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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Átropos Dom Mayo 28, 2017 12:39 am

Recuerdo del primer mensaje :


"Tú que como una cuchillada
entraste en mi triste pecho,
tú que, fuerte cual un rebaño
de demonios, viniste, loca,
a hacer tu lecho y tu dominio
en mi espíritu humillado."

—Charles Baudelaire.




–Pero mira nada más, Eloise. Te ves patética, ¿qué eres? ¿Una calavera o una mujer? ¡Ah! Qué digo, mujer te queda muy grande. Por favor, no puedes ser más horrible. Deberías salir de tu cueva, conocer el mundo de allá arriba...


—¡Cállate! No soy ninguna patética y no necesito conocer nada. «Pero esta maldita sed me quema». Estoy bien aquí abajo —habló, pensó, y anduvo de un lado a otro como león hambriento. Incluso arrugó la frente cuando observó sus manos sucias y descuidadas, mientras sus muertos lucían mejor—. ¡No puede ser! ¡No!

Arrastró un espejo viejo, percatándose de que su mellizo tenía razón. Se veía tan lamentable; no sólo se encontraba sucia como pordiosera, sino que el tiempo que había estado sin alimentarse se le grababa en las mejillas. Sintió asco de su propia imagen. ¡Ella era una reina! Debía estar como tal. No así, como la cosa que veía en el espejo, ¿cuánto tiempo más tenía que seguir de ese modo? Ay, su demencia estaba llevándola a extremos que nunca consideró. Apenas tenía doscientos años, por favor... No iba a terminar tan mal como ese tal Ciro, ¿o sí? Recordarlo no le hizo tanta gracia, ¡por su culpa tenía que lidiar con su horrible hermano! Hablando de horrible... ella no quería acabar como eso. Simplemente no. Aquello la hundió en un estado conflictivo consigo misma, mientras buscaba algo en un cofre, que luego colocó en sus cabellos rebeldes y sucios.

Polillas disecadas, como prendedores en su cabello. Eso no mejoró su aspecto, lo empeoró; las arrancó con rabia, tirándolas al suelo. Átropos era excesivamente orgullosa, y cuando se veía al espejo, siempre terminaba enojada consigo misma. Tal vez por eso lo evitaba tanto. Actuaba como el estúpido Narciso del mito, aunque lo que cambiaba era el hecho de que ella odiaba ver su reflejo. Pero él... siempre él, tan molesto, la obligaba para luego burlarse.

—¡Bien! Bien... tú ganas, parásito sin identidad. Y sólo porque necesito alimentarme, sólo por eso —respondió finalmente, luego de haber abandonado su ensoñación—. Mis preciosos, tendré que dejarlos por unas horas. ¡Leto! Vigila que ningún intruso profane mi santuario.

¿Hablaba con una rata? ¡Hablaba con una rata! A la mujer se le iban las cabras a la montaña, eso ya era un hecho que había quedado bastante claro, incluso desde iniciar esta historia. Pero seguir ahondando en la locura de Átropos es completamente superfluo, es mucho más interesante conocer cuáles serían sus movimientos esa noche, sabiendo que muy pocas veces salía de las catacumbas a cazar. Solía ser un poco inicua a la hora de alimentarse, cosa que había aprendido de su particular creador; también aprendió a borrar sus huellas, así se evitaba que la siguieran. Se trataba de pura estrategia, nada más. Podía estar demente, aun así, velaba por su existencia, que no solía ser la más atractiva. Mira, que estar con un montón de cadáveres y huesos en un lugar tan roñoso como las catacumbas, no era algo lindo. Sin embargo, ella era feliz así. Bueno... feliz en lo que se refería a su locura.

Lo cierto es que, teniendo en cuenta que las galerías subterráneas recorrían casi toda la ciudad, Átropos no se molestó en salir sino hasta determinado momento, y fue entonces cuando vislumbró una grandiosa oportunidad. Se hizo pasar por una mendiga al ver a un matrimonio circular en la solitaria calle; como bien supo, ellos iban a auxiliarla, pero, antes de decidir acabar con sus vidas, su tacto llegó a dar con las telas que ambos ostentaban. ¡Se sintió como un maldito dragón ambicioso! Así que terminó en la residencia de ellos. Eso no se lo esperaban, ¿verdad? Bueno, el caso es que lo hizo porque la avaricia pudo con ella. Los iba a saquear, a matar, a beber, y a hacer esas cosas de un vampiro totalmente fuera de sí.

Y lo hizo, sin remordimiento alguno. Acabó con todos los de esa casa, a los que enterraría en un terreno alejado de la propiedad, que no era nada modesta, aparte de estar muy retirada de la civilización. ¡Una ventaja que no iba a desaprovechar! Luego de haber obrado a su manera, y al notar todo el barro que colmó más su piel, regresó. ¡Claro! ¿Cómo iba a dejar las joyas y todas las cosas de valor en esa mansión? Por favor... era un gran desperdicio.


–¿Vas a robarles las joyas y no esas costosas prendas? De nuevo... patética. Mira como te ves ahora, ¡aún peor!


¡Espejo del demonio que se encargó de acompañar las palabras del homúnculo! Y esa mujer tenía vestidos tan bonitos, y era tan hermosa, esbelta... ¡Ella también quería! Átropos se comportó como una niña caprichosa, hasta se sacó toda la mugre de encima y vistió, después de tanto tiempo, con un traje acorde a la altura de una reina (sí, seguía con esa idea y seguiría siempre así). Tanto quedó extasiada con su propia imagen, que no dejó de mirarse en el espejo, hasta que una puerta abriéndose la sacó de su reciente felicidad.


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Mensaje por Átropos Miér Jun 07, 2017 2:24 am

¿Loca? ¡Claro que lo estaba! Como bien dicen por ahí: lo que está a la vista no necesita anteojos. Y sí, también tenía esa peculiar manía de tocarle los nervios a cualquiera, y tal parecía que con de Grailly estaba surtiendo el mismo efecto; aunque ella, en ese preciso momento, se encontraba tan indignada, que no prestó atención a ese detalle. Oh, sí, Gaspard se había encontrado con la horma de su zapato, justo con una vampira (para más colmo), que fuera tan impredecible como él mismo, que hiciera cosas por los simples impulsos caóticos de su mente, sin prestar atención a la lógica. Ah, también que compartieran ese orgullo por no quererse dominar por nadie en este mundo. Aquello se empezaba a convertir en una guerra de voluntades de dos seres que tenían cosas en común, pero que nunca iban a reconocerlo, aunque estuvieran al borde de la muerte. Preferían morir sin aceptar nada que darle la victoria al otro.

Por eso Átropos actuaba de la manera en que lo hacía, tan indiferente, tan... me importa un franco lo que haga. Pero no, no se iba a ir a ningún lado, ¡no sin que él lo hiciera antes! Así de fácil y comprensible. Claro, era obvio que de Grailly no iba a dar su brazo a torcer (por enésima vez), así que probablemente se quedarían en el mismo sitio, esperando a que el otro diera el primer paso. Seguramente lo haría Átropos, porque no podía dejar que el amanecer le tomara por sorpresa (aunque faltaba muchas horas para eso). Sin embargo, no le haría entender nada, porque quería asegurarse que él se fastidiara hasta que la dejara en paz. ¿Eso quería? ¿De verdad? ¡No! Pero ese estúpido se encargó de herir su orgullo y no cabía en sí misma de lo molesta que estaba.

¡Y tampoco se sintió excitada por el dolor que le provocaba en su nuca! Bueno, su cuerpo si reaccionó, pero su mente estaba ofuscada por el sentimiento de la rabia y la humillación, así que no, no iba a regalarle ni un quejido, aunque no pudo evitar fruncir el ceño y mirarlo directamente a los ojos, con ¿son capaces de adivinar? ¡Así es! La odiosa apatía. La muy maldita de Átropos sabía usar muy bien eso de cambiar de carácter a su antojo. Y no, no era inconsciente de ello, tal y como se ha mencionado anteriormente, ella si estaba muy al tanto de sus cambios de humor y jugaba con tal habilidad (si es que puede llamársele de ese modo), cuando le convenía. Y justo lo aplicaba en el errático de Grailly, quien parecía querer algo más cuando hundía sus dedos en ese homúnculo sin identidad.


