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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Átropos Dom Mayo 28, 2017 12:39 am


"Tú que como una cuchillada
entraste en mi triste pecho,
tú que, fuerte cual un rebaño
de demonios, viniste, loca,
a hacer tu lecho y tu dominio
en mi espíritu humillado."

—Charles Baudelaire.




–Pero mira nada más, Eloise. Te ves patética, ¿qué eres? ¿Una calavera o una mujer? ¡Ah! Qué digo, mujer te queda muy grande. Por favor, no puedes ser más horrible. Deberías salir de tu cueva, conocer el mundo de allá arriba...


—¡Cállate! No soy ninguna patética y no necesito conocer nada. «Pero esta maldita sed me quema». Estoy bien aquí abajo —habló, pensó, y anduvo de un lado a otro como león hambriento. Incluso arrugó la frente cuando observó sus manos sucias y descuidadas, mientras sus muertos lucían mejor—. ¡No puede ser! ¡No!

Arrastró un espejo viejo, percatándose de que su mellizo tenía razón. Se veía tan lamentable; no sólo se encontraba sucia como pordiosera, sino que el tiempo que había estado sin alimentarse se le grababa en las mejillas. Sintió asco de su propia imagen. ¡Ella era una reina! Debía estar como tal. No así, como la cosa que veía en el espejo, ¿cuánto tiempo más tenía que seguir de ese modo? Ay, su demencia estaba llevándola a extremos que nunca consideró. Apenas tenía doscientos años, por favor... No iba a terminar tan mal como ese tal Ciro, ¿o sí? Recordarlo no le hizo tanta gracia, ¡por su culpa tenía que lidiar con su horrible hermano! Hablando de horrible... ella no quería acabar como eso. Simplemente no. Aquello la hundió en un estado conflictivo consigo misma, mientras buscaba algo en un cofre, que luego colocó en sus cabellos rebeldes y sucios.

Polillas disecadas, como prendedores en su cabello. Eso no mejoró su aspecto, lo empeoró; las arrancó con rabia, tirándolas al suelo. Átropos era excesivamente orgullosa, y cuando se veía al espejo, siempre terminaba enojada consigo misma. Tal vez por eso lo evitaba tanto. Actuaba como el estúpido Narciso del mito, aunque lo que cambiaba era el hecho de que ella odiaba ver su reflejo. Pero él... siempre él, tan molesto, la obligaba para luego burlarse.

—¡Bien! Bien... tú ganas, parásito sin identidad. Y sólo porque necesito alimentarme, sólo por eso —respondió finalmente, luego de haber abandonado su ensoñación—. Mis preciosos, tendré que dejarlos por unas horas. ¡Leto! Vigila que ningún intruso profane mi santuario.

¿Hablaba con una rata? ¡Hablaba con una rata! A la mujer se le iban las cabras a la montaña, eso ya era un hecho que había quedado bastante claro, incluso desde iniciar esta historia. Pero seguir ahondando en la locura de Átropos es completamente superfluo, es mucho más interesante conocer cuáles serían sus movimientos esa noche, sabiendo que muy pocas veces salía de las catacumbas a cazar. Solía ser un poco inicua a la hora de alimentarse, cosa que había aprendido de su particular creador; también aprendió a borrar sus huellas, así se evitaba que la siguieran. Se trataba de pura estrategia, nada más. Podía estar demente, aun así, velaba por su existencia, que no solía ser la más atractiva. Mira, que estar con un montón de cadáveres y huesos en un lugar tan roñoso como las catacumbas, no era algo lindo. Sin embargo, ella era feliz así. Bueno... feliz en lo que se refería a su locura.

Lo cierto es que, teniendo en cuenta que las galerías subterráneas recorrían casi toda la ciudad, Átropos no se molestó en salir sino hasta determinado momento, y fue entonces cuando vislumbró una grandiosa oportunidad. Se hizo pasar por una mendiga al ver a un matrimonio circular en la solitaria calle; como bien supo, ellos iban a auxiliarla, pero, antes de decidir acabar con sus vidas, su tacto llegó a dar con las telas que ambos ostentaban. ¡Se sintió como un maldito dragón ambicioso! Así que terminó en la residencia de ellos. Eso no se lo esperaban, ¿verdad? Bueno, el caso es que lo hizo porque la avaricia pudo con ella. Los iba a saquear, a matar, a beber, y a hacer esas cosas de un vampiro totalmente fuera de sí.

Y lo hizo, sin remordimiento alguno. Acabó con todos los de esa casa, a los que enterraría en un terreno alejado de la propiedad, que no era nada modesta, aparte de estar muy retirada de la civilización. ¡Una ventaja que no iba a desaprovechar! Luego de haber obrado a su manera, y al notar todo el barro que colmó más su piel, regresó. ¡Claro! ¿Cómo iba a dejar las joyas y todas las cosas de valor en esa mansión? Por favor... era un gran desperdicio.


–¿Vas a robarles las joyas y no esas costosas prendas? De nuevo... patética. Mira como te ves ahora, ¡aún peor!


¡Espejo del demonio que se encargó de acompañar las palabras del homúnculo! Y esa mujer tenía vestidos tan bonitos, y era tan hermosa, esbelta... ¡Ella también quería! Átropos se comportó como una niña caprichosa, hasta se sacó toda la mugre de encima y vistió, después de tanto tiempo, con un traje acorde a la altura de una reina (sí, seguía con esa idea y seguiría siempre así). Tanto quedó extasiada con su propia imagen, que no dejó de mirarse en el espejo, hasta que una puerta abriéndose la sacó de su reciente felicidad.


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Mensaje por Invitado Dom Mayo 28, 2017 6:33 am

Pero mira cómo cava, Gaspard en la tumba; pero mira cómo cava, por ver al muerto ahí... Cava, y cava, y vuelve a cavar; el resurreccionista en la tumba, por ver al muerto ahí. ¡Sí! Apretó los puños y soltó una exclamación, satisfecha, cuando la pala golpeó la madera dura del ataúd, y no la capa de tierra sólida a la que había tenido que enfrentarse, en las capas superiores, con el pico. Eso significaba que el cadáver estaba cerca y que su trabajo se encontraba un poco más cerca de terminar; menos mal, porque empezaba a estar cansado, pero después de varias horas cavando, la verdad es que no le extrañaba.

Se tomó un momento, apoyado en el mango de la pala, para recuperar el aliento, pero Gaspard era puro nervio, y ni siquiera en sus pausas era capaz de estarse quieto más de medio minuto. Bien pronto lanzó la pala al montón de tierra que había generado, como una nueva montaña en el cementerio al que había acudido a robar (no se engañaba, era lo que hacía, ¡siguiente!), y se agachó para hacer palanca en la tapa del ataúd y abrirla para encontrarse de frente con el cadáver... ¡sin descomponer! Dios santo y bienaventurado, aquella debía de ser su noche de suerte, y sonrió ampliamente como consecuencia en cuanto la cara sin podredumbre le devolvió la mirada, sin hacerlo porque le habían cerrado los ojos.

Con delicadeza, Gaspard retiró la tapa con cuidado de no accionar la campanita maldita que tenían todos los ataúdes y que podría revelar su presencia como si la anunciara con explosiones de pólvora oriental. ¡No, no, el resurreccionista no quería eso! O sea, a ver, comprendía perfectamente que hubiera un mecanismo que el muerto no tan muerto pudiera accionar desde dentro del ataúd si lo habían llegado a enterrar vivo, una circunstancia con la que Gaspard también tenía mucho cuidado (cada vez menos, debía decir; las vidas ajenas le importaban lo justo, que era más bien poco), pero le perjudicaban y lo obligaban a tener cuidado. ¡A él, cuyos movimientos podían ser los de un elefante en una cacharrería si se dejaba llevar por sus tendencias naturales...!

Para que luego alguien criticara su oficio (sin demasiado beneficio, y no porque Gaspard no lo intentara, sino porque la vida se ponía en su contra a la hora de lidiar con la muerte) o dijera que era muy sencillo. ¡Nada era sencillo, y ser ladrón de tumbas sin que te pille la Inquisición mucho menos! Por si vigilar los cementerios para esquivar la seguridad no fuera suficiente, también estaba el hecho de llegar hasta el muerto, para lo cual había que cavar y ser tan fuerte como él y pocos más estaban. Por suerte (¡ja, como si no lo hubiera hecho con ese objetivo desde que empezó a robar cadáveres!), el aquitano cuidaba su forma física hasta la saciedad, y ese esfuerzo incluso le gustaba porque, al suponer agotamiento, lo mantenía centrado y le impedía elucubrar.

Empezaba a hacerlo cuando llegaba al cadáver, y no como mecanismo de defensa contra la peste a líquido de embalsamar porque a ese ya estaba acostumbrado (y a otros peores también), sino porque lo que restaba ya era fácil. A saber: agarrar el cadáver (al ser una mujer, era ligera; la rigidez post-mortem era problemática, pero no cuando ya se sabía cómo lidiar con ella), sacarlo del hoyo, tapar el ataúd de nuevo, salir del hueco y rellenarlo con la tierra que había, con tanto cuidado, retirado. Con todo, no le llevó más de media hora.

El principal inconveniente, una vez hubo terminado, era que sus clientes eran unos hipócritas de dimensiones considerables, que aunque no tenían ningún problema con contar con los servicios de un ladrón de tumbas, sí que tenían reparos a la hora de ver las pruebas de que el ladrón había hecho su trabajo. Sí, efectivamente: no les daba asco el cadáver pero sí que el hombre que había cavado el hoyo estuviera sudado y manchado de tierra y líquido de embalsamamiento, así que Gaspard hizo lo que tenía que hacer para cobrar y se bañó y vistió de hombre responsable.

¡Demonios, hasta parecía otro...! En parte porque tenía un aspecto de lo más respetable, vestido de negro y pardo y con una capa que le cubría la cabeza con una capucha calada hasta los ojos; también parecía otro porque el nervio se había convertido en (fingida) tranquilidad, la propia del conductor de un carromato tirado por un caballo viejo pero fuerte. Gaspard mentía bien, y actuaba aún mejor; para ello, se estaba clavando una cuchilla pequeña en el muslo, así se obligaba a mantenerse quieto, pero eso debía quedar como un pequeño secreto, igual que el recuerdo de las heridas de sus manos, atravesadas por cuchillos, y de las que no le habían quedado cicatrices.

¿Por qué demonios había pensado en ella! Pregunta retórica: sabía que era porque su mente elucubraba aun cuando se obligaba a centrarse en algo y también porque parte de la sangre que ella lo había obligado a consumir lo hacía volver a la desagradable vampiresa. Pero se lo preguntaba, y lo hacía porque lo aburría condenadamente ser tan repetitivo que rememoraba un encuentro en las Catacumbas, las cuales no había vuelto a pisar desde entonces. Y no, no por miedo, sino porque había preferido sus cadáveres de siempre: más difíciles de conseguir, pero en mejor estado y por los que recibiría un pago más satisfactorio.

Precisamente en esa dirección estaba yendo: ya avistaba la casa del médico que le pagaría por la muerta que le estaba llevando, y en cuanto llegó, dejó el carromato aparcado en la puerta, con el cadáver orientado hacia el interior de la casa, y bajó de un salto, protegido por el anonimato de esa casa apartada. Sus ojos verdes parecieron brillar un instante por la cautela; había tenido un mal presentimiento, así que cargó con todas sus armas, daga oculta en la muñeca siguiendo el método antiguo incluida, y entró en la casa antes de bajar el cadáver para su cliente. Bien que hizo, porque del hombre no quedaba más que el cuerpo, y quien tenía delante lo hizo poner los ojos en blanco, condenadamente hastiado pero sin decir una palabra. Átropos, señores, nada más y nada menos. Qué coñazo...
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Mensaje por Átropos Dom Mayo 28, 2017 11:57 pm


"La Emperatriz y el Rey,
cansados de una lucha sin cuartel,
al fin terminaron con el odio pertinaz,
que inspiraba la rivalidad."

—Gottfried August Bürger.




Ay, si Helga la viera luciendo ese vestido, tan distinta a la zarrapastrosa que se pasea cada noche entre los muertos, estaría orgullosa, le diría que es digna del trono de Francia, como le repetía cada noche. Un momento, ¿por qué estaba pensando en eso? Oh, su mente empezaba a divagar, como de costumbre. Átropos solía recordar, muy de vez en cuando, su pasado, en aquella lujosa residencia a las afueras de la ciudad, ¿qué sería de ese lugar? Quizás estaría en ruinas, abandonado, porque mira, desde que se marchó de ahí ya han transcurrido casi doscientos años, ¿o eran más? Ya ni le importa. Sin embargo, no puede negar el hecho de que, como a cualquier monarca ambicioso, también le atraigan las riquezas. El oro es como un imán para ella, a pesar de que no saca ningún provecho de éste, solamente lo contempla y lo oculta en su guarida, cuán dragón enloquecido por la edad. Por la ropa costosa siente el mismo fervor. Digamos que es uno de los tantos gustos culposos de Átropos. Cada vez que se conoce más, se termina concluyendo que su locura va más allá de cualquier otra.

Si no hubiera sido por su metiche hermano y ese espejo del averno, estuviera en ese preciso instante camino a las catacumbas. Sin embargo, su reflejo le gustó tanto, que quedó hipnotizada por lo que veía. ¡Cómo no! Si nunca se arreglaba siquiera, ya hasta se parecía a los cadáveres en descomposición que dejaban tirados en su susodicho reino. Así que era muy evidente que su lado más narcisista saliera a la luz en ese momento. Oh sí, otra faceta más de la señora Átropos se ha dejado entrever entre tanto caos mental, ¿cuál será la siguiente? ¡Y que no se confunda esto con alguna enfermedad de esas en donde las personas actúan diferentes sin estar conscientes de ello! Para  nada... Átropos si está bastante enterada de los cambios bruscos de su carácter, incluso los sabe utilizar muy bien, siempre a su interés y conveniencia. Sí, señor.

