AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Ground Beneath Her Feet — Privado
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The Ground Beneath Her Feet — Privado
“She wears darkness as a queen wears a crown:
proud, confident, beautiful and above all meant only for her.”
— Sophia Carey
proud, confident, beautiful and above all meant only for her.”
— Sophia Carey
Regresó a Francia, no como un enviado del demonio Chaadayev, ni como un hombre sin reino, y sin corona, sino como emperador. Stanislav II de la casa Rachmaninov, ni más, ni menos. El pretexto original había sido ese tonto de Georgiy, buscarlo, regresarlo a la Madre Rusia, después de todo, eran los últimos de una estirpe, cuya sangre azul contenía también el fuego de la magia. Un Rachmaninov no podía andar suelto por ahí.
Sin embargo, ni él mismo podía engañarse; su regreso a tierras galas era por otra razón. Una más fuerte, y más humillante.
Trató de minimizar toda la pompa de la realeza que su recuperado título que confería. Viajó con el menor número de hombres posible, y aún así, a mitad de camino, regresó a dos cuartas partes del séquito, al considerarlo demasiado. Continuó su viaje y, aunque eso sí, se hospedó en un lujoso hotel de la ciudad, usó un nombre falso. No quería que nadie se enterara que el emperador de Rusia estaba en Francia.
Solo, sin acompañante alguno, Stanislav finalmente fue directo, y en cuanto se instaló, a aquella casa que le sirvió de refugio, en más de un sentido. Ahí debía estar Georgiy, creyó, aunque al acercarse no sintió su fuerza mágica, en cambio sintió otra que conocía bien. Demasiado bien. Y aún así, tomó la aldaba de la puerta y tocó con una seguridad que no sentía. ¡Era el zar! Una mujer no iba a minimizarlo.
Un rostro conocido atendió. Uno de los mayordomos de la casa Lesauvage, que había atendido sus caprichos mientras estuvo ahí. «Diferente a su primo», lo había escuchado decir más de una vez, aunque el hombre jamás fue grosero con él. Y Stanislav mismo sabía muy bien que podía ser un hombre muy difícil, por decir lo menos.
—Busco a la señorita Lesauvage, aunque intuyo que eso ya lo supones —antes de que el otro hablara, Stanislav se adelantó con esa arrogancia casi violenta que lo caracterizaba—. ¿Está? —Alzó ambas cejas. Ni siquiera preguntó por Georgiy, directamente lo hizo por Claire.
Echó un vistazo al interior de esa casa que conocía bien. Que lo había visto en sus horas más oscuras, derrotado, exiliado, buscando consuelo en brazos de esa mujer a la que ahora maldecía, y que le había engendrado un hijo que no pidió. Parecía que se había saltado sus clases de Biología, impartidas en el ala Norte del Palacio de Invierno, porque ¿qué esperaba que sucediera cuando cada noche, abatido, solo, enrabiado, la buscaba a ella? Entonces la vio bajar por las escaleras, quizá curiosa por saber quién tocaba a su puerta.
—Hablando del demonio —Stanislav ni siquiera tenía que tocar a las personas para que éstas se hicieran a un lado. El mayordomo le abrió paso cuando el zar dio la primer zancada. No era muy alto, pero imponía como su padre lo había hecho antaño. Aunque eso sí, él se prometió ser un mucho mejor monarca. ¿Mejor hombre y padre? No podía prometer lo mismo en esos dos ámbitos.
Stanislav Rachmaninov- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 14/07/2016
Localización : París
Re: The Ground Beneath Her Feet — Privado
"Vuelves a mí, porque el asesino siempre vuelve al lugar del crimen."
Óscar Hahn
Óscar Hahn
<<Creí que nunca iba a saber lo que era el amor verdadero. No, al menos, hasta ésta noche. Lo vi ingresar al salón, con su vestimenta típica, con su porte característico y aquella sonrisa en los labios que era capaz de mover una montaña. Cuando vi la sonrisa del Zar, supe que estaba condenada a la desgracia. Sus dientes, blancos como la nieve que rodeaba el Palacio de Invierno, era una invitación al pecado. No supe por qué, de todo su cuerpo, los elegí. Quizá, porque me conectaron con mi lado animal, con una bestia femenina de la que no estaba enterada. Quedé embobada admirando su boca, y la imaginé recorriendo rincones de mi cuerpo que ni yo misma, en ese entonces, era capaz de tocar…>>
Un suave quejido de Jerome la interrumpió. Su hijo estaba afiebrado y lo había colocado a su lado para que descansase. Claire cerró el diario de su abuela Olenka, en su parte favorita. Se había aprendido de memoria el momento en que la mujer se había enamorado del, por entonces, Zar. Acarició, con el dorso del dedo índice, la mejilla del niño, que tenía una coloración rosácea debido a su estado febril. No le gustaba demasiado estar en la casa de sus padres, pero lo cierto era que cuando el pequeño se enfermaba, perdía el control de sus emociones y la soledad de su propia residencia, no ayudaba a mitigar la desesperación. Jerome era su punto débil, su talón de Aquiles.
—Marianne, iré por un poco de agua —le anunció a la doncella, que se encontraba sentada en una silla al lado de la cama, junto a Jerome.
—Iré yo, mademoiselle. —la joven hizo el amague de levantarse.
—Quédate. Necesito estirar un poco mis piernas.
Guardó el diario en el cajón de la mesa de luz y salió de la habitación. Se detuvo un instante en el amplio pasillo y se llevó la mano a la boca del estómago. Estaba angustiada. Si bien Jerome ya comenzaba a mejorar, no podía evitar sentir temor. Claire, que vivía ocultando sus emociones, aprovechaba esos momentos en los que nadie la observaba, para alivianar su cuerpo y dejar que, en este caso el miedo, fluyera. Cuando estaba con su hijo o en presencia de otras personas, se mostraba fría e implacable, casi como un témpano de hielo. Y por más que su madre le pidiese que se expresara, había adoptado el silencio como método de supervivencia.