–¡Detenlo! No puedo... ¿me estás escu...? Olvídalo, maldita desgraciada.


Uh, otro más que se daba la tarea de insultarla, aunque ya a ese estaba acostumbrada. Sin embargo, no pudo sorprenderse ante los comentarios de Gaspard, pero, ¿a qué no saben lo que hizo? Obvio... No se lo demostró, porque no lo merecía, así de fácil, como que ella no oponía ningún tipo de resistencia. ¡Para volarle la cabeza a cualquiera! A pesar de no querer hacerlo, sólo era cuestión de molestia, nada más. Aunque el otro no se lo estaba tomando nada bien...


–¿Vas a dejar que te hable de esa manera? ¡Eloise! Por favor, ten un poco de compasión por ti misma, mira que ese... Un momento, ¿me ignoras? Ah, sí, claro que lo estás haciendo. Eres una pesada.


Sí, eso también lo era. Oh, ¿y qué se supone que quería de Grailly para hablarle así? Un momento, ¿le había dicho hipócrita y falsa? ¿Por qué? No pudo evitar ese insano sentimiento asociado a la burla. Ciertamente, ese comentario le causó tanta gracia, que empezó a reír como una condenada, sin importarle que él se alejara. Hasta se vio obligada a apegarse a la pared mientras reía. ¿En serio creía que esas palabras le iban a afectar? Bueno, hace unos minutos atrás, sí. Pero ya eso lo había dejado a un lado, como si se tratara de cualquier cosa. ¡Que volátil resultaba ser la tal Átropos en algunas ocasiones!

—¿Y todo eso fue qué? —inquirió, aún sin parar de reír—. A ver, a ver, me calmo... —respiró hondo, aunque sólo se mofaba, porque ni necesitaba del oxígeno como los otros seres corrientes—. ¿Me llamas hipócrita? ¡A mí! Oh, eso es un halago viniendo de tu parte... También lo estúpida, lo arrogante, ¿lo falsa? ¿Y yo en qué te he mentido? Tuviste tu oportunidad para usar tu enorme dominación masculina en mí y dejaste pasarlo, así, sin más.

Soltó otra carcajada, cubriéndose la boca con la mano. La reacción de Gaspard era sumamente divertida, a pesar de no ser la que esperaba hace un rato, cuando se le insinuó con descaro. Pero, tenía que admitirlo, era sumamente divertido verlo así. Bien, quizá con eso terminaría por marcharse, o eso creía...

—¿Ya te cansaste? Bueno, largo. Shu, shu. Tú y yo no podemos compartir el mismo oxígeno, Gaspard y te estás tardando, estúpido, arrogante y sucio humano —se burló, porque no le venía otra cosa a la cabeza que seguir haciéndolo, sin esperar nada de su parte—. ¡Oye! Ya sé que me deseas, pero no es para que me mires así, mi ratita favorita.

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Mensaje por Invitado Miér Jun 07, 2017 5:09 am

Por supuesto, ella se echó a reír con todas sus ganas, una posibilidad que de Grailly había contemplado en la maraña de posibilidades que cada acción tenía en su mente; así debía ser, por otro lado, porque su carencia de empatía y habilidades sociales básicas le impedía saber cómo reaccionaría la otra persona exactamente. ¡Pero no, no hay que sentir pena por él, tener muchas posibilidades era una ventaja! Precisamente porque contemplaba todos los escenarios posibles, pocas cosas lo pillaban por sorpresa; Gaspard, a su manera, era buen estratega, aunque con esa irreverencia existencial suya no lo demostrara, precisamente, y mucho menos cuando se trataba de Átropos.

Hablando de irreverencia, lo que hizo fue lo que menos se podía esperar de él dadas las circunstancias y el asco que decía que le daba Átropos (y se lo daba, eso no era mentira). Efectivamente: Gaspard se rió a coro con ella, dando sonido a esa expresión burlona suya habitual, e incluso cuando ella hablaba siguió riendo, aunque a medida que continuaba haciéndolo se iba revelando más la falta de humor en su risa, que era cada vez más cruel pero menos desquiciada. Sólo se detuvo un poco después de que ella terminara de hablar, ofensivo como solamente él podía ser por su natural desinterés por los sentimientos ajenos: de entrada le daban igual, pero además los de Átropos requerían una paciencia que él no tenía, así que jamás la tendría tan en cuenta.

– ¿Decías algo? Estaba ocupado ignorándote. – afirmó Gaspard, con la inocencia suficiente para que resultara particularmente hostil contra ella, pero ¿acaso no eran hostiles de por sí, incluso mirándose? Es decir, se habían conocido cuando él le había intentado (y conseguido) robar un cadáver, eso de entrada no garantizaba una amistad profunda y duradera, mucho menos cuando se trataba de Gaspard, que no sabía tener amigos (literalmente, no era ninguna exageración, nunca había aprendido). ¡Y menos aún cuando la otra persona (alerta de eufemismo) era Átropos!

¿Qué demonios tenía en la cabeza de Grailly para que le gustara tanto hacer cosquillas a una vampiresa tan inestable como ella? Tal vez él también se daba cuenta de que tenían bastante en común, aunque solamente fuera el hecho de que con ninguno se sabía qué iba a hacer a continuación; tal vez, simplemente le gustaba demasiado el peligro y sabía que no lo iba a matar, así que podía explayarse con ella todo lo que le apeteciera... Fuera cual fuese la motivación de esa cabecita suya, demasiado inestable para lo que podía llegar a parecer (y para como podía llegar a comportarse, porque es bien sabido que Gaspard sabía cómo concentrarse, otra cosa es que lo hiciera), allí estaban, atrapados en ni se sabía qué.

– Estoy bastante seguro de que ofrecer un negocio que no planeas cumplir y cambiar de opinión a los cinco minutos, diez si quieres que sea generoso, se puede considerar falsedad. Pero, ¡eh!, no me hagas mucho caso; total, sólo soy un pueblerino sureño al que se le da bien robar tumbas y poco más, ¿no? – ironizó, profundamente, el aquitano, y le dio más información sobre él de la que ella le había preguntado en ninguno de sus encuentros, pero nada demasiado grave. A nada que se prestara atención se notaba en su forma de hablar que Gaspard no era de París ni ciudades aledañas; si se pasaba un mínimo de tiempo con él, sus gustos y conocimientos se revelaban bordeleses, y aunque Átropos no había llegado a tal extremo con él, tarde o temprano lo haría.

¡Así era, Gaspard no se engañaba pensando que se libraría de ella! Es decir, tenía esa esperanza, pero era un hombre profundamente realista (¿cómo si no podría serlo un hombre que se dedicaba a robar y profanar tumbas, vamos a ver?) y sabía que los vampiros eran caprichosos, especialmente aquellos con complejo de superioridad. ¿Y quién tenía complejo de superioridad en exceso de todos los vampiros con los que se había relacionado en los últimos tiempos...? ¡Bingo, Átropos! Tampoco es que mantuviera el contacto con muchos, más allá del sexo y los mordiscos, pero se había vuelto un experto en el tema, y sabía de buena tinta que Átropos era especial (rara) hasta para un vampiro, así que ya no se lo planteaba.

– Llevo cansado desde antes de empezar, vampira. – sentenció, y no la llamó esta vez por su nombre porque no le apetecía darle ese lujo, sencillamente. Estaba volviendo a pasos agigantados a su indiferencia de hasta ese momento, una que le sentaba mucho mejor que a Átropos, pese a que Gaspard fuera un hombre tan expresivo que le pasaba factura en su rostro, con algunas marcas de expresión ya. ¿Qué le iba a hacer? Era humano, le gustaba ser humano, sobre todo comparándose con los vampiros con los que trataba, y dejando eso aparte, le gustaba ser exactamente quien y como era, así que ¿para qué cambiarse? Por eso llevaba tan bien sus cambios de humor: eran producto de su psique, como lo era su natural desobediencia, que lo clavó al suelo aunque Átropos le hubiera invitado a marcharse; así se gustaba, así sería. Fin de la historia.
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Mensaje por Átropos Miér Jun 07, 2017 11:32 pm

¿También se estaba riendo? ¿Junto con ella? ¡Por qué! Ah, cierto, era otro loco de atar más, ¿qué otra cosa se podía esperar, cierto? Y aunque algunos creyeran que eso a Átropos no le iba a hacer nada de gracia, lo cierto es que... lo pasó por alto. Sí, señores, lo hizo porque estaba... ¿cómo estaba? Ya ni lo sabía. Había llegado al punto de no tener la mínima idea de lo que hacía ahí, de frente a ese bastardo que sólo le había dado dolores de cabeza (placer también, pero ya ven, la indignación no la dejaba recordar). Cualquier acción que tomara para obtener algo de Gaspard, iba a ser inútil, ¿para qué engañarse? Él no hacía más que actuar siempre a ese modo tan... ¡tan desquiciante! Aparte de intentar agredirla con palabras. Oh, en eso sí que estaba errado, porque no iba a surtir ningún efecto en ella. No cuando se hallaba en esa rara y obstinante posición. Bien, hay que asimilarlo de una vez por todas: ambos se querían fastidiar de alguna forma y les fallaban todas las posibilidades.

