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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Aletheia Brutus Dom Mayo 28, 2017 6:28 am

Recuerdo del primer mensaje :

Le dolía el hombro. Se había dado un buen golpe contra el muro y estaba casi segura de que el roce con la piedra sin pulir le había arañado la piel hasta hacerle brotar pequeños puntos de sangre. Aunque con el estampado de diminutas flores de su vestido no se apreciaba.

La bruja había ido a la Logia a buscar un par de tomos. No solía frecuentar la sede de la orden de hechicería porque hacía años que el uso que hacía de sus poderes era residual. Unas pociones, algún hechizo menor, generalmente para curar. La inquisición dejaba muy tranquilos a los hechiceros blancos; tenía otras criaturas que le urgía más cazar. Alguna bruja había sido atrapada y torturada. Y muchas desdichadas humanas acusadas de brujería. Ésa era la mayor caza de brujas. Porque aquellos que poseían la magia de verdad, solían ser capaces de escapar de las llamas purificadoras.

Sin embargo, hacía unos meses que la tensión era palpable. La inquisición no estaba tranquila y nadie sabía exactamente por qué. Tal vez era una nueva generación de inquisidores, obsesionados por la limpieza del mundo de cualquier mal. Quizás era que otras criaturas habían aprendido a esconderse mejor. O simplemente una tendencia cambiante al azar. Pero habían atrapado a tres hechiceros en los últimos cuatro meses y la Logia sólo había podido salvar a dos. El primero de ellos, un chiquillo apenas que se descontroló al ser acorralado, murió en la celda de los bajos de Santa Sede, donde había sido llevado a la fuerza para liberarle del demonio que le poseía a ojos de la Iglesia.

La Logia había tratado por todos los medios de mantener a salvo a sus miembros, pero los inquisidores parecían estar tomandose el trabajo de acosarlos de un modo muy personal. Se rumoreaba entre los hechiceros que esa reacción se debía a la negativa de la orden de magia de servir a los intereses de la Santa Madre Iglesia. Los dones de los hechiceros les facultaban para reconocer a cualquier sobrenatural a través de su aura y conocían multitud de conjuros que podían someter, inmovilizar o controlar a esos seres. Pero la Logia sólo ansiaba el conocimiento y el control de la magia. Para lo que la usara cada miembro en particular no era su asunto. Procuraban que nadie saliera demasiado de los límites, para mantener el secreto frente a la mayoria de humanos y protegerse de la Inquisición, los cazadores u otros seres. Pero si un nigromante atraía el alma de un muerto... O si un hechicero decidía probar un conjuro para cambiar de plano... O si buscaban hechizos nuevos cuyos efectos eran impredecibles... Bueno, ¿cómo iban a saberse las consecuencias de hacerlo, si nadie lo hacía?
Al final todo se reducía a eso, a la búsqueda de conocimiento y al control de la magia. Era su privilegio.

Después de todo lo ocurrido en el barco y tras el enlace de Elora y Xaryne, Aletheia había decidido que necesitaba recuperar los viejos hábitos. Había intentado ser la humana perfecta, la dama perfecta, la perfecta mujer de vida aburrida y mediocre esperando un marido conveniente. Pero esa vida no era para ella. Era sólo una sucesión de días vacíos que le dejaban la sensación de estar tirando sus mejores años por la borda.
Y entonces había llegado él. El huracán Paine. Había sacudido los cimientos de su mundo, la había hecho caer en todos aquellos actos que la sociedad criticaba, le había devuelto la magia.

Magia a la que ya no iba a renunciar, del mismo modo que no iba a renunciar al pirata. Así que había hablado con Stein acerca de algunos libros interesantes, con conjuros que podían serle útiles si iba a cambiar su tranquila vida en la ciudad por correr con los lobos en el bosque. Buscaba magia de protección, conjuros de ataque y defensa... Cualquier cosa que la preparara para la vida que iba a comenzar. Porque junto a Leif, la vida podía ser muchas cosas, pero jamás aburrida.

Con ese pensamiento en la cabeza, había pasado la mañana en la biblioteca de la Logia y había conseguido una lista de libros que poco a poco se iría llevando para consultar. Al salir, al inicio de la tarde, apenas en una de las calles que llevaban hasta la Sede, un hombre la abordó. Fue brusco, pero no especialmente maleducado. Le ofreció dinero y protección a cambio de servir a un fin más alto. Y quizás, en otro momento, la idea de que sus dones dieran muerte a cambiaformas y licántropos le hubiera parecido atractiva. Cuando todavía lloraba la muerte de Leon, cuando tenía pesadillas en las que se veía a sí misma una y otra vez, bañada en sangre, observando cómo aquella descomunal criatura acababa con la vida del hombre que amaba.
Pero ese tiempo había quedado atrás. Así que, con palabras educadas, aunque firmes, rechazó la oferta. Por desgracia, el inquisidor no se tomó bien el rechazo y comenzó a increparla y amenazarla y, en un arrebato, la empujó contra la pared, aprisionándola y diciéndole entre dientes todo lo que sería capaz de hacerle si la tuviera encadenada en los bajos de la Iglesia. Demasiado cerca de la Logia para que sus amenazas llegaran a buen puerto, varios hechiceros acudieron al rescate de su compañera y el inquisidor no tuvo más remedio que huir de allí, con el rabo entre las piernas y un hechizo que le provocaría un picor tan intenso que desearía arrancarse la piel a tiras.