Continuó su camino, y cuando llegó a las escaleras, se detuvo en seco ante la voz que llegó desde la planta baja. Su propio y traicionero corazón, amenazó con salir de su pecho, se le secó la boca y un leve temblor le prohibió continuar con el descenso. Alzó la vista hacia la puerta y vio al mayordomo acompañado de un hombre. No, no de cualquier hombre. Era Stanislav, el maldito bastardo que ahora era Zar y que la había abandonado con un hijo suyo en el vientre. Él, su propio infierno, que la arrojó al viento cargando el deshonor en las entrañas. El instante de estupor fue superado por una inconmensurable ira, que la obligó a adoptar la pose de reina que, generalmente, utilizaba. Ya no lucía abatida por las noches en vela. Sólo lamentaba llevar un atuendo tan sencillo y estar despeinada. Comenzó a bajar hasta que él la vio y le habló. No había cambiado en nada. Continuaba siendo el mismo aberrante ser de años atrás.
—Hace mucho tiempo que no veo un fantasma rondando en esta casa —respondió, con una sonrisa sardónica en los labios. Se quedó en el mismo lugar, a tres escalones del piso. —Leonard —se dirigió al mayordomo— ve ya mismo a la iglesia y pide por un exorcista —el hombre la miró con los ojos abiertos de par en par. —Déjanos solos —ordenó, ya sin ninguna clase de algarabía en la voz.
— ¿Qué haces aquí? —le preguntó cuando el empleado desapareció tras una puerta que conectaba con el sector del servicio doméstico.
Un suave quejido de Jerome la interrumpió. Su hijo estaba afiebrado y lo había colocado a su lado para que descansase. Claire cerró el diario de su abuela Olenka, en su parte favorita. Se había aprendido de memoria el momento en que la mujer se había enamorado del, por entonces, Zar. Acarició, con el dorso del dedo índice, la mejilla del niño, que tenía una coloración rosácea debido a su estado febril. No le gustaba demasiado estar en la casa de sus padres, pero lo cierto era que cuando el pequeño se enfermaba, perdía el control de sus emociones y la soledad de su propia residencia, no ayudaba a mitigar la desesperación. Jerome era su punto débil, su talón de Aquiles.
—Marianne, iré por un poco de agua —le anunció a la doncella, que se encontraba sentada en una silla al lado de la cama, junto a Jerome.
—Iré yo, mademoiselle. —la joven hizo el amague de levantarse.
—Quédate. Necesito estirar un poco mis piernas.
Guardó el diario en el cajón de la mesa de luz y salió de la habitación. Se detuvo un instante en el amplio pasillo y se llevó la mano a la boca del estómago. Estaba angustiada. Si bien Jerome ya comenzaba a mejorar, no podía evitar sentir temor. Claire, que vivía ocultando sus emociones, aprovechaba esos momentos en los que nadie la observaba, para alivianar su cuerpo y dejar que, en este caso el miedo, fluyera. Cuando estaba con su hijo o en presencia de otras personas, se mostraba fría e implacable, casi como un témpano de hielo. Y por más que su madre le pidiese que se expresara, había adoptado el silencio como método de supervivencia.
Continuó su camino, y cuando llegó a las escaleras, se detuvo en seco ante la voz que llegó desde la planta baja. Su propio y traicionero corazón, amenazó con salir de su pecho, se le secó la boca y un leve temblor le prohibió continuar con el descenso. Alzó la vista hacia la puerta y vio al mayordomo acompañado de un hombre. No, no de cualquier hombre. Era Stanislav, el maldito bastardo que ahora era Zar y que la había abandonado con un hijo suyo en el vientre. Él, su propio infierno, que la arrojó al viento cargando el deshonor en las entrañas. El instante de estupor fue superado por una inconmensurable ira, que la obligó a adoptar la pose de reina que, generalmente, utilizaba. Ya no lucía abatida por las noches en vela. Sólo lamentaba llevar un atuendo tan sencillo y estar despeinada. Comenzó a bajar hasta que él la vio y le habló. No había cambiado en nada. Continuaba siendo el mismo aberrante ser de años atrás.
—Hace mucho tiempo que no veo un fantasma rondando en esta casa —respondió, con una sonrisa sardónica en los labios. Se quedó en el mismo lugar, a tres escalones del piso. —Leonard —se dirigió al mayordomo— ve ya mismo a la iglesia y pide por un exorcista —el hombre la miró con los ojos abiertos de par en par. —Déjanos solos —ordenó, ya sin ninguna clase de algarabía en la voz.
— ¿Qué haces aquí? —le preguntó cuando el empleado desapareció tras una puerta que conectaba con el sector del servicio doméstico.
Claire Lesauvage- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 15/02/2017
Re: The Ground Beneath Her Feet — Privado
Aún en esas fachas, Claire era hermosa y la odió por ello. Porque le recordaba las noches en las que la tomó, para apaciguar su alma herida. Le recordaba todo lo que compartieron, odio y pasión a partes iguales. Continuó avanzando, sin despegar esos ojos como de plomo de ella. Sonrió nada más ante el recibimiento, tampoco esperaba que lo acogiera con los brazos abiertos. Echó un vistazo al mayordomo, fue breve y de inmediato, ella recobró toda su atención. Parecía que así estaba escrito que fuera, que no tenía otra opción más que mirarla. Y la odiaba, por Dios que la odiaba y aún así, quería volver a besarla en ese instante, hacerla suya contra el muro o el suelo. Hacer jirones ese camisón y esa bata.
Tal vez por eso la odiaba con tanta fuerza y con tanta rabia. Porque Claire lo conocía mejor que nadie. Sus cicatrices, las físicas y las del alma; y eso lo hacía débil. Débil ante ella, pero débil al fin y entre los Rachmaninov eso no se perdonaba. Alzó el mentón y ensanchó las fosas nasales, lucía amenazador y el hecho de que Claire no se amedrentara lo hacía desearla más, y odiarla más.
