce incitaba a actividades mucho menos tranquilas…
—Contigo casi estoy sonando como alguien humilde, y aunque la idea me da risa a mí antes que a ninguno de mis amigos y enemigos, si algo he sacado en conclusión de todo mi largo viaje como ser vivo es que nadie pertenece a nadie. Sólo cuando matamos, pues automáticamente nada de lo que hagamos, pensemos o sigamos viviendo en adelante borrará tu parte de responsabilidad sobre esa vida extinta. —Había algo de arrollador, de extrañamente cautivador, en escuchar semejantes conclusiones de alguien cuya experiencia ya causaba vértigo sólo de imaginarla— Quizá no me pertenezcas, como tampoco perteneces a esa loca que pretende apoderarse de ti en cuerpo y mente, pero te aseguro que este sádico capitán te quiere para él, y está muchísimo más loco de lo que ninguna intrusa con poderes pueda estarlo en ésta y en cualquiera de las vidas que tanto codicia, pero que ni siquiera ha empezado a ganarse.
Buscó su mirada entre la negrura de la noche, y el rasguño de las olas, y los sonidos de una naturaleza que los separaba en un millar de sentidos, mas no en el que podía leerse directamente de los ojos verdes de aquel vampiro. Sabía reconocer una parada interesante en el camino, y la reconstrucción de la quilla era sólo el principio de todo.
—Dime, ¿te gusta trabajar en el burdel?
Y no la volvió a llamar Alchemilla, porque ése no era su nombre.
Por mucha opinión que hubiera que esquivar de ciertas posesiones…
El marino escuchó la historia de aquella intrigante muchacha sin que la expresión de su cara le cambiase un ápice, a pesar de que ese aspecto revelador no lo pudiera estar viendo su nueva amante recostada como seguía sobre el cómodo helor de su pecho. Aun así, él sabía perfectamente que no le hacía ninguna falta para comprobar que una bestia como la que ahora le servía de apoyo entre rocas y marea baja no le parecía nada extraña todo aquel suceso. Al menos, no entre los muchos que había conocido su longevidad, siendo una criatura sobrenatural, en un mundo sobrenatural, preparado para ataques sobrenaturales.
A veces, parecían más fáciles de detectar que los simples mortales.
—Sea lo que sea, te hizo dejar de parecer del todo humana frente a monstruos como yo. ¿Eso es una maldición, o una ventaja? —No usó 'bendición', pues mentar a los dioses le parecía demasiado precipitado. Eso sí fuera sensato, así que en realidad lo único que pasaba ahí es que quería disfrutar como autoridad mayor del momento y del lugar. No por un control que de todas formas tampoco necesitaba tener ahí, con una mujer que se le había entregado por propia voluntad —como debía ser—, sino porque también sabía a la perfección cómo tratar a los intrusos, y entre ellos dos había uno. Una, con nombre de flor que a nadie sorprendería con su veneno.
—A mucha gente le consterna que hombres de mi calaña seamos los encargados de decir esto, pero pese a la enorme cantidad de cosas que pueden arrebatarte, la identidad jamás debería encontrarse entre ellas —declaró, conforme la mujer le acariciaba en círculos a lo largo y ancho de su torso medio desnudo, y casi ronroneaba del gusto—. Es la mayor tragedia a la que se puede enfrentar el individuo, eso te lo garantizo. —Y el movimiento de sus manos, por muy fría que estuviera su piel, fue ineludiblemente candente al pasar a arañarle suavemente desde la nuca hasta los hombros. Suaves, femeninos, siempre conseguían evocarle una calma previa a sus propias tormentas, incluso si aquel roce incitaba a actividades mucho menos tranquilas…
—Contigo casi estoy sonando como alguien humilde, y aunque la idea me da risa a mí antes que a ninguno de mis amigos y enemigos, si algo he sacado en conclusión de todo mi largo viaje como ser vivo es que nadie pertenece a nadie. Sólo cuando matamos, pues automáticamente nada de lo que hagamos, pensemos o sigamos viviendo en adelante borrará tu parte de responsabilidad sobre esa vida extinta. —Había algo de arrollador, de extrañamente cautivador, en escuchar semejantes conclusiones de alguien cuya experiencia ya causaba vértigo sólo de imaginarla— Quizá no me pertenezcas, como tampoco perteneces a esa loca que pretende apoderarse de ti en cuerpo y mente, pero te aseguro que este sádico capitán te quiere para él, y está muchísimo más loco de lo que ninguna intrusa con poderes pueda estarlo en ésta y en cualquiera de las vidas que tanto codicia, pero que ni siquiera ha empezado a ganarse.
