AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Chant Of The Paladin — Privado
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Chant Of The Paladin — Privado
—Oh sí... El Louvre, ¡magnífica idea! Es tan buena que me causa una terrible decepción —dijo Lazet con tono cortés, pero tan cargado de veneno como él mismo lo era—. ¿Me estás tomando el pelo? La llevaremos a Notre Dame —alzó el dedo índice para silenciar a su ayudante—, y nada de quejas. No es una decisión al azar y tengo autorización de sobra para hacerlo.
Ordenó, con esa galantería suya que sólo podía causar resquemor en quienes le servían. ¿Por qué? Porque aquellos hombres eran, en apariencia, más veteranos que Lazet de Grailly, y ese mozalbete aún tenía la osadía de darles órdenes. Claro, su posición dentro de la Inquisición así se lo aseguraba, aparte de haber organizado el rescate de una vampira, que por muy reina que fuera, seguía siendo una sobrenatural cazada por la Iglesia. ¡Qué enorme contradicción! Pero, ¿acaso la misma Iglesia no estaba plagada de sobrenaturales? Y ahí estaba Lazet como fiel ejemplo de ello, porque, con la debida discreción, se dedicaba a la alquimia. Y bien, tampoco la alquimia era un problema, más bien, lo era otra cosa que, de momento, no vale la pena mencionar.
Cuando decidió acercarse a Amanda Smith, lo hizo con la debida intención de mantenerse a su lado, como un fiel servidor. Pero, claro, conociendo a Lazet, había algo más implícito en todo aquello, algo mucho más arcaico que las columnas de piedra de Notre Dame. Él guardaba sus intenciones porque sabía que no era correcto dejarlas salir de aguas nebulosas, ni tampoco era el momento preciso para hacerlo. Sin embargo, esa noche estaba tan disgustado, que hasta sus ojos verdes se vieron mancillados por la molestia. ¿El motivo? Algún estúpido humano, con ínfulas de creerse la especie dominante, había osado maltratar a su reina, y eso, eso era algo que un demonio como Scarmiglione no dejaría pasar por alto.
Se valió de su capacidad de estratega y demás recursos para encontrarla. Aunque, por dentro se encontrara como una bestia, su semblante se mantuvo sin ninguna emoción aparente; fueron sus órdenes, directas y sin titubeos, las le que aseguraron a los demás inquisidores que Lazet no estaba con el mejor humor, a pesar de que fuera un personaje difícil de leer. Y así se mantuvo durante todo el trayecto hasta la Catedral de Notre Dame, ni siquiera se había atrevido a decir palabra alguna, algo que comprendieron rápidamente los otros hombres, quienes no se atrevieron a cuestionarle nada en absoluto. Además, contradecirlo podría traerles consecuencias, en especial por ser condenados, y ese grupo no era muy bien visto, y aún más, si existían resquicios de que se resistieran a alguna orden.
Sin embargo, el tema de los condenados no era algo de mucha importancia, y menos para Lazet (o Scarmiglione, como gusten llamarlo), quien se hallaba aferrado a la idea de destruir a quienes habían lastimado a Amanda. ¡Pobres ovejas descarriadas! Si supieran la verdad sobre todo... Oh, cierto. No eran más que unos humanos ignorantes, como la gran mayoría del rebaño aborrecido por el mismísimo Creador. Aquello definitivamente lo hizo sonreír, con esa malicia arrogante suya, preparada sólo en determinados casos, esos en donde su parte más abisal y oscura se dejaba entrever, aunque fue algo momentáneo, de escasos segundos, pues la llegada a su destino lo distrajo de su caprichosa maldad.
—La sacristía fue preparada explícitamente para refugiarla, no sé qué tanto tiempo están perdiendo —entornó la mirada ante la pregunta de aquel inquisidor novato—. Ya los alcanzo, debo encargarme de algo...
Como hablar con el párroco de la iglesia, por ejemplo. Un anciano cómplice de Los Ángeles Custodios y un notable alquimista, miembro de alguna orden de Hermes Trismegisto. Ah sí, y quien permitió a Lazet llevar a Amanda Smith hasta la catedral, pues seguramente el museo del Louvre no sería un lugar seguro en ese preciso momento. Luego de haber intercambiado una conversación amena con el hombre, decidió dirigirse hacia donde se encontraba su reina, que ya a esas alturas debía estar bien despierta, pues había pasado todo el trayecto inconsciente, gracias a algún brebaje dado por el mismo Lazet para evitar que el dolor le hiciera una mala jugada debido a sus heridas.
—¿Ya está mejor, su majestad? —inquirió, una vez encontrándose a su lado—. No se preocupe por esos jactanciosos cazadores, me he hecho cargo de ellos. Ahora necesita recuperarse. Estará segura aquí, de momento es el único lugar confiable en esta ciudad...
Ordenó, con esa galantería suya que sólo podía causar resquemor en quienes le servían. ¿Por qué? Porque aquellos hombres eran, en apariencia, más veteranos que Lazet de Grailly, y ese mozalbete aún tenía la osadía de darles órdenes. Claro, su posición dentro de la Inquisición así se lo aseguraba, aparte de haber organizado el rescate de una vampira, que por muy reina que fuera, seguía siendo una sobrenatural cazada por la Iglesia. ¡Qué enorme contradicción! Pero, ¿acaso la misma Iglesia no estaba plagada de sobrenaturales? Y ahí estaba Lazet como fiel ejemplo de ello, porque, con la debida discreción, se dedicaba a la alquimia. Y bien, tampoco la alquimia era un problema, más bien, lo era otra cosa que, de momento, no vale la pena mencionar.
Cuando decidió acercarse a Amanda Smith, lo hizo con la debida intención de mantenerse a su lado, como un fiel servidor. Pero, claro, conociendo a Lazet, había algo más implícito en todo aquello, algo mucho más arcaico que las columnas de piedra de Notre Dame. Él guardaba sus intenciones porque sabía que no era correcto dejarlas salir de aguas nebulosas, ni tampoco era el momento preciso para hacerlo. Sin embargo, esa noche estaba tan disgustado, que hasta sus ojos verdes se vieron mancillados por la molestia. ¿El motivo? Algún estúpido humano, con ínfulas de creerse la especie dominante, había osado maltratar a su reina, y eso, eso era algo que un demonio como Scarmiglione no dejaría pasar por alto.
Se valió de su capacidad de estratega y demás recursos para encontrarla. Aunque, por dentro se encontrara como una bestia, su semblante se mantuvo sin ninguna emoción aparente; fueron sus órdenes, directas y sin titubeos, las le que aseguraron a los demás inquisidores que Lazet no estaba con el mejor humor, a pesar de que fuera un personaje difícil de leer. Y así se mantuvo durante todo el trayecto hasta la Catedral de Notre Dame, ni siquiera se había atrevido a decir palabra alguna, algo que comprendieron rápidamente los otros hombres, quienes no se atrevieron a cuestionarle nada en absoluto. Además, contradecirlo podría traerles consecuencias, en especial por ser condenados, y ese grupo no era muy bien visto, y aún más, si existían resquicios de que se resistieran a alguna orden.
Sin embargo, el tema de los condenados no era algo de mucha importancia, y menos para Lazet (o Scarmiglione, como gusten llamarlo), quien se hallaba aferrado a la idea de destruir a quienes habían lastimado a Amanda. ¡Pobres ovejas descarriadas! Si supieran la verdad sobre todo... Oh, cierto. No eran más que unos humanos ignorantes, como la gran mayoría del rebaño aborrecido por el mismísimo Creador. Aquello definitivamente lo hizo sonreír, con esa malicia arrogante suya, preparada sólo en determinados casos, esos en donde su parte más abisal y oscura se dejaba entrever, aunque fue algo momentáneo, de escasos segundos, pues la llegada a su destino lo distrajo de su caprichosa maldad.
—La sacristía fue preparada explícitamente para refugiarla, no sé qué tanto tiempo están perdiendo —entornó la mirada ante la pregunta de aquel inquisidor novato—. Ya los alcanzo, debo encargarme de algo...
Como hablar con el párroco de la iglesia, por ejemplo. Un anciano cómplice de Los Ángeles Custodios y un notable alquimista, miembro de alguna orden de Hermes Trismegisto. Ah sí, y quien permitió a Lazet llevar a Amanda Smith hasta la catedral, pues seguramente el museo del Louvre no sería un lugar seguro en ese preciso momento. Luego de haber intercambiado una conversación amena con el hombre, decidió dirigirse hacia donde se encontraba su reina, que ya a esas alturas debía estar bien despierta, pues había pasado todo el trayecto inconsciente, gracias a algún brebaje dado por el mismo Lazet para evitar que el dolor le hiciera una mala jugada debido a sus heridas.
—¿Ya está mejor, su majestad? —inquirió, una vez encontrándose a su lado—. No se preocupe por esos jactanciosos cazadores, me he hecho cargo de ellos. Ahora necesita recuperarse. Estará segura aquí, de momento es el único lugar confiable en esta ciudad...