—No soy un fantasma. Soy de carne y hueso, ¿quieres comprobarlo? —Dio un paso nuevo hacia ella, acercándose peligrosamente, aunque aún dejando una distancia prudente. Claire era letal, y no podía ser de otro modo, sino jamás la hubiera considerado, aunque el entendido entre ambos era que aquellas noches no significaron nada.
Y significaron mucho.
—Ah, ¿es así como recibes a las visitas? Seguro ya estás al tanto de las buenas nuevas de lo que pasó en mi Imperio —y lo decía así, porque en verdad, ahora era suyo para gobernar—. Creí que serías más cálida, por los viejos tiempos —estiró la mano y tomó la muñeca ajena. Apretó, sin lastimarla y la jaló con fuerza hacia sí mismo. Pecho contra pecho. Respiración contra respiración. Y sonrió con el cinismo que siempre lo había caracterizado, potenciado ahora por una corona.
—¿A qué crees que vengo? —Le habló a un palmo de distancia—. ¿A ver a mi querido hijo bastardo? —Era increíble que estuviera diciendo aquello, cuando aquel niño era bastardo por su propia culpa. Por su negligencia. Por su miedo irracional al compromiso. A ser tan mal padre como lo fuera Stanislav I.
—Vengo por mi primo, ¿tú qué crees? Es un Rachmaninov, por mucho que me pese. No puedo sentirlo, ¿dónde está? Tú debes saber, se cuentan todo —la soltó con fuerza—, son como dos niñitas que se hacen compañía y suspiran por los mismos hombres —se burló. ¿Eran acaso celos velados los que adornaban su discurso lleno de veneno? Siendo fieles a la verdad, Stanislav siempre sintió algo de envidia de su primo y la relación que tenía con Claire, porque hablaban, se entendían y protegían. Con él todo se limitó siempre a una cosa, que como resultado trajo un hijo no deseado, al menos por él.
—No te atrevas a ocultarme información. Tarde o temprano me enteraría si me mientes —oteó el lugar, como si esperara ver a Georgiy por ahí escondido—. Recuerda que ya no estás tratando con un pobre exiliado. Soy Zar, como siempre estuve destinado a serlo —amenazó y volvió a clavar la mirada en ella y avanzó una vez más. La tomó del mentón con una mano.
Si bien siempre fue alguien sumamente arrogante, que parecía poder adueñarse de todo. Un hombre mercurial en sus modos y arranques, ahora lucía no sólo como un monarca, sino como algo salido de una pintura, o de un libro. Lucía imparable, exudaba poder.
Última edición por Stanislav Rachmaninov el Lun Oct 09, 2017 10:24 pm, editado 1 vez
Stanislav Rachmaninov- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 14/07/2016
Localización : París
Re: The Ground Beneath Her Feet — Privado
Quería odiarlo, odiarlo con tanta fuerza para poder asesinarlo con sus propias manos. Era lo que merecía. Por un instante, fugaz como una estrella agonizante, fantaseó con sentirlo expirar bajo sus dedos. Era su desgracia, su condena. Pero, a pesar de que debía odiarlo, no podía. El pasado compartido, le había dejado lo más hermoso y desafiante que tenía. Jerome era la extensión de ambos, especialmente de Claire. Ella había convertido la vergüenza y abandono, en amor y armonía. Todos los días luchaba para que su hijo se sintiese especial, feliz y amado. Ella y la hermosa familia que tenía. Sin los Lesauvage le hubiera sido imposible. Eran personas de mente abierta, adelantados, que jamás sintieron la deshonra de la muchacha, y decidieron que no iba a vivir la maternidad en soledad. Sin embargo, cuando Stanislav volvió a tocarla, sin violencia pero sin delicadeza, se le revolvió el estómago. A pesar de todo lo que había sentido por él, tan fuerte como para entregarle su pureza, ahora había un profundo rechazo. Quería estar lejos, por el bien de todos.
Estuvo a punto de abofetearlo por haberse referido a Jerome de aquella manera. Bastardo. Bastardo. Repitió en su mente la palabra, y pensó que de esa forma siempre se referirían a él. El bastardo del zar, el bastardo de la Lesauvage. Ya lo hacían. Pero escucharlo de la boca del hombre que había sido parte de su concepción, la hirió en profundidad. Entendió lo condenado que estaba su hijo y en la tamaña tarea que le esperaba: debía hacer de él un niño fuerte, capaz de soportar el peso de la opinión ajena. Y la mejor manera de llevar a cabo esa misión, era teniendo a Stanislav lejos. Él no sería una buena influencia para Jerome. Ahora que podía verlo entendió que había madurado y sintió una profunda paz, que atenuó la tormenta que se había desatado en su ser.
—Tú no tienes un hijo, Stanislav —respondió con sequedad, mirándolo a los ojos. —Espero, por el bien de Jerome, que ni siquiera pienses en él. Tendrás un imperio, pero siempre serás un fracasado y un cobarde. Hablas con desprecio de alguien inocente y frágil, jamás serás feliz —y lo deseó, realmente deseó que él nunca encontrara la felicidad. —Jamás lo serás —y, al repetirlo, se convirtió en una sentencia.
Se acarició la muñeca, no porque le hubiera hecho daño, sino porque él, por más que Claire no quisiera, era fuego para su piel. Y le ardía allí donde había entrado en contacto. La naturaleza humana era indomable, y día a día comprendía la magnitud de una pasión que, por más que se hubiera esmerado, aún no lograba extinguirse. Stanislav le afectaba, a pesar de que no se le notara. La hechicera ocultaba todo, lo había hecho desde que era una niña.
—No sé nada de Georgiy. Hace tiempo que no estamos comunicados. Ahora que tienes el poder que te pertenece, deberías tener mejores informantes que yo —quería que se fuera. Iba a pedirle que se retirase, pero escuchó la caminata rápida de Marianne. Giró, preocupada.
—Mademoiselle, el señorito Jerome ha despertado, no lo veo bien. Pero pregunta por usted.
