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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Dom Custler Lun Mayo 01, 2017 11:01 am

Había vuelto a quedarse solo, igual que años atrás cuando los vampiros le arrebataron todo cuanto amaba. Se habían ido todos y se había despedido de ellos con una sonrisa como siempre hacía, escondiendo lo que realmente sentía. La hermana Bernadette, la monja que le estuvo ayudando desde que llegó a París, se había ido de su lado para seguir adelante con su vida, lo cual era lógico, pues nunca tuvo más motivos para llevar al hábito que esconderse de aquellos que la perseguían. Le deseó suerte y no volvió a verla. Y Stein... Acababa de lanzar a los brazos de una mujer al hombre al que amaba, pues su relación jamás habría funcionado, no a escondidas y siendo tres en la ecuación. Y su mejor amigo, su único amigo, Corbin, se había ido con ellos. Los tres serían felices y no podía culparlos por ello, pues fue su elección el no poder soportar compartir un amor. No era esa clase de hombre, con el tiempo habría acabado volviéndose loco. Si es que no lo estaba ya.

Rió. Una carcajada seca y melancólica escapó de su ronca garganta, afectada por los litros de alcohol con los que parecía querer ahogarse, y de los cigarrillos, uno tras otro, con los que inconscientemente se daba muerte lentamente. Cualquiera que le viera podía llevarse una idea errónea de lo que estaba haciendo allí: en medio del puente, sentado en la baranda de piedra con los pies colgando en dirección al agua, parecía estar a punto de arrojarse hacia esta. Con lo fría y revuelta que estaba, suerte tendrían si encontraban algún resto de su cuerpo. Pero no, no era suicidarse su intención. Jamás lo sería. Tal vez no fuera el religioso más devoto, pero la doctrina del padre Marcus a lo largo de su infancia le impedía siquiera pensar en aquella absurda idea. Simplemente estaba ahí porque en las tabernas no querían servirle más alcohol, en el prostíbulo podría encontrarse con Corbin y, bueno, el motivo tal vez más importante: la Inquisición estaba buscándole para cortarle probablemente la cabeza y las pelotas por la traición ya descubierta.

-Tal vez sea momento de cambiar de aires. De todos modos los franceses nunca me han caído bien - dijo en voz alta, tal vez demasiado alta, antes de darle otro sorbo a la botella de whisky. - Además ni siquiera saben hacer un buen whisky - balbuceó, completamente borracho.

El aire mecía su cabello revuelto, su débil silbido era todo cuanto se escuchaba en el lugar. Las calles oscuras, desiertas, se sentía el sereno que vigilaba cada puerta. Su expresión era la misma de  siempre: despreocupada, perdida en la nebulosa etílica; el rostro de un don nadie. Si no había sido atacado aún por alguna criatura, era porque estas sabían que no podían menospreciar su patético aspecto. Siempre estaba alerta, aunque no lo pareciera, y bajo su casi ceñido abrigo reposaban varias armas con las que al menos los haría huir.
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Mensaje por Invitado Lun Mayo 01, 2017 2:46 pm

Laborc se había esfumado. Pam, ya estaba: la valiente pantera se había ido, había corrido tan lejos como se lo habían permitido sus patas fuertes y sus músculos desarrollados, de ese felino que Eszter habría amado más que a su hijo de haberlo conocido, y que tras su marcha había dejado la nada más absoluta en él. Qué irónico que le hubiera sucedido consigo mismo, con la identidad animal que él más identificaba con Miklós, lo mismo que con su hermana: la diferencia principal radicaba en que él había visto morir a Imara con sus propios ojos, porque los Finnegan así lo habían deseado para hacerle sufrir, y la pantera simplemente se había largado. ¡Bendita ella, cuánta fortuna! Si Miklós pudiera sentir algo, seguramente la envidiaría con cada maldita fibra de su ser, pero esa era otra: ya no podía sentir nada. La apatía eterna, existencial, a la que ya debería haberse acostumbrado, volvía a aparecer con aún más fuerza, y esta vez no había absolutamente nada que se colara entre sus rejillas: ni dolor, ni pena, ni rabia, ni frustración, ni nada. Laborc se había convertido en Miklós, y Miklós, el magyar, estaba completamente muerto por dentro, su mirada no decía nada, y su expresión aún menos, a juego con un hombre que lo había perdido todo. ¿Y acaso podía ser de otra manera cuando todo lo que había amado en su vida (¡nada más que eso, para lo único en lo que no había sido un egoísta de cuidado y se había conformado con tan poco...!) le había sido arrebatado? La primera vez había sobrevivido, aún no tenía particularmente claro cómo, pero esta... esta no iba a dejar nada de él, era como un tornado que arrebataba todo a su paso y que lo había dejado desnudo, en blanco, como jamás había querido ser, como ahora no le importaba devenir. A fin de cuentas, le daba igual todo; si le hubiera importado lo más mínimo, no estaría en esa situación, para empezar.

Miklós no era exactamente guapo, en eso podía estar de acuerdo casi todo el mundo. Atractivo sí, claro, con esos pómulos firmes, esa mandíbula marcada y esos ojos azules y fríos que eran, en tiempos, lo más expresivo de su rostro; hasta una capa de roña y de sangre, como la que a veces lo cubrían, lo volvían aún más atrayente. Sin embargo, nada de eso sobrevivía ya en él: su piel, cerúlea, aparecía tirante y escamada; sus labios, secos; sus ojos, con enormes bolsas y negras ojeras. Su cuerpo, aún musculoso porque no le había dado tiempo a destrozarse tanto a sí mismo, se veía encorvado, y arrastraba los pies en su camino a... ¿A dónde se dirigía? No lo sabía. Se había planteado la iglesia, pero sabía que el perdón de Dios no lo iba a recibir ya a aquellas alturas, y además su padre inquisidor también la había diñado, así que, sinceramente, ¿qué le quedaba? Se enfadaría con el Santísimo por haber decidido terminar con ese tira y afloja que el pecador húngaro y él habían estado manteniendo desde hacía casi sesenta años, pero, una vez más, eso implicaría sentir algo, y Miklós se encontraba fuera de todas esas consideraciones. No, a falta de hacerlo literalmente (y hasta ganas le faltaban, pero volvíamos al problema de siempre), se encontraba metido en un hoyo tan profundo como el que sus pies parecían ir clavando en la tierra con cada paso, en paralelo a un río en el que ni se fijaba, igual que ignoraba los puentes que lo atravesaban y permitían el paso de una orilla a otra. Sus propios problemas eran mucho más importantes que eso, ¿no...? Bueno, tal vez, pero seguía siendo un animal (aunque se supiera incapaz de convertirse en pantera, al menos desde que todo había sucedido), y poseía sus sentidos; así pues, escuchó al hombre, primero, y lo vio, después, sentado en el puente y con el mismo vacío interior que él. Tal vez por eso decidió interactuar... por eso y porque, total, qué más daba. – Los hay peores que los franceses. Los escoceses, por ejemplo, por muy buen whisky que hagan, son rastreros y lo peor. Al menos a los franceses te los ves venir. – opinó.

