AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Into the wild {Nina Pelkova}
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Into the wild {Nina Pelkova}
Salió de casa como cada día, pero, para Yvette, hacía tiempo que sus días habían dejado de ser como todos los días. Cada vez intentaba pasar más tiempo sola, a pesar de que su madre insistía en que debía ir siempre acompañada, sobre todo cuando salía de casa. ¡Cómo si todavía fuera una cría! Muy a su pesar, su madre todavía la seguía viendo como tal y, a decir verdad, los diversos acontecimientos de las últimas semanas no la habían ayudado a que cambiara de opinión. Llegaba y salía de casa a horas completamente intempestivas, sin avisar y nadie sabía con quién. Clara empezaba a pensar que la joven hechicera tenía un amor secreto que visitaba cada vez con más frecuencia, e Yvette dejaba que se creyera esa historia. ¡Ja! ¡Para hombres estaba ella! Si ya tenía bastantes problemas con sus tormentas, no quería ni imaginar lo que sería tener que lidiar, además, con un amante secreto del que no se podía saber su existencia. Al menos había llegado a un acuerdo con su señora madre, y era la compañía que llevaría en sus salidas. Yvette le había pedido que fuera Julia, su doncella, puesto que la mente fácilmente manipulable de la muchacha le daba casi toda la libertad que ella buscaba. Así de simple fue como, seguida de la insulsa Julia, se adentró ese día en las calles de París.
Pasó la mayor parte de la tarde en la terraza de uno de sus cafés favoritos, alternando la vista entre el libro que llevaba bajo el brazo y los transeúntes que pasaban a su lado. Ya casi no conversaba con Julia, puesto que nunca conseguía que le contestara con algo más de dos palabras juntas. Como doncella era excelente, como dama de compañía, en cambio, pésima. El sol todavía estaba alto en el cielo, pero empezaba a dolerle el trasero después de tantas horas sentada, así que decidió que había llegado el momento de dar un pequeño paseo antes de volver a casa. Tendió el libro a Julia y comenzó a caminar por las calles más concurridas que encontraba para mezclarse en el bullicio de la ciudad. Se sentía más segura rodeada de gente porque, bueno, los malhechores no se atreverían a hacerle nada cuando había decenas de testigos a su alrededor, ¿no?
Llegó a la calle principal sin mayores altercados, pero, cuando ya había recorrido aproximadamente la mitad, escuchó gritos y alboroto tras ella, en un punto algo alejado de donde se encontraba. Se dio la vuelta lentamente como muchos otros igual que ella y vio correr a una muchacha en su dirección. Algunos intentaban agarrarla, pero ella era más rápida y, antes de que Yvette se diera cuenta, la joven chocó contra ella. La gente a su alrededor le gritaba para que hiciera algo, pero la hechicera sólo escuchaba un murmullo lejano. Miró a la chica a los ojos y vio, por un breve instante, una joven de cabellos como el fuego junto con otras mujeres, en algo que sabía —aunque no tenía claro cómo— era una reunión secreta. Tras unos segundos, a la joven pelirroja se le desfiguró la cara como si fuera humo y, en su lugar, vio el rostro de la mujer rubia que veía en algunos de sus sueños siendo arrojada al pozo de agua.
Cuando volvió a la realidad, se encontró de nuevo con los ojos de la muchacha que corría, aunque apenas tardó unos pocos segundos en desaparecer al final de la calle. La gente a su alrededor estaba alterada, pero Yvette no se daba cuenta. Seguía pensando en lo que había visto, que, por algún motivo, no le resultó desconocido, al contrario; sentía que ella había estado ahí antes, o en algún lugar similar, en un tiempo lejano. Siguió caminando, todavía un poco confusa, y cuando llegó a la esquina por donde había desaparecido la joven, percibió por el rabillo del ojo que algo se movía tras unas cajas. Miró por inercia, y se sorprendió al ver a la misma chica de la melena rojiza corriendo por un callejón. ¿Qué hacía ahí?
—¡Eh! —gritó mientras echaba a correr tras ella—. ¡Espera!