Se olvidó completamente de la presencia de Stanislav y corrió escaleras arriba. Intentaba despojar los pensamientos negros, pero cuando se recostó junto a su hijo y lo acunó entre sus brazos, no pudo evitar un par de lágrimas. Su cuerpo estaba caliente, lo sentía tan débil que temía lo peor. Él la miró con aquellos ojos verdosos y cansados, Claire le pasó el dedo índice por las mejillas, coloradas y tibias.
—Aquí estoy, mi vida. Tu mami ya está contigo. Sigue descansado, no me moveré de aquí —lo apretó suavemente contra su pecho y le comenzó a tararear una canción. Poco a poco, el cuerpito enfermo fue relajándose nuevamente, hasta que se le acompasó la respiración. Claire inspiró y expiró con lentitud, como si pudiera, de esa manera, absorber el malestar de su hijo y lanzárselo al viento para que se lo llevase.
Estuvo a punto de abofetearlo por haberse referido a Jerome de aquella manera. Bastardo. Bastardo. Repitió en su mente la palabra, y pensó que de esa forma siempre se referirían a él. El bastardo del zar, el bastardo de la Lesauvage. Ya lo hacían. Pero escucharlo de la boca del hombre que había sido parte de su concepción, la hirió en profundidad. Entendió lo condenado que estaba su hijo y en la tamaña tarea que le esperaba: debía hacer de él un niño fuerte, capaz de soportar el peso de la opinión ajena. Y la mejor manera de llevar a cabo esa misión, era teniendo a Stanislav lejos. Él no sería una buena influencia para Jerome. Ahora que podía verlo entendió que había madurado y sintió una profunda paz, que atenuó la tormenta que se había desatado en su ser.
—Tú no tienes un hijo, Stanislav —respondió con sequedad, mirándolo a los ojos. —Espero, por el bien de Jerome, que ni siquiera pienses en él. Tendrás un imperio, pero siempre serás un fracasado y un cobarde. Hablas con desprecio de alguien inocente y frágil, jamás serás feliz —y lo deseó, realmente deseó que él nunca encontrara la felicidad. —Jamás lo serás —y, al repetirlo, se convirtió en una sentencia.
Se acarició la muñeca, no porque le hubiera hecho daño, sino porque él, por más que Claire no quisiera, era fuego para su piel. Y le ardía allí donde había entrado en contacto. La naturaleza humana era indomable, y día a día comprendía la magnitud de una pasión que, por más que se hubiera esmerado, aún no lograba extinguirse. Stanislav le afectaba, a pesar de que no se le notara. La hechicera ocultaba todo, lo había hecho desde que era una niña.
—No sé nada de Georgiy. Hace tiempo que no estamos comunicados. Ahora que tienes el poder que te pertenece, deberías tener mejores informantes que yo —quería que se fuera. Iba a pedirle que se retirase, pero escuchó la caminata rápida de Marianne. Giró, preocupada.
—Mademoiselle, el señorito Jerome ha despertado, no lo veo bien. Pero pregunta por usted.
Se olvidó completamente de la presencia de Stanislav y corrió escaleras arriba. Intentaba despojar los pensamientos negros, pero cuando se recostó junto a su hijo y lo acunó entre sus brazos, no pudo evitar un par de lágrimas. Su cuerpo estaba caliente, lo sentía tan débil que temía lo peor. Él la miró con aquellos ojos verdosos y cansados, Claire le pasó el dedo índice por las mejillas, coloradas y tibias.
—Aquí estoy, mi vida. Tu mami ya está contigo. Sigue descansado, no me moveré de aquí —lo apretó suavemente contra su pecho y le comenzó a tararear una canción. Poco a poco, el cuerpito enfermo fue relajándose nuevamente, hasta que se le acompasó la respiración. Claire inspiró y expiró con lentitud, como si pudiera, de esa manera, absorber el malestar de su hijo y lanzárselo al viento para que se lo llevase.
Claire Lesauvage- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 15/02/2017
Re: The Ground Beneath Her Feet — Privado
Fue a reírse a carcajadas porque eso era lo único que sabía hacer, herir, matar de esa manera, con ironías y con encono, simplemente porque así se le antojaba, porque así lo habían moldeado, su padre, Chaadayev, todos a su alrededor, excepto Claire, excepto ella, siempre ella. Ella, ella, ella. Ella sacó lo mejor de él, y no le gustaba verlo, mucho menos aceptarlo, esa parte blanda y tierna, la parte más humana del monstruo que era. Y sí, su boca dibujó una sonrisa, para luego extinguirse con velocidad tan pronto ella continuó hablando.
Lo estaba maldiciendo, y pudo sentirlo. Sus palabras se clavaron en él, se metieron bajo la piel, laceraron la carne. Un sortilegio mayor del que cualquiera de los dos era capaz de invocar. Esta maldición trascendía la magia que ambos conocían, era más profunda, más artera. Se relamió los labios. ¿Qué iba a decirle? Que no hacía falta su crueldad, que él no era feliz y jamás iba a serlo, con o sin familia, con o sin Imperio. Que todo aquello que alguna vez pudo provocarle alegría se marchitó pronto, a base de castigos y golpes, causa de esa estricta educación que tuvo como príncipe heredero. En cambio, sólo dio un paso hacia atrás, llenó los pulmones de aire y levantó el mentón. Si fue a decir algo, no pudo, fueron interrumpidos y mientras las dos mujeres hablaban, desvió la mirada, como si no quisiera involucrarse en lo que estaban diciendo. Cuando se giró de nuevo, sólo vio el vuelo de la bata de Claire desaparecer escaleras arriba.
¡¿Cómo se atrevía?!
Sin meditarlo, porque si lo hubiera hecho, no la habría seguido, fue tras ella, con paso austero. Conocía esa casa, y aún así se sintió extraña, como si estuviera todo cambiado. Quizás así era y no podía notarlo. Se quedó a un paso de la habitación donde ella había desaparecido, y aguardó ahí, escuchando lo que le decía a su hijo, sólo suyo, no podía llamarlo propio. Tensó las mandíbulas y al fin se atrevió a continuar, se quedó en el umbral de la puerta.