No obstante, el día no iba a ser tan malo al final, porque cuando por fin alcanzaba su calle, vio un coche de caballos parado ante su puerta. En la ventana, una figura que reconocía a la perfección, se asomaba por la ventana esperando su regreso. Sonrió ampliamente y aceleró el paso. La puerta de la casa se abrió y un hombre cruzó el umbral todo lo rápido que le daban las piernas. Se acercaba al final de la treintena, tenía el cabello largo, recogido en la nuca, y vestía con ropas de viaje, cómodas, de buena calidad.
Si hubiera llevado el uniforme militar habría sido fácil reconocer que se trataba de un capitán, pero sin los galones, sólo podía identificarse a un hombre alto, bien parecido, cansado de un largo viaje y muy sonriente, que acudía al encuentro de la hechicera.
Ella se lanzó a sus brazos, exclamando su nombre. Él la tomó de la cintura y la levantó hasta que tuvo que mirarla hacia arriba, para dejarla nuevamente en el suelo y estrecharla en un fuerte abrazo, sin que le importase lo más mínimo que no fuera el saludo más adecuado entre un hombre y una mujer, en mitad de la calle. Hacía mucho tiempo que no la veía y le daba igual lo que el resto del mundo pensara. Era su hermana pequeña y tenía todo el derecho a comérsela a besos.
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Mensaje por Aletheia Brutus Miér Ago 16, 2017 6:08 pm

Se quitó los zapatos con los pies y los empujó para dejarlos caer por el final de la cama. Tirada entre una decena de almohadones y con Leif a su lado, la vida le parecía perfecta. La presencia del lobo cincelaba una sonrisa en su cara.
-No seas bobo -le quitó importancia, a pesar de que su hermano había dejado clara su postura respecto a aquella relación la tarde anterior-. Mi hermano sólo quiere lo mejor para mí. Lo único que todavía no sabe es que eso eres tú.

Metió los dedos en su melena. Le encantaba la intimidad de ese gesto, el tocarle el pelo y sentir como los mechones escapaban deslicándose entre sus dedos, el recorrer con las yemas suaves caminos hacia su nuca y juguetear hasta sus hombros.

-Tienes que entenderlo. Me conoces hace apenas tres meses. En mi última visita a Perpignán ni siquiera nos habíamos visto una vez en nuestras vidas y, de repente, aparezco con un hombre y un hijo. Y no un hombre cualquiera; el Capitán Paine, el terror de los siete mares -comenzó a relatar con voz dramática-, un pirata bravucón y pendenciero, cuya fama de sanguinario le precede, que tiene una mujer en cada puerto, o más de una. -Mientras hablaba, se irguió de rodillas en el colchón, para encaramarse sobre las piernas de Leif-. Y a eso añádele que es un licántropo. -Chasqueó la lengua-. Eres un todo un partido, Paine.

Se echó a reír, buscando las manos del lobo para retenerlas entre las suyas. Levantó una de ellas y le dejó un beso en los nudillos; licencias que se permitía porque ella era su mujer. No estaban casados, pero lo era.

-¿De qué quieres hablar?
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Mensaje por Leif Paine Dom Ago 20, 2017 7:05 am

-Muy segura te veo yo de eso... cuando el lobo aún puede devorarte - chascó los dientes cerca de su rostro con una sonrisa bravucona, pero en el fondo pletórico de que dijera aquello. Él no necesitaba más meses ni años para estar seguro que ella era la indicada, lo supo desde el primer momento en que se conocieron, aunque no se dio cuenta de ello hasta pasados unos días. Cierto era que había conocido infinidad de mujeres, pero ninguna había logrado despertar en él tal instinto de protección como lo hacía ella. No porque fuera débil, pues era una bruja con una gran destreza y fuerza aún por descubrir, sino por los sentimientos encontrados. Solo ella trajo recuerdos de Giselle, recuerdos que creía enterrados y olvidados, y con ello la convicción de que no volvería a permitir que le arrebataran la esperanza de encontrar la felicidad.

-Empiezo a pensar que te gusta demasiado eso de estar con el "temible" Capitán Paine... - la miró con sospecha y la sonrisa aún bailando en los labios, mientras sus manos aprovechaban el cambio de postura para acariciarle los muslos por debajo de la falda. - Y debo corregirte: no era una, eran varias, pero eso es cosa del pasado - la acercó para besarla, demasiado a gusto para acordarse de inmediato del motivo de su visita. Teniéndola en la cama, entre sus brazos, y notando el peso de su cuerpo sobre el suyo, era fácil olvidarse de otros asuntos más banales. Cambió nuevamente de posición quedando encima, perdiéndose por el camino que dibujaba el escote del vestido. - Pronto la cabaña estará terminada. Ayer vine a preguntarte cuándo quieres mudarte. Pronto celebraremos una cena familiar a modo bienvenida e inicio de la unión familiar - fue hablando mientras mordía y besaba su piel, las manos expertas perdidas bajo la tela jugando con las partes más nobles de la morena. - Aunque supongo que habrá que aplazarlo para después de la visita a Perpignan...

El día anterior se quedó con las ganas por la presencia del hermano, pero ahora que la tenía a solas para él no pensaba desaprovechar la ocasión. Fuera cual fuera la respuesta de la bruja, pensaba hacerle el amor encima de todos aquellos cojines, sin preocuparle lo más mínimo que la momia y su hijo estuvieran escuchando. Tal vez así el mocoso aprendiera algo.
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Mensaje por Aletheia Brutus Dom Ago 20, 2017 10:42 am

-Más le vale -sonrió, muy cerca de sus labios. Sin saber muy bien cómo, se había convertido en la perfecta Caperucita, dispuesta a ser devorada por el lobo feroz-. Me encanta la idea de estar con el temible Capitán Paine. Sobre todo si el temible Capitán Paine me abraza, me besa y me hace el amor cada noche.