Julia la intentaba seguir, pero pronto se quedó retenida entre la gente y perdió de vista a su señora, metiéndose en un buen lío como cada vez que salía a acompañarla. La pobre chiquilla había tenido mala suerte con Yvette, y la hechicera hacía un rato que se había olvidado de su doncella. Ahora sólo quería alcanzar a la pelirroja que corría frente a ella.
Pasó la mayor parte de la tarde en la terraza de uno de sus cafés favoritos, alternando la vista entre el libro que llevaba bajo el brazo y los transeúntes que pasaban a su lado. Ya casi no conversaba con Julia, puesto que nunca conseguía que le contestara con algo más de dos palabras juntas. Como doncella era excelente, como dama de compañía, en cambio, pésima. El sol todavía estaba alto en el cielo, pero empezaba a dolerle el trasero después de tantas horas sentada, así que decidió que había llegado el momento de dar un pequeño paseo antes de volver a casa. Tendió el libro a Julia y comenzó a caminar por las calles más concurridas que encontraba para mezclarse en el bullicio de la ciudad. Se sentía más segura rodeada de gente porque, bueno, los malhechores no se atreverían a hacerle nada cuando había decenas de testigos a su alrededor, ¿no?
Llegó a la calle principal sin mayores altercados, pero, cuando ya había recorrido aproximadamente la mitad, escuchó gritos y alboroto tras ella, en un punto algo alejado de donde se encontraba. Se dio la vuelta lentamente como muchos otros igual que ella y vio correr a una muchacha en su dirección. Algunos intentaban agarrarla, pero ella era más rápida y, antes de que Yvette se diera cuenta, la joven chocó contra ella. La gente a su alrededor le gritaba para que hiciera algo, pero la hechicera sólo escuchaba un murmullo lejano. Miró a la chica a los ojos y vio, por un breve instante, una joven de cabellos como el fuego junto con otras mujeres, en algo que sabía —aunque no tenía claro cómo— era una reunión secreta. Tras unos segundos, a la joven pelirroja se le desfiguró la cara como si fuera humo y, en su lugar, vio el rostro de la mujer rubia que veía en algunos de sus sueños siendo arrojada al pozo de agua.
Cuando volvió a la realidad, se encontró de nuevo con los ojos de la muchacha que corría, aunque apenas tardó unos pocos segundos en desaparecer al final de la calle. La gente a su alrededor estaba alterada, pero Yvette no se daba cuenta. Seguía pensando en lo que había visto, que, por algún motivo, no le resultó desconocido, al contrario; sentía que ella había estado ahí antes, o en algún lugar similar, en un tiempo lejano. Siguió caminando, todavía un poco confusa, y cuando llegó a la esquina por donde había desaparecido la joven, percibió por el rabillo del ojo que algo se movía tras unas cajas. Miró por inercia, y se sorprendió al ver a la misma chica de la melena rojiza corriendo por un callejón. ¿Qué hacía ahí?
—¡Eh! —gritó mientras echaba a correr tras ella—. ¡Espera!
Julia la intentaba seguir, pero pronto se quedó retenida entre la gente y perdió de vista a su señora, metiéndose en un buen lío como cada vez que salía a acompañarla. La pobre chiquilla había tenido mala suerte con Yvette, y la hechicera hacía un rato que se había olvidado de su doncella. Ahora sólo quería alcanzar a la pelirroja que corría frente a ella.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: Into the wild {Nina Pelkova}
Como parte del entrenamiento, los inquisidores planeaban llevar ese día a los soldados aprendices a una requisa. Los espías habían pasado el dato: un pequeño aquelarre solía reunirse en una casilla –de un matrimonio de negros libertos que eran, en verdad, hechiceros-, por lo que los entrenadores y los soldados novatos deberían prepararse para dar el golpe.
