AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Conflict — Privado
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Conflict — Privado
—No estoy bromeando, esa es la cantidad que le pagaré. Es la misma que ha pedido, ¿no es así? Mire, mi vida vale más que todo el dinero del mundo, y tengo demasiadas ganas de seguir con mi existencia. Mi hijo me espera en Inglaterra, cumplirá años el próximo mes. Él es todo lo que me queda de mi esposo —se le daba bien fingir. Se le daba bien inventarse historias imposibles para embaucar a sus presas. Así era Isolde de desgraciada; poco le importaba el sufrimiento de otros—. Le agradezco mucho... Sé que lo hace por el dinero, pero igual quiero darle las gracias.
¿Y ya habíamos dicho que era una desgraciada? Sí, claro que lo era. El motivo que la llevaba a aquella desdichada aldea, era el trabajo sucio... un trabajo relacionado implícitamente con una venganza (que a ella poco le valía, pero su tío era fastidiosamente insistente con algunas cosas). Porque así eran los mafiosos; si te metías con alguno de sus socios, te involucrabas con todos y tu vida correría peligro, justo como aquel hombre al que Isolde acompañaba entre las callejuelas del lugar, enfundada en una capa de terciopelo color esmeralda. El mismo al que había contratado, según, para que la ayudara a escapar de un grupo de inquisidores que la perseguían en ese momento. ¡Qué plan más sucio había urdido la muy...!
Miklós DeGrasso tuvo la osadía de asesinar a un aliado cercano a la familia Schubert. Tal vez lo hizo porque el tipo era un inquisidor que, probablemente, lo perseguía por su condición de cambiante (la Inquisición y sus caprichos ridículos). Pero, para mala suerte de DeGrasso, ese sujeto era el mismo que le informaba a Alexandre Schubert sobre los movimientos dentro del Santo Oficio, y el simple hecho de que haya sido borrado del mapa no era algo que tenía muy contento al líder de esa estirpe de bandidos. Por lo que, más temprano que tarde, se firmó la sentencia de muerte de Miklós. Bien, era un tipo cualquiera, sí, pero la mafia nunca olvida y no iban a hacer ninguna excepción, por muy poca cosa que resultara el hombre. Esa era la razón por la que Isolde se encontraba a su lado, para conducirlo directamente a una trampa. Qué lindo, ¿no? Y haciéndose pasar por una madre condolida... ¡Precioso!
Tal vez algunos pensarían: ¿Y por qué no matarlo en un descuido y ya está? Porque no era un hombre fácil, y aparte, se dedicaba a ser mercenario. Ah, y a Isolde le encantaba fastidiar a sus víctimas antes de desaparecerlas, aunque su tío tenía unos métodos más directos, a ella le gustaba jugar antes, ¿qué se le podía hacer? Llevaba la sangre de un zorro, después de todo. Además, adoraba la cara de aquellos que engañaba y que descubrían toda la verdad. Hasta con eso resultaba ser particularmente ambiciosa. Pero, ¡compostura! Estando al lado de Miklós debía continuar con su angustia de viuda triste (y tanto que odiaba a las viudas tristes, ¿qué no se cansaban de aferrarse al pasado? Pobres idiotas).
¡Y no! Tampoco iban a seguir en ese plan todo el bendito día. Sí, estuvieron intentando mezclarse entre los aldeanos hasta llegar a un punto bastante apartado, en donde se supone Isolde estaría segura y bla bla bla... ¡Que segura ni que nada! En ese preciso instante, y quién sabe de dónde, los abordaron un grupo de hombres (y algunos sobrenaturales, para colmo), se la llevaron a ella y a Miklós... bueno, a él lo dejarían inconsciente apenas hizo el esfuerzo de girarse. Todo ocurrió demasiado rápido. Porque así había sido planeado.
Jaque mate, DeGrasso...
—¿Sigue vivo o...? Bien, ya me puedes quitar los brazos de encima. Llévenlo a las bodegas, ahí nos encargaremos de ese —soltó con indiferencia—. Yo los alcanzo luego. No vayan a cometer errores, recuerden que no es ningún idiota. ¡Ya sé! Es raro que lo diga, pero es mercenario, no necesito dar más explicaciones. Shu shu antes de que despierte. —Hizo una pausa, breve, pero había recordado algo sustancial—. Y échenle agua, ¿sí? A ver si se le quita ese olor a bestia.
Y así se hizo, y así fue. Aquellos hombres se llevaron al cambiante al lugar indicado, lo mantendrían ahí quietecito, hasta que su líder, la arrogante Isolde Schubert, apareciera para... ¿para qué? Ya vería ella.
¿Y ya habíamos dicho que era una desgraciada? Sí, claro que lo era. El motivo que la llevaba a aquella desdichada aldea, era el trabajo sucio... un trabajo relacionado implícitamente con una venganza (que a ella poco le valía, pero su tío era fastidiosamente insistente con algunas cosas). Porque así eran los mafiosos; si te metías con alguno de sus socios, te involucrabas con todos y tu vida correría peligro, justo como aquel hombre al que Isolde acompañaba entre las callejuelas del lugar, enfundada en una capa de terciopelo color esmeralda. El mismo al que había contratado, según, para que la ayudara a escapar de un grupo de inquisidores que la perseguían en ese momento. ¡Qué plan más sucio había urdido la muy...!
Miklós DeGrasso tuvo la osadía de asesinar a un aliado cercano a la familia Schubert. Tal vez lo hizo porque el tipo era un inquisidor que, probablemente, lo perseguía por su condición de cambiante (la Inquisición y sus caprichos ridículos). Pero, para mala suerte de DeGrasso, ese sujeto era el mismo que le informaba a Alexandre Schubert sobre los movimientos dentro del Santo Oficio, y el simple hecho de que haya sido borrado del mapa no era algo que tenía muy contento al líder de esa estirpe de bandidos. Por lo que, más temprano que tarde, se firmó la sentencia de muerte de Miklós. Bien, era un tipo cualquiera, sí, pero la mafia nunca olvida y no iban a hacer ninguna excepción, por muy poca cosa que resultara el hombre. Esa era la razón por la que Isolde se encontraba a su lado, para conducirlo directamente a una trampa. Qué lindo, ¿no? Y haciéndose pasar por una madre condolida... ¡Precioso!
Tal vez algunos pensarían: ¿Y por qué no matarlo en un descuido y ya está? Porque no era un hombre fácil, y aparte, se dedicaba a ser mercenario. Ah, y a Isolde le encantaba fastidiar a sus víctimas antes de desaparecerlas, aunque su tío tenía unos métodos más directos, a ella le gustaba jugar antes, ¿qué se le podía hacer? Llevaba la sangre de un zorro, después de todo. Además, adoraba la cara de aquellos que engañaba y que descubrían toda la verdad. Hasta con eso resultaba ser particularmente ambiciosa. Pero, ¡compostura! Estando al lado de Miklós debía continuar con su angustia de viuda triste (y tanto que odiaba a las viudas tristes, ¿qué no se cansaban de aferrarse al pasado? Pobres idiotas).
¡Y no! Tampoco iban a seguir en ese plan todo el bendito día. Sí, estuvieron intentando mezclarse entre los aldeanos hasta llegar a un punto bastante apartado, en donde se supone Isolde estaría segura y bla bla bla... ¡Que segura ni que nada! En ese preciso instante, y quién sabe de dónde, los abordaron un grupo de hombres (y algunos sobrenaturales, para colmo), se la llevaron a ella y a Miklós... bueno, a él lo dejarían inconsciente apenas hizo el esfuerzo de girarse. Todo ocurrió demasiado rápido. Porque así había sido planeado.
Jaque mate, DeGrasso...
—¿Sigue vivo o...? Bien, ya me puedes quitar los brazos de encima. Llévenlo a las bodegas, ahí nos encargaremos de ese —soltó con indiferencia—. Yo los alcanzo luego. No vayan a cometer errores, recuerden que no es ningún idiota. ¡Ya sé! Es raro que lo diga, pero es mercenario, no necesito dar más explicaciones. Shu shu antes de que despierte. —Hizo una pausa, breve, pero había recordado algo sustancial—. Y échenle agua, ¿sí? A ver si se le quita ese olor a bestia.
Y así se hizo, y así fue. Aquellos hombres se llevaron al cambiante al lugar indicado, lo mantendrían ahí quietecito, hasta que su líder, la arrogante Isolde Schubert, apareciera para... ¿para qué? Ya vería ella.
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/04/2017
Localización : París
Re: Conflict — Privado
A veces se planteaba por qué seguía aceptando encargos, por qué no se había rendido y se había tirado en un hoyo profundo, de esos que en el cementerio había a patadas para los muertos que iban a ser enterrados, esperando a que llegara su hora. Era entonces cuando recordaba que la pantera podía haber desaparecido de sus posibilidades, sí, pero él seguía siendo un hombre de instinto animal y felino, alguien que había sobrevivido a todas las circunstancias adversas que la vida le había arrojado y ahí estaba, quebrado pero vivo. Incompleto, definitivamente, pero aún respirando, Miklós se había dado cuenta de que su apatía no escapaba al instinto animal que creía haber perdido, y de haber sido las circunstancias diferentes, tal vez habría podido sentir esperanza por ello... Pero no, no sentía nada, nada en absoluto. No lo hizo con el asesinato a un inquisidor hacía ni sabía cuántos días (había perdido la cuenta, pero ¿acaso alguien lo culpaba? Entre el alcohol y el opio, cualquiera sabía en qué día se encontraba), y tampoco lo hacía con la historia lacrimógena que le contaba su cliente, ante la cual no reaccionó ni siquiera un poquito. El animal que llevaba dentro estaba convencido de que era una farsa, ante la que el león ansiaba rugir de rabia, pero Miklós sabía que era mejor seguir quieto y comportándose, indiferente y cumpliendo con el encargo, que hacer caso a sus instintos. ¿Desde cuándo le había dado buen resultado hacerlo, eh? No había podido salvar a su Imara, no había podido evitar que lo acusaran de haber asesinado a un inquisidor que no era el que había muerto, y finalmente no había podido librarse de esa pelirroja que lo golpeó. Oh, vaya, al final iba a resultar que sus instintos sí acertaban... Si no estuviera ocupado estando inconsciente y siendo llevado Dios sabía a dónde, tal vez habría reaccionado.
Lo hizo cuando le echaron encima un caldero de agua helada y lo despertaron, pero la indiferencia fue lo único que permitió que se le viera en los rasgos, algo fácil teniendo en cuenta su dinámica de los últimos días... por no decir semanas. La pregunta interesante, sin embargo, era otra: ¿se sentía así de indiferente? Y la respuesta, por primera vez en bastante tiempo, cambió un tanto: no. ¡No! Miklós no se lo podía creer, no terminaba de asimilar que pudiera sentir rabia como la que borboteaba despacio, a fuego aún lento y muy bajo, en su interior, pero lo hacía; sin embargo, prefería seguir quedándose calladito como lo estaba, porque así lo dejaron solo un momento, convencidos de que la plata lo estaba matando y así estaría muy quieto y muy bien. Si no fuera porque él se había empezado a quemar, voluntariamente, con plata para poder, así, resistirse al dolor, tal vez hubieran tenido razón, pero el húngaro era inteligente, demasiado para su propio bien, y las cadenas no serían nunca suficientes para él. Por eso, valiéndose de la paz que se estaba obligando a mostrar, una tan muerta y fría como su maldito corazón, se concentró en estirar de las cadenas con movimientos rítmicos y regulares, lentos, pero que tenían como objetivo debilitar el metal. Alguna ventaja tenía que tener que las cadenas fueran de plata maciza, ¿verdad? Así era fácil, muy fácil, aprovecharse de lo relativamente blando del material (en especial para su naturaleza de cambiante y la fuerza de esta) para liberarse, y casi lo hizo, pero se vio obligado a disimular en el último momento cuando escuchó pasos, indudablemente femeninos. Con las cadenas posicionadas bajo él para disimular los puntos donde estaban a punto de quebrar, Miklós la aguardó, y cuando ella llegó, él casi ni parpadeó. – Esto aumenta mis honorarios al doble, por lo menos. Que seas una mentirosa no cambia nada de nuestro trato por mi parte, sigo esperando que se me pague al final de esto. – comentó, y de no ser por su voz monótona, salvo en las inflexiones de su acento húngaro, casi habría resultado desafiante, atrevido y medio suicida, como el Miklós de antaño, el de antes de Imara.
Tal parecía que iba a ser una premonición esa sombra en su tono, ese recuerdo de un Miklós que podría volver a la luz con el estímulo adecuado, ya que ¿había, acaso, mejor estímulo para él que una zorra pelirroja, literalmente hablando? El tiempo lo diría; su encuentro, también, mas las circunstancias apuntaban a que sí, y Miklós ya no estaba tan felizmente dispuesto a ignorar sus corazonadas como hacía un rato.
Lo hizo cuando le echaron encima un caldero de agua helada y lo despertaron, pero la indiferencia fue lo único que permitió que se le viera en los rasgos, algo fácil teniendo en cuenta su dinámica de los últimos días... por no decir semanas. La pregunta interesante, sin embargo, era otra: ¿se sentía así de indiferente? Y la respuesta, por primera vez en bastante tiempo, cambió un tanto: no. ¡No! Miklós no se lo podía creer, no terminaba de asimilar que pudiera sentir rabia como la que borboteaba despacio, a fuego aún lento y muy bajo, en su interior, pero lo hacía; sin embargo, prefería seguir quedándose calladito como lo estaba, porque así lo dejaron solo un momento, convencidos de que la plata lo estaba matando y así estaría muy quieto y muy bien. Si no fuera porque él se había empezado a quemar, voluntariamente, con plata para poder, así, resistirse al dolor, tal vez hubieran tenido razón, pero el húngaro era inteligente, demasiado para su propio bien, y las cadenas no serían nunca suficientes para él. Por eso, valiéndose de la paz que se estaba obligando a mostrar, una tan muerta y fría como su maldito corazón, se concentró en estirar de las cadenas con movimientos rítmicos y regulares, lentos, pero que tenían como objetivo debilitar el metal. Alguna ventaja tenía que tener que las cadenas fueran de plata maciza, ¿verdad? Así era fácil, muy fácil, aprovecharse de lo relativamente blando del material (en especial para su naturaleza de cambiante y la fuerza de esta) para liberarse, y casi lo hizo, pero se vio obligado a disimular en el último momento cuando escuchó pasos, indudablemente femeninos. Con las cadenas posicionadas bajo él para disimular los puntos donde estaban a punto de quebrar, Miklós la aguardó, y cuando ella llegó, él casi ni parpadeó. – Esto aumenta mis honorarios al doble, por lo menos. Que seas una mentirosa no cambia nada de nuestro trato por mi parte, sigo esperando que se me pague al final de esto. – comentó, y de no ser por su voz monótona, salvo en las inflexiones de su acento húngaro, casi habría resultado desafiante, atrevido y medio suicida, como el Miklós de antaño, el de antes de Imara.
Tal parecía que iba a ser una premonición esa sombra en su tono, ese recuerdo de un Miklós que podría volver a la luz con el estímulo adecuado, ya que ¿había, acaso, mejor estímulo para él que una zorra pelirroja, literalmente hablando? El tiempo lo diría; su encuentro, también, mas las circunstancias apuntaban a que sí, y Miklós ya no estaba tan felizmente dispuesto a ignorar sus corazonadas como hacía un rato.
Invitado- Invitado
Re: Conflict — Privado
¿Lo había conseguido? Quién lo sabía, era complicado de deducir, porque, tenía que reconocerlo, ese tipo iba a ser difícil. Incluso lo supuso desde un principio, y todo gracias a su propia naturaleza de cambiante, la cual compartía con aquel sujeto, para su desgracia. Pero eso no resultaba algo que realmente la incordiara; en realidad, no había mucho que la incordiara en Miklós DeGrasso, salvo el hecho de que debía cumplir con una misión impuesta por su tío, quien era el más interesado en desaparecer al tipo del mapa, todo por el simple hecho de haber asesinado a un socio importante de los Schubert (bueno, de Alexandre, porque a Isolde le daba completamente igual). Claro, las instrucciones apuntaban hacia la muerte de Miklós; había que acabar con su existencia sin contratiempos. Sin embargo, ¿quién iba a contradecir a Isolde? ¡Por favor! Ella no cumplía sus misiones sin que sacara algún provecho. Y provecho para ella, significaba diversión.
Por eso es que había urdido todo un plan para tener a la pantera bajo su control, así fuera por un período de tiempo breve, al menos lo suficiente para poder alimentar su aberrante ego. Si él le creyó en un principio o no, era problema suyo. Pero, lo que tenía claro, es que si había dudado, igual terminó cayendo en su trampa y eso era lo único que le interesaba de todo el asuntillo. Es más, ni siquiera le importaba el hecho de que era el asesino del amigo inquisidor de su tío. ¡Para nada! Esa, sencillamente, fue la excusa perfecta para cambiar su modus operandi, porque sí, Isolde solía aburrirse con mucha facilidad. Ni chantajear a Pavel Václav resultaba divertido. Oh, sólo visitar al dramático profesor Vernier la hacía cambiar de opinión un poquito, y para su desgracia, no había coincidido con él en días, así que podrán imaginarse la magnitud de su fastidio.
Tal parecía que el único propósito de vida de Isolde era causarles dolores de cabeza a otros, aparte de ser una mafiosa de cuidado (una a la que le gustaba jugar con sus presas, que era lo peor de todo). Sin embargo, lo que ella ignoraba la mayoría de las veces, es que no siempre se puede salir victorioso, y tarde o temprano, terminaría encontrándose con la horma de su zapato. ¡Bien! Siendo la bastarda como era, quizás hasta le resultaría atractiva la idea. Así es, Isolde Schubert sacaba provecho de cualquier situación, sin importar si su vida estaba en peligro o no. Le gustaban las emociones fuertes y, aunque se ofendiera cuando su orgullo era mancillado, luego lo tomaría como algo atractivo, para así buscar la manera de colocar la jugada a su favor. Y mira tú, solía funcionarle muy a menudo. Aunque con Miklós DeGrasso, quién sabe...
Y hablando del rey de Roma... ¿Acaso ya no estaba lo bastante despierto para enfrentarse a su nueva realidad? Aun así, parecía tan indiferente como cuando Isolde lo encontró la primera vez, lo que la llevaba a cuestionarse si ese sujeto en verdad iba a ser un verdadero entretenimiento o no. Tendría que ponerlo a prueba, así tuviera que someterlo a diferente torturas (eso si sus empleados habían hecho bien las cosas. Esperaba que sí).
En fin, no pasó mucho tiempo en presentarse ante él. Por supuesto, ya a esas alturas él estaría segurísimo que ella estaba tras todo ese burdo plan, pero demostraba que no le importaba en lo más mínimo, no obstante, tendría que lidiar con una zorra hecha y derecha, por lo que no podría hacerse el desentendido tan rápido. Y mucho menos cuando Isolde hacía su acto de aparición con toda la pompa que sólo ella se atribuía, sin tener en cuenta a los demás. ¡Vaya! Si hasta parecía un adorable gatito encadenado. No pudo evitar sonreír con aquella malicia tan propia de un zorro. ¿Por dónde empezaría? Uh, las opciones le sobraban.
—¿Honorarios? —habló finalmente, enarcando una ceja—. ¿Escucharon? Pretende que le pague honorarios por un trato —dijo con tono burlón, a lo que sus hombres correspondieron con una risotada—. No, querido, nunca hubo un trato. Al menos, no de mi parte. Así que vete despidiendo de tu dinero, de tus honorarios y de tu idea de que recibirás algo por esto.
Sentenció. Aún permanecía esa sonrisa traicionera en sus labios, a pesar de que, obviamente, había premeditado un plan perverso en su contra. Y es que Isolde resultaba ser terriblemente hipócrita, incluso en casos en los que debía permanecer con el semblante rígido. ¡Ah no! Ella no podía ser tan aburrida en la vida; ella prefería hacer las cosas de manera agradable, al menos para su propia conveniencia. Y ver a Miklós DeGrasso encadenado... bueno, eso le hacía volar los pensamientos. Por eso no midió sus acciones y terminó acercándosele para sujetarle la mandíbula con fuerza, mientras que sus ayudantes los rodeaban, por si a él se le ocurría hacer algo estúpido.
—A ver... Eso es, ¡qué lindo gatito! ¿Estás enfadado? Uh, pero más lo está la persona que pagó por tu cabeza. Dime, ¿por qué te sigues metiendo con la Inquisición, DeGrasso? Ah, no, ¡espera! Con esa gentuza no, aunque —lo observó de arriba abajo con desdén, soltándole de inmediato—, me han dicho las malas lenguas que desciendes de uno, ¿no te avergüenza?
Por eso es que había urdido todo un plan para tener a la pantera bajo su control, así fuera por un período de tiempo breve, al menos lo suficiente para poder alimentar su aberrante ego. Si él le creyó en un principio o no, era problema suyo. Pero, lo que tenía claro, es que si había dudado, igual terminó cayendo en su trampa y eso era lo único que le interesaba de todo el asuntillo. Es más, ni siquiera le importaba el hecho de que era el asesino del amigo inquisidor de su tío. ¡Para nada! Esa, sencillamente, fue la excusa perfecta para cambiar su modus operandi, porque sí, Isolde solía aburrirse con mucha facilidad. Ni chantajear a Pavel Václav resultaba divertido. Oh, sólo visitar al dramático profesor Vernier la hacía cambiar de opinión un poquito, y para su desgracia, no había coincidido con él en días, así que podrán imaginarse la magnitud de su fastidio.
Tal parecía que el único propósito de vida de Isolde era causarles dolores de cabeza a otros, aparte de ser una mafiosa de cuidado (una a la que le gustaba jugar con sus presas, que era lo peor de todo). Sin embargo, lo que ella ignoraba la mayoría de las veces, es que no siempre se puede salir victorioso, y tarde o temprano, terminaría encontrándose con la horma de su zapato. ¡Bien! Siendo la bastarda como era, quizás hasta le resultaría atractiva la idea. Así es, Isolde Schubert sacaba provecho de cualquier situación, sin importar si su vida estaba en peligro o no. Le gustaban las emociones fuertes y, aunque se ofendiera cuando su orgullo era mancillado, luego lo tomaría como algo atractivo, para así buscar la manera de colocar la jugada a su favor. Y mira tú, solía funcionarle muy a menudo. Aunque con Miklós DeGrasso, quién sabe...
Y hablando del rey de Roma... ¿Acaso ya no estaba lo bastante despierto para enfrentarse a su nueva realidad? Aun así, parecía tan indiferente como cuando Isolde lo encontró la primera vez, lo que la llevaba a cuestionarse si ese sujeto en verdad iba a ser un verdadero entretenimiento o no. Tendría que ponerlo a prueba, así tuviera que someterlo a diferente torturas (eso si sus empleados habían hecho bien las cosas. Esperaba que sí).
En fin, no pasó mucho tiempo en presentarse ante él. Por supuesto, ya a esas alturas él estaría segurísimo que ella estaba tras todo ese burdo plan, pero demostraba que no le importaba en lo más mínimo, no obstante, tendría que lidiar con una zorra hecha y derecha, por lo que no podría hacerse el desentendido tan rápido. Y mucho menos cuando Isolde hacía su acto de aparición con toda la pompa que sólo ella se atribuía, sin tener en cuenta a los demás. ¡Vaya! Si hasta parecía un adorable gatito encadenado. No pudo evitar sonreír con aquella malicia tan propia de un zorro. ¿Por dónde empezaría? Uh, las opciones le sobraban.