—Jerome —dijo con algo de burla—. Es un horrible nombre francés. —Hizo amago de entrar, pero al final se arrepintió y se quedó ahí donde estaba. No quería ver al pequeño, su hijo.
—Harás de ese niño un maldito débil si sigues así. Déjalo llorar. —No se dio cuenta que sus palabras inicuas eran un reflejo de su propio padre, ¿cuántas veces Stanislav I no pidió eso a las nanas para que, según sus palabras, creciera fuerte? Y todas esas ocasiones, Slava odió al emperador por su crueldad.
Sólo entonces se atrevió a dar un paso al frente. Sólo miró la escena, la de Claire con Jerome en brazos. ¿Qué hubiera pasado si se hubiera quedado? ¿Serían una familia feliz? No… ya lo había dicho él, él no podía ser feliz, esa era su maldición, una que se hizo más honda tras el vaticinio de la mujer frente a sus ojos. Suspiró muy quedo.
—Eres capaz de curar cualquier cosa que tenga, o callarlo al menos, un palabra, un hechizo, y estaría hecho —continuó, sonó casi como si el bebé en brazos de Claire fuese sólo un objeto, y no un producto de ambos, aunque no se amaran, Jerome era el resultado de su debilidad y del único refugio que encontró cuando todo pareció perdido: ella, siempre ella.
—No hemos terminado de hablar, Claire. —A pesar de su tono rasposo, fue más delicado. Luego no supo qué más hacer, se quedó ahí como si todo le estorbara, y él mismo sobrara en el mundo. Al menos, pudo verlo, lo hacía en la vida de Claire y su hijo, de ella nada más. Él no era un padre, sólo sabía ser una cosa: emperador, y eso le había costado todo.
A final de cuentas, sólo eso era, no era esposo, ni amigo, ni amante, ni padre, ni compañero, ni nada. Sólo era emperador; eso había deseado, ¿no? Pues bien, ahí frente a Claire como pietà dolorosa con su hijo en brazos, lo tenía más que claro.
Stanislav Rachmaninov- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 14/07/2016
Localización : París
Re: The Ground Beneath Her Feet — Privado
No le permitiría penetrar en ese Universo sagrado que había construido junto a su hijo. Él arruinaba todo lo que tocaba, todo lo que miraba, no quería siquiera que observase detenidamente a Jerome. El instinto la hizo acurrucar al pequeño contra ella, estrecharlo un poco más, como si pudiera meterlo en su útero una vez más, allí nadie le haría daño, allí podría protegerlo, allí era solo suyo. De pronto, recordó que era el heredero, por más bastardo que fuese, y que si a Stanislav –o, más bien, a sus asesores- se le ocurría llevárselo y alejarlo de ello para criarlo para llevar su labor como Zar, estaba en todo su derecho. Lo creía capaz de cualquier cosa, por más que Jerome no le inspirase ni un ápice de cariño. Lo único que verdaderamente le importaba al hechicero era el poder, y un hijo era sinónimo de eso. Escuchó sus palabras como si las pronunciase de lejos, y no dejó de susurrarle frases amorosas al nene, hasta que finalmente se durmió.
Claire esperaba que ignorar a Stanislav hiciera que se fuese, pero parecía empeñado en amargarle la existencia. Soltó suavemente al nene, se acomodó la bata y se levantó. La doncella ocupó su lugar junto al pequeño, acariciándole la frente con el índice, tal como le gustaba. Se sonrieron y la bruja le lanzó un último vistazo al pequeño antes de endurecer la mirada y dirigirla al ruso. Caminó hacia él, lo tomó del codo y lo sacó de la habitación. Cerró la puerta tras ella y lo soltó. Odiaba tenerlo tan cerca, volver a tocarlo, y el efecto que eso tenía en ella. Las piernas le temblaron por un instante, pero se lo atribuyó al cansancio y la preocupación, el orgullo no le permitía otorgarle ese poder a él.
—Ya viste que tu primo no está. ¿Por qué no te vas de aquí de una vez? —hizo un paso hacia atrás, se apoyó en el marco de la puerta. De pronto, se sentía agotada. — ¿Para qué subiste? ¿Para qué entraste? ¿Por qué te empeñas en complicarme la existencia, Stanislav? —se cruzó de brazos y alzó el rostro para observarlo fijamente. —Eres tóxico, como no eres feliz, no quieres que nadie lo sea. Vete por el mismo lugar que viniste, no eres bienvenido aquí. Busca a Georgiy en otros sitios, debajo de las piedras, pero lejos de mi hijo y de mí. Vuelve a Rusia, donde todos te adulan y te hacen sentir superior. Eso es lo que te gusta, eso es lo que quieres para ti.
—Te hubieras visto haciendo sugerencias estúpidas. ¡Eras patético! —exclamó, sin alzar la voz. —Eres patético… —negó varias veces, con una suave, triste y cansada sonrisa en los labios. —Representas todo lo que quiero lejos de mi hijo, representas todo lo que no quiero para él. Jerome será feliz y amado, todo lo que tú jamás has sido, porque no deseo que crezca con resentimiento, llevando oscuridad a todos los sitios que pisa —se incorporó y le apoyó la mano en el pecho. —Vete, Stanislav. Vete, no vuelvas. No te quiero cerca de mi familia, no me obligues a odiarte. No lo mereces porque me diste lo más importante que tengo y tendré; pero si continúas con esto, créeme, no me dejarás demasiadas opciones.
Hubiera preferido, tras su discurso, dar media vuelta e irse. A cambio, se quedó allí, con aquel leve contacto entre ambos, esperando su réplica cargada de ironía. Se preguntó a sí misma por qué Stanislav le gustaba tanto, puesto que era un ser detestable. Se dio cuenta, con gran pesar, que el Zar de Rusia le inspiraba una profunda lástima. Era un pobre niño herido, y por eso en el pasado ella había querido sanarlo. Ahora ya no tenía tiempo, ni tampoco ganas, para eso. Su única prioridad era Jerome, y eso implicaba dejar atrás cualquier sentimiento que el hechicero pudiera inspirarle.