Y ya que estaba tan embelesada, pensó en que no se llevaría el vestido que llevaba puesto, ¡se los llevaría todos! Todos para su real majestad. Porque podía, porque nadie la detendría, porque todos y cada uno de los que habitaban esa casa, yacían bien muertos. Lástima que era demasiado arriesgado convertirlos en súbditos de su corte mortuoria.


–¿Lo ves? Nada como el buen gusto. No tendríamos tantas discusiones si optaras por comportarte mejor... Y no andar deseando a cualquier mortal perverso que se te acerque. Como ese de aquella noche, ¿cómo pudiste dejar que me tocara, insolente?


—¡Shhh! Más respeto, gusano. Y no, no sé de quién hablas —fingió amnesia. Negó absolutamente todo, porque no pretendía rememorar que aquel estúpido terminó llevándose a uno de sus amados muertos—. Deja de aferrarte al pasado, vive el presente, sanguijuela mental.


–¡No pretendas engañarme, Eloise!


—¿Eloise? Ah, deja de pensar en tus amantes imaginarias —contestó con tono burlón—. Ni ellas te quieren.

¡Que alguien le tome la temperatura para saber si está bien! Oh, es verdad, es vampira, no sufre de los males típicos de la gente corriente. ¡Oye! Es que es fácil alarmarse viéndola tan... contenta, siendo ella quien fastidiara a su mellizo, en vez de ocurrir lo contrario. Tal parece que el baño y el cambio de vestuario le hicieron bien, porque le limpiaron hasta el mal genio. Es más, ni siquiera mostró interés cuando el intruso arribó a la residencia, mientras ella se entretenía viendo todos los trajes que pertenecían a la difunta esposa del doctor Berengar. Pero, al notar que él no se marcharía y continuaba ahí, se giró... y su expresión cambió repentinamente.

¡Entre todos los seres habidos en esa ciudad! ¡Entre todos los fisgones tenía que aparecer de Grailly! ¿Por qué se empeñaban en arruinarle la noche? De seguro quería robar su oro, no hallaba otra explicación en su cabecita inundada de locura.

—¿Tú qué haces aquí? —Su voz sonó áspera, tanto como se veía su rostro. Sin embargo, al recordar que ella le había ganado la primera vez que se encontraron, sonrió. Ya que estaba muy bromista, ¿por qué no divertirse? Pero siempre defendiendo el oro, por supuesto—. ¡Mi querido humano! Me alegra tanto verte. ¿Aún recuerdas mis colmillos hundiéndose en tu piel? Ah, y mi sangre recorriendo tus pensamientos...

Átropos, deja de tentar al demonio, haz algo cuerdo por una vez... Cosa que no ocurriría de ese modo. Dios los crea y ellos se empeñan en juntarse, ¿así versa el refrán, no?


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Mensaje por Invitado Lun Mayo 29, 2017 4:17 am

La situación había cambiado. Lo sentía en la tierra, lo sentía en el agua, lo olía en el aire... y lo veía con sus dos propios y malditos ojos, verdes con tanta rabia como la que él sentiría si no se encontrara tan, pero tan sumamente, aburrido. Pues sí, Átropos lo estaba aburriendo, él solamente quería cobrar por su trabajo en casa de un cliente y el cliente ya no existía; por un momento, se preguntó si alguien le daría dinero por su cuerpo, pero los que se los compraban preferían a los muertos anónimos o, de lo contrario, lo acusarían de asesinato. Y eso sí que le daba pereza...

Vamos a ver, no se trataba de aguantar acusaciones falsas, ¡a eso estaba acostumbrado! Era ligeramente más complejo que ser llamado necrofílico: se trataba de un extremo al que todavía no se había planteado llegar, aunque sabía que probablemente terminaría haciéndolo en un futuro y si la Inquisición se ponía muy seria con la seguridad de los cementerios, y mientras no llegara, no quería oír ni una palabra de que era un asesino. Bueno, en general no quería oír ni una palabra de nadie, y como la última vez (que se iba asemejando cada vez más a un “como siempre”, para su desgracia), Átropos no callaba, así que hizo lo primero que se le pasó por la cabeza en esas circunstancias: ignorarla.

¡Ay, maldito fuera de Grailly, que siempre tenía un particular talento para molestar a todos los seres con los que se relacionaba! La verdad era que no ponía el menor interés en caer bien, y mucho menos con una vampiresa que, para su desgracia, seguía teniendo algún resto en su cabeza por la sangre que lo había obligado a ingerir. ¿Eso la convertía en un homúnculo como esa masa deforme que Átropos tenía bien escondidita (normal, ¿quién iba con eso por la calle sin avergonzarse...? Gaspard podría, pero porque le daba igual casi todo; ese no era el caso, ¡maldita mente suya que desvariaba!)? La sola idea también le dio pereza.

En cualquier caso, la ignoró por completo y se dirigió, con cuidado de no pisar los cadáveres que ella había dejado (que en paz descansara uno de los clientes menos generosos que había tenido nunca; eso le pasaba por avaro, y si no los pisó fue por costumbre, no por respeto. Gaspard valoraba más a los muertos que a los vivos, por si no quedaba aún claro), al despacho del doctor. Allí, cogió el saquito de monedas que siempre tenía preparado para él y se lo colgó del cinto, ante la mirada de la vampiresa que le había permitido llegar tan lejos por la curiosidad de qué haría, no por otra cosa.

Bien, llegado a aquel punto, Gaspard se giró para encararla y se cruzó de brazos. No era un hombre estúpido, al contrario, y sabía que ella sólo le permitiría ir a su aire por un brevísimo margen de tiempo, para su enorme desgracia, así que decidió que si le iba a tocar encararla en algún momento, al menos lo haría cuando él quisiera. ¡La belleza de su imprevisibilidad ahí, en directo ante alguien que jamás lo apreciaría! Hablando de belleza, la vampiresa podría considerarse hermosa en esa particular circunstancia, pero claro, Gaspard estaba tan harto de ella como consecuencia de su último encuentro y de su rastro en su propia cabeza que ni reparó en ello. Por muchos mordiscos que hubiera, se temía, esta vez no se endurecería.

– Trabajar. ¿Qué te parece que hago aquí? Me has matado a un cliente, pues al menos cobro por lo que le iba a traer. Puede ser un nuevo siervo tuyo en tu reino de Catacumbas, échale un vistazo si te apetece, lo tienes en el carromato de fuera esperándote. – replicó. ¿Se burlaba o lo decía de verdad? Su tono era una mezcla de burlón y sincero, y su expresión era la sonrisa casi desquiciada de siempre, así que era difícil saberlo, y mucho más aún confirmarlo. El hecho de que se hubiera dignado a hablar ya decía millones de su falta de ganas de que le tocaran las narices, así que ahí estaba eso.

Cuando ella, en vez de moverse, se quedó quieta, Gaspard optó por apoyarse en la mesa del doctor, aún con los brazos contra el pecho, y alzar una ceja. Su pie tamborileaba contra el suelo, impaciente como él, y así era como su hiperactividad motora encontraba una vía de escape, pues por lo demás permanecía quieto en apariencia. Lógicamente, claro, porque sus pensamientos eran invisibles, y además estaban girando tan rápido (como siempre) que aun en el caso de poder proyectarlos, serían un torbellino demasiado veloz para que nadie, ni siquiera un vampiro, los pudiera detectar y separar. Ay, con lo que tenía que vivir...

–Para mi enorme desgracia, sí. Te recuerdo. – respondió, y esta vez fue escueto, porque no planeaba hablar más. Átropos contribuía a su sempiterno dolor de cabeza por las peroratas interminables que disfrutaba de lanzar, ya fuera con su “hermano” (que sólo existía en su cabeza), con él o con un árbol, si se ponía en su camino; con lo demente que estaba, a lo mejor hasta lo confundía con un muerto, quién sabía. Las ratas de catacumbas así eran, y Gaspard, por mucho que viviera con y de los muertos, era carne de aire libre y de vegetación, así que, al menos en eso, tenía una ventaja bien real y palpable. Si por ventaja se entendía, claro, no confundir un árbol con un siervo...
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Mensaje por Átropos Mar Mayo 30, 2017 1:37 am


"Ví pálidos reyes, y también princesas,
y blancos guerreros, blancos como la muerte;
y todos ellos exclamaban:
¡La belle dame sans merci te ha hecho su esclavo!"

—John Keats.




¿Qué haría con él? La única idea le causaba resquemor, ¡cómo podía ser! París era una ciudad muy grande, amplia, con demasiadas propiedades por aquí y por allá; también con muchas personas dispuestas a comprar cadáveres. Pero no, ¡no! Justo tenía que meterse en la residencia esa, en donde apareció de la nada aquel hombre. La había pasado medianamente bien la noche en que se lo topó por primera vez, robándole uno de sus preciosos, pero, el simple hecho de que intentó dominarla y obligarla a callar, no fue lo más sensato de su parte. Podía decirse que ambos tenían un carácter del demonio; eran dominantes, raros y dedicados a oficios nada sacros. Cada quien construía su locura de la manera que le apetecía, aunque Átropos terminaba ganando el primer lugar, porque ¡vamos! Ella si tenía todas las tuercas flojas y unas desaparecidas. De Grailly sólo actuaba como un hombre demasiado inquieto, obsesionado con cuestiones algo... curiosas.

Aunque ese detalle no lo limpiaba del todo, porque, para meterse con una vampira loca en las catacumbas, mientras se infligían dolor mutuamente, no era tampoco tan sano. Así que no se podía considerar que estuviera del todo cuerdo. Sin embargo, esa vez se mostró impoluto e impasible ante ella, quien parecía estar de un genio agradable (en lo que cabía, porque seguía estando loca. Alegre o enojada, seguía siendo una demente). Aun así, y dadas sus revelaciones, (porque sí, sorprendentemente de Grailly le había respondido), Átropos descubrió que la rabia en él aumentó, a pesar de mostrarse quieto. Bueno, menos su pie. Ese toc toc contra el suelo de madera pulida si la estaba importunando un poco. En las catacumbas no solía haber tanto ruido como en la superficie, era natural que, eso que el hombre hacía con su pie, si la molestara. Pero, ¡adivinen! Lo ignoró, pasó de ese detalle tan rápido como cambiaba su carácter.

Lo único que le indignaba, y vete tú a saber el porqué, era que él se comportara tan hostil e indiferente con ella. ¡Y hasta le había ofrecido a otro muerto! No, no se lo iba a aceptar, porque la trataba mal (sí, ya empezaba a hacerse la susceptible), y eso le hacía sentir... ¿sentir qué? Ni ella misma pudo responder a eso. Otra cosa más que pasó por alto. Así que siguió en lo suyo, ni siquiera le importó que Gaspard fuera por unas cuantas monedas, en lo absoluto, ella ya tenía muchas, y todas para sus siervos.


–¿Vas a dejar que te trate así? Te dijo que eres una desgracia. No deberías permitirlo... Pero acepta a ese horrible cadáver, no hay que desperdiciar nada.


Silencio mental. Pero por poco tiempo, luego alzó la cabeza de repente, como si las palabras de su hermano hubieran causado algún efecto curioso en ella. Se quedó observando al sujeto de arriba abajo, ¡parecía gente! Aunque luego evadió ese detalle. Lo que le interesó fue, no averiguar lo que pasaba, porque ya lo sabía, sino hasta dónde era capaz de llevarlo, valiéndose de su genio de ese momento. De Grailly sentía una aberrante atracción hacia los vampiros, atracción que Átropos se estaba encargando de arruinar. ¡Como disfrutaba del malestar ajeno! La única idea de fastidiarlo hizo que se mordiera el labio, terminando por acortar toda distancia entre ambos.

Le dedicó una sonrisa burlona, como la de un niño a punto de hacer una travesura. Sí, señor, ahí estaba su manía por quererlo picar de nuevo. ¡Y quién lo mandó a meterse con ella desde un principio! Ay, los humanos raros y sus cosas.

—¿Todavía sigues enojado conmigo? —inquirió, curvando ligeramente los labios, mientras acariciaba su mejilla—. ¿Acaso no aprecias lo que te di? ¡Qué malagradecido eres, Gaspard! Yo que te di tanto y mira como me pagas. ¡Todos son iguales! —Tan loca como estaba, terminó dándole una bofetada y luego salió corriendo a través del pasillo, cuál animal demente—. ¡Te odio! ¡Se acabó!

Iba por las joyas nada más, las mismas que utilizaría para adornar a sus ratas (¡Ratas! Tenía ratas de mascota, eso era el colmo). Terminó ascendiendo al siguiente nivel de la ostentosa residencia, paseándose por todas las habitaciones, con esa agilidad tan típica de los vampiros. Es más, tan hilarante eran sus acciones, que fue a cambiarse de ropa otra vez y a verse en el espejo de nuevo. Lo que haría el mezquino ladrón dejaba de ser un problema; si estaba enojado, era su asunto, no el de ella, quien se encontraba muy abocada a lo suyo (y estamos hablando de su locura, obviamente).


–¿Qué has hecho? No, no, ¿qué haces? Estás loca, Eloise. Te va a venir matando por tratarlo así. No seas demente, por favor.


«Shhh... ¡Shhh! Cállate. No me interesa, ¿entiendes? No, no, no, no y ¡no!». Se postró en el suelo, mientras se miraba en el espejo, por enésima vez. Ya parecía más a Narciso que a una de las Parcas. En verdad, que dolor de cabeza resultaba ser algunas veces.