Aunque Átropos estaba bien segura de que de Grailly era complicado, excesivamente dispar a la hora de razonar, también se aseguró de obtener información conveniente. Ya saben, para usar en su contra y fastidiarlo más. No era ninguna idiota, y por supuesto, él lo sabía muy bien. Pero era tanto el desorden mental de la vampira, que resultaba agobiante seguirle la lógica (que no existía, obvio); así que el hombre sólo actuaba como consideraba conveniente según el momento: no obedecerle ni a una sola vez. Así de sencillo. Y claro, Átropos lo sabía y empezaba a saborearlo, más no lo demostraba. Eso sería arruinarse sus próximos planes. Sin embargo, esa sonrisa que se mantenía bien firme en sus labios dejaba mucho que pensar. Incluso, llegó a mostrar parte de esos colmillos que a Gaspard tanto enloquecían (y no lo podía negar, eso ya lo sabe todo el mundo). Lo que lleva a pensar una cosa: ¿de verdad sentía asco por ella o era una reacción gracias a su enorme orgullo? Un misterio universal, sin duda alguna. Bueno, no era como si a cierta vampira loca le importase, porque lo que pensaban los demás de ella le valía menos que un cacahuate. Y fue precisamente eso lo que le dio otra idea bastante rara.

—Si estabas tan ocupado haciéndolo, ¿por qué hablaste? Ilógico —respondió con sorna, sin tener la menor intención de moverse de su lugar—. Hipócrita...

Y ahí estaba de nuevo, picándolo con sus propias palabras, notándose a leguas que lo hacía adrede y lo disfrutaba. Porque, claro, esa era su misión, luego de haberlo golpeado (que era su otro fetiche, por supuesto, eso no se le puede negar). El humano era su cajita de Pandora y no lo iba a soltar tan fácilmente. Pero, ¿qué diablos estaba haciendo? ¿No tenía que matarlo? Ah, no, era su hermano homúnculo el que lo quería muerto. Que, por cierto, no quiso meterse más, ya resignado a que Átropos no le haría caso y continuaría perdiendo parte de su eternidad en ese estúpido ladrón de cadáveres.

—También se le dan bien otras cosas —dijo con un tono jocoso, fastidioso, algo que le causaría repugnancia a Gaspard, ¿o no? Bueno, quien sabe, sólo le habló de ese modo porque sí—. ¿Y por qué sigues, de Grailly? Digo, si tanto te canso, ya te habrías marchado y pasado de mí. A menos que de verdad quieras otra cosa de mi parte... Y no solamente colmillos o que cambie de idea con respecto al negocio que te ofrecí.

Chasqueó la lengua e hizo un mohín, completamente fingido, eso era obvio. Luego se mordió el labio y observó a de Grailly con picardía. ¿Qué demonios estaba preparando? Ya a estas alturas ya ni se sabía. Primero no se iría para llevarle la contraria al otro y ahora... ahora había cambiado de opinión. O tal vez no. ¡Qué difícil eran esos dos! Jugando a la indiferencia y a quién sabe qué otras cosas más, porque estaba complicado saberlo. Lo cierto es que Átropos decidió acercársele esta vez, colocando sus manos en esos brazos fuertes de Gaspard, hasta detenerse en sus hombros. Y como si fuera poco, (¡porque ya no existía ninguna lógica en ese encuentro de dos locos de carretera!), se atrevió a besarlo (con mordida incluida, eso no se podía pasar por alto). Después, como si no le hubiera interesado, se separó.

—Vamos... es imposible que ocultes tu orgullo, humano. ¿Por qué le das tantas largas al asunto? Tu principal problema está en que deseas tener control sobre esta vampira. Ah, no respondas, no es necesario, aunque te lo pida con cortesía, no lo harás —dijo de manera estudiada, antes de soltar otra cosa más—. Imagínate si te digo que puedes hacerlo por una noche, ¿qué harás? ¡Ah! Cierto, rechazarás oferta. Uh, bueno. Adiós, pueblerino.


–¡Basta de pensar estupideces...!


No, esa cosa no podía quedarse callada por mucho tiempo, pero Átropos quiso ignorarlo de nuevo. Estaba tan de buen humor, (sí, para ella, estar indignada, sosegada, loca... era estar de buen humor), que no le prestó atención. Así que, sin más, se apartó del hombre, quedándose un momento quieta, para luego decidir iniciar la marcha. De un momento a otro le había dejado de importar lo que él hiciera o dejaba de hacer.

—Y ve a recoger tu muerto, antes de que se pudra. Ah no, cierto... se lo lancé a las ratas para que se alimentaran. Se me había pasado ese detalle, ¡qué pena! —Tramposa, y sí, falsa también. Gaspard tenía razón—. De nada, pueblerino.


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Mensaje por Invitado Jue Jun 08, 2017 5:37 am

Átropos estaba molesta, por supuesto que lo estaba, ¿y qué hizo Gaspard al respecto? ¡Nada! Bueno, para responder a eso había que especificar qué había hecho el aquitano en qué momento, pero con lo último que ella había dicho y hecho, el resurreccionista decidió mantenerse quieto, ¡bendita decisión! Así pudo soportar mejor el hecho de que lo besara (absolutamente desagradable para él si no había nada de su fetiche de por medio); lo de que lo insultara lo soportaba bien de cualquier manera, así que no contaba demasiado, ¿no?

Es decir, cuando alguien lleva años escuchando que se refieran a él de todas las formas posibles, especialmente malas (y a estas alturas ya debería estar más que claro que Gaspard odiaba que lo llamaran necrofílico, señal de que lo habían hecho muchísimas veces en su vida), ya como que desarrolla una coraza. No es que le diera igual todo, la indiferencia no era más que una compañera temporal del hiperactivo muchacho (la cual, por cierto, se había mantenido ausente un rato. ¿Gracias, Átropos...?), pero había aprendido a que se la resbalara en la mayoría de los casos. Para su desgracia, ese era precisamente el quid de la cuestión: aquel caso no era como la mayoría.

Enumeremos: era una vampiresa, podía morderlo, era hermosa y estaba dispuesta a darle a de Grailly lo que quería. Con semejantes antecedentes, el veredicto lógico sería que Gaspard a esas alturas debería estar revolcándose con ella, y aunque ya lo había hecho, no se le pasaba por la cabeza, lo cual, siguiendo la lógica, debía de indicar que ella no era, para él, como todas las demás. ¡Qué bonito, por Dios! Como todas las demás vampiresas, debía decir, y no era tan bonito si se pensaba en ello, porque Gaspard no solía matar a quienes lo volvían tan loco, pero si ella no era como el resto... bueno, era una posibilidad.

No es que tuviera la menor intención de matarla en ese preciso momento, ¡qué pereza! (sí, para él, que tenía trastornos en la motricidad demasiado fuertes para la época, ¡él hablaba de pereza! Sí que le comía el coco Átropos...), pero admitía que podría llegar a hacerlo sin lamentarlo demasiado. Una de las mayores ventajas de su psique poco empática era que la muerte no le quitaba el sueño, y aunque no hubiera hecho la de un humano nunca (todavía, y únicamente porque no había surgido, que si no, ya habría cadáveres con su firma por el mundo), sí que había matado a algún vampiro.