—¿Honorarios? —habló finalmente, enarcando una ceja—. ¿Escucharon? Pretende que le pague honorarios por un trato —dijo con tono burlón, a lo que sus hombres correspondieron con una risotada—. No, querido, nunca hubo un trato. Al menos, no de mi parte. Así que vete despidiendo de tu dinero, de tus honorarios y de tu idea de que recibirás algo por esto.
Sentenció. Aún permanecía esa sonrisa traicionera en sus labios, a pesar de que, obviamente, había premeditado un plan perverso en su contra. Y es que Isolde resultaba ser terriblemente hipócrita, incluso en casos en los que debía permanecer con el semblante rígido. ¡Ah no! Ella no podía ser tan aburrida en la vida; ella prefería hacer las cosas de manera agradable, al menos para su propia conveniencia. Y ver a Miklós DeGrasso encadenado... bueno, eso le hacía volar los pensamientos. Por eso no midió sus acciones y terminó acercándosele para sujetarle la mandíbula con fuerza, mientras que sus ayudantes los rodeaban, por si a él se le ocurría hacer algo estúpido.
—A ver... Eso es, ¡qué lindo gatito! ¿Estás enfadado? Uh, pero más lo está la persona que pagó por tu cabeza. Dime, ¿por qué te sigues metiendo con la Inquisición, DeGrasso? Ah, no, ¡espera! Con esa gentuza no, aunque —lo observó de arriba abajo con desdén, soltándole de inmediato—, me han dicho las malas lenguas que desciendes de uno, ¿no te avergüenza?
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/04/2017
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Re: Conflict — Privado
¿De qué tenía, exactamente, que avergonzarse Miklós? No, por saberlo, por tener claro qué empezar a sentir y por qué motivo, algo necesario para un tipo que todavía se encontraba en lo más profundo del hoyo de la apatía existencial; ¿acaso iba a decirle que debía sentir algo y no indicarle cómo...? ¡Menuda zorra que estaba hecha! Y en el sentido más literal de la palabra, Miklós así lo intuía, del mismo modo que era capaz de ver a un cambiante felino cuando se lo ponían delante porque mucho de esa naturaleza animal pasaba a la humana y casi nunca viceversa. No es que el húngaro fuera particularmente tímido a la hora de elegir a sus víctimas entre hombres y mujeres, y de hecho había timado a tantas hembras a las que previamente había seducido que había perdido la cuenta, pero no era de los que insultaban gratuitamente, porque, ¡ugh!, menuda pereza. De hecho, Miklós era un tipo práctico, y en muchas ocasiones reflexivo; aquella era, precisamente, una de esas ocasiones, pues no dejaba de darle vueltas a cómo iba a seguir rompiendo las cadenas (bendita fuera la plata, no por quemarle sino por ser tan blanda una vez se ignora lo de ser quemado por ella) con tanto público delante. Hasta el momento, la única conclusión a la que había llegado era que, si bien no consideraba su tarea imposible, sí la veía más complicada que cuando había estado solo, y aunque no era necesario ser un genio para llegar a esa conclusión... bueno, si alguien en su situación era capaz de razonar algo más, Miklós esperaba pruebas que se lo demostraran antes de creérselo. No se trataba tanto de las risotadas de los secuaces sin medio ápice de materia gris (no se cortó Miklós a la hora de poner los ojos en blanco al respecto, que quede claro), sino de la constante presencia de la zorra, que lo estaba llevando a un límite diferente al que había estado visitando en los últimos tiempos, y no sabía, exactamente, cómo debía tomárselo.
– Si me avergonzara por algo, créeme que no sería ser descendiente de un inquisidor. Manchas familiares tenemos todos, y tú eres la prueba viviente de ello, ¿o me vas a decir que es un honor formar parte de ese grupito al que pareces pertenecer? Mejor no me respondas, para que me digas que sí prefiero no escucharte y me ahorro la estupidez. – comentó, de nuevo con indiferencia, pero algo empezaba a cambiar en lo más profundo de su tono, algo que quizá podía llamarse irritación, y que era un cambio otrora bienvenido en su dinámica habitual de no sentir nada en absoluto o de sentir tan poco que ni contaba, pero que, dadas las circunstancias, podía perjudicarle mucho. Debía recordarse a sí mismo que estaba en peligro (cosa que solía gustarle hasta hacía no tanto; ¡despierta, Laborc!), aunque los secuaces de la cambiante parecieran incapaces de hacer la o con un canuto; debía permanecer en una actitud que le permitiera negociar, no provocando... No como la que estaba adoptando sin pensar y sin demasiado control sobre sus propias acciones. ¿Enajenación mental transitoria, puede alegarse en su caso? – Te creerás muy valiente, ¿no? Tú solita con una cohorte de brutos detrás de ti dispuestos a seguir todas tus órdenes, ¡y no digamos nada de a quien se supone que he cabreado! Qué honor tener lazos con alguien que ni siquiera se atreve a encararme en persona. Yo no me avergüenzo de ser hijo de un inquisidor, ni de una gitana, ni de un clan noble, ni de judíos asquenazíes, ni de nadie en absoluto. Pero tú deberías hacerte mirar lo de no avergonzarte de ser familiar de un cobarde porque me temo que es contagioso. – replicó Laborc, con el amago de una sonrisa al final, que hizo su rostro aún más anguloso de lo normal, tan cortante como lo habían sido sus provocaciones.
Por supuesto, sabía que su comportamiento tendría una respuesta por parte de la mujer que lo tenía cautivo, pero era lo que estaba esperando. Así pues, los golpes no se hicieron de rogar por parte de esos tipos a los que había insultado primero, la mano de obra gratuita, casi esclava en su opinión, de una mujer que lo había timado pero que no reiría la última, de eso se iba a asegurar. Lenta, pero inexorablemente, en el interior del húngaro, alimentada por los golpes, iba naciendo una rabia burbujeante, una que de momento estaba en las primeras fases pero que seguramente continuaría creciendo, porque se conocía y sabía que siempre solía ser así, sin excepciones, ni siquiera la muerte de su Imara. Es más, desde que había tenido lugar el fallecimiento, reflexionó él mientras le estaban dando una paliza (la costumbre hacía que los golpes dolieran menos), se había cerrado en sí mismo y no había sentido nada; la rabia, quizá, necesitara de un catalizador externo, y ¿qué mejor que aquel para sentirla? Pocos se le ocurrían. En cualquier caso, los golpes terminaron, y Miklós los había aprovechado para estirar un poco más de las cadenas, camuflando sus esfuerzos con movimientos de su cuerpo para hacer creer que reaccionaba por los golpes; como actor era inmejorable, y para disimular que la plata estaba a un tirón de quebrarse era aún mejor, a la vista estaba. En cuanto la tuvo enfrente de nuevo, hizo un esfuerzo por ver a través del ojo que se le estaba poniendo ya a la funerala (qué pena, con lo azules y bonitos que eran) y la enfocó en el centro de su visión, tan tiesa que casi sintió ganas de reírse. – Ah, por lo que veo la cobardía sí que se te ha contagiado ya. ¿Temes romperte la ropa si te ocupas de mí tú, directamente, y por eso llamas a tus animales? Tenía a los zorros por taimados, pero no por miedicas. – provocó, conscientemente, batallando entre su indiferencia total y los atisbos de cosas que parecía querer sentir.
Ah, por fin la cosa se empezaba a poner interesante, Miklós tenía un plan en marcha y estaba ocupándose de llevarlo a cabo, ¿y acaso no era eso lo que habría hecho el de antaño? Buenas noticias... o malas, sobre todo para Isolde, que no tenía ni idea de a qué bastardo estaba despertando.
– Si me avergonzara por algo, créeme que no sería ser descendiente de un inquisidor. Manchas familiares tenemos todos, y tú eres la prueba viviente de ello, ¿o me vas a decir que es un honor formar parte de ese grupito al que pareces pertenecer? Mejor no me respondas, para que me digas que sí prefiero no escucharte y me ahorro la estupidez. – comentó, de nuevo con indiferencia, pero algo empezaba a cambiar en lo más profundo de su tono, algo que quizá podía llamarse irritación, y que era un cambio otrora bienvenido en su dinámica habitual de no sentir nada en absoluto o de sentir tan poco que ni contaba, pero que, dadas las circunstancias, podía perjudicarle mucho. Debía recordarse a sí mismo que estaba en peligro (cosa que solía gustarle hasta hacía no tanto; ¡despierta, Laborc!), aunque los secuaces de la cambiante parecieran incapaces de hacer la o con un canuto; debía permanecer en una actitud que le permitiera negociar, no provocando... No como la que estaba adoptando sin pensar y sin demasiado control sobre sus propias acciones. ¿Enajenación mental transitoria, puede alegarse en su caso? – Te creerás muy valiente, ¿no? Tú solita con una cohorte de brutos detrás de ti dispuestos a seguir todas tus órdenes, ¡y no digamos nada de a quien se supone que he cabreado! Qué honor tener lazos con alguien que ni siquiera se atreve a encararme en persona. Yo no me avergüenzo de ser hijo de un inquisidor, ni de una gitana, ni de un clan noble, ni de judíos asquenazíes, ni de nadie en absoluto. Pero tú deberías hacerte mirar lo de no avergonzarte de ser familiar de un cobarde porque me temo que es contagioso. – replicó Laborc, con el amago de una sonrisa al final, que hizo su rostro aún más anguloso de lo normal, tan cortante como lo habían sido sus provocaciones.
Por supuesto, sabía que su comportamiento tendría una respuesta por parte de la mujer que lo tenía cautivo, pero era lo que estaba esperando. Así pues, los golpes no se hicieron de rogar por parte de esos tipos a los que había insultado primero, la mano de obra gratuita, casi esclava en su opinión, de una mujer que lo había timado pero que no reiría la última, de eso se iba a asegurar. Lenta, pero inexorablemente, en el interior del húngaro, alimentada por los golpes, iba naciendo una rabia burbujeante, una que de momento estaba en las primeras fases pero que seguramente continuaría creciendo, porque se conocía y sabía que siempre solía ser así, sin excepciones, ni siquiera la muerte de su Imara. Es más, desde que había tenido lugar el fallecimiento, reflexionó él mientras le estaban dando una paliza (la costumbre hacía que los golpes dolieran menos), se había cerrado en sí mismo y no había sentido nada; la rabia, quizá, necesitara de un catalizador externo, y ¿qué mejor que aquel para sentirla? Pocos se le ocurrían. En cualquier caso, los golpes terminaron, y Miklós los había aprovechado para estirar un poco más de las cadenas, camuflando sus esfuerzos con movimientos de su cuerpo para hacer creer que reaccionaba por los golpes; como actor era inmejorable, y para disimular que la plata estaba a un tirón de quebrarse era aún mejor, a la vista estaba. En cuanto la tuvo enfrente de nuevo, hizo un esfuerzo por ver a través del ojo que se le estaba poniendo ya a la funerala (qué pena, con lo azules y bonitos que eran) y la enfocó en el centro de su visión, tan tiesa que casi sintió ganas de reírse. – Ah, por lo que veo la cobardía sí que se te ha contagiado ya. ¿Temes romperte la ropa si te ocupas de mí tú, directamente, y por eso llamas a tus animales? Tenía a los zorros por taimados, pero no por miedicas. – provocó, conscientemente, batallando entre su indiferencia total y los atisbos de cosas que parecía querer sentir.
Ah, por fin la cosa se empezaba a poner interesante, Miklós tenía un plan en marcha y estaba ocupándose de llevarlo a cabo, ¿y acaso no era eso lo que habría hecho el de antaño? Buenas noticias... o malas, sobre todo para Isolde, que no tenía ni idea de a qué bastardo estaba despertando.
Invitado- Invitado
Re: Conflict — Privado
¡Magnífico! Se estaba enfrentando con un tipo ruin y despreciable, que poco le importaba que lo golpearan como si fuera un saco de estiércol. ¿Debía sentirse intimidada? ¡Faltaba menos! Podía decir, con absoluta seguridad, que ya estaba acostumbrada a ese tipo de sujetos, pues de esos era que se encontraban colmados los negocios insanos de la familia Schubert, así que no le importaba en lo más mínimo. Aunque, tenía que admitirlo, la situación le era particularmente divertida. ¿Y cuándo Isolde no se burlaba del mal ajeno? Sí, había decidido aceptar ese trabajito tan especial para su tío porque, ¿a quién engañaba?, le divertía muchísimo tener que encargarse de humillar a alguien. ¡Jah! Y ese estúpido de seguro empezaría a subestimar a Alexandre Schubert... De haber sido por decisiones de él, ya Miklós DeGrasso estaría muy muerto; es más, ni hubiera tenido tiempo de parpadear siquiera. Es más, hasta empezaba a subestimarla a ella... ¡A ella! Bueno, muchos lo hacían y eso no era algo que le molestara demasiado. En realidad, ya lo creía algo completamente básico tratándose de aquellos a quienes debía destruir.
Así fue como él terminó insultando su inteligencia, o al menos lo intentó. O quizá sólo estaba provocándola, o ambas cosas juntas, no lo quería saber porque, ¡qué pereza pensar! Lo cierto es que sus palabras no fueron lo suficientemente hirientes para que Isolde se sintiera afectada de alguna manera. Para que algo así ocurriera, había que obrar muchísimo y Miklós no tendría ni idea de ello, desde luego que no. En cambio, ella sí tenía armas para fastidiarlo todo el rato que quisiera. ¡Que indiferencia ni que nada! Estaba lidiando con una zorra en el amplio sentido de la palabra, e Isolde se sentía muy orgullosa de serlo, y por supuesto, le hacía mucho honor a su raza. Pero, mientras, prefería dejarlo tranquilo, que agarrara mucha confianza de sí mismo y de su supuesta valentía y... ¡que se estaba metiendo con alguien peligroso! Ella lo sabía, lo percibía; sin embargo, ¿qué es de la vida sin un poco de peligro?
—¡Vaya! Resulta que el gatito ahora anda sacando las garras, ¡maravilloso! Estupendo, fabuloso, interesante... ¡Patético! ¿Crees que eso es suficiente para provocarme? Cuán equivocado estás, querido. Te hace falta mucho por aprender —dijo, utilizando esa misma indiferencia de la que él estaba alardeando. Fue cuando los golpes por parte de sus ayudantes no se hicieron esperar, mientras ella se miraba las uñas como si de momento empezaran a ser más interesantes que lo que estaba ocurriendo en ese instante—. Entonces tendrás que extirparte los oídos para no escuchar mis sacras estupideces. No, espera, ¿sabes qué? Eso podrían hacerlo ellos. Después de todo ya te has ganado su simpatía.
Desde luego que tuvo que haberla escuchado bastante bien, a pesar de la golpiza que le propinaron aquellos animales, porque sí, Isolde compartía la misma opinión de DeGrasso con respecto a esos truhanes, pero esa era otra cosa que no iba al caso. Lo único que si le fastidió un poquito fue darse cuenta que aquel tipo iba a ser duro de acabar, y a veces no conservaba la suficiente paciencia para esos. Se quedó observándolo con los brazos cruzados y sin ningún gesto en el rostro, cosa que él tomó de otra manera, pero no, Isolde estaba pensando en su próxima carta, como buena hija de furcia que era (y sí, su madre era una fulana, ¿para qué engañarse?).
—De una gitana desterrada por ser cualquier cosa, te faltó eso. Porque mira, si dices que era tan noble, ¿por qué la desterraron? Por buena persona no sería; aparte, ¡mira que terminar enredándose con un inquisidor! Y no sólo eso... ¡Tener a hijos tan incestuosos! Que pecado y que horror —soltó, con la malicia tatuada en el rostro. Oh sí, había averiguado muchísimo sobre él—. Y no, DeGrasso, no vas a provocarme con tus frases trilladas... Mira, ya estoy acostumbrada a pobres diablos como tú, así que no, no me sorprende en lo más mínimo lo que me dices. Me han dicho cosas peores, y aquí sigo, fastidiando como mejor sé. —Chasqueó los dedos para llamar a tres fortachones que acababan de entrar, con grilletes esta vez. Ambos eran cambiantes al igual que ella—. ¿Crees que soy tan estúpida para no haberme dado cuenta? No, Miklós, no soy tan descerebrada como tu difunta hermana, que entre los gusanos descanse.
Y sonrió con ese descaro tan molesto en los zorros, justo cuando aquellos tres rufianes lo inmovilizaron con los grilletes, propinándole luego un par de golpes extra por su insolencia. ¡En dónde había ido a parar! En las garras de una zorra pelirroja...
—Y sí, me gusta tener animales que hagan el trabajo sucio, y no me avergüenzo de ello, si es lo que te piensas. ¡Ay! El gatito quiere llorar —respondió, mientras se le acercaba para acariciarle el mentón con la punta de los dedos—. No tienes idea de con quién te metiste, DeGrasso. No, bueno... En realidad sólo estoy consiguiendo entretenerme gracias a ti, porque me da muy igual que hayas asesinado a ese inquisidor. ¿Gracias? De nada.
Así fue como él terminó insultando su inteligencia, o al menos lo intentó. O quizá sólo estaba provocándola, o ambas cosas juntas, no lo quería saber porque, ¡qué pereza pensar! Lo cierto es que sus palabras no fueron lo suficientemente hirientes para que Isolde se sintiera afectada de alguna manera. Para que algo así ocurriera, había que obrar muchísimo y Miklós no tendría ni idea de ello, desde luego que no. En cambio, ella sí tenía armas para fastidiarlo todo el rato que quisiera. ¡Que indiferencia ni que nada! Estaba lidiando con una zorra en el amplio sentido de la palabra, e Isolde se sentía muy orgullosa de serlo, y por supuesto, le hacía mucho honor a su raza. Pero, mientras, prefería dejarlo tranquilo, que agarrara mucha confianza de sí mismo y de su supuesta valentía y... ¡que se estaba metiendo con alguien peligroso! Ella lo sabía, lo percibía; sin embargo, ¿qué es de la vida sin un poco de peligro?
—¡Vaya! Resulta que el gatito ahora anda sacando las garras, ¡maravilloso! Estupendo, fabuloso, interesante... ¡Patético! ¿Crees que eso es suficiente para provocarme? Cuán equivocado estás, querido. Te hace falta mucho por aprender —dijo, utilizando esa misma indiferencia de la que él estaba alardeando. Fue cuando los golpes por parte de sus ayudantes no se hicieron esperar, mientras ella se miraba las uñas como si de momento empezaran a ser más interesantes que lo que estaba ocurriendo en ese instante—. Entonces tendrás que extirparte los oídos para no escuchar mis sacras estupideces. No, espera, ¿sabes qué? Eso podrían hacerlo ellos. Después de todo ya te has ganado su simpatía.
Desde luego que tuvo que haberla escuchado bastante bien, a pesar de la golpiza que le propinaron aquellos animales, porque sí, Isolde compartía la misma opinión de DeGrasso con respecto a esos truhanes, pero esa era otra cosa que no iba al caso. Lo único que si le fastidió un poquito fue darse cuenta que aquel tipo iba a ser duro de acabar, y a veces no conservaba la suficiente paciencia para esos. Se quedó observándolo con los brazos cruzados y sin ningún gesto en el rostro, cosa que él tomó de otra manera, pero no, Isolde estaba pensando en su próxima carta, como buena hija de furcia que era (y sí, su madre era una fulana, ¿para qué engañarse?).
—De una gitana desterrada por ser cualquier cosa, te faltó eso. Porque mira, si dices que era tan noble, ¿por qué la desterraron? Por buena persona no sería; aparte, ¡mira que terminar enredándose con un inquisidor! Y no sólo eso... ¡Tener a hijos tan incestuosos! Que pecado y que horror —soltó, con la malicia tatuada en el rostro. Oh sí, había averiguado muchísimo sobre él—. Y no, DeGrasso, no vas a provocarme con tus frases trilladas... Mira, ya estoy acostumbrada a pobres diablos como tú, así que no, no me sorprende en lo más mínimo lo que me dices. Me han dicho cosas peores, y aquí sigo, fastidiando como mejor sé. —Chasqueó los dedos para llamar a tres fortachones que acababan de entrar, con grilletes esta vez. Ambos eran cambiantes al igual que ella—. ¿Crees que soy tan estúpida para no haberme dado cuenta? No, Miklós, no soy tan descerebrada como tu difunta hermana, que entre los gusanos descanse.
Y sonrió con ese descaro tan molesto en los zorros, justo cuando aquellos tres rufianes lo inmovilizaron con los grilletes, propinándole luego un par de golpes extra por su insolencia. ¡En dónde había ido a parar! En las garras de una zorra pelirroja...
—Y sí, me gusta tener animales que hagan el trabajo sucio, y no me avergüenzo de ello, si es lo que te piensas. ¡Ay! El gatito quiere llorar —respondió, mientras se le acercaba para acariciarle el mentón con la punta de los dedos—. No tienes idea de con quién te metiste, DeGrasso. No, bueno... En realidad sólo estoy consiguiendo entretenerme gracias a ti, porque me da muy igual que hayas asesinado a ese inquisidor. ¿Gracias? De nada.
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/04/2017
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Re: Conflict — Privado
Nada de lo que ella había hecho cambiaba la opinión anterior, inicial incluso, de Miklós: la zorra, literalmente, era una cobarde que prefería recurrir a otros que lo golpearan mientras ella se intentaba pasar de lista con él, ¡típico de una niña rica! Tal vez debería enseñarle un par de cosas con esa educación Rákóczi que ella había desechado con un par de palabras, pero ¿para qué? Ni iba a servir de nada ni, tampoco, Miklós estaba por la labor; daban igual los golpes, ¿a aquellas alturas aún no se había dado cuenta?, porque su apatía existencial seguía siendo fuerte. Poco importaban los insultos, las menciones a su madre, incluso la sugerencia del incesto porque él sabía bien que no había tocado a su Imara de forma impúdica, y nada importó lo demás salvo aquella pequeña, diminuta, escasa cosa que ella había dicho al final, que lo hizo entrecerrar los ojos como única muestra de expresividad, aunque la rabia que entró en erupción en su interior no dejaba de ser tan sorprendente como bienvenida. Miklós podía aguantar muchas cosas, podía recibir todas las agresiones verbales y físicas que hicieran falta porque estaba hecho de hierro y lo soportaría sin inmutarse; incluso podía tolerar, a su manera, que insinuaran cosas de su hermana y él, pero lo que no podía tolerar con tanta facilidad era que la insultaran a ella. ¡Por encima de su cadáver! Y si algo le había enseñado la vida tan dura que había llevado, con una madre bastarda como lo era él mismo, era que él no estaba hecho para morirse pronto y sin luchar; no, a diferencia de ella, Miklós no era ningún cobarde, no era un pusilánime cambiante que se valía tan poco por sí mismo que debía rodearse de otros animales para que ejercieran la fuerza bruta por él. No, él era algo más, alguien más, y por eso hizo lo único que estaba en su mano en aquel momento: Miklós sonrió.