Lazet de Grailly- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/06/2017
Localización : Difícil de decidir
Re: Chant Of The Paladin — Privado
Las heridas no fueron las responsables de hacerme caer en la dulce inconsciencia, en esa pacífica calma que estaba exenta del dolor que me estaba invadiendo entera como consecuencia de la tortura, no había otra palabra para definirla, a la que acababa de ser sometida. No, el responsable de otorgarme la paz tras una batalla particularmente cruenta fue un hechicero, un hombre que se había abierto camino, pese a su juventud, en mi círculo de más allegados pero en quien no terminé de confiar del todo hasta aquella noche, cuando apareció en el momento perfecto y el lugar ideal. Apenas había sido capaz de escapar de mi torturador y estaba segura, tanto que habría dado mi reino por ello (y no lo habría perdido, de eso podía estar aún más segura todavía), de que alguien me seguía; temerosa, había pensado que se trataba de él, mas el crepitar de la magia en el aire de la noche, me indicó que no podía tratarse del simple humano que, no obstante, me había hecho eso. Aun así, no quise confiarme: mis sentidos me engañaban desde que había salido de la cabaña, hasta el punto de que apenas veía mi vestido desgarrado o las quemaduras y agujeros que mi cuerpo exhibía tras el contacto con la plata y las estacas, y lo que captaba como magia podía ser, perfectamente, una ilusión... Una broma de mi mente agotada, temerosa incluso, que me hacía ver cosas que realmente no estaban ahí, oír cosas que no podían ser ciertas, pues ¿desde cuándo un aura es tan poderosa que refulge, resplandece y suelta chispas? No podía ser cierto, no quise creerlo, y continué avanzando sin dejar de dar traspiés hasta que, finalmente, caí en sus brazos, en los del joven Lazet de Grailly, que para mi enorme fortuna no se encontraba solo. Sin mediar palabra, aunque tampoco era como si hubiera podido o querido hacerlo, le apreté la mano en un gesto de debilidad impropio de mí, y él lo tomó como la invitación que necesitaba para proporcionarme algo que me hundió en la oscuridad durante un tiempo en el que todo fue paz y ligereza... hasta que desperté.
Lo hice en una estancia extraña, pero que, a juzgar por la arquitectura y por la particular humedad fría que desprendía la piedra, debía de ser la iglesia de Notre Dame, en París. Ni se me pasó por la cabeza imaginar que pudiera encontrarme en el Louvre, pues si acababa de ser atacada y había logrado escapar de mi atacante, ese sería el primer lugar donde buscarían: reconocía una idea brillante cuando la tenía delante, y no pude evitar buscar con la mirada, aún inmóvil, al artífice de semejante argucia. Lazet se encontraba junto a mí, elegante en contraste con mi aspecto destrozado y aposentado al lado del diván en el que me habían colocado como si fuera un trapo, y realmente lo parecía. Un tanto avergonzada por mi aspecto, me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y me incorporé como pude, aunque de entre los labios se me escapó un quejido por el dolor de las heridas que todavía no se estaban curando y que no lo harían mientras hubiera en ellas restos de madera y de plata, como las que habían utilizado. – Tiene gracia que mi situación haya empeorado tanto que Notre Dame, precisamente Notre Dame, cuna de la cristiandad gala, sea el lugar en el que mejor me encuentre. – murmuré, con la voz quebrada, y aunque fuera muy humano no me quedó más remedio que carraspear para recuperar el tono firme que solía caracterizarme. Sin mirar a Lazet de Grailly más de lo necesario, descubrí las heridas de mis piernas y de mis brazos, así como las del vientre, y en definitiva aparté toda la tela que pude sin mostrarme por completo, para que, así, ambos pudiéramos ver a qué nos enfrentábamos. – Duele menos que antes porque algunas heridas ya han desaparecido. Las que no... bueno, están sucias. Noto la plata y las astillas clavarse dentro, y eso no contribuye a que se curen rápido. – evalué, con sorprendente calma hasta para mí misma, y solamente entonces lo miré de nuevo a esos ojos verdes tan perturbadores que poseía. – Gracias... Gracias por esto. – confesé, con tanta sinceridad que me resultaba incluso extraña.
Lo hice en una estancia extraña, pero que, a juzgar por la arquitectura y por la particular humedad fría que desprendía la piedra, debía de ser la iglesia de Notre Dame, en París. Ni se me pasó por la cabeza imaginar que pudiera encontrarme en el Louvre, pues si acababa de ser atacada y había logrado escapar de mi atacante, ese sería el primer lugar donde buscarían: reconocía una idea brillante cuando la tenía delante, y no pude evitar buscar con la mirada, aún inmóvil, al artífice de semejante argucia. Lazet se encontraba junto a mí, elegante en contraste con mi aspecto destrozado y aposentado al lado del diván en el que me habían colocado como si fuera un trapo, y realmente lo parecía. Un tanto avergonzada por mi aspecto, me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y me incorporé como pude, aunque de entre los labios se me escapó un quejido por el dolor de las heridas que todavía no se estaban curando y que no lo harían mientras hubiera en ellas restos de madera y de plata, como las que habían utilizado. – Tiene gracia que mi situación haya empeorado tanto que Notre Dame, precisamente Notre Dame, cuna de la cristiandad gala, sea el lugar en el que mejor me encuentre. – murmuré, con la voz quebrada, y aunque fuera muy humano no me quedó más remedio que carraspear para recuperar el tono firme que solía caracterizarme. Sin mirar a Lazet de Grailly más de lo necesario, descubrí las heridas de mis piernas y de mis brazos, así como las del vientre, y en definitiva aparté toda la tela que pude sin mostrarme por completo, para que, así, ambos pudiéramos ver a qué nos enfrentábamos. – Duele menos que antes porque algunas heridas ya han desaparecido. Las que no... bueno, están sucias. Noto la plata y las astillas clavarse dentro, y eso no contribuye a que se curen rápido. – evalué, con sorprendente calma hasta para mí misma, y solamente entonces lo miré de nuevo a esos ojos verdes tan perturbadores que poseía. – Gracias... Gracias por esto. – confesé, con tanta sinceridad que me resultaba incluso extraña.
Invitado- Invitado
Re: Chant Of The Paladin — Privado
Aunque podía considerarse como el peor de los trece, Scarmiglione, a diferencia de sus congéneres abismales, disfrutaba particularmente de los gustos del mundo terrenal, haciendo caso omiso a esa misión incansable a la que él, y los otros, estaban sometidos desde tiempos antiguos. Y a pesar de que los siglos ya se hubieran acumulado en su espíritu, continuaba aferrado a esa misma indiferencia, por asuntos que no iban al caso. Las cosas tampoco eran muy diferentes en ese momento, en el que mostraba una pubescencia que no se comparaba con su intelecto, portando orgullosamente el nombre Lazet de Grailly, el inquisidor prodigio que logró hacerse un puesto dentro de la corte de los monarcas de Los Países Bajos. Lugar que no había ocupado por simple ocio o burdo interés; en realidad, estaba en esa posición porque, si había algo que no pudo ignorar con los años, fue su atracción por Amanda Smith, nada más que la reina, a quien servía como Consejero.
Y no, aquello no era un interés reciente, en realidad llevaba demasiado tiempo, desde que ella contaba sus años como una humana, y él, bueno, poseía otro recipiente, quizás varios años mayor que el actual, con otro nombre completamente diferente, del que ya no recuerda demasiado. Tampoco se lamenta de ello, porque Scarmiglione olvida lo que le conviene de cada existencia por la que pasa, y había tenido unas vidas tan aburridas, que las únicas cosas que decidió conservar en su memoria fueron la alquimia, y por supuesto, Annwn, conocida hoy en día como Amanda.
Desde luego, ahora que se mostraba ante ella como Lazet de Grailly, no podía empezar a divagar, contándole cosas que no concordaban con su edad real (la de esa época). No pretendía espantarla, sino, más bien, ganarse su confianza. ¿Y qué mejor manera que ser su pilar principal en esa situación tan complicada? Se encontraba herida, en un estado lamentable a como la había conocido, algo que le generaba una rabia inmensa, más no la demostraba abiertamente. Ya se encargaría él mismo de hacerles vivir un infierno a quienes se atrevieron a mancillarla de aquella forma tan atroz. Por ahora, debía actuar con absoluta sensatez, hacerle ver a Amanda que él podía lidiar perfectamente con la situación, sin necesidad de armar un escándalo innecesario. Un modus operandi que disfrutaba más que cualquier otro.
Pero tuvo que aislar todas las ideas en torno a su venganza de inmediato, justo después de observar las heridas en la piel de su querida reina. Eso le molestó, y de seguro ella lo notaría por ese entrecejo fruncido, algo poco habitual en su semblante. Incluso inspeccionó las lesiones con excesivo cuidado, urdiendo varias soluciones en mente, las mismas que ya había tenido en cuenta con anterioridad. Tampoco quiso acercarse más de lo necesario, como una muestra de respeto absoluto hacia Amanda; aun así, no pudo evitar tomar su mano para otorgarle fuerzas en aquel gesto.