Claire esperaba que ignorar a Stanislav hiciera que se fuese, pero parecía empeñado en amargarle la existencia. Soltó suavemente al nene, se acomodó la bata y se levantó. La doncella ocupó su lugar junto al pequeño, acariciándole la frente con el índice, tal como le gustaba. Se sonrieron y la bruja le lanzó un último vistazo al pequeño antes de endurecer la mirada y dirigirla al ruso. Caminó hacia él, lo tomó del codo y lo sacó de la habitación. Cerró la puerta tras ella y lo soltó. Odiaba tenerlo tan cerca, volver a tocarlo, y el efecto que eso tenía en ella. Las piernas le temblaron por un instante, pero se lo atribuyó al cansancio y la preocupación, el orgullo no le permitía otorgarle ese poder a él.
—Ya viste que tu primo no está. ¿Por qué no te vas de aquí de una vez? —hizo un paso hacia atrás, se apoyó en el marco de la puerta. De pronto, se sentía agotada. — ¿Para qué subiste? ¿Para qué entraste? ¿Por qué te empeñas en complicarme la existencia, Stanislav? —se cruzó de brazos y alzó el rostro para observarlo fijamente. —Eres tóxico, como no eres feliz, no quieres que nadie lo sea. Vete por el mismo lugar que viniste, no eres bienvenido aquí. Busca a Georgiy en otros sitios, debajo de las piedras, pero lejos de mi hijo y de mí. Vuelve a Rusia, donde todos te adulan y te hacen sentir superior. Eso es lo que te gusta, eso es lo que quieres para ti.
—Te hubieras visto haciendo sugerencias estúpidas. ¡Eras patético! —exclamó, sin alzar la voz. —Eres patético… —negó varias veces, con una suave, triste y cansada sonrisa en los labios. —Representas todo lo que quiero lejos de mi hijo, representas todo lo que no quiero para él. Jerome será feliz y amado, todo lo que tú jamás has sido, porque no deseo que crezca con resentimiento, llevando oscuridad a todos los sitios que pisa —se incorporó y le apoyó la mano en el pecho. —Vete, Stanislav. Vete, no vuelvas. No te quiero cerca de mi familia, no me obligues a odiarte. No lo mereces porque me diste lo más importante que tengo y tendré; pero si continúas con esto, créeme, no me dejarás demasiadas opciones.
Hubiera preferido, tras su discurso, dar media vuelta e irse. A cambio, se quedó allí, con aquel leve contacto entre ambos, esperando su réplica cargada de ironía. Se preguntó a sí misma por qué Stanislav le gustaba tanto, puesto que era un ser detestable. Se dio cuenta, con gran pesar, que el Zar de Rusia le inspiraba una profunda lástima. Era un pobre niño herido, y por eso en el pasado ella había querido sanarlo. Ahora ya no tenía tiempo, ni tampoco ganas, para eso. Su única prioridad era Jerome, y eso implicaba dejar atrás cualquier sentimiento que el hechicero pudiera inspirarle.
Claire Lesauvage- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/02/2017
Re: The Ground Beneath Her Feet — Privado
Quizá había sido un error regresar, quizá debió buscar a Georgiy por otros medios, ahora era el emperador que tanta rabia le dio no ser por tanto tiempo; pudo mandar, literalmente, a cualquiera. Y de hecho lo había hecho, Vassiljeva ya estaba en eso, pero tomó de manera personal el hacer esa visita a la casa Lesauvage. Sus motivos eran un misterio incluso para él. Stanislav siempre se jactaba de ser un estratega, pero, para su desgracia, dejaba que el corazón guiara muchas de sus acciones últimamente. Claire jamás lo entendería, pero no podía permitirse ser débil, y ella representaba eso, precisamente. Sus flaquezas y miedos. Tampoco comprendería que él, como zar, como Rachmaninov, como hombre de guerra y perro de Chaadayev, tenía demasiados enemigos, que si éstos quisieran realmente lastimarlo, irían tras las personas que le importan. Tampoco se lo iba a decir, era el sacrificio que haría.
Sin oponer mucha resistencia, se dejó guiar fuera de la habitación, aunque echó un último vistazo por encima del hombro. Regresó la vista al frente al escuchar hablar a Claire. Entornó la mirada, le seguía sorprendiendo el aplomo y las agallas que esa mujer tenía. También notó la cercanía, pero no hizo nada por imponer distancia entre ambos.
La dejó hablar, pero en sus ojos verdes se podía ver que en su mente ya estaba calculando las palabras para responder. Contestar con un sarcasmo era lo más sencillo, quizá eso debió hacer y largarse. Por mucho que fuera el zar, ahí no era nadie, ahí Claire era quien tenía la carta más alta y la voz cantante. ¿Para qué se sometía a tales humillaciones? Apretó los dientes y tensó las mandíbulas, sin despegar la mirada de ella, tan hermosa y tan letal.
—No me adulan, ni me hacen sentir superior. Soy el zar, por todos los cielos, gobierno un imperio —finalmente dijo, con algo parecido al coraje, aunque no supo por qué daba esa explicación. Qué más daba, de entre todo lo que ella dijo y él quería decirle, eso era lo menos relevante. Sacudió la cabeza, como para acomodar sus pensamientos.
—Me iré, Claire, pero lo sabes, ¿verdad? Sabes que la corona rusa me pide un heredero, y sabes que Jerome es el único hijo que tengo. Una orden aquí y una orden allá en Rusia, y estaría reconocido como mi hijo. Sabes que no importa cuánto te opongas, que puedo arrancarte al mocoso de los brazos y educarlo para ser el próximo zar. Sería un escándalo, pues nació aquí, pero mis intenciones no son las de volverme a revolcar con otra, suficiente ya tuve contigo. Las mujeres sólo traen desgracia —dijo. Pero en sus palabras había algo mucho más grande oculto; claro, despreció al sexo femenino, aunque en realidad lo que quiso decir fue que ella era la única, y lo sería siempre.