– ¿Provocarte? No, respondía a tus preguntas, ¿tan estúpida eres que no has entendido ni una palabra de lo que te he dicho? No me sorprendería, pero así lo haces ver, así que luego no te extrañes si te trato como si te faltara un hervor. – aclaró el húngaro, con un tono de voz monocorde que no tenía absolutamente nada que ver con la sonrisa de sus labios, rígida y tensa como si llevara mucho tiempo sin hacerlo (así era), dura como todo él, acompañada de los ojos tan fríos como el hielo. Los suyos, sí, pero era un contraste interesante, de eso no cabía duda, y que auguraba peligro hasta para los otros animales, quienes se tensaron ante la mera visión del húngaro, como si hubieran sido sus lomos los que se habían erizado y no los del propio Miklós, tenso e incómodo mientras tanteaba, sutilmente, el estado de la plata de sus cadenas. La paliza de los guardaespaldas había traído consigo una consecuencia la mar de práctica: el dolor de los nuevos golpes se había sobrepuesto al de la plata, que seguía quemando sin que él se acostumbrara pese al contacto continuado, y gracias a ello pudo seguir con su tarea de antes sin miedo. No podía, eso sí, sin distraerla, así que por eso se decidió a hablar de nuevo. – Dime una cosa, si planeas extirparme los oídos, o que lo hagan ellos, da igual porque el resultado es el mismo, ¿cómo demonios voy a aprender lo que se supone que tú me vas a enseñar? ¿Es que no te das cuenta de tus constantes contradicciones, zorra del demonio? Pero no, el que tiene que aprender soy yo, ¿no? Bien, no. Ahora viene cuando tú aprendes la lección. – advirtió, y el tono de tensión sólo le vino al final, disimulando a la perfección el sonido de las cadenas rompiéndose para dejarlo libre, aunque estuviera atado. Entonces, sonrió de nuevo, y fue esa sonrisa la que puso a sus acompañantes en movimiento, pero Miklós, como solía, estaba maravillosamente bien preparado.
Se movió como sólo un felino podía hacerlo, veloz y ágil al tiempo que se aprovechaba del factor sorpresa, y se valió de las cadenas para ir golpeando a todos los hombres y herirlos, poco importaba que él estuviera debilitado y también se hiriera a sí mismo al horadar aún más las heridas si eso ayudaba a su propio bien. ¿O acaso alguien esperaba que Miklós hiciera caso del bien común, sobre todo si revertía en la zorra? Ah, a esa sí que le tuvo ganas; en cuanto terminó con los que la protegían, se encargó de ella, y aunque aún tuviera heridas y golpes, la determinación del magyar era tan fuerte que pudo incluso con la frescura de las habilidades de la zorra, a la que enredó la cadena alrededor del cuello para ahogarla al mismo tiempo que la quemaba por el material. Tras un vistazo breve, pero efectivo, a su alrededor, Miklós la encaró de nuevo (como podía, dado que estaba detrás de ella, sujetándola para que no se moviera) y la obligó a moverse. – La primera lección es que un gato siempre cae de pie. Siempre. Incluso cuando la situación sea desfavorable, encontraremos un modo de erizarnos, bufar, convertirnos en una masa de garras y dientes y atacaros a todos hasta que seamos libres. – le confió, como quien hacía una confidencia, y después continuó tirando de ella, alejándola de allí hasta otra zona vecina que sí que conocía, pero que estaba semioculta en otro lagar, este subterráneo, y por tanto pocos más que los desharrapados como él, que además era felino, conocían. Desde luego, los mafiosos no, y allí fue donde arrojó a la zorra, sin mirar atrás ni ningún tipo de miedo. – La segunda es que como vuelvas a insultar a mi maldita hermana, te haré tragar plata hasta que toda tú estés hecha de ese metal por dentro. – avisó, tras cerrar la puerta tras ellos, y plantándose contra la pared para tratar de librarse de los grilletes, medio rotos pero aún no del todo.
En el fondo, quizá el de nada de ella no había estado tan desencaminado como ambos creían al principio, pues hasta Isolde Schubert no había habido nadie que le hubiera hecho sentir nada tan intenso desde la muerte de Imara... Nada bueno ni tampoco nada malo, con lo cual el mérito de la zorra seguía ahí, innegable.
– ¿Provocarte? No, respondía a tus preguntas, ¿tan estúpida eres que no has entendido ni una palabra de lo que te he dicho? No me sorprendería, pero así lo haces ver, así que luego no te extrañes si te trato como si te faltara un hervor. – aclaró el húngaro, con un tono de voz monocorde que no tenía absolutamente nada que ver con la sonrisa de sus labios, rígida y tensa como si llevara mucho tiempo sin hacerlo (así era), dura como todo él, acompañada de los ojos tan fríos como el hielo. Los suyos, sí, pero era un contraste interesante, de eso no cabía duda, y que auguraba peligro hasta para los otros animales, quienes se tensaron ante la mera visión del húngaro, como si hubieran sido sus lomos los que se habían erizado y no los del propio Miklós, tenso e incómodo mientras tanteaba, sutilmente, el estado de la plata de sus cadenas. La paliza de los guardaespaldas había traído consigo una consecuencia la mar de práctica: el dolor de los nuevos golpes se había sobrepuesto al de la plata, que seguía quemando sin que él se acostumbrara pese al contacto continuado, y gracias a ello pudo seguir con su tarea de antes sin miedo. No podía, eso sí, sin distraerla, así que por eso se decidió a hablar de nuevo. – Dime una cosa, si planeas extirparme los oídos, o que lo hagan ellos, da igual porque el resultado es el mismo, ¿cómo demonios voy a aprender lo que se supone que tú me vas a enseñar? ¿Es que no te das cuenta de tus constantes contradicciones, zorra del demonio? Pero no, el que tiene que aprender soy yo, ¿no? Bien, no. Ahora viene cuando tú aprendes la lección. – advirtió, y el tono de tensión sólo le vino al final, disimulando a la perfección el sonido de las cadenas rompiéndose para dejarlo libre, aunque estuviera atado. Entonces, sonrió de nuevo, y fue esa sonrisa la que puso a sus acompañantes en movimiento, pero Miklós, como solía, estaba maravillosamente bien preparado.
Se movió como sólo un felino podía hacerlo, veloz y ágil al tiempo que se aprovechaba del factor sorpresa, y se valió de las cadenas para ir golpeando a todos los hombres y herirlos, poco importaba que él estuviera debilitado y también se hiriera a sí mismo al horadar aún más las heridas si eso ayudaba a su propio bien. ¿O acaso alguien esperaba que Miklós hiciera caso del bien común, sobre todo si revertía en la zorra? Ah, a esa sí que le tuvo ganas; en cuanto terminó con los que la protegían, se encargó de ella, y aunque aún tuviera heridas y golpes, la determinación del magyar era tan fuerte que pudo incluso con la frescura de las habilidades de la zorra, a la que enredó la cadena alrededor del cuello para ahogarla al mismo tiempo que la quemaba por el material. Tras un vistazo breve, pero efectivo, a su alrededor, Miklós la encaró de nuevo (como podía, dado que estaba detrás de ella, sujetándola para que no se moviera) y la obligó a moverse. – La primera lección es que un gato siempre cae de pie. Siempre. Incluso cuando la situación sea desfavorable, encontraremos un modo de erizarnos, bufar, convertirnos en una masa de garras y dientes y atacaros a todos hasta que seamos libres. – le confió, como quien hacía una confidencia, y después continuó tirando de ella, alejándola de allí hasta otra zona vecina que sí que conocía, pero que estaba semioculta en otro lagar, este subterráneo, y por tanto pocos más que los desharrapados como él, que además era felino, conocían. Desde luego, los mafiosos no, y allí fue donde arrojó a la zorra, sin mirar atrás ni ningún tipo de miedo. – La segunda es que como vuelvas a insultar a mi maldita hermana, te haré tragar plata hasta que toda tú estés hecha de ese metal por dentro. – avisó, tras cerrar la puerta tras ellos, y plantándose contra la pared para tratar de librarse de los grilletes, medio rotos pero aún no del todo.
En el fondo, quizá el de nada de ella no había estado tan desencaminado como ambos creían al principio, pues hasta Isolde Schubert no había habido nadie que le hubiera hecho sentir nada tan intenso desde la muerte de Imara... Nada bueno ni tampoco nada malo, con lo cual el mérito de la zorra seguía ahí, innegable.
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Re: Conflict — Privado
Isolde a veces se preguntaba por qué aceptaba esa clase de trabajos; Isolde a veces se preguntaba lo que la motivaba a buscar diversión en esas cosas... Quizá, ¿por ser una Schubert? No, no. Aquello iba más lejos de las simples faenas familiares, solían ser asuntos más personales. Aunque, en aquel caso tan particular, se trataba de algo que le afectaba más a su tío que a ella. Es más, a Isolde no le molestaba nada, porque le daba completamente igual; sin embargo, por el simple hecho de tratarse de algo que, de alguna manera, concernía a la familia, no tenía más opciones, aparte de considerarlo un tanto divertido. Así es, aunque su propia vida estuviera en juego, para ella podía ser todo un reto, y eso era más que suficiente para animarse a hacer las cosas, a pesar de que no estaban saliendo tan bien como hubiera querido.
Desde luego, antes de precipitarse para llevar a cabo su plan, se había encargado de averiguar todo sobre aquel tipo. Y cuando hablamos de todo, ¡es todo! No se le escapó ningún detalle, por lo que, como era de esperarse, no le sorprendió tanto su actitud, y mucho menos su manera tan soez de replicarle. Quizá, lo que sí la descolocó un poco fue el hecho de que, en determinado momento, Miklós DeGrasso reaccionó. ¡Vaya! Entonces sí había dado con su punto más débil... lástima que ya no estaba viva. ¡Qué cosas! Si ella hasta sabía cómo había terminado y en manos de quien, porque ¡seguía siendo una zorra! Y por muy amenazante que intentara ser el gatito, Isolde no se sentía intimidada. Bueno, tal vez un poco, pero no de manera descomunal. En realidad le fue muy tedioso cuando todos los demás sintieron temor... ¡Cobardes!
—Son unas niñas, todos... No, niñas es mucho para ustedes —siseó, dedicándoles una mirada de absoluto desdén. Si acababan mal, pues que lo hicieran, desde ese momento estaban despedidos y... con una sentencia de muerte segura—. Mira, si lo tomas como contradicciones, es tu problema, no el mío. Dije que necesitas aprender cosas, más no te dije que iba a enseñarte. ¿Estás sordo o te fallan las neuronas? Me parece que es lo último.
Y seguiría siendo tan déspota como de costumbre, ¿para qué retractarse si se sentía tan bien siendo así? Y no, tampoco iba a dejar a un lado su arrogancia, ni por muy amenazante que pudiera ser él. ¿Acaso era problema para alguien que había tenido una infancia completamente desnaturalizada? No, en lo más mínimo. Ni siquiera cambió de parecer cuando Miklós se alzó triunfal a destrozar a aquellos ineptos. ¿Le molestó? Para nada. ¿Se lo esperaba? Sí, obviamente. Por eso no se inmutó ni un poquito.
—¿Esa es tu brillante lección? Ser salvaje y vulgar no está en mi agenda, gracias —replicó, aburrida ya del asunto. ¿Por qué todos terminaban en el mismo hueco? Siempre tan supuestamente dominantes porque les hablan mal de sus madres o hermanas. ¿Repetido? Uh, hasta el cansancio estaba de las mismas tonterías. ¿Qué hacer? Marcharse, porque ya no iba a seguir perdiendo el tiempo, que se hiciera cargo su tío—. ¿Sabes qué? Haz lo que quieras con tu salvajismo. Ya este libro me lo he leído muchas veces. Con diferentes personajes, pero lo he hecho. Y me fastidia...
¡Y para completar la trama la atacó! ¿Se lo esperó? No tanto, pero sí lo supuso, sobre todo porque ya se había dado por aludido de ser un salvaje. Aunque a Isolde le seguían pareciendo insipidos sus motivos. ¡Vaya perdida de cerebro! Bueno, con las cadenas de plata alrededor de su cuello no tenía mucho en qué pensar, aun así, no se quejó, menos opuso resistencia. Tenía sus cartas bajo la manga, por eso resultó fácil para Miklós arrastrarla a un sitio más apartado... ¡Y luego tener que bostezar por escucharlo! Seguía con la misma pataleta. ¿Qué no se cansaba?
—¿Esta es tu supuesta libertad? Mírate, me dices estúpida, porque según me contradigo, ¿y tú qué? Me pides que no hable mal de la muerta de tu hermana, ¿y la maldices? Eres patético, y no, no me intimidas, en realidad me aburres. Y yo que creí que iba a sacar un poco de diversión de todo esto —respondió, y fue altanera, sin sentirse afectada por lo que le habían hecho las cadenas—. ¿Qué? ¿Vas a seguir lloriqueando por una difunta? ¿Es en serio?
Se echó a reír, con ese descaro tan propio de ella, tan molesto incluso. Simplemente le miró con una ceja enarcada y con una mueca burlona. ¿Hasta cuándo tenía que aguantar a tipos tan quejicas?
—Puedes amenazarme e incluso cumplirlo... me da igual. ¿Crees que esas palabras van a asustarme y hacerme suplicar por mi vida? Mira, no. Ya alguien lo intentó antes, y no le salió muy bien. —Fue en ese momento en el que sacó un revólver que tenía bien escondido en su vestido—. Acabemos con tu sufrimiento cuanto antes, así te podrás unir con tu hermana y los gusanos.
E hizo lo que debió hacer desde un principio: disparar. ¡Y no apuntó a su cabeza sino a la unión de los grilletes! ¿Fue mala puntería? No, lo hizo adrede.
—De nada... Ya puedes largarte, y finge que nadie ha insultado a tu hermana. ¡Dios! ¿En serio te molesta tanto eso? O sea, ya está muerta, supera esa etapa de tu vida. ¿Cómo pueden ser tan insulsos con esos temas? Les falta inteligencia emocional a estos salvajes de hoy en día...
Desde luego, antes de precipitarse para llevar a cabo su plan, se había encargado de averiguar todo sobre aquel tipo. Y cuando hablamos de todo, ¡es todo! No se le escapó ningún detalle, por lo que, como era de esperarse, no le sorprendió tanto su actitud, y mucho menos su manera tan soez de replicarle. Quizá, lo que sí la descolocó un poco fue el hecho de que, en determinado momento, Miklós DeGrasso reaccionó. ¡Vaya! Entonces sí había dado con su punto más débil... lástima que ya no estaba viva. ¡Qué cosas! Si ella hasta sabía cómo había terminado y en manos de quien, porque ¡seguía siendo una zorra! Y por muy amenazante que intentara ser el gatito, Isolde no se sentía intimidada. Bueno, tal vez un poco, pero no de manera descomunal. En realidad le fue muy tedioso cuando todos los demás sintieron temor... ¡Cobardes!
—Son unas niñas, todos... No, niñas es mucho para ustedes —siseó, dedicándoles una mirada de absoluto desdén. Si acababan mal, pues que lo hicieran, desde ese momento estaban despedidos y... con una sentencia de muerte segura—. Mira, si lo tomas como contradicciones, es tu problema, no el mío. Dije que necesitas aprender cosas, más no te dije que iba a enseñarte. ¿Estás sordo o te fallan las neuronas? Me parece que es lo último.
Y seguiría siendo tan déspota como de costumbre, ¿para qué retractarse si se sentía tan bien siendo así? Y no, tampoco iba a dejar a un lado su arrogancia, ni por muy amenazante que pudiera ser él. ¿Acaso era problema para alguien que había tenido una infancia completamente desnaturalizada? No, en lo más mínimo. Ni siquiera cambió de parecer cuando Miklós se alzó triunfal a destrozar a aquellos ineptos. ¿Le molestó? Para nada. ¿Se lo esperaba? Sí, obviamente. Por eso no se inmutó ni un poquito.
—¿Esa es tu brillante lección? Ser salvaje y vulgar no está en mi agenda, gracias —replicó, aburrida ya del asunto. ¿Por qué todos terminaban en el mismo hueco? Siempre tan supuestamente dominantes porque les hablan mal de sus madres o hermanas. ¿Repetido? Uh, hasta el cansancio estaba de las mismas tonterías. ¿Qué hacer? Marcharse, porque ya no iba a seguir perdiendo el tiempo, que se hiciera cargo su tío—. ¿Sabes qué? Haz lo que quieras con tu salvajismo. Ya este libro me lo he leído muchas veces. Con diferentes personajes, pero lo he hecho. Y me fastidia...
¡Y para completar la trama la atacó! ¿Se lo esperó? No tanto, pero sí lo supuso, sobre todo porque ya se había dado por aludido de ser un salvaje. Aunque a Isolde le seguían pareciendo insipidos sus motivos. ¡Vaya perdida de cerebro! Bueno, con las cadenas de plata alrededor de su cuello no tenía mucho en qué pensar, aun así, no se quejó, menos opuso resistencia. Tenía sus cartas bajo la manga, por eso resultó fácil para Miklós arrastrarla a un sitio más apartado... ¡Y luego tener que bostezar por escucharlo! Seguía con la misma pataleta. ¿Qué no se cansaba?
—¿Esta es tu supuesta libertad? Mírate, me dices estúpida, porque según me contradigo, ¿y tú qué? Me pides que no hable mal de la muerta de tu hermana, ¿y la maldices? Eres patético, y no, no me intimidas, en realidad me aburres. Y yo que creí que iba a sacar un poco de diversión de todo esto —respondió, y fue altanera, sin sentirse afectada por lo que le habían hecho las cadenas—. ¿Qué? ¿Vas a seguir lloriqueando por una difunta? ¿Es en serio?
Se echó a reír, con ese descaro tan propio de ella, tan molesto incluso. Simplemente le miró con una ceja enarcada y con una mueca burlona. ¿Hasta cuándo tenía que aguantar a tipos tan quejicas?
—Puedes amenazarme e incluso cumplirlo... me da igual. ¿Crees que esas palabras van a asustarme y hacerme suplicar por mi vida? Mira, no. Ya alguien lo intentó antes, y no le salió muy bien. —Fue en ese momento en el que sacó un revólver que tenía bien escondido en su vestido—. Acabemos con tu sufrimiento cuanto antes, así te podrás unir con tu hermana y los gusanos.
E hizo lo que debió hacer desde un principio: disparar. ¡Y no apuntó a su cabeza sino a la unión de los grilletes! ¿Fue mala puntería? No, lo hizo adrede.
—De nada... Ya puedes largarte, y finge que nadie ha insultado a tu hermana. ¡Dios! ¿En serio te molesta tanto eso? O sea, ya está muerta, supera esa etapa de tu vida. ¿Cómo pueden ser tan insulsos con esos temas? Les falta inteligencia emocional a estos salvajes de hoy en día...
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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Re: Conflict — Privado
En una escala del 1 al 10, siendo 10 muchísimo y 1 nada en absoluto, a Miklós le importaba en torno al -39 que ella lo considerara aburrido, y no porque se tratara de ella, sino porque lo que pensaban lo demás de él le solía dar, habitualmente, bastante igual. Había excepciones, por supuesto, ya que nada es o blanco o negro y mucho menos en el caso del magyar, cómodo por completo en una escala de grises tan amplia como cabía imaginarla; aun así, esas excepciones solamente aplicaban cuando Miklós quería conseguir algo de alguien, y lo cierto era que de ella, a quien no conocía de nada, no quería obtener nada. O, al menos, eso creía, pero ella seguía hablando, aumentando las ganas de Miklós de castigarla así porque sí, algo que prefería mil veces, de todas maneras, a la indiferencia habitual, pero también de escucharla por si tenía algo mínimamente interesante que decir. Malhablada e imposible de someter era, sí, pero el húngaro seguía teniendo la ventaja de haberla pillado por sorpresa y haberla alejado de la panda de niñas (en eso estaban de acuerdo, por cierto, ¡ni niñas merecían que se les llamara! Miklós, rodeado de mujeres fuertes durante una parte muy importante de su vida, lo sabía mejor que nadie), así que aprovecharía para sacarle toda la información que pudiera, ya que estaba. Total, había perdido la mayor parte de sus motivos para vivir, pero sabía que seguiría haciéndolo porque debía de tenerle alergia a la muerte (y no por falta de intentos o de acercamientos), así que ¿por qué no aprovecharse de la zorra que se había cruzado en su camino? Él podía no haberla buscado, bien sabía Dios que lo último que había creído necesitar el húngaro era a una mujer tan complicada y tan irritante en su maldita y patética existencia (no siempre se engañaba al respecto, ¡que conste!), pero cuando la vida da limones, ¿qué mejor que hacer una buena y refrescante limonada...?
– Que te quede clarita una cosa: yo no he elegido estar aquí ni que nadie me atrape. Me importa poco que hayas sido tú o la emperatriz del Sacro Imperio: yo no he tenido nada que ver, así que si aprovecho lo bueno de una situación mala, estoy en mi maldito derecho. Zorra estúpida. – gruñó, con el fantasma de la rabia que había podido llegar a sentir en el pasado en la punta de la lengua, pero desde luego con mucho más sentimiento que hacía solamente algunas horas. Por algún motivo que desconocía, tal vez como consecuencia de alguna de esas casualidades que tenían lugar a veces, ella había despertado parte de la vida emocional de él, y aunque solamente fuera en lo malo, ¡mejor eso que nada! ¿No? Al menos, eso lo creía él, pero había pasado tanto tiempo buscando sentir cualquier cosa, y conformándose con el dolor como si eso fuera una emoción y no una reacción física del cuerpo, que hasta eso le parecía suficiente. Desde luego, ya podrían ser otros de tan fácil conformar como el húngaro lo era en aquella situación... – No, creo que no te voy a asustar. No planeaba hacerlo, claro, como no he planeado nada de esto, pero... – se detuvo, reflexionando, y el hecho de que ella lo hubiera liberado de sus grilletes le daba cierta capacidad de movimiento (premio al eufemismo del año para Laborc Rákóczi, por favor) permitió que el gesto de reflexionar lo pudiera llevar a cabo, con el pulgar derecho en su grueso labio inferior, pensativo. – Esto no es libertad, y no lo ha sido nunca. Por una cosa o por otra, siempre he estado preso, como tú y como todos. ¿O acaso no has aceptado este encargo por algo? Estás atada, pero tus cadenas son diferentes. – razonó, con cierta lógica, y se encogió de hombros, permitiéndose adoptar cierta paz en vez del caos que ella estaba despertando en él. Emocionalmente, claro; en su vida lo había desde siempre.
– ¿A ti qué demonios más te da lo que diga, haga o piense de mi hermana? – preguntó, entrecerrando los ojos y olvidándose de esa tregua brevísima que le había dado al pasar de nuevo al ataque. Verbal, sí, el físico se lo estaba guardando igual que los movimientos, ya que solamente se quitó lo que quedaba de las cadenas y ya, no hizo mucho más. Aun así, Miklós había pasado a una posición defensiva muy fácil de percibir, pero algo le decía que la zorra, por mucho que la sintiera, sería indiferente a ella, así que igual le daba. Dado que casi todo le importaba más bien poco, no era como si eso fuera a encabezar la lista, de todas maneras. – No puedo dejarla ir por dos cosas. La primera, que todo esto es en parte mi culpa, y eso es algo que no puedo olvidar; por mucho que lo razone, siempre sé que habré sido responsable. – explicó, sin tener ni la más remota idea de por qué lo hacía, y aún más le sorprendió seguir hablando. – Por otro lado... No se puede dejar ir tan fácil a lo único que te ha importado nunca, más que tú mismo en muchos casos. Tú, claro, no lo entenderás porque sólo te importas tú, pero es un hecho que deberías aceptar. – comentó, recriminándoselo sólo un poco (para lo que podía haber sido, incluso se había comportado, de eso no cabía la menor duda), y sin dejar de mirarla. La tenía por una zorra en todos los sentidos, egoísta y avispada hasta el extremo, y aparte de eso sabía que estaba bien posicionada en una familia a la que, al parecer, él había enfadado, así que ¿por qué no aprovecharse...? – A mi hermana la mataron. Yo soy en parte responsable, así que voy a vengarme, y tú vas a ayudarme. ¿Sabes por qué? No porque te vaya a obligar, aunque lo voy a hacer, pero sí porque no tienes nada mejor que hacer. Y, quién sabe, a lo mejor puedo ocuparme también de quitarte de encima a otros que te amenazan. Una zorra como tú siempre preferirá no tener que mancharse las manos, ¿no? – propuso, pero más que proponerlo, lo ordenó.