—Los tiempos han cambiado. Las personas dentro de la Iglesia también; ahora cuentan con un líder mucho más sensato que los anteriores. Así que no debe preocuparse por eso, porque estará protegida en este lugar más que en cualquier otro. El Padre Germain me ha expresado su apoyo absoluto en esta situación —explicó, completamente seguro. ¿Y cómo no? Si él mismo se había encargado de mover las piezas necesarias para llegar a tal punto. Y para añadirle más dramatismo a la escena, se acuclilló frente a ella, sin intenciones de soltarle la mano—. No tiene que agradecer nada, su majestad. Es mi deber, no sólo aconsejarla, sino encargarme de protegerla... como sea.
Sus palabras habían sonado como un hechizo antiguo, encantador, demasiado bueno para ser cierto. Pero no fue suficiente decirle aquello, también se atrevió a depositar un beso en el dorso de su mano, como muestra de su fidedigna lealtad. Luego se enderezó, aclarándose la garganta, porque tal vez eso podía generar incomodidad, y no pretendía llegar a semejante límite. Ahora debía ocuparse del resto.
—He pedido que trajeran atuendos adecuados para que se vista; necesitará usar indumentarias holgadas para mantener la piel expuesta, pero sin mostrarla. También podrá asearse cuando guste. He preparado unos ungüentos para que las heridas más profundas no causen demasiado dolor. Están hechos a base de aceites, lo que dificultará que el agua los desintegre con facilidad —dijo, mientras se movía con agilidad entre las penumbras de la habitación, hallando todo lo necesario para proporcionarle—. Por desgracia, los cazadores han avanzado en su modo de operar en contra de los sobrenaturales. Es una ironía que parte de ese conocimiento venga de esos mismos a los que ella detestan... Y pensar que están a poco de su propia destrucción —hubo un tinte oscuro en eso último; una realidad que aún permanecía resguardada en la distancia—. ¿Quiere que la deje sola o prefiere que la ayude? Y por favor, no lo tome como ofensa. Su estado es delicado y no quisiera que se esforzara más de lo necesario, al menos no hasta que pueda encargarme correctamente de las lesiones.
Y no, aquello no era un interés reciente, en realidad llevaba demasiado tiempo, desde que ella contaba sus años como una humana, y él, bueno, poseía otro recipiente, quizás varios años mayor que el actual, con otro nombre completamente diferente, del que ya no recuerda demasiado. Tampoco se lamenta de ello, porque Scarmiglione olvida lo que le conviene de cada existencia por la que pasa, y había tenido unas vidas tan aburridas, que las únicas cosas que decidió conservar en su memoria fueron la alquimia, y por supuesto, Annwn, conocida hoy en día como Amanda.
Desde luego, ahora que se mostraba ante ella como Lazet de Grailly, no podía empezar a divagar, contándole cosas que no concordaban con su edad real (la de esa época). No pretendía espantarla, sino, más bien, ganarse su confianza. ¿Y qué mejor manera que ser su pilar principal en esa situación tan complicada? Se encontraba herida, en un estado lamentable a como la había conocido, algo que le generaba una rabia inmensa, más no la demostraba abiertamente. Ya se encargaría él mismo de hacerles vivir un infierno a quienes se atrevieron a mancillarla de aquella forma tan atroz. Por ahora, debía actuar con absoluta sensatez, hacerle ver a Amanda que él podía lidiar perfectamente con la situación, sin necesidad de armar un escándalo innecesario. Un modus operandi que disfrutaba más que cualquier otro.
Pero tuvo que aislar todas las ideas en torno a su venganza de inmediato, justo después de observar las heridas en la piel de su querida reina. Eso le molestó, y de seguro ella lo notaría por ese entrecejo fruncido, algo poco habitual en su semblante. Incluso inspeccionó las lesiones con excesivo cuidado, urdiendo varias soluciones en mente, las mismas que ya había tenido en cuenta con anterioridad. Tampoco quiso acercarse más de lo necesario, como una muestra de respeto absoluto hacia Amanda; aun así, no pudo evitar tomar su mano para otorgarle fuerzas en aquel gesto.
—Los tiempos han cambiado. Las personas dentro de la Iglesia también; ahora cuentan con un líder mucho más sensato que los anteriores. Así que no debe preocuparse por eso, porque estará protegida en este lugar más que en cualquier otro. El Padre Germain me ha expresado su apoyo absoluto en esta situación —explicó, completamente seguro. ¿Y cómo no? Si él mismo se había encargado de mover las piezas necesarias para llegar a tal punto. Y para añadirle más dramatismo a la escena, se acuclilló frente a ella, sin intenciones de soltarle la mano—. No tiene que agradecer nada, su majestad. Es mi deber, no sólo aconsejarla, sino encargarme de protegerla... como sea.
Sus palabras habían sonado como un hechizo antiguo, encantador, demasiado bueno para ser cierto. Pero no fue suficiente decirle aquello, también se atrevió a depositar un beso en el dorso de su mano, como muestra de su fidedigna lealtad. Luego se enderezó, aclarándose la garganta, porque tal vez eso podía generar incomodidad, y no pretendía llegar a semejante límite. Ahora debía ocuparse del resto.
—He pedido que trajeran atuendos adecuados para que se vista; necesitará usar indumentarias holgadas para mantener la piel expuesta, pero sin mostrarla. También podrá asearse cuando guste. He preparado unos ungüentos para que las heridas más profundas no causen demasiado dolor. Están hechos a base de aceites, lo que dificultará que el agua los desintegre con facilidad —dijo, mientras se movía con agilidad entre las penumbras de la habitación, hallando todo lo necesario para proporcionarle—. Por desgracia, los cazadores han avanzado en su modo de operar en contra de los sobrenaturales. Es una ironía que parte de ese conocimiento venga de esos mismos a los que ella detestan... Y pensar que están a poco de su propia destrucción —hubo un tinte oscuro en eso último; una realidad que aún permanecía resguardada en la distancia—. ¿Quiere que la deje sola o prefiere que la ayude? Y por favor, no lo tome como ofensa. Su estado es delicado y no quisiera que se esforzara más de lo necesario, al menos no hasta que pueda encargarme correctamente de las lesiones.
Lazet de Grailly- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Localización : Difícil de decidir
Re: Chant Of The Paladin — Privado
Él era un hombre particular. Los humanos debían ser extraordinarios para que me fijara en ellos, incluso si poseían poderes sobrenaturales como los que él ocultaba en su interior y cuya aura me permitía ver si necesidad de que Lazet me informara al respecto; por ende, no era muy dada a fijarme en cualquiera, y sólo los verdaderamente interesantes eran los que captaban mi atención como lo había hecho él. Desde el momento en que se cruzó en mi camino, como un inquisidor en quien parecía que se podía confiar (a diferencia del resto), empecé a sentir curiosidad, una que poco a poco se había ido transformando en grato interés, con el añadido de que, gracias a aquella noche, también empezaría a sentir agradecimiento muy pronto. Yo no había avisado a nadie de que me habían secuestrado y torturado, principalmente porque no lo sabía, así que pensaba que tendría que huir sola de la cabaña donde había tenido lugar tanto dolor que tuve que apretar su mano con fuerza por el recuerdo. Sin embargo, suavicé el agarre en cuanto caí en que podía estar haciéndole daño; sobrenatural o no, su cuerpo era más frágil que el mío, y sentía agradecimiento, no el odio que empezaba a dedicarle a Naxel Eblan, o más bien que le dedicaría en cuanto me recuperara lo suficiente de las heridas que me cubrían. Pese a que mi naturaleza hacía que pudiera curarme más rápido de lo normal, el cazador se había esforzado en herirme con eso en mente, y había hundido tanto y tan profundo sus armas que la cicatrización estaba siendo muy lenta, y necesitaría de toda la ayuda de la que pudiera disponer y que él se encargaba de darme en el lugar menos pensado de la ciudad. Supe, al instante, que fue cosa suya porque el clero y yo no teníamos la mejor de las relaciones, ni por ser vampiresa ni por ser monarca de una nación luterana; aun así, asentí y traté de sonreír, aunque de nuevo el dolor era tanto que me costó sobremanera conseguirlo.