Si hubiera podido sentir algo, tal vez se habría asustado por lo apática que sonó su voz, en consonancia con su aspecto; la ventaja, precisamente, de estar sumido en el vacío existencial era que no sólo no se preocupaba, sino que encima se la traía bien al pairo haber, potencialmente, estropeado un (¿tal vez?) suicidio ajeno.
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Mensaje por Dom Custler Jue Mayo 11, 2017 2:25 pm

Una voz rompió el silencio del que hasta entonces no se había dado cuenta. Una voz que acalló el murmuro del agua corriendo y del viento silbando. Una voz que, en definitiva, era desconocida para él, mas no despreciada. Tal vez, después de todo, solo necesitaba algo de anónima compañía que ayudara a sacudir y alejar los fantasmas que empezaban a rondarle. Fantasmas con los que cada vez se sentía más incómodo, sobretodo tras haber saboreado lo que se sentía no tenerlos cerca. Pero ahí estaban de nuevo, acechando cual manada de lobos hambrientos, recordándole no solo el pasado, sino también lo que acababa de perder por haberse dejado llevar por los sentimientos. Ah, si pudiera echar el tiempo atrás... ¿Cambiaría algo? Probablemente no. Si el hombre tropezaba dos veces con la misma piedra, él tenía un plus de hacerlo una tercera. No tenía remedio, qué se le iba a hacer.

Volteó el rostro hacia su anónimo amigo y sonrió con un aura relajada que siempre le caracterizaba, pero que no sentía en ese instante en su interior. - Debo decir que entonces me llevaría bien con los escoceses. Se parecen a nosotros, los americanos - soltó una risa suave entre dientes antes de observarle más detenidamente. Era guapo, aunque su testimonio fuera poco de fiar. Entre el alcohol y su debilidad por los hombres de pómulos marcados no podía ser muy objetivo. Sin embargo, no fue lo que más llamó su atención. No tenían la misma altura, ni el mismo acento, mucho menos la misma complexión... y, aún así, era como verse en un espejo. Los dos lagos negros bajo un par de ojos cansados; la piel pálida, huyendo del sol por rondar malos caminos, y la misma soledad como compañera que cargaban en los hombros.

-Veo que no soy el único a quien le pesa el alma esta noche. No seré muy buena compañía, pero tengo alcohol de sobras que podemos compartir - alzó el brazo que sujetaba la botella, meneándola para hacer bailar el líquido que apenas había descendido de la boca de cristal. Volvió la vista al horizonte tenuemente iluminado por algunas viviendas aún despiertas, sin importar si el desconocido aceptaba o no. Si se quedaba o seguía su camino errante. Él siguió hablando, pues de por sí era de lengua activa. - Espero que no seas de esos que van en contra de la religión, porque de vez en cuando se me escapa algún sermón. Gajes de servir como cura desde adolescente. Aunque no descarto una discusión sobre creencias, cualquier cosa me viene bien para olvidar qué hago aquí.
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Mensaje por Invitado Mar Mayo 16, 2017 2:34 pm

¿Los americanos eran rastreros? Miklós no lo sabía. No se había relacionado con nadie de ese continente; demonios, ¡si ni siquiera se había relacionado con mucho más que europeos en toda su vida...! Las excepciones habían existido, por supuesto, gloriosas en su brevedad, pero la tónica general de la vida del húngaro habían sido sus compatriotas, especialmente los húngaros, y precisamente por una húngara se encontraba metido en ese hoyo en el que se ahogaba cada vez más, sin detenerse ni por un momento. Pensar en ella le dolería si Miklós no hubiera decidido anular por completo cada maldito sentimiento que hubiera podido albergar en su interior desde niño: sólo existía indiferencia, y precisamente por eso se acercó al otro, al americano; por eso y, por descontado, por el alcohol, en el que casi mejor debería bañarse para ver si, así le hacía el efecto que él deseaba. Tendría que tener cierto cuidado con la posible tentación de, una vez empapado, encender una cerilla y verse arder como si todo fuera un auto de fe, como tantas veces que había deseado la Inquisición verlo de esa guisa antes y después de que DeGrasso lo reconociera; conociéndolo, seguramente lo tendría, porque Miklós no era suicida y... bah, esa historia estaba muy vista a aquellas alturas. Así pues, considerando todas las posibilidades a su alcance con el desinterés que lo inundaba todo en su vida, se encogió de hombros y subió al puente con él, sentándose a tiempo de escuchar cómo el otro, con ese acento tan extraño que se le ponía a los angloparlantes al destripar el francés, le preguntaba acerca de su relación con la religión. No contento con ello, también mencionó algo de hacer de cura de adolescente, y con eso el desconocido se ganó que Miklós lo mirara, mínimamente curioso por entender algo que en su fe católica no encajaba muy bien: ¿era cura ya o no, si lo había sido?