Tal vez tenía las de perder con Isolde, tal vez ella era demasiado zorra para lo que a él le convenía y lo último que necesitaba era darle poder a alguien que lo había puesto tan patas arriba en apenas un momento, pero él tampoco tenía ya nada que perder, así que ¿por qué no...?
– Que te quede clarita una cosa: yo no he elegido estar aquí ni que nadie me atrape. Me importa poco que hayas sido tú o la emperatriz del Sacro Imperio: yo no he tenido nada que ver, así que si aprovecho lo bueno de una situación mala, estoy en mi maldito derecho. Zorra estúpida. – gruñó, con el fantasma de la rabia que había podido llegar a sentir en el pasado en la punta de la lengua, pero desde luego con mucho más sentimiento que hacía solamente algunas horas. Por algún motivo que desconocía, tal vez como consecuencia de alguna de esas casualidades que tenían lugar a veces, ella había despertado parte de la vida emocional de él, y aunque solamente fuera en lo malo, ¡mejor eso que nada! ¿No? Al menos, eso lo creía él, pero había pasado tanto tiempo buscando sentir cualquier cosa, y conformándose con el dolor como si eso fuera una emoción y no una reacción física del cuerpo, que hasta eso le parecía suficiente. Desde luego, ya podrían ser otros de tan fácil conformar como el húngaro lo era en aquella situación... – No, creo que no te voy a asustar. No planeaba hacerlo, claro, como no he planeado nada de esto, pero... – se detuvo, reflexionando, y el hecho de que ella lo hubiera liberado de sus grilletes le daba cierta capacidad de movimiento (premio al eufemismo del año para Laborc Rákóczi, por favor) permitió que el gesto de reflexionar lo pudiera llevar a cabo, con el pulgar derecho en su grueso labio inferior, pensativo. – Esto no es libertad, y no lo ha sido nunca. Por una cosa o por otra, siempre he estado preso, como tú y como todos. ¿O acaso no has aceptado este encargo por algo? Estás atada, pero tus cadenas son diferentes. – razonó, con cierta lógica, y se encogió de hombros, permitiéndose adoptar cierta paz en vez del caos que ella estaba despertando en él. Emocionalmente, claro; en su vida lo había desde siempre.
– ¿A ti qué demonios más te da lo que diga, haga o piense de mi hermana? – preguntó, entrecerrando los ojos y olvidándose de esa tregua brevísima que le había dado al pasar de nuevo al ataque. Verbal, sí, el físico se lo estaba guardando igual que los movimientos, ya que solamente se quitó lo que quedaba de las cadenas y ya, no hizo mucho más. Aun así, Miklós había pasado a una posición defensiva muy fácil de percibir, pero algo le decía que la zorra, por mucho que la sintiera, sería indiferente a ella, así que igual le daba. Dado que casi todo le importaba más bien poco, no era como si eso fuera a encabezar la lista, de todas maneras. – No puedo dejarla ir por dos cosas. La primera, que todo esto es en parte mi culpa, y eso es algo que no puedo olvidar; por mucho que lo razone, siempre sé que habré sido responsable. – explicó, sin tener ni la más remota idea de por qué lo hacía, y aún más le sorprendió seguir hablando. – Por otro lado... No se puede dejar ir tan fácil a lo único que te ha importado nunca, más que tú mismo en muchos casos. Tú, claro, no lo entenderás porque sólo te importas tú, pero es un hecho que deberías aceptar. – comentó, recriminándoselo sólo un poco (para lo que podía haber sido, incluso se había comportado, de eso no cabía la menor duda), y sin dejar de mirarla. La tenía por una zorra en todos los sentidos, egoísta y avispada hasta el extremo, y aparte de eso sabía que estaba bien posicionada en una familia a la que, al parecer, él había enfadado, así que ¿por qué no aprovecharse...? – A mi hermana la mataron. Yo soy en parte responsable, así que voy a vengarme, y tú vas a ayudarme. ¿Sabes por qué? No porque te vaya a obligar, aunque lo voy a hacer, pero sí porque no tienes nada mejor que hacer. Y, quién sabe, a lo mejor puedo ocuparme también de quitarte de encima a otros que te amenazan. Una zorra como tú siempre preferirá no tener que mancharse las manos, ¿no? – propuso, pero más que proponerlo, lo ordenó.
Tal vez tenía las de perder con Isolde, tal vez ella era demasiado zorra para lo que a él le convenía y lo último que necesitaba era darle poder a alguien que lo había puesto tan patas arriba en apenas un momento, pero él tampoco tenía ya nada que perder, así que ¿por qué no...?
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Re: Conflict — Privado
Ella era la peor persona para intentar mantener una plática evocada hacia los sentimientos, y demás cosas superfluas, que poco le interesaban. En todos esos años, y debido a sus experiencias, había desarrollado una inteligencia emocional muy sustentada, por lo que pocas cosas le afectaban a estas alturas. Aunque extrañaba a su madre, que ya tenía bastante tiempo de fallecida, sabía que con llorarla, o aferrarse irremediablemente a su recuerdo, no la traería de vuelta, así que, ¿para qué ahogarse en un vaso de agua? ¿No era mejor seguir con la vida como mejor se podía? Es decir, el que estaba muerto... lo estaba. Así de simple y sencillo resultaba para Isolde. Quizá se trataba de una posición muy frívola de su parte, como justamente la estaba manteniendo en ese momento, a pesar de verse cautiva por un llorica. ¡Así es! Porque con quejarse de la hermana muerta no iba a convencerla para nada...
Podría torturarla, o pretender hacerlo, pero eso no significaba que iba a cambiar de opinión. Incluso la muerte le daba bastante igual. Es decir, en algún momento iba a morirse, ¿no? Antes o después, eso no tenía mayor sentido, simplemente lo haría. Era una visión práctica, aislada de tantos problemas que derivaban de abrazarse a los sentimientos. Tampoco negaba que no tenía emociones, desde luego que sí las tenía, aun así, no las priorizaba. Quizá se dejaba llevar, muy de vez en cuando, por la rabia, o la apatía; hasta por la indignación, más no le daba tanto valor, ya luego se recuperaba. Justo como lo hacía frente a él, un Miklós que pretendía hacerse el... ¿qué cosa?
—Rabia en su máxima expresión. Pobre gatito, ¿te hice molestar con decirte la verdad? Uh, ya sé, la verdad duele, pero no es mentira, dicen por ahí —replicó, con esa sorna típica en los zorros. Ni siquiera le molestaba que la llamara zorra, ni mucho menos estúpida. En realidad, toda la situación le era completamente hilarante—. Además, te pones hasta filosófico... Mira, no. ¡Basta! En serio, es irritante cuando las personas se empeñan en aferrarse a algo que ya no está. Yo vine aquí no por los mismos motivos de mi tío. Él te quiere destruir, yo no, porque nunca tengo motivos para nada. Me mueve... No sé qué lo hace. Quizá el morbo, yo qué sé.
Expresó con sencillez, manteniendo esa sonrisa tan propia cuando... cuando estaba a punto de hacer algo imprevisible. Para otros lo era, porque ella ya tenía preparados sus movimientos. Podría decirse que él empezaba a ser alguien un tanto predecible, y, por supuesto, si antes lanzó todas esas cosas, era, justamente, para provocarlo, incluso revolverle el pensamiento. Aquello resultaba más interesante que cuando actuaba como una bestia salvaje. Y es que Isolde ya estaba harta de las bestias.
—Ay, Miklós, Miklós... No deberías ser tan obstinado, cielo. ¿Qué ganas con culparte? ¿La vas a revivir acaso? Y no te creas, la única persona que realmente me importaba, también está muerta, ¿me ves llorando, quejarme o algo así? No, porque no voy a traerla de vuelta, esté en el cielo o en el infierno. Debería preocuparme por mí, obviamente. O tal vez, en última instancia, por alguien más, pero que esté vivo —explicó, razonable, indiferente al tema, porque en el fondo tenía razón. Pero no siguió hablando, simplemente se acercó a él, cubriéndole los labios con los dedos—. Shhh... Eso de vengarte no va a ayudarte. Aunque se oye divertido, sin embargo. No me vas a dar órdenes, tendrás que matarme en tal caso, y ya sabes que soy muy noble en aceptar estas cosas. Podrías intentar convencerme de otra manera. Sé que Laborc tiene mejores modos de actuar que el de un gato maullando en el tejado... Nostálgico, como esas historias bobas, para niñas bobas. ¿O resulta que no tengo razón? Lástima. Se veía tan emocionante.
Y como se acercó, terminó alejándose. ¿Qué diablos tramaba ahora esa zorra condenada?
Podría torturarla, o pretender hacerlo, pero eso no significaba que iba a cambiar de opinión. Incluso la muerte le daba bastante igual. Es decir, en algún momento iba a morirse, ¿no? Antes o después, eso no tenía mayor sentido, simplemente lo haría. Era una visión práctica, aislada de tantos problemas que derivaban de abrazarse a los sentimientos. Tampoco negaba que no tenía emociones, desde luego que sí las tenía, aun así, no las priorizaba. Quizá se dejaba llevar, muy de vez en cuando, por la rabia, o la apatía; hasta por la indignación, más no le daba tanto valor, ya luego se recuperaba. Justo como lo hacía frente a él, un Miklós que pretendía hacerse el... ¿qué cosa?
—Rabia en su máxima expresión. Pobre gatito, ¿te hice molestar con decirte la verdad? Uh, ya sé, la verdad duele, pero no es mentira, dicen por ahí —replicó, con esa sorna típica en los zorros. Ni siquiera le molestaba que la llamara zorra, ni mucho menos estúpida. En realidad, toda la situación le era completamente hilarante—. Además, te pones hasta filosófico... Mira, no. ¡Basta! En serio, es irritante cuando las personas se empeñan en aferrarse a algo que ya no está. Yo vine aquí no por los mismos motivos de mi tío. Él te quiere destruir, yo no, porque nunca tengo motivos para nada. Me mueve... No sé qué lo hace. Quizá el morbo, yo qué sé.
Expresó con sencillez, manteniendo esa sonrisa tan propia cuando... cuando estaba a punto de hacer algo imprevisible. Para otros lo era, porque ella ya tenía preparados sus movimientos. Podría decirse que él empezaba a ser alguien un tanto predecible, y, por supuesto, si antes lanzó todas esas cosas, era, justamente, para provocarlo, incluso revolverle el pensamiento. Aquello resultaba más interesante que cuando actuaba como una bestia salvaje. Y es que Isolde ya estaba harta de las bestias.
—Ay, Miklós, Miklós... No deberías ser tan obstinado, cielo. ¿Qué ganas con culparte? ¿La vas a revivir acaso? Y no te creas, la única persona que realmente me importaba, también está muerta, ¿me ves llorando, quejarme o algo así? No, porque no voy a traerla de vuelta, esté en el cielo o en el infierno. Debería preocuparme por mí, obviamente. O tal vez, en última instancia, por alguien más, pero que esté vivo —explicó, razonable, indiferente al tema, porque en el fondo tenía razón. Pero no siguió hablando, simplemente se acercó a él, cubriéndole los labios con los dedos—. Shhh... Eso de vengarte no va a ayudarte. Aunque se oye divertido, sin embargo. No me vas a dar órdenes, tendrás que matarme en tal caso, y ya sabes que soy muy noble en aceptar estas cosas. Podrías intentar convencerme de otra manera. Sé que Laborc tiene mejores modos de actuar que el de un gato maullando en el tejado... Nostálgico, como esas historias bobas, para niñas bobas. ¿O resulta que no tengo razón? Lástima. Se veía tan emocionante.
Y como se acercó, terminó alejándose. ¿Qué diablos tramaba ahora esa zorra condenada?
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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Re: Conflict — Privado
¿Se veía emocionante, Isolde, de verdad que sí? Miklós no lo sabía, pero, claro, Miklós no tenía ya claro nada que tuviera que ver con sentir algo genuino, así que era la peor persona posible para echarle en cara lo bueno que algo hubiera sido en el pasado. Para ser tan zorra, en tantos sentidos además, Isolde parecía un poco estúpida; la falta de sensaciones del húngaro, que parecía no ser tan generalizada como había estado creyendo hasta hacía poco más de unas horas, le permitía ver con claridad que Isolde tenía bastantes problemas mentales, casi tantos como él. ¿Qué, estaba opositando para convertirse en la horma de su zapato o qué? Porque, desde luego, mucho sí que tenían en común, de eso no cabía duda: desde la ineptitud y la indiferencia hacia cualquier otra parte de la humanidad, aunque fuera por motivos diferentes, hasta el propio peligro que los dos parecían rezumar, Miklós e Isolde se parecían, mucho, probablemente para enorme desgracia del otro. O no, dependía eso último de muchas cosas, y en el caso del magyar, ese gato melancólico que ella lo había acusado de ser, lo cierto era que le daba absolutamente igual. Ni siquiera el orgullo Rákóczi había querido salir a hacer acto de presencia y reclamar que ella quisiera parecerse a él porque él era indudablemente mejor, eso ya daba muestra del estado mental del húngaro a cualquiera que prestara atención y que lo conociera, una combinación que no solía darse demasiado porque a desconfiado no lo ganaba nadie, ni siquiera ella. ¡Ah, por fin salía un ramalazo familiar en los pensamientos del magyar...! Con lo raros que se estaban volviendo, especialmente al tener que reflexionar a la vez que ella hablaba y lo insultaba (una muestra más, por si fuera necesario, de lo que se la resbalaba lo que dijera de él), mejor pasemos a otra cosa, ¿no? Sí, mejor responder, y eso fue precisamente lo que hizo Miklós, que no Laborc; ya no.
– Si no me aferro a algo que no está, ¿a qué sugieres que lo haga? Ya tengo los agarres justos y necesarios con las cosas que sé que existen, como ese pequeño detallito de estar vivo y no haberla palmado yo también, pero, entonces, ¿qué? A tu mentalidad práctica se le da bien el vacío, ¿no? Pues sugiere alternativas, a mí se me da mejor lo gris que lo negro como la boca del lobo. – reflexionó, filosófico otra vez, en parte porque así se lo pedía su psique y en parte porque ella se lo había echado en cara y, por supuesto, así seguiría. Isolde no era la única que sabía jugar a ese juego de meter el dedo en la herida y revolver hasta que se infectara, y si bien el húngaro tenía una faceta de autodestrucción que revelaba que sus heridas se las solía infectar él mismo, también podía ser muy destructivo con otros, y ¿por qué no lanzarse a hacerlo con la zorra...? – Así que quieres que te convenza... Muy bien. – repitió, y resumió, Miklós, con un indudable talento que acompañó de un aire reflexivo, como si se estuviera planteando cómo, y lo cierto era que lo hacía, pero no como cabía esperarse, pues mientras su mirada hablaba de destriparla y de convencerla de que aceptara si quería tener sus intestinos dentro del cuerpo otra vez (conociéndola, bien capaz era de no querer; hasta Miklós sabía que no convenía arriesgarse así), su cuerpo era la pura definición de calma. Fascinante dualidad, la suya, pero que funcionaba porque no le quedaba otra, y porque él podía ser tan magnético que hacía que hasta lo que repelía se le quisiera juntar, demasiado atraído por la promesa de destrucción que él siempre tenía en los labios gruesos, colgando de la lengua, para lo que le convenía a nadie, Miklós incluido. – Es muy sencillo, hasta una zorra como tú tiene que ser capaz de entenderlo. Yo me vengo con tu ayuda, y tú tienes la mía para encargarme de quien te moleste. Tú ganas, yo gano, y ¿a quién le importa que mi venganza no vaya a servir de nada...? ¿Vas a ponerte sentimental, zorrita? Mejor no, que me ruborizo. ¿Entonces? ¿Te parece más convencimiento la lógica? – propuso.
En realidad, le daba bastante igual si aceptaba o no, pero el hecho de que aún continuara en esos términos significaba que Miklós estaba dispuesto a negociar, y ese rasgo, propio del Laborc que ella le había recriminado hacía casi nada, era esperanzador... o no, dependiendo de a quién se le preguntara. Para él sí, y eso era lo importante.
– Si no me aferro a algo que no está, ¿a qué sugieres que lo haga? Ya tengo los agarres justos y necesarios con las cosas que sé que existen, como ese pequeño detallito de estar vivo y no haberla palmado yo también, pero, entonces, ¿qué? A tu mentalidad práctica se le da bien el vacío, ¿no? Pues sugiere alternativas, a mí se me da mejor lo gris que lo negro como la boca del lobo. – reflexionó, filosófico otra vez, en parte porque así se lo pedía su psique y en parte porque ella se lo había echado en cara y, por supuesto, así seguiría. Isolde no era la única que sabía jugar a ese juego de meter el dedo en la herida y revolver hasta que se infectara, y si bien el húngaro tenía una faceta de autodestrucción que revelaba que sus heridas se las solía infectar él mismo, también podía ser muy destructivo con otros, y ¿por qué no lanzarse a hacerlo con la zorra...? – Así que quieres que te convenza... Muy bien. – repitió, y resumió, Miklós, con un indudable talento que acompañó de un aire reflexivo, como si se estuviera planteando cómo, y lo cierto era que lo hacía, pero no como cabía esperarse, pues mientras su mirada hablaba de destriparla y de convencerla de que aceptara si quería tener sus intestinos dentro del cuerpo otra vez (conociéndola, bien capaz era de no querer; hasta Miklós sabía que no convenía arriesgarse así), su cuerpo era la pura definición de calma. Fascinante dualidad, la suya, pero que funcionaba porque no le quedaba otra, y porque él podía ser tan magnético que hacía que hasta lo que repelía se le quisiera juntar, demasiado atraído por la promesa de destrucción que él siempre tenía en los labios gruesos, colgando de la lengua, para lo que le convenía a nadie, Miklós incluido. – Es muy sencillo, hasta una zorra como tú tiene que ser capaz de entenderlo. Yo me vengo con tu ayuda, y tú tienes la mía para encargarme de quien te moleste. Tú ganas, yo gano, y ¿a quién le importa que mi venganza no vaya a servir de nada...? ¿Vas a ponerte sentimental, zorrita? Mejor no, que me ruborizo. ¿Entonces? ¿Te parece más convencimiento la lógica? – propuso.
En realidad, le daba bastante igual si aceptaba o no, pero el hecho de que aún continuara en esos términos significaba que Miklós estaba dispuesto a negociar, y ese rasgo, propio del Laborc que ella le había recriminado hacía casi nada, era esperanzador... o no, dependiendo de a quién se le preguntara. Para él sí, y eso era lo importante.
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Re: Conflict — Privado
La realidad que se le mostraba empezaba a fastidiarla, más de lo que había considerado desde un principio. Ese atisbo de diversión, incluso de morbo, que sintió en su debido momento cuando aceptó aquel trabajo sucio tan particular, se desvaneció, y para colmo, lo hizo de un segundo a otro. ¿Se llegó a sorprender? Sí, demasiado para su gusto. Era prácticamente casi el mismo efecto que ella logró causar en él un poco antes, como si se tratara de una pequeña venganza por parte del destino mismo por... ¿Por qué? Por siempre jactarse de su poca empatía con todos en general, hasta con su propia familia. La única persona a la que llegó a considerar, con suficiente estima, ya estaba muerta. A partir de ese momento ya no valían la pena muchas cosas, ni siquiera cuando su tío se mostró particularmente preocupado la vez que la encontró, salvándola de una muerte segura. Oh, pero si hasta compartía ese constante riesgo con ese sujeto que tenía en frente. ¿Acaso alguien imaginario le estaba haciendo una broma de muy mal gusto? Si era así, entonces que parara de una buena vez..
Pero no, para malestar propio, eso no iba a pasar. Tarde o temprano Isolde tendría que enfrentarse con algo así; algo que lograra borrarle la sonrisa de la cara, y no para que apareciera una mueca de disgusto, muy al contrario, era para desconectarla de todo ese mundo artificial que ella se había empeñado en crear. Por supuesto, eso no significaba que no continuara guardando ciertas reservas con respecto a los apegos emocionales, porque el día en que hiciera lo contrario a su propia teoría, las consecuencias no iban a ser buenas, y menos en su situación actual, en la que se hallaba inmersa en negocios que le exigían mantener siempre la cabeza fría. No obstante, ahora lo menos que podía era mantener la cabeza fría. Ya se le empezaban a revolver mucho los pensamientos, y no precisamente porque Miklós estuviera tomando una postura medio filosófica, sino porque llegó el punto en que no supo cómo diablos refutarle, a pesar de seguir negándose a que él siguiera con su idea de aferrarse a una muerta.
¿Y acaso ella no se sintió vacía cuando su madre falleció? ¡Ah, claro! Eso la inclinó a meterse en problemas. Sin embargo, el caso de Miklós era diferente, tuvo que reconocer. La hermana fue asesinada, en cambio su madre falleció por temas de la edad; fue una muerte natural desde un principio. Y ese pensamiento llevó inmediatamente a otra cuestión: ¿Qué habría hecho ella si su progenitora hubiera muerto a causa de terceros? La idea llegó a dejarla sin argumentos válidos para defender su postura. Sí, porque Isolde se habría vengado de alguna manera. Incluso hasta llegó a deshacerse de ese cazador que intentó sobrepasarse... Y así estaban las cosas, tomando un giro extraño, algo que no le agradaba en lo más mínimo.
Pero, ¿y qué más daba si seguía avanzando en esas aguas nebulosas? A los zorros les encantaba ir más allá; eran criaturas curiosas por naturaleza, más allá de esa astucia tan conocida. E Isolde era una que no sabía cuándo parar quieta, sobre todo cuando sabía que podía experimentar cosas nuevas, aunque en un principio su orgullo se viera afectado. ¿Y qué más importaba?
—Eres testarudo, irritante, bruto... ¿Ya dije testarudo? —soltó, como una manera de serenarse un poco y ya tomarse el asunto con seriedad—. Y si vamos a llegar a un acuerdo, vete acostumbrando a mi nombre real... Isolde, ese es —puntualizó, mientras respiraba hondo y se preparaba para morderse la lengua—. Aun así, me sigue pareciendo un poco escueta tu propuesta. Es decir, ¿eso es lo único que podrías ofrecerme? Miklós, cariño, yo no necesito que nadie se encargue de los que quieran molestarme, porque nadie me molesta. Además, pertenezco a un grupo de mafiosos, tengo perros falderos por todas partes, ¿qué te hace creer que eso es una paga adecuada?
Esta vez argumentó con seriedad, incluso colocó los brazos en jarra y entornó la mirada ante su propia inquietud. No estaba menospreciando su propuesta, simplemente no terminaba de convencerla, y tuvo que aclararlo. Pero eso no significaba que estuviera desechando alguna posibilidad de que terminaría cediendo. ¡Y se sentía tan rara haciendo esas cosas! Tan rara, que había terminado por rasgar una parte de la falda de su vestido, para acercarse a él y limpiarle la sangre que emanaba de las heridas que tenía en el rostro.
