AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Conflict — Privado
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Conflict — Privado
Recuerdo del primer mensaje :
—No estoy bromeando, esa es la cantidad que le pagaré. Es la misma que ha pedido, ¿no es así? Mire, mi vida vale más que todo el dinero del mundo, y tengo demasiadas ganas de seguir con mi existencia. Mi hijo me espera en Inglaterra, cumplirá años el próximo mes. Él es todo lo que me queda de mi esposo —se le daba bien fingir. Se le daba bien inventarse historias imposibles para embaucar a sus presas. Así era Isolde de desgraciada; poco le importaba el sufrimiento de otros—. Le agradezco mucho... Sé que lo hace por el dinero, pero igual quiero darle las gracias.
¿Y ya habíamos dicho que era una desgraciada? Sí, claro que lo era. El motivo que la llevaba a aquella desdichada aldea, era el trabajo sucio... un trabajo relacionado implícitamente con una venganza (que a ella poco le valía, pero su tío era fastidiosamente insistente con algunas cosas). Porque así eran los mafiosos; si te metías con alguno de sus socios, te involucrabas con todos y tu vida correría peligro, justo como aquel hombre al que Isolde acompañaba entre las callejuelas del lugar, enfundada en una capa de terciopelo color esmeralda. El mismo al que había contratado, según, para que la ayudara a escapar de un grupo de inquisidores que la perseguían en ese momento. ¡Qué plan más sucio había urdido la muy...!
Miklós DeGrasso tuvo la osadía de asesinar a un aliado cercano a la familia Schubert. Tal vez lo hizo porque el tipo era un inquisidor que, probablemente, lo perseguía por su condición de cambiante (la Inquisición y sus caprichos ridículos). Pero, para mala suerte de DeGrasso, ese sujeto era el mismo que le informaba a Alexandre Schubert sobre los movimientos dentro del Santo Oficio, y el simple hecho de que haya sido borrado del mapa no era algo que tenía muy contento al líder de esa estirpe de bandidos. Por lo que, más temprano que tarde, se firmó la sentencia de muerte de Miklós. Bien, era un tipo cualquiera, sí, pero la mafia nunca olvida y no iban a hacer ninguna excepción, por muy poca cosa que resultara el hombre. Esa era la razón por la que Isolde se encontraba a su lado, para conducirlo directamente a una trampa. Qué lindo, ¿no? Y haciéndose pasar por una madre condolida... ¡Precioso!
Tal vez algunos pensarían: ¿Y por qué no matarlo en un descuido y ya está? Porque no era un hombre fácil, y aparte, se dedicaba a ser mercenario. Ah, y a Isolde le encantaba fastidiar a sus víctimas antes de desaparecerlas, aunque su tío tenía unos métodos más directos, a ella le gustaba jugar antes, ¿qué se le podía hacer? Llevaba la sangre de un zorro, después de todo. Además, adoraba la cara de aquellos que engañaba y que descubrían toda la verdad. Hasta con eso resultaba ser particularmente ambiciosa. Pero, ¡compostura! Estando al lado de Miklós debía continuar con su angustia de viuda triste (y tanto que odiaba a las viudas tristes, ¿qué no se cansaban de aferrarse al pasado? Pobres idiotas).
¡Y no! Tampoco iban a seguir en ese plan todo el bendito día. Sí, estuvieron intentando mezclarse entre los aldeanos hasta llegar a un punto bastante apartado, en donde se supone Isolde estaría segura y bla bla bla... ¡Que segura ni que nada! En ese preciso instante, y quién sabe de dónde, los abordaron un grupo de hombres (y algunos sobrenaturales, para colmo), se la llevaron a ella y a Miklós... bueno, a él lo dejarían inconsciente apenas hizo el esfuerzo de girarse. Todo ocurrió demasiado rápido. Porque así había sido planeado.
Jaque mate, DeGrasso...
—¿Sigue vivo o...? Bien, ya me puedes quitar los brazos de encima. Llévenlo a las bodegas, ahí nos encargaremos de ese —soltó con indiferencia—. Yo los alcanzo luego. No vayan a cometer errores, recuerden que no es ningún idiota. ¡Ya sé! Es raro que lo diga, pero es mercenario, no necesito dar más explicaciones. Shu shu antes de que despierte. —Hizo una pausa, breve, pero había recordado algo sustancial—. Y échenle agua, ¿sí? A ver si se le quita ese olor a bestia.