– Me gustaría... – me interrumpí, porque iba a decirle que quería salir de allí cuanto antes, pero un vistazo a mis piernas heridas bastó para que esa idea se me quitara enseguida de la cabeza. Fuera su deber o no, la labor de ayudarme iba a ocupar gran parte de su noche, como mínimo, y eso por no contar con la sangre que necesitaría para contribuir al proceso, pues al haber perdido bastante, la debilidad se ampliaba todavía más. – Te agradecería que te quedaras, Lazet. No puedo moverme del todo bien aún y necesito aplicarme esos ungüentos para ayudar cuanto antes, o de lo contrario algunas de las heridas no cerrarán bien y eso, a largo plazo, será mucho peor. – pedí, y en cuanto terminé de hablar él me extendió las sustancias que había mencionado y que poseían un olor penetrante, pero que asociaba con otros de mi juventud, cuando había olido algunos de esos componentes en las cremas y los afeites que me habían restregado para tratar de curar las heridas de latigazos de mis amos. No se me escapó la ironía de que la situación parecía semejante, excepto porque quien me había hecho tanto daño no había sido alguien a quien legalmente le pertenecía y quien me curaba parecía hacerlo por genuino interés, y no por obedecer al mismo responsable de las heridas. Aun así, no me había sentido tan indefensa en demasiado tiempo, ni siquiera cuando Dragoslav había intentado asesinarme después de descubrir que no le pertenecía en exclusiva para él, y pese a que probablemente fuera a condenarme más adelante por haberle mostrado a Lazet de Grailly una cara tan débil de la reina que se suponía que era su superior, él era lo único que tenía y, también, el único que quería que estuviera, pues había algo tranquilizar en su mirada, pese a su juventud.
– ¿Qué contienen? Me gustaría tenerlos a mano por si hay una próxima vez; no me gustaría que así fuera, pero siempre es mejor prevenir que curar. – pregunté, y en cuanto terminé de aplicar el ungüento me incorporé por fin y me dirigí hacia la jofaina que me había preparado, llena de agua templada que utilicé para limpiar la mayor parte de las manchas de sangre y humedad de mi cuerpo, o al menos de las partes que él podía ver. A continuación, me desenredé el pelo y me lavé las manos con cuidado, más por la sensación de acabar de lavarme en condiciones que por algo práctico, pues se mancharían en cuanto me quitara el vestido desgarrado, y lo sabía bien. – Por favor, ¿puedes girarte? – le pedí, pese a que poseía autoridad suficiente para ordenárselo, pero ni estaba mentalmente preparada para ejercer dicha autoridad sobre él ni, tampoco, se la merecía, no después de estar proveyéndome de una ayuda inesperada, pero tan necesaria como lo era la sangre. En cuanto vi que él no me miraba, deshice los nudos del vestido y lo dejé caer al suelo para embutirme en aquellas ropas holgadas y sencillas que él me había proporcionado y que, para mi fortuna, no rozaban con las heridas que aún tenía abiertas. Para cuando él se giró, yo ya me había calzado y me acercaba despacio a él con los jirones de tela desgarrada que eran mi vestido en las manos, el pelo suelto y largo hasta casi la cintura y limpia, aunque mucho menos fuerte que de costumbre. – Estoy muy débil, Lazet... Si sabes de alguien a quien no le importe ofrecerse como alimento, también te lo agradecería. – admití, abrazándome el pecho y, por una vez, mucho más pequeña en apariencia que él, que de por sí ya era joven.
– Me gustaría... – me interrumpí, porque iba a decirle que quería salir de allí cuanto antes, pero un vistazo a mis piernas heridas bastó para que esa idea se me quitara enseguida de la cabeza. Fuera su deber o no, la labor de ayudarme iba a ocupar gran parte de su noche, como mínimo, y eso por no contar con la sangre que necesitaría para contribuir al proceso, pues al haber perdido bastante, la debilidad se ampliaba todavía más. – Te agradecería que te quedaras, Lazet. No puedo moverme del todo bien aún y necesito aplicarme esos ungüentos para ayudar cuanto antes, o de lo contrario algunas de las heridas no cerrarán bien y eso, a largo plazo, será mucho peor. – pedí, y en cuanto terminé de hablar él me extendió las sustancias que había mencionado y que poseían un olor penetrante, pero que asociaba con otros de mi juventud, cuando había olido algunos de esos componentes en las cremas y los afeites que me habían restregado para tratar de curar las heridas de latigazos de mis amos. No se me escapó la ironía de que la situación parecía semejante, excepto porque quien me había hecho tanto daño no había sido alguien a quien legalmente le pertenecía y quien me curaba parecía hacerlo por genuino interés, y no por obedecer al mismo responsable de las heridas. Aun así, no me había sentido tan indefensa en demasiado tiempo, ni siquiera cuando Dragoslav había intentado asesinarme después de descubrir que no le pertenecía en exclusiva para él, y pese a que probablemente fuera a condenarme más adelante por haberle mostrado a Lazet de Grailly una cara tan débil de la reina que se suponía que era su superior, él era lo único que tenía y, también, el único que quería que estuviera, pues había algo tranquilizar en su mirada, pese a su juventud.
– ¿Qué contienen? Me gustaría tenerlos a mano por si hay una próxima vez; no me gustaría que así fuera, pero siempre es mejor prevenir que curar. – pregunté, y en cuanto terminé de aplicar el ungüento me incorporé por fin y me dirigí hacia la jofaina que me había preparado, llena de agua templada que utilicé para limpiar la mayor parte de las manchas de sangre y humedad de mi cuerpo, o al menos de las partes que él podía ver. A continuación, me desenredé el pelo y me lavé las manos con cuidado, más por la sensación de acabar de lavarme en condiciones que por algo práctico, pues se mancharían en cuanto me quitara el vestido desgarrado, y lo sabía bien. – Por favor, ¿puedes girarte? – le pedí, pese a que poseía autoridad suficiente para ordenárselo, pero ni estaba mentalmente preparada para ejercer dicha autoridad sobre él ni, tampoco, se la merecía, no después de estar proveyéndome de una ayuda inesperada, pero tan necesaria como lo era la sangre. En cuanto vi que él no me miraba, deshice los nudos del vestido y lo dejé caer al suelo para embutirme en aquellas ropas holgadas y sencillas que él me había proporcionado y que, para mi fortuna, no rozaban con las heridas que aún tenía abiertas. Para cuando él se giró, yo ya me había calzado y me acercaba despacio a él con los jirones de tela desgarrada que eran mi vestido en las manos, el pelo suelto y largo hasta casi la cintura y limpia, aunque mucho menos fuerte que de costumbre. – Estoy muy débil, Lazet... Si sabes de alguien a quien no le importe ofrecerse como alimento, también te lo agradecería. – admití, abrazándome el pecho y, por una vez, mucho más pequeña en apariencia que él, que de por sí ya era joven.
Invitado- Invitado
Re: Chant Of The Paladin — Privado
Tenía que admitirlo, nunca antes había visto esa flaqueza en ella. Parecía como una niña pequeña a la que había que proteger a toda costa; pero eso no era algo que le resultara desagradable o malo, muy al contrario, le molestaba mucho más. Y no, no estaba molesto con Amanda, sino con quienes osaron en dejarla en esas condiciones. ¡Justamente a ella! A la única mujer que realmente admiraba en este mundo corriente. Incluso, tuvo que hacer un enorme esfuerzo para ocultar su rabia, que estaba hirviendo a fuego muy bajo en su interior, algo poco común en alguien como él, que solía mostrarse siempre sobrio, sin dejarse atormentar por ningún sentimiento desbocado. Sin embargo, tratándose de ella, las cosas no siempre tenían ese equilibrio del que él mismo se sentía orgulloso.
Pero tampoco podía permitirse que la reina se sintiera aún más débil, a pesar de todo el daño que le habían hecho. Era una mujer antigua, y no podía bajar la guardia justo ahora; necesitaba mostrarle que todo aquel malestar resultaría algo pasajero. Y desde luego, Lazet de Grailly sería el único que se encargaría de semejante misión. Ni siquiera el susodicho rey tendría que meter las narices. Si tanto se preocupara por ella, ¡jamás habría pasado eso! No obstante, no estaba ahí para fastidiar con esos temas superfluos, aunque podría ser una situación perfecta para sembrar la cizaña. ¡Perfecta estrategia! Sólo que la dejaría para más adelante. Oh, ciertamente, ahora tenía la oportunidad perfecta para convertirse en alguien más importante que en un simple consejero. Exacto, así era la ambición (¿obsesión?) de criaturas como Scarmiglione.
—Entonces me quedaré como me ha pedido, su alteza. Aunque igual iba a hacerlo, así le ofendiera mi rebeldía, en caso de no haber querido que permaneciera a su lado. Pero no podría permitirme dejarla sola en un estado tan delicado. Y no es porque realmente me importen Los Países Bajos —habló con calma, sin ninguna clase de alteración en su voz. Su tono era neutro y hasta tenía algo curioso, como si no estuviera hablando propiamente un joven como lo era él—. Me importa usted, que eso le quede bastante claro desde ya. Perdone mi osadía, aun así, no habría hallado otra ocasión en decírselo, y menos cuando el rey parece un niño espiándola... Espiándola y permitiendo que la dañen de esta manera. ¡Qué buen esposo!