—¿Hay algún problema con que me ponga sentimental? Al menos yo sí lo reconozco, no como otro, que tengo en frente justo ahora, y no voy a decir nombre —espetó, aún centrada en lo que hacía, incluso se permitió hacer una pausa breve—. ¿Por qué crees que fue tu culpa? Lo de tu hermana, me refiero. Entiendo que la hayan asesinado y quieras hacerlos pagar, pero, ¿por qué sentirte tan restringido en la vida por alguien que ya no está? No lo sé, ¿no tienes a más nadie que pueda tener valor para ti? De seguro a ella no le hubiera gustado verte así, supongo. ¿Crees que la venganza es una opción para, no sé, que recobres el sentido de tu existencia?
Terminó apartándose, mientras acariciaba las marcas que dejaron las cadenas en su cuello. Aún ardía un poco, pero no a un extremo insoportable, sólo era como una pequeña molestia en la piel, por lo que tuvo que arruinar el acabado del cuello de su traje, porque la fricción de la tela lo empeoraba más.
—La única opción en la que acceda a ayudarte es arriesgada para mí... Asesinaste a un buen amigo de mi tío, que ya ni recuerdo el nombre. No estará bien que sigas con vida. Pero no tengo intenciones de acabar contigo, porque, a ver, ¡cualquiera pudo haber matado a un inquisidor! Y mejor así, una plaga menos en este mundo —explicó—. Entonces, si te echo la mano con esa venganza, tendré que hacerlo a escondidas de mi tío, ¿y adivina qué? Querrá la cabeza de ambos. ¿Crees poder con toda una organización criminal? Claro, si llegase a probar que tú no mataste al tipo, puede que consiga que te perdonen la vida, pero entonces no te quitarán la vista de encima. Aunque es mejor eso para poder vengarte sin mucho problema, ¿no? El único detalle es que más adelante tendrías que continuar solo, porque Alexandre no me querría husmeando cerca. Esto es un lío...
Pero no, para malestar propio, eso no iba a pasar. Tarde o temprano Isolde tendría que enfrentarse con algo así; algo que lograra borrarle la sonrisa de la cara, y no para que apareciera una mueca de disgusto, muy al contrario, era para desconectarla de todo ese mundo artificial que ella se había empeñado en crear. Por supuesto, eso no significaba que no continuara guardando ciertas reservas con respecto a los apegos emocionales, porque el día en que hiciera lo contrario a su propia teoría, las consecuencias no iban a ser buenas, y menos en su situación actual, en la que se hallaba inmersa en negocios que le exigían mantener siempre la cabeza fría. No obstante, ahora lo menos que podía era mantener la cabeza fría. Ya se le empezaban a revolver mucho los pensamientos, y no precisamente porque Miklós estuviera tomando una postura medio filosófica, sino porque llegó el punto en que no supo cómo diablos refutarle, a pesar de seguir negándose a que él siguiera con su idea de aferrarse a una muerta.
¿Y acaso ella no se sintió vacía cuando su madre falleció? ¡Ah, claro! Eso la inclinó a meterse en problemas. Sin embargo, el caso de Miklós era diferente, tuvo que reconocer. La hermana fue asesinada, en cambio su madre falleció por temas de la edad; fue una muerte natural desde un principio. Y ese pensamiento llevó inmediatamente a otra cuestión: ¿Qué habría hecho ella si su progenitora hubiera muerto a causa de terceros? La idea llegó a dejarla sin argumentos válidos para defender su postura. Sí, porque Isolde se habría vengado de alguna manera. Incluso hasta llegó a deshacerse de ese cazador que intentó sobrepasarse... Y así estaban las cosas, tomando un giro extraño, algo que no le agradaba en lo más mínimo.
Pero, ¿y qué más daba si seguía avanzando en esas aguas nebulosas? A los zorros les encantaba ir más allá; eran criaturas curiosas por naturaleza, más allá de esa astucia tan conocida. E Isolde era una que no sabía cuándo parar quieta, sobre todo cuando sabía que podía experimentar cosas nuevas, aunque en un principio su orgullo se viera afectado. ¿Y qué más importaba?
—Eres testarudo, irritante, bruto... ¿Ya dije testarudo? —soltó, como una manera de serenarse un poco y ya tomarse el asunto con seriedad—. Y si vamos a llegar a un acuerdo, vete acostumbrando a mi nombre real... Isolde, ese es —puntualizó, mientras respiraba hondo y se preparaba para morderse la lengua—. Aun así, me sigue pareciendo un poco escueta tu propuesta. Es decir, ¿eso es lo único que podrías ofrecerme? Miklós, cariño, yo no necesito que nadie se encargue de los que quieran molestarme, porque nadie me molesta. Además, pertenezco a un grupo de mafiosos, tengo perros falderos por todas partes, ¿qué te hace creer que eso es una paga adecuada?
Esta vez argumentó con seriedad, incluso colocó los brazos en jarra y entornó la mirada ante su propia inquietud. No estaba menospreciando su propuesta, simplemente no terminaba de convencerla, y tuvo que aclararlo. Pero eso no significaba que estuviera desechando alguna posibilidad de que terminaría cediendo. ¡Y se sentía tan rara haciendo esas cosas! Tan rara, que había terminado por rasgar una parte de la falda de su vestido, para acercarse a él y limpiarle la sangre que emanaba de las heridas que tenía en el rostro.
—¿Hay algún problema con que me ponga sentimental? Al menos yo sí lo reconozco, no como otro, que tengo en frente justo ahora, y no voy a decir nombre —espetó, aún centrada en lo que hacía, incluso se permitió hacer una pausa breve—. ¿Por qué crees que fue tu culpa? Lo de tu hermana, me refiero. Entiendo que la hayan asesinado y quieras hacerlos pagar, pero, ¿por qué sentirte tan restringido en la vida por alguien que ya no está? No lo sé, ¿no tienes a más nadie que pueda tener valor para ti? De seguro a ella no le hubiera gustado verte así, supongo. ¿Crees que la venganza es una opción para, no sé, que recobres el sentido de tu existencia?
Terminó apartándose, mientras acariciaba las marcas que dejaron las cadenas en su cuello. Aún ardía un poco, pero no a un extremo insoportable, sólo era como una pequeña molestia en la piel, por lo que tuvo que arruinar el acabado del cuello de su traje, porque la fricción de la tela lo empeoraba más.
—La única opción en la que acceda a ayudarte es arriesgada para mí... Asesinaste a un buen amigo de mi tío, que ya ni recuerdo el nombre. No estará bien que sigas con vida. Pero no tengo intenciones de acabar contigo, porque, a ver, ¡cualquiera pudo haber matado a un inquisidor! Y mejor así, una plaga menos en este mundo —explicó—. Entonces, si te echo la mano con esa venganza, tendré que hacerlo a escondidas de mi tío, ¿y adivina qué? Querrá la cabeza de ambos. ¿Crees poder con toda una organización criminal? Claro, si llegase a probar que tú no mataste al tipo, puede que consiga que te perdonen la vida, pero entonces no te quitarán la vista de encima. Aunque es mejor eso para poder vengarte sin mucho problema, ¿no? El único detalle es que más adelante tendrías que continuar solo, porque Alexandre no me querría husmeando cerca. Esto es un lío...
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/04/2017
Localización : París
Re: Conflict — Privado
Como el gato que era, el humano que decía que era y la serpiente como la que se comportaba, no era nada fácil saber por dónde pillar a Miklós, esa era una realidad a la que cualquiera que hubiera tratado con él se había tenido que acostumbrar por la fuerza. Ni siquiera en sus mejores momentos, antes de Imara (¿tendría que empezar a dividir su vida en a.I. y d.I. para facilitar la tarea a todos los que quisieran entenderlo...? Empezaba a planteárselo, la verdad), había sido fácil de tratar, pero con la muerte de su hermana las cosas se habían estropeado por completo, y quien dice las cosas dice él, que estaba en una situación, cuando menos, patético. En cierto modo, Isolde daba cierta pena porque menudo momento había elegido para conocer a Miklós, pero, por otro lado, era una zorra astuta que empezaba a provocar cambios en él, a lo mejor era capaz de ver el diamante en bruto o él qué demonios sabía. La cuestión era que, lo entendiera o no, estaba totalmente dispuesto a negociar con ella, y por eso se había mostrado con una actitud razonable y casi abierta, a la que esperaba que ella respondiera de un modo semejante porque, de lo contrario, adiós muy buenas, tan simple como eso. Sí, de acuerdo, la intención la tenía, pero no iba a hacer nada sin reciprocidad y sin que ella se comportase, y por eso Miklós se encontraba a la defensiva, esperando a ver si ella lo atacaba o qué demonios hacía. ¿Quién iba a pensar que los zorros y los gatos iban a tener tantas cosas en común como parecían poseer ellos dos...? Entre otras, la imprevisibilidad, pues en contra de lo que Miklós había optado por creer, que ella iba a volver a ser la maldita perra (zorra, en realidad, pero no le gustaba repetirse, así que...) de antes, decidió ser razonable y aceptar su propuesta. No sin reparos, pero a ver, Miklós tampoco esperaba menos de ella, así que por su parte eso ya superaba las expectativas, ¡y de qué manera!
– Sé que fue mi culpa. No es que lo crea, tengo la maldita certeza de que yo lo provoqué todo. – respondió, casi inexpresivo, aunque sus ojos estaban siguiendo cada uno de los movimientos que ella hacía al limpiarle la sangre de la cara, y se podía ver cierta... ¿curiosidad? Bueno, al menos falta de apatía total en ellos. – Ella era mi medio hermana, nada más. Mi madre se quedó embarazada de ella y murió durante el parto, así que la tuve que cuidar yo. Sin embargo, su familia paterna nunca tuvo en demasiada estima ni a mi madre ni a mí, y se opusieron desde el momento en que la acogí yo. La tuve que esconder, activamente, durante años, ganándome su odio por todo lo que hacía hasta que, finalmente, casi me mataron y me la robaron. – resumió. La verdad era que se trataba de un resumen magnífico de unos hechos demasiado complicados e intensos para el gusto de Miklós, pero seguía tratándose de su vida, así que no podía esperar ni por un momento que fuera a ser fácil y sin complicaciones. No, así no funcionaban las cosas, lo había aprendido con sangre, sudor y lágrimas desde hacía mucho tiempo, así que apenas si se paraba a pensar en ello. – Todo podría haber terminado allí, pero yo no me morí y ella no me olvidó. Pasó el tiempo, terminamos reencontrándonos, y como castigo a ella por escaparse y a mí por el crimen de haberla acogido y no permitir que ellos lo hicieran, la mataron delante de mí. – afirmó. Era la primera vez que lo contaba tal cual en voz alta, la única vez que se había enfrentado a la situación de hablar de lo que había sucedido y ordenarlo, y se dio cuenta de que seguía doliendo aunque sus palabras no hubieran dejado traslucir nada de lo que estaba sucediendo en su mundo interior. Algo seguía vivo dentro de él... ¿Aleluya? Ni siquiera sabía si era algo para celebrar, a esas alturas.
– Fue mi culpa por no alejarme a tiempo. En cuanto a lo demás, sólo tengo a alguien, pero ya me abandonó una vez, y nada me dice que no vuelva a hacerlo, así que sí, la venganza me hará sentirme mejor. No por la venganza, sino por cerrar esa maldita página de una vez.[/b] – admitió. Acostumbrado como estaba a la violencia, a matar y a herir como modo de vida, Miklós sabía que la venganza en sí no le iba a satisfacer, pero al mismo tiempo era consciente de que necesitaba un cierre y sentar precedentes en la familia Finnegan para que lo dejaran en paz en el futuro, así que la venganza era el siguiente paso, de eso no cabía duda. En cualquier caso, no quería hablar ya más de sí mismo, así que optó por centrarse en ella, Isolde Schubert, la aliada menos esperable de todos los habitantes de París que pudieran tener una oportunidad de terminar juntándose con él, y que aun así había terminado enredada con él en una situación de la que no tenía ni idea de si saldría, ni de cómo lo haría en caso afirmativo. – Así que, Isolde, quieres que le eche el muerto encima a otro para que me den tiempo suficiente para vengarme y que tu tío ni intente liquidarnos. ¿Y si lo liquidamos nosotros? O, mejor, ¿y si sales de ese maldito sitio en el que estás metida y que sólo me está dando dolores de cabeza? Estoy seguro de que a ti también, has tenido muchos más años de aguante que yo, que sólo llevo horas relacionándome con vosotros. – propuso, encogiéndose de hombros, y entonces recordó que ella le había echado en cara lo poco específico de su propuesta, así que se obligó a enderezar la espalda, ordenar sus pensamientos y hacer la propuesta que sabía que ella quería escuchar, aunque sólo fuera porque era algo bien enunciado y razonable, no tanto por el contenido. – Te ofrezco mi ayuda, a cambio de la tuya en mi venganza, para coger todo lo que quieras de ellos, largarte y quemar los puentes que te unan a tu tío y compañía. No me da miedo ese atajo de mafiosos, y a ti tampoco debería dártelo. – afirmó, sin miedo ni duda.
Ese era el Miklós que ella quería, ¿no?, la bestia parda, sin remordimiento ni miedo a arriesgarse. El hombre masoquista, el que lo había perdido todo pero que aun así se asemejaba mucho al del pasado, igual porque parte de él ya se había acostumbrado a vivir sin Imara y sólo necesitaba que alguien se lo recordara... A lo mejor.
– Sé que fue mi culpa. No es que lo crea, tengo la maldita certeza de que yo lo provoqué todo. – respondió, casi inexpresivo, aunque sus ojos estaban siguiendo cada uno de los movimientos que ella hacía al limpiarle la sangre de la cara, y se podía ver cierta... ¿curiosidad? Bueno, al menos falta de apatía total en ellos. – Ella era mi medio hermana, nada más. Mi madre se quedó embarazada de ella y murió durante el parto, así que la tuve que cuidar yo. Sin embargo, su familia paterna nunca tuvo en demasiada estima ni a mi madre ni a mí, y se opusieron desde el momento en que la acogí yo. La tuve que esconder, activamente, durante años, ganándome su odio por todo lo que hacía hasta que, finalmente, casi me mataron y me la robaron. – resumió. La verdad era que se trataba de un resumen magnífico de unos hechos demasiado complicados e intensos para el gusto de Miklós, pero seguía tratándose de su vida, así que no podía esperar ni por un momento que fuera a ser fácil y sin complicaciones. No, así no funcionaban las cosas, lo había aprendido con sangre, sudor y lágrimas desde hacía mucho tiempo, así que apenas si se paraba a pensar en ello. – Todo podría haber terminado allí, pero yo no me morí y ella no me olvidó. Pasó el tiempo, terminamos reencontrándonos, y como castigo a ella por escaparse y a mí por el crimen de haberla acogido y no permitir que ellos lo hicieran, la mataron delante de mí. – afirmó. Era la primera vez que lo contaba tal cual en voz alta, la única vez que se había enfrentado a la situación de hablar de lo que había sucedido y ordenarlo, y se dio cuenta de que seguía doliendo aunque sus palabras no hubieran dejado traslucir nada de lo que estaba sucediendo en su mundo interior. Algo seguía vivo dentro de él... ¿Aleluya? Ni siquiera sabía si era algo para celebrar, a esas alturas.
– Fue mi culpa por no alejarme a tiempo. En cuanto a lo demás, sólo tengo a alguien, pero ya me abandonó una vez, y nada me dice que no vuelva a hacerlo, así que sí, la venganza me hará sentirme mejor. No por la venganza, sino por cerrar esa maldita página de una vez.[/b] – admitió. Acostumbrado como estaba a la violencia, a matar y a herir como modo de vida, Miklós sabía que la venganza en sí no le iba a satisfacer, pero al mismo tiempo era consciente de que necesitaba un cierre y sentar precedentes en la familia Finnegan para que lo dejaran en paz en el futuro, así que la venganza era el siguiente paso, de eso no cabía duda. En cualquier caso, no quería hablar ya más de sí mismo, así que optó por centrarse en ella, Isolde Schubert, la aliada menos esperable de todos los habitantes de París que pudieran tener una oportunidad de terminar juntándose con él, y que aun así había terminado enredada con él en una situación de la que no tenía ni idea de si saldría, ni de cómo lo haría en caso afirmativo. – Así que, Isolde, quieres que le eche el muerto encima a otro para que me den tiempo suficiente para vengarme y que tu tío ni intente liquidarnos. ¿Y si lo liquidamos nosotros? O, mejor, ¿y si sales de ese maldito sitio en el que estás metida y que sólo me está dando dolores de cabeza? Estoy seguro de que a ti también, has tenido muchos más años de aguante que yo, que sólo llevo horas relacionándome con vosotros. – propuso, encogiéndose de hombros, y entonces recordó que ella le había echado en cara lo poco específico de su propuesta, así que se obligó a enderezar la espalda, ordenar sus pensamientos y hacer la propuesta que sabía que ella quería escuchar, aunque sólo fuera porque era algo bien enunciado y razonable, no tanto por el contenido. – Te ofrezco mi ayuda, a cambio de la tuya en mi venganza, para coger todo lo que quieras de ellos, largarte y quemar los puentes que te unan a tu tío y compañía. No me da miedo ese atajo de mafiosos, y a ti tampoco debería dártelo. – afirmó, sin miedo ni duda.
Ese era el Miklós que ella quería, ¿no?, la bestia parda, sin remordimiento ni miedo a arriesgarse. El hombre masoquista, el que lo había perdido todo pero que aun así se asemejaba mucho al del pasado, igual porque parte de él ya se había acostumbrado a vivir sin Imara y sólo necesitaba que alguien se lo recordara... A lo mejor.
Invitado- Invitado
Re: Conflict — Privado
Isolde siempre había sido una persona poco dada a los afectos emocionales; poco le agradaba relacionarse con otros de esas maneras tan íntimas, y aunque disfrutara del placer, como muchos lo hacían, no lograba conectar con nadie de otra forma. No era porque se encontrara en incapacidad de hacerlo, sino porque no le apetecía. Sabía, de sobra, que estar en su lugar requería una elevada madurez emocional, y a pesar de jurar lealtad a la familia, no podía ir más allá de un juramento. Las cosas para ella tenían que funcionar así de frívolas, y punto, sino echaría a perder todo cuanto había logrado en todos esos años. Quizá sí, a veces se agotaba un poco de lo mismo, sin embargo, todo eso era su vida, su razón de ser... ¿Qué habría sido de ella si su tío no la hubiera encontrado a tiempo? Estaría muerta, eso era más que obvio.
Pero Miklós apareció para derrumbar gran parte de esa fortaleza que ella había erigido con éxito, y no sabía por qué. Había presenciado de todo durante su tiempo dentro de la mafia, aun así, lo de él empezaba a descolocarla un poco. Incluso llegó a sentir cierta compasión por su situación. ¿Por qué exactamente? Tal vez porque ambos tenían demasiadas similitudes, a pesar de ser tan diferentes. Pensar en ello hizo que se le erizara la piel. Nunca antes había conectado tanto con alguien, y eso, indudablemente, podría acarrear muchos problemas, sobre todo si su tío se llegara a enterar de ello. ¡Por eso tenía que pensar muy bien cómo llegar a concretar ese negocio! Los ofrecimientos de él no eran más que carnada fresca para Alexandre... ¿Y por qué diablos debía preocuparse por eso? Oh, tal parecía que Isolde sí llegó a condolerse por esa verdad que Miklós llegó a soltarle.
¡Qué raros se estaban comportando los dos! Él revelando algo que resultaba doloroso, y ella interesándose por lo que escuchaba, muy diferente a la zorra desalmada de un principio. ¿Era acaso así cómo debían terminar? No, claro que no. O al menos esa era la negativa de Isolde, quien poco se acostumbraba a esas cosas. Además, la idea no dejaba de ser problemática, sobre todo por los lugares que ocupaban ambos. Cada uno se hallaba en un extremo opuesto del tablero, y se supone que debían rivalizar. Sin embargo, era prudente hacerse una pregunta puntual: ¿Eso era lo que realmente querían?
Isolde no tenía nada en contra de Miklós, y aunque no solía tener nada en contra de nadie y aun así cumplía su trabajo, este caso era diferente. Él le había resultado interesante, lo reconocía sin ningún problema. Pero luego fue a más, y le asustaba. Incluso llegó a desviar la mirada, centrándose en la tela ensangrentada que se hallaba en sus manos, como una manera de disimular su aparente incomodidad. ¿Qué podía responderle? De seguro sería contraproducente si se mostraba tan razonable y abierta con él. Bueno, seguía siendo una zorra astuta, y eso significaba que si algo salía mal, siempre podía cambiar la jugada a su favor. Aunque ya ni ganas tenía de eso, incluso para sorpresa de ella misma.
—Esa parte de la historia no me la habían contado, quizá porque todos sólo se empeñan en ver el exterior, supongo —murmuró, aún con la mirada clavada en sus manos, pero luego decidió observarlo, y sabía que eso le dolía. No sabía cómo, pero probablemente era porque se había enfrentado a algo semejante antes—. Estás siendo un poco duro contigo, ¿sabes? Luchaste hasta el final. Es cierto que no conseguiste el resultado deseado, pero así es la vida de voluble. Unas veces vas bien, y otras no tanto. Son cosas que he aprendido con el tiempo, ya sabes, gajes del oficio. —Exhaló. No le gustaba hablar de esas cosas, no obstante, no podía evadirlo así nada más—. He estado rodeada de venganzas y traiciones, sin embargo, jamás llegué a entenderlas del todo. No por idiota, sino porque... Nunca tuve motivos para sentir esos deseos hacia nadie. Sí, mi madre murió hace años, sólo que lo hizo de manera natural, y ya luego terminé en este mundo hostil que bien se llevaba conmigo. Tal vez porque no tuve muchas cosas que me preocuparan como para negarme a estar metida hasta el fondo.
Bajó la mirada y negó varias veces. Se tuvo que obligar a guardar silencio antes de responder a su propuesta. No sabía por dónde empezar. ¿Por la verdad? Sí. Ya que estaban en ese plan, lo mejor era seguir adelante.
—Estoy dispuesta a ayudarte, ya te lo dije. Pero no puedo aceptar tu propuesta. Nadie puede ayudarme; nadie puede destruir a todo ese imperio gobernado por Alexandre. ¡Ni siquiera su neḿesis lo ha liquidado! Y estoy hablando de otro hombre igualmente poderoso e influyente dentro de la Inquisición —replicó, aparentemente incómoda por lo que revelaba. Incluso llegó a morderse el labio inferior ante la realidad que se le mostraba—. Además, vamos a poner que lo consiga, ¿y luego qué haré? Es todo lo que conozco, y si estoy aquí es porque quiero. Tuve la oportunidad de elegir, Miklós. Yo misma me eché la soga al cuello, tal vez por masoquista, o porque no tenía mucho sentido aferrarme a otras cosas. No le tengo miedo a ellos, tengo miedo de no saber qué hacer conmigo después. Esa es la verdad. Y al menos que me ofrezcas alternativas, nada de eso cambiará. Estoy en un callejón sin salida.
Fue sincera, tanto así que tuvo que desviar la vista hacia otro lado. La verdad tenía un sabor amargo, ¿no, Isolde? Pues así mismo tuvo que haber sido porque no lo estaba disfrutando, pero tampoco podía evitarlo. ¿Y por qué justamente con él?
—¿Qué ocurre? ¿Por qué tan callado? Te ofrecí un trato, y bien, la paga es mala, pero esta vez puedes tomarlo como un favor de mi parte. Es inútil que puedas ofrecerme algo a estas alturas...