—Y si se me da la gana, Claire, también podría venir por ti, hacerte zarina —amenazó—. Me iré, claro que lo haré, pero no vas a dejar de pensar en lo que te acabo de decir, y no dormirás por no saber cuándo he de venir por tu hijo, que por desgracia para ambos, es mío también —anunció como si se tratara de un augurio. Ella lo maldijo, pues entonces él le pagaba con la misma moneda ahora.
Finalmente dio un paso hacia atrás, alejándose. La miró con intensidad y de nueva cuenta, pareció estar meditando cuál iba a ser su siguiente movimiento. Hizo un movimiento extraño, como de querer dar media vuelta, en cambio, estiró un brazo y posó la mano sobre el hombro ajeno. La haló hacia sí y la besó. La besó con fuerza y rabia y anhelo e incluso cariño. Ese cariño que le tenía a ella por haber sido la luz en sus días más oscuros. Por haber sido refugio y bálsamo para sus muchas, muchas heridas.
Claire era la persona que mejor lo conocía, pero, ¿ella sabría eso? ¿Sabría cuánto en realidad había visto de él?
Stanislav Rachmaninov- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 14/07/2016
Localización : París
Re: The Ground Beneath Her Feet — Privado
Periódicamente se preguntaba qué le había visto, qué había hecho que se enamorase perdidamente de él. Y se lo había preguntado todo el tiempo que llevaba compartiendo con él desde que, con sus aires de realeza, había aparecido en el umbral de su puerta para trastocar su pacífica existencia. Claire había logrado, a base de fortaleza y dignidad, acallar casi todas las habladurías sobre ella, y la aparición repentina de Stanislav, por supuesto, le daría nuevos ímpetus a los rumores. Todos sabían que Jerome era el bastardo del ruso, y tener que lidiar con las nuevas especulaciones se convertiría en una tarea titánica, casi tanto como deshacerse de él. No lo quería allí, ya no lo soportaba, no toleraba su presencia, su mirada altanera, sus movimientos que lo hacían más enorme de lo que era.
Claire siempre se había jactado de la frialdad con la que lograba ver, incluso, las situaciones más complejas. Hasta logró racionalizar su propio embarazo, viviéndolo como un proceso de la naturaleza, y ocupándose de quitarle la mayor parte de la subjetividad. Al ser una mujer tan analítica, no se permitía los impulsos pues aprendía de sus errores. Sabía que la imprudencia con la que se había manejado en el pasado le había costado caro, por más maravilloso que fuera su hijo: si hubiera podido elegir, habría optado por no quedar en cinta. Pero era imposible regresar el tiempo, y debía continuar, sacando frutos maduros de aquellas enseñanzas pasadas.
Por ello, y por muchas cosas más, es que detestaba el poder que Stanislav tenía sobre ella. Escuchó sus palabras primero, con desconcierto; luego, con incredulidad; finalmente, con ira. Podía sentir cómo la sangre de sus venas comenzaba a bullir, recorriéndole cada palmo de su cuerpo. Hasta hubiera jurado que se le calentaba la piel de pura bronca. Sus amenazas la tomaron desprevenida, especialmente, porque creía que él jamás se querría hacer cargo de su hijo. Convertirlo en heredero del trono ruso, llevarlo al gélido palacio, rodearlo de los monigotes de la Corte, educarlo para que sea un ser triste e irrespetuoso como su padre… La sola idea de que le arrancaran a Jerome le atribulaba el corazón pero, de solo pensar que podía ser el vivo reflejo del hombre que tenía frente a ella, le provocó una desazón impensada.
Estuvo a punto de replicar, cientos de frases se cruzaron por su mente y fueron incapaces de reproducirse por su boca. Él la tomó del hombro, la acercó y la besó. Y por un instante se sintió aquella chica de años atrás, que se volvía miel derretida cuando los labios de Stanislav tocaban los suyos, que se deshacía como un terrón de azúcar ante la calidez de su cuerpo, ante la impetuosidad de sus manos, ante las gotas de sudor que se mezclaban con las suyas… Y le correspondió, por unos segundos relajó sus músculos, le permitió a su lengua que acariciase la del zar, y… Las palabras del padre de su hijo volvieron a su cabeza como una oleada de fuego y la ira que comenzaba a pagarse se avivó. Le llevó las manos al pecho, le mordió con furia el labio inferior y le dio un empujón con tanta fuerza, que lo hizo golpearse contra la pared.
— ¡No vueltas a tocarme nunca más en tu vida! —masculló, incapaz de levantar la voz, a pesar de las circunstancias. Acortó la distancia entre ambos y le apoyó el dedo índice en la nuez de Adán, ejercieron una leve presión. —No te acerques a mi hijo, Stanislav. No vuelvas a esta casa, no lo busques, porque no me importará que me corten la cabeza. Acabaré contigo así sea lo último que haga —apretó los puños, sintiéndose capaz de cualquier cosa. —No tienes idea de la mujer en la que me he convertido, haría lo que sea por Jerome. ¿Te quedó claro? Si no quieres que te destruya, y sabes que puedo hacerlo —los poderes de Claire eran muy reconocidos en el mundillo de los hechiceros-, no te acercarás nunca más a mi hijo, ni a esta casa, ni a nadie de mi familia —hizo dos pasos hacia atrás y se abrazó a sí misma. —Ahora vete. Vete. No quiero volver a saber de ti. Vete.
Claire siempre se había jactado de la frialdad con la que lograba ver, incluso, las situaciones más complejas. Hasta logró racionalizar su propio embarazo, viviéndolo como un proceso de la naturaleza, y ocupándose de quitarle la mayor parte de la subjetividad. Al ser una mujer tan analítica, no se permitía los impulsos pues aprendía de sus errores. Sabía que la imprudencia con la que se había manejado en el pasado le había costado caro, por más maravilloso que fuera su hijo: si hubiera podido elegir, habría optado por no quedar en cinta. Pero era imposible regresar el tiempo, y debía continuar, sacando frutos maduros de aquellas enseñanzas pasadas.