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Mensaje por Invitado Mar Mayo 30, 2017 4:11 am

En un lugar pequeño de Francia, de cuyo nombre no merece la pena ni acordarse, no ha mucho tiempo (literalmente) había terminado por coincidir un resurreccionista, éste con un orgullo tal que su nombre era fácil de recordarlo, con una vampiresa tan loca que él ya, ¡demonios!, no sabía ni qué hacer con ella. Todavía seguía ofendido por el encuentro anterior, ya que su orgullo se había visto muy dañado por culpa de la “mujer” que tenía enfrente; ahora lo parecía, eso era indudable, y Gaspard ciego precisamente no estaba, pero no se olvidaba de que no lo era, y no necesariamente por la sangre de ella que seguía teniendo dentro.

Al recordarlo, sintió, literalmente, arcadas. Por mucho que su atracción por los vampiros funcionara sin ningún problema en una dirección (a saber: que lo mordieran), él era uno de los pocos humanos que conocía que sentía asco por la sangre de esos seres, y de hecho le bajaba toda la libido pensar siquiera en esa posibilidad. Lo cual, por cierto, fue de agradecer porque tenía la cabeza fría aun cuando la vampiresa que lo había obligado a beber se encontraba delante, haciendo a saber qué cosas con sus pensamientos (¡y lo decía él, precisamente, a quien se le iba la cabeza como estilo de vida a pastar a verdes prados...! Sólo le faltaba que el Señor fuera su pastor para que nada le faltara, pero por ahí no pasaba).

Pero lo peor no era lo que Átropos hiciera con sus pensamientos, sino lo que hacía con sus gestos: no contenta con comportarse como si fuera una reina (y a Gaspard le importaba bien poco la monarquía, pero estaba como al noventa y nueve coma nueve por ciento de que ella no era la reina de Francia; ese cero coma cero uno lo dejaba por los delirios de grandeza de la de las Catacumbas), lo abofeteó. ¡Como si fuera su madre! Demonios, qué asco; contuvo las arcadas como buenamente pudo (no muy bien), ya que parecía que ella estaba voluntariamente acumulando motivos para que la odiara. ¡Y no quería!

Por un lado, sentía que era justo, por todas las afrentas hacia su persona, ir en su contra; por otro, sería hacer lo que ella quería (en ese momento, a saber en cinco minutos, o incluso en menos; de Grailly estaba convencido de que le bastaba menos de un segundo para cambiar de idea), y por ahí no claudicaría. No, ante todo Gaspard era puro caos, un torbellino de ideas y movimiento que sólo volvió a ponerse en funcionamiento cuando ella se marchó, y además lo hizo de la mejor manera posible: golpeando la pared con el puño desnudo. ¡Ah, qué placer...!

No, no se había vuelto masoquista de repente ni había decidido cambiar los mordiscos por los golpes para ponerse a tono (que, por otro lado, ojalá. Desde luego, le haría la vida mucho más fácil). Lo que pasa es que el dolor lo ayudó a centrarse, como siempre desde que tenía memoria, y además siempre había odiado esa estancia en concreto donde el señor doctor lo había timado más de una vez, pero ¿qué podía hacer? Como humano, Gaspard tenía la desagradable costumbre de comer, ¡aún no sabía con qué derecho pero así era!, y cuando el hambre apretaba y los clientes no abundaban, había tenido que tragar muchas cosas... ¡No, no eróticamente, malpensados!

En el fondo, quizá hasta debería agradecerle a Átropos que lo hubiera matado: desde luego, le había librado de un bastardo de dimensiones considerables. Sin embargo, no le apetecía seguirla, así que dedicó los siguientes minutos a destrozar el despacho sin ton ni son, valiéndose del cuerpo fuerte y moldeado que se obligaba a tener, y deshaciéndose para ello de la capa que lo cubría. Total, ya había ido allí, Átropos ya sabía quién era y a qué se dedicaba, y además tenía calor; ante todo, práctico, y si a base de destruir se sofocaba, se desnudaría, que no era como si de Grailly sintiera el menor completo con respecto a sí mismo.

– Todos, todos, absolutamente todos iguales. Pero los vivos, ¿no? Los muertos son diferentes, llenitos de personalidad, ¡vamos! La derrochan, incluso. ¿O son los jugos de los órganos descomponiéndose lo que se les resbala? – se burló, en tono bajo, pero sabía que ella lo oiría. Podía estar enfadado con Átropos, pero seguía provocándola para que fuera hacia él y ¿con qué objetivo? ¿Golpearla de nuevo? Morderlo, desde luego, no: ya se le habían quitado las marcas y no quería nuevas de ella, gracias.

Para él, ese fruto que suponía Átropos en un primer encuentro, cuando más desagradable la había visto, se había podrido ya, precisamente cuando se encontraba más bella para cualquier otro ser. Dada la ocupación a la que Gaspard de Grailly se dedicaba, por otro lado, era algo con lo que sabía que tenía que lidiar, pero precisamente por eso, no reaccionaría a ello nunca, jamás, con deseo precisamente. Y suponía que eso no lo haría ni él ni nadie (salvo los que sí practicaban la necrofilia, y de esos había conocido a alguno. Repulsivo, las arcadas volvieron a él), pero saberlo implicaría conocer a seres diferentes a él y ser algo social, cosa que Gaspard... no.

– No me diste nada, ni una soberana basura, Átropos, salvo un rato desagradable y unas pocas monedas a través de ese cadáver. Hasta el bastardo del doctor me pagaba más, y eso que el palo que tenía metido por el culo le impedía pagar como me merecía. Ódiame si quieres, que yo lo haré; aun así, gracias por matarlo. Un dolor de cabeza menos, lástima que tú ocupes su lugar ahora. – continuó hablando desde esa habitación, con un murmullo que parecían gruñidos, y sus ojos verdes clavados en el cristal de la vitrina que tenía enfrente, el cual destrozó de un puñetazo. Aún más sangre manchando sus nudillos; aún más motivos, y él lo sabía, para atraerla. Todo formaba parte del plan, como siempre, hasta si él no sabía en qué consistía dicho plan exactamente.
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Mensaje por Átropos Miér Mayo 31, 2017 1:48 am


"Conociste hoy y has de conocer mañana
esta marca de mi vergüenza, este sello de mi tristeza."

—Samuel Taylor Coleridge.




Quizás, aquel encuentro se haya destinado a la particularidad de unir a esos... ¡a nada! Particularidad cero. Fue una coincidencia curiosa, eso sí. Pero lo único que existía entre ambos era, ¿qué era? Ya a tal punto de la situación era difícil entenderlo, en especial por las cabezas tan hilarantes de ambos. Vale, la de Átropos era peor, aun así, Gaspard de Grailly no se quedaba atrás, y a pesar de que había mostrado en un principio una indignación abisal hacia la vampira, más adelante podría salir con otra cosa; siendo tan impredecible como era, se puede esperar de todo. Y pues con Átropos... Bueno, ella era un caso bastante perdido. Perdido incluso desde su nacimiento. Resultaba tan condenadamente imprecisa, haciendo una cosa y la otra; actuando de maneras tan diferentes, que sería un perfecto dolor de cabeza. Y que lo afirmara de Grailly, quien tenía que lidiar con esa particular manía en ese momento. ¡Bien! Lidiaba con ella porque le daba la gana, porque de seguro el morbo, o quién sabe qué cosa, lo orillaba a eso, aunque... con ese hombre tampoco se podía tener una teoría concreta. ¡Par de insolentes y locos! Porque sí, los dos lo estaban. Que uno lo estuviera más que el otro, eso ya es entrar en detalles innecesarios.

Átropos, no conforme con fastidiarlo con su presencia (y también con su demencia, cabe aclarar), le dio por propinarle una buena bofetada. Así, sin anestesia. Luego huyó, como una criatura salvaje del bosque; hizo de las suyas, y terminó aplacándose por su bendito narcisismo. Tal vez eso era porque pasaba muchísimo tiempo encerrada en las malolientes catacumbas; tal vez era... ¿por qué era? Ah, cierto, porque ya su mente la tenía muy, pero muy dañada, y probablemente, de un segundo a otro, asumiría otra conducta diferente, algo de lo que, ¡milagrosamente! Tenía conciencia. Es más, lo usaba para continuar molestando más a de Grailly. Ya podía decirse que aquello se había convertido en un deporte... No, un momento. En un fetiche. Así queda mejor definido.


–Eloise... ¡Eloise! Con mil demonios, te estoy hablando. ¿Qué no escuchas?


—¿El qué...? —preguntó, bastante ida en sus voraces pensamientos psicopáticos. Continuaba sentada frente al espejo, mirándose fijamente sin mirarse. A saber hacia dónde estaba divagando su conciencia—. ¿Qué no lo ves? ¡Brilla como el oro! ¡Mi oro! Solamente mío, solamente de su majestad.

Contempló el collar que tenía (¿en qué momento se lo había colocado?), ese brillo opaco, áspero al tacto, ¡era tan magnífico! Y no de ser por todo el ruido que hacía de Grailly con su cuerpo y voz, se habría quedado un rato más admirándose y admirando su nuevo collar (el que terminó ocultando en algún lugar). Así que se puso de pie, con mucha pereza, demasiada siendo ella; luego fue avanzando por el corredor, por las escaleras y así... ¡El maldito se había hecho sangrar a propósito! Que suerte que esa noche ya contaba con suficiente sangre en su organismo. Bueno, al menos tuvo la dignidad de reaccionar y actuar como el animal que solía ser.

Y lo vio un rato, destruyendo todo, mientras ella se apoyaba con un brazo en el marco de la puerta. Enarcó la ceja ante tanto desorden y, como si realmente fuera algo necesario, bostezó. ¡Un vampiro bostezando! Inaudito. No, en realidad era necedad por parte de doña Átropos. Aunque, tenía que admitirlo, se veía increíblemente sensual así de molesto, pero no, ella aún conservaba su orgullo... o eso creía. O eso le susurraba su hermano. Ya ni sabía, sólo quiso hincarle el colmillo en todas partes, ¡en todas! Aun así, se contuvo.

—Lo del cadáver no lo metas, tú mismo lo escogiste, ¿no? —Chasqueó la lengua, moviendo ligeramente la cabeza—. Esa fue tu culpa, de Grailly, no mía. ¡Ah! Y lo otro también, y nada de chistarme. Si no se te hubiera ocurrido traspasarme las mejillas con un cuchillo, habrías tenido un magnífico final o finales. Pero no, ¡tú no! Prefieres meter la pata y luego culparme a mí —claro, le hablaba como si llevara siglos conociéndolo—. También puedo causarte otros dolores... ¡Cierto! No los deseas, porque bla bla, tengo orgullo, bla bla, me da asco, bla bla, sigue en mi cabeza y más bla bla bla.

Sabía que Gaspard la había atraído hasta esa habitación, y ella no accedió porque le estaba dando la victoria, en realidad lo hizo porque le dio la gana. Sin embargo, ante la carnada que era su sangre (esa deliciosa sangre que tanto deseaba), no se inmutó ni un poquito. A ver qué demonios le estaba pasando por la cabeza, porque sólo percibía un ruido que la turbaba lo suficiente como para no usar la telepatía con él.

—¿Vas a seguir molesto? Dime, porque si es así, mejor me voy a hacer otra cosa más importante. Sí, sí, tu furia es muy atractiva, pero ya... hasta ahí. Aquella noche me tomaste desprevenida, hambrienta... ¡terrible! Aunque igual te atreviste a lo que te atreviste. —Exhaló con indiferencia—. Quizás me consiga a un humano que si valga la pena. No es mala idea... ¿Verdad qué no? ¡Dame una opinión en vez de mirarme así, estúpido!

Y ahí vamos de nuevo...


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Mensaje por Invitado Miér Mayo 31, 2017 6:43 am

Berrea, oh musa, la rabia del imprevisible Gaspard, que se encontraba tan fuera de sí que era un auténtico milagro que quedara algo dentro de él y de esa cabecita suya, a veces más hueca que llena de masa gris, aunque al final siempre terminaba sorprendiendo en ese sentido. En ese y en todos, a los hechos se remitía, porque si él mismo a veces se pillaba por sorpresa con las cosas que hacía, ¿cómo si no iban a reaccionar los demás? Por supuesto, era una pregunta retórica; a Gaspard no le interesaba lo más mínimo lo que pensaran y sintieran los demás seres con los que se relacionada, pero para reforzar el argumento era una cuestión tan buena como cualquier otra.

Hablando de sorprender, de Grailly se detuvo en seco, mirándola mientras ella se regodeaba en... ¿qué? ¿Las consecuencias de ser un vampiro frente a un humano, por fuerte y cazador que fuera éste último? ¡Yujú, enhorabuena! ¿Quieres un premio, una palmadita en la espalda o mejor en el trasero porque ese tipo de dolor te pone a tono...? Con la ceja alzada, el aquitano se paró en seco, y mira que era difícil conseguir que fuera capaz de hacerlo, y simplemente la observó, preguntándose cómo demonios era posible que ella fuera real. Y su pregunta no tuvo nada de romántico, ¡puaj!, sino que era absolutamente seria: ¿cómo demonios era posible que un ser como ese no hubiera perecido a aquellas alturas?

Aunque jamás lo teorizaría tan bien como, en unos años, el señor Darwin, Gaspard estaba convencido de que solamente los fuertes sobrevivían, y ella era muchas cosas, pero ¿fuerte? Bueno, dependía de qué se consideraba como tal, ¿no? Es decir, era una vampiresa, eso le daba fortaleza y resistencia, como había podido comprobar en su encuentro anterior; sin embargo, estaba total y absolutamente loca, y era aún más imprevisible que él (Gaspard sabía comportarse... otra cosa era que no lo hiciera, pero sabía cómo ser un caballero. ¿Ella? Ni en su delirio de grandeza, literal, era capaz de dejar de parecer demente), así que, en eso, era débil. Así pues, ¿cómo?