Nina viajaba con dos compañeros y su mentor en uno de los carros. Ellos reían y aseguraban que la redada sería fácil de llevar a cabo, pero Nina no se unía a sus bromas. El coche avanzaba y ella iba con la mirada puesta en la ventana. No tenía ganas de estar allí, no quería atrapar a nadie, mucho menos a gente que era como ella. No tenía la convicción de la mayoría de los condenados, Nina no se había unido a la causa por voluntad propia, sino por mandato de su padre. A sus dieciocho años, ella solo era una muchacha confundida… Toda su vida le habían inculcado temor y odio hacia la inquisición, mas ahora su padre se había entregado –y con él a ella también- para seguir las órdenes de la Santa Orden. No lo entendía, nunca lo entendería… No tenía sentido, pero ahora estaba poniendo sus poderes a disposición de lo que siempre había odiado. Un odio heredado, claro, pero un odio al fin.
-Te quedas aquí, que nadie escape –le dijo su mentor a penas bajaron.
Nina hubiera querido quejarse, ¿por qué sus compañeros iban a la acción y a ella la dejaban cuidando la esquina?, pero no valía la pena. Después de todo ella ni siquiera quería estar allí… Los minutos pasaron, la calle estaba concurrida. Era sábado y la gente iba y venía, la mayoría disfrutando de un paseo.
Distraída estaba, observando los malabares que hacía una esclava con los tres canastos de fruta que llevaba, cuando un bullicio proveniente de la mitad de cuadra la sobresaltó. Divisó a algunos de sus compañeros que corrían tras otras personas; en sentido contrario al que ellos habían tomado, una muchacha pelirroja se dirigía directo hacia ella… ¿Una compañera inquisidora? No lo sabía, pero su aura le decía que era hechicera. Si fuese una condenada como ella no estaría huyendo…
-¡Atrápala! –le gritó alguien y Nina no necesitó saber más para correr a su encuentro.
No la quería atrapar, no quería condenarla, pero era lo que le habían ordenado hacer… Así que cuando la muchacha dobló en la esquina ella también lo hizo. Le gritaba que se detuviera, le prometía que no le haría daño… pero no era cierto, no podría jurarle tal cosa. Inesperadamente, una muchachita rubia le cruzó el paso y también corrió detrás de la pelirroja. ¡Otra hechicera! ¿De dónde había salido? Corrió con toda la velocidad que sus piernas –y el largo vestido negro- le permitían y acabó cayendo sobre la rubia, con un insulto en los labios.
-¿Quién eres? –inquirió, furiosa por la intromisión-. ¿De dónde has salido? ¿Conoces a la muchacha? –Se puso en pie, solo para descubrir que había perdido de vista a la bruja de cabellera fogosa.
Nina viajaba con dos compañeros y su mentor en uno de los carros. Ellos reían y aseguraban que la redada sería fácil de llevar a cabo, pero Nina no se unía a sus bromas. El coche avanzaba y ella iba con la mirada puesta en la ventana. No tenía ganas de estar allí, no quería atrapar a nadie, mucho menos a gente que era como ella. No tenía la convicción de la mayoría de los condenados, Nina no se había unido a la causa por voluntad propia, sino por mandato de su padre. A sus dieciocho años, ella solo era una muchacha confundida… Toda su vida le habían inculcado temor y odio hacia la inquisición, mas ahora su padre se había entregado –y con él a ella también- para seguir las órdenes de la Santa Orden. No lo entendía, nunca lo entendería… No tenía sentido, pero ahora estaba poniendo sus poderes a disposición de lo que siempre había odiado. Un odio heredado, claro, pero un odio al fin.
-Te quedas aquí, que nadie escape –le dijo su mentor a penas bajaron.
Nina hubiera querido quejarse, ¿por qué sus compañeros iban a la acción y a ella la dejaban cuidando la esquina?, pero no valía la pena. Después de todo ella ni siquiera quería estar allí… Los minutos pasaron, la calle estaba concurrida. Era sábado y la gente iba y venía, la mayoría disfrutando de un paseo.
Distraída estaba, observando los malabares que hacía una esclava con los tres canastos de fruta que llevaba, cuando un bullicio proveniente de la mitad de cuadra la sobresaltó. Divisó a algunos de sus compañeros que corrían tras otras personas; en sentido contrario al que ellos habían tomado, una muchacha pelirroja se dirigía directo hacia ella… ¿Una compañera inquisidora? No lo sabía, pero su aura le decía que era hechicera. Si fuese una condenada como ella no estaría huyendo…
-¡Atrápala! –le gritó alguien y Nina no necesitó saber más para correr a su encuentro.