Pero Miklós apareció para derrumbar gran parte de esa fortaleza que ella había erigido con éxito, y no sabía por qué. Había presenciado de todo durante su tiempo dentro de la mafia, aun así, lo de él empezaba a descolocarla un poco. Incluso llegó a sentir cierta compasión por su situación. ¿Por qué exactamente? Tal vez porque ambos tenían demasiadas similitudes, a pesar de ser tan diferentes. Pensar en ello hizo que se le erizara la piel. Nunca antes había conectado tanto con alguien, y eso, indudablemente, podría acarrear muchos problemas, sobre todo si su tío se llegara a enterar de ello. ¡Por eso tenía que pensar muy bien cómo llegar a concretar ese negocio! Los ofrecimientos de él no eran más que carnada fresca para Alexandre... ¿Y por qué diablos debía preocuparse por eso? Oh, tal parecía que Isolde sí llegó a condolerse por esa verdad que Miklós llegó a soltarle.
¡Qué raros se estaban comportando los dos! Él revelando algo que resultaba doloroso, y ella interesándose por lo que escuchaba, muy diferente a la zorra desalmada de un principio. ¿Era acaso así cómo debían terminar? No, claro que no. O al menos esa era la negativa de Isolde, quien poco se acostumbraba a esas cosas. Además, la idea no dejaba de ser problemática, sobre todo por los lugares que ocupaban ambos. Cada uno se hallaba en un extremo opuesto del tablero, y se supone que debían rivalizar. Sin embargo, era prudente hacerse una pregunta puntual: ¿Eso era lo que realmente querían?
Isolde no tenía nada en contra de Miklós, y aunque no solía tener nada en contra de nadie y aun así cumplía su trabajo, este caso era diferente. Él le había resultado interesante, lo reconocía sin ningún problema. Pero luego fue a más, y le asustaba. Incluso llegó a desviar la mirada, centrándose en la tela ensangrentada que se hallaba en sus manos, como una manera de disimular su aparente incomodidad. ¿Qué podía responderle? De seguro sería contraproducente si se mostraba tan razonable y abierta con él. Bueno, seguía siendo una zorra astuta, y eso significaba que si algo salía mal, siempre podía cambiar la jugada a su favor. Aunque ya ni ganas tenía de eso, incluso para sorpresa de ella misma.
—Esa parte de la historia no me la habían contado, quizá porque todos sólo se empeñan en ver el exterior, supongo —murmuró, aún con la mirada clavada en sus manos, pero luego decidió observarlo, y sabía que eso le dolía. No sabía cómo, pero probablemente era porque se había enfrentado a algo semejante antes—. Estás siendo un poco duro contigo, ¿sabes? Luchaste hasta el final. Es cierto que no conseguiste el resultado deseado, pero así es la vida de voluble. Unas veces vas bien, y otras no tanto. Son cosas que he aprendido con el tiempo, ya sabes, gajes del oficio. —Exhaló. No le gustaba hablar de esas cosas, no obstante, no podía evadirlo así nada más—. He estado rodeada de venganzas y traiciones, sin embargo, jamás llegué a entenderlas del todo. No por idiota, sino porque... Nunca tuve motivos para sentir esos deseos hacia nadie. Sí, mi madre murió hace años, sólo que lo hizo de manera natural, y ya luego terminé en este mundo hostil que bien se llevaba conmigo. Tal vez porque no tuve muchas cosas que me preocuparan como para negarme a estar metida hasta el fondo.
Bajó la mirada y negó varias veces. Se tuvo que obligar a guardar silencio antes de responder a su propuesta. No sabía por dónde empezar. ¿Por la verdad? Sí. Ya que estaban en ese plan, lo mejor era seguir adelante.
—Estoy dispuesta a ayudarte, ya te lo dije. Pero no puedo aceptar tu propuesta. Nadie puede ayudarme; nadie puede destruir a todo ese imperio gobernado por Alexandre. ¡Ni siquiera su neḿesis lo ha liquidado! Y estoy hablando de otro hombre igualmente poderoso e influyente dentro de la Inquisición —replicó, aparentemente incómoda por lo que revelaba. Incluso llegó a morderse el labio inferior ante la realidad que se le mostraba—. Además, vamos a poner que lo consiga, ¿y luego qué haré? Es todo lo que conozco, y si estoy aquí es porque quiero. Tuve la oportunidad de elegir, Miklós. Yo misma me eché la soga al cuello, tal vez por masoquista, o porque no tenía mucho sentido aferrarme a otras cosas. No le tengo miedo a ellos, tengo miedo de no saber qué hacer conmigo después. Esa es la verdad. Y al menos que me ofrezcas alternativas, nada de eso cambiará. Estoy en un callejón sin salida.
Fue sincera, tanto así que tuvo que desviar la vista hacia otro lado. La verdad tenía un sabor amargo, ¿no, Isolde? Pues así mismo tuvo que haber sido porque no lo estaba disfrutando, pero tampoco podía evitarlo. ¿Y por qué justamente con él?
—¿Qué ocurre? ¿Por qué tan callado? Te ofrecí un trato, y bien, la paga es mala, pero esta vez puedes tomarlo como un favor de mi parte. Es inútil que puedas ofrecerme algo a estas alturas...
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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Re: Conflict — Privado
Apenas tuvo tiempo de arrepentirse de haberse abierto, más que nada porque no se permitió regodearse en el error y prefirió seguir adelante, centrarse en la oferta que le había hecho y que, en lo que a él respectaba, prometía cumplir en la medida de lo posible. Su motivación para ello era doble: por un lado, no tenía absolutamente nada que perder (hipérbole, pero no se encontraba capacitado para pensar con realismo dadas las circunstancias, así que no se podía esperar otra cosa de él); por otro, ella le estaba empezando a caer menos mal, lo cual era ya algo considerable dadas sus circunstancias. Por desgracia, Miklós tampoco quería pensar en eso, ni en la deliberada omisión del único familiar vivo que le quedaba dentro de su simple lógica, todo para no enfrentarse a la realidad de que echaba de menos el peligro al que se había acostumbrado durante su azarosa vida, ni tampoco en por qué ella le caía menos mal ni que podía significar. ¿Para qué? Había sido consciente del momento de debilidad desde que habían salido las primeras palabras de sus labios, y estaba intentando resarcirse no pensando en ello en demasía; ella no se lo ponía fácil, claro, porque así eran las zorras de problemáticas, pero no podía decirse que él no lo intentara. Sí podía, debía incluso, decirse que ese intento no tenía demasiado éxito, y todo gracias a que ella lo estaba comprendiendo, que era más de lo que muchos habían hecho en demasiado tiempo, más incluso del que Miklós tenía consciencia real, aunque no era como si le importara. La cuestión era que ella comprendía, le estaba intentando aliviar parte de la culpa que cargaba sobre sus hombros sin que él se lo hubiera pedido, incluso sin que él esperara que ella fuera a hacerlo, y aunque su primera reacción fue la extrañeza más pura, la siguiente fue algo confuso y no tan frío que pareció sentirse bien. Lo pareció, y no lo fue, no por incapacidad de Miklós de analizar sus sentimientos, ¡por una vez!, sino porque ella se negó y eso lo enfrió todo de nuevo.
– Todo imperio está destinado a caer, todo. Si no, toma como ejemplo el Sacro Imperio, dale unos años y los magyares buscarán liberarse de las cadenas impuestas. Y no serán los únicos. En cuanto a los demás, la historia da la razón: ¿qué pasó con el imperio de Carlomagno? ¿O con el de Octavio Augusto? Nada dura para siempre, ni siquiera un imperio. – replicó, utilizando ejemplos brillantes que habían salido de su lógica pero sin reparar en utilizar dicha lógica para aplicarse el cuento a sí mismo. ¿Ya se había olvidado del refrán que decía que ni había mal que 100 años durase ni cuerpo capaz de aguantarlo? Esa impresión daba, desde luego, pero en su defensa había que decir que tenía la mente en otro sitio; entre eso y el trauma, no menos importante, Miklós no era del todo dueño de sí mismo, y tampoco podía serlo de su intelecto, la mayor parte del tiempo muy respetable. – Nos interesa su némesis. Su némesis, con apoyo, podría hundirlo. Has dicho que solo no ha podido conseguirlo, pero estoy seguro de que no ha tenido la ayuda adecuada. – continuó, llevándose una mano a la barbilla y reflexionando sobre el plan que comenzaba a dibujarse en sus pensamientos, sin ningún tipo de respuesta emocional al respecto por cierto. Sin embargo, no llegó a terminar el razonamiento porque la expresión de la cara de Isolde llamó demasiado su atención, hasta el punto de que entrecerró los ojos, en la expresión más felina que Miklós era capaz de esbozar en sus circunstancias, y la observó un momento. – ¿Me preferías callado? No quieres escuchar la verdad y las posibilidades porque te has convencido de que no se puede, y ya está. Si no te mueves, es evidente que no se va a poder, no hay dudas. Esto es lo que te ofrezco, qué menos que tomártelo con seriedad. – concluyó, con un toque afilado en su voz que no pasó del todo desapercibido, aunque su rostro no llegara a expresarlo.
– Estaría dispuesto a lidiar con inquisidores, y los detesto. Supongo que ya sabrás de mí todo, ¿no?, y entenderás por qué y por qué fue un placer encargarme de otro más, aparte de ser un encargo. – comenzó, de nuevo, Miklós, y menos mal que sus palabras fueron bastante expresivas porque su voz no dio ni una sola muestra de que algo le hubiera podido satisfacer nunca, jamás, en aquella vida. A su frialdad habitual se unía la que provocaba el dolor y bla, bla, bla, toda esa historia que ya todos sabían, quizá incluso Isolde, quien a fin de cuentas era una zorra y, como tal, se suponía que tenía que ser astuta y observadora. – No puedo creer que te estés preguntando qué harías. ¿Y si liquidas a Alexandre qué pasa? Que dominas tú. Pero en fin, ya está, tema superado. Me ayudarás y ya está, piénsate lo que digo porque una parte de ti sabe que tengo toda la razón. – continuó, y fue su intención concluir con eso, de verdad que sí, pero no podía dejarlo. Por algún motivo que desconocía, pero elegía creer que era agradecimiento por la perspectiva de poder tener ayuda porque no sabía qué otra cosa podía provocarlo, estaba interesado en ella y en su situación. Desde un punto de vista práctico, evidentemente, tenía que asegurarse de que ella fuera victoriosa porque así él también lo sería; el problema, en realidad, radicaba en que ese no era el único motivo por el que le interesaba ayudarla, y lo sabía bien. Justo por eso, por lo bien que lo sabía, evitó pensar en ello y se centró en la narrativa más simple, que era al mismo tiempo la más beneficiosa para los dos, casi en cualquier sentido de la palabra. – Bien, da igual. Acepto el trato. Y ya está, punto. – afirmó, encogiéndose de hombros y volviendo, por fuerza, a esa apatía suya de hacía un momento.
Qué curioso resultaba que, después de tanto tiempo apático, ante el primer atisbo de algo que se alejaba de ello que sentía Miklós, éste hubiera decidido huir... Casi parecía que algunas cosas nunca cambiaban, y que una vez se era autodestructivo, se seguía siendo por los siglos de los siglos. Y amén.
– Todo imperio está destinado a caer, todo. Si no, toma como ejemplo el Sacro Imperio, dale unos años y los magyares buscarán liberarse de las cadenas impuestas. Y no serán los únicos. En cuanto a los demás, la historia da la razón: ¿qué pasó con el imperio de Carlomagno? ¿O con el de Octavio Augusto? Nada dura para siempre, ni siquiera un imperio. – replicó, utilizando ejemplos brillantes que habían salido de su lógica pero sin reparar en utilizar dicha lógica para aplicarse el cuento a sí mismo. ¿Ya se había olvidado del refrán que decía que ni había mal que 100 años durase ni cuerpo capaz de aguantarlo? Esa impresión daba, desde luego, pero en su defensa había que decir que tenía la mente en otro sitio; entre eso y el trauma, no menos importante, Miklós no era del todo dueño de sí mismo, y tampoco podía serlo de su intelecto, la mayor parte del tiempo muy respetable. – Nos interesa su némesis. Su némesis, con apoyo, podría hundirlo. Has dicho que solo no ha podido conseguirlo, pero estoy seguro de que no ha tenido la ayuda adecuada. – continuó, llevándose una mano a la barbilla y reflexionando sobre el plan que comenzaba a dibujarse en sus pensamientos, sin ningún tipo de respuesta emocional al respecto por cierto. Sin embargo, no llegó a terminar el razonamiento porque la expresión de la cara de Isolde llamó demasiado su atención, hasta el punto de que entrecerró los ojos, en la expresión más felina que Miklós era capaz de esbozar en sus circunstancias, y la observó un momento. – ¿Me preferías callado? No quieres escuchar la verdad y las posibilidades porque te has convencido de que no se puede, y ya está. Si no te mueves, es evidente que no se va a poder, no hay dudas. Esto es lo que te ofrezco, qué menos que tomártelo con seriedad. – concluyó, con un toque afilado en su voz que no pasó del todo desapercibido, aunque su rostro no llegara a expresarlo.
– Estaría dispuesto a lidiar con inquisidores, y los detesto. Supongo que ya sabrás de mí todo, ¿no?, y entenderás por qué y por qué fue un placer encargarme de otro más, aparte de ser un encargo. – comenzó, de nuevo, Miklós, y menos mal que sus palabras fueron bastante expresivas porque su voz no dio ni una sola muestra de que algo le hubiera podido satisfacer nunca, jamás, en aquella vida. A su frialdad habitual se unía la que provocaba el dolor y bla, bla, bla, toda esa historia que ya todos sabían, quizá incluso Isolde, quien a fin de cuentas era una zorra y, como tal, se suponía que tenía que ser astuta y observadora. – No puedo creer que te estés preguntando qué harías. ¿Y si liquidas a Alexandre qué pasa? Que dominas tú. Pero en fin, ya está, tema superado. Me ayudarás y ya está, piénsate lo que digo porque una parte de ti sabe que tengo toda la razón. – continuó, y fue su intención concluir con eso, de verdad que sí, pero no podía dejarlo. Por algún motivo que desconocía, pero elegía creer que era agradecimiento por la perspectiva de poder tener ayuda porque no sabía qué otra cosa podía provocarlo, estaba interesado en ella y en su situación. Desde un punto de vista práctico, evidentemente, tenía que asegurarse de que ella fuera victoriosa porque así él también lo sería; el problema, en realidad, radicaba en que ese no era el único motivo por el que le interesaba ayudarla, y lo sabía bien. Justo por eso, por lo bien que lo sabía, evitó pensar en ello y se centró en la narrativa más simple, que era al mismo tiempo la más beneficiosa para los dos, casi en cualquier sentido de la palabra. – Bien, da igual. Acepto el trato. Y ya está, punto. – afirmó, encogiéndose de hombros y volviendo, por fuerza, a esa apatía suya de hacía un momento.
Qué curioso resultaba que, después de tanto tiempo apático, ante el primer atisbo de algo que se alejaba de ello que sentía Miklós, éste hubiera decidido huir... Casi parecía que algunas cosas nunca cambiaban, y que una vez se era autodestructivo, se seguía siendo por los siglos de los siglos. Y amén.
Invitado- Invitado
Re: Conflict — Privado
Puede resultar increíblemente curioso cómo las cosas pueden cambiar de un momento a otro; cómo una situación, sencillamente, puede mostrar diferentes perspectivas en tan poco tiempo, sin que haya tanto esfuerzo de por medio, sino, tan sólo, un par de palabras adecuadas para que la tensión llegue a su punto más alto. Pero no sólo eso, también se necesitan a los actores adecuados para que todo marche de dicha manera. En este caso, dos personas que luchen por ser opuestas, aún cuando guarden tantas similitudes entre sí. Tal y como Miklós e Isolde.
Lo que había iniciado como una supuesta rivalidad, terminó convirtiˋéndose en una extraña alianza. ¡Y a saber cómo demonios había ocurrido eso! Un momento, claro que se sabía. Ambos habían dejado entrever un poco de sí mismos, ese algo que era desconocido para el resto, pero que ahora permitían que otro desconocido lo supiera, y no por casualidad, ni mucho menos debilidad, sino por alguna cosa que no alcanzaban a entender, y tampoco querían ponerse a pensar demasiado en ello. Tal vez por no estar acostumbrados, o por ese miedo a no querer relacionarse emocionalmente con nadie para no terminar metidos en meollos existenciales, más de los que ya tenían, especialmente Miklós. Isolde, por su parte, ya había superado cierta etapa dolorosa de su vida...
Sin embargo, cuando estaba aferrada a la idea de que todas sus dificultades quedaron muy atrás, que no tendría demasiados problemas con los que lidiar, él se le plantó al frente para hacerle ver que no era sí, que existían cosas que a ella sí le afectaban en serio, pero que no permitía dejarlas salir de su escondite, tal vez por orgullo, o por simple conformismo. No lo sabía con exactitud. Sólo supo que esa verdad tenía un sabor amargo y desagradable y... ¡Maldito fueras, Miklós DeGrasso!
Y estando las cosas de esa manera, ¿podría llegar a sentir auténtico odio por él? Se lo llegó a plantear en serio, pero la respuesta había sido un "no". Un rotundo y sonoro "no". Un "no" que le golpeó en lo más hondo y ahora le taladraba la cabeza. Isolde no podría odiar a ese hombre, se temía. Aunque en su oficio ya estaba acostumbrada a lidiar con basuras de la sociedad, a él, a Miklós, llegó a sacarlo de ese grupo. Quizá no había hecho cosas sacras en su vida (ella menos), aun así, no se merecía caer tan bajo. Él... Él necesitaba vengarse de los desgraciados que acabaron con su hermana, ¡e Isolde llegó a comprenderlo en serio! Cuando Jamás había sentido la necesidad de ser tan empática con nadie. Y entre que ahora tendría un problema lidiando con dejar de ser la subordinada para convertirse en jefa, y la venganza en la que se metió cuando no tenía nada que ganar o perder, se le estaba haciendo más agudo el dolor de cabeza.
—No, sabes que no da igual, Miklós. Sabes que sembraste la maldita duda en mí, y no te basta simplemente eso. No se trata de una manera en la que puedas pagarme, porque me niego a aceptarla; en cambio, he ofrecido mi absoluta ayuda para tu venganza —le recriminó, porque sabía que tenía razón. ¡Y él también la tenía! Maldita sea, ¿en dónde había terminado metida?—. Sé perfectamente que poco te importa arriesgarte, ya me lo demostraste hace un rato. Así que entiendo que te de igual meterte con inquisidores, pero... —Hizo una pausa, recordando todo el vasto historial sobre Sicard y el pasado que compartía con su tío—, no se tratan de simples inquisidores, Miklós, ¡por el amor a Dios! ¿Y si te pasa algo en serio? Entonces, ¿cómo te vengarías de la muerte de Imara, a ver?
Se puso tensa. No por la situación, sino por sus propias palabras. ¿Qué diablos le importaba a ella si le ocurría algo o no? Oh, no... Sí que le importaba un poquito, y por eso odiaba la idea de intentar desafiar a Alexandre, y aún más, de relacionarse con otro perro desgraciado como Henri Sicard.
—Habría que acabar con los dos. O que ambos se acaben entre sí, y ya, dos problemas menos en los que pensar. Aunque, tampoco me emociona mandar, ¿sabes? Podría ser divertido, pero me siento más segura en mi posición. Tengo lo justo y necesario. —Pero ahora se estaba arriesgando por haberlo dejado vivo, además de fraguar alguna especie de trato con él, y eso no pintaba tan bien—. En fin, que sí, que sólo nos interesa esa venganza de la que hablaste, que es lo más importante...
Respiró hondo, sin embargo, antes de intentar relajarse un poco, algo la alertó. Y por la mueca que hizo Miklós, supo que también se había dado cuenta de los pasos que sonaban más cerca.
—Alexandre también era inquisidor, uno muy corrupto, y Sicard lo sacó del juego para quedarse con todo. Esa es la realidad. La otra realidad es que, de seguro han venido por mí —murmuró, observando fijamente la entrada. Tomó de nuevo el revólver, sabiendo que era una tontería. ¿Y qué más podía hacer?—. ¿Tienes alguna idea? Ya me calcinaste las neuronas con todas tus malditas ideas. Además, no tienes cómo diablos esconderte, así que se darán cuenta de todo, a menos que... mueran antes.
Lo que había iniciado como una supuesta rivalidad, terminó convirtiˋéndose en una extraña alianza. ¡Y a saber cómo demonios había ocurrido eso! Un momento, claro que se sabía. Ambos habían dejado entrever un poco de sí mismos, ese algo que era desconocido para el resto, pero que ahora permitían que otro desconocido lo supiera, y no por casualidad, ni mucho menos debilidad, sino por alguna cosa que no alcanzaban a entender, y tampoco querían ponerse a pensar demasiado en ello. Tal vez por no estar acostumbrados, o por ese miedo a no querer relacionarse emocionalmente con nadie para no terminar metidos en meollos existenciales, más de los que ya tenían, especialmente Miklós. Isolde, por su parte, ya había superado cierta etapa dolorosa de su vida...
Sin embargo, cuando estaba aferrada a la idea de que todas sus dificultades quedaron muy atrás, que no tendría demasiados problemas con los que lidiar, él se le plantó al frente para hacerle ver que no era sí, que existían cosas que a ella sí le afectaban en serio, pero que no permitía dejarlas salir de su escondite, tal vez por orgullo, o por simple conformismo. No lo sabía con exactitud. Sólo supo que esa verdad tenía un sabor amargo y desagradable y... ¡Maldito fueras, Miklós DeGrasso!
Y estando las cosas de esa manera, ¿podría llegar a sentir auténtico odio por él? Se lo llegó a plantear en serio, pero la respuesta había sido un "no". Un rotundo y sonoro "no". Un "no" que le golpeó en lo más hondo y ahora le taladraba la cabeza. Isolde no podría odiar a ese hombre, se temía. Aunque en su oficio ya estaba acostumbrada a lidiar con basuras de la sociedad, a él, a Miklós, llegó a sacarlo de ese grupo. Quizá no había hecho cosas sacras en su vida (ella menos), aun así, no se merecía caer tan bajo. Él... Él necesitaba vengarse de los desgraciados que acabaron con su hermana, ¡e Isolde llegó a comprenderlo en serio! Cuando Jamás había sentido la necesidad de ser tan empática con nadie. Y entre que ahora tendría un problema lidiando con dejar de ser la subordinada para convertirse en jefa, y la venganza en la que se metió cuando no tenía nada que ganar o perder, se le estaba haciendo más agudo el dolor de cabeza.
—No, sabes que no da igual, Miklós. Sabes que sembraste la maldita duda en mí, y no te basta simplemente eso. No se trata de una manera en la que puedas pagarme, porque me niego a aceptarla; en cambio, he ofrecido mi absoluta ayuda para tu venganza —le recriminó, porque sabía que tenía razón. ¡Y él también la tenía! Maldita sea, ¿en dónde había terminado metida?—. Sé perfectamente que poco te importa arriesgarte, ya me lo demostraste hace un rato. Así que entiendo que te de igual meterte con inquisidores, pero... —Hizo una pausa, recordando todo el vasto historial sobre Sicard y el pasado que compartía con su tío—, no se tratan de simples inquisidores, Miklós, ¡por el amor a Dios! ¿Y si te pasa algo en serio? Entonces, ¿cómo te vengarías de la muerte de Imara, a ver?
Se puso tensa. No por la situación, sino por sus propias palabras. ¿Qué diablos le importaba a ella si le ocurría algo o no? Oh, no... Sí que le importaba un poquito, y por eso odiaba la idea de intentar desafiar a Alexandre, y aún más, de relacionarse con otro perro desgraciado como Henri Sicard.