Y así se hizo, y así fue. Aquellos hombres se llevaron al cambiante al lugar indicado, lo mantendrían ahí quietecito, hasta que su líder, la arrogante Isolde Schubert, apareciera para... ¿para qué? Ya vería ella.
¿Y ya habíamos dicho que era una desgraciada? Sí, claro que lo era. El motivo que la llevaba a aquella desdichada aldea, era el trabajo sucio... un trabajo relacionado implícitamente con una venganza (que a ella poco le valía, pero su tío era fastidiosamente insistente con algunas cosas). Porque así eran los mafiosos; si te metías con alguno de sus socios, te involucrabas con todos y tu vida correría peligro, justo como aquel hombre al que Isolde acompañaba entre las callejuelas del lugar, enfundada en una capa de terciopelo color esmeralda. El mismo al que había contratado, según, para que la ayudara a escapar de un grupo de inquisidores que la perseguían en ese momento. ¡Qué plan más sucio había urdido la muy...!
Miklós DeGrasso tuvo la osadía de asesinar a un aliado cercano a la familia Schubert. Tal vez lo hizo porque el tipo era un inquisidor que, probablemente, lo perseguía por su condición de cambiante (la Inquisición y sus caprichos ridículos). Pero, para mala suerte de DeGrasso, ese sujeto era el mismo que le informaba a Alexandre Schubert sobre los movimientos dentro del Santo Oficio, y el simple hecho de que haya sido borrado del mapa no era algo que tenía muy contento al líder de esa estirpe de bandidos. Por lo que, más temprano que tarde, se firmó la sentencia de muerte de Miklós. Bien, era un tipo cualquiera, sí, pero la mafia nunca olvida y no iban a hacer ninguna excepción, por muy poca cosa que resultara el hombre. Esa era la razón por la que Isolde se encontraba a su lado, para conducirlo directamente a una trampa. Qué lindo, ¿no? Y haciéndose pasar por una madre condolida... ¡Precioso!
Tal vez algunos pensarían: ¿Y por qué no matarlo en un descuido y ya está? Porque no era un hombre fácil, y aparte, se dedicaba a ser mercenario. Ah, y a Isolde le encantaba fastidiar a sus víctimas antes de desaparecerlas, aunque su tío tenía unos métodos más directos, a ella le gustaba jugar antes, ¿qué se le podía hacer? Llevaba la sangre de un zorro, después de todo. Además, adoraba la cara de aquellos que engañaba y que descubrían toda la verdad. Hasta con eso resultaba ser particularmente ambiciosa. Pero, ¡compostura! Estando al lado de Miklós debía continuar con su angustia de viuda triste (y tanto que odiaba a las viudas tristes, ¿qué no se cansaban de aferrarse al pasado? Pobres idiotas).
¡Y no! Tampoco iban a seguir en ese plan todo el bendito día. Sí, estuvieron intentando mezclarse entre los aldeanos hasta llegar a un punto bastante apartado, en donde se supone Isolde estaría segura y bla bla bla... ¡Que segura ni que nada! En ese preciso instante, y quién sabe de dónde, los abordaron un grupo de hombres (y algunos sobrenaturales, para colmo), se la llevaron a ella y a Miklós... bueno, a él lo dejarían inconsciente apenas hizo el esfuerzo de girarse. Todo ocurrió demasiado rápido. Porque así había sido planeado.
Jaque mate, DeGrasso...
—¿Sigue vivo o...? Bien, ya me puedes quitar los brazos de encima. Llévenlo a las bodegas, ahí nos encargaremos de ese —soltó con indiferencia—. Yo los alcanzo luego. No vayan a cometer errores, recuerden que no es ningún idiota. ¡Ya sé! Es raro que lo diga, pero es mercenario, no necesito dar más explicaciones. Shu shu antes de que despierte. —Hizo una pausa, breve, pero había recordado algo sustancial—. Y échenle agua, ¿sí? A ver si se le quita ese olor a bestia.
Y así se hizo, y así fue. Aquellos hombres se llevaron al cambiante al lugar indicado, lo mantendrían ahí quietecito, hasta que su líder, la arrogante Isolde Schubert, apareciera para... ¿para qué? Ya vería ella.
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 09/04/2017
Localización : París
Re: Conflict — Privado
Isolde era un arma de doble filo, siempre había sido así, y ni siquiera por ser sincera (pocas veces además), dejaba a un lado esa maldad de la que hacía alarde tan seguido. Era infinitamente malintencionada, sobre todo cuando la hacían enfadar. Ella no se permitía quedarse de brazos cruzados, era orgullosa en exceso, y siempre buscaba la manera de desquitarse, de que el otro sintiera mil veces su propia molestia, aunque ella la convirtiera en dolor, algo que disfrutaba, pese a que no quedaba satisfecha en algunos casos, pero igual contaba como parte de su satisfacción personal. Quizás eran las consecuencias de haber vivido en un ambiente lamentable, y luego, rodeada de mafiosos y de gente de mal vivir, a quienes se acostumbró demasiado rápido.