Suerte, se dijo, y estuvo seguro de que había tenido la suerte suficiente para ir rascándole a la eternidad cada día que le había conseguido, no por talento sino por la acción de la fortuna. Al lado de Gaspard, que era un tipo con la suerte flexible de cualquiera (a veces, buena; otras veces, mala. La verdad era que no se comía mucho la cabeza pensando en ello, tal y como le venían las cosas las recibía y afrontaba, era un chaval muy práctico. ¡Ja, chaval!), ella parecía de esos seres que nacían con estrella, y no estrellados. Aunque viviera en las Catacumbas, lo cual tampoco era tan malo, sobre todo para un resurreccionista, desde luego tenía una ventaja clara.

Así fue como, pensativo, reaccionó a las críticas de alguien que creía conocerlo cuando, ¡sorpresa!, no se conocía bien ni él mismo. Es decir, sí, se conocía todo lo bien que puede llegar a conocerse una persona, pero teniendo en cuenta que era de un imprevisible que bien podía ser la idea platónica de ese concepto por la pureza en que lo acusaba, ¿hasta qué punto se podía considerar bueno su conocimiento de cómo era Gaspard de Grailly...? ¡Oh, no, ya le había dado por filosofar! Maldito fuera (no, en realidad no, lo apreciaba) el padre Clément por haberle enseñado las bases de la filosofía y la teología que conformaban el pensamiento europeo; maldito por intuir que, con sus pensamientos volátiles, disfrutaría haciéndolo...

– No los deseo porque no me ponen a tono. Tú tampoco lo harías si no tuvieras esos dientes; tengo muy claro lo que me gusta, y no creo que tú puedas decir lo mismo. – opinó, y no lo dijo en absoluto como burla, sino porque era la realidad: Gaspard no creía, en absoluto, que ella supiera lo que quería con la claridad meridiana con la que él había descubierto, en su tierna adolescencia (hacía casi veinte años... desde luego, el tiempo volaba), que los vampiros lo hacían desear más que ser mordido. Los tatuajes de sus antebrazos, esas líneas tan significativas que se había hecho a base de aguja y tinta, así se lo recordaban, por si, de todas maneras, fuera capaz de olvidársele.

– No te callabas, Átropos, ¿sabes el dolor de cabeza que me dabas? Me lo das también ahora. – se sinceró, porque no tenía nada que perder, y sacudió la cabeza como para quitarse esa migraña que las voces de los demás le producían, inevitablemente. Consecuencias de ser un declarado antisocial: tratar demasiado con otros seres, humanos o no (y por mucho que lo excitaran los vampiros, para su desgracia, debía meterlos en ese grupo concreto), lo agotaba y lo drenaba hasta el punto de que, a veces, se podía volver violento. Y, por supuesto, como eso sería lo previsible, Gaspard hizo exactamente lo contrario: mostrarse manso.

– Sigo molesto, pero porque hablas, es inevitable. Y vas a seguir sin caerme bien, nadie lo hace. – opinó, ¿acaso no quería ella eso!, aunque su respuesta no fuera la que ella deseaba, lo cual satisfacía a su yo más anárquico (su yo, por otro lado, más Gaspard). – Pero el buen doctor me daba auténtico asco. Me pedía los cuerpos a precios de risa que a veces no me quedaba más remedio que aceptar, y estoy bastante seguro de que no los quería para estudiarlos precisamente, si sabes a lo que me refiero. – comentó, con una mueca de auténtico asco que lo hizo hasta cerrar los ojos. – Así que... ¿gracias? Por cargártelo. Ahora tengo dos cuerpos más que poder vender. – soltó, y sonrió. Burlón, como siempre, pero ¡fue una sonrisa! Menos daba una piedra...
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Mensaje por Átropos Jue Jun 01, 2017 1:17 am


"No me encontrarían distinto del que supieron contemplar,
Sólo más seguro de que aquello que pensaba era verdad."

—Robert Frost.




Átropos tenía la peculiaridad (aberrante, enferma, extraña... como quieran llamarlo) de cambiar su conducta, y ¡eh! que era bastante consciente de lo que hacía. No tenía problema alguno con admitirlo, aunque fuera consigo misma, o incluso, con su detestable hermano parásito. Para nada. Estaba loca, sí, sin embargo, no pertenecía al amplio grupo de aquellos que cambiaban drásticamente de personalidad como si fueran víctimas de alguna posesión, y bueno, terminaban creyéndose que eran otro individuo diferente, y pare usted de contar. No, Átropos no era así; su locura era más bien de ese porcentaje de los que creaban sus propios dogmas y tenían un orgullo demasiado elevado; una clase de narcisismo completamente retorcido. Y que sirva de ejemplo que se había construido un reino en el peor lugar posible; en un cementerio tan grande, que abarcaba una ciudad completa. Tal vez todo aquel desastre mental vendría por estar, precisamente, atada a la entidad morbosa del que pudo haber sido su hermano mellizo, pero... ¿para qué engañarse? El que nace con la semilla de la maldad y la locura, va a hacer que germine con o sin alguien que se convierta en su peor influencia, un catalizador para que lo peor salga a la luz.

Hablando de eso, ¿no había sido ella capaz de hacer que de Grailly sacara su rabia por completo? A pesar de mantenerse impasible, bien sabía que el muy desgraciado estaba iracundo por dentro, más no daría su brazo a torcer, e incluso optó por comportarse de manera contraria sólo para conservar su orgullo. Oh, el apetitoso e imprevisible humano había salido tan condenadamente orgulloso como ella. Átropos había transitado de la apatía al notorio interés, y más adelante, quizás eso se convertiría en una genuina obsesión. Con ambos nunca se sabía, pero por el rumbo que estaba tomando la situación... Además, había hablado lo suficiente, ¡hasta dejó aflorar su honestidad! Como un capullo en primavera. ¿Qué podía hacer? Ay, su maldita arrogancia no la dejaba avanzar, pero quería, ¿quería qué? Lo deseaba, sí, eso. Tenía que reconocerlo. Sin embargo, no tenía planeado avanzar. No todavía.

Se dedicó a mirarlo con cara de aburrimiento, como queriendo decirle ya cállate de una buena vez, pero no, tampoco se lo dijo. Aunque por dentro estuviera ansiosa por abalanzársele encima, no lo hizo, debía mantener su autocontrol. Podía estar bien demente, aun así, cuando pretendía jugar a su manera (y sí que tenía muchas maneras de jugar, por todas las criaturas del abismo...), lo hacía bastante bien. Le divertía de sobremanera escucharlo hablar; expresarse del modo en que lo hacía. ¿De verdad quería causar algún disgusto en ella? Estaba fracasando rotundamente, porque, si bien en las Catacumbas si se había enojado muchísimo, esta vez distaba de eso. Lo único que le resultaba un verdadero fastidio era esa mente tan condenadamente volátil que tenía. ¡Maldito Gaspard de Grailly y sus pensamientos vacilantes! Le había contagiado el dolor de cabeza.


–Por favor, Eloise. Ya déjalo, no vale la pena...Tú eres la reina, ¿lo recuerdas? No le prestes atención, lárgate de una buena vez.


—Tú también —respondió luego de un largo rato; larguísimo a decir verdad. Incluso pasó de las palabras de su siamés—. Tú también hablas demasiado y a la vez nada. Además, si tanto dolor de cabeza te causo, ¿por qué no tomaste lo que es tuyo y te largaste? Y créeme, no soy la única que causa dolores de cabeza aquí, Monsieur de Grailly —suspiró, aunque era totalmente innecesario. Sólo quería enfatizar más sus palabras—. Oh, ¡qué triste! No te caigo bien, ¡qué pena!

Y claro que lo dijo con sarcasmo, ¿qué creen? Aunque había que admitir que Átropos se notaba muy diferente desde aquella noche, y no sólo por su aspecto físico, hay que aclarar. Bueno, lo habladora no cambiaba, ni cambiaría; igual seguía siendo orgullosamente loca. Pero sí, terminó apartándose finalmente de la puerta y se acercó a él. Lo hizo de una manera... un momento, ¿sugerente? ¿Qué demonios pasaba por su cabeza, aparte de su hermano gritándole que se contuviera? Ni ella lo sabía. Sólo se detuvo cuando tenía al tipo atrapado entre su cuerpo y el escritorio; extendió un brazo, colocándolo sobre su hombro. Deslizó suavemente la mano por la espalda ajena hasta llegar a su nunca y tirar ligeramente del cabello para, ahora sí, acortar toda distancia entre ambos.

—Que odiosamente orgulloso eres, Gaspard. ¿Estás seguro que son sólo un par de colmillos bien afilados? —le habló, muy cerca, intencionalmente cerca de sus labios, rozándolos con esos colmillos perfectamente tallados para causar dolor—. Estás hecho un mar tormentoso por dentro y no era sólo por el señor doctor Berengar, que tan amable se portó con esta pobre escuálida de las calles —chasqueó la lengua—; de nada, supongo. Todo sea por haberte arrancado las palabras... Si tan sólo pusieras en orden esa cabecita, yo no tendría que abrir la boca, sino únicamente para usar mis dientes.

¡Ese condenado tono de voz! Por favor... parecía una mujer cuerda (aunque continuaba sin serlo). Y no conforme con mantenerlo en aquella posición, lo mordió, justo en el mentón, así, sin más. Sin pensarlo mucho. Ya no era sólo su sangre, ¿también su piel? Parecía que disfrutaba morderlo y causarle dolor... Oh, ¡delicioso dolor!

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Mensaje por Invitado Jue Jun 01, 2017 6:42 am

¿Era el mejor de los momentos, era el peor de los momentos o ninguna de las anteriores? La respuesta era la tercera, siempre; Gaspard no era un hombre de demasiados extremos, debía reconocerlo, pero a veces los cometía, y parecía que, cuando se trataba de la vampiresa que tenía delante, esos extremos eran su modo de vida. ¡Como si los pensamientos caóticos no lo fueran ya lo suficiente para que, encima, ella intentara confundirlo más! No, a sí mismo no iba a renunciar; ese era uno de los principales motivos por los que no se dejaba dominar, y mucho menos por Átropos.

¡Pero lo fingía, y muy bien! Para ser tan anárquico, en el sentido más literal de la palabra por cierto, Gaspard sabía obedecer que no veas, con un talento que solamente alguien con hermanos mayores y menores era capaz de aprender, con una sumisión que le daba asco, pero que había aprendido bien. Así pues, la escuchó y la miró, dejó que jugara con él y que intentara seducirlo (sin éxito. Por bella que estuviera, y eso era un hecho que ni él iba a discutir, lo excitaba, con lo cual lo de los colmillos era cierto, para desgracia de Átropos), sin moverse. ¡Ni siquiera su maldito pie lo hacía!

¿Cómo lo conseguía, a qué milagro de la ciencia había recurrido! A ninguno aparte de su solución de siempre: apretarse las uñas contra las palmas de las manos hasta hacerse sangrar, pero parando justo antes: al estar con una vampiresa, sangrar no sería muy buena idea, ¿a que no? Igual que tampoco lo era portarse bien; hastiado de ello, Gaspard no hizo lo de siempre, que era empujarla, sino que tuvo la peor idea que podía haber tenido en sus circunstancias y tratándose de ella. No, no la mató: lo que hizo fue morderla, ¡y menuda dentellada!

Fue como si Gaspard hubiera adquirido complejo de vampiro o de caníbal, siendo ninguna de las dos cosas en realidad; más probablemente, fue Gaspard queriendo hacerle daño, y si ella le había dicho que lo castigó y seguía castigando por acuchillarla en la mejilla, si lo que hacía era morderla en el cuello no pasaría nada, ¿no? ¡Vamos, eso creía él, y así lo indicaba la lógica errónea, él lo sabía, que estaba usando para justificarse! Como si que le apeteciera hacerle daño a una vampiresa loca, pero limpia por una vez en su maldita vida, requiriera que él explicara por qué lo deseaba. No, simplemente le apetecía, y punto.

Cuando se apartó, con todos los dientes de milagro porque las pieles de los vampiros eran duras, apenas le había hecho ninguna herida, pero ¡vaya si se sentía mejor! Casi estaba calmado, pero sólo casi; se trataba de un hombre hiperactivo, por el amor de mil demonios, ¡él jamás estaría calmado a menos que estuviera dormido o muerto! Y ni siquiera en el primero de los casos había paz, pues las sábanas arrugadas entre las que siempre se despertaba, enredado, hablaban de que la noche (o el día, que Gaspard prefería ser un hombre nocturno) no mitigaba en absoluto sus movimientos caóticos, que ante Átropos, en ese preciso instante, brillaban por su ausencia.

– Buena idea. – reconoció, y, encogiéndose de hombros, cogió sus monedas y se marchó de la habitación. ¡Así de fácil, de rápido y para toda la familia! Para que luego dijeran de Gaspard que no era un hombre que se preocupara por los sentimientos ajenos, ¡ja! Bueno, a ver, en realidad no lo hacía, y de haberlo hecho seguramente se habría preocupado por la posible reacción de Átropos, pero como le daba muy igual lo que la loca decidiera hacer, él haría lo que le viniera en gana y todos tan felices.

Ah, pero cometió un pecado: avaricia. ¡Y de los capitales, que el padre Clément le había advertido sobre esos! Había dos cuerpos maravillosos, recién asesinados, aún fresquitos, que él podía utilizar y vender para sacarse las castañas del fuego, así que, en medio de la ruta, decidió cambiarla y dar media vuelta de golpe para dirigirse a donde los rastros de sangre indicaban que se encontraban los cadáveres. No, si encima Átropos iba a ayudarlo, al final... Pero se temía que ni por esas iba a convertirse en su sirviente: lo sentía mucho (en realidad no, en absoluto, ¡ni borracho!), pero jamás.