– Soy... Bueno. Era creyente. Me educaron católico desde que era un crío, aunque era difícil de entender por qué demonios creía cuando sabía ya entonces que acabaría entrando al infierno a hombros y por la puerta grande simplemente por existir, sin importar mis acciones. Ahora... ya no sé si lo soy. Supongo que sí, sigo creyendo en Dios, pero tengo la certeza de que nos ha abandonado a todos, así que ¿de qué sirve? – reflexionó, y no supo si lo hizo más para sí mismo o para el hombre que lo acompañaba, pero lo cierto fue que poner sus temores religiosos encima de la mesa no le había hecho sentirse ni una pizca mejor. Se necesitaría un milagro, uno de los de verdad (convertir el agua en vino no contaba, aunque en opinión de Miklós era uno de los milagros más prácticos que se podían hacer), para que eso sucediera; si el húngaro comenzaba a sentirse algo menos hundido, bueno, tal vez sus dudas en la divinidad se esfumaran por completo. – No tengo inconveniente con los curas, aunque no ejerzan siempre como tales. Me resulta difícil asimilar que un cura pueda estar buscando consuelo en algo que no sea agua bendita, pero siendo americano, como dices, supongo que será cosa vuestra. – observó, para, a continuación, coger la botella que el otro le había ofrecido con cierta delicadeza (no se la arrancó de las manos, vaya; Miklós era capaz de eso y de mucho más por obtener lo que quería) y darle un buen trago, largo como sólo un bebedor experto era capaz de darlo sin ahogarse ni quemarse con el fuego del licor. Al menos en eso sí que podía decir que tenía cierto talento; en eso, por supuesto, y en todo lo que tuviera relación con la más pura autodestrucción. – Con la Iglesia tengo mis disputas, puras tonterías, pero habiendo sido cura, ya sabes cómo se las gasta. Es con la Inquisición con quien me llevo peor, y eso que hace no demasiado estuve a punto de entrar... Pero, claro, no lo hice. ¿Qué pinta alguien como yo ahí metido? Así que vuelve a ser quien me persigue. – comentó.

¿Habría dicho Miklós todas esas verdades de saber quién era el otro? Probablemente, dado su estado mental; sin embargo, no las habría dicho de no haberse encontrado a alguien dispuesto a escuchar, y aunque sólo fuera por eso, Dominic había conseguido una gran hazaña con respecto a Laborc, y más concretamente a traerlo de vuelta.
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Mensaje por Dom Custler Mar Jun 06, 2017 2:51 pm

Quien avisa no es traidor, que decían, y tal como advirtió previamente a su recién adquirido compañero nocturno, tocar la religión ante él suponía riesgo de diarrea verbal. Y es que, devoto o no, crecer junto al padre Marcus le marcó notablemente de por vida. La visión que aquel hombre tenía de la religión era más parecida a las escrituras que en lo que había deteriorado el tema en esa actualidad y, más importante aún, nunca usó su fe en beneficio propio, a diferencia de los orondos curas europeos que usaban el nombre del Señor para llenar aún más sus arcas. Había más pecado en la Iglesia que en las retorcidas calles francesas, tal vez por ese motivo seguía en París; la culpabilidad por su grotesco estilo de vida no pesaba tanto en la consciencia si alzaba la cabeza y veía lo que hacían los de "arriba".

-Abandonar... - negó con la cabeza y sacó una pequeña caja metálica en cuyo interior, perfectamente alineados de forma paralela, había siete cigarrillos previamente liados. Se llevó uno a la boca, quedando de inmediato pegado a su labio inferior, de modo que mientras hablaba este oscilaba sin riesgo a caer. Tras encenderlo le ofreció a su misterioso amigo. - La gente está muy equivocada. Dios no es un solucionador de problemas. No es el alcalde de una gran ciudad a quien poder ir a reclamar. Dios es un padre que nos ha dado la vida y una educación, y está en nuestras manos decidir qué camino vamos a tomar. Toda acción tiene sus consecuencias. Joderte la vida y luego rezar cuando tienes la mierda hasta el cuello no  te servirá, no es así como funciona. Culpar a Dios por abandonarte cuando tú mismo te has metido en el hoyo es un acto de ceguera - no hablaba en segunda para señalarle directamente, hablaba más bien en general. Él también se había encontrado en aquella situación y tardó su tiempo en darse cuenta que la culpa siempre era de uno mismo, las pataletas no servían absolutamente de nada.

Se detuvo de repente y le miró con una sonrisa cargada de circunstancias. - Lo dicho, tengo un problema con eso de los sermones - reclamó la botella con una mirada y dio un buen trago que saciara su garganta, totalmente torturada por tantos días regodeándose en la misma pena. ¿Qué estaría haciendo su demonio a escasas horas de la boda? No, no, céntrate Dominic, pasa página.

-Así que te persigue la inquisición... - arqueó las cejas y se quedó mirando el río. ¿Sería cosa de la casualidad o más bien de la causalidad? Aquel encuentro nocturno, silencioso y repentino, se estaba tornando místico. Que el azar quisiera juntar a dos proscritos perseguidos parecía una broma del destino. - Ya somos dos. ¿Quieren darte muerte o solo unos azotes de advertencia? Porque si es lo segundo, amigo mío, te aconsejo alejarte de mí. El pecado de la traición es para ellos peor incluso que andar bebiendo sangre de vírgenes de alta casta. Podría haber intentado mentir, pero aquí entre nosotros, se me da fatal. Con lo que me gusta el póker y soy pésimo jugador.
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Mensaje por Invitado Jue Jun 08, 2017 2:05 pm

Cierto, él se lo había buscado, pero a diferencia de todos los religiosos de moral propia laxa y ajena estricta que había conocido en su vida, su interlocutor era capaz de mantenerse en términos con los que el húngaro podía estar más o menos de acuerdo, que no del todo. En su opinión, si Dios los había creado a todos (eso no lo discutía) y en la Biblia estaban recogidas varias veces que había intervenido directamente en disputas de su rebaño, ¿por qué no hacerlo ahora? Durante la primera parte de su vida había sido bueno, un cristiano ejemplar, pero cuando había tenido problemas Dios no lo había ayudado, ni siquiera había hecho acto de presencia: nada. Por eso, Miklós había decidido condenarse él solito a base de pecados que él sabía que lo eran; por eso, al principio había tenido grandes problemas para asimilar su fe y compaginarla con sus actos, pero ¿después? Después había llegado su convencimiento del abandono, y nada de lo que el otro pudiera decirle al respecto le haría cambiar de opinión; sin embargo, no era del todo inútil que hablaran, puesto que al mantener una conversación en términos tan teológicos y metafísicos, Miklós podía centrar su atención en algo que no fuera su dolor, lo cual era de agradecer. Inconscientemente, pues no era una decisión que hubiera tomado de haber tenido la posibilidad, siguió todas sus palabras aunque no lo mirara y su vista se desplazara a lugares aleatorios, como la botella o la pitillera llena de siete (seis, en cuanto él cogió uno; esa clase de detalles colmaban su atención) cigarros, que él no se moría precisamente por probar. Si no estaban rellenos de opio, él prefería tomarse el tabaco como rapé, esnifándolo; aquel era uno de sus vicios más antiguos, con lo cual no le sorprendía haber pensado en ello cuando hablaban, precisamente, de pecados varios...