Beso a beso, se encontró bajo el cuerpo del pirata, sintiendo su boca contra la piel, arrancándole suspiros y pequeñas risas. Le rodeó el cuello con los brazos, para retenerle cerca de ella. Desde la boda de Elora y Xaryne, cuando por fin habían puesto las cartas sobre la mesa y habían dejado claros sus sentimientos, toda la tensión que sentía cuando estaba en presencia de ese hombre se había esfumado, dando paso a la complicidad y la confianza mutua.

La manera en que hallaba siempre el camino hasta ella, la forma en la que buscaba su piel, en la que disfrutaba de su intimidad, su voz en su oído sacudiendo sus defensas, reduciendo a cenizas cualquier rastro de pudor, sus dedos tomando posesión de su cuerpo, ahogándola en el deseo... Ése era su lugar en el mundo, entre los brazos de Leif. Ése era su destino, unido al del pirata, dándole todo el amor que le había sido negado en sus largos años, ofreciéndole un hogar, un sitio seguro al que regresar, un bastión dulce y cálido que le prometía el paraíso en su interior.

Sólo pensar en abandonar aquella casona en París, bien situada, cómoda, con todo lo que una mujer de su posición podía necesitar, la ponía ansiosa, nerviosa, alterada. Porque iba a cambiar todo aquello por una cabaña en el bosque, que si bien era amplia y bien construida, resistente y acogedora, no podía compararse en calidad de construcción al ladrillo y la piedra que componían su casa. Una cabaña de aspecto rústico, con muebles robustos, sin las delicadas telas y adornos que lucía su actual morada. Una casucha lejos de la civilización, del bullicio del mercado, de los paseos por las avenidas y las meriendas en los cafés, sentada al sol. Pero un lugar hecho a su medida. Para ella y para él. Un lugar donde iban a comenzar su vida juntos, su hogar. Donde nacería su hijo. Y los que vinieran detrás. Donde iba a despertar cada día junto al cuerpo firme y protector de Leif, donde iba a hacer uso de su magia sin miedo, sin restricciones, donde iba a cocinar para su familia, donde iba a ser total y absolutamente libre, donde iba a dormir desnuda cada noche, agotada y saciada, pletórica. No se le ocurría mejor descripción de la felicidad que esa cabaña perdida en el bosque.

-Cuando volvamos de Perpignán me iré contigo. Dejaré esta casa a cargo de Adele y Loui, para cuando necesite hacer noche en París, y viviremos en el bosque. Y entonces ya no podrás librarte de mí, Paine. Voy a adueñarme de una parte de tu cama cada noche. Y voy a repartir mis tonterías por la casa. Y a robarte besos y abrazos sin motivo. Y muchas otras cosas más, hasta que no sepas vivir sin mí. Pero, sobre todo, voy a ser feliz contigo. Porque te quiero, Leif.

Muchos cambios se avecinaban en su vida, pero con él a su lado se veía capaz de enfrentar todo. El primer paso había sido reconocerse el uno al otro. El segundo, los hijos del Capitán. El siguiente, su familia. Paso a paso, en el camino de su nueva vida.

En unos días se toparían con un obstáculo importante, porque las reticencias de su hermano eran sólo la punta del iceberg. Pero no albergaba dudas de que saldrían con éxito.
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Mensaje por Leif Paine Mar Ago 22, 2017 7:14 am

Eso era, hacer el amor. De eso se trató todo el tiempo desde que la conoció. Por muchas mujeres con las que hubiera estado, ninguna le hizo sentir como ella lo hacía. No era solamente atracción física, que encendiera su sangre como ninguna otra era por los sentimientos que había entre ellos, por el vínculo emocional que compartían y que le impedía fijar la mirada en ninguna otra que no fuera ella, la bruja. Su hija le había enseñado humanidad, pero Aletheia le abrió los ojos ante algo mucho más importante ahora para él: el amor. Aquella mariconada de la que nunca quiso saber nada, y ahí estaba: enamorado hasta las trancas de una mujer casta que nada tenía que ver con su anterior vida. Y no tenía queja alguna, porque estando con ella conocía la verdadera paz: en su voz aterciopelada, en las curvas de su cuerpo y en el cariño que sus dedos transmitían entre sus hebras enmarañadas.

El sexo entre ellos no se trataba solamente de algo físico. Iba mucho más allá. A través de sus cuerpos se transmitían todo aquello que no se decían en palabras -al menos por su parte, pues nada cambiaría su lengua helada. Ansiaba tenerla consigo en el bosque, verla criando a su hijo y a los que vinieran después del primero. Fantaseaba con la idea de llegar a casa y encontrarla allí, regalándole una de sus tiernas sonrisas mientras abría los brazos para recibirle en su regazo.

Nada de todo eso sería dicho en voz alta y esperaba que ella pudiera sentirlo en el calor del lecho cada vez que compartían baile horizontal.

-Entonces olvidemos Perpignan y vayámonos ahora. ¿Qué nos detiene? Monta tu caballo y sígueme entre árboles - susurró ronco, aún repartiendo besos por su cuerpo tras haber llegado al clímax. Sentía que podría estar adorándola toda la noche aunque esta fuera eterna. - Sé mi amazona, bruja descarada... - Sabía que no lograría convencerla de evitar aquel viaje, pero no perdía nada en intentarlo.