Había sido en defensa propia, ¿de acuerdo?, eso tenía que quedar claro. De joven era (aún) más impulsivo y menos reflexivo, y cuando se había juntado con un grupo de maleantes y se habían dedicado, en gloriosa rebeldía, a vivir al margen de la ley, de poco a nada le había importado el riesgo que corría en su vida diaria, y mucho menos en el lecho. Consciente desde hacía ya tiempo de lo que lo excitaba, Gaspard había buscado activamente vampiros dispuestos a morderlo, pero, y no sabía si por la edad o qué, se los había encontrado cada vez más locos, hasta el punto de que uno no reaccionó cuando le dijo que parara.

¡Suerte que ya para entonces tenía cosas de plata! Una daga, que el irlandés que lo había bautizado como leprechaun le había colado bajo la ropa; eso había sido suficiente pese a la pérdida de sangre para quitarse de encima a esa bestia, para debilitarlo hasta que le arrancó el corazón, literal, y se lo aplastó con la pata de madera de una mesa de la habitación donde estaban. Después de esa experiencia casi mortuoria, Gaspard había decidido madurar y que había tenido suficiente de arriesgarse gratuitamente: aprendió a pelear, a defenderse y a matar vampiros, y lo había hecho cuando su propia vida corría peligro. Punto.

¿Acaso extrañaba lo contrario viniendo de él? Gaspard era egoísta y solitario, pero precisamente por eso no mataba a nadie porque sí, sino que sólo lo hacía cuando tenía un motivo de peso como, eh, no sé, ¡su propia existencia! Pese a que se hubiera criado en una familia rica, demasiado, Gaspard había elegido vivir sin nada más que su propia vida, y por eso había aprendido a valorarla por encima de todo lo demás. Eso solía significar que ignoraba completamente la moral, la ética y los modales, pero ¿acaso tenía cara de que le importaba...? Lo único de lo que tenía cara era de aburrimiento, y eso era cosa de Átropos, exclusivamente.

– Dices que se te dan muy bien otras cosas, pero te veo hacer lo mismo de siempre, así que no me lo trago. Hablando de tragar, eso es precisamente el único motivo por el que sigo aquí: aún no te has puesto de rodillas conmigo, y francamente, me decepcionas. – espetó, maleducado aunque no hubiera entrado en detalles de cómo planeaba atragantarla a base de embestidas en su boca, pero sin sonreír al respecto, porque no le apetecía. – La palabra que buscas es irreverente, y tal vez mentiroso, eso no lo niego. – añadió, con ambas manos apretadas en puños y apoyadas en su espalda, lo cual le hacía sacar pecho.

Por supuesto, lo de sacar pecho era algo más real que metafórico, pues no necesitaba decirlo ni dejarlo claro para que se notara que eso era lo que llevaba haciendo desde que la había conocido, robándole uno de sus muertos. Y justo cuando se le pasó esa idea por la cabeza volvió a hablar. – Te tengo dicho que no te necesito para conseguir muertos, Átropos. Dura de oído también, por lo que veo. – afirmó, encogiéndose de hombros, y entonces la miró con fuego en los ojos verdes, una sonrisa casi demente en la boca. – Arrodíllate. Estoy aceptando tu oferta y dándote lo que quieres, ¿no lo valoras acaso? El pueblerino es más listo que la reinecilla... No tenía dudas al respecto, no hace falta que lo confirmes. – ordenó.
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Mensaje por Átropos Vie Jun 09, 2017 1:23 am

Se iba a ir, porque quería; porque ya se había cansado; porque de Grailly se notaba especialmente predecible y eso le aburrió. Así, tan sencillo como sumar con los dedos. No había ningún gran misterio en ello, sólo se trataba de simple deducción y sentido común (del que carecían Átropos y Gaspard), en especial por el rumbo que estaba tomando la situación, tan diferente de su primer encuentro. ¡Hasta en eso eran condenadamente erráticos! Vacilaban con sus acciones, porque les daba la gana y parecían justificarse en las acciones del otro, aunque ni estaban al tanto de que hacían eso. Resultaría ridículo para ambos, pero eran tal para cual, tenían más similitudes que discrepancias, ¿y qué mejor muestra que ese encuentro forjado en la pura casualidad? ¡Es más! Ya con quererse picar constantemente era muchísima evidencia. Actuaban siempre de manera contraria a lo que consideraría el otro. Y con ese orgullo enorme que se gastaban, aquello no tenía pinta de acabar en algún momento.

Aunque, tenía que reconocerlo, ella había sentido la necesidad terrible de tentar a Gaspard de diferentes maneras, incluso mordiéndolo, pero él... ¡Él no aceptó nada! ¿Pretendía que Átropos iba a estar rogándole toda la noche? No, no y no. Eso, por supuesto, lo sabía bastante bien. Sin embargo, no lo iba a reconocer nunca, y todo por la manía de no obedecerla. Un momento... ¿era obedecerla? Quizás estaba malinterpretando todo. ¡Claro! Era comprensible. Su actitud se aferraba a ese continuo disparate de la vampira de creerse una reina (de las Catacumbas sí que lo era, pero ya es otra cosa), y siendo de Grailly un ser anárquico (hasta para pensar), lo más idóneo era que tomara dicha posición. Lo único era que, a pesar de hacerse la idea de que todo le aburría, seguía ahí, plantado como un árbol, esperando quién sabe qué; porque incluso siguió en su lugar mientras Átropos ya iba marchándose.

¡Pero tuvo Gaspard de Grailly la brillante osadía de responderle para hacerla parar en seco! ¿Qué condenada manía tenía para seguirla fastidiando? Ya no quería nada de él, ni placer, ni que la tocara, ¡nada! La aburrió, tan fácil como eso. Además, ya le había dejado bastante claro que no iba a seguir con sus planes, porque él no los aceptó antes, así que no retomaría nada. Que se lanzara a un pozo si le daba la gana y que recordara que estaba lidiando con una vampira arrogante, falsa y con la mente tan arruinada como la suya, ¿no era lo mejor? Oh, obvio que no. Estamos hablando de un hombre aferrado al desorden, que no se sabe qué rayos pasa por su mente. Así que bien, no hace falta juzgarlo demasiado, no habrá forma ni manera que preste atención, aunque Átropos esté a punto de dejarlo hablando solo, va a seguir atado a su terquedad.

Y hablando de mentes inestables... ¿Qué no era eso lo que ella quería? Deseaba que le diera satisfacción. Porque sí, lo buscó desde un principio, pero ya luego, ¿luego qué? Luego nada. Bah, Gaspard de Grailly era de esos que sólo servían para calentar y nada más. Y adivinen... ¡Ya ella se había enfriado! Y no, no porque era un vampiro, sino porque el deseo se le esfumó. Maldito de Grailly que tenía tantos efectos negativos y positivos; hasta le hizo perder las ganas de matarlo por haberla engañado (esa era una idea que se había hecho sola, porque estaba loca, claro). Por eso se pensó varias veces si ignorarlo o refutarle. Terminó haciendo lo último, girándose para confrontarlo otra vez, porque ¡hola, orgullo! ¿Cómo estás?

—Te decepciono, pero quieres que me ponga de rodillas —entornó los ojos, moviendo la cabeza ligeramente, como si estuviera repasando las palabras de Gaspard—. Cierto, no te entiendes ni tú mismo, para que me molesto en hallarle lógica a tus palabras, ¿verdad? Es perder el tiempo, tiempo que sigo perdiendo —sentenció. Ya su tono de voz decía mucho de cómo se encontraba en ese momento—. ¿Irreverente? ¿El mismo que me acusa de que no hago nada nuevo, pero él no se queda atrás?

Exhaló, se miró las uñas y luego... nada. Silencio y más silencio. A Átropos no le surtieron efecto las palabras de Gaspard esta vez, ¿no era es lo que él quería? Quizás si pretendía deshacerse de ella, y mira que estaba a punto de conseguirlo. Sin embargo, había algo más, y ello lo vislumbró en su mirada, y lo ignoró. No, no. Ya no iba a caer otra vez. Si la quería de rodillas (y sí, de una manera muy pervertida), se tendría que esforzar. Si se lo hubiera dicho poco tiempo atrás, la habría tenido de esa manera tal y como quería, pero no... Ahora no. Porque así era Átropos, un bucle dimensional de emociones y pensamientos inconstantes.