No la quería atrapar, no quería condenarla, pero era lo que le habían ordenado hacer… Así que cuando la muchacha dobló en la esquina ella también lo hizo. Le gritaba que se detuviera, le prometía que no le haría daño… pero no era cierto, no podría jurarle tal cosa. Inesperadamente, una muchachita rubia le cruzó el paso y también corrió detrás de la pelirroja. ¡Otra hechicera! ¿De dónde había salido? Corrió con toda la velocidad que sus piernas –y el largo vestido negro- le permitían y acabó cayendo sobre la rubia, con un insulto en los labios.
-¿Quién eres? –inquirió, furiosa por la intromisión-. ¿De dónde has salido? ¿Conoces a la muchacha? –Se puso en pie, solo para descubrir que había perdido de vista a la bruja de cabellera fogosa.
Nina Pelkova- Condenado/Hechicero/Clase Alta
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 24/05/2017
Re: Into the wild {Nina Pelkova}
Yvette corría esquivando a todo aquel que se le cruzaba por delante. Algunos la miraban extrañados desde el otro lado de la calle, mientras que otros se giraban de manera descarada con un gesto de enfado en el rostro, pero ella no apartaba la mirada de la roja cabellera de la muchacha. ¿Qué era eso que había visto cuando chocó contra ella? Esa familiaridad que había sentido la inquietó mucho, demasiado para no saber qué demonios había pasado. Quizá lo mejor hubiera sido ignorar a la chica y volver a su casa, pero ya era tarde para eso. Sabía que esa joven tenía las respuestas a todas esas preguntas que, aunque todavía no tenían forma, la rubia deseaba formular.
Llevaba el vestido recogido con ambas manos hasta una altura que rozaba lo indecoroso, de manera que pudiera dar zancadas más largas, pero no le estaba sirviendo de mucho. La pelirroja era demasiado rápida para ella, como si estuviera más que acostumbrada a escaquearse entre la multitud, y aunque la hechicera no se daba por vencida, no se lo estaba poniendo nada fácil. Gritó otra vez para intentar detenerla, pero parecía que no la escuchaba. Lo más probable es que no la quisiera hacer caso, sólo que Yvette prefería pensar que la razón no era esa. De pronto pensó que, si ella había visto eso, la otra podría haberlo hecho también. ¿Estaría huyendo de ella por ese motivo?
La vio doblar una esquina y ella se preparó para hacer lo mismo, pero, cuando llegó a la intersección de ambas calles, una nueva imagen la asaltó. Una sombra volvía a chocarse contra ella haciendo que las dos cayeran al suelo estrepitosamente. Lo vio tan claro, tan nítido, que ralentizó el paso asustada, lo justo para pararse en el camino de una muchacha de pelo oscuro que, tal y como había visto, chocó contra ella. Lo siguiente que sintió fue el duro golpe contra el suelo, un fuerte dolor en el costado y el peso de la otra joven sobre ella. ¿Qué demonios le pasaba?
—¡¿Se puede saber qué haces?! —espetó intentando quitársela de encima—. ¿Que quién soy? ¿Y tú? —contestó a su primera pregunta, todavía desde el suelo—. ¿Quién eres tú?
Se levantó y se sacudió el vestido, cubierto de manchas de tierra que difícilmente podría quitar. Miró en la dirección en la que se había perdido la hechicera pelirroja y se dio cuenta de que ya no la iba a poder encontrar. ¡Maldita sea! Bufó como un gato rabioso y se giró hacia la nueva individua. La miró fijamente, y supo de inmediato que no era un humano normal, sino uno como ella. No entendía por qué lo había sabido, si había sido gracias a eso del aura (que todavía no sabía controlar del todo) o el instinto de supervivencia, pero el hecho era que se encontraba frente a una igual.
—Iba tras ella, pero no la conozco —se excusó, como si realmente hubiera hecho algo malo. En el fondo, así se sentía ella—. Ha chocado conmigo y quería preguntarle algo, nada más.