Y todo el veneno que fue capaz de destilar Scarmiglione, se encontraba en esas últimas palabras. Si bien había pretendido aguantarse, aquello fue un impulso que le costaría demasiado caro, ¿o no? Después de todo estaba diciendo la verdad, ¿cierto? Aunque se obligó a permanecer de espaldas a ella, porque debía respetar su espacio ante todo, y lo hacía, pero sentía curiosidad por lo que él mismo le había respondido, incluso antes de confesarle la receta de esos ungüentos que le proporcionó.
—Sólo son algunas tinturas extraídas de plantas medicinales. Aprendí de herbolaria con el mismo que me enseñó alquimia —confesó finalmente—. Sí, su majestad, no sólo soy un brujo, me dedico ampliamente a la alquimia, que no es para cualquiera con un mínimo de habilidad. —Pero tuvo que parar toda esa verborrea innecesaria y centrarse en lo debidamente importante—. Puedo preparar los necesarios, cuente con ello. Son sustancias que requieren un trato especial y sólo el que las manipula es quien puede proporcionarles los valores necesarios para que logren su efecto.
Sin poder contenerse demasiado tiempo, se giró, para verla mejor. Lucía hermosa a pesar de las heridas en su piel; a pesar de verse tan frágil. Incluso tensó la mandíbula al recordar a los susodichos cazadores, pero hizo a un lado toda aquella ira innecesaria en ese instante. Simplemente tomó lo que fue su vestido alguna vez, dejándolo en el respaldo de una silla.
—El Padre Germain prefiere evitar estas cosas, pero ha accedido a regañadientes. Sólo que han demorado en encontrar a alguien —bajó la mirada, respirando hondo. Luego tomó las manos de ella—. Mientras esa ayuda viene en camino, y para mantenerla, puede beber un poco de mí. No tengo problema con eso, de verdad...
Pero tampoco podía permitirse que la reina se sintiera aún más débil, a pesar de todo el daño que le habían hecho. Era una mujer antigua, y no podía bajar la guardia justo ahora; necesitaba mostrarle que todo aquel malestar resultaría algo pasajero. Y desde luego, Lazet de Grailly sería el único que se encargaría de semejante misión. Ni siquiera el susodicho rey tendría que meter las narices. Si tanto se preocupara por ella, ¡jamás habría pasado eso! No obstante, no estaba ahí para fastidiar con esos temas superfluos, aunque podría ser una situación perfecta para sembrar la cizaña. ¡Perfecta estrategia! Sólo que la dejaría para más adelante. Oh, ciertamente, ahora tenía la oportunidad perfecta para convertirse en alguien más importante que en un simple consejero. Exacto, así era la ambición (¿obsesión?) de criaturas como Scarmiglione.
—Entonces me quedaré como me ha pedido, su alteza. Aunque igual iba a hacerlo, así le ofendiera mi rebeldía, en caso de no haber querido que permaneciera a su lado. Pero no podría permitirme dejarla sola en un estado tan delicado. Y no es porque realmente me importen Los Países Bajos —habló con calma, sin ninguna clase de alteración en su voz. Su tono era neutro y hasta tenía algo curioso, como si no estuviera hablando propiamente un joven como lo era él—. Me importa usted, que eso le quede bastante claro desde ya. Perdone mi osadía, aun así, no habría hallado otra ocasión en decírselo, y menos cuando el rey parece un niño espiándola... Espiándola y permitiendo que la dañen de esta manera. ¡Qué buen esposo!
Y todo el veneno que fue capaz de destilar Scarmiglione, se encontraba en esas últimas palabras. Si bien había pretendido aguantarse, aquello fue un impulso que le costaría demasiado caro, ¿o no? Después de todo estaba diciendo la verdad, ¿cierto? Aunque se obligó a permanecer de espaldas a ella, porque debía respetar su espacio ante todo, y lo hacía, pero sentía curiosidad por lo que él mismo le había respondido, incluso antes de confesarle la receta de esos ungüentos que le proporcionó.
—Sólo son algunas tinturas extraídas de plantas medicinales. Aprendí de herbolaria con el mismo que me enseñó alquimia —confesó finalmente—. Sí, su majestad, no sólo soy un brujo, me dedico ampliamente a la alquimia, que no es para cualquiera con un mínimo de habilidad. —Pero tuvo que parar toda esa verborrea innecesaria y centrarse en lo debidamente importante—. Puedo preparar los necesarios, cuente con ello. Son sustancias que requieren un trato especial y sólo el que las manipula es quien puede proporcionarles los valores necesarios para que logren su efecto.
Sin poder contenerse demasiado tiempo, se giró, para verla mejor. Lucía hermosa a pesar de las heridas en su piel; a pesar de verse tan frágil. Incluso tensó la mandíbula al recordar a los susodichos cazadores, pero hizo a un lado toda aquella ira innecesaria en ese instante. Simplemente tomó lo que fue su vestido alguna vez, dejándolo en el respaldo de una silla.
—El Padre Germain prefiere evitar estas cosas, pero ha accedido a regañadientes. Sólo que han demorado en encontrar a alguien —bajó la mirada, respirando hondo. Luego tomó las manos de ella—. Mientras esa ayuda viene en camino, y para mantenerla, puede beber un poco de mí. No tengo problema con eso, de verdad...
Lazet de Grailly- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Chant Of The Paladin — Privado
No alcé la mirada con su lealtad hacia mí, y no hacia mi reino, que no me sorprendía lo más mínimo porque había empezado a conocerlo bien, al menos lo suficiente para imaginarme por dónde iban a veces sus pensamientos. Tampoco lo hice con el desdén a mi marido, que a veces compartía y que, incluso con mi debilidad, me hizo sonreír con fugacidad; no, no desclavé la mirada del suelo con sus palabras, a pesar de estar escuchándolas todas ellas con atención, y sólo lo hice cuando él se ofreció a darme de beber de su propia sangre bajo el argumento de que no le importaba. ¿A tanto habíamos llegado él y yo, consejero y reina, que no contento con salvarme la vida estaba dispuesto a renunciar a su propia integridad para ayudarme a recuperar la mía? Lazet de Grailly no era ningún estúpido y sabía, con certeza, que necesitaría beber mucho para alzarme en pie sin necesidad de pensármelo, pero aun así se había ofrecido, y mi reacción ante ello fue extrañeza y, por qué no decirlo, también sorpresa. Si ya era desconfiada de por sí, algo lógico teniendo en cuenta mi edad y que había sufrido muchos reveses y traiciones en mi larga existencia, tras haber sido herida lo era aún más, y eso por no mencionar que Lazet escondía algo oscuro tras su aspecto juvenil, algo que había captado en su tono de voz pero que se esfumó tan rápido como había venido. No tenía, sin embargo, ni muchas más opciones ni demasiadas posibilidades, y desde que se había ofrecido captaba con mayor intensidad aún el dulce efluvio del carmín de sus venas, hasta el punto de que tuve que cerrar los ojos y tragar saliva, consciente de que la decisión estaba tomada de antemano. Así pues, terminé por asentir y acercarme, mas en vez de convertir el acto en algo violento, preferí reprimir mi sed abrumadora y tratarlo con toda la delicadeza de la que era capaz, considerable dadas mis circunstancias: sostuve su rostro con las manos y lo besé con suavidad, valiéndome de su lengua para beber un poco, lo suficiente para acelerar el proceso de curación.
– Agradezco tu osadía. Tal vez en otras circunstancias no, pero estas no son normales, así que se presta a que hagamos algunas excepciones tú y yo. – repliqué, al separarme, y limpié con la yema de un dedo un hilillo de sangre que quería resbalarme por la comisura del labio y que no desaprovecharía, en absoluto. Un regalo como el que él me había ofrecido, sangre entregada de forma voluntaria, no era algo que fuera a olvidar o mancillar siendo descuidada, de eso podía estar seguro, y por eso quise honrar su gesto aunque no se lo hubiera dicho, ya que no existían palabras suficientes para agradecerle todo lo que estaba haciendo por mí sin esperar nada a cambio. O, al menos, nada que yo no pudiera darle. – Bien, no voy a insultar tu inteligencia asumiendo que no te lo imaginas, pero prefiero decírtelo para que al menos nos quede esa constancia, ¿de acuerdo? No quiero que mi debilidad salga de aquí. Es un secreto nuestro, que nos pertenece a los dos, y del que nadie más debe enterarse, ni siquiera mi esposo. Especialmente mi esposo. – pedí, aunque por primera vez sonó más a una orden con la autoridad que ambos sabíamos que yo poseía, como si con él fuera necesario recurrir a ese poder para saber que probablemente me ayudaría, como hasta ese momento. En realidad, se trataba de una cuestión de orgullo, del mismo que me había impedido quejarme de dolor cuando el cazador me había estado hiriendo con todas sus herramientas y del que me impedía abandonar la batalla contra el bárbaro que había desposado por el trono de un reino, mi reino. Por todo ello, estaba segura de que Lazet lo entendería a la perfección y de que no me lo discutiría, aun cuando estuviera en sus posibilidades hacerlo; hasta tal punto, suponía, llegaba su lealtad, más real que la de otros que me la habían jurado pero que la mancillaban a diario con su inactividad. – Benditos sean tus conocimientos alquímicos. ¿No es eso lo que se dice en una iglesia? – aventuré, medio sonriendo, la clara muestra de que ya me encontraba algo mejor.