– No estoy ciego, el hoyo es mi culpa. Cada palazo que he dado para retirar un poco de tierra y encajar mejor ha sido mi responsabilidad. Lo de antes, sin embargo, no. – replicó, sin entrar en detalles, porque definitivamente no se encontraba ahí en la conversación. Por mucho que ese momento de su vida en el que había sido (y parecido, que en él nunca iba a la par eso) hijo solo fuera menos doloroso que aquel en el que había tenido hermana y, casi, hija, seguía sin querer tratarlo, pues su mente podía volverse inestable y abrazar, del todo, la apatía en la que se había visto inmerso sin elegirlo. Hablando de hoyos en los que había terminado, ese era, sin duda, el peor de todos, porque ese no se lo había buscado. – Muerte, definitivamente. Unos azotes habrían bastado hace años, sólo por mi comportamiento, pero una vez saben lo que yo soy, definitivamente es muerte, no tengo más remedio que aceptarlo. Y por nacer, fíjate; la Inquisición es curiosa en eso, ¿no? Deja mucho lugar para solventar los pecados de los que acusa... – reflexionó, mordaz, pero su tono se mantuvo tan neutro como su mirada y sus pensamientos; Laborc, el desaparecido, seguía sin dar señales de vida, y ese Miklós vacío que hablaba con el “sacerdote” americano estaba muerto por dentro, no cabía mucha duda al respecto. – Beber sangre de vírgenes no es nada comparado con la traición, cierto. En mi caso, qué decirte: me acusan de lo mismo. Y he cometido muchos, muchísimos pecados en mi vida, pero asesinar a un inquisidor a sangre fría con el cual tenía un lazo importante y conocido por el Santo Oficio no es uno de ellos. Pecador, sí; bastardo condenado, ¡por supuesto! Estúpido, no. Así que me da lo mismo alejarme que quedarme, me parece que estamos igual. ¿Brindamos por ello? – propuso.

Miklós ignoraba qué era lo que había hecho el otro, igual que tampoco había detallado mucho que lo buscaban por asesinar a su padre (aunque no lo hubiera hecho) y por ser un cambiante, pero la noche era joven, y aún tendría mucho tiempo de hacerlo... si es que quería, claro. Por lo pronto, era dudoso que así fuera.
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Mensaje por Dom Custler Vie Jun 30, 2017 12:15 pm

-Puede parecer, de hecho lo más probable es que lo sea, injusto que te persigan por el simple hecho de nacer. No es difícil entrever por tus palabras que eres un cambiante, lo cual hace que me sienta obligado a preguntar - giró la cabeza y le miró con media sonrisa relajada, pues ahí nadie estaba para juzgar los pecados de otros, no era más que una charla entre dos proscritos amantes de la botella y la noche -, ¿habría sido distinta tu vida de no haber sido lo que eres? Porque aquí donde me ves no soy más que un humano que a duras penas se mantiene hoy en pie. Abandonado al nacer, lo más seguro es que mi madre fuera puta, pero sigo siendo solamente un amasijo de huesos y vísceras retorcidas y, aún así, aquí estoy, pensando dónde largarme para que la Inquisición no me de cariño en alguna de sus máquinas de tortura. Elecciones, querido desconocido, las elecciones nos llevan a donde estamos. Podría haber mantenido mi celibato y condenar al brujo que me ha llevado a donde estoy ahora, pero tomé otro camino y asumo las consecuencias.

Dio un generoso trago a la botella y la apoyó en el barandal de piedra, justo a su lado al alcance del cambiante. - Hay otra cosa que tener en cuenta, y es que hoy en día la religión va de la mano con el poder. Y así no se puede predicar el Bien. Mientras sea más importante la cantidad reunida en sus arcas que el bienestar de la gente a quien supuestamente deben cuidar, hombres como tú seguirán siendo una amenaza para ellos. Eres el factor miedo. Tienes la fuerza para derrocar su imperio, por eso os persiguen, no hay ningún motivo religioso tras ello en realidad. Y te lo dice alguien que ha pasado muchos años, más de los que recuerdo, trabajando para ellos. ¿Es injusto? Sí. ¿Es motivo suficiente para encontrarte con la mierda hasta el cuello? Yo digo que no, puesto que ha estado siempre en tus manos la capacidad de elegir qué camino tomar.

Se puso en pie en el barandal como quien no quiere la cosa y bajó de un salto al mismo nivel que el otro, mientras se abrochaba la casaca negra que le cubría hasta las rodillas. En medio de la negrura más espesa solo se vería su mirada, pues la barba de varios días abandonada ocultaba gran parte de su rostro. Su mirada, velada por la cantidad de alcohol que corría por su sangre, era tan serena como las palabras a continuación, aunque el contenido de su mensaje pronosticara todo lo contrario.

-Ahora, hijo, me veo en la urgente necesidad de decirte que, una vez más, tomes una elección. En estos momentos se están acercando dos inquisidores por la entrada al puente de mi espalda, y no voy desencaminado si digo que por tu lado no tardarán tampoco en aparecer. ¿Cómo lo sé? Ya habrá tiempo para explicaciones, ahora lo importante es: ¿te quedas a pelear o me acompañas a algún otro solitario lugar donde poder disfrutar de más tranquilidad y, cómo no, de una botella más?

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Mensaje por Invitado Lun Jul 10, 2017 2:25 pm

Miklós ni siquiera necesitó pensar para saber la respuesta a la pregunta que el otro le había hecho: sí, su vida sería igual hasta si hubiera nacido humano, porque habría seguido siendo el hijo de una gitana, y la persecución habría continuado siendo intensa. Es más, incluso se habría encontrado en una enorme desventaja por el hecho de que, claro, siendo gitano no contaba con la fuerza y la habilidad de la pantera (a la que no sentía en ese momento como suya), así que ni siquiera habría podido defenderse de la Inquisición como siempre había hecho y siempre hacía. Le pesara a quien le pesase, especialmente a él mismo y sobre todo dadas las circunstancias y su enorme pérdida, Miklós siempre había sido un animal; Laborc o no, la naturaleza del húngaro era de bestia, no de humano, y en los animales existía algo llamado instinto de supervivencia que hacía que, aunque a veces lo deseara, su propia naturaleza les impedía morir. En el caso del húngaro, ese instinto estaba desesperadamente vivo a raíz de su propio tren de vida, frenético cuando lo había necesitado para ver si así sentía algo (entonces había creído que ni por esas, pero ahora se daba cuenta de lo equivocado que había estado), e incluso a través de las circunstancias. Así pues, poco importaba que él fuera medio suicida y viviera por y para el peligro, igual que no importaba demasiado que odiara su existencia sin Imara y a veces quisiera ponerle fin: algo se lo impedía, algo que un creyente como él asociaba con Dios, pero que, fuera lo que fuese, existía con fuerza en su interior. Con tanta fuerza, de hecho, que Miklós continuamente se encontraba luchando por probar los límites, y ni una sola de las palabras del religioso con el que se había encontrado iba a hacerle renegar a algo que era tan parte de sí mismo como solía serlo la pantera.