Miró a la hechicera de arriba a abajo, todavía reacia a confiar en ella, y más todavía para contarle lo que realmente había pasado. Todo lo que le había vivido desde que llegó a París le había enseñado a ser desconfiada de todo y de todos, sobre todo en lo tocante a los seres mágicos y sobrenaturales, como ellas.
Unas voces calle abajo llamaron su atención, y algo dentro de ella le dijo que no debía estar ahí.
—Tengo que irme —dijo, simplemente, y se dio la vuelta para seguir su camino, sintiendo los ojos de la morena clavados en su nuca.
Llevaba el vestido recogido con ambas manos hasta una altura que rozaba lo indecoroso, de manera que pudiera dar zancadas más largas, pero no le estaba sirviendo de mucho. La pelirroja era demasiado rápida para ella, como si estuviera más que acostumbrada a escaquearse entre la multitud, y aunque la hechicera no se daba por vencida, no se lo estaba poniendo nada fácil. Gritó otra vez para intentar detenerla, pero parecía que no la escuchaba. Lo más probable es que no la quisiera hacer caso, sólo que Yvette prefería pensar que la razón no era esa. De pronto pensó que, si ella había visto eso, la otra podría haberlo hecho también. ¿Estaría huyendo de ella por ese motivo?
La vio doblar una esquina y ella se preparó para hacer lo mismo, pero, cuando llegó a la intersección de ambas calles, una nueva imagen la asaltó. Una sombra volvía a chocarse contra ella haciendo que las dos cayeran al suelo estrepitosamente. Lo vio tan claro, tan nítido, que ralentizó el paso asustada, lo justo para pararse en el camino de una muchacha de pelo oscuro que, tal y como había visto, chocó contra ella. Lo siguiente que sintió fue el duro golpe contra el suelo, un fuerte dolor en el costado y el peso de la otra joven sobre ella. ¿Qué demonios le pasaba?
—¡¿Se puede saber qué haces?! —espetó intentando quitársela de encima—. ¿Que quién soy? ¿Y tú? —contestó a su primera pregunta, todavía desde el suelo—. ¿Quién eres tú?
Se levantó y se sacudió el vestido, cubierto de manchas de tierra que difícilmente podría quitar. Miró en la dirección en la que se había perdido la hechicera pelirroja y se dio cuenta de que ya no la iba a poder encontrar. ¡Maldita sea! Bufó como un gato rabioso y se giró hacia la nueva individua. La miró fijamente, y supo de inmediato que no era un humano normal, sino uno como ella. No entendía por qué lo había sabido, si había sido gracias a eso del aura (que todavía no sabía controlar del todo) o el instinto de supervivencia, pero el hecho era que se encontraba frente a una igual.
—Iba tras ella, pero no la conozco —se excusó, como si realmente hubiera hecho algo malo. En el fondo, así se sentía ella—. Ha chocado conmigo y quería preguntarle algo, nada más.
Miró a la hechicera de arriba a abajo, todavía reacia a confiar en ella, y más todavía para contarle lo que realmente había pasado. Todo lo que le había vivido desde que llegó a París le había enseñado a ser desconfiada de todo y de todos, sobre todo en lo tocante a los seres mágicos y sobrenaturales, como ellas.
Unas voces calle abajo llamaron su atención, y algo dentro de ella le dijo que no debía estar ahí.
—Tengo que irme —dijo, simplemente, y se dio la vuelta para seguir su camino, sintiendo los ojos de la morena clavados en su nuca.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: Into the wild {Nina Pelkova}
¿Quién era? En verdad esa pregunta de la hechicera rubia caló hondo en Nina. Eran iguales, casi podía jurar que tenían la misma edad… Altura y peso similar. ¿Quién era? Era una bruja poderosa que había vivido toda su vida sobre una seguridad que de pronto le había sido arrebatada. Sus padres le habían inculcado valores que ahora habían traicionado –su padre a decir verdad, pues su madre había muerto y con eso había comenzado todo lo malo que ahora había en su vida-, ¿quién era? Una traidora que tendría que entregar a esa rubia hechicera para lograr que sus superiores la felicitasen… Pero Nina no quería ser eso, no quería obrar así, se negaba a traicionar a otros iguales porque hacerlo sería traicionarse a sí misma.