– ¿Me hablas tú de poner la cabeza en orden? ¿A mí? Le dijo la sartén al cazo... – se burló, a sabiendas (nuevamente) de que ella lo podía oír a la perfección, y como si no pesaran nada en absoluto cogió los dos cuerpos, rígidos, del doctor y su mujer y se dirigió hacia su carromato. Si había pensado que era mala idea vender el cadáver de un hombre conocido, en vez de un anónimo, por peligrosidad, esa idea se le había ido ya: era un riesgo que se corría con una mente tan volátil como la suya, y estaba acostumbrado, porque al final, las ideas volvían, aunque sólo fuera para preparar el siguiente plan.

– Lo que yo tengo aquí es un caos desde siempre. – afirmó, de nuevo confiando en que lo escucharía, y para cuando acabó de hablar, ya estaba depositando los cadáveres en la parte de detrás del carromato. Una vez lo hizo, con la compañía de sus muertos (qué bonito: Átropos y él lo tenían en común...), se sentó y se retiró otra pieza de ropa, que amenazaba con quedar empapada del sudor de cargar con los cuerpos... ah, y de sangre, pero vamos, eso no le inquietaba lo más mínimo, igual que la podredumbre. Que lo desagradara no cambiaba eso para nada. – Definitivamente, sólo un par de colmillos. – concluyó.
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Mensaje por Átropos Vie Jun 02, 2017 12:26 am


"I am devoured by this hungry void,
Burning each thought I have."

—Theatres des Vampires.




¿En qué clase de juego se había convertido aquello? Es decir, lo que pudo haber sido un evento producto de la casualidad, terminó siendo algo... raro. Partiendo, obviamente, desde el primer encuentro en las Catacumbas, que había sido intenso y hasta... sádico. Sin embargo, ahora que volvían a coincidir, no hubo la misma intensidad de la noche pasada; incluso, actuaban muy diferente a esa vez. ¡Y no era porque habían cambiado de parecer! Ambos eran endiabladamente orgullosos como para dejarse someter por otro. Parecía el típico juego del gato y el ratón, en donde los papeles solían intercambiarse dependiendo del carácter de turno. ¡Era un dolor de cabeza! En realidad, ambos luchaban internamente por ver quien le daba más dolor de cabeza al otro. Tomaron actitudes ajenas a las acostumbradas, aunque por dentro estuvieran hechos una tempestad.

El que más se guardó reservas fue de Grailly, y tal parecía que nada de lo que hiciera Átropos, lograba sacarlo de su estado apacible, a pesar de seguir con la cabeza hecha un caos. Aquello pudo haber sido suficiente para hacerla desistir y marcharse; porque sí, ella cuando no encontraba resultados favorables, lo dejaba, ¡así de fácil! ¿Para qué complicarse un tanto más la existencia? Pero, ese caso era particularmente diferente, incluso para alguien de su desastroso nivel. Gaspard de Grailly llamó su atención, y nadie, ¡nadie! Desde su conversión, había conseguido eso. Sin embargo, el tipo era duro de roer. ¿Y cómo no? Si su cabeza estaba hecha una reverenda pocilga, nada que envidiarle a Átropos, que no sólo contaba con pensamientos frenéticos, sino que aparte debía soportar la voz de un hermano que apenas era una horrible deformidad en su nuca. Muy bien disimulada, cabe decir.

¡Por favor! Llámenla masoquista, porque lo es, indudablemente lo es. Mientras más él la evadía, actuando de una manera tan poco usual en su caótico carácter, ella se aferraba a la idea de hacerlo explotar. ¿Con qué fin? Pregunta del millón de... ¿francos, monedas de oro? En fin, millón de algo. Retomando de nuevo el tema, ¡con qué pútrido fin! Oh, claro. Ese tipo logró dar con los instintos más bajos de una bestia, aunque no era como si pudiera dominarla con eso, pero si atraerla a un punto muy morboso. Hasta mansa pudiera tenerla. Pero no, ¡no! Estaba perdiendo la oportunidad valiosa de tener a Átropos bajo su dominio por una vez, y no se había dado cuenta de ese detalle. O quizás se hallaba tan enfadado con ella, que prefirió pasar de las acciones tan poco usuales de la vampira. Aunque igual terminó clavándole los dientes en el cuello, y eso... eso fue exquisito. ¡No podía negárselo a nadie! Le encantó y no lo disimuló.

Pero recordemos que estamos tratando con un hombre de ideas fugaces, excesivamente voluble y anárquico; alguien que nunca va a doblegar su genio. Por muy vampira, sensual y pare usted de contar, que fuese Átropos, Gaspard no iba abandonar sus maneras inesperadas de obrar, y cuando menos ella se lo esperó, de Grailly decidió marcharse. ¡Maldito desgraciado! Ya había aguantado mucho, lo suficiente para su paciencia. Aquello último le hizo reservarse un gruñido.


–¡No te precipites! Deja que se confíe y ya luego... ¿Por qué no le haces que piensas? Bien que podría ser excelente, y lo sabes, Eloise.


¡Sí! El parásito sin identidad tenía razón. Por eso se quedó apoyada en el escritorio, observando en silencio como el tipo se marchaba; escuchó atentamente sus pasos, conociendo sus movimientos. También supuso que iría por los muertos, así que lo dejó a sus anchas, sólo hasta el momento preciso. Sí, sí, se estuvo muy quieta y calladita, demasiado para ser ella. Por lo que, cuando supo que ya el otro estaba a punto de culminar su noche, tomó un candelabro que se hallaba por ahí tirado. Lo pesó con la mano, era de oro macizo, no cabía duda (y lo sabía ella que era como un dragón avaricioso que reconocía ese mineral a leguas). Sonreía como una desquiciada, y con esa agilidad sobrenatural de los vampiros, alcanzó a Gaspard.

—Es una lástima que te vayas tan pronto, justo cuando iba a proponerte un negocio —agregó, un poco antes de terminar por sentarse a su lado, ¡sin pedir permiso! Bueno, tampoco lo iba a pedir—. Aunque, tal vez ni te interese... Tiene que ver con cadáveres.

No termino de decir aquello cuando lo golpeó por la nuca con el candelabro. Un golpe justo, en el lugar adecuado y... ¡adiós conciencia! O eso le había enseñado su sire, y sí que le funcionó. De Grailly se desplomó. Aunque fuese un hombre fuerte, resistente y entrenado, seguía siendo humano con puntos débiles en diferentes zonas del cuerpo. Y lo sabía ella, que llevaba un historial interminable de diversos crímenes. ¿O creen qué sólo asesinaba mordiendo a sus víctimas? La rutina le aburría enormemente para sus doscientos años.


–Oh, ¿y ahora qué harás? Ya acaba con él de una vez...


—No. Eso es lo que tú quieres y no yo. Así que... vete acostumbrando a soportarlo, garrapata inhumana —le replicó a su mellizo, mientras se dedicaba a tirar los cadáveres del carromato—. Pero que nobles tan sucios...

Los dejó en el suelo, para tomar el cuerpo de Gaspard y colocarlo en el lugar que antes ocupaban los muertos. Le ató las manos y los pies, casi perforándole la piel, pero bien, hay que saber que Átropos no se andaba con cuidados. Ya al tenerlo así, se subió al carromato y se dedicó a liderar la, ¿huida? O quién sabe...


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Mensaje por Invitado Vie Jun 02, 2017 4:00 am

Él, Gaspard, queridos señores lectores, no era malo del todo, y eso que no le faltaban motivos para serlo: a saber, era perseguido por la Inquisición; tenía un precio bastante alto en su cabeza por parte de cazadores que no estaban de acuerdo con su trato a los vampiros; las familias de algunos de los muertos que habían robado lo querían muerto... Eso, claro, por no hablar de los vampiros a los que había molestado (¿Átropos contaba? Eso daba para una reflexión de la longitud de la Biblia, por lo menos) en su vida o los enemigos que había hecho por el camino, demasiados para contarlos.

¿Era todo eso, acaso, culpa suya? La duda ofende: claro que sí. Pero no porque Gaspard fuera un mal tipo, pues más bien era solitario, irreverente, anárquico y antisocial; no, se lo había buscado porque no le gustaba interactuar con los demás, nunca había aprendido a hacerlo bien del todo, y ello tenía consecuencias. Pero baste un ejemplo para ver hasta qué punto no era malo: podía robar cadáveres, sí, pero aún no había asesinado a nadie para tener carne fresca (¡literalmente!) que vender al mejor postor. Que estuviera cercano a dar ese paso era cuestión para otro momento, no para ese.

En cualquier caso, Gaspard de Grailly no era un hombre malo; sin embargo, tenía un don particular para relacionarse con seres que sí que lo eran, al menos desde el punto de vista tradicional de lo que era el bien y el mal y todo eso. Aunque el aquitano no fuera creyente, se había criado en la misma sociedad que ella y que todas las ovejitas que seguían al rebaño de la Iglesia (amén. ¿O debería balar, para reforzar el argumento...?), así que se veía obligado a usar sus mismos conceptos, aunque no estuviera de acuerdo con ellos. ¡Qué aburrido! Por suerte, ya estaba ella para ¿entretenerlo? Más o menos...

Si algo tenía muy claro el resurreccionista era que no iba a definirla, ni a ella ni a ellos dos como conjunto (divisible, por supuesto), porque era demasiado complicado y no tenía ni el tiempo ni las ganas de hacerlo. Tampoco tenía la infraestructura más adecuada, por cierto, porque eso implicaba concentración y bien sabidos eran los problemas que de Grailly tenía para centrar esa cabecita horriblemente caótica suya, pero mejor lo dejamos aparte y nos centramos en lo importante, ¿sí? ¡Genial! Que no los iba a definir, en resumen. Eso la convertía en impredecible, pero ¿acaso no había que serlo para poder tratar con él?

¡Eso suponía, vamos! Los ejercicios de empatía se le daban tan mal que había renunciado a hacerlos hacía tiempo: no se ponía en el lugar del otro salvo cuando era estrictamente necesario, y en esas circunstancias debía obligarse a pensar con muchísimo dolor para poder sacar algo en claro. Hablando de dolor, ella decidió que la mejor manera de apagar su mente y de calmarlo un poco era golpeándolo, y ¡pam!, lo noqueó con un candelabro antes de que le diera tiempo a decir algo tan rapidito como “¡maldita loca deforme del demonio!”. Con lo veloz que era de Grailly para los insultos y las vulgaridades, que el lector imagine lo rápido que fue eso...

Despertó, muy probablemente, de pura rabia. Sí, de acuerdo, médicamente no era posible hacerlo, pero tenía la sensación tan clavada en la garganta, con un sabor asqueroso que le recordaba al de ella mezclada con saliva seca, que prácticamente podía afirmarse que despertó de rabia. Cuando abrió los ojos, apenas una rendija porque cualquier mínimo de luz le dolería, tragó saliva y miró alrededor, viendo lo suficiente (es decir, nada. ¡Su comida de las próximas semanas, una vez consiguiera vender los cadáveres, desaparecida!) para molestarse todavía más.

Tragó saliva para humedecerse la garganta y, con la daga oculta en la manga que ella no le había retirado, se soltó las ataduras de las manos, primero, y de los pies, después. A continuación, se incorporó y se frotó las marcas de la soga, que combinaban estupendamente con los tatuajes de sus antebrazos: líneas negras, ideales con las líneas rojas de sus ataduras; ¡Gaspard, como ídolo de moda que era, lo sabía bien! Y como persona que no estaba ciega y era capaz de apreciar la combinación del rojo, el negro y el blanco de su piel pálida, demasiado habituada a la vida nocturna de su dueño.

– Mis muertos... desgraciada. – gruñó, y de no saber ambos que no lo era, sólo por eso se le habría podido confundir con un cambiante a punto de transformarse en una bestia parda. Esa rabia que había sentido antes, recorriéndolo como un río de lava en una erupción volcánica, estaba volviendo; sin embargo, Gaspard estaba preparado, y lo que hizo, en vez de encararla, fue aprovechar que ella dirigía la marcha del carromato para escurrirse y bajar al camino: tres pares de narices le importaba dónde se encontraban. O, lo que es lo mismo, nada en absoluto.

– No me voy a acostumbrar a una mierda, Átropos. Garrapata inhumana lo será tu maldito homúnculo, no yo. – replicó, vulgar, aunque era evidente que se estaba conteniendo, ni siquiera él sabía por qué. Con la mano en la nuca, aún dolorida (y la jaqueca lo ponía de muy mal humor, por cierto, ¡quien avisa no es traidor!), se la frotó un momento, lo que necesitó para tomar aire, impulso y correr hacia el carromato, detenido. Rápido e imprevisible, soltó las ataduras del caballo y se montó encima de la bestia, a la cual golpeó en sendos flancos para que pasara de inmediato al galope. ¡Y vaya si lo hizo!

Dejó rápido a Átropos atrás, y el airecillo de la noche chocando contra su cara le estaba haciendo un enorme favor, verdaderamente, para centrarse en el camino que tenía delante. Galopó hasta la ciudad, y cuando llegó decidió, aprovechando que había cogido su capa en el carromato (¿cuándo...? Igual daba, lo había hecho y ya), cubrirse y mezclarse entre la gente, pasando desapercibido al instante. Por mucho que odiara a los otros humanos, algo bueno debía decirse de Gaspard de Grailly: el muy desgraciado sabía cómo camuflarse entre ellos, y pronto sólo fue una figura anodina más entre el gentío, curioso para alguien que no tenía nada, en absoluto, de anodino.
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Mensaje por Átropos Sáb Jun 03, 2017 2:58 am


"You can't stop her, no,
you can't talk, can't escape "

—Theatres des Vampires.