—¿Y me quieres dar una orden? ¿Y ahora si quieres aceptar mi oferta? Lo siento, pueblerino listo, pero la oferta dejó de tener validez hace varios segundos atrás —dijo con indiferencia. Ni ella sabía qué esperar—. Así que no. Busca a otra que te haga el favorcito de arrodillarse y hacerte cosas sucias. Ya me aburriste...

¡Y que hiciera lo que se le viniera en gana! Ya su orgullo la había superado a esas alturas. ¿Culpa de quién? Culpa del señor mente errática que no se ponía de acuerdo y dejaba pasar por alto las oportunidades.

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Mensaje por Invitado Vie Jun 09, 2017 9:52 am

Para una vez que Gaspard se comportaba como un hombre predecible, énfasis en lo de hombre porque tenerla arrodillada era lo que cualquiera de su género querría (no hace falta entrar otra vez en que Gaspard era rarito y él no funcionaba como el resto, ¿no...?), ¡ella iba y se negaba! Pero lo peor no fue eso, sino la excusa con la que le había dicho que no, a saber: la oferta había caducado hacía unos segundos, más o menos los que hacía que a ella le hubiera dado la gana que así fuera; ¿cómo demonios pretendía Átropos que Gaspard la soportaba si se ponía así...? Madre mía, no, el aquitano se agotaba con sólo pensar en intentarlo.

Así que sí, vale, se había negado, ¿y qué? Era evidente (aunque más lo sería si se ponía de rodillas, ¡ejem!) que de Grailly no estaba en lo más mínimo excitado, no como ella había estado hacía un rato y podría volver a estarlo enseguida, ya que Gaspard sabía cómo conseguirlo; la cuestión no era esa. No había contradicción alguna en pedirle (no, no pedirle, ordenarle) que se arrodillara si no la aguantaba, ya que lo había hecho precisamente para eso, a ver si así conseguía tolerarla un poquito más. Ella se había negado, como, por otro lado, él pensaba que sucedería, y los dos seguían sin aguantarse, ¡todos tan contentos!

Excepto porque no, no lo estaban, ninguno de los dos estaba precisamente feliz cuando veía aparecer al otro (o sí, pero no de la forma típica y de diccionario de la felicidad, así que no cuenta), pero esa era parte de la dinámica que se traían, y en la cabeza de ninguno de los dos cabía la posibilidad de cambiarla. ¿Para qué? ¡Se acabaría la diversión si así era! Otra cosa no, pero había que reconocer que se lo estaban pasando bien, y por mucho que ambos cambiaran de opinión cada, aproximadamente, tres segundos y medio, ninguno podía negar que la noche estaba siendo más entretenida que excavando otra tumba, en el caso de Gaspard, y... eh... bueno, en lo que fuera que Átropos hiciera en las Catacumbas.

El expresivo de Grailly no pudo evitar poner una mueca momentánea de asco al imaginarse, con su demasiado vívida mente, lo que Átropos podía hacer en las Catacumbas, sola y rodeada de muertos y ratas pero con un apetito que había catado por sí mismo. Con eso, todas las ganas que hubiera podido tener de que se le pusiera de rodillas se esfumaron por completo, como si hubieran sido eliminadas de la faz de la tierra en la que ambos se encontraban y habían decidido coincidir (bueno, técnicamente no lo habían decidido, y también lo habían hecho bajo ella, pero ¡qué más da!).

Efectivamente, a Gaspard se le marchó cualquier excitación residual, pero tratándose de Átropos sí que continuaba esa diversión enfermiza (macabra aún no, pero estaban en ello, de eso podía estar casi seguro) que los ataba al otro sin que pudieran explicarse muy bien por qué, así que eso era, quizá, aún más peligroso. Si ya de por sí ambos lo eran, Gaspard por cazador y Átropos por vampiresa, con el agravante de que ninguno de los dos era en lo más mínimo predecible, si estaban inmersos en algo tóxico, lo serían aún más, tanto para sí mismos como para el otro... Y dado que tóxico era la palabra que mejor definía lo que tenían, fuera eso lo que fuese, sólo había dos palabras que pudieran resumir su situación: estaban jodidos.

– No te confundas, yo me entiendo. He aceptado desde hace años que la mayor parte de lo que pasa aquí arriba... – se interrumpió un momento para darse un toquecito en la frente con el índice, y de paso aprovechó para mentalizarse de que debía seguir hablando, ¡con lo que él lo odiaba! Qué pereza. – ...lo que te decía, que esto que pasa es una sorpresa, pero no es ilógico en absoluto. Que tú no veas la lógica no es problema mío, pero revísate esos oídos tuyos, ¡que te hablo yo y no tu homúnculo! Irreverente soy yo, estúpida, y es innegable. – espetó, echándose hacia delante para dar fuerza a sus palabras, como si su tono hostil y burlón no hubiera sido lo suficientemente expresivo.

Qué le iba a hacer, a veces Gaspard era como el alfa de una manada de animales, pero de animales de los de verdad y no humanos que se transforman en ellos, eso no. Gaspard era como un lobo solitario pero que, si se juntaba con otros, era el omega; sin embargo, a veces se ponía por encima del resto y se imponía a los demás, y eso había hecho con ella. ¡Para que luego lo acusara de que no la sorprendía! ¿A que eso no se lo esperaba del Gaspard que había conocido...? Y si lo hacía, bien por ella, no era problema del aquitano lo que ella o cualquier otro decidiera pensar con respecto a él; de hecho, se la traía bastante floja, exactamente igual que como se la ponía mirarla a ella.

– Bah, paso. Me voy con mis muertos. Los prefiero a vosotros, muertos vivientes, pero vamos, muchísimo más. – sentenció, con ligereza, y se metió las manos en los bolsillos, de modo que sus brazos volvían a sobresalir por la postura (y por su masa muscular, pero esa era otra historia), con aire incluso campechano. ¡Era un pueblerino, demonios, esa parte de él le gustaba! La de haber vivido demasiado sin salir de allí no, y la de su familia rica tampoco demasiado, pero nadie es perfecto, ¿no? Y Gaspard, desde luego, menos, no sólo porque no lo era, sino porque carecía del ego necesario para creérselo.
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Mensaje por Átropos Vie Jun 09, 2017 11:46 pm

¡Ya estaba bueno! Toda aquella situación ridícula la había superado mucho. ¡Jah! Sí, a ella, una vampira que estaba peor que todas las especies de cabras habidas en el mundo. A Átropos, cuyo nombre no era Átropos, pero que se llamaba a sí misma de ese modo porque se creía la reina muerte; a una criatura con una deformidad bien disimulada en la nuca, pero deformidad al fin y al cabo. ¡A ella! A una demente con ínfulas de grandeza y con una cabeza completamente inestable... Ya a este punto no se puede seguir ahondando demasiado, ya con lo anterior dicho, y la situación en sí, era prueba suficiente para... ¿para qué? Ah, cierto, para no saber qué iba a pasar en los siguientes minutos. Mejor dicho, para no saber qué ocurriría en los próximos segundos. A cualquier lector le dolería la cabeza con estos giros tan dramáticos en la historia; sin embargo, tratándose de Gaspard de Grailly y Eloise de... Átropos, es bastante comprensible, aunque no deja de intrigar la necedad que habían tomado los susodichos con respecto al comportamiento del otro.

¿Atracción fatal? Tal vez, ya como se ha dicho, no es sencillo pretender que se les va a entender. Pero sí, podría ser. En otras circunstancias, la reina de las Catacumbas ya se habría marchado a su lugar roñoso lleno de muertos y ratas, aun así, no lo hizo, ¡se detuvo a seguirle la contienda al otro orgulloso del demonio! Porque, aunque jamás iba a admitirlo, algo muy dentro suyo le obligaba a refutarle (y no se trataba de su molesto hermano residual, que parecía más callado que uno de los muertos a los que llamaba súbditos). ¡No había nadie que la hiciera frustrarse tanto como Gaspard de Grailly! Ay, como odiaba admitirlo; la única idea le hacía arder cada centímetro de su cuerpo (y no de la manera que piensan, ¡pervertidos! Bueno, un poquito nada más). En fin, sí, odiaba haberse dado cuenta de ese detalle. ¿Por qué él y no otro? Ni siquiera su sire había causado tal efecto, a pesar de ser aún más orgulloso que ese ladrón.