Sin embargo, y pese a esa costumbre de llevar a cabo los negocios de los Schubert, cuando pudo haberse negado en su momento, no fue tan fiel cuando decidió no cumplir una parte del trabajo, algo que no le competía, pero que había accedido por su tío. Miklós había sido un maldito clavo hundiéndosele en la planta del pie, y por mucho ofrecimiento en ayudarlo con su venganza, no iba a permitir sus insolencias, no con ella, que además le había salvado la maldita existencia, cuando muy bien pudo haberlo aniquilado. Isolde no hizo caso a su rabia para enviarlo al otro lado, sino que hasta lo llevó a casa de su ex amante, para más colmo.
No lo negaba, haberle hundido los dedos en la herida fue un acto completamente satisfactorio, incluso más que besarlo, aunque también consiguió lastimarlo de esa manera cuando él la apartó, y ella terminó mordiéndolo con rabia. Aun así, igual sonrió, hasta se llevó un dedo a sus labios, probando el resto de sangre que había quedado en éste, después terminó limpiándose con la propia piel del cambiante, como si le resultara algo asqueroso, pero no, así era ella, odiosa hasta el hartazgo.
—Sigues pudiendo ser un imbécil, lloriqueando por tu hermanita muerta. Ay, pobrecito —espetó, hiriente como solía ser cuando se le molestaba—. ¿Me estás amenazando? ¡Qué miedo! Estoy tan aterrada... ¿Acaso vas a matarme? Sí, ya. En conclusión, no tengo nada que asimilar, y menos viniendo de ti. Además...
Su sonrisa se ensanchó mucho más, anticipando alguna cochinada de las suyas, porque Isolde no se podía quedar con esa espinita porque sí. No iba por ahí aceptando amenazas tan gratuitamente, y menos por estar involucrada con la mafia, así que terminó sentada a horcajadas sobre él, sosteniendo un puñal en una de sus manos, mientras con la otra le sostenía la mandíbula.
—¿Sabes cuál es mi impresión? Que al parecer eres tú el que no quieres dejarme ir, ¿por qué? ¿Acaso te hago sentir muchas cosas? A ver —dijo, dulcificando su voz, nada comparada con lo que hizo después: hundirle la punta del puñal de plata en el abdomen, pero sólo para hacerle cortadas superficiales—. ¿Cosas como eso? Pueden ir a peor, ¿sabías? Ya te lo dije, me haces enfadar y conocerás a una zorra desalmada, y ni siquiera voy a pensar en la pena que me dio tu historia, Miklós. A mí no me retiene nadie, y menos un estúpido como tú, que te quede bien claro.
Lo había picado, podía notarlo en su mirada llena de rabia contra ella, a lo que Isolde se limitó a mantener la sonrisa. ¡Enhorabuena! El gato tenía emociones, y ella se encargaría, del modo más retorcido posible, de sacarlas, aunque eso pudiera traer consecuencias. Y, oh, sí, las tendría, porque él tampoco era de los que se quedaba de brazos cruzados.
Sin embargo, y pese a esa costumbre de llevar a cabo los negocios de los Schubert, cuando pudo haberse negado en su momento, no fue tan fiel cuando decidió no cumplir una parte del trabajo, algo que no le competía, pero que había accedido por su tío. Miklós había sido un maldito clavo hundiéndosele en la planta del pie, y por mucho ofrecimiento en ayudarlo con su venganza, no iba a permitir sus insolencias, no con ella, que además le había salvado la maldita existencia, cuando muy bien pudo haberlo aniquilado. Isolde no hizo caso a su rabia para enviarlo al otro lado, sino que hasta lo llevó a casa de su ex amante, para más colmo.
No lo negaba, haberle hundido los dedos en la herida fue un acto completamente satisfactorio, incluso más que besarlo, aunque también consiguió lastimarlo de esa manera cuando él la apartó, y ella terminó mordiéndolo con rabia. Aun así, igual sonrió, hasta se llevó un dedo a sus labios, probando el resto de sangre que había quedado en éste, después terminó limpiándose con la propia piel del cambiante, como si le resultara algo asqueroso, pero no, así era ella, odiosa hasta el hartazgo.