Salió de su cama antes de que despuntara el sol para poder volver al bosque y dejar directrices a sus hijos en su ausencia. Estos terminarían lo que quedaba por construir y vigilarían que nada irrumpiera en su territorio, pues hasta no marcar los límites era evidente que más de uno cruzaría la línea. Se vistió con ropas más acordes para mostrarse en presencia de los padres de la bruja y se llevó algo del dinero que el negocio de su hija producía, solo para demostrar que podía mantener a su familia de necesitarlo. Se puso el abrigo y fue a recoger a Aletheia, armándose de paciencia a sabiendas que volvería a encontrarse con su hermano el lengua lenta.
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Mensaje por Aletheia Brutus Mar Ago 22, 2017 2:23 pm

-Eso ya lo hice una vez y me espantaste al pobre Antares. Aunque gracias a eso estamos aquí. Podrías haber sido un poquito más amable, pero es parte de tu encanto. -Acarició su mejilla. No cambiaría nada de esos momentos, porque sí, había sufrido, pero les habían llevado hasta allí y las cosas siempre ocurrían por algo, así que era así exactamente como tenían que ser-. Es mi familia, Leif, no puedes evitarlos siempre. Pronto también serán la tuya y te apreciarán. Sólo tenéis que daros tiempo mutuamente. ¿Puedes hacer eso por mí? ¿Intentarlo al menos? Sabes que me haría inmensamente feliz.


Con ese deseo, partieron rumbo a Perpignán. El viaje era largo y, por mucho que el carruaje en que viajaban fuera cómodo, acababan por entumecérseles las piernas. Leif y Blaise tenían la opción de cabalgar, pero a ella se lo habían prohibido terminantemente. Al parecer no se aguantaban el uno al otro, pero se ponían de acuerdo cuando de prohibirle cosas se trataba.

El camino fue tenso las primeras horas, porque estaba más que claro que los dos hombres no querían compartir el espacio reducido de un coche de caballos. Pero la hechicera no iba a rendirse fácilmente. Eran su hermano y el hombre al que quería y acabarían llevándose bien aunque tuviera que hechizarles para ello. Y sí, sabía de varios conjuros y pociones para ello si se daba el caso.

El coche de caballos por fin se detuvo ante las puertas de una hacienda con varios acres de tierra en una suave colina sobre la que se hallaba una casa grande, de ladrillo encalado y techo de pizarra. Con un jardín primorosamente cuidado delante y terreno para que pudieran correr los caballos en la parte posterior. Blaise fue el primero en bajar, satisfecho por llegar al fin de regreso al hogar de sus padres. Además de llevarles la sorpresa de su hermana. Aunque la sorpresa incluyera otras dos sorpresas menos agradables en el lote.
-Voy a ir entrando para saludar a tus padres y que así tu llegada sea una sorpresa. Pierre, lleva luego el carro atrás, por favor.
Y se adentró en la casa, donde sus padres se encontraban disfrutando del sol de primavera.
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Mensaje por Aletheia Brutus Miér Ago 23, 2017 11:00 am

Leif bajó tras Blaise con cierto amargor plasmado en el rostro debido a las miradas tensas que se habían lanzado ambos hombres durante el trayecto. Todo cuanto deseaba era quitarse aquellas ropas y correr medio desnudo y descalzo por el bosque, pero aún tendría que lidiar con el protocolo de presentación. Le tendió la mano a la bruja para ayudarla a bajar, con la mirada un tanto curiosa alrededor de la casa.
-Así que princesita, eh... -se mofó intentando soltar algo del veneno que había contenido con el hermano delante.

-Te lo dije. Soy la princesita de esta casa. Sólo que no me veo desposándome con un príncipe azul. -Aprovechó que el cochero se retiró y les dejó un momento a solas. Con un cestillo de mimbre donde había preparado una buena botella de vino y unos quesos. Un obsequio de parte del hombre que iba a conocerles. -Todo saldrá bien. Ya lo verás. Tú piensa en que cuando volvamos, será a nuestra casa. -Le dio un último beso y le tendió la cesta. -Acuérdate de entregársela a mi madre y decirle que es un presente por su hospitalidad. Te la meterás en el bolsillo. ¿Listo? -se agarró de su otro brazo y se dispuso a subir la suave pendiente hasta la casa.

Leif gruñó mordiéndose la lengua para no decir lo que realmente pensaba, y es que aquello le pareció una mala idea desde el principio. Cogió la cesta a regañadientes y se encaminó con ella del brazo cuesta arriba, mirando el palacete que se alzaba ante sus ojos. Sin duda se trataba de una familia con dinero y ya podía imaginar lo que pensarían al verle a él, un pirata de mala fama, llegando del brazo de su hija. Pero no podrían estar más equivocados, a él no le interesaban en absoluto los palacios y mayordomos. Sólo quería su cabaña en el bosque. En cuanto se encontró frente a los "suegros", le dio la mano firme a su padre y a su madre le cogió la mano, ladeando una juguetona sonrisa mientras besaba su dorso, mirándola a los ojos.
-Está claro de quién ha sacado la belleza su hija, señora. En Nassau sería altamente cotizada...

Al llegar a la entrada, la imagen ante ellos fue cercana y familiar. Blaise había abrazado escuetamente a su padre, con algo más de relajo a su madre y en esos momentos les anunciaba la llegada de una gran sorpresa.
El revuelo fue inmediato apenas la vieron. Su padre la abrazó contra su pecho y besó su frente varias veces. Su madre se deshizo en lágrimas de alegría, con las manos en sus mejillas, observándola antes de abrazarla.
-Mi niña. Estás preciosa. Oh, que maravillosa sorpresa. ¿Cómo no nos has avisado que venías con tu hermano?
-Porque entonces no sería sorpresa. Además, tengo que presentaros a alguien... -Había llegado el momento-. Mamá, papá, os presento a mi prometido, Leif.
El hablar de un compromiso como algo formal, relajaría sensiblemente a sus padres, que lo verían como algo más formal y adecuado, aunque el novio no fuera el que ellos hubieran elegido. Su padre le estrechó la mano al pirata, con gesto serio, casi solemne. No había asimilado aún de quién estaban hablando. Acababa de recibir una impresión demasiado fuerte con la visita de su hija y un desconocido prometido para caer en ese momento en la cuenta de que se trataba del buscado Capitán Paine, si bien, como se le había dado por desaparecido desde hacía algún tiempo, era dificil establecer esa relación. Su madre se mostró encantada con la noticia y recibió a Leif con una sonrisa. ¿Cómo iba a pensar que era un pirata? Ella vivía en su mundo de clase alta, ajena a esos problemas, más que como algo que comentar durante el té. El desafortunado comentario del lobo hizo fruncir el ceño a su hermano, el único cuyo cerebro regía, sobrepuesto a la sorpresa.
-Leif -le reprendió la bruja con una mirada asesina.