Por ello, y por muchas cosas más, es que detestaba el poder que Stanislav tenía sobre ella. Escuchó sus palabras primero, con desconcierto; luego, con incredulidad; finalmente, con ira. Podía sentir cómo la sangre de sus venas comenzaba a bullir, recorriéndole cada palmo de su cuerpo. Hasta hubiera jurado que se le calentaba la piel de pura bronca. Sus amenazas la tomaron desprevenida, especialmente, porque creía que él jamás se querría hacer cargo de su hijo. Convertirlo en heredero del trono ruso, llevarlo al gélido palacio, rodearlo de los monigotes de la Corte, educarlo para que sea un ser triste e irrespetuoso como su padre… La sola idea de que le arrancaran a Jerome le atribulaba el corazón pero, de solo pensar que podía ser el vivo reflejo del hombre que tenía frente a ella, le provocó una desazón impensada.
Estuvo a punto de replicar, cientos de frases se cruzaron por su mente y fueron incapaces de reproducirse por su boca. Él la tomó del hombro, la acercó y la besó. Y por un instante se sintió aquella chica de años atrás, que se volvía miel derretida cuando los labios de Stanislav tocaban los suyos, que se deshacía como un terrón de azúcar ante la calidez de su cuerpo, ante la impetuosidad de sus manos, ante las gotas de sudor que se mezclaban con las suyas… Y le correspondió, por unos segundos relajó sus músculos, le permitió a su lengua que acariciase la del zar, y… Las palabras del padre de su hijo volvieron a su cabeza como una oleada de fuego y la ira que comenzaba a pagarse se avivó. Le llevó las manos al pecho, le mordió con furia el labio inferior y le dio un empujón con tanta fuerza, que lo hizo golpearse contra la pared.
— ¡No vueltas a tocarme nunca más en tu vida! —masculló, incapaz de levantar la voz, a pesar de las circunstancias. Acortó la distancia entre ambos y le apoyó el dedo índice en la nuez de Adán, ejercieron una leve presión. —No te acerques a mi hijo, Stanislav. No vuelvas a esta casa, no lo busques, porque no me importará que me corten la cabeza. Acabaré contigo así sea lo último que haga —apretó los puños, sintiéndose capaz de cualquier cosa. —No tienes idea de la mujer en la que me he convertido, haría lo que sea por Jerome. ¿Te quedó claro? Si no quieres que te destruya, y sabes que puedo hacerlo —los poderes de Claire eran muy reconocidos en el mundillo de los hechiceros-, no te acercarás nunca más a mi hijo, ni a esta casa, ni a nadie de mi familia —hizo dos pasos hacia atrás y se abrazó a sí misma. —Ahora vete. Vete. No quiero volver a saber de ti. Vete.
Claire Lesauvage- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 15/02/2017
Re: The Ground Beneath Her Feet — Privado
Se estaba volviendo loco. Entre un trono arrebatado y esta mujer-demonio, estaba perdiendo la cordura, y es que juró que por un instante, Claire le correspondió el beso dado a la fuerza y por la mera necesidad de volver a probarla. Definitivamente no debió ir en persona, porque se dio cuenta de lo mucho que la extrañaba, de lo mucho que siempre la había necesitado y eso no podía ser. No podía permitirlo, por todos los infiernos.
Dio un paso hacia atrás causa del empujón, no pudo ir más allá porque un muro se interpuso y se llevó la mano a la boca, para comprobar que aquellos dientes no le habían hecho daño, y aunque sintió el sabor de la sangre en su paladar, no hubo rastro de ella en sus dedos. Bufó, furioso, aunque supo que podían pasar la noche entera peleando y no llegar a ningún lado, y él tenía otros asuntos que atender en la capital francesa.
—Eso no decías en las noches que te revolcabas conmigo —escupió con burla, qué más le quedaba. Tragó y de ese modo, la manzana de Adán, ahí donde ella apuntaba, rozó su dedo. Se peinó el cabello oscuro con una mano—. Quiero ver que lo intentes, quiero que dejes a tu adorado hijo sin un padre, y sin una madre, porque el Imperio no descansaría hasta ver muerta a la asesina del zar. ¡Quiero verlo! —Elevó la voz para luego terminar con un suspiro.
—Claire. Jamás quise un hijo, ni contigo, ni con nadie, pero aquí estamos, ¿no? Y si sabes lo que le conviene, y al niño, cederás. —Sonrió, pero en sus ojos hubo amargura, una muy profunda, porque las cosas estaban demasiado retorcidas, porque él era un tonto y Claire una necia. Porque no quería a Jerome en su vida, pero lo necesitaba. Porque todo era una mierda, una jodida mierda.
—Me iré, no porque me lo pides, sino porque es obvio que necesitas pensar en lo que te dije. Estaré en París un par de días más, te doy oportunidad de que recapacites, ¿de acuerdo? —Se sacudió la ropa con desdén y caminó hacia la escalera, para poder marcharse finalmente.
Se detuvo al filo de los escalones y se giró. La señaló con la mano diestra, misma que sacudió en un gesto impreciso.
—Búscame, sé que eres lista y lo harás. Estoy en el Hotel des Arenes, pregunta por Slava, porque no dije quien era, como podrás suponer. Ser zar no es un regalo, Claire, si eso crees, es una responsabilidad, y pienso hacerlo bien, eso implica llevarme a Jerome —concluyó. Claire sabía de la obsesión de Stanislav con la corona que finalmente portaba. Sabía que no iba a dejar que nada se interpusiera.
Bajó los escalones y sin mediar palabra con nadie más, se marchó.
TEMA FINALIZADO.
Stanislav Rachmaninov- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 14/07/2016
Localización : París
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