Pero, tan rápido como viajaban sus pensamientos, se cuestionó una cosa: ¿Por qué él le seguía respondiendo si no le gustaba hablar mucho? Oh, ¡interesante! Ella también había ganado algo en toda esa disputa ridícula. Las intenciones de Gaspard de continuar ahí, picándola, se lo demostraban. Pero, ¡momento! Estaba molesta con él, que no lo olvidara. ¿Si estaba molesta? Bueno, aburrida sí, porque ese estúpido había arruinado las cosas y ella se encontraba en un estado de indignación que iba más allá de todas sus creencias. Y para más colmo, la información que le llegó de su cabeza (maldita imaginación la de ese hombre), empeoró más su estado. ¡Era para que le arrancara la cabeza de una vez por todas!

–¿Y por qué no lo haces? ¡Acaba con ese humano de porquería!

¡No! No quería hacerlo. Ese era el grandísimo problema. Por eso estaba tan frustrada, más consigo misma que con de Grailly. ¿Qué sería de ella sin esa pizca de tormento que resultaba el descubrimiento de ese humano rebelde, el mismo que había dado con su debilidad y adicción al placer? ¡Y que también tuvo la osadía de robarle a uno de sus muertos! Doscientos años sin emoción alguna... Doscientos años encontrando a humanos insignificantes que apenas servían de alimento. ¡Vaya! Ahí tenía la respuesta, pero jamás iba a revelarle tal información a Gaspard, aunque igual él ya llevaba ventaja en el asunto, debido a sus propias acciones.

—¡Cállate! ¡Me das dolor de cabeza cuando hablas! Basta ya, de una maldita vez —espetó, llevándose las manos a la cabeza, alborotándose un poco más el cabello mientras cerraba los ojos con frustración—. No eres irreverente, sólo eres una estúpida rata de pueblo, con el perdón de las ratas de verdad. —Porque sí, ella tenía muy claro la diferencia entre las ratas animales y las ratas con forma humana; y no, no esas que pueden transformarse en ambas cosas—. ¡Ya lárgate de una vez! ¡Quédate con ellos, estúpido!

¿Celos? Tal vez... O no. ¡Qué difícil era lidiar con Átropos cuando se desquiciaba! Bien, era difícil casi siempre, pero otras más, así como en esos escasos segundos en los que decidió darse media vuelta e irse por donde vino. Pero, adivina adivinador, ¿qué hizo la vampira loca esta vez? No es complicado de saber, ¡vamos! Es sencillo deducirlo... ¡Correcto! Como había decidido irse, se regresó, abalanzándose sobre Gaspard, presionándole el cuello al estar sobre él. Y antes que fuera a reaccionar o algo, estuvo a punto de romperle el cráneo contra el suelo. Pero se aguantó... ¡maravillosamente hizo algo cuerdo!

–¿Qué? ¿Por qué te detuviste? Eres una estúpida...

—No, no, mentira. Pero tú no parabas de hablar y de decir tonterías. ¡Mira lo que provocas! —Había soltado, mientras le acariciaba el rostro. ¡Estaba tan loca!—. Es tu culpa... es toda tuya, humano.


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Mensaje por Invitado Sáb Jun 10, 2017 6:14 am

En sus treinta y cuatro años de vida ni una sola vez le habían dicho que si se había metido problemas era hablar mucho, así que, en cierto modo, Átropos podía afirmar con total rotundidad que había desvirgado a Gaspard de Grailly en algo. ¡Enhorabuena! Podía pasar a recoger su premio luego, cuando volviera al agujero de las Catacumbas del que había salido, por algún motivo que el aquitano desconocía y que no le interesaba lo más mínimo conocer; desde luego, Gaspard no iba a darle la enhorabuena, aunque debiera reconocer que se encontraba medianamente entretenido con la situación.

Que no estuviera dispuesto a admitirlo, sin embargo, no significaba que no se le notara en la cara: los ojos verdes del resurreccionista brillaban con el interés, y estaban bastante abiertos, como si en condiciones normales no ocuparan el suficiente espacio en su rostro pálido y anodino para él y probablemente para nadie más. Además, su boca se encontraba en una mueca semejante a la sonrisa de Mona Lisa, una obra (la Gioconda, ¡hasta su nombre sabía!) de la que le había hablado su familia de crío, aunque no recordara muy bien a qué había venido. ¿Para recordarle que eran ricos? ¡Menuda tontería, ya lo sabía!

Nunca había tenido el más mínimo problema a la hora de conjugar que alguien fuera rico con que trabajara, y en eso Gaspard escapaba totalmente a la mentalidad imperante en el reino del que era oriundo. A él y a sus hermanos los habían lanzado a las viñas desde que eran niños, y si bien Gaspard Henri de Grailly era el que más tiempo había pasado entre cepas y parras, los demás también habían catado algo de trabajo duro, quizá para mantenerlos humildes y recordarles que el dinero no caía del cielo, sino que se ganaba. ¡Bien que lo había aprendido eso él, que se dedicaba a excavar tumbas ajenas para ganarse los francos...!

Sí, Gaspard sobrevivía con sangre, sudor y ninguna lágrima porque no lloraba, no era de esos, pero no había que malinterpretarlo asumiendo que se refería a que no era de esos hombres, sino que él no era de esos seres humanos: sentir estaba bien, vale, pero ¿demostrar que sentía pena? ¿Él, que jamás la había sentido en su vida? ¡Ni de broma! La única vez que había tenido algo parecido a eso había sido cuando se había separado del padre Clément, el único progenitor que había sentido como tal en su vida, pero al final lo había superado, como todo, y había pasado página. ¿Acaso la vida no consistía en eso?

¡No, para Átropos y para él no! Estaban condenados, se temía, a bailar la misma melodía durante todas sus existencias, sin final y con ligeras modificaciones, porque se sentían enfermizamente ligados y disfrutaban de forma no menos sana de bailar hasta morir. Ah, qué afortunada estaba siendo la vampiresa: no solamente tenía entretenimiento en el hombre al que estaba intentando ahogar y encima del cual se había aposentado (¡y qué cómoda estaba, seguro!), sino que, encima, lo tenía filosofando, demostrando esa educación cuidada que había recibido pero que se empeñaba en mancillar a cada momento que tenía oportunidad de hacerlo. Glorioso, de verdad; cuántas facetas de Gaspard estaban saliendo a la luz en poco rato.

Pero de Átropos también, porque el aquitano era lo suficientemente avispado para detectar los celos, aunque hacia él jamás nadie los hubiera sentido. La miró con una ceja alzada, ajeno a la locura que ella estaba despertando en sí misma, y medianamente curioso porque ella se había puesto posesiva con él, como si le perteneciera... Y eso que él no pertenecía ni pertenecería nunca a nadie, que se fuera olvidando de eso. Aun así, le pareció interesante, y lo cierto es que tampoco tenía muchas más cosas en las que pensar en ese momento, así que ¿por qué no centrarse en eso que ella había dejado caer, así como al descuido? Porque si de algo estaba seguro Gaspard era de que ella no se había dado cuenta, no conscientemente al menos.

– Si tanto te molesto, cállame, furcia. – espetó, y ni siquiera el insulto que había utilizado con la vampiresa que se creía una reina sonó tan duro como su tono de voz, en contraste con su expresión aún curiosa e interesada. Bendito fuera el aquitano y su naturaleza, hecha de cosas tan irreverentes, aunque ella no se lo creyera, que él mismo era un contraste con piernas, y qué piernas... Musculosas, como el resto de su cuerpo, aunque todo él se encontrara en un estado de relación tal que casi parecía que sabía que Átropos no lo mataría.