-Soy la que puede salvarte del pozo de agua –le dijo, mientras le ayudaba a incorporarse-. ¿No sabes lo que le hacen a las brujas como nosotras en esta ciudad? Las ahogan… ¿Te gustaría morir ahogada? ¿Alguna vez lo has pensado? Yo en lo personal prefiero la horca.
Por supuesto que había pensado en eso, ¿qué sobrenatural no había pasado noches enteras pensando en qué sucedería el día que la inquisición le hallase? Por fortuna o por desgracia –algo que nunca terminaría de comprender- a ella no la habían atrapado, sino que su padre se había entregado, y a ella con él, voluntariamente para servir a Cristo en la Orden.
Escuchó a sus compañeros armando un buen revuelo calle abajo, lo que le aseguraba que se ganarían un castigo conjunto pues la discreción –que tanto se esforzaban por inculcarles y que le pedían que respetasen a rajatabla- era lo que no estaban logrando con aquel bullicio. Todo el vecindario se estaba enterando que la inquisición estaba allí. A ella no le importaba en verdad porque odiaba tanto a sus compañeros como a sus superiores, pero le daba gracia que ni siquiera pudieran cumplir con algo tan básico como el sigilo.
-Por supuesto que tienes que irte, pero no por ahí. Ven –le dijo y tiró del brazo de ella, necesitaban un refugio de manera urgente porque sin haber hecho nada, sin haber estado como partícipe del aquelarre, aquella joven podía acabar en las mazmorras-. Pon cara de muchachita normal y sin poderes, solo somos dos amigas que decidieron dar un paseo.
Se adentraron en un local de telas y Nina, sabiendo de la capacidad de los otros condenados que con ella iban en aquella misión, instó a la muchacha a ir hasta el mismísimo fondo del negocio dónde fingió interesarse por una tela roja que parecía seda pero no lo era.
-¿Crees que mi madre aprobará un vestido de este color? –preguntó con un alto tono de voz, aunque luego continuó en un murmullo-: Soy Nina –necesitó presentarse, como si con eso se añadiese veracidad a la actuación-, y te estoy salvando la vida, querida.
-Soy la que puede salvarte del pozo de agua –le dijo, mientras le ayudaba a incorporarse-. ¿No sabes lo que le hacen a las brujas como nosotras en esta ciudad? Las ahogan… ¿Te gustaría morir ahogada? ¿Alguna vez lo has pensado? Yo en lo personal prefiero la horca.
Por supuesto que había pensado en eso, ¿qué sobrenatural no había pasado noches enteras pensando en qué sucedería el día que la inquisición le hallase? Por fortuna o por desgracia –algo que nunca terminaría de comprender- a ella no la habían atrapado, sino que su padre se había entregado, y a ella con él, voluntariamente para servir a Cristo en la Orden.
Escuchó a sus compañeros armando un buen revuelo calle abajo, lo que le aseguraba que se ganarían un castigo conjunto pues la discreción –que tanto se esforzaban por inculcarles y que le pedían que respetasen a rajatabla- era lo que no estaban logrando con aquel bullicio. Todo el vecindario se estaba enterando que la inquisición estaba allí. A ella no le importaba en verdad porque odiaba tanto a sus compañeros como a sus superiores, pero le daba gracia que ni siquiera pudieran cumplir con algo tan básico como el sigilo.
-Por supuesto que tienes que irte, pero no por ahí. Ven –le dijo y tiró del brazo de ella, necesitaban un refugio de manera urgente porque sin haber hecho nada, sin haber estado como partícipe del aquelarre, aquella joven podía acabar en las mazmorras-. Pon cara de muchachita normal y sin poderes, solo somos dos amigas que decidieron dar un paseo.
Se adentraron en un local de telas y Nina, sabiendo de la capacidad de los otros condenados que con ella iban en aquella misión, instó a la muchacha a ir hasta el mismísimo fondo del negocio dónde fingió interesarse por una tela roja que parecía seda pero no lo era.