– Sí, bien, estoy de acuerdo, con casi todo pero bueno. Mis elecciones las tomaron por mí antes de que yo pudiera y eso me condenó del todo, yo sólo ayudé a cavar mi propia tumba. – replicó, distraído, pues estaba agudizando el oído y el olfato, sus sentidos más desarrollados como gran felino que era (y hasta el otro lo sabía, aunque no era muy difícil deducirlo al verlo), para ver cuánta razón tenía el otro. Apenas le sorprendió saber que sí, eran cuatro, pero más porque ya no le sorprendía nada que por otra cosa, la verdad. – Vete a otro sitio a beber si tú quieres. Ah, y coge la botella, tienes cara de necesitarlo, pero la mejor solución para mí no suele ser esa, sino esta otra. – replicó, sacudiendo la cabeza, y al momento siguiente se plantó ante el otro, en el lugar que antes ocupaba Miklós, un enorme león con el pelaje negro, una de sus señas de identidad más arraigadas. Bien, tal vez la pantera se había marchado y fuera incapaz de recurrir a ella, pero el león era la bestia más parda de todas en las que se transformaba, y por ello la eligió para lanzarse a por los inquisidores que lo perseguían, pues sabía que así lo haría sin piedad y con violencia. ¡Cuán sangriento resultó el espectáculo final! No le importó al león si el inquisidor borracho lo miraba o no, si le importaba la sangre o no, y tampoco ser herido: el león hizo su voluntad y de los inquisidores no quedó nada, con consecuencias en su pelaje en forma de golpes y heridas graves, pero ¿a quién le importaba? Estaban muertos. Como él por dentro, pues no sintió nada, ni siquiera cuando se transformó y se limpió parte de la sangre que aún le quedaba en el cuerpo humano. – Vendrán más detrás de ellos. Ahora tal vez deberías echarme un sermón sobre lo pecador que soy o invitarme a esa botella, una de dos. – sugirió, aún más apático que antes.

No dejaba de resultar curioso, al menos para él, que habiendo hecho algo que se suponía que debía de haberlo estimulado, se sintiera igual de vacío que antes de hacerlo... Así de dolorosa había resultado la muerte de Imara para él, tanto que ya no podía sentir más dolor, y, por eliminación, tampoco nada de lo demás.
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Mensaje por Dom Custler Mar Jul 18, 2017 9:56 pm

La elección estaba entonces en sus manos. Marcharse por donde había venido, perderse entre las sombras como bien sabía hacer porque, al contrario que la bestia que se formó ante sus ojos y por muy diestro que fuera en la pelea, cobarde o no sus elecciones siempre trataban de evitar cualquier enfrentamiento que finalizara en más muertes innecesarias. No era él quien debía juzgar el pasado de aquellas pobres cuatro almas cuyo final ya estaba escrito. No. Esa tarea siempre era del de Arriba. Las únicas excepciones eran vampiros y lobos, pues la maldición que pesaba sobre sus cabezas dejaba sus almas a libre albedrío. Ni Cielo, ni Infierno, no había lugar para ellos. O al menos era lo que había aprendido en los libros más antiguos. El otro camino a tomar, el finalmente elegido por andar desvariando, era quedarse y esperar a que su más reciente desconocido acabara la matanza que, de repente, se le antojó como una buena vía de escape para todo aquel amasijo de sentimientos que oprimían sus entrañas. Le envidió -un pecado más que añadir a la interminable lista- por ser capaz de abalanzarse a aquella cruzada sin sentido guiado por el impulso de supervivencia.

Dominic era un hombre de muchas caras. La religiosa. La divertida. La distraída y siempre bondadosa. La del fiel amigo que antepone a los demás. Pero también había otra, mucho más oscura, contra la cual luchaba diariamente para mantener a ralla. Habitaba en él un ego rencoroso y ansioso por provocar dolor a los demás, nacido cuando la maldad aún era un concepto indeterminado y desconocido para él, años atrás. Habría sido sencillamente sublime dejarse llevar del mismo modo que su nuevo amigo y sesgar aquellas vidas, pero entonces... ¿en qué le convertiría aquel acto depravado? No le preocupaba el Infierno, pues ya había aceptado que le habían reservado un sitio entre las eternas llamas, mas no podía permitir convertirse en aquello que más odiaba sobre todas las cosas: un asesino a sangre fría. Porque esa noche podrían ser cuatro inquisidores, pero nada le aseguraba que en un futuro no fuera un simple borracho que le tirara la copa por un desafortunado empujón.

Así que simplemente observó, botella en mano, el rápido desenlace de aquellas desgraciadas almas en manos de la bestia. De precioso pelaje, no le pasó inadvertido el detalle. Desvarió unos minutos más preguntándose en qué animal se convertiría él en caso de haber nacido como uno, hasta que el silencio volvió a ser protagonista -fugaz, pues con el estómago lleno y la botella vacía, esta rompió en pedazos no muy lejos- y encendió el enésimo cigarrillo de la noche.

-O ambas - resolvió con una sonrisa austera -, pero la sed vuelve y el tiempo apremia. Acompáñame, nuevo amigo, conozco un lugar donde nadie nos encontrará.

El lugar mentado no era otro que su vieja y aún a medio construir parroquia de la zona pobre. Un orgullo pronto caído en el olvido, pues aquella tal vez sería la última vez que dormiría o yacería al amparo de su techo. El polvo había desaparecido, las vigas habían sido renovadas, pero las ventanas seguían cubiertas por tablones a la espera de encontrar un hueco en su ajetreada existencia para repararlas. No había velas que iluminaran su interior, ya no, pero fueron tantas las noches allí a solas que conocía cada centímetro desde la modesta entrada hasta el altar. Aquel seria el último lugar donde irían a buscar, pues nadie pensaría que con la vida pendiendo de un hilo osara volver al lugar de los terribles acontecimientos.