– Confío en ti y en tus capacidades, te lo has ganado. Y no querría sonar impaciente, pero no puedo evitar preguntarlo: ¿nos quedaremos mucho rato aquí? – inquirí, y sólo gracias a lo bien que me conocía pudo darse cuenta de que no lo preguntaba por capricho, sino por saber cuál sería mi siguiente paso, pues necesitaba algún tipo de certeza, la que fuera, para seguir adelante por mi cuenta. Por mucho que le hubiera dicho que confiaba en él, y era verdad que empezaba a hacerlo, seguía siendo una persona que durante la mayor parte de su existencia se había tenido que apañar sola, y era muy difícil deshacerme de esa necesidad de controlar todo lo que me rodeaba. Necesidad, por cierto, muy útil en mi faceta de monarca, pero en la intimidad de Notre Dame, con él, no era tanto su reina como su protegida, alguien por quien él había intervenido, valiéndose para ello de todas sus posibilidades y de sus contactos, algo me decía que no era tan necesario. Si ya tan solo pudiera convencerme a mí misma de delegar en él mis preocupaciones de forma efectiva... – Es curioso. Eres consejero tanto mío como de mi esposo, que bien es sabido por todos los que tengan ojos y oídos que necesita a alguien que lo refrene para no gobernar como un tirano, y hasta esta noche estaba convencida de que sentías más lealtad por él que por mí, pero ahora... Me has hecho cambiar de opinión. – reflexioné, tanto para mí misma como para él, pero la entrada del Padre Germain con un joven de la edad de Lazet, mi alimento, interrumpió mis cavilaciones y me volvió a sumir en el silencio mientras mi extraño consejero se encargaba de la situación de nuevo. Al parecer, se me daba mejor confiar en él de lo que creía...
– Agradezco tu osadía. Tal vez en otras circunstancias no, pero estas no son normales, así que se presta a que hagamos algunas excepciones tú y yo. – repliqué, al separarme, y limpié con la yema de un dedo un hilillo de sangre que quería resbalarme por la comisura del labio y que no desaprovecharía, en absoluto. Un regalo como el que él me había ofrecido, sangre entregada de forma voluntaria, no era algo que fuera a olvidar o mancillar siendo descuidada, de eso podía estar seguro, y por eso quise honrar su gesto aunque no se lo hubiera dicho, ya que no existían palabras suficientes para agradecerle todo lo que estaba haciendo por mí sin esperar nada a cambio. O, al menos, nada que yo no pudiera darle. – Bien, no voy a insultar tu inteligencia asumiendo que no te lo imaginas, pero prefiero decírtelo para que al menos nos quede esa constancia, ¿de acuerdo? No quiero que mi debilidad salga de aquí. Es un secreto nuestro, que nos pertenece a los dos, y del que nadie más debe enterarse, ni siquiera mi esposo. Especialmente mi esposo. – pedí, aunque por primera vez sonó más a una orden con la autoridad que ambos sabíamos que yo poseía, como si con él fuera necesario recurrir a ese poder para saber que probablemente me ayudaría, como hasta ese momento. En realidad, se trataba de una cuestión de orgullo, del mismo que me había impedido quejarme de dolor cuando el cazador me había estado hiriendo con todas sus herramientas y del que me impedía abandonar la batalla contra el bárbaro que había desposado por el trono de un reino, mi reino. Por todo ello, estaba segura de que Lazet lo entendería a la perfección y de que no me lo discutiría, aun cuando estuviera en sus posibilidades hacerlo; hasta tal punto, suponía, llegaba su lealtad, más real que la de otros que me la habían jurado pero que la mancillaban a diario con su inactividad. – Benditos sean tus conocimientos alquímicos. ¿No es eso lo que se dice en una iglesia? – aventuré, medio sonriendo, la clara muestra de que ya me encontraba algo mejor.
– Confío en ti y en tus capacidades, te lo has ganado. Y no querría sonar impaciente, pero no puedo evitar preguntarlo: ¿nos quedaremos mucho rato aquí? – inquirí, y sólo gracias a lo bien que me conocía pudo darse cuenta de que no lo preguntaba por capricho, sino por saber cuál sería mi siguiente paso, pues necesitaba algún tipo de certeza, la que fuera, para seguir adelante por mi cuenta. Por mucho que le hubiera dicho que confiaba en él, y era verdad que empezaba a hacerlo, seguía siendo una persona que durante la mayor parte de su existencia se había tenido que apañar sola, y era muy difícil deshacerme de esa necesidad de controlar todo lo que me rodeaba. Necesidad, por cierto, muy útil en mi faceta de monarca, pero en la intimidad de Notre Dame, con él, no era tanto su reina como su protegida, alguien por quien él había intervenido, valiéndose para ello de todas sus posibilidades y de sus contactos, algo me decía que no era tan necesario. Si ya tan solo pudiera convencerme a mí misma de delegar en él mis preocupaciones de forma efectiva... – Es curioso. Eres consejero tanto mío como de mi esposo, que bien es sabido por todos los que tengan ojos y oídos que necesita a alguien que lo refrene para no gobernar como un tirano, y hasta esta noche estaba convencida de que sentías más lealtad por él que por mí, pero ahora... Me has hecho cambiar de opinión. – reflexioné, tanto para mí misma como para él, pero la entrada del Padre Germain con un joven de la edad de Lazet, mi alimento, interrumpió mis cavilaciones y me volvió a sumir en el silencio mientras mi extraño consejero se encargaba de la situación de nuevo. Al parecer, se me daba mejor confiar en él de lo que creía...
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Re: Chant Of The Paladin — Privado
¿Osado? Sí, ¿por qué no? Y no fue una elección al azar, era, más bien, una decisión que tomó con firmeza, aún conociendo las consecuencias, pero también las ganancias que obtendría por aquel ofrecimiento tan descarado de su parte. Por supuesto, eso sólo demostraba que era totalmente leal a su reina, a pesar de su juventud; que su cargo iba más allá de simples consejos para llevar el supuesto orden del reino. ¡Jah! Por favor, él seguía siendo un demonio, aún con su apariencia juvenil, sabía exactamente lo que hacía, y bien que estaba satisfecho que fuese por aquella mujer, porque pocas, poquísimas (o ninguna otra), se habían ganado su interés. Eso era decir mucho sobre él y de sus acciones para con Amanda Smith.
Desde luego, y como supuso, ella no iba a rechazar su oferta. ¡Un momento! Tampoco estaba aprovechándose de su debilidad, al contrario, le disgustaba enormemente verla de ese modo, porque siempre la había visto como una mujer de carácter fuerte, independiente e inteligente, algo atractivo, aún para él. Aun así quería que la relación entre ambos fuera más estrecha, más intima... Y lo conseguiría, de algún modo, lo haría, porque sabía cómo hacer sus jugadas; además, sus pretensiones eran sinceras. ¿Qué mejor que eso? Por supuesto, se trataba del plan de alguien oscuro en el amplio sentido de la palabra. Lazet de Grailly, o Scarmiglione, nunca se detenía cuando se proponía algo, y su aparente obsesión por su reina, no era ninguna excepción.
Tampoco opuso la mínima resistencia cuando lo besó; cuando, en ese vínculo tan cercano, ella bebió de su sangre. Hubo algo más en esa unión, algo que ambos no aceptarían de manera tan descuidada. Hasta se permitió depositar las manos en la cintura de la reina, cuidando que su tacto no resultara molesto. Fue sutil, controlándose como sólo él sabía hacerlo, porque aún seguía siendo amo y señor de las apariencias, también de las emociones. Por eso, luego de que Amanda se separara, mantuvo su carácter sobrio, y la postura tan firme como de costumbre, aunque no pudo evitar relamerse los labios con recato.
—Jamás revelaría algo tan delicado como esto, su majestad. Puedo tener el atrevimiento de ofenderme por sus palabras. Pero no lo haré, porque entiendo perfectamente su postura —replicó, y aunque pudo haber sonado ofendido, en realidad, su tono fue tan neutral como siempre—. Su esposo no necesita enterarse de nada. Ni siquiera está al tanto de usted como para que vaya a hacerse el héroe después. Disculpe, pero esa clase de hipocresía no la toleraré —expuso, con una firmeza que hasta podría tomarse como irreverente en contra del rey—. Para la Iglesia la alquimia quedó vetada, aun así —hizo una pausa, mientras se atrevía a sonreír esta vez—, ¿no es este lugar un manifiesto alquímico en toda su magnífica expresión? La religión está llena de muchas ironías, ¿no lo cree?