-¿Crees que mi madre aprobará un vestido de este color? –preguntó con un alto tono de voz, aunque luego continuó en un murmullo-: Soy Nina –necesitó presentarse, como si con eso se añadiese veracidad a la actuación-, y te estoy salvando la vida, querida.
Nina Pelkova- Condenado/Hechicero/Clase Alta
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 24/05/2017
Re: Into the wild {Nina Pelkova}
Yvette quiso lanzarse sobre ella, taparle la boca con ambas manos y repetirle una y otra vez que ella no era una bruja. ¡Qué palabra horrible para referirse a sí misma! Aunque muy en el fondo sabía que sí lo era, ella se negaba a denominarse como tal, mucho menos en mitad de la ciudad donde cualquiera pudiera escucharla. La mención del pozo de agua, sin embargo, hizo que se su rictus pasara de la ira al miedo en menos de un segundo. Visualizó la imagen de la mujer rubia con la que soñaba últimamente, luchando por salir a flote pero sin posibilidad alguna de lograrlo. Negó con la cabeza como única respuesta a su pregunta: no, no deseaba morir ahogada, ni ahorcada, ni en una hoguera. No deseaba morir, simplemente, pero, si lo hacía, sólo deseaba no sufrir.
Los ojos de Yvette se desviaron al fondo de la calle, siguiendo los sonidos de las voces de los inquisidores. Sus piernas comenzaron a temblar. ¿Por qué no se iba de allí? Es lo que debía hacer para no entrometerse en asuntos que no la incumbían en absoluto, pero su cuerpo no era capaz de reaccionar. Si la joven que la había arrollado sabía lo que era, ¿qué les impedía a los demás adivinarlo con tan sólo verla? Jugaba en desventaja en ese aspecto, puesto que ella no tenía esa capacidad tan desarrollada.
Decidió que, si tenía que fiarse de alguien, sería de la joven que tiraba de ella hacia el interior de uno de los locales adyacentes. De pronto, Yvette se sintió atrapada, así que puso su cara más inocente y le siguió el juego a su nueva compañera.
—De este color puede, pero no de este tejido.
Contestó, en un tono similar, y le dio la mano a Nina para llevarla aún más al fondo, buscando la privacidad que les daban las baldas llenas de rollos de tela. Se coló entre dos estanterías que tenían tejidos de colores similares al que habían visto pero que se encontraban fuera de la vista de los dependientes y de la puerta de la tienda.
—Yo me llamo Yvette —se presentó, mirando entre los huecos que dejaban los rulos por si alguien las había visto meterse ahí—, y no entiendo nada de lo que está pasando.
Aunque aquello no era del todo cierto, sí había una gran parte que era la más pura verdad. Se encontraba, sin saberlo, en medio de una cacería en la que parecía que se mantenía ilesa —por el momento— y de la que no podría salir sin ayuda.
—Esta tela se parece más a las que suele llevar tu madre. Fíjate qué suave. —Pasó la palma por encima de la tela y agarró el borde deshilachado con fuerza, como si quisiera comprobar su dureza—. Es magnífica, Julia, ¿no te parece?
—¿Puedo ayudarlas, señoritas?
Yvette se sobresaltó al escuchar la voz del dependiente que, sigilosamente, se había acercado a las dos muchachas. No pasó por alto cómo miró su vestido, lleno de barro y muy arrugado. Seguro que se pensaba que era robado.
—Me he caído —explicó—. Los adoquines de esta calle son terribles. —Agarró el brazo de Nina en una actitud muy familiar sin dejar de mirar al dependiente, que parecía que no se terminaba de creer su historia—. Verá, mi amiga quiere hacerle un regalo a su madre, un vestido que llevó la duquesa d’Aubergine a la ópera. Era de un rojo precioso, muy vivo, y creo que esta tela es la que más se ajusta a la suavidad del original.
Las voces del grupo de inquisidores sonaron cerca, debían estar parados en la misma puerta de la tienda decidiendo a dónde ir.