—Sigues pudiendo ser un imbécil, lloriqueando por tu hermanita muerta. Ay, pobrecito —espetó, hiriente como solía ser cuando se le molestaba—. ¿Me estás amenazando? ¡Qué miedo! Estoy tan aterrada... ¿Acaso vas a matarme? Sí, ya. En conclusión, no tengo nada que asimilar, y menos viniendo de ti. Además...
Su sonrisa se ensanchó mucho más, anticipando alguna cochinada de las suyas, porque Isolde no se podía quedar con esa espinita porque sí. No iba por ahí aceptando amenazas tan gratuitamente, y menos por estar involucrada con la mafia, así que terminó sentada a horcajadas sobre él, sosteniendo un puñal en una de sus manos, mientras con la otra le sostenía la mandíbula.
—¿Sabes cuál es mi impresión? Que al parecer eres tú el que no quieres dejarme ir, ¿por qué? ¿Acaso te hago sentir muchas cosas? A ver —dijo, dulcificando su voz, nada comparada con lo que hizo después: hundirle la punta del puñal de plata en el abdomen, pero sólo para hacerle cortadas superficiales—. ¿Cosas como eso? Pueden ir a peor, ¿sabías? Ya te lo dije, me haces enfadar y conocerás a una zorra desalmada, y ni siquiera voy a pensar en la pena que me dio tu historia, Miklós. A mí no me retiene nadie, y menos un estúpido como tú, que te quede bien claro.
Lo había picado, podía notarlo en su mirada llena de rabia contra ella, a lo que Isolde se limitó a mantener la sonrisa. ¡Enhorabuena! El gato tenía emociones, y ella se encargaría, del modo más retorcido posible, de sacarlas, aunque eso pudiera traer consecuencias. Y, oh, sí, las tendría, porque él tampoco era de los que se quedaba de brazos cruzados.
Isolde Schubert- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/04/2017
Localización : París
Re: Conflict — Privado
Miklós sentía un ardor bien dentro: eso era fácil de reconocer. Lo que se hacía mucho más cuesta arriba era identificar el origen de esa quemazón, puesto que si bien haría un par de días habría asegurado con total firmeza que era cosa de la plata, en ese momento y con ella delante (encima, técnicamente), ya no estaba tan seguro. Eso, quizá más que nada más, era lo que le preocupaba; le preocuparía, sin embargo, si no se estuviera viendo arrastrado a regañadientes por otras cosas tan intensas que lo habían sorprendido con la guardia baja, gracias a lo cual (o por culpa de, según quiera interpretarse la sensación) se vio arrastrado por ese momentáneo calor, que identificó como rabia. Ah, rabia, qué extraño tesoro había encontrado; lejos de ser uno de los pecados capitales, Miklós lo sintió como tal gracias a que llevaba demasiado tiempo sin tener algo mínimamente intenso en su interior, salvo los orgasmos a los que llegaba con mujerzuelas de malísima muerte, y si bien estaba seguro de que después llegaría la culpa, mientras durara no podía sentir nada de eso... Sólo era capaz de dejarse arrastrar por esa violenta ola que lo estaba moviendo de su sitio, metafóricamente nada más, y que se veía alimentada por el dolor de la plata como si eso fuera su luna, aumentando la intensidad de la marea. Ese arrastre, por cierto, no fue del todo metafórico, sino que se tradujo en una de las manos del magyar rasgando el aire por la velocidad que llegó a alcanzar para atrapar el cuello fino y delicado de Isolde, que cabía bien en su muñeca y que pudo empezar a apretar enseguida, como pago insuficiente por lo que le estaba haciendo. Ella reaccionó enseguida clavándole el arma más adentro, pero el dolor estaba lejos de ser algo a lo que Miklós no estaba acostumbrado, y lo recibió como lo que era: el estímulo que tanto tiempo había buscado y deseado con toda su fuerza de voluntad.