Muchos estarían total y completamente seguros que una persona, bajo los efectos de una sustancia estupefaciente, sería mucho más cuerda que Átropos. Oh, la ventaja sería abismal, sin duda. Pero siendo Átropos una criatura con un pasado complicado, atormentada por tener que lidiar con una deformidad, ¿cómo pretender que iba a actuar como una persona corriente? Por cosas del destino no terminó suicidándose siendo una niña, porque otros en su lugar lo habrían hecho. Quizás era porque estaba destinada a ser lo que era en los días actuales; una loca que ahora andaba tras un humano revoltoso y tan imprevisible como ella misma, que aparte tenía una sangre exquisita y sabía cómo causarle delirios. Aunque, también se los regresaba, convertidos en rabia, eso sí.

No tenía pensado golpearlo, ¡en realidad no tenía pensado nada! Las cosas simplemente se estaban dando bajo una curiosa improvisación. Y ella sólo obró a lo primero que se le vino en mente, además de tener la nefasta influencia de su hermano para que siguiera adelante con su plan. Y lo hizo, no le importó. Pero, no quería matarlo, ¡no quería acabar con él a pesar de lo que le hizo! Y no comprendía el motivo. No lograba esclarecer la respuesta en su mente, simplemente actuaba a su reverendo antojo, como un animal sediento de algo... Su algo era Gaspard de Grailly, y ya a esas alturas no iba a dejarlo a escapar tan fácilmente. ¡Pobre ladrón de cuerpos! Lo que le pasó por andar metiendo las narices en el lugar equivocado (al que no volvió a pisar luego de aquella noche, cabe destacar). Aunque, a juzgar por su evidente actitud, no es de extrañarse que viviera metido en líos mayúsculos. Sólo que con Átropos los superó todos, fue demasiado lejos...

Y ella, por supuesto, que se regodeaba que así fuera. Había conseguido hacerlo rabiar, aunque el muy desgraciado intentaba no caer en provocaciones y se guardaba toda esa ira para su cabeza. ¡Qué fastidio! ¿Cuándo iba a conseguir arrancarle esa bestia interna que tenía? Átropos empezaba a impacientarse un poco, por no decir demasiado. Su siamés se agotaba de replicarle, pero ella no hacía caso, estaba muy centrada en su tarea de tener a de Grailly en bandeja de plata, sólo para ella. Y pudo haberlo conseguido de no ser por... ¡porque la sabandija había despertado antes de tiempo! Ni el golpe tan brusco lo hizo quedarse quieto.

¿De qué diablos estaba hecho ese hombre? ¡Por todos los seres del averno! Qué dolorcito de cabeza. Pero, un momento, debía evitar salirse de sus cabales. Si iba a jugar con de Grailly, tenía que saber hacerlo. Así que dejarlo escapar fue parte de su improvisado plan. ¿Qué se piensan? Un vampiro puede ser mucho más ágil que cualquier humano demente. A él le iba a tomar un tiempo considerable en hacer todo lo que hizo para escapar. Átropos pudo haberlo detenido, si hubiera querido, aun así, no lo hizo.

Su olor era fácilmente reconocible. Además, su sangre era algo que llevaba clavada por dentro, y, aunque de Grailly, lo negara, también había una parte de la detestable vampira en él. ¡Qué divino! Divina jaqueca, eso sí, no hay que discutirlo mucho. Y ya conociéndola, es fácil intuir el camino que la muy desgraciada tomaría. ¡Así es! Iba a coincidir con su querido Gaspard en la ciudad. No se la iba a dejar tan sencilla esta vez.


–¡Por favor! Tanta tontería por un humano escuálido. ¿Qué te pasa? Ya detente, ¡basta!


«Detente tú de hablarme y darme órdenes. Yo me hago cargo de mi escuálido». Le refutó en su propio territorio: su mente. Pero, estaba tan centrada en su malévolo plan (¿era un plan?), que hizo caso omiso a los berrinches del parásito sin identidad. Odiaba el contacto con el exterior, y no por su deformidad, esa cosa estaba bien escondidita en su nuca; su recelo era en que no le apetecía ser sociable. ¿Y cómo? Viviendo tanto tiempo en las Catacumbas, y teniendo la cabeza tan inestable, ya la respuesta sobra. Lo cierto es que terminó llegando a la ciudad y logró hacerlo gracias a sus habilidades (como asesinar a un granjero y robarle su caballo, por ejemplo), así que empezó a hallar los rastros de Gaspard y dio con él... para su pésima mala suerte. Claro, lo hizo luego de acabar con un hombre cerca del cementerio y reservarle el cadáver a su querido humano. ¡Maldita desgraciada!

—Tanto huir para nada, ¿no, de Grailly? —habló, una vez estando cerca de él—. Te tengo un negocio, pero... —De nuevo y sin avisar, lo arrastró hasta acorralarlo contra una pared—. Un cadáver recién fresco, cerca del cementerio. Te darán mucho por él; era un hombre sano, joven. Sufría de lascivia excesiva, pero nada que no pudiera controlar. ¿Qué dices? Ves, no soy tan malvada, te he recompensado.

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Mensaje por Invitado Sáb Jun 03, 2017 6:21 am

Inestable, puede; ¿estúpido?, ¡en absoluto! Gaspard, el hombre con un plan, era perfectamente consciente de que Átropos lo seguiría, porque no hacerlo significaría que se rendía y esa palabra no entraba en el vocabulario de su vampiresa particular (posesividad, de acuerdo, pero no sentía nada bueno por ella, que quede bien clarito), pero ¿le importaba? ¡Ni lo más mínimo! Un poco sí porque ya podría dejarlo en paz con sus muertos y sus cosas, pero sabiendo que iba a hacerlo, se le pasaban un poco los males; sólo un poco, por supuesto, pero sí lo suficiente para que pudiera camuflarse bien entre la gente.

No dejaba de ser irónico que, siendo él tan antisocial, se le diera tan bien imitar al resto, meterse en grupos de gente pasando desapercibido, e incluso (si le diera por ahí, cosa que de momento no era del todo necesaria) robar sin que nadie se enterase. Podía caber la duda de si eso era algo innato en él o algo que había tenido que aprender para poder perfeccionarlo hasta el punto al que había llegado: examinando su pasado, la respuesta era que un poco de ambas, ya que lo de ser un hijo mediano en una gran familia de por sí no bastaba, y juntarse con maleantes que lo habían llevado por el lado oscuro, bueno, llegaba hasta donde llegaba, ¿no...?

Eso le gustaba creer a él. No habían sido ellos quienes le habían enseñado que cuando uno lleva sangre de vampiro dentro, se convierte en algo parecido a una luz en la oscuridad para el inmortal en cuestión, y éste podía reconocerlo a varios pueblos de distancia: eso lo había aprendido solito, gracias a una experiencia que lo había mordido en el trasero y no como le gustaba. Ah, esa sí que era una buena maestra, y no el germano que había tenido hacía tiempo para enseñarlo a cazar y otras cosas importantes como idiomas o meditar. ¡Meditar, él, que era hiperactivo y no podía pararse quietecito ni medio minuto!

Sí, ellos dos habían estado abocados a fallar desde el principio, y así habían terminado: Fausto, cazando por ahí; Gaspard, cazando cadáveres y siendo cazado por una vampiresa. ¡Quién lo había visto y quién lo veía...! Ya ni siquiera parecía un de Grailly, pero eso, en vez de decepcionarlo, lo enorgullecía, pues no sentía el menor respeto ya por su familia, de la que se había desvinculado hacía casi dos décadas; en el fondo, igual tenía que agradecérselo a Átropos. Excepto porque ni de broma lo haría: su orgullo se lo impedía tanto como obedecerla, así que, aun sabiendo que era cuestión de tiempo que lo encontrara, siguió caminando.

Al menos, debía reconocerlo, ella tuvo el detalle de estamparlo en un cementerio, que era uno de los lugares en los que más se sentía él como en casa. Claro, de ahí a agradecérselo había un trecho, pero Gaspard al menos era capaz de valorar el espacio y el sentido de la oportunidad de Átropos, que lo estaba mirando y le proponía un trato ante el cual Gaspard reaccionaba devolviéndole la mirada, con indiferencia. Por supuesto, había fuego en su rostro, pero sólo en sus ojos; dado que muchos podían decir que su cara parecía estar hecha sólo de ojos, por lo grandes e imposibles de ignorar que eran, el efecto era evidente: parecía la hoguera en la que deseaba arrojarla a ella, maldita vampiresa demente y con ínfulas.

– No te confundas, me da bastante igual a quién pertenezca el cadáver, como si es de un santo que ha hecho milagros demostrados y a quien la Iglesia se está pensando en elevar a la mayor categoría. – replicó, y la miró decepcionado en ese momento, porque realmente así se sentía. ¿Cómo, Átropos, cometes ese error...? ¡Él pensaba que os conocíais lo suficiente para saber que a él le daba igual lo bueno y lo malo! Era ladrón de tumbas, por Dios, ¿desde cuándo alguien como él podía permitirse andarse con exquisiteces como la moral?

– Estás siendo particularmente pesada. ¿Vas a decirme de una vez qué negocio te estás preparando tú sola o te lo voy a tener que sacar con plata? Se me da bien, lo sabes. – preguntó, impaciente, y eso sí que era algo que podía permitirse, pero porque no le quedaba más remedio: siendo hiperactivo, con el cuerpo temblándole cuando menos se lo esperaba (por ejemplo, en ese momento; sus pies no paraban de dar golpecitos en el suelo, incapaz como él era de quedarse estático), no iba a esperar a nada ni nadie, y mucho menos a ella.

– ¿Ya está? ¿Tu oferta es un cadáver cuando sabes que yo puedo conseguir más a mi manera? No será lascivo, pero me da absolutamente igual su personalidad: sólo me interesa que la haya diñado. – aclaró, aunque realmente no era necesario; de todas maneras, si había alguien en el mundo a quien le diera igual su oficio de resurreccionista era a un vampiro, y especialmente a ella, que coleccionaba cadáveres en las catacumbas como quien colecciona dagas u obras de arte valiosas. – Lo acepto. – afirmó, de improviso, pero, siendo Gaspard, ¿realmente sorprendía a alguien que fuera así de errático...?
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Mensaje por Átropos Dom Jun 04, 2017 1:45 am


"Can't stop me now..."




Sí, tenía que reconocerlo, lo estaba fastidiando, ¡lo sabía! Porque ese había sido su propósito desde un principio. Bueno, no desde un principio, fue una opción a última instancia, algo que le apeteció hacer esa vez, quizás en otra ocasión, las cosas habrían sido diferentes, porque así era Átropos. Demasiado abocada a hacer su real voluntad, del modo en que le salía de los ovarios, así, sin más. Y de seguro que de Grailly ya se había percatado de ese detalle, porque, hay que volverlo a reiterar, por muy imprevisible y raro que era, no tenía un pelo de estúpido, quizás se arriesgaba demasiado y tenía esa enferma necedad de no importarle un carajo arriesgarse de la manera en que lo hacía, al punto de ser la carnada preferida de una vampira desquiciada y medio deforme (medio, porque sabía disimular muy bien al engendro en su nuca).

Átropos ya tenía bastante claro con quien lidiaba, que no se trataba de cualquier individuo; lo supo desde ese sádico encuentro en su propio territorio, y no podía evitarlo, aquello le devolvió su nefasta locura. ¡Hacía tanto que la adrenalina no la guiaba de esa manera! Por favor, necesitaba más, tanto como cuando la sed de sangre la enloquecía. Pero esto era diferente, porque no se trataba de su alimento de costumbre, sino de una sensación que nutría su ego y a su propia demencia. Era una obsesión por él, así no pudiera dominarlo, y eso lo encontraba sumamente entretenido. Sí, señores, a Átropos no le importaba poco que Gaspard de Grailly actuara a la inversa de lo que ella esperaba, ¡que ni siquiera se dejara manipular! La realidad es que adoraba eso, porque era masoquista; porque le encantaba el dolor de cualquier manera. ¡Qué pillina!

Tal vez, en otra circunstancia, no lo habría seguido hasta la ciudad. Habría pasado muy de él. Pero, este caso era diferente por cosas explicadas anteriormente, y porque había una parte de su propia esencia en el interior de ese hombre. La obsesión ya iba escalando niveles muy pesados, en especial para Gaspard. Quizás a Átropos le faltaba por conocer más debilidades de él, (aunque, con esa cabeza tan arruinada por el caos, era realmente complicado obtener detalles). El caso es que estaba avanzando hacia resultados más complacientes para su horrible persona. Y no, no iba a parar, ni siquiera porque de Grailly se lo pidiera (el hermano no cuenta, porque dejó de ser una autoridad desde que era una niña). Así que sí, lo siguió. Lo hizo a su ritmo, a su manera, a como le nacía actuar y no cómo pretendían esperar los otros.

¡Y no tienen ni idea lo bien que se sintió cuando lo acorraló contra esa pared! Podía sentir cada músculo de su cuerpo apegado al de ella, y, ¡oh sí! Era delirante, tanto que se dedicó a embriagarse con esa sensación durante el tiempo en que lo mantuvo así, luego de haberlo encontrado cerca de un cementerio, en donde le guardaba un regalo. ¡Y miren que generosa era! Sólo porque sabía que él no iba a despreciar su oferta. Pero se dio a la tarea, a la muy desesperante tarea, de mantenerlo así, queriendo arrancarle esos ojos maravillosos que la observaban con intensidad, a pesar de que su rostro fuera un papel en blanco.


–Mátalo. Acaba con él de... ¡Demonios! Deja tu maldita perversión.