Y sus palabras se vieron interrumpidas por la aparición del Padre Germain, quien miró con mala cara a Lazet por haber ofendido a su religión, a lo que él simplemente le respondió con una mueca, acercándose para determinar si aquel muchacho sería el adecuado.
—¿Hipnosis? El viejo truco que nunca falla —murmuró, y luego al chasquear los dedos, el otro pareció reaccionar—. Ve, eres su alimento... —Ni siquiera había transcurrido un minuto, cuando el joven se dirigía hacia su destino final, apresado por las órdenes de algún hechizo bastante eficaz—. Lo arrojarán al Sena, ya tienen todo preparado. Gracias.
El Padre asintió, marchándose sin decir una sola palabra. Lazet respiró hondo, más no se giró para verla, pues prefería no tener que contemplar la escena.
—Primero, como ya le he dicho, Notre Dame es lo más seguro ahora. Aún estoy midiendo posibilidades de que luego sea Chartres un refugio, pero al estar fuera de la ciudad, prefiero ajustar detalles antes de tomar una decisión apresurada. El museo sigue siendo un lugar demasiado predecible, sin embargo, ya me he encargado de enviar a un grupo hacia allá para contactar con alguien de absoluta confianza, y discreción, que refuerce la seguridad del Louvre —explicó, todavía guardando su posición—. Las zonas alejadas tampoco resulta adecuado, aunque también tengo a Saint Germain des Prés como una alternativa. Eso mientras nos aseguramos de hallar a los culpables de todo esto. De momento, no es recomendable regresar a Los Países Bajos. Primero hay que medir su seguridad... Lamento todo esto, pero su bienestar es importante.
Supo que ya ella estaba dedicándose a lo suyo, sin ignorar lo dicho por él. Pero como Lazet no quiso interrumpir su banquete, simplemente decidió continuar con sus respuestas.
—¿Lealtad hacia el rey? No se ofenda, pero no le tengo la suficiente confianza para gobernar, usted es la más indicada para llevarse todos los méritos, por eso he decidido apoyarla más que a él. A su esposo sólo lo asesoro por simples etiquetas diplomáticas, y porque no quiero que sus acciones la perjudiquen, más de lo que ya han hecho —sentenció, sin miramientos. No, a Lazet le seguía valiendo lo demás, porque ya tenía muy fijo a quien pretendía defender, y a quien no.
Desde luego, y como supuso, ella no iba a rechazar su oferta. ¡Un momento! Tampoco estaba aprovechándose de su debilidad, al contrario, le disgustaba enormemente verla de ese modo, porque siempre la había visto como una mujer de carácter fuerte, independiente e inteligente, algo atractivo, aún para él. Aun así quería que la relación entre ambos fuera más estrecha, más intima... Y lo conseguiría, de algún modo, lo haría, porque sabía cómo hacer sus jugadas; además, sus pretensiones eran sinceras. ¿Qué mejor que eso? Por supuesto, se trataba del plan de alguien oscuro en el amplio sentido de la palabra. Lazet de Grailly, o Scarmiglione, nunca se detenía cuando se proponía algo, y su aparente obsesión por su reina, no era ninguna excepción.
Tampoco opuso la mínima resistencia cuando lo besó; cuando, en ese vínculo tan cercano, ella bebió de su sangre. Hubo algo más en esa unión, algo que ambos no aceptarían de manera tan descuidada. Hasta se permitió depositar las manos en la cintura de la reina, cuidando que su tacto no resultara molesto. Fue sutil, controlándose como sólo él sabía hacerlo, porque aún seguía siendo amo y señor de las apariencias, también de las emociones. Por eso, luego de que Amanda se separara, mantuvo su carácter sobrio, y la postura tan firme como de costumbre, aunque no pudo evitar relamerse los labios con recato.
—Jamás revelaría algo tan delicado como esto, su majestad. Puedo tener el atrevimiento de ofenderme por sus palabras. Pero no lo haré, porque entiendo perfectamente su postura —replicó, y aunque pudo haber sonado ofendido, en realidad, su tono fue tan neutral como siempre—. Su esposo no necesita enterarse de nada. Ni siquiera está al tanto de usted como para que vaya a hacerse el héroe después. Disculpe, pero esa clase de hipocresía no la toleraré —expuso, con una firmeza que hasta podría tomarse como irreverente en contra del rey—. Para la Iglesia la alquimia quedó vetada, aun así —hizo una pausa, mientras se atrevía a sonreír esta vez—, ¿no es este lugar un manifiesto alquímico en toda su magnífica expresión? La religión está llena de muchas ironías, ¿no lo cree?
Y sus palabras se vieron interrumpidas por la aparición del Padre Germain, quien miró con mala cara a Lazet por haber ofendido a su religión, a lo que él simplemente le respondió con una mueca, acercándose para determinar si aquel muchacho sería el adecuado.
—¿Hipnosis? El viejo truco que nunca falla —murmuró, y luego al chasquear los dedos, el otro pareció reaccionar—. Ve, eres su alimento... —Ni siquiera había transcurrido un minuto, cuando el joven se dirigía hacia su destino final, apresado por las órdenes de algún hechizo bastante eficaz—. Lo arrojarán al Sena, ya tienen todo preparado. Gracias.
El Padre asintió, marchándose sin decir una sola palabra. Lazet respiró hondo, más no se giró para verla, pues prefería no tener que contemplar la escena.
—Primero, como ya le he dicho, Notre Dame es lo más seguro ahora. Aún estoy midiendo posibilidades de que luego sea Chartres un refugio, pero al estar fuera de la ciudad, prefiero ajustar detalles antes de tomar una decisión apresurada. El museo sigue siendo un lugar demasiado predecible, sin embargo, ya me he encargado de enviar a un grupo hacia allá para contactar con alguien de absoluta confianza, y discreción, que refuerce la seguridad del Louvre —explicó, todavía guardando su posición—. Las zonas alejadas tampoco resulta adecuado, aunque también tengo a Saint Germain des Prés como una alternativa. Eso mientras nos aseguramos de hallar a los culpables de todo esto. De momento, no es recomendable regresar a Los Países Bajos. Primero hay que medir su seguridad... Lamento todo esto, pero su bienestar es importante.
Supo que ya ella estaba dedicándose a lo suyo, sin ignorar lo dicho por él. Pero como Lazet no quiso interrumpir su banquete, simplemente decidió continuar con sus respuestas.
—¿Lealtad hacia el rey? No se ofenda, pero no le tengo la suficiente confianza para gobernar, usted es la más indicada para llevarse todos los méritos, por eso he decidido apoyarla más que a él. A su esposo sólo lo asesoro por simples etiquetas diplomáticas, y porque no quiero que sus acciones la perjudiquen, más de lo que ya han hecho —sentenció, sin miramientos. No, a Lazet le seguía valiendo lo demás, porque ya tenía muy fijo a quien pretendía defender, y a quien no.
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Re: Chant Of The Paladin — Privado
Estaba demasiado sedienta, demasiado tentada después del aperitivo que había sido la sangre compartida a través de un beso más que pasional para poder pensar con racionalidad, y si bien cualquiera de mis enemigos habría aprovechado la oportunidad para darme un golpe que me terminara de desestabilizar, como si no hubiera recibido los suficientes aquella noche, él no lo hizo. Aún no tenía del todo claro si podía confiar en él o no, pues, pese a sus palabras, seguía existiendo un poso de desconfianza en mi interior que no le era exclusivo a él por mucho que en esa situación concreta lo estuviera sufriendo él. No me quedaba, no obstante, más remedio que hacerlo, y solamente el hecho de que hubiera hecho los esfuerzos que no dejaba de demostrarme por asegurarse de mi supervivencia y mi bienestar me tranquilizaba tanto como haber visto su rostro cuando escapaba, como podía, de la tortura anterior, dándome esperanzas cuando no me quedaba ninguna. Cerré los ojos con fuerza durante un instante, sólo para abrirlos cuando él me ofreció a quien se convertiría en mi víctima en el más inusual de los lugares, motivo por el cual, como él bien había dicho con anterioridad, era donde más segura estaría. ¿Quién iba a buscar a una vampiresa en la catedral de París...? ¿Quién, en su sano juicio, intentaría encontrar a la reina de los Países Bajos, una nación luterana, en un templo del catolicismo? Regodeándome en su inteligencia, al tiempo que lo hacía en la óptima decisión que había tomado al permitirle aconsejarme, aproximé al joven, dócil como un animal a punto de ser sacrificado, y enterré los colmillos en su cuello, alimentándome del torrente cálido y espeso de sangre que salía de su yugular, con el ritmo tranquilo de su corazón en paz, distraído pese al dolor. Y si bien al principio mi atención se encontró centrada por completo en él y en la sangre, que sentía fortalecerme, cuando ya hube consumido suficiente para tenerme en pie sin ayuda me permití escuchar a Lazet reafirmando su fe en mí y razonando sus decisiones, con las cuales estuve de acuerdo por completo.