Buscó su mirada entre la negrura de la noche, y el rasguño de las olas, y los sonidos de una naturaleza que los separaba en un millar de sentidos, mas no en el que podía leerse directamente de los ojos verdes de aquel vampiro. Sabía reconocer una parada interesante en el camino, y la reconstrucción de la quilla era sólo el principio de todo.
—Dime, ¿te gusta trabajar en el burdel?
Y no la volvió a llamar Alchemilla, porque ése no era su nombre.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Re: Antes que tirar la puta al río, me encargo yo de que acabéis todos jodidos |Alchemilla Gillespie| +18
Todo lo que el capitán decía parecían historias lejanas, o a lo mejor esa impresión se debía a que me encontraba recostada sobre su pecho como una suerte de Sherezade que, por una vez, estaba escuchando historias del sultán y no al contrario; valiente comparación, dado que siempre había dependido de él que mi vida continuara o se detuviera entonces, y no pude sino extrañarme por el rumbo que habían adquirido mis pensamientos, uno que ni reconocía. ¿Cómo sabía quién era la protagonista de aquellas narraciones orientales...? ¿Cómo una fulana como yo había sido capaz de aprender eso nunca?
Seguía teniendo, pese a todo, demasiadas dudas. Las certezas de las que disponía en mi día a día podía contarlas con los dedos de una mano, y aun así me sobrarían varios para poder dedicarme a mi nada noble ocupación, pese a que fuera algo fácil de disfrutar: el placer. Esa era una de las que sí conocía, de las pocas que Alchemilla no había podido robarme pese a que lo hubiera intentado casi con desesperación, y esa de hecho era una de las que más disfrutaba precisamente porque la sentía como mía propia y no como una invasión ajena que yo no había pedido y que en absoluto deseaba: otra certeza más.
– La humildad no forma parte de la leyenda, y en realidad tampoco del hombre, pero la agradezco. Lo contrario puede resultar abrumador. – respondí. Tratándose de un vampiro centenario con un aura como la suya, aunque yo sólo pudiera intuirla porque seguía sin tenerlas del todo conmigo con respecto a su poderío y al mío propio, su propia presencia bastaba para hacer callar a los villanos y para someter a la cordura a los locos, una categoría en la que temía que fuera necesario incluirme, y el hecho de que estuviera hablando con algo parecido a la humildad hacía más fácil lidiar con asuntos que eran de todo menos sencillo, por desgracia.
– En cuanto a mi identidad... Hay cosas que he sabido desde el principio. Intuí muy pronto que yo era una prostituta, y también que si había algo mágico en mí, no venía de mi propia identidad, sino de la ajena, aunque a estas alturas creo que también hay algo de eso que me pertenece. – razoné. La diferencia había sido muy clara hasta si no había sabido de dónde provenía yo y cómo había sido antes de despertar, desmemoriada, en esa cabaña donde ya había notado algo extraño: precisamente esa sensación, la de algo que no encajaba, era la que utilizaba para saber lo que era propio y lo que no, y era algo que Alchemilla detestaba...
Sí, porque no tienes ningún derecho, ¿me oyes?, ¡ninguno en absoluto!
– Ella lo odia. Odia que haga ciertas cosas con mi cuerpo porque lo considera suyo, y también odia que haya descubierto que aquí dentro no estoy sólo yo y que todo esto no es parte de mí, sino una intrusa que se ha colado sin que absolutamente nadie la invite. Porque eso lo sé: no se siente como si hubiera deseado nunca terminar así como estoy. – añadí, encogiéndome de hombros. Todo el asunto mareaba de puro complicado que era, resultaba extraordinariamente agotador para alguien, yo, que era una mera mortal apenas recuperada de los golpes y del capitán Black Blood, y aun así la perspectiva me provocaba excitación casi física... o quizá se debía a él; probablemente se debiera a él.