No, dejémonos de eufemismos: sabía que no lo iba a hacer, por rata inmunda que lo considerara, y eso era mucho decir cuando ella se rodeaba de esos roedores. ¿Y cómo podía estar tan seguro? Pues muy sencillo: cuando se encuentra, así por casualidad, a la horma del zapato de uno, no se la elimina así como así, ni siquiera aunque la horma de ese zapato apriete mientras te acostumbras a llevarlo. Átropos y él podían hacerse rabiar, vaya que si lo hacían, pero si algo estaba claro era que los dos eran masoquistas y disfrutaban de la situación, así que así seguirían hasta que... bueno, hasta que decidieran que se habían cansado de una vez. Por el momento, ese día parecía que iba a tardar en llegar, así que ¡a disfrutar de la fiesta del odio y la Bacanal del asco que compartían!
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Mensaje por Átropos Dom Jun 11, 2017 1:10 am

Átropos podía estar muy loca, pero, precisamente, era esa misma demencia de ella la que solía despertar interés, sobre todo en personajes como Gaspard de Grailly, a quien no se le podía considerar como cualquiera del montón. ¡Y que mejor ejemplo que su mente desordenada! Tan desordenada como la de la misma vampira que había asaltado en las Catacumbas cierta noche de trabajo, creyendo que nunca jamás la vería, que aquello sólo fue... ¿qué fue? Un mal encuentro, quizás. Sin embargo, esta vez no podía reconocer lo mismo, porque de ser así, ya se habría marchado, y no, no lo hacía. Gaspard parecía disfrutar, muy dentro suyo, esa calamidad de molestar a Átropos, de ver hasta dónde podía llevarla, porque sabía que estaba tan loca como un rebaño de cabras, y aparte, conocía su morbosa adicción al dolor. ¡Y él se complacía a sí mismo en causarle placer mediante la tortura! No podía sentirse más atraído, aunque lo negara rotundamente, porque sí, tenía un orgullo de proporciones cósmicas.

Además, ¿cómo iba a dejar pasar por alto tan brillante oportunidad? Porque, aunque su labor implicara persecuciones y clientes quisquillosos, lo de Átropos iba más allá, a pesar de ese detalle grotesco que se ocultaba en su nuca. Bien, eso era algo que podría ignorarse, siempre y cuando no se removiera el cabello que lo cubría. Pero sí, ella parecía romper todos sus esquemas, rebasaba sus límites, ¿y qué más podía pedir? La vampira tenía lo suyo, a pesar de su locura. ¿Y saben qué es lo mejor y lo peor? Que ella se encontraba en la misma posición que de Grailly. El muy bastardo había conseguido cambiarle el carácter en poco tiempo, y eso era algo complicado. Si perdía interés, lo hacía y ya, fin del tema. Sin embargo, Gaspard de Grailly lograba hacer que cambiara de opinión de un momento a otro. ¡Maldito! Como lo odiaba... Porque sí, lo odiaba a su modo. Y no, no era de ese odio que se profesaba la gente corriente, aquello era algo muy intenso y masoquista, y siendo ella una depravada... se le daba muy bien lidiar con eso.

Por esa misma razón se había abalanzado sobre él, cuando no quería que la tocara; cuando se había jurado a sí misma que la aburría; cuando estaba muy indignada con él... Había terminado de nuevo con ese desgraciado ladrón. ¡Y estuvo a punto de romperle la cabeza! Pero se detuvo, porque no quería hacerle eso ¡no quería! Su cabeza le dio vueltas por un momento. Ni ella misma se entendía; tampoco le interesaba entenderse, ni entenderlo a él, aunque le había dicho que prefería otra cosa y no a ella. ¿Por qué no a ella? Eso último sí que la descolocó (sí, señores, más de lo que ya estaba), junto con esas palabras que dejó en el aire. ¡Le dijo furcia! Así, sin más. También que lo callara, pero, ¿cómo? ¿Matándolo? Oh no... Eso no.

–¡Hazlo! Así no te fastidia más, ¿qué no sería hermoso? Podrías quedarte con su cadáver; estaría siempre callado y...

¡Que no lo iba a matar! Muerto no era lo mismo; los muertos sólo servían de decoración. Y de Grailly no era de decoración. ¡Era su humano! Y su humano le funcionaba mejor (mucho mejor) vivo. Un momento, si él era su humano, ¿ella sería su vampira furcia? Interesante pregunta. Y por un momento le agradó mucho la idea, pero, ¡ese maldito orgullo! Aunque, ¿y si se dejaba por Gaspard una sola vez? Podría ganar algo con intentarlo, sólo que eso no le iba a garantizar la victoria, obvio que no.

—¿Furcia? Pero... ¿cómo te voy a callar si no te dejas? Espera —esbozó una sonrisa ladina, inclinándose hacia adelante para acercar su rostro al ajeno—. Siempre podrías usar tu boca para otras cosas, ¡no para fastidiarme! —Gruñó, dándole una bofetada. ¡Bendita sea su inestabilidad emocional!—. Podría ser tu furcia, pero tú no lo dejas, por estúpido... —Y lo abofeteó de nuevo, como si lo conociera de toda la vida. Qué maravillosa y rara relación—. Y no haces nada para cambiar las cosas. Sólo sigues ahí, mirándome de esa maldita manera que me desquicia... ¡Para ya!

¡Estúpido, sensual y anárquico Gaspard de Grailly! La había enloquecido (más de lo que ya se encontraba) desde la primera vez que lo conoció, robándole a uno de sus muertos. ¡Cierto! Él seguía siendo un ladrón, ¿cómo iba a ser su furcia si le había robado antes? La cabeza de Átropos era un vertedero de ideas inconclusas, tanto, que la dejaron en un estado casi catatónico. Ese mismo estado que la dejó vulnerable... vulnerable para de Grailly, obviamente.

–¿Estás tonta o qué? Anda, reacciona, Eloise... ¡Despierta! Ni siquiera ha amanecido, falta mucho para eso. ¡Eloise! Ah, vete al diablo, que ese haga lo que quiera contigo. Ya me rendí.

Sí, que se rindiera y se callara. Bien, eso es lo que hubiera querido Átropos, pero no, estaba tan absorta en quién sabe qué cosa, que ya ni supo en dónde demonios estaba y qué hacía ahí. Así de básico y sencillo.


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Mensaje por Invitado Dom Jun 11, 2017 12:50 pm

Por supuesto que podría usar su boca para callarla él mismo, pero ¿para qué iba a molestarse en hacerlo si con su comportamiento, tarde o temprano, ella estaría deseando hacerlo por él? Era cuestión de lógica, una cualidad de la que parecía que él carecía por lo confuso de su mente pero que existía en lo más profundo de Gaspard, muy cerca de la empatía con otros seres humanos (otra cosa es que supiera manejarla, pero era innegable que podía poseerla, ¿de acuerdo?): si la hartaba lo suficiente, ella lo querría callar, y punto. ¡No había que complicarse más la vida! Sin embargo, seguía tratándose de él, y la complicación era su pan de cada día hasta sin salir de su mente, así que, por supuesto, nada iba a ser tan fácil.

Nada empezando por la propia Átropos, que no contenta con abofetearlo e insultarlo, algo a lo que Gaspard estaba sumamente acostumbrado (sí, tal era su éxito con las mujeres que recibía más bofetadas que besos; sólo las vampiras eran lo suyo, y ni por esas, ¡a las pruebas se remitía!), también lo acusaba de mirarla... así. ¡Vaya, esa sí que era nueva! ¿Qué demonios significaba ese así tan desquiciante, al parecer, aunque Gaspard no tuviera ninguna intención consciente de volverla más loca de lo que ya estaba? No, gracias, suficiente le costaba lidiar con Átropos en su estado normal como para encima volverla más loca. ¡Ni en broma!

– ¿Y desde cuando que alguien no se deje es un problema para ti, fulana? Menuda impresentable, tanto decir que te sales con la tuya siempre pero a la mínima te pones tonta y te bloqueas porque no sabes qué hacer. – se burló, porque por supuesto que lo hizo, porque podía y porque no la respetaba lo más mínimo, y esa era la realidad por mucho que esa dinámica en la que estaban atrapados de picarse el uno al otro lo estuviera consumiendo. Podía encontrarse preso de ella, sí, pero eso no significaba que tuviera que valorarla, y de hecho no lo hacía: de Grailly la consideraba un maldito dolor de cabeza, esa impresión no había hecho sino acrecentarse desde la primera vez, y se necesitaría mucho para que llegara a apreciarla.

Por otro lado, ¿sorprendía eso realmente a alguien...? El resurreccionista era un hombre solitario, desapegado, que no se sentía ni vinculado a su familia, y mucho menos a amigos, de los cuales carecía. Su vida se basaba en conocidos y en desconocidos muertos de los que se aprovechaba para vivir; para el resto, patético, pero para él era algo tan respetable como tener viñedos heredados de generaciones anteriores y encargarse de mantenerlos sin nada más que hacer, como incrementarlos o, ¡qué sabía!, pelear por tener más. De entre todas las cosas que podían decirse de su vida y de su ocupación, que eran aburridas no era una de ellas, así que, al menos en eso, Gaspard se conformaba.