-Querida, sabes que no puedo evitar ser sincero... y tu madre es una mujer atractiva. Un hombre con suerte, señor Brutus. - No fue del todo un comentario desafortunado, a medio camino desde París ya había decidido que no pensaba fingir ser lo que no era. Los modales refinados no iban con él. Sería cortés, porque el momento lo merecía, pero no escondería quién era en realidad-. Esto es para ustedes, espero que lo disfruten -le dio la cesta al matrimonio con una sonrisa, ignorando descaradamente las miradas de ambos hermanos.

-Sin duda -respondió secamente el señor Brutus-. Aunque la tuya es aún mejor. -O lo que venía siendo un "te vas a llevar a lo mejor de esta casa, trátalo como se merece".
-Gracias, es todo un detalle. Mira, Armand, un Borgoña. Lo probaremos en la cena.

Era más que evidente que la tensión crecía y el momento era incómodo para todas las partes. Para unos, por lo inesperado, para otros, porque era un trámite necesario de cara a encarar felizmente un futuro y podía suponer un punto oscuro en su felicidad si no salía bien. Por suerte, la bruja siempre había tenido recursos e hizo gala de ellos.
-Papá, mamá. Estoy agotada del viaje y tengo tantas cosas que contaros. ¿Qué os parece si le enseño a Leif la casa y los alrededores; así tú puedes organizarlo todo con más calma y charlaremos durante la cena.
-Claro, cariño. Lo dispondré todo.
-¿Vienes, Leif? -le ofreció la mano, como escape momentáneo de aquella situación.

-Sí... - inclinó la cabeza ante el matrimonio y le cogió la mano a la bruja para alejarse de la familia.
Una escueta sonrisa de victoria bailaba en sus labios, incapaz de contenerla. Se había salido con la suya, como siempre, y no había salido tan mal.
-¿El palo por el culo os lo meten al casaros o viene incluido con el dinero? -Preguntó retóricamente, riendo entre dientes. -No entiendo cómo puedes estar con alguien como yo teniendo tanta rigidez en casa. ¿Eres la única bruja de la familia? -esta vez era curiosidad, no había visto ningún aura fuera de lo común en sus padres, parecían un par de humanos normales y corrientes.

La bruja frunció el ceño, algo molesta por las críticas a su familia. Entendía el choque entre clases sociales y ella, más que nadie, quería escapar de esas imposiciones absurdas, pero no por ello le gustaba que se hablase mal de los suyos.
-Era una presentación formal. Si mis padres tuvieran el palo metido como dices, no habrías venido conmigo un par de días y todo solucionado. Habrías tenido que venir tú solo a pedirle la mano a mi padre, que él te hubiera preguntado hasta las veces que has frecuentado un burdel, hubiese determinado si eras o no un candidato aceptable y luego, si acaso, te hubiese concedido permiso para visitarme, con la atenta compañía de un ama. Tras al menos un año de visitas regulares, te habrían permitido, por fin, un contrato prematrimonial y luego ya, un matrimonio de pleno derecho. Así que date con un canto en los dientes de que mi familia sea de lo más flexible de la región. No se lo hicieron pasar a Leon, no hagas puntos para que te lo hagan a ti. ¿Tanto te cuesta entender que hasta hace tres meses tú no estabas en mi vida y para ellos todo esto es como un terremoto? Y eso que todavía no les hemos dicho lo del niño. -Suspiró-. Esto es importante para mí, es mi familia. Yo hice el esfuerzo con tus hijos -y más teniendo en cuenta el pánico atroz que le tenía a los hombres lobo-. ¿Tanto te cuesta hacer tú el esfuerzo con mis padres?
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Mensaje por Leif Paine Lun Sep 11, 2017 10:27 am

Leif miró a la bruja mientras una de sus cejas se iba arqueando lentamente conforme el sermón seguía adelante. Ladeó la cabeza sin amedrentarse por su carácter fiero. - Si nos hemos saltado el protocolo es por ti, no por ellos. Te dije en París que haría un esfuerzo, pero no pretendas que haga el papel de prometido perfecto, porque los dos sabemos que no se me da bien.

-Precisamente lo mejor de ti es que no eres el prometido perfecto pero... ponte por un momento en su lugar, tienes una hija, la has llevado al altar; sabes perfectamente lo que están sintiendo. Por Dios, Leif, sólo es un par de días de no ser un huracán destrozando todo a mi alrededor. ¿No puedes dejar de ser el maldito pirata que tiene que romper absolutamente todas las reglas, por absurdas que sean, y ser sólo un hombre conociendo a los padres de su prometida?

Leif jugó con la lengua entre las muelas, pensativo, y terminó asintiendo. Era cierto, su relación era apenas de unas semanas, y si su duración dependía de su comportamiento ahí, se mordería la lengua. - Espero una buena compensación...