– Dime una cosa, Schubert, ¿te excita hablar de mi hermana muerta? ¿Acaso te hace arder la piel imaginar la suya siendo devorada por los gusanos, pudriéndose a los pocos metros bajo tierra que me atreví a enterrarla yo mismo? Parece que sí, pues de lo contrario te la sacarías de la boca enseguida en vez de seguir siempre con la misma historia. Ya apesta, zorra, cambia de tema de una maldita vez. – espetó. Su voz estuvo más cerca que en mucho tiempo de parecer llena de emociones, y hubo un resquicio que dejó en el aire en cuanto se calló, como si fuera el eco de su tonalidad, que pareció pesado y duro, igual que lo habían sido sus palabras. Ni por un momento se le pasó por la cabeza lo que estaba diciendo de Imara, cuya muerte debería haber asumido por completo hacía mucho tiempo, incluidos los desagradables detalles por los que pasaban todos los malditos cadáveres por igual; le salió tan de dentro, tan sin pensar, que lo dijo y ya estaba, sintiéndose exactamente igual al admitirlo. Se necesitaba muchísima más bilis para que Miklós pudiera sentir liberación al hablar de todas esas cosas que lo torturaban a diario, y aun así sólo esa mención empezaba a doler a posteriori, así que volcó esa sensación desagradable de cuando se terminaba de pecar en el cuello de la zorra, a la que estaba hiriendo más que ahogando. Era mutuo, sí, pero el magyar había estado tantas veces a las puertas de la muerte que eso le había dado una resiliencia especial en esos casos y frente a la plata, así que aún aguantaría mucho antes de rendirse a la evidencia de que dolía, demonios, ¡ardía incluso! – No te vas a largar porque te necesito y me necesitas, ¿tu orgullo te impide darte cuenta de eso? Yo necesito tus medios y tú a mí como carne de cañón para protegerte de todos tus malditos enemigos; estamos demasiado enredados para separarnos ahora. No seas estúpida y admítelo de una vez: te estás reteniendo tú misma, nada de esto es culpa mía. – expuso, con firmeza y con la certeza de alguien que estaba diciendo la verdad... Porque lo hacía.
A aquellas alturas, con él empezando a ahogarla y ella hiriéndole de vuelta, quedaba todavía más claro que el magyar estaba en lo cierto y que se necesitaban; de un modo totalmente retorcido, tóxico, peligroso y que ninguno de los dos había deseado, de acuerdo, pero estaban metidos en algo que los obligaba a no poder separarse, y cuanto antes lo admitieran, mejor.
– Dime una cosa, Schubert, ¿te excita hablar de mi hermana muerta? ¿Acaso te hace arder la piel imaginar la suya siendo devorada por los gusanos, pudriéndose a los pocos metros bajo tierra que me atreví a enterrarla yo mismo? Parece que sí, pues de lo contrario te la sacarías de la boca enseguida en vez de seguir siempre con la misma historia. Ya apesta, zorra, cambia de tema de una maldita vez. – espetó. Su voz estuvo más cerca que en mucho tiempo de parecer llena de emociones, y hubo un resquicio que dejó en el aire en cuanto se calló, como si fuera el eco de su tonalidad, que pareció pesado y duro, igual que lo habían sido sus palabras. Ni por un momento se le pasó por la cabeza lo que estaba diciendo de Imara, cuya muerte debería haber asumido por completo hacía mucho tiempo, incluidos los desagradables detalles por los que pasaban todos los malditos cadáveres por igual; le salió tan de dentro, tan sin pensar, que lo dijo y ya estaba, sintiéndose exactamente igual al admitirlo. Se necesitaba muchísima más bilis para que Miklós pudiera sentir liberación al hablar de todas esas cosas que lo torturaban a diario, y aun así sólo esa mención empezaba a doler a posteriori, así que volcó esa sensación desagradable de cuando se terminaba de pecar en el cuello de la zorra, a la que estaba hiriendo más que ahogando. Era mutuo, sí, pero el magyar había estado tantas veces a las puertas de la muerte que eso le había dado una resiliencia especial en esos casos y frente a la plata, así que aún aguantaría mucho antes de rendirse a la evidencia de que dolía, demonios, ¡ardía incluso! – No te vas a largar porque te necesito y me necesitas, ¿tu orgullo te impide darte cuenta de eso? Yo necesito tus medios y tú a mí como carne de cañón para protegerte de todos tus malditos enemigos; estamos demasiado enredados para separarnos ahora. No seas estúpida y admítelo de una vez: te estás reteniendo tú misma, nada de esto es culpa mía. – expuso, con firmeza y con la certeza de alguien que estaba diciendo la verdad... Porque lo hacía.
A aquellas alturas, con él empezando a ahogarla y ella hiriéndole de vuelta, quedaba todavía más claro que el magyar estaba en lo cierto y que se necesitaban; de un modo totalmente retorcido, tóxico, peligroso y que ninguno de los dos había deseado, de acuerdo, pero estaban metidos en algo que los obligaba a no poder separarse, y cuanto antes lo admitieran, mejor.
Invitado- Invitado
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