Oh, ¿estás seguro de usar la plata? Ya sabes los efectos que tiene en mí, y no es precisamente malo, a menos que quieras torturarme un poco. Aunque no creo que te interese, ¿verdad? —Esbozó una sonrisa burlona, mientras rodeaba su cuello con los brazos—. Y apenas estamos comenzando, querido. Hay una parte de mí en ti, ¿lo olvidas? Es como si estuviéramos unidos —dijo con una evidente manía de hacerlo disgustar más—. ¿No te puedes mantener quieto? Podemos solucionar eso...


–Qué asco...


Con una alimentación balanceada, aire fresco e higiene, se podía tener a una Átropos menos iracunda, pero si más pesada. En especial si se ganaban ese particular y molesto premio. Como de Grailly, al que ahora le cubría los labios con el dedo índice. ¡Rayos! Tenía tantas cosas en mente para hacerle.

—Shhh, shhh... Pero esos son difíciles de conseguir, aparte de que están pasados de gusto. Yo podría ofrecerte una fortuna en cadáveres, no sólo ese —le sugirió. Pero de aquí a cumpliera esa utopía, distaba mucho, y más cuando estaba tan loca que ni ella sabía lo que quería. Bueno, sí, quería a Gaspard, de eso ya estamos todos enterados—. ¿No puedes mantenerte quieto, no? Ay, pobre...

Y como si fuera poco, esos colmillos blancos y tan perfectamente afilados se dejaron vislumbrar por unos segundos antes de... de terminar hundidos en el cuello del Gaspard. ¡Y no fue nada delicada! Lo hizo con una brusquedad terrible, porque sabía que ese dolor espantoso le gustaba a él. Pero más allá de beber, sólo le hacía más daño, porque era lo que quería, que le doliera hasta la locura.

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Mensaje por Invitado Dom Jun 04, 2017 6:43 am

Plata, cierto, qué mala idea: ¡si eso la ponía a tono! Luego la gente que lo conocía, todo lo que Gaspard de Grailly se dejaba conocer (sorpresa: no era mucho), decía que él era un poquito masoquista... Bueno, no decían un poquito, pero lo acusaban de serlo, y él siempre lo negaba, igual que lo de ser necrofílico, aunque lo cierto era que un poquito (¡he ahí el uso de la palabra en cuestión!) sí que lo era. ¿Cómo denominar, si no, que disfrutara de ser mordido por vampiros como si no existiera el mañana, aunque se empeñara activamente en que sí siguiera habiendo un mañana para él, muchas gracias?

De todas maneras, ella era mucho más masoquista que él, porque si le gustaba algo que podía matarla y envenenarla, mucho más de lo que a él le gustaban los colmillos ajenos aparentemente, pues claramente lo superaba, no cabían dudas al respecto. Los dos eran, además, lo suficientemente inteligentes para saberlo bien, así que no hacía falta ni siquiera decirlo en voz alta; en defensa de Gaspard, cualquier excusa medianamente decente le servía para no abrir la boca, por eso de que seguía odiando hablar demasiado. No por nada, sino porque la gente tenía la manía de responder, ¡y qué pereza le daban los demás y sus opiniones...!

Historias para no dormir de un verdadero antisocial: así podía titularse la vida de Grailly, una que, para su enorme desgracia, se había terminado por enredar en la no vida de una vampiresa loca, ¡maldita fuera su suerte! Él, que se tomaba las cosas como venían, normalmente no creía en la fortuna aunque supiera que ésta podía ser muy caprichosa; sin embargo, por una vez se iba a permitir maldecirla, porque en buena hora había terminado enredado con ella. Y enredado literalmente, ya que ella lo estaba sujetando con todas sus ganas, y no la culpaba porque, en fin, se conocía. Con lo imprevisible que era, si quería dominarlo debía ser así, no de otra manera.

Hablaba a un altísimo volumen de Gaspard que ni se le hubiera pasado por la cabeza que ella lo sujetaba porque su cuerpo, musculoso, la excitaba. Por supuesto, era consciente de que su cuerpo era escultórico y macizo, ¡su tiempo y esfuerzo le llevaba que así fuera!, pero no era egocéntrico en absoluto, así que pensaba antes que ella lo sujetaba y se le apoyaba por dominarlo, no porque disfrutaba de su aspecto físico. Tal vez para algunos resultara difícil de comprender esa dicotomía entre orgullo y ego, pero a Gaspard no: esa había sido una de las pocas cosas que no habían cambiado casi desde que era un niño, y la fuerza de la costumbre había tenido ese efecto en él.

Hablando de fuerza: a la fuerza ahorcan, dicen, y a Gaspard no le quedó más remedio que aceptar que ella lo sujetara, escucharla y ser mordido, eso último sin demasiadas quejas por su parte. Podía darle asco (y se lo daba, de eso que no quepa duda); podía no soportarla porque ¡no cerraba el maldito pico!, pero era una vampiresa, su tipo exactamente de ser, y los mordiscos seguían excitándolo como siempre. Aun así, hizo el esfuerzo de permitirse gemir pero no endurecerse: para ello, sólo tuvo que pensar en muertos pudriéndose, y ¡puf!, excitación fuera en un momentito. Fácil, sencillo y para todos los públicos.

– Mira, no. Déjalo. – espetó, y no se refería al mordisco, del que se recuperaría porque siempre lo hacía. Átropos no era ninguna excepción porque ella también lo quería vivito y coleando, le gustaba más así (especialmente coleando, debía decir. ¡Al encuentro anterior se remitía...!), y de momento no lo mataría, por mucho que el homúnculo que hablaba en el interior de su cabeza dijera que sí. Esa ventaja la poseía, por el momento, y pensaba valerse de ella por eso del instinto de autoconservación que le impedía dejarse matar por un animal más fuerte que él.

– No voy a confiar en una vampiresa deforme para que me dé cadáveres, y mucho menos cuando los acumulas embalsamados, así no me sirven. Me valgo mejor yo solo sin tu ayuda, gracias por nada. – aclaró, arisco, y el hecho de que pudiera hablar mientras ella lo mordía ya significaba que no se estaba dejando llevar por lo que ella quería que lo arrastrara: el placer. No, Gaspard era imprevisible, eso era lo que a ella le gustaba de él precisamente; además, Gaspard era indomable, y estaba acostumbrado a causarse dolor con tal de alcanzar un bien mayor, fuera dicho bien prestar atención y dominar su hiperactividad o no dejar que una vampiresa lo ganara.

Así pues, se aguantó, y de hecho llevó la mano a la nuca de ella, exactamente al lugar donde se encontraba la deformidad, que apretó con sus dedos callosos, fruto de mucho tiempo excavando tumbas ajenas (porque la propia, si es que él estaba dentro, sería complicado excavarla, ¿a que sí?). Estaban particularmente ásperos aquella noche porque, no se podía olvidar eso, había robado un cadáver antes, uno que ella le había arrebatado, ¿y encima ahora le venía con esas de que le podía conseguir más! Venga, ¿y qué más? ¡Con el trabajo de uno no se jugaba!

– Apártate, sanguijuela. – ordenó, y de hecho se la quitó de encima en un momento en que la fuerza del mordisco se redujo lo suficiente para no abrirle el cuello de cuajo, lo cual significaría que ¡adiós, Gaspard de Grailly! Qué bueno sería para sus competidores que él, el resurreccionista, se convirtiera en el cadáver de otro de su gremio, ¿no? – ¿Te gusta tener cosas unidas a ti? Digo, primero tu homúnculo, ¿tu hermano creo recordar?, y luego yo. Qué enfermizo ser tan dependiente, si no de eso de tus muertos. La verdad, Átropos, qué patética. – opinó, sonriendo de esa manera maliciosa suya, que entre otras cosas había servido para regalarle el apodo de leprechaun.
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Mensaje por Átropos Lun Jun 05, 2017 2:01 am

Gaspard de Grailly se estaba empezando a convertir en un fastidio, no sólo para su homúnculo sin identidad, sino para ella. ¡Le estaba aguantando demasiado! Y, aunque debía admitir que el tipo sabía despertarle otras cosas más que sed por su sangre, ya su paciencia comenzaba a desvanecerse lentamente. Nada de lo que hacía iba a sacarlo de su empeño de no seguirle el juego, quizás por muchas cosas, pero ella no iba a conseguir los resultados deseados, a pesar de haberlo mordido tal y como a él le gustaba. ¡Reverendo hijo de meretriz! ¿Buscaba que lo matara? En lo absoluto. En el poco tiempo que llevaba conociéndolo, bien sabía que era persona de conservar su vida, aunque no precisamente de una manera tan sana. Sin embargo, Átropos, iba desistiendo lentamente de sus acciones. ¡Una terrible pérdida de tiempo! Debía reconocer.

Bien, al menos había logrado sacarle un gemido tras aquella violenta mordida. Algo es algo, pero no suficiente para una criatura tan terriblemente exigente como Átropos. Oh, como se empezaba a ofender, aunque logró probar su sangre, su piel y todo aquello que la extasiaba, aun así, fue deteniéndose poco a poco, aminorando la presión de sus colmillos, justo cuando él se atrevió, ¡con tamaña insolencia! A refutarle que lo dejara, como si se tratara de cualquier cosa. ¿Era una orden? ¿Le estaba ordenando cosas a ella? ¡A doña Átropos! Algo se descolocó de nuevo en su cabeza, y cuando se obligó a separarse de Gaspard, su mirada había cambiado por completo.


–Te lo advertí. Debiste haberlo destruido desde hace mucho por su insolencia. Se estaba aprovechando de ti, Eloise, pero mira... No lo merece.


Y resulta que el maldito engendro tenía razón, ¡la tenía! Su mirada de Átropos se oscureció, cuando antes tenía unos perfectos ojos claros que demostraban ese evidente cambio de su carácter. Tal parece que de Grailly había conseguido lo que quería. Un momento, ¿era eso lo que quería o...? Ah bien, ambos eran bastante erráticos al tomar decisiones, sólo se guiaban por impulsos nada más. ¡Cómo no! Si sus cabezas eran el caos primigenio hecho pensamientos. En fin, la verdad es que, no conforme con darle una orden la estaba tildando de patética. ¡Vaya! ¿Confió en que ella iba a seguir como en un principio? Supongamos que en algún segundo consideró que no, pero fue tan rápido que ni lo tomó en cuenta. ¿Ahora qué iba a hacer? ¡Cómo iba a saberlo si la vampira ni siquiera se movía! Sólo le miraba fijamente, como si se hubiera petrificado de momento.


–No te contengas... Aunque, hazle saber que no harás nada, pero ya sabes lo que tienes que hacer, querida hermanita.


«Tú cállate, no me dejas pensar bien. ¡Basta!». Ladeó la cabeza, retrocediendo un par de pasos, para luego, con simpleza, alzar los hombros y darse media vuelta. ¿Eso era todo? No, no. Recordemos que estamos hablando de una demente, de alguien que había pasado de una obsesión a una... ¿una qué? Tal vez rabia, o quién sabe. La mente de Átropos solía ser un misterio, tanto como la de ese ladrón de cuerpos. Pero, en menos de un abrir y cerrar de ojos, se giró y ¡menudo manotazo que le dio! El sonido de su mano golpeando el rostro de Grailly hizo eco en todo el lugar. Por fortuna no perdió un diente, aunque sí lo hizo sangrar. Primero lo golpeaba por la nuca con un candelabro y ahora... casi le vuela la dentadura. Ah sí, y mucho antes le había dado una bofetada. ¿Qué más seguiría? Eso depende de muchas cosas.

¿Ahora qué pensaría y haría Gaspard? ¿Seguiría burlándose como hacía unos segundos? ¡No se sabe! Ni siquiera teniendo a un profeta entre ambos, se podría saber lo qué harían. ¡Estúpido par de insolentes e impredecibles criaturas del demonio! Pero lo que sí se puede asegurar, con completa exactitud, era que ya Átropos había perdido los estribos (bueno, ya los tenía perdidos).

—No quieras acabar como uno de ellos, de Grailly —volvió a golpearlo antes de que dijera algo—. Antes corriste con suerte, patético humano desgraciado —espetó, antes de tomarlo por el cuello y presionarlo como si quisiera romperlo—. ¿Esto es lo que querías, no? ¡Y no me refería a cadáveres embalsamados, idiota! Pero... ya la oferta terminó. Seguirás siendo una rata mezquina, como esas que pululan en las Catacumbas.

Lo soltó, bueno, literalmente lo lanzó contra el suelo. Habría sido mejor aceptarla toda pesada que la cosa enferma en la que se había convertido, ¿o no? Otro misterio más para la ciencia.


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Mensaje por Invitado Lun Jun 05, 2017 4:11 am

¿Ahora se preocupaba por lo que él quería! ¡Qué enternecedor, por favor, que no siguiera hablando o de Grailly lloraría de la emoción...! En un universo paralelo, por supuesto, en el que no supiera que ella sólo hablaba desde la molestia, que intentaba enfadarlo porque le gustaba así, tan irreflexivo como fuera posible, ya que solamente en esas condiciones harían juego los dos, igual de locos. Por mucho que ella lo acusara a él de estarlo, Gaspard tenía la cabeza muy bien amueblada, aunque los muebles estuvieran desordenados y en continuo movimiento, y si corría el riesgo de volverse loco era por ella, no por él...

Y ni por esas, debía decir. Gaspard sabía cuáles eran sus límites porque se había pasado una gran parte de su vida experimentando con ellos y forzándolos hasta descubrir a dónde llegaban; en una de esas precisamente había decidido meterse a cazador, que era un oficio que practicaba a veces pero que le salvaba la vida siempre, incluso con ella. De no haberse entrenado y pulido para saber matar vampiros, sus vicios lo habrían llevado a las tumbas que él profanaba mucho antes de su tiempo; incluso a veces parecía que, sabiendo defenderse, acabaría ahí metido antes de cumplir los cuarenta, ¡fíjese usted! Pero no, Gaspard viviría, era demasiado tozudo para dejarse matar así sin más.