-¿Casarte conmigo no te parece suficiente? - Había cedido un poco y eso era suficiente para ella en ese momento, así que le dio un beso en la mejilla y le agarró la mano, para enseñarle los entresijos de la propiedad. Le mostró los jardines, la bodega, los salones... y finalmente la habitación que ocuparía esos días. Sencilla, pero acogedora. - ¿Te gusta? La mía está en el otro pasillo. Pero ser una bruja tiene sus ventajas.

Paseó con ella agarrándole la cintura, dándose cuenta del dinero que realmente tenía la familia Brutus. Le seguía sorprendiendo que estuviera dispuesta a cambiar tanta grandeza económica por vivir con él en el bosque, en una cabaña de madera que, si bien estaba muy bien adaptada, no dejaba de estar rodeada por tierra y árboles. Nada que ver con un jardín de rosas. Al llegar al dormitorio se detuvo y miró alrededor frunciendo el ceño. - ¿Cómo que la mía? ¿Es que no vas a dormir conmigo? - estaba totalmente indignado.

-No estamos casados, Leif. No podemos dormir juntos bajo el techo de mis padres. Además, dormimos separados muchas noches y nunca antes de había horrorizado la idea. De todos modos, no te olvides de que tu mujer es una hechicera. - Y pensaba colarse esa noche en aquella habitación por encima de la campaña. - Bajemos a cenar, anda. Nos retiraremos pronto, con la excusa del viaje. Aunque creo que deberíamos soltarles el bombazo ya.

-Semejante est... - terminó blasfemando entre dientes para sí. Tanta rectitud le estaba poniendo ya de mal humor, y el viaje acababa de empezar. Bajó con ella forzando una sonrisa que no sentía en absoluto, mirando a sus padres dejando que hablaran los demás, porque si abría él la boca era capaz de soltar algún que otro hachazo como el de llegada. Deseaba que terminara la cena para quitarse los zapatos y la ropa, se sentía esclavizado.

La mesa que habían preparado para la cena no escatimaba en viandas. Era una ocasión muy especial e iban a acompañarla como se merecía. Buen vino, buena comida, buenos licores para el postre. El padre de Aletheia presidía la mesa. A su izquierda su esposa, a su derecha su hijo mayor. La bruja junto a su madre y a él le habían puesto el servicio junto a su prometida. El asiento junto a Blaise quedaba libre, pero es que aún faltaba el pequeño de la familia, que estaba de viaje con su destacamento. Leif luchaba para no centrarse en el vino. Tarea difícil, teniendo en cuenta que tenía una opinión muy distinta a lo que los demás comensales pensaban respeto a los temas tratados, pero nuevamente debía morderse la lengua. Por debajo de la mesa se apretaba el muslo, un pequeño dolor recordatorio de que decir algo fuera de lugar le supondría perder a la bruja.

La conversación fluyó por temas superficiales... Hasta que Aletheia rechazó la cuarta copa de vino que le ofrecían.

-Aletheia, ¿te sientes bien? Adoras este vino.

-Aletheia no debería seguir bebiendo... - comentó el lobo, dejando que fuera ella quien diera la noticia a sus padres.

-¿Por qué? El vino es poco menos que una obra de arte nacional. Y Aletheia siempre ha sabido disfrutarlo con moderación.

-Si, papá, pero... las circunstancias han... cambiado. - La bruja miró a su hermano en busca de ayuda. Él ya lo sabía y esperaba su apoyo para evitar un mal trago-. Sé que todo esto de mi matrimonio os parece un poco precipitado, pero... hay un motivo para no esperar más.

Como suele pasar con las mujeres, que parece que se intuyen esas cosas unas a otras, la madre de la bruja fue la primera en atar cabos. - Ay, por Dios, Aletheia. ¿Cómo has podido ser tan descuidada? ¿Es que no te hemos enseñado nada?

No importaba qué tan fuerte se mordiera la lengua Leif, si alguien decía algo mínimamente desagradable a la bruja él se desbocaba. - ¿Tan desagradable les parece traer al mundo a un niño? Cierto es que no ha estado planeado, pero antes de que piensen lo que no es, nuestro matrimonio no es por mantener a salvo la reputación de Aletheia. Es mi compañera y la amo, y ese niño es tan deseado como cualquier otro.

Todas las miradas se clavaron en el pirata, aunque con expresiones muy diferentes. Blaise mostraba una mezcla de estupor y admiración, porque valoraba mucho en un hombre el arrojo y la sinceridad. Y, desde luego, en ése, llegaban a ser sangrantes en algunas ocasiones. No era Leon, estaba claro, pero quería a su hermana, así que estaba dispuesto a no amargarle la existencia. Eugéne seguramente hasta se pondría de su parte, porque adoraba tanto a Ale que cualquier cosa que la hiciera sonreír le parecía acertada. Su padre le miraba serio, tratando de discernir si le agradaba o no la reacción de su invitado. Su esposa, en cambio, le miraba con tal incredulidad que no atinaba a decir nada, a pesar de que había abierto y cerrado la boca varias veces en un intento de dar respuesta al pirata. Por último, Aletheia, quien se mordía el labio. Los ojos le brillaban, a punto de soltar alguna lágrima que rompería el tenso silencio que se había impuesto en la habitación. Quizás ante la sociedad no fuera el mejor ejemplo, pero para ella no había en el mundo entero mejor declaración de intenciones.

Leif Paine miró a todos los comensales y cogió la copa dando un buen sorbo. No iba a añadir nada más, le daban igual las miradas, había dicho lo que pensaba sin más, pues le daba igual que se tratara de la familia de la bruja, nadie podía faltarle al respeto. Siguió comiendo sin levantar la mirada, con el cabello retenido a la espalda en una coleta.