—Habría que acabar con los dos. O que ambos se acaben entre sí, y ya, dos problemas menos en los que pensar. Aunque, tampoco me emociona mandar, ¿sabes? Podría ser divertido, pero me siento más segura en mi posición. Tengo lo justo y necesario. —Pero ahora se estaba arriesgando por haberlo dejado vivo, además de fraguar alguna especie de trato con él, y eso no pintaba tan bien—. En fin, que sí, que sólo nos interesa esa venganza de la que hablaste, que es lo más importante...
Respiró hondo, sin embargo, antes de intentar relajarse un poco, algo la alertó. Y por la mueca que hizo Miklós, supo que también se había dado cuenta de los pasos que sonaban más cerca.
—Alexandre también era inquisidor, uno muy corrupto, y Sicard lo sacó del juego para quedarse con todo. Esa es la realidad. La otra realidad es que, de seguro han venido por mí —murmuró, observando fijamente la entrada. Tomó de nuevo el revólver, sabiendo que era una tontería. ¿Y qué más podía hacer?—. ¿Tienes alguna idea? Ya me calcinaste las neuronas con todas tus malditas ideas. Además, no tienes cómo diablos esconderte, así que se darán cuenta de todo, a menos que... mueran antes.
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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Re: Conflict — Privado
Durante un instante, apenas un momento que había pasado con rapidez, Miklós casi había sido el de antes... No el de antes de que Imara le fuera robada por primera vez porque eso era imposible, aquel Laborc había muerto hacía mucho, pero sí el magyar que había nacido tras aquel ultraje y que, aun con dificultades, había sentido algo. Haberse permitido traer a la luz a aquel Miklós, sin embargo, le había arrojado a la cara todos esos sentimientos de los que estaba huyendo con su horrible apatía existencial, y el húngaro decidió, instintivamente, volver a cerrarse a ese sufrimiento, demasiado para lo que era capaz de aguantar. Ni siquiera tuvo que planteárselo y tomar una decisión racional para hacerlo: simplemente pasó, y aunque no fue algo descabellado, en su psique, que así fuera, tampoco se planteó esa actuación por su parte porque estaba demasiado ocupado con la vista clavada en Isolde, la zorra en quien sabía que no era buena idea confiar... Hasta si pensaba ayudarle. En algún momento, más tarde o más temprano, le iba a salir la naturaleza a la luz, igual que también le sucedía a él hasta si no era humanamente capaz de volver a invocar la forma de pantera para convertirse en ella otra vez; era cuestión de tiempo que volvieran las zorrerías, y ¿entonces qué? ¿Entonces él ya estaría metido hasta la cintura en el fango y lo tendría difícil para salir? Porque eso no le hacía la más mínima gracia, ni tampoco lo consideraba una opción apta para él: una vez más, su desconfianza natural estaba haciendo acto de presencia, sólo que esta vez era una de las veces en las que menos debería porque, a ver, era evidente que entre los dos había una suerte de conexión... Y también que ella, a su manera, había adoptado la causa de Miklós como propia, cuando menos lo suficiente para preocuparse por lo que le pudiera pasar al magyar si se entregaba a la venganza con la misma indiferencia que a todo lo demás. Enternecedor.
– No me va a pasar nada si tengo tu ayuda, ¿no te has encargado de dejarme eso claro hasta ahora mismo? Porque yo creo que sí, pero no pareces creértelo. – opinó, sin recriminar, simplemente exponiendo hechos. Se le estaban acabando las ganas de hablar, la verdad, y por eso decidió que lo siguiente que diría sería lo que iba a terminar la conversación por ese momento. Si tan solo hubiera sabido que lo conseguiría, pero por otro motivo diferente... Pero no, no era adivino, no sabía cuántas veces debía repetirlo para que quedara claro, así que lo hizo por intuición, y ya. – Si no son simples inquisidores, que se maten entre ellos. Si necesitan ayuda para conseguirlo, lo haremos nosotros, contribuyendo a ese veneno que los llevará a actuar. Y si no quieres quedarte sola con todo, me das parte y yo me encargo, a mí en cuanto me vengue me da igual con tal de tener francos para opio y licor. – opinó. Se tomó unos segundos de más para hablar con respecto a cuando había dejado de hacerlo ella, pero ni siquiera así le pasaron desapercibidos los pasos que se escuchaban cada vez más cerca, y para los que ella se preparó agarrando un revólver. El magyar, por su parte, puso los ojos en blanco, decepcionado por completo, y decidió transformarse: ante su voluntad, el león desgarró sus ropas y sustituyó al hombre de rasgos centroeuropeos, cortantes y duros como él mismo lo fue. En su hocico, en exclusiva para Isolde, se formó una mueca que pareció una sonrisa gatuna y que le duró un segundo, menos que nada pero aun así más de lo habitual, y ese gesto fue el preludio del león valiéndose de su potente musculatura para lanzarse hacia los atacantes y empezar a desgarrarlos. Sin la inestimable ayuda de Isolde, le habría costado mucho más y habría terminado mucho más herido de lo que terminó, pero aun así fue herido y, cuando se transformó en humano, rodeado de cadáveres y completamente desnudo salvo por las telas que se echó encima, sangraba copiosamente.
– Ya que te has ofrecido a ayudar, ¿ayudas con esto también o te tengo que suplicar? – espetó, señalándose la herida del abdomen, que aunque era aparatosa no era demasiado grave. Había otras, sin embargo, que sí lo eran: al saber que lidiaban con un cambiante, habían utilizado plata, y tenía restos de filos y de balas en la piel, que escocían como desgraciados. Miklós, con gestos automáticos, se arrancó un par de restos de filos de la piel, pero a las balas no llegaba, y esa era la ayuda que realmente necesitaba, aunque no fuera la que había pedido (no, pedido no, exigido) a Isolde. Si no aceptaba, se valdría por sí mismo, no le importaba tampoco lo más mínimo hacerlo; es más, estaba acostumbrado, así que por seguir como siempre no le pasaría nada. – No soy de los que se esconden, a menos que mi vida corra peligro. Con esa panda de ineptos ni siquiera me voy a esforzar, se necesita algo mejor para acabar conmigo. – afirmó, y era cierto, pero por pura testarudez del magyar, no por otra cosa. Lo cierto era que sus heridas, las que estaban infectadas todavía por la plata, sí que eran graves, y si no se atendían podían correr el riesgo de infectarse y de que ni siquiera las capacidades curativas del cambiante pudieran combatirlas. Aun así, Miklós, dueño de demasiado orgullo Rákóczi para que quedara la más mínima duda de su ascendencia familiar, no sólo no pidió más ayuda, sino que además se cubrió parte de la desnudez con la ropa que menos destrozada estaba (la interior y los pantalones), como si haberla protegido y haber acabado sangrando por ello no fuera uno de sus problemas más acuciantes en esas circunstancias. – No voy a permitir que vengan a por ti antes de que te encargues de cumplir con nuestro trato. – sentenció. O, lo que era lo mismo: me perteneces hasta que te asegures de que me ayudas, y después... ya veremos.
Lo que el magyar no sabía era que después de ayudarlo, Isolde ya se le habría hincado dentro como un buen veneno, y sacarla iba a ser más difícil que encargarse de las balas que le estaban horadando las entrañas y matando, con su veneno, muy poco a poco...
– No me va a pasar nada si tengo tu ayuda, ¿no te has encargado de dejarme eso claro hasta ahora mismo? Porque yo creo que sí, pero no pareces creértelo. – opinó, sin recriminar, simplemente exponiendo hechos. Se le estaban acabando las ganas de hablar, la verdad, y por eso decidió que lo siguiente que diría sería lo que iba a terminar la conversación por ese momento. Si tan solo hubiera sabido que lo conseguiría, pero por otro motivo diferente... Pero no, no era adivino, no sabía cuántas veces debía repetirlo para que quedara claro, así que lo hizo por intuición, y ya. – Si no son simples inquisidores, que se maten entre ellos. Si necesitan ayuda para conseguirlo, lo haremos nosotros, contribuyendo a ese veneno que los llevará a actuar. Y si no quieres quedarte sola con todo, me das parte y yo me encargo, a mí en cuanto me vengue me da igual con tal de tener francos para opio y licor. – opinó. Se tomó unos segundos de más para hablar con respecto a cuando había dejado de hacerlo ella, pero ni siquiera así le pasaron desapercibidos los pasos que se escuchaban cada vez más cerca, y para los que ella se preparó agarrando un revólver. El magyar, por su parte, puso los ojos en blanco, decepcionado por completo, y decidió transformarse: ante su voluntad, el león desgarró sus ropas y sustituyó al hombre de rasgos centroeuropeos, cortantes y duros como él mismo lo fue. En su hocico, en exclusiva para Isolde, se formó una mueca que pareció una sonrisa gatuna y que le duró un segundo, menos que nada pero aun así más de lo habitual, y ese gesto fue el preludio del león valiéndose de su potente musculatura para lanzarse hacia los atacantes y empezar a desgarrarlos. Sin la inestimable ayuda de Isolde, le habría costado mucho más y habría terminado mucho más herido de lo que terminó, pero aun así fue herido y, cuando se transformó en humano, rodeado de cadáveres y completamente desnudo salvo por las telas que se echó encima, sangraba copiosamente.
– Ya que te has ofrecido a ayudar, ¿ayudas con esto también o te tengo que suplicar? – espetó, señalándose la herida del abdomen, que aunque era aparatosa no era demasiado grave. Había otras, sin embargo, que sí lo eran: al saber que lidiaban con un cambiante, habían utilizado plata, y tenía restos de filos y de balas en la piel, que escocían como desgraciados. Miklós, con gestos automáticos, se arrancó un par de restos de filos de la piel, pero a las balas no llegaba, y esa era la ayuda que realmente necesitaba, aunque no fuera la que había pedido (no, pedido no, exigido) a Isolde. Si no aceptaba, se valdría por sí mismo, no le importaba tampoco lo más mínimo hacerlo; es más, estaba acostumbrado, así que por seguir como siempre no le pasaría nada. – No soy de los que se esconden, a menos que mi vida corra peligro. Con esa panda de ineptos ni siquiera me voy a esforzar, se necesita algo mejor para acabar conmigo. – afirmó, y era cierto, pero por pura testarudez del magyar, no por otra cosa. Lo cierto era que sus heridas, las que estaban infectadas todavía por la plata, sí que eran graves, y si no se atendían podían correr el riesgo de infectarse y de que ni siquiera las capacidades curativas del cambiante pudieran combatirlas. Aun así, Miklós, dueño de demasiado orgullo Rákóczi para que quedara la más mínima duda de su ascendencia familiar, no sólo no pidió más ayuda, sino que además se cubrió parte de la desnudez con la ropa que menos destrozada estaba (la interior y los pantalones), como si haberla protegido y haber acabado sangrando por ello no fuera uno de sus problemas más acuciantes en esas circunstancias. – No voy a permitir que vengan a por ti antes de que te encargues de cumplir con nuestro trato. – sentenció. O, lo que era lo mismo: me perteneces hasta que te asegures de que me ayudas, y después... ya veremos.
Lo que el magyar no sabía era que después de ayudarlo, Isolde ya se le habría hincado dentro como un buen veneno, y sacarla iba a ser más difícil que encargarse de las balas que le estaban horadando las entrañas y matando, con su veneno, muy poco a poco...
Invitado- Invitado
Re: Conflict — Privado
¿Se había puesto en la posición correcta? De acuerdo, ella no hacía lo debido, los negocios en los que estaba involucrada con su familia no eran nada sacros, así que nunca hacía lo moralmente correcto, al menos desde el punto de vista social. Sin embargo, ahora la situación era completamente diferente. Estaba a punto de aceptar un trato en el que podría traicionar la confianza de su tío Alexandre, y éste ni siquiera le había hecho algo. No tenía motivos. Y a ese tipo apenas lo conocía; tampoco pretendía ser jefa (¡qué pereza!). Entonces llegó a permitirse a aceptar la confusión que logró envolverla en esos escasos segundos, en los que debía decidirse si atacar a los suyos y defender a Miklós, o atacarlo a él. ¡Maldita sea! Ni controló sus impulsos, simplemente fue a lo suyo: sí, le dio a varios, a esos que suponían una amenaza sustancial para ese... estúpido.
Apenas y se dio cuenta cuando todo acabó. Observó el arma en sus manos, ya no le quedaban balas; era inútil seguir llevándola consigo. Todo fue tan confuso, muy diferente a lo que sentía cuando se enfrentaba a ese tipo de casos. Solía terminar con una sonrisa en los labios y quedarse muy satisfecha por su proeza. Sin embargo, en ese instante, todo resultaba diferente. La mueca en su rostro así lo confirmaba. Isolde se dio cuenta que ya se había hundido en aquellas aguas oscuras, y que salir iba a resultar más complicado de lo que ya había supuesto desde un principio.
Y el culpable lo tenía en frente, sangrando, herido... Para su desgracia.
Lo observó con el ceño fruncido mientras él le hablaba. No le hizo la más mínima gracia, menos al ver todos esos cadáveres alrededor. La había liado a lo grande (felicidades Isolde, ¡felicidades!), así que tendría que buscar una solución lo antes posible, o negarlo todo. Decisión difícil, tanto como la de tener que acercarse a Miklós o no. Al final tuvo acceder. Exhaló y asintió, dejando caer el revólver a un lado, luego se acercó a él, arrodillándose a su lado. ¿Cómo se supone que iba a ayudar? Las heridas tenían un aspecto desagradable, y lo primero que se le cruzó por la mente fue un "doctor". ¿Y cuál? Bien, había una opción, aunque no le agradaba para nada.
—¿Y qué se supone que haré? ¿Tengo cara de saber mucho de medicina acaso? —inquirió, sarcástica, porque simplemente no se aguantó—. Y aparte de idiota, también resulta que eres un poco posesivo. Mira, si te hubiera querido traicionar, lo habría hecho en el momento en que me diste la espalda, justo cuando sostenía un arma con suficientes balas de plata. Sin embargo, no lo hice. Así que deja a un lado tus frases de macho dominante, Miklós. No son necesarias, y tampoco funcionan conmigo...
Puso los ojos en blanco, un poco hastiada de tener que escuchar lo mismo de tantos. Pero no era momento para quejarse de esas cosas, ahora tenía que centrarse a regañadientes en lo que se encontraba frente a ella.
—Para ayudarte, tengo que sacarte de aquí. ¿O pretendías mantenerme encerrada como si fuera de tu propiedad? ¿Y cómo? ¿Así de lastimado? —Se echó a reír, y negó—. Ven aquí, hay que llevarte con alguien antes de que esas heridas hagan estragos. Y no me mires así, es de mi confianza, y si no hace lo que digo, le irá mal. Como le gusta cuidar su anonimato, le conviene estar bien conmigo, así de fácil.
Lo ayudó a ponerse de pie, incluso a que mantuviera el equilibrio mientras salían de aquella pocilga. Si la viera su tío en esas circunstancias, la decepción sería de proporciones bíblicas, ¿y a ella qué diablos? Ya buscaría el modo de deshacerse de aquel asunto sin hundirse demasiado. Sólo tenía que ayudarlo en su venganza, y en cuanto lo hiciera, listo, adiós, hasta nunca. Aunque había una parte de ella que no estaba del todo segura, y lo detestaba profundamente. ¡Muy bien, Isolde! Te has sacado la lotería con tus sentimentalismos absurdos, ¿sabes? Esos de los que solías burlarte siempre.
—Espera aquí. Queda uno, el cochero... —Guardó silencio y se dirigió hacia el coche. Efectivamente, la esperaba otro sujeto, no menos agradable que los anteriores—. Nos vamos. Y sí, él también va, pero tú no.
Ya para cuando el tipo se dio cuenta de la intención de Isolde, había terminado en el suelo, sangrando por un costado de la cabeza. Ella le había golpeado con una barra de hierro que recogió un poco antes de abordarlo. Le hizo un ademán a Miklós para que se acercara (sabía que ya podía con eso. Con dificultad, pero lo conseguiría).
—De nada. Ahora sube al maldito coche antes de que se den cuenta de mi tardanza y envíen a los demás brutos. Y esta vez no será tan fácil para ninguno —espetó, en lo que se posicionaba en el asiento del conductor, asegurando las riendas de los caballos. Lo hizo luego de que él estaba en el interior—. Escuché tus palabras. Ahora, ¡shhh! Que tu voz me da dolor de cabeza.
Puso en marcha su plan, aunque eso implicara internarse en los barrios bajos, algo que no tenía previsto, pero era mucho mejor que dirigirse a la ciudad. Por eso su conocido había elegido aquel sitio para su laboratorio, o lo qué sea que hiciera ahí. Isolde no se podía creer que estaba haciendo tal cosa. Ni siquiera lo creyó cuando estuvo en frente del edificio de mal aspecto que se había convertido en su objetivo. Descendió del coche, tocó un par de veces, determinada a cumplir con su fechoría, y al ser recibida por un hombre de aspecto joven, que atendía al nombre de "James", supo que ya no habría manera de salir.
James los invitó a pasar. A Miklós lo dejaron tendido sobre un sofá. La tensión entre los otros dos era evidente; pero a Isolde le preocupaba más el tiempo. El maldito tiempo.
—¿Puedes curarle las heridas? Hay balas de plata, y, en fin, tú eres el doctor. Y nada de titubeos, James, lo harás, o tu reputación en la escuela de medicina se irá al demonio —ordenó. Puede que James se negara, pero la conocía bastante bien, y aunque su relación con ella no fuese la mejor, parecía bastante receptivo.
Apenas y se dio cuenta cuando todo acabó. Observó el arma en sus manos, ya no le quedaban balas; era inútil seguir llevándola consigo. Todo fue tan confuso, muy diferente a lo que sentía cuando se enfrentaba a ese tipo de casos. Solía terminar con una sonrisa en los labios y quedarse muy satisfecha por su proeza. Sin embargo, en ese instante, todo resultaba diferente. La mueca en su rostro así lo confirmaba. Isolde se dio cuenta que ya se había hundido en aquellas aguas oscuras, y que salir iba a resultar más complicado de lo que ya había supuesto desde un principio.
Y el culpable lo tenía en frente, sangrando, herido... Para su desgracia.
Lo observó con el ceño fruncido mientras él le hablaba. No le hizo la más mínima gracia, menos al ver todos esos cadáveres alrededor. La había liado a lo grande (felicidades Isolde, ¡felicidades!), así que tendría que buscar una solución lo antes posible, o negarlo todo. Decisión difícil, tanto como la de tener que acercarse a Miklós o no. Al final tuvo acceder. Exhaló y asintió, dejando caer el revólver a un lado, luego se acercó a él, arrodillándose a su lado. ¿Cómo se supone que iba a ayudar? Las heridas tenían un aspecto desagradable, y lo primero que se le cruzó por la mente fue un "doctor". ¿Y cuál? Bien, había una opción, aunque no le agradaba para nada.
—¿Y qué se supone que haré? ¿Tengo cara de saber mucho de medicina acaso? —inquirió, sarcástica, porque simplemente no se aguantó—. Y aparte de idiota, también resulta que eres un poco posesivo. Mira, si te hubiera querido traicionar, lo habría hecho en el momento en que me diste la espalda, justo cuando sostenía un arma con suficientes balas de plata. Sin embargo, no lo hice. Así que deja a un lado tus frases de macho dominante, Miklós. No son necesarias, y tampoco funcionan conmigo...
Puso los ojos en blanco, un poco hastiada de tener que escuchar lo mismo de tantos. Pero no era momento para quejarse de esas cosas, ahora tenía que centrarse a regañadientes en lo que se encontraba frente a ella.
—Para ayudarte, tengo que sacarte de aquí. ¿O pretendías mantenerme encerrada como si fuera de tu propiedad? ¿Y cómo? ¿Así de lastimado? —Se echó a reír, y negó—. Ven aquí, hay que llevarte con alguien antes de que esas heridas hagan estragos. Y no me mires así, es de mi confianza, y si no hace lo que digo, le irá mal. Como le gusta cuidar su anonimato, le conviene estar bien conmigo, así de fácil.
Lo ayudó a ponerse de pie, incluso a que mantuviera el equilibrio mientras salían de aquella pocilga. Si la viera su tío en esas circunstancias, la decepción sería de proporciones bíblicas, ¿y a ella qué diablos? Ya buscaría el modo de deshacerse de aquel asunto sin hundirse demasiado. Sólo tenía que ayudarlo en su venganza, y en cuanto lo hiciera, listo, adiós, hasta nunca. Aunque había una parte de ella que no estaba del todo segura, y lo detestaba profundamente. ¡Muy bien, Isolde! Te has sacado la lotería con tus sentimentalismos absurdos, ¿sabes? Esos de los que solías burlarte siempre.
—Espera aquí. Queda uno, el cochero... —Guardó silencio y se dirigió hacia el coche. Efectivamente, la esperaba otro sujeto, no menos agradable que los anteriores—. Nos vamos. Y sí, él también va, pero tú no.
Ya para cuando el tipo se dio cuenta de la intención de Isolde, había terminado en el suelo, sangrando por un costado de la cabeza. Ella le había golpeado con una barra de hierro que recogió un poco antes de abordarlo. Le hizo un ademán a Miklós para que se acercara (sabía que ya podía con eso. Con dificultad, pero lo conseguiría).
—De nada. Ahora sube al maldito coche antes de que se den cuenta de mi tardanza y envíen a los demás brutos. Y esta vez no será tan fácil para ninguno —espetó, en lo que se posicionaba en el asiento del conductor, asegurando las riendas de los caballos. Lo hizo luego de que él estaba en el interior—. Escuché tus palabras. Ahora, ¡shhh! Que tu voz me da dolor de cabeza.
Puso en marcha su plan, aunque eso implicara internarse en los barrios bajos, algo que no tenía previsto, pero era mucho mejor que dirigirse a la ciudad. Por eso su conocido había elegido aquel sitio para su laboratorio, o lo qué sea que hiciera ahí. Isolde no se podía creer que estaba haciendo tal cosa. Ni siquiera lo creyó cuando estuvo en frente del edificio de mal aspecto que se había convertido en su objetivo. Descendió del coche, tocó un par de veces, determinada a cumplir con su fechoría, y al ser recibida por un hombre de aspecto joven, que atendía al nombre de "James", supo que ya no habría manera de salir.
James los invitó a pasar. A Miklós lo dejaron tendido sobre un sofá. La tensión entre los otros dos era evidente; pero a Isolde le preocupaba más el tiempo. El maldito tiempo.
—¿Puedes curarle las heridas? Hay balas de plata, y, en fin, tú eres el doctor. Y nada de titubeos, James, lo harás, o tu reputación en la escuela de medicina se irá al demonio —ordenó. Puede que James se negara, pero la conocía bastante bien, y aunque su relación con ella no fuese la mejor, parecía bastante receptivo.