—En ese caso —dijo el dependiente—, acabamos de recibir una tela exquisita, roja como una manzana madura y suave como el terciopelo. Si me acompañan a la entrada…
—¡NO! —gritó Yvette—. Es que… su madre ha venido con nosotras, y si nos ve mirando telas sospechará que algo tramamos. ¿No tiene un lugar más privado donde podamos verla?
Aunque a regañadientes, el hombre las invitó a pasar a una sala en la trastienda, donde había una mesa llena de herramientas de costura y un par de sillas. Con la promesa de que pronto volvería con la tela, las dejó solas en la intimidad del pequeño taller. Yvette no tardó en mirar a Nina, rogando en silencio una explicación.
Los ojos de Yvette se desviaron al fondo de la calle, siguiendo los sonidos de las voces de los inquisidores. Sus piernas comenzaron a temblar. ¿Por qué no se iba de allí? Es lo que debía hacer para no entrometerse en asuntos que no la incumbían en absoluto, pero su cuerpo no era capaz de reaccionar. Si la joven que la había arrollado sabía lo que era, ¿qué les impedía a los demás adivinarlo con tan sólo verla? Jugaba en desventaja en ese aspecto, puesto que ella no tenía esa capacidad tan desarrollada.
Decidió que, si tenía que fiarse de alguien, sería de la joven que tiraba de ella hacia el interior de uno de los locales adyacentes. De pronto, Yvette se sintió atrapada, así que puso su cara más inocente y le siguió el juego a su nueva compañera.
—De este color puede, pero no de este tejido.
Contestó, en un tono similar, y le dio la mano a Nina para llevarla aún más al fondo, buscando la privacidad que les daban las baldas llenas de rollos de tela. Se coló entre dos estanterías que tenían tejidos de colores similares al que habían visto pero que se encontraban fuera de la vista de los dependientes y de la puerta de la tienda.
—Yo me llamo Yvette —se presentó, mirando entre los huecos que dejaban los rulos por si alguien las había visto meterse ahí—, y no entiendo nada de lo que está pasando.
Aunque aquello no era del todo cierto, sí había una gran parte que era la más pura verdad. Se encontraba, sin saberlo, en medio de una cacería en la que parecía que se mantenía ilesa —por el momento— y de la que no podría salir sin ayuda.
—Esta tela se parece más a las que suele llevar tu madre. Fíjate qué suave. —Pasó la palma por encima de la tela y agarró el borde deshilachado con fuerza, como si quisiera comprobar su dureza—. Es magnífica, Julia, ¿no te parece?
—¿Puedo ayudarlas, señoritas?
Yvette se sobresaltó al escuchar la voz del dependiente que, sigilosamente, se había acercado a las dos muchachas. No pasó por alto cómo miró su vestido, lleno de barro y muy arrugado. Seguro que se pensaba que era robado.
—Me he caído —explicó—. Los adoquines de esta calle son terribles. —Agarró el brazo de Nina en una actitud muy familiar sin dejar de mirar al dependiente, que parecía que no se terminaba de creer su historia—. Verá, mi amiga quiere hacerle un regalo a su madre, un vestido que llevó la duquesa d’Aubergine a la ópera. Era de un rojo precioso, muy vivo, y creo que esta tela es la que más se ajusta a la suavidad del original.
Las voces del grupo de inquisidores sonaron cerca, debían estar parados en la misma puerta de la tienda decidiendo a dónde ir.
—En ese caso —dijo el dependiente—, acabamos de recibir una tela exquisita, roja como una manzana madura y suave como el terciopelo. Si me acompañan a la entrada…
—¡NO! —gritó Yvette—. Es que… su madre ha venido con nosotras, y si nos ve mirando telas sospechará que algo tramamos. ¿No tiene un lugar más privado donde podamos verla?
Aunque a regañadientes, el hombre las invitó a pasar a una sala en la trastienda, donde había una mesa llena de herramientas de costura y un par de sillas. Con la promesa de que pronto volvería con la tela, las dejó solas en la intimidad del pequeño taller. Yvette no tardó en mirar a Nina, rogando en silencio una explicación.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/07/2016
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