-Parece que no hay nada que decir entonces -rezongó un poco el cabeza de familia.

-Papá, sabemos que no es exactamente como vosotros lo habríais querido...

-Es diametralmente distinto a como lo habríamos querido, pero está bien.

-Lo sé, pero ha ocurrido así y...

-No quiero los detalles. ¿Cuándo te casas?

-Todavía no hemos pensado una fecha, pero a mí me gustaría algo sencillo e íntimo. Sólo las familias, algún amigo muy cercano.

-¿Has hablado con algún sacerdote ya?

-Papá, soy una hechicera, preferiría un rito pagano. Me identifico más con la magia que con la Iglesia. Sobre todo desde que nos persiguen, nos torturan y nos queman.

-¿Y cómo vamos a organizar todo en tan poco tiempo? -intervino la madre.

-Yo creo que deberías dejar a Ale que lo organizara a su manera -le echó una mano Blaise-. Y ahora deberíamos hacer un brindis. Por mi hermanita y por mi futuro sobrino.

La mirada que le lanzó el lobo a Blaise fue fulminante. ¿Él no entraba en aquel brindis? Cogió la copa y la alzó, pero antes de que se pusieran con el brindis él tenía algo más que decir. - La boda será en el bosque, en París. Asistirán lobos y brujas, así que mentalizad a vuestros invitados porque queremos la velada en paz. La boda será como ella desee... con ciertas directrices - añadió mirándola de reojo, porque tenía muy claro que a su propia boda pensaba ir medio desnudo y descalzo. - Ahora sí. Por la unión de dos familias... - miró fugazmente a Blaise y se bebió el contenido de un trago.

Blaise se echó a reír. - Al menos tiene asumido dónde se está metiendo. - Su intención no había sido excluirle del brindis, ni mucho menos, sólo quería hacer a su hermana protagonista del momento y relajar la tensión. Pero para eso aún tenía que pasar bastante más tiempo. Los planes para la boda, los invitados y algún comentario del embarazo monopolizaron la conversación. La tensión del momento seguía siendo palpable, pero la familia de Aletheia parecía apreciar que estuviera allí, que fueran a casarse y que ella estuviera contenta con la idea. Además, le dio fuerza a la excusa para retirarse pronto a dormir. El viaje había sido intenso, la cena también, y ella quería descansar para ir a la mañana siguiente al cementerio.

En el momento que se levantaron de la mesa, Leif estuvo rogando para que el padre no tratara de robarle más tiempo con alguna charla típica. Por fortuna no fue así. Siguió a la bruja escaleras arriba y la arrinconó contra la pared besándola profundamente. Demasiado tiempo conteniéndose. - Seré yo quien vaya a tu habitación. Tú estás embarazada, no quiero que hagas esfuerzos de más. Deja la luz prendida y sabré cuál es.

La hechicera asintió y sonrió. - Te estaré esperando, Capitán. - Se escabulló por la puerta de su alcoba y la cerró por dentro con el pestillo. Encendió una luz y dejó abierta la ventana. Se deshizo del vestido y se puso un camisón para dormir, deslizándose entre las sábanas, acomodada sobre los almohadones, de espaldas a la ventana, fingiendo dormir.

Leif se metió en su habitación y se deshizo de aquella incómoda ropa. Quieto en el centro, escuchó atento los ruidos de la casa hasta saber cuándo podía salir sin ser percibido, saltando por la ventana. Sujetándose por la cornisa, rodeó la esquina dirigiéndose a la ventana de la bruja, por la que entró de un salto y la miró con una ceja arqueada. No se lo pensó dos veces, arrancó la sábana de un tirón y se puso encima de ella. - No pienses ni por un momento que nos vamos a dormir ya... - susurró antes de perderse entre sus piernas.





Faltaban dos horas para que empezara el ajetreo en la casa cuando Aletheia prácticamente echó a Leif de su habitación, por la ventana, para que deshiciera el camino que había recorrido para llegar hasta allí. Se reía. Le resultaba divertida aquella tontería de fingir que no habían pasado la noche juntos, como si respetaran las normas y costumbres de la alta sociedad. Aunque en realidad lo hacían, porque lo de colarse en la habitación del otro era la parte de la costumbre cuya existencia todos conocían y todos negaban. Aprovechó para asearse y vestirse antes de bajar a desayunar. Esa mañana había cogido el chal de punto rojo. Y eso implicaba que su primera acción del día al salir de casa sería ir al cementerio.

Después de pasar la noche con Aletheia, y sin poder pegar ojo pensando en cómo estarían las cosas en la manada, cuando volvió a su dormitorio lo único que quería Leif era dormir y escaquearse de cualquier tradición familiar que tuvieran preparada para la mañana. Así que ahí se quedó encerrado, durmiendo a pierna suelta y desnudo sobre aquellas finas sábanas de hilo.
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Mensaje por Aletheia Brutus Lun Sep 18, 2017 2:19 am

Cementerio de Perpignan.



Era una visita obligada en cada ocasión que bajaba a su ciudad natal. En todas las veces anteriores había ido acompañada por su madre, por una amiga, por alguno de sus hermanos. Pero ese día decidió que quería ir sola. Necesitaba ese momento de intimidad con Leon.

Se aseó y se puso uno de sus mejores vestidos. Uno que dibujaba su cintura, acariciaba la curva de sus senos y se extendía sobre sus brazos con un suave encaje crema sobre un fondo del mismo color, contrastando con la falda, más oscura. Se echó el chal rojo sobre los hombros. Otro de los detalles obligados en cada visita. El último recuerdo del hombre al que iba a visitar. No se recogió el pelo, prefería mostrarse más natural. Se despidió de su madre, avisándola de que iría al cementerio, y emprendió el camino hacia el camposanto.
Caminó sola, buscando los suaves rayos de sol de principios de primavera.