-Ponte lo más cómodo que puedas. Debe haber un colchón en alguna parte, aunque probablemente esté manchado de sangre. - Habló mientras se dirigía al sagrario, donde en lugar del vino y las hostias esperadas, había escondidas algunas botellas de whisky que, durante la ausencia de su ya desaparecida -y quisquillosa- monja, logró reunir. - Ahora que hemos compartido botella y somos cómplices de asesinato, creo conveniente que nos conozcamos un poco más. Empezaré yo, dejándote a elección si quieres compartir las penas que vamos a ahogar en estas horas venideras. He sido cura más tiempo del que recuerdo, me enseñaron a poner en duda todo cuanto viera u oyera, y esa enseñanza, sumada a mi carácter de por sí rebelde, han hecho de mí el párroco menos ortodoxo que puedas conocer. He ido de putas, me he emborrachado hasta el punto de perder en varias ocasiones la consciencia y no he tenido reparo alguno en mirar las posaderas de más de un feligrés. Qué le voy a hacer, soy un hombre después de todo. El alzacuellos solo es una promesa al hombre que me crió, quien me pidió encarecidamente que por favor siguiera el camino de la luz. Su error fue no especificar más.

Se sentó en uno de los bancos y apoyó los pies en el de delante con tanta naturalidad que evidenciaba la costumbre.

-Mi mayor error, tal vez, fue liberar a un brujo de la muerte en una oscura mazmorra de la inquisición. No contento con eso, acabé enamorándome de él. Siempre me he negado cualquier vínculo emocional por el estilo de vida que llevo. Cura de día, cazador de noche. Nunca hubo lugar para enamoramientos, hasta que llegó él con sus endiablados ojos azules y esa sonrisa que prometía el mejor sexo. Soy débil, lo confieso. El tonteo duró un tiempo, pero anoche fuimos descubiertos por los mismos que le condenaron y puedes imaginar que ya no soy mucho del agrado de mis "jefes". Unas horas después le acompañé al lugar donde iba a casarse con la mujer que ama y aquí me tienes: ahogando mis putos sentimientos en alcohol y preguntándome ¿qué viene ahora? No tengo dinero, ya no tengo profesión y mi mejor amigo se ha unido a ese matrimonio. Un trío de lo más poco común, si puedo permitirme el opinar. Así que estoy solo y borracho. Mala combinación, como sé por experiencia.
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Mensaje por Invitado Sáb Ago 05, 2017 3:45 pm

Una parte de él había creído que abrazar la violencia lo satisfaría, que se convertiría en el hombre que había sido antes (apático salvo cuando se trataba de dolor, causarlo y sentirlo a partes más iguales de lo que le gustaba reconocer), con sus muchas sombras y pocas luces, y ya estaba. Otra parte de él había sabido con certeza que esa parte primera estaba equivocada, y ¿cuál de las dos había tenido razón? La pesimista. Para considerarse a sí mismo un tipo práctico, algunas veces al menos, era condenadamente frecuente en él que se refugiara en la pesadumbre de sus pensamientos más oscuros y catastrofistas, pero quizá lo hacía porque, siendo práctico, eso era lo que solía tener lugar. Desde que Imara había aparecido, había temido perderla, y lo había hecho; desde que la pantera se había escurrido entre sus dedos, había temido no poder recuperarla, y hasta la fecha así era. Una serie de catastróficas desdichas en las que añadir la muerte no era un pecado demasiado gordo, aun cuando para el resto sí que lo sería, pero nunca en su situación, jamás con sus circunstancias, en absoluto tratándose de él. Bien, Miklós estaba vacío, y ese hoyo de su interior había que llenarlo de alguna forma, pero antes de que el húngaro tuviera demasiado tiempo de pensar en ese cómo (no necesitaba reflexionar para saber que elegiría lo más autodestructivo posible, en eso no había cambiado, aunque sí se había intensificado el riesgo al que abrazaba siempre), el extraño sacerdote le dio la respuesta a sus plegarias no pronunciadas: continuar con el alcohol. Bien, que así fuera; Miklós lo siguió, nada dócil aunque no se estuviera oponiendo deliberadamente al otro, y terminaron en una iglesia, donde invirtieron los papeles porque él se convirtió en el confesor, en vez del pecador que busca la absolución. Qué curioso, en toda su larga vida de creyente pocas veces había sido así la dinámica... Sus propios pecados lo habían impedido.

– Eres el cura menos ortodoxo que he conocido, y he tenido contacto con algunos de ese rito. – comentó. ¿Y bromeó? Era difícil saberlo, con su humor raro de siempre y enajenado emocionalmente como se encontraba, pero, en cierto modo, quizá sí que había sido un amago de broma. La lástima era que no la continuó, sino que siguió mirándolo, interpretando las palabras que había compartido el sacerdote con él. – También el más honesto. Todos pecan, algunos incluso con niños, y otros con cosas menos serias como mintiendo y esos pecadillos que con un poco de persuasión se pueden absolver fácilmente. Pero no todos lo admiten, eso supongo que te honra, o lo haría de ser capaz de sentir algo, aunque sea mínimo, hacia ti. – expuso, sin acritud alguna, pero era cierto que la indiferencia de su tono se correspondía con la de sus pensamientos y con la de su corazón muerto, aunque éste latiera, testarudo, para continuar manteniéndolo en pie. De todas maneras, no era del todo cierto lo que había dicho: algo sí sentía por el otro, y ese algo era una pequeña raíz de respeto, a consecuencia del rato breve pero intenso que llevaban conociéndose, y que los había llevado a una iglesucha donde el húngaro se había aposentado en el suelo, acostumbrado como estaba a dormir en los sitios más incómodos posibles. Tampoco era como si fuera a admitirlo. – Un trío nada común, y de cosas raras sé bastante. – confirmó Miklós, sin hacer comentario alguno con respecto a la vida libertina del otro, porque ¿quién era él para criticarlo? Además, no estaba en su personalidad hacerlo, mientras no le perjudicara directamente no se lo diría, y mucho menos si tenía que ver con temas morales, donde él no brillaba con luz blanca, precisamente.