– Pero necesito saber más de mí, necesito saber eso que es tan importante y que me han robado. En el burdel no puedo hacerlo porque no puedo pensar, entre la madame y la maldita que vive dentro... Necesito salir. Ni siquiera me gusta, en realidad; mis compañeras son crueles y no me llevo bien con ellas, y lo demás... Parece que me reservan a la peor clientela. Aunque no tengo derecho a quejarme. – admití, rendida a una evidencia contra la que, sin embargo, me rebelé de inmediato, con algo tan parecido a la esperanza que casi podía notar las arcadas de Alchemilla recibiéndome. – ¿Podría ayudarme a salir? – pregunté, esperanzada.
Seguía teniendo, pese a todo, demasiadas dudas. Las certezas de las que disponía en mi día a día podía contarlas con los dedos de una mano, y aun así me sobrarían varios para poder dedicarme a mi nada noble ocupación, pese a que fuera algo fácil de disfrutar: el placer. Esa era una de las que sí conocía, de las pocas que Alchemilla no había podido robarme pese a que lo hubiera intentado casi con desesperación, y esa de hecho era una de las que más disfrutaba precisamente porque la sentía como mía propia y no como una invasión ajena que yo no había pedido y que en absoluto deseaba: otra certeza más.
– La humildad no forma parte de la leyenda, y en realidad tampoco del hombre, pero la agradezco. Lo contrario puede resultar abrumador. – respondí. Tratándose de un vampiro centenario con un aura como la suya, aunque yo sólo pudiera intuirla porque seguía sin tenerlas del todo conmigo con respecto a su poderío y al mío propio, su propia presencia bastaba para hacer callar a los villanos y para someter a la cordura a los locos, una categoría en la que temía que fuera necesario incluirme, y el hecho de que estuviera hablando con algo parecido a la humildad hacía más fácil lidiar con asuntos que eran de todo menos sencillo, por desgracia.
– En cuanto a mi identidad... Hay cosas que he sabido desde el principio. Intuí muy pronto que yo era una prostituta, y también que si había algo mágico en mí, no venía de mi propia identidad, sino de la ajena, aunque a estas alturas creo que también hay algo de eso que me pertenece. – razoné. La diferencia había sido muy clara hasta si no había sabido de dónde provenía yo y cómo había sido antes de despertar, desmemoriada, en esa cabaña donde ya había notado algo extraño: precisamente esa sensación, la de algo que no encajaba, era la que utilizaba para saber lo que era propio y lo que no, y era algo que Alchemilla detestaba...
Sí, porque no tienes ningún derecho, ¿me oyes?, ¡ninguno en absoluto!
– Ella lo odia. Odia que haga ciertas cosas con mi cuerpo porque lo considera suyo, y también odia que haya descubierto que aquí dentro no estoy sólo yo y que todo esto no es parte de mí, sino una intrusa que se ha colado sin que absolutamente nadie la invite. Porque eso lo sé: no se siente como si hubiera deseado nunca terminar así como estoy. – añadí, encogiéndome de hombros. Todo el asunto mareaba de puro complicado que era, resultaba extraordinariamente agotador para alguien, yo, que era una mera mortal apenas recuperada de los golpes y del capitán Black Blood, y aun así la perspectiva me provocaba excitación casi física... o quizá se debía a él; probablemente se debiera a él.
– Pero necesito saber más de mí, necesito saber eso que es tan importante y que me han robado. En el burdel no puedo hacerlo porque no puedo pensar, entre la madame y la maldita que vive dentro... Necesito salir. Ni siquiera me gusta, en realidad; mis compañeras son crueles y no me llevo bien con ellas, y lo demás... Parece que me reservan a la peor clientela. Aunque no tengo derecho a quejarme. – admití, rendida a una evidencia contra la que, sin embargo, me rebelé de inmediato, con algo tan parecido a la esperanza que casi podía notar las arcadas de Alchemilla recibiéndome. – ¿Podría ayudarme a salir? – pregunté, esperanzada.
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