La cuestión era que Gaspard de Grailly había estado sumamente satisfecho con su existencia antes de que llegara Átropos, y que ella hubiera aparecido en su vida como un monzón en la época en la que éstos llegaban a las colonias no cambiaba la esencia: Gaspard seguía disfrutando con lo que hacía. Sí, la vampiresa lo enervaba, pero al final del día él no cambiaba y seguía siendo el ladrón de tumbas rápido, demasiado, que no podía parar quieto (que se lo dijeran a Átropos, cuyo cuerpo vibraba como consecuencia de los movimientos medio conscientes de Gaspard, su especie de diván improvisado) y que sabía lidiar con muertos. ¿Y qué era ella sino una muerta viviente...?

– No voy a dejar de mirarte así porque así es como miro, métetelo en la cabeza de una buena vez, ¡parece mentira que nos hayamos visto ya y que esta no sea la primera ocasión! ¿Aún te sorprende que sea como yo soy? Eres poco observadora. – afirmó, hablando demasiado (sentía ligero asco por hacerlo, pero ¡qué le iba a hacer! A veces era necesario), pero le servía, igual que provocarla, para distraerla lo suficiente para tener la posición mejor. Literalmente lo de la posición, ¿eh?, porque cuando más descuidada estuvo Átropos, él aprovechó para ponerse encima e inmovilizarla, valiéndose de esa maravilla que era la plata, y que él siempre llevaba encima, para atarla durante un rato.

– Esto se llama déjà vu, ¿y no crees que es algo que ya has visto? – ironizó, pues a la vista estaba que así era y no hacía falta ser ningún genio para darse cuenta, sólo que esta vez se incorporó y se apartó en vez de aprovechar que la tenía quieta para montarla, como hizo en las Catacumbas. Ah, al parecer algo sí que había cambiado de Grailly; nada significativo, por supuesto, pero un poquitito de nada sí, y eso era algo responsabilidad exclusiva de Átropos, nadie más y nadie menos (especialmente nadie más. Gaspard nunca lo permitiría).

– ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, mirarte así. – espetó, mirándola de ese modo, y después sonrió. – Hay muchas maneras de callarme. Mantenerme ocupado y pensando en otras cosas es una. Pero cambio de idea rápido, deberías esforzarte en conseguirlo si quieres que eso funcione realmente. – sugirió, encogiéndose de hombros, y a diferencia de lo que había hecho Átropos, él sí que se giró para marcharse, encantado de dejarla con la palabra en la boca aunque supiera que ella se la devolvería, bien fuera en ese momento o en otro en el futuro. Quién sabía, ¡la sorpresa era al final lo que le daba chispa a la vida!, y aunque sólo fuera por eso, Gaspard estaba satisfecho. Por el momento.
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Mensaje por Átropos Lun Jun 12, 2017 1:13 am

¡Maldito humano desgraciado! ¿Siempre iba a buscar la manera de desgarrarle el pensamiento? Sí, era obvio. No entendía ni para qué se cuestionaba lo mismo, ya estaba más que consciente de esa situación, a pesar de ser ella misma un completo fiasco mental. Pero, el simple hecho de que ella lo fuera, no significaba que otros también tendrían que serlo; sin embargo, de Grailly había quebrado todas sus leyes y eso era lo que la atraía a ese imbécil, como las polillas a la luz. Y como también la atraía, despertaba un fuerte deseo de destrucción. Nunca antes alguien había sacado tantas emociones extremas de la imposible Átropos. La mayoría de los humanos con los que había tropezado en toda su existencia, esa misma condenada a la soledad y putrefacción de las Catacumbas, resultaron ser demasiado predecibles, dóciles y corrientes, todo lo contrario a Gaspard de Grailly, quien aparte había hecho más que robarle un cadáver y colmarle la paciencia.

Desde un principio ambos parecían estar sujetos a agotarse mutuamente, a hacer siempre lo contrario a lo que el otro exigía y en convertirse en motivo de sorpresa a cada segundo. ¡Claro! Porque tenían la cabeza hecha un caos ancestral, ese que no tenía arreglo de ninguna manera (aunque en las mitologías arcaicas se empeñen a decir que sí, pero no, son puras falacias, ¿y qué mejor ejemplo de contradicción que Gaspard y Átropos?); ese que los hacía tan peculiarmente atrayentes, pero que no reparaban en ello. Porque estaban sumidos en su propia avaricia demencial, en tener un orgullo radical y voraz; aun así, no dejaban de fastidiarse. ¡Y que mejor ejemplo que ese encuentro! Estaban haciendo lo mismo desde que se encontraron por accidente en la residencia del doctor Berengar (que en paz descanse el pobre tipo que usaba cadáveres para experimentar y él sería usado con el mismo fin, de no haber sido por quien lo asesinó, qué irónico). Sin embargo, ya estaba llegando un punto en que alguno de los dos tenía que echar todo por la borda. ¿Quién sería? Buena pregunta.

Tal vez sería Átropos si Gaspard seguía mirándola de ese modo que le removía todo, aunque, de un momento a otro, había pasado a un estado de letargo curioso, porque, entre lo de furcia, esa mirada y que no paraba de hablar, Átropos estaba al borde del colapso (y estamos hablando de un colapso real, lo demás eran puras acciones de una vampira caprichosa). Pero también podría ser de Grailly, ya que la vampira le había estado molestando desde un principio. Mejor dicho, desde que tuvo la osadía de clavarle las dagas en las manos, crucificándolo porque quiso callarla. ¡Gran error! Bien, sí, los dos eran vengativos y orgullosos. Ahora todo tiene mejor sentido: si los polos opuestos se atraen, los iguales ¿se repelen? Aunque, ni la ciencia sería capaz de teorizar lo que ocurría entre ese ladrón de muertos y aquella vampira que se creía una reina (aunque pudo haberlo sido y no es mentira), que aparte vivía con ratas en nada y nada menos que en las Catacumbas.

—Ahora soy fulana y tonta —respondió, bastante ida. Tanto, que ni se dio cuenta cuando él cambió de posición. Ni siquiera le miró, porque su visión estaba pérdida en alguna parte—. No, espera, yo sí sé lo que haré. Claro que sí. —No, claro que... ¿si lo sabía? Parecía tramar algo, dada su apariencia tranquila, terriblemente relajada para ella—. Entonces vas a seguir mirándome así... Oh.

Algo le taladró la cabeza muy fuerte, sacándola de ese letargo. Y no, no fue su mellizo, porque ese estaba tan indignado que ni chistó algo, dejó a Átropos a hacer lo que le daba la gana (era tan imposible que hasta al homúnculo desquiciaba). ¿En qué estaba? Oh, ese desgraciado pretendía escaparse de ella, ¡de ella! No se lo iba a permitir, no luego de todo lo que le hizo; de llamarla furcia, de decirle sorda y otras cosas más. Si algo tenía claro, aunque no se enterara, es que Gaspard de Grailly era suyo y no iba a dejar que ningún otro vampiro y humano se atreviera a ponerle un dedo encima, o que él decidiera ponerle un dedo encima a otros. ¡Eso jamás!

—¡Tú no vas a ninguna parte, Gaspard de Grailly! —exclamó, poco antes de ponerse de pie nuevamente. Para ese momento Gaspard ya estaba algo lejos, pero pudo haberla escuchado, a pesar de que prefirió ignorarla—. Bien, tú te lo buscaste...

Porque recordaba perfectamente las enseñanzas del asesino de su creador, porque ya se había hartado de seguir ese juego de nunca acabar. ¡Pues ella le pondría punto y final! (si es que podía). En fin, ¿quieren saber lo que hizo? Bien. Primero corrió hasta alcanzar a de Grailly, y cuando lo hizo, le golpeó justo en la nuca, en ese punto vulnerable que dejaría a cualquiera sin conciencia durante minutos, horas y hasta días. Él se desplomó en el suelo y ella lo arrastró para llevárselo consigo. Sí, es correcto, Átropos había secuestrado a Gaspard de Grailly. ¿Pobrecito? Nada, el ladronzuelo de muertos se lo buscó. Lo hizo desde la primera vez que se relacionó con esa loca.

FINALIZADO

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