– Nunca he tenido nada que no fuera a mí mismo. He tenido familia intermitente, pero poco más; siempre me he sacado las castañas del fuego yo, y eso aplica a todo: intentar sobrevivir siendo más pobre que las ratas o sacar adelante a alguien más. – comenzó, agarrando un trozo de madera del suelo y concentrándose en rasparlo para darle algún tipo de forma, lo que fuera con tal de tener algo en lo que centrarse para resumir su historia lo máximo posible. Una cosa era que estuviera receptivo, y lo estaba, y otra que quisiera explayarse con más de medio siglo de acontecimientos; por ahí no iba a pasar. – Pero sí sé lo que es el amor. Amor de hermano, o de padre quizá; crié a mi medio hermana cuando mi madre murió porque ella tampoco tenía a nadie más que yo, y ella es lo único que he querido nunca de verdad. – admitió, pero sin esfuerzo, como si fuera una verdad que tuviera muy asumida (lo hacía) y no le diera vergüenza compartirla con alguien más. En cierto modo, no se la daba, pero era porque se trataba de alguien peculiar y que, además, en cierto modo le garantizaba el secreto de confesión. Ante los demás, jamás diría nada así, y eso era un honor que, con toda probabilidad, Dominic ni siquiera sabía que tenía. – La amé, la cuidé, la perdí. Me la robaron porque fui cobarde, y eso me hundió en la miseria; el tiempo pasó, la recuperé, y la volví a perder. Ahora estoy otra vez en la miseria, pero esta vez sé que ya no está viva, y ni siquiera me queda la esperanza de volver a verla. Así que sí, estoy solo y bebiendo, buscando todo el opio que puedo conseguir, porque no hay manera de emborracharme del todo siendo lo que soy. Es una combinación pésima, pero ¿qué remedio tenemos? Es lo único que ayuda con el dolor. – concluyó.

Y todo eso, de acuerdo, estaba muy bien, ¡incluso cualquiera podía estar de acuerdo! El único problema era que Miklós no sentía dolor porque no se estaba permitiendo sentir nada, en absoluto, y aunque se lo permitiera nunca había sido del todo capaz, así que menuda perspectiva de vida era la suya...
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Mensaje por Dom Custler Dom Ago 27, 2017 2:45 pm

Decir en voz alta todo por lo que había pasado en las últimas semanas, aunque muy resumido, fue una pequeña liberación para su embotada mente. Por lo general era él quien escuchaba el pesar de sus feligreses y trataba de ofrecerles el mejor consuelo o consejo que pudiera aportar, sin embargo aquella noche se giraron las tornas. Había confesado a un desconocido parte del peso que llevaba a cuestas sin tapujo alguno, sin miedo a las represalias que su ligera lengua pudiera acarrear. Si aquel hombre quisiera en ese mismo instante buscar perdón en sus perseguidores, solo tendría que entregarlo sin necesidad de lazo en la cabeza. No obstante, desde el primer momento en que se encontraron supo que tal infortunio no ocurriría. Instinto, nada más, pues el párroco no disfrutaba de dones especiales como su interlocutor. Por otro lado, no esperaba reacción alguna de Miklós, como tampoco la buscaba en el resto de gente con la que cruzara más de dos palabras. No era un hombre al que le importara lo que pensaban de él. Su humor no buscaba la risa ajena; sus sermones no iban con intención de un despertar repentino en los demás, y su discurso en ningún momento fue con intención de provocar pena o cualquier otro sentimiento parecido. Eran solo él y sus circunstancias, nada más.

-Dudo mucho que sea un hombre honrado, aunque agradezco tus palabras. Si preguntaras a cualquiera de los que han tenido la suerte o desgracia de tener alguna conexión conmigo, la mayoría podría darte varios ejemplos de por qué no lo soy. Sin embargo, es cierto que jamás tocaría un niño con tales depravadas intenciones, ni tengo interés alguno en llenarme los bolsillos como hacen los de arriba. Puede que sea una buena persona, mas no un buen hombre - y es que su historial pesaba tanto como el de cualquier delincuente de poca monta que recorriera las calles parisinas. Eso sí, al más puro estilo Robin Hood. Si robaba, mataba y se saltaba algunas reglas solía ser para un bien ajeno, nada que ver con mejorar su condición de vida. El día que muriera en su lápida rezaría "el fin justifica los medios", claro que lo más probable es que arrojaran su maltratado cuerpo a alguna fosa común, pues no tenía muchas esperanzas de crear vínculos afectivos en un futuro y, con el estilo de vida que llevaba, nada le aseguraba que llegara siquiera a la vejez.

Cuando terminó su breve y conciso relato aquel al que se tomó la libertad de llamar para sí amigo, una escueta sonrisa danzaba emocionada en sus labios. En absoluto se alegraba de la desgracia ajena, y tal vez fuera solo a causa del alcohol, pero en el lapso de una hora que llevaban intercambiando palabras podía asegurar que se parecían mucho. No dijo nada acerca de su relato, pues no estaban ahí para juzgarse, y puso en boca sus pensamientos. - Es curioso cómo dos personas nacidas en lugares, épocas y situaciones distintas, que han recorrido caminos tan distanciados uno del otro, terminen del mismo modo, ¿no crees? De habernos encontrado tiempo atrás, nos habríamos cruzado sin siquiera mirarnos a los ojos, en cambio hoy compartimos incluso confesiones. Aunque sea religioso y las escrituras digan que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros, yo más bien soy de la opinión de que cada uno se construye su destino, y aún así aquí me tienes, preguntándome si nuestro encuentro habrá sido pura casualidad o no...

¿Habría sido el padre Marcus quien lo puso en su camino? Si realmente los muertos podían observarles desde el cielo, Padre debía haber pasado las últimas dos décadas blasfemando en contra de su voluntad por las decisiones que había ido tomando Dominic. No estaba muy seguro de qué le diría de estar aún vivo -habían pasado muchos años desde su muerte y solo conservaba un recuerdo idealizado de él-, pero probablemente el sermón duraría más de siete días, porque el padre Marcus no descansaba de educar ni en domingo.

Apagó el cigarrillo en el mismo suelo de piedra y cruzó los dedos de las manos en el regazo, mirando al cambiante con una sonrisa atontada por el whisky.