Además, no podemos ni debemos olvidar otro importante detalle: Átropos no lo quería muerto. ¡No, es cierto, ni siquiera ahogándolo como estaba haciendo pretendía matarlo! Ella estaba frustrada porque él era incontrolable y a ella le gustaba controlar, de ahí su colección de muertos en las Catacumbas, en la que él se había metido (no literalmente. Es decir, en las Catacumbas sí, pero en los muertos no, qué asco) y se había ganado todo aquel lío. La responsabilidad de eso la aceptaba, pero si se hubiera tratado de un vampiro normal y no de una loca de atar, todo habría sido mucho más sencillo de lo que estaba siendo.

¿Huiría, entonces, de los nuevos problemas de su vida? ¡Demonios, claro que no, hacía tanto tiempo que no se lo pasaba tan bien! Por supuesto, consideró pasárselo bien desde el momento en que se deshizo de las manos de ella en su cuello y pudo respirar, pero ya se entiende la intención del mensaje: en el fondo, a Gaspard le hacía gracia Átropos, y no podía negarlo. Incluso sentía cierta satisfacción rompiéndole los esquemas mentales, porque para lo loca que decía estar, tenía la mente muy organizada, ¿no...? Es decir, sus delirios eran a veces hasta comprensibles, y teniendo en cuenta los locos que Gaspard había conocido, eso era lo contrario a desdeñable.

Desde luego, de lo que no cabía duda era de que estaba loca: lo estaba, aunque de ese tipo de medicina Gaspard no entendiera y sólo tuviera para reforzar su argumento su (por otro lado amplísima) experiencia. Que lo disculparan, pero si no mataba por placer a humanos, mucho menos iba a trepanar cráneos así porque sí para tratar de solucionar los problemas que había dentro: hasta un resurreccionista, por naturaleza en contra de todas las instituciones de poder del momento, tenía sus límites, ¡esos que se había dedicado a explorar! Y aunque jamás negaría que existía la posibilidad de que asesinara, no era demasiado cruel per se, así que, de momento, eso estaba fuera de toda posibilidad.

Seguir molestándola no, eso sí seguía en su futuro próximo (¡qué buen adivino habría sido de Grailly...! Esas intuiciones suyas eran maravillosamente acertadas para lo aleatorias que eran, al carecer de una clarividencia real), así que decidió volver a llevar la mano a su homúnculo, en la nuca, porque al parecer eso la dejaba quietecita durante un rato. Si ya tan sólo encontrara la manera de dejarla callada, Gaspard se daría finalmente por satisfecho, pero para su desgracia, todavía debía seguir trabajando en ello.

– Y no quiero, de momento, pero soy humano y mortal, mi destino es acabar en una de esas tumbas que robo. – replicó, sin particular acritud, con esa serenidad que daba la edad (aunque él no fuera tan mayor) y, sobre todo, el continuo contacto con la muerte. ¡Alguna ventaja tenía que tener su oficio, aparte de darle una forma física envidiable...! Porque si alguien no lo creía, lo retaba a que cavara una tumba sólo para abrirla sin desfallecer en el intento y sin valerse de un pico; ¡ya no eres tan valiente para criticar, eh!

– Seguiré siendo una rata mezquina... Estoy repasándolo, déjame, ya sabes que me cuesta a veces con el caos de aquí. – repitió, esta vez burlándose, y señalándose la nuca con un dedo de la mano libre, dedo con el que tamborileó en su frente amplia y con las primeras arrugas de expresión ya marcadas. – Si soy una rata mezquina pero tú a tus ratas las acunas, las mimas y las quieres, ¿eso en qué me convierte para ti? ¿En tu favorito? ¡Oh, no tenías por qué...! No, en serio. No tienes por qué. No lo hagas. Estoy mejor solo. – concluyó, serio de repente, pero su mirada neutra solía ser burlona de por sí, así que no parecía tan serio.
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Mensaje por Átropos Mar Jun 06, 2017 12:05 am

¿Qué era lo que quería? ¿Qué? Por todas las criaturas de los círculos del averno... ¡Qué! Incluso para ella, que estaba completamente loca, le era realmente complicado llegar a una conclusión acertada. Gaspard de Grailly empezaba a ser una piedra en el zapato, esa que molesta y molesta cada vez que caminas y no se cansa de molestar. Oh, mira tú, se habían invertido los papeles. Antes era Átropos quien resultara un verdadero fastidio, pero ahora ocurría lo contrario. Bueno, igual de Grailly guardaba la intención de atraerla, ¿o no? Bien que sus acciones (erráticas, excesivamente dispares en todo sentido), daban mucho que entender. Probablemente desde un principio quería fastidiarla y lo había conseguido, ¡cuán engañada debía sentirse la reina! Eh, no se confundan, no se sentía de ese modo. La realidad es que se encontraba muy molesta. No molesta de esa ira que había demostrado en las Catacumbas (menuda bestia del demonio), sino, molesta de... ¿de qué? ¿De tener el orgullo femenino y monárquico herido? Sí, precisamente de ese tipo de molestia.

Su mente se nubló, como si la tempestad la hubiera arrasado de un momento a otro. Es que no podía aceptarlo; el humano, una vez más, logró hacerle una jugada sucia y eso era algo que no le perdonaba a nadie (ni a sus ratas, para que vean el nivel al que nos referimos). ¡Se iba a convertir en el hazmerreír de su hermano! Pobre de su paciencia, aunque no tuviera. Y no, no sólo se trataba de eso, sino de su propio orgullo. Si había una criatura más presuntuosa, esa, sin duda alguna, era Átropos. Sin embargo, hay que dejar algo bastante claro: Gaspard de Grailly no actuaba por órdenes de la lógica, así que probablemente pudo haber huido o hecho otra cosa muy diferente a la de ahora. Quizás fue eso lo que hizo que Átropos reaccionara en ese instante, incluso hasta entornó los ojos, ya completamente fastidiada con las actitudes del hombre. La superaba por mucho, debía reconocerlo, pero ya no se sentía fascinada esta vez.


–¿Qué haces? ¿Por qué no lo terminas de matar? ¡Permites que me toque con esa insolencia! Los dos son un par de...


«¡Shhh! Por mí, que te arranquen de un tajo, engendro». Ya esa vocecita empezaba a ser lo bastante molesta como para agradecerle (no directamente, eso nunca) a Gaspard que la hubiera silenciado durante ese momento. Oh, silencio mental... eso sí que se sentía particularmente bien, como si le habrían sacado de un dolor de cabeza. Porque, por milagro de quién sabe qué poder, ya el ladrón mezquino no le causaba ese terrible mal. Y no, no era porque había perdido interés en él o porque le había dado la victoria. Era bastante simple. Tanto, que hasta un niño pequeño lo deduciría con facilidad.

¿Y si le daba una cucharada de su propia medicina? Si él estaba tan orgulloso de ser tan imprevisible y anárquico y bla bla, ¿cómo reaccionaría si alguien más tomara dichas actitudes en su contra? Uh, otro misterio más. Pero Átropos lo intentó, no por esperar alguna acción que le encantara, lo hizo porque... ¡Se había fastidiado! Y eso era llegar lejos. Entonces... ¿podía incluirlo en ese grupo de humanos aburridos y corrientes de la ciudad? Sí, estaba incluso anotándolo en esa extensísima lista. La mirada que le dirigió luego, afirmó todo ese repentino sentimiento, hasta con sus gestos. Se cruzó de brazos, enarcó una ceja, y ni siquiera pareció inmutarse por el dolor en su nuca. Tal vez minutos atrás le habría sido maravilloso. Ahora no, porque estaba indignadísima con él. Así como las esposas cuando el marido no las complace en lo que quieren.

—No te confundas, me da bastante igual —repitió parte de lo que él le había dicho anteriormente, y lo iba a seguir haciendo, eso era obvio—. Mira, no. Déjalo. He decidido que no habrá negocio y que mejor me regrese a mis Catacumbas con las otras ratas —respondió con indiferencia—. Y sí, tienes razón, estás mejor solo. Ahora, ¿podrías quitarme tu mano de encima? Estás siendo particularmente pesado.

No sonrió, no se burló, no hubo ningún gesto en su rostro, ¡nada! Ahora si parecía imprevisible por completo, con esa capacidad irritante de que no supieran con exactitud cuáles serían sus próximas acciones (bah, ni ella misma lo sabía). Sólo permaneció ahí, de pie frente a Gaspard, como si ya se hubiera resignado por completo. ¡Estaba tan quieta y había hablado poco! Ya a tal punto, no se sabía cuál de los dos iba a terminar más loco.



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Mensaje por Invitado Mar Jun 06, 2017 5:07 am

¿No decían que la imitación era la forma más sincera de adulación? Pues ella debía de admirarlo mucho, porque de pronto era como si hubiera cogido una máscara con sus rasgos (anodinos, en su propia opinión, ignorante del efecto que tenían, por ejemplo, sus ojos verdes e inmensos) y se la hubiera puesto, olvidándose de Átropos y disfrazándose de Gaspard de Grailly. ¡Si tan sólo lo de la máscara hubiera sido cierto...! Cuánto lo habría preferido, de verdad, aunque conociendo a Átropos como, para su desgracia, empezaba a conocerla, se imaginaba que su concepto de máscara sería arrancarle la cara a él y ponérsela encima de la de ella, y por ahí no pasaba, lo sentimos.

De todas maneras, incluso así, por doloroso (y gráfico) que fuera lo de arrancarle la cara; sí, hasta así resultaría menos inquietante (esa era la palabra, porque no ameritaba llamarlo preocupante; Gaspard estaba por encima de eso) que ella lo imitara, ¿a qué venía eso? Y no solamente lo imitaba, sino que encima se volvía casi razonable y Gaspard casi sentía deseos de obedecerla, que era muy probablemente lo que ella quería conseguir. ¡No, no y no! ¿En qué idioma tenía que decirle que no iba a ser la reina de nadie, y mucho menos la suya? Que se conformara con sus muertos, porque el vivo del aquitano no iba a ser parte de sus jueguecitos, gracias (por nada).

Pesado como ella lo había llamado y oponiéndose de plano a lo que ella le había pedido, hincó uno de sus dedos con fuerza en el homúnculo, en lo que supuso que, de haberse formado, habría sido quizá la boca. Por suerte para él, esa masa informe no tenía dientes; de lo contrario, lo habría mordido, y vale que le gustaran los mordiscos de Átropos porque era vampiresa y esos colmillos lo volvían muy loco, pero los dientes de un homúnculo no habrían sido santo de su devoción, de eso estaba seguro. Con esa misma seguridad continuó apretando, de una forma que sólo podía denominarse cruel, aunque no sintiera particulares deseos de serlo.

– Por supuesto que tengo razón, no eres buena ni para ti misma, ¿cómo lo vas a ser para alguien? – afirmó, y la certeza, nuevamente, no provenía de un ego del que carecía, sino de la seguridad de que ella estaba como un rebaño de cabras y era peligrosa, así que nadie en su sano juicio se vería beneficiado por ella. Y ya se sabía lo que decían por ahí, ¿no?, y que él llevaba por bandera en la mayor parte de su vida: mejor solo que mal acompañado. Honestamente, a Gaspard no se le ocurría peor compañía que la de Átropos, y eso que había conocido a muchos seres repulsivos en su vida...

Demonios, ¡que se dedicaba a abrir y profanar tumbas para robar cadáveres y venderlos! Es más, incluso algunos los había abierto él mismo cuando era más joven, tratando de satisfacer la misma curiosidad que inflamaba a sus clientes y que los llevaba a comprarle a los muertos. ¿Qué se escondía bajo la piel, que nos hacía funcionar, cómo eran los músculos que él sabía que trabajaba porque le dolían cuando lo hacía? Un soberano desastre, asqueroso y apestoso: eso se escondía y nos hacía funcionar; una maraña sangrienta, eso eran los músculos. Y aun así, acostumbrado como estaba a lo repulsivo, Átropos se ganaba el primer puesto: eso era talento. Uno inútil, pero talento a fin de cuentas.

– El problema, Átropos, es que no te da igual en absoluto. Si te diera igual no me dirías que te largas, estando aquí: te largarías tú solita. Si quisieras volver a las Catacumbas, ya estarías de camino. Y si prefirieras otras ratas, París está plagada; no me engañas, y no me intentes tomar por estúpido. – razón, para terminar advirtiendo, y su manera de dar fuerza al argumento fue apretar más aún en la protuberancia del cráneo de Átropos. Otra cosa que no le había dicho, pero es que ya se estaba empezando a casar de hablar: si tanto le molestaba que la tocara, podía apartarlo... pero no lo hacía. Ni lo haría.

– Menuda hipócrita. Falsa, mentirosa, arrogante y sucia, aunque te hayas bañado en joyas y riquezas. ¿De verdad te extraña que prefiera estar solo? Estúpida. – espetó, y apartó la mano con violencia de ella, como si le quemara. Llegó, incluso, al punto de apartarse él entero porque no quería seguir tocándola, le daba demasiado asco; la situación había cambiado por completo con respecto a cómo se habían conocido, o mejor dicho a lo que él le había hecho cuando se habían conocido. Ahora, Gaspard estaba convencido de que no quería rozarla ni con un palo, porque seguro que el palo ardía en llamas o algo así y lo haría arder, y se negaba. Como si a aquellas alturas no hubiera quedado claro hasta qué punto era fuerte el instinto de supervivencia del masoquista de Grailly.
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