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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Localización : París
Re: Conflict — Privado
Miklós fingía ser un caballero con un talento que hacía ruborizarse a las damas y envidiarlo a los de alta cuna de verdad, no como él; desde que tenía razón de ser, había aprendido a depurar sus modales, a perfeccionar su vocabulario, a disimular su acento hasta dulcificarlo cuanto pudiera para conseguir un efecto determinado en las personas. Su rostro no podía cambiarlo por completo, y la verdad era que tampoco solía querer porque entendía que sus asimétricos ángulos tenían un efecto único en los demás; aun así, cambiaba su aspecto cuanto era necesario para conseguir sus objetivos, como un auténtico camaleón que, dependiendo del lugar, adoptaba unas tonalidades u otras. Para ser tan gato, el magyar a veces era demasiado reptil, y eso quizá explicaba por qué, ahora que su sangre estaba más fría que nunca, era incapaz de abrazar a su pantera interior, la forma con la que más cómodo se sentía. Aun así, el pasado seguía vivo, demasiado en su opinión, y nada podía borrar lo que había sido entonces: un farsante que se vestía con la piel del lobo para camuflarse en la manada, pero que no era nunca, ni sería jamás, uno de ellos. Así era: Miklós siempre se había sentido más cómodo cuando las ropas caían al suelo, o a donde fuera que las guardara, y cuando, en su semidesnudez habitual, se iba a sacar los puños a pasear, como la bestia que muchos lo habían considerado en su bastante longeva vida. En esos momentos, que al principio había tomado como algo temporal y pura terapia para recuperar las emociones hundidas bajo el dolor de la pérdida primera de su Imara (¿cuán triste era tener que numerarlas...?), se había sentido libre, como sus partes animales ansiaban, y casi bien. Miklós, una rata callejera, había florecido en la adversidad de las palizas y las peleas, y había llegado a entender las heridas y los golpes como algo propio, tanto como los pelajes de los animales en los que se convertía.
¿A qué venía eso, podía preguntarse uno? Bueno, se podría pensar que era una consecuencia de las balas que lo estaban desgarrando por dentro con su veneno, maldito fuera; también podía ser la pérdida de sangre, que le hacía desvariar, o que aunque estaba escuchando a Isolde había decidido responder con silencio, negándose así a perder fuerzas que podía utilizar en su recuperación para tratar con alguien que estaba claramente enfadada. Él, con su apatía de nuevo en pleno apogeo tras el breve estallido de lo opuesto que había sentido hacía unos eufóricos instantes, simplemente se dejó conducir, hasta si iba totalmente en contra de sus dinámicas felinas habituales. Miklós, antes incluso que gato, era un superviviente; como tal, era perfectamente capaz de darse cuenta de cuándo se encontraba tan débil que no podía ni consigo mismo, y si ella insistía en ahorrarle el esfuerzo, bien sabía el altísimo que lo aceptaría. Cualquier cosa con tal de seguir resistiéndose a que su corazón dejara de latir, algo que no aceptaba ni en los momentos peores de su patética existencia, y en eso entretuvo sus pensamientos mientras ella lo llevaba a no sabía dónde con la compañía de ni sabía quién. Sólo cuando llegaron a lo que claramente eran los barrios bajos, la peste camuflada no pasaba desapercibida para su finísimo olfato felino, se enteró de que su cuidador se llamaba James y parecía detestar a Isolde como había llegado a hacerlo él durante un breve instante, antes de que hubiera pasado un algo misterioso que le había hecho cambiar de opinión. Indiferente, ¡cómo no!, a semejantes minucias, Miklós se estiró en el sofá y se deshizo de la mayor parte de lo que quedaba de ropa para que el doctor, o futuro doctor, hiciera su maldito trabajo de una vez y le arrancara las balas de plata.
– ¿Las vas a querer de recuerdo, Isolde? A lo mejor necesitas pruebas para justificar tu participación en la escabechina. ¿Qué te parece esto como historia? Era un demente, estaba loco, me robó el arma y la utilizó contra ellos mientras yo me defendía y lo llenaba de plata: ¡he aquí la prueba! – ilustró, con apenas un par de frases, una historia de la que se podían sacar muchas cosas: desde detalles hasta una coartada para la mujer que tenía tanto que perder como él, o quizá más porque lo suyo era alta traición mientras que lo de Miklós era un ataque, demente pero solitario a fin de cuentas. – Deberías aprovechar que estamos aquí para que te saquen tapones de los oídos, creo que tienes problemas porque has oído cosas que nadie ha dicho y, la verdad, te vendrá fatal eso en tu maldita vida diaria. – añadió, mirando al doctor, que en aquel momento estaba ocupado extrayéndole una bala de plata de dentro. Por supuesto, la maldita plata se enganchó en sus tejidos, que empezaban a curarse salvo en la zona que tocaba el metal, y a Miklós se le acabó la paciencia y hurgó con los propios dedos para romper de nuevo la carne tierna, en proceso de sanación, y que la bala pudiera salir más fácil. – Por ejemplo, las balas te pertenecen, te las he regalado. ¿Ves? Entiendo de posesión. Y no he dicho nada al respecto, así que reevalúa tus ideas. – recriminó, cerrando los ojos a continuación. No es que no quisiera ver su reacción, es que estaba empezando a acusar el cansancio y aún más el dolor, por mucho que éste le hiciera sentir casi tan vivo como las discusiones con Isolde, para su maldita sorpresa.
Sí, Miklós bailaba con la muerte a diario, y lo hacía incluso encantado, pero hasta él tenía un límite, y cuando se tiene por costumbre hacer cosquillas a la parca por diversión, como era su estilo, ese límite siempre estaba demasiado susceptible a ser cruzado... justo como en aquel momento por el exhausto magyar, cuya respiración era un poquito más lenta cada vez.
¿A qué venía eso, podía preguntarse uno? Bueno, se podría pensar que era una consecuencia de las balas que lo estaban desgarrando por dentro con su veneno, maldito fuera; también podía ser la pérdida de sangre, que le hacía desvariar, o que aunque estaba escuchando a Isolde había decidido responder con silencio, negándose así a perder fuerzas que podía utilizar en su recuperación para tratar con alguien que estaba claramente enfadada. Él, con su apatía de nuevo en pleno apogeo tras el breve estallido de lo opuesto que había sentido hacía unos eufóricos instantes, simplemente se dejó conducir, hasta si iba totalmente en contra de sus dinámicas felinas habituales. Miklós, antes incluso que gato, era un superviviente; como tal, era perfectamente capaz de darse cuenta de cuándo se encontraba tan débil que no podía ni consigo mismo, y si ella insistía en ahorrarle el esfuerzo, bien sabía el altísimo que lo aceptaría. Cualquier cosa con tal de seguir resistiéndose a que su corazón dejara de latir, algo que no aceptaba ni en los momentos peores de su patética existencia, y en eso entretuvo sus pensamientos mientras ella lo llevaba a no sabía dónde con la compañía de ni sabía quién. Sólo cuando llegaron a lo que claramente eran los barrios bajos, la peste camuflada no pasaba desapercibida para su finísimo olfato felino, se enteró de que su cuidador se llamaba James y parecía detestar a Isolde como había llegado a hacerlo él durante un breve instante, antes de que hubiera pasado un algo misterioso que le había hecho cambiar de opinión. Indiferente, ¡cómo no!, a semejantes minucias, Miklós se estiró en el sofá y se deshizo de la mayor parte de lo que quedaba de ropa para que el doctor, o futuro doctor, hiciera su maldito trabajo de una vez y le arrancara las balas de plata.
– ¿Las vas a querer de recuerdo, Isolde? A lo mejor necesitas pruebas para justificar tu participación en la escabechina. ¿Qué te parece esto como historia? Era un demente, estaba loco, me robó el arma y la utilizó contra ellos mientras yo me defendía y lo llenaba de plata: ¡he aquí la prueba! – ilustró, con apenas un par de frases, una historia de la que se podían sacar muchas cosas: desde detalles hasta una coartada para la mujer que tenía tanto que perder como él, o quizá más porque lo suyo era alta traición mientras que lo de Miklós era un ataque, demente pero solitario a fin de cuentas. – Deberías aprovechar que estamos aquí para que te saquen tapones de los oídos, creo que tienes problemas porque has oído cosas que nadie ha dicho y, la verdad, te vendrá fatal eso en tu maldita vida diaria. – añadió, mirando al doctor, que en aquel momento estaba ocupado extrayéndole una bala de plata de dentro. Por supuesto, la maldita plata se enganchó en sus tejidos, que empezaban a curarse salvo en la zona que tocaba el metal, y a Miklós se le acabó la paciencia y hurgó con los propios dedos para romper de nuevo la carne tierna, en proceso de sanación, y que la bala pudiera salir más fácil. – Por ejemplo, las balas te pertenecen, te las he regalado. ¿Ves? Entiendo de posesión. Y no he dicho nada al respecto, así que reevalúa tus ideas. – recriminó, cerrando los ojos a continuación. No es que no quisiera ver su reacción, es que estaba empezando a acusar el cansancio y aún más el dolor, por mucho que éste le hiciera sentir casi tan vivo como las discusiones con Isolde, para su maldita sorpresa.
Sí, Miklós bailaba con la muerte a diario, y lo hacía incluso encantado, pero hasta él tenía un límite, y cuando se tiene por costumbre hacer cosquillas a la parca por diversión, como era su estilo, ese límite siempre estaba demasiado susceptible a ser cruzado... justo como en aquel momento por el exhausto magyar, cuya respiración era un poquito más lenta cada vez.
Invitado- Invitado
Re: Conflict — Privado
Tan molesta, como se sentía en ese momento, no había siquiera pensado un poco en la excusa que le daría a Alexandre, porque su tío no tenía ningún pelo de tonto, y aunque ella era una maestra en el arte de la mentira, a él no se le podía engañar con facilidad. Quizá pudiera tolerar alguna otra tontería por parte de Isolde, pero, ¿una traición? Ese era un problema bastante gordo, y eso, sin duda, le estaba preocupando en serio, dejando muy de lado que había fraguado un trato con MIklós hacía un instante atrás. O tal vez estaba exagerando; aun así, varios de sus hombres terminaron muertos por defender a ese condenado gato, y eso no se veía nada bien. Alexandre, apenas se enterara, iba a estallar en ira, pese a que nunca demostraba su enfado, porque todo en él era ser un témpano de hielo, y eso podría mucho peor, a decir verdad.
Así pues, Isolde no prestó tanta atención a las palabras de Miklós, simplemente pasó de él; lo ignoró por completo, aunque lo estuviera observando fijamente, con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Incluso James se dio cuenta de que, evidentemente, ella no estaba muy contenta. Llevaba años conociéndola más allá de los tratos casuales, siendo de los pocos ex amantes con los que aún tenía tratos. Tal vez porque entre ambos todavía existía cierta complicidad, ¿quién podría decirlo? Tampoco era como si ella estuviera en condiciones para analizar semejantes minucias, ni siquiera cuando James se acercó para examinar las marcas de su cuello, como si eso hiciera falta. Tampoco fue suficiente para animarla. No en ese instante de rabia.
Tal vez podría compararse un poco más con su tío en cuanto a carácter, ¿no? Es decir, ella solía ser siempre una maldita zorra orgullosa que disfrutaba con ver a los demás rabiar, y su tío aparentaba ser un hombre frío y distante, pero ambos eran una máquina de ira cuando se les pinchaba lo suficiente. Por eso, hasta ella misma, se sintió ligeramente sorprendida ante su cambio de humor habitual, arrancado desde las profundidades debido al "tipo ese" que estaba tumbado casi moribundo.
Exhaló con frustración en cuanto James se apartó. Asintió a un par de palabras suyas, y cuando se permitió darse cuenta de todo, él ya no estaba. ¡Faltaba nada más! Ahora se le ocurría la brillante idea de dejarla a solas con "ese". Sí, Isolde aún conservaba la indignación muy presente, sobre todo porque no tenía cabeza para bromas sobre su traición. ¡Tenía que pensar en su siguiente movimiento! Al menos James era de su absoluta confianza, aunque probablemente se dedicara a chantajearla con otras cosas. En condiciones normales podría aceptarlo, pero por culpa de Miklós ni se lo planteaba un poco siquiera.
Sin embargo, si algo le hizo cambiar ligeramente el semblante, fue una idea que se le había cruzado por la cabeza, justo por verlo tan abatido y débil. Quizá no funcionaría, quizá sí. ¿Qué perdía con intentarlo? Quería su pequeña venganza; mínima, pero contaba como algo para ella. Así que cuando menos se lo esperó Miklós, Isolde estaba sentada a su lado, con la maldita sonrisa zorruna tatuada en los labios.
—El único que está en problemas eres tú, querido. Y si sigues picándome, haré que te vuelvas a tragar esas balas, y no bromeo —espetó. Y aunque sus palabras sonaran tan duras, su tacto deslizándose por la piel del torso masculino era todo lo contrario—. ¿Qué pasa? ¿El gatito ha perdido su novena vida? ¿Y así cómo se piensa vengar de todos? Haces mucho ruido para lo que te conviene...
Su voz sonó excesivamente melosa (¡maldita Isolde!), incluso llegó a acercar su rostro más, casi pudiendo sentir el aliento lento y pesado de Miklós chocar contra el suyo. No sabía exactamente qué demonios pasaba por la mente de él, pero la confusión que, quizá, sentía por la actitud extraña de ella, la animó a terminar con sus labios contra los ajenos.
—No te vayas a morir aquí, porque no tengo el mejor humor para aguantarme un funeral —susurró, sin separarse siquiera un poco—. Ambos nos tenemos tomados por el cuello, Miklós; estamos en la misma trampa. Sólo no me hagas enfadar mucho, ¿sí? Es contraproducente.
E hizo lo que tenía que hacer para cerrar ese condenado trato: finalmente lo besó, acción que acompañó con sus dedos hundiéndose en una de las heridas que tenía en el pecho.
Así pues, Isolde no prestó tanta atención a las palabras de Miklós, simplemente pasó de él; lo ignoró por completo, aunque lo estuviera observando fijamente, con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Incluso James se dio cuenta de que, evidentemente, ella no estaba muy contenta. Llevaba años conociéndola más allá de los tratos casuales, siendo de los pocos ex amantes con los que aún tenía tratos. Tal vez porque entre ambos todavía existía cierta complicidad, ¿quién podría decirlo? Tampoco era como si ella estuviera en condiciones para analizar semejantes minucias, ni siquiera cuando James se acercó para examinar las marcas de su cuello, como si eso hiciera falta. Tampoco fue suficiente para animarla. No en ese instante de rabia.
Tal vez podría compararse un poco más con su tío en cuanto a carácter, ¿no? Es decir, ella solía ser siempre una maldita zorra orgullosa que disfrutaba con ver a los demás rabiar, y su tío aparentaba ser un hombre frío y distante, pero ambos eran una máquina de ira cuando se les pinchaba lo suficiente. Por eso, hasta ella misma, se sintió ligeramente sorprendida ante su cambio de humor habitual, arrancado desde las profundidades debido al "tipo ese" que estaba tumbado casi moribundo.
Exhaló con frustración en cuanto James se apartó. Asintió a un par de palabras suyas, y cuando se permitió darse cuenta de todo, él ya no estaba. ¡Faltaba nada más! Ahora se le ocurría la brillante idea de dejarla a solas con "ese". Sí, Isolde aún conservaba la indignación muy presente, sobre todo porque no tenía cabeza para bromas sobre su traición. ¡Tenía que pensar en su siguiente movimiento! Al menos James era de su absoluta confianza, aunque probablemente se dedicara a chantajearla con otras cosas. En condiciones normales podría aceptarlo, pero por culpa de Miklós ni se lo planteaba un poco siquiera.
Sin embargo, si algo le hizo cambiar ligeramente el semblante, fue una idea que se le había cruzado por la cabeza, justo por verlo tan abatido y débil. Quizá no funcionaría, quizá sí. ¿Qué perdía con intentarlo? Quería su pequeña venganza; mínima, pero contaba como algo para ella. Así que cuando menos se lo esperó Miklós, Isolde estaba sentada a su lado, con la maldita sonrisa zorruna tatuada en los labios.
—El único que está en problemas eres tú, querido. Y si sigues picándome, haré que te vuelvas a tragar esas balas, y no bromeo —espetó. Y aunque sus palabras sonaran tan duras, su tacto deslizándose por la piel del torso masculino era todo lo contrario—. ¿Qué pasa? ¿El gatito ha perdido su novena vida? ¿Y así cómo se piensa vengar de todos? Haces mucho ruido para lo que te conviene...
Su voz sonó excesivamente melosa (¡maldita Isolde!), incluso llegó a acercar su rostro más, casi pudiendo sentir el aliento lento y pesado de Miklós chocar contra el suyo. No sabía exactamente qué demonios pasaba por la mente de él, pero la confusión que, quizá, sentía por la actitud extraña de ella, la animó a terminar con sus labios contra los ajenos.
—No te vayas a morir aquí, porque no tengo el mejor humor para aguantarme un funeral —susurró, sin separarse siquiera un poco—. Ambos nos tenemos tomados por el cuello, Miklós; estamos en la misma trampa. Sólo no me hagas enfadar mucho, ¿sí? Es contraproducente.
E hizo lo que tenía que hacer para cerrar ese condenado trato: finalmente lo besó, acción que acompañó con sus dedos hundiéndose en una de las heridas que tenía en el pecho.
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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Localización : París
Re: Conflict — Privado
Miklós flirteaba tan a menudo con la muerte, desde que tenía razón de sí mismo, que la debilidad que acompañaba a las heridas era algo a lo que estaba acostumbrado, que se sentía tan familiar como cuando su cuerpo se rompía y se regeneraba en el de un animal o como su habitual incapacidad para sentir nada con intensidad. En eso, como Isolde diría unos momentos después, era como un maldito gato: parecía que Miklós había nacido bendecido con todas las vidas de las que disponía un felino, y eso parecía justificar que su comportamiento soliera ser extremo, sin tener en cuenta los riesgos en lo más mínimo porque, total, ¿qué más daba? Mucha culpa de eso lo tenía su naturaleza, especialmente con ese pequeño detalle de que sus heridas se terminaban curando siempre; otra parte la tenía él mismo, adicto al peligro desde que había descubierto que se sentía bien y requeteadicto cuando había empezado a perder la capacidad de sentir casi todo y sólo le habían quedado el riesgo y el dolor como compañeros de cama. Y, hablando precisamente de compañeros de cama, Miklós estaba recostado, tonteando con la muerte, sin que le importara demasiado porque sabía que saldría de aquella, ¡en otras peores se había visto! Al menos, él estaba convencido de que así era; la realidad era que en pocas ocasiones había resultado tan malherido como entonces, en presencia de un tipo que lo estaba curando y de una zorra que conseguía sacarlo de sus casillas hasta a él, que se había creído incapaz de verse en esa situación hasta que la pelirroja había decidido actuar. Una parte de él lo sabía, estaba hasta preocupada por la posibilidad de perder una de sus vidas, pero la otra tenía la confianza absoluta de quien se sabe con razón en que no se iba a morir, ¡en absoluto! Llevaba librándose demasiadas veces para que esa, tan vulgar, fuera la definitiva; se negaba en redondo a que así fuera, y la zorra lo hacía también, como le demostró con aquel beso tan envenado que no dudó en darle.
– ¡Condenada estúpida...! – empezó a balbucear, contra su boca, en el húngaro natal que le servía tan bien para expresar el desdén por el comportamiento de Isolde Schubert, pero sus palabras se vieron ahogadas primero por los labios venenosos de la pelirroja, y después por el dolor, que lo bloqueó todo. El magyar, olvidándose de que estaba ocupado con ella, cerró los ojos y dejó escapar un grito rápido de dolor, que sin embargo fue la antecámara de que su energía se disparara, como casi siempre solía pasar al ser herido. Había algo en esa sensación que despertaba sus músculos e incluso su mente; seguramente fuera su lado animal, que buscaba defenderse de cualquier ataque exterior pese a que su lado humano buscara el dolor, o no, ¿quién demonios lo sabía? La cuestión fue que eso, quizá más que el contacto (¡lo sentimos mucho, Isolde, inténtalo de nuevo! Bueno, Miklós no lo sentía, pero la intención es lo que cuenta), fue lo que le devolvió las energías a Miklós, más que las que había tenido hasta entonces y desde luego demasiadas para que pudiera considerársele un hombre a las puertas de la muerte, que es como había estado hasta hacía apenas un momento. Con tenacidad, la empujó y la apartó de él, y decidió que el dolor se lo podía provocar él mismo, de modo que se concentró en las heridas y fue palpándolas para buscar las balas que quizá le quedaran, o la plata que quemaba por dentro, aunque se le fueran a chamuscar también los dedos al arrancarla. Le dio igual, de todas maneras, porque al final el magyar se ocupó de sí mismo y de terminar de estar más o menos bien, como siempre hacía, y para cuando se reclinó de nuevo ya notaba sus heridas empezar a curarse, sin prisa pero sin pausa. – No me hagas enfadar tú a mí tampoco. O, mejor, hazlo, a estas alturas sería agradable ver que sigo pudiendo. La cuestión es que yo lo voy a conseguir porque así es mi personalidad, cuanto antes lo asimiles mejor te irá porque no te vas a librar de mí tan fácilmente. – espetó, definitivamente más recuperado.
No, lo que había tenido lugar allí no había sido un milagro, aunque lo pareciera; se había tratado, simple y llanamente, de los años de práctica que tenía Miklós en lidiar con heridas y con el dolor de éstas, que había sido el responsable de que su salud, sobre todo la mental, hubiera seguido más o menos bien pese a los palos que la vida le había dado en muy poco tiempo. Irónico... Pero así era Miklós, contradictorio a veces.
– ¡Condenada estúpida...! – empezó a balbucear, contra su boca, en el húngaro natal que le servía tan bien para expresar el desdén por el comportamiento de Isolde Schubert, pero sus palabras se vieron ahogadas primero por los labios venenosos de la pelirroja, y después por el dolor, que lo bloqueó todo. El magyar, olvidándose de que estaba ocupado con ella, cerró los ojos y dejó escapar un grito rápido de dolor, que sin embargo fue la antecámara de que su energía se disparara, como casi siempre solía pasar al ser herido. Había algo en esa sensación que despertaba sus músculos e incluso su mente; seguramente fuera su lado animal, que buscaba defenderse de cualquier ataque exterior pese a que su lado humano buscara el dolor, o no, ¿quién demonios lo sabía? La cuestión fue que eso, quizá más que el contacto (¡lo sentimos mucho, Isolde, inténtalo de nuevo! Bueno, Miklós no lo sentía, pero la intención es lo que cuenta), fue lo que le devolvió las energías a Miklós, más que las que había tenido hasta entonces y desde luego demasiadas para que pudiera considerársele un hombre a las puertas de la muerte, que es como había estado hasta hacía apenas un momento. Con tenacidad, la empujó y la apartó de él, y decidió que el dolor se lo podía provocar él mismo, de modo que se concentró en las heridas y fue palpándolas para buscar las balas que quizá le quedaran, o la plata que quemaba por dentro, aunque se le fueran a chamuscar también los dedos al arrancarla. Le dio igual, de todas maneras, porque al final el magyar se ocupó de sí mismo y de terminar de estar más o menos bien, como siempre hacía, y para cuando se reclinó de nuevo ya notaba sus heridas empezar a curarse, sin prisa pero sin pausa. – No me hagas enfadar tú a mí tampoco. O, mejor, hazlo, a estas alturas sería agradable ver que sigo pudiendo. La cuestión es que yo lo voy a conseguir porque así es mi personalidad, cuanto antes lo asimiles mejor te irá porque no te vas a librar de mí tan fácilmente. – espetó, definitivamente más recuperado.
No, lo que había tenido lugar allí no había sido un milagro, aunque lo pareciera; se había tratado, simple y llanamente, de los años de práctica que tenía Miklós en lidiar con heridas y con el dolor de éstas, que había sido el responsable de que su salud, sobre todo la mental, hubiera seguido más o menos bien pese a los palos que la vida le había dado en muy poco tiempo. Irónico... Pero así era Miklós, contradictorio a veces.
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