-No temo equivocarme al decir que puedo confiar en ti. Me has asegurado que no tienes plan alguno de ahora en adelante y tal vez quieras unirte a mí. Tengo pensado dejar la ciudad, no muy lejos, lo suficiente para esconderme por un tiempo, y alzar con mis propias manos un orfanato. Un lugar donde chicos como tú, que son abiertamente rechazados, puedan tener un hogar en el que sentirse aceptados - era evidente que Miklós no encajaba en absoluto en su plan, era incapaz de imaginarlo rodeado de niños con tal semblante serio, sin embargo necesitaba un par de manos más para construir el nuevo hogar. Usar a niños rechazados por ser cambiantes no fue una excusa ni un ardid para convencerlo, aquello fue dicho con total sinceridad como el resto de palabrería que había escapado de sus labios. Solo quedaba ver qué opinión tenía su nuevo amigo al respecto y saber si se aventuraría a ello.
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Mensaje por Invitado Lun Sep 18, 2017 1:46 pm

Cualquiera que no se creyera el dicho que afirmaba que las esperanzas eran lo último que se perdía podía, e incluso debía, ir a ver a Miklós, quien, a pesar de encontrarse (desde hacía años, por otro lado) inmerso en un continuado proceso de no sentir nada, seguía hablando de dolor. Alguien debería recordarle que el físico no tenía tanto que ver con el de su corazón, que a veces también había que recordarle que tenía, por mucho que se sintieran parecidos, pero ese alguien se arriesgaba a malas respuestas por parte de un húngaro demasiado complejo hasta para sí mismo y que había querido sustituir los sentimientos por palizas durante demasiado tiempo. Sin embargo, ese no era su problema, y él lo sabía; su problema, más bien, era que no tenía ni la más remota idea de cómo tratar con el sentimiento de pérdida tras haber sufrido el robo de su hermana dos veces, la segunda mucho más definitiva que la primera. Mientras no supiera cómo lidiar con eso, se vería constantemente arrojado a ese pozo de apatía existencial que siempre lo acogía en su seno cuando Miklós se sentía caer sin control y sin ningún tipo de visión de futuro, ya que el magyar no era de esos que planeaban su vida hasta el más mínimo detalle. Ni siquiera con Imara viva había sido así, ahora que lo recordaba; el Miklós de entonces confiaba mucho en sus dones y en sus atributos, se aseguraba de solucionar los problemas a medida que iban surgiendo y poco más, como mucho ahorraba, pero con cómo consentía a su hermana pequeña, casi hija, no es que le quedaran muchas monedas que pudiera dedicar a su futuro o a otros problemas... Como aquel. Fuera cual fuese aquel, en concreto, de entre la amplísima lista de los inconvenientes a los que tenía que enfrentarse Miklós, hasta el punto de que determinaban su vida, o en lo que ésta se había convertido, por completo.

– Las desgracias de la vida hacen que te relaciones con gente que no te esperabas. Cuando yo era un niño, creía que mi vida iba a girar en torno a mi familia para encontrar su aprobación, y ahora me encuentro aquí, con un tipo al que apenas conozco y le he contado media historia de mi vida porque, por algún motivo, lo entiende. Y no, no porque seas sacerdote, eso me da igual por muchas confesiones que hayas escuchado en tu vida. – reflexionó Miklós, continuando con esa agudeza suya aunque no demostrara ni una sola emoción en todas las palabras que salían de sus labios, con esa tonada húngara tan suave que tenía cuando hablaba francés, uno de los idiomas que mejor dominaba tras el húngaro propio y el alemán. Cosas de haberse criado en territorios del Sacro Imperio Romano Germánico, énfasis en eso último, ¿no...? – Por eso mismo, creo que, hasta cierto punto, podrías decir que me conoces, ¿no?, o al menos que puedes saber lo que voy a pensar. Y creo que parte de ti se imagina que vaya a decirte que no, en parte porque soy un egoísta y no lo voy a negar y en parte porque no puedo tener nada que ver con algo mínimamente relacionado con niños ahora mismo. Demasiados malos recuerdos que no tengo superados ni en lo más remoto.[/b] – admitió, abiertamente, y lo bueno de esa apatía existencial suya era que no había ningún tipo de rechazo o de soberbia en su voz, sino que había expuesto su caso de una forma bastante, a su juicio, razonable, y aunque era responsabilidad del otro creerlo o no, lo cierto era que Miklós no había mentido. Preparar algo para otros críos, después de haber perdido a la que había criado él desde el mismo día de su nacimiento, sería casi con toda probabilidad lo que lo arrastraría por completo a la apatía inamovible, y se trataba precisamente de lo contrario: de salir de eso y sentir. Así pues, no podía aceptar, ni loco. Sin embargo...

– Me parece noble, pero yo no lo soy. Querría ayudar, de algún modo, pero no sé cómo exactamente porque dejar París no es una opción para mí. Aún me queda alguna cosa en la ciudad... – admitió, a todas luces reflexivo, aunque sus gestos no acompañaran en absoluto a las intenciones de su voz grave, atractiva de la misma extraña manera en que él lo era, a todas luces, hasta si para muchos no lo parecía. Para gustos estaban los colores, ¿no? – Tal vez podría mandar a alguien a ayudar. Conozco a un par de muertos de hambre que trabajarían bien porque también están huyendo y no tienen el menor deseo de importunar a niños, así que no delatarían tu orfanato ni nada parecido. Moviéndome donde yo me muevo, es lo máximo que te puedo ofrecer. – reconoció, ya que a aquellas alturas había quedado más que claro que no era ni por asomo un buen hombre... ¡Si ni siquiera era un hombre como tal! El cambiante, antaño pantera y en ese momento ni se sabía qué era, no tenía mal fondo a veces, y cuando se trataba de niños que no habían tenido oportunidades, como él... Bueno. Eso podía tocarle la fibra comprensiva, siempre y cuando no pensara demasiado en lo bien que le había hecho a él, en cuestión de dureza emocional, no tener nada salvo a sí mismo para sobrevivir como podía. Dado que no tenía la menor intención de ponerse a reflexionar justamente sobre eso, Miklós no tenía demasiados problemas, e incluso pudo ofrecerse... en cierto modo. – Además, tarde o temprano me vengaré, y será algo grande, demasiado para que quieras arriesgar la integridad de nadie, mucho menos la tuya. ¿No te lo había dicho? Soy venenoso, mancillo todo a lo que me acerco, y aunque tú ya tengas tu corrupción, la mía es más... longeva. Créeme, estás mejor sin mi ayuda. – reconoció.

Si bien no había puesto por palabras nunca esa intención suya, lo cierto era que Miklós nunca había dudado de sus planes de venganza, y aunque por el momento no supiera exactamente cómo ni hacia quién, sí que sabía que los asesinos de Imara acabarían lamentándolo.
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