Junto al cementerio había un puestecillo de flores. Se tomó unos minutos para elegir con cuidado las que compraría. Una a una las fue seleccionando, hasta que tuvo en sus manos un colorido ramo.
-Leon fue un hombre muy alegre -le explicó a la mujer que las vendía-. Siempre decía que había que saber ver el color de las personas.

Pagó y acomodó el ramo sobre su brazo antes de atravesar la puerta de hierro forjado que a esas horas permanecía abierta. Se perdió entre los pasillos que trazaban las tumbas, buscando aquella que tantas otras veces había visitado. Conocía el camino de memoria. Hasta recordaba los nombres de algunas lápidas que le habían llamado la atención. Los fue leyendo, casi por inercia, hasta que se topó con la que buscaba.
Una tumba sencilla, con la lápida de granito gris, el nombre tallado en mayúsculas. Leon Lefebvre. Sonrió mientras acariciaba las letras con los dedos y se sentó en el suelo, sobre la hierba, sin importarle si el vestido se ensuciaba o no.

-Hola, mi amado Leon -saludó como de costumbre, como si él pudiera escucharla a la perfección-. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que vine a verte. Mucho tiempo y demasiadas cosas -suspiró y dejó transcurrir unos segundos, pensando cómo poner en palabras los sentimientos que la habían llevado allí-. La vida en París es maravillosa. Te habría encantado -inició el discurso de siempre-. Tiene una luz y un encanto especiales. Brilla incluso en los días más grises. Parece que la gente siempre está alegre y feliz y que nada malo puede ocurrirte allí. -Sacudió la cabeza, como negando sus propias palabras-. Pero también tiene sus peligros. Y más para los que son como nosotros. La inquisición aprieta cada vez más y no tenemos más remedio que escondernos para sobrevivir. Ya sabes que he estado mucho tiempo sin sentir el aleteo en el estómago y esa picazón en los dedos que tanto nos gustaba. -Sus dedos volvieron a pasearse por la piedra como muchos años antes lo habían hecho por la espalda de Leon, cuando se quedaba desnuda, envuelta en las sábanas, después de hacer el amor, sentada a su lado, dibujando palabras en su espalda que él trataba de adivinar-. Ay, mi Leon, te he echado tanto de menos a lo largo de estos años. Nadie ha podido llenar el vacío que dejaste... Nadie. Nunca. -Ladeó la cabeza y soltó una suave risa-. Hasta ahora.

>>No puedo decirte que sea el más recto de los hombres, porque tiene un carácter horrible y unos modales pésimos. Y su pasado no es el más limpio. Sé que si te contara la verdad sobre él, me dirías que me aleje, que no me deje arrastrar a la vida que él puede ofrecerme, que a su lado sólo tendré dolor y penurias. Lo sé, yo misma lo he pensado muchas veces. Créeme, es el tipo de hombre del que toda mujer decente debería huir. Si te contara cómo es, lo que ha sido, lo que ha hecho... me lo dirías. Por eso prefiero contarte otra cosa.

>>Prefiero hablarte de sus ojos. Él no se da cuenta, pero sus ojos dicen tantas cosas. Hablan de un pasado difícil, de unas heridas que intenta sanar. Hablan de soledad y dolor. Y, sin embargo, son capaces de mirarme y hacerme sentir que haría cualquier cosa por mantenerme a salvo. Prefiero hablarte de esa boca malhablada, que puede soltar cientos de barbaridades en un minuto, y que puede besar con tanta pasión. O esas manos rudas y maltratadas, que se vuelven tan protectoras
-suspiró-.

>>Leon, han cambiado tantas cosas desde que tú no estás. Cuando ese lobo te arrancó de mi lado creí morir. Había muerto en vida. Mi existencia era insulsa y triste, porque me faltabas tú, mi amor. Y así han pasado todos estos años. Pero ahora... Mi vida es un peligro constante, nunca sé si nos van a descubrir, si Leif o alguno de los otros volverá a casa herido, si la Inquisición llamará a nuestra puerta. Pero no podría ser más feliz. Leif me ha devuelto la magia. Me ha devuelto un motivo para luchar y para volver a ser lo soy. No soy una institutriz, no soy una dama, soy una hechicera. Y ésa es la vida que quiero. Es más dura, más peligrosa, más incierta. Pero es ahora cuando me siento viva.

>>Tú has sido el primero. El primero del que me enamoré, el primero que me robó un beso, el primero que me hizo perderme en la pasión. Y siempre serás el más bello de mis recuerdos. Pero ha llegado el momento de dejarte ir, de atesorarte entre las memorias dulces y emprender este nuevo camino, junto a Leif, siendo ese apoyo para que lidere la manada a la grandeza, siendo la que luche a su lado, la que cure sus heridas, la que le dé todo ese amor que el muy idiota cree que no es para él.
-Se levantó, se sacudió el vestido y se quitó el chal de los hombros. Lo dobló con mucho cuidado, se lo acercó al rostro y dejó un beso sobre el hilo rojo. Con una sonrisa melancólica, se inclinó y lo dejó sobre la lápida, medio cubriendo el nombre-. Adiós, Leon.

Aletheia se alejó entre las tumbas, con una tranquila sonrisa en los labios y la calma en el corazón. El viento revolvió sus rizos y dejó de ver por un instante. No miró hacia atrás, no sintió pena o remordimientos. Allí se cerraba una etapa y el broche era el chal rojo de punto pulcramente doblado sobre el granito tallado.
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