– Otra opción podría ser Saint Denis. Quedó un tanto destruida con los conflictos de hace unos años, y la mayoría de tumbas se profanaron y dejaron en una fosa común. Es el último lugar donde un monarca, francés o no, querría ser visto, pero tal vez por eso sirva para nuestro objetivo. – observé, separando al moribundo de mí y limpiándome un hilillo de sangre, ya con las heridas empezando a dejar de doler y con una fuerza que me era mucho más propia que la debilidad de hasta hacía un momento. Como solía hacer mi sire, y era una manía que casi siempre llevaba a cabo, había bebido toda su sangre salvo la última gota, pero ésta se escurrió por su cuello, a través del orificio que habían provocado mis colmillos, y él falleció entre mis brazos, aunque a diferencia de lo que mi creador habría hecho, lo deposité en el suelo con cuidado y le cerré los ojos, por respeto. Valoraba su sacrificio, por ello había luchado contra mi sed lo suficiente para que le doliera lo menos posible, de modo que podía respetar su cadáver y tratarlo con cuidado, ya que tampoco era algo que requiriera un esfuerzo particular por mi parte, sobre todo gracias a las fuerzas que me había dado su sangre, ofrecida por Lazet. Él había permanecido de espaldas a mí mientras me alimentaba, y sólo se giró cuando supo que ya había terminado, en el momento en que yo me incorporaba y me colocaba el pelo y las ropas, coqueta pese a las circunstancias y a que mi aspecto fuera de todo menos adecuado para mi posición y para mis propias expectativas. – Déjale que se haga el héroe, si quiere. Tú y yo sabemos quién me ha ayudado, y lo que él sienta u opine no va a cambiar los hechos, en absoluto, igual que no va a cambiar mi opinión de ti. Sí que lo ha hecho tu audacia, pero llamar hipócrita a mi marido sólo hace que te ganes mi simpatía, no que la pierdas, así que puedes estar tranquilo. – aseguré, sonriendo, y no sólo me notaba más fuerte, sino que también me sentía más yo, más como la Amanda que acostumbraba a ser y no como ese guiñapo débil y herido en el que un enemigo me había obligado a convertirme en contra de mi voluntad.
– Mi postura es la desconfianza. Acabo de ser herida por sorpresa por el hermano de una persona muy cercana a mí y a mi círculo, alguien que no tiene ni idea de lo que su propia familia ha llevado a cabo, pero que terminará por saberlo, por supuesto. Aparte de eso, eres el único de mis consejeros que se ha preocupado lo más mínimo por averiguar dónde me encontraba, pese a que haya estado educando y preparando a otros para adoptar esa posición. Y para colmo mi marido, quien por encima de todo dice amarme pese a que su forma de hacerlo sea repulsiva, no se encuentra por ninguna parte. Por supuesto que voy a desconfiar, de todo y de todos, pero... – me interrumpí para posar una mano en su brazo, mucho más firme que antes, pero aún débil en comparación con cómo podía llegar a ser mi contacto, fuerte como correspondía a los vampiros. – Pero, Lazet, de ti no. Y sé que las loas y alabanzas, tierras y títulos que pueda darte, no van a ser más que algo público de un agradecimiento que posees ya por completo. Así que sí, confío en ti. Tienes tus motivos, por supuesto, pero me has dado motivos suficientes para no cuestionarlos, de modo que tienes mi confianza. – afirmé, con la serenidad de la que era capaz en aquel momento y, también, tan regia como pude, aunque no acompañara ni la situación, ni mi estado ni, tampoco mi apariencia. Pese a todo ello, habría jurado que no hice un mal trabajo del todo, y por eso el gesto sirvió para lo que yo había querido: para dejarle claro que, pese a todo, incluso si podía parecer lo contrario, a él le iba a confiar mis secretos, sabedora de que él los guardaría con su propia vida, si era necesario. – Bien, pues. Llévame, alquimista, a donde consideres que estaremos los dos a salvo. Condúceme a donde prefieras para terminar de recuperarme, y después veremos cómo nos vengamos de quien me ha importunado. – afirmé, mirándolo a los ojos y con una sonrisa que, lo sentía, llegaba hasta ellos, seguramente la primera de la noche en conseguirlo, y todo gracias a él.
– Otra opción podría ser Saint Denis. Quedó un tanto destruida con los conflictos de hace unos años, y la mayoría de tumbas se profanaron y dejaron en una fosa común. Es el último lugar donde un monarca, francés o no, querría ser visto, pero tal vez por eso sirva para nuestro objetivo. – observé, separando al moribundo de mí y limpiándome un hilillo de sangre, ya con las heridas empezando a dejar de doler y con una fuerza que me era mucho más propia que la debilidad de hasta hacía un momento. Como solía hacer mi sire, y era una manía que casi siempre llevaba a cabo, había bebido toda su sangre salvo la última gota, pero ésta se escurrió por su cuello, a través del orificio que habían provocado mis colmillos, y él falleció entre mis brazos, aunque a diferencia de lo que mi creador habría hecho, lo deposité en el suelo con cuidado y le cerré los ojos, por respeto. Valoraba su sacrificio, por ello había luchado contra mi sed lo suficiente para que le doliera lo menos posible, de modo que podía respetar su cadáver y tratarlo con cuidado, ya que tampoco era algo que requiriera un esfuerzo particular por mi parte, sobre todo gracias a las fuerzas que me había dado su sangre, ofrecida por Lazet. Él había permanecido de espaldas a mí mientras me alimentaba, y sólo se giró cuando supo que ya había terminado, en el momento en que yo me incorporaba y me colocaba el pelo y las ropas, coqueta pese a las circunstancias y a que mi aspecto fuera de todo menos adecuado para mi posición y para mis propias expectativas. – Déjale que se haga el héroe, si quiere. Tú y yo sabemos quién me ha ayudado, y lo que él sienta u opine no va a cambiar los hechos, en absoluto, igual que no va a cambiar mi opinión de ti. Sí que lo ha hecho tu audacia, pero llamar hipócrita a mi marido sólo hace que te ganes mi simpatía, no que la pierdas, así que puedes estar tranquilo. – aseguré, sonriendo, y no sólo me notaba más fuerte, sino que también me sentía más yo, más como la Amanda que acostumbraba a ser y no como ese guiñapo débil y herido en el que un enemigo me había obligado a convertirme en contra de mi voluntad.
– Mi postura es la desconfianza. Acabo de ser herida por sorpresa por el hermano de una persona muy cercana a mí y a mi círculo, alguien que no tiene ni idea de lo que su propia familia ha llevado a cabo, pero que terminará por saberlo, por supuesto. Aparte de eso, eres el único de mis consejeros que se ha preocupado lo más mínimo por averiguar dónde me encontraba, pese a que haya estado educando y preparando a otros para adoptar esa posición. Y para colmo mi marido, quien por encima de todo dice amarme pese a que su forma de hacerlo sea repulsiva, no se encuentra por ninguna parte. Por supuesto que voy a desconfiar, de todo y de todos, pero... – me interrumpí para posar una mano en su brazo, mucho más firme que antes, pero aún débil en comparación con cómo podía llegar a ser mi contacto, fuerte como correspondía a los vampiros. – Pero, Lazet, de ti no. Y sé que las loas y alabanzas, tierras y títulos que pueda darte, no van a ser más que algo público de un agradecimiento que posees ya por completo. Así que sí, confío en ti. Tienes tus motivos, por supuesto, pero me has dado motivos suficientes para no cuestionarlos, de modo que tienes mi confianza. – afirmé, con la serenidad de la que era capaz en aquel momento y, también, tan regia como pude, aunque no acompañara ni la situación, ni mi estado ni, tampoco mi apariencia. Pese a todo ello, habría jurado que no hice un mal trabajo del todo, y por eso el gesto sirvió para lo que yo había querido: para dejarle claro que, pese a todo, incluso si podía parecer lo contrario, a él le iba a confiar mis secretos, sabedora de que él los guardaría con su propia vida, si era necesario. – Bien, pues. Llévame, alquimista, a donde consideres que estaremos los dos a salvo. Condúceme a donde prefieras para terminar de recuperarme, y después veremos cómo nos vengamos de quien me ha importunado. – afirmé, mirándolo a los ojos y con una sonrisa que, lo sentía, llegaba hasta ellos, seguramente la primera de la noche en conseguirlo, y todo gracias a él.
Invitado- Invitado
Re: Chant Of The Paladin — Privado
Podría darse por satisfecho debido a los resultados obtenidos gracias a su labor, pero no lo hizo, a pesar de que los demonios eran considerados criaturas orgullosas, que se vanagloriaban de sus propias actuaciones, Scarmiglione-Lazet era un tanto diferente; él prefería no creer en que había ganado algo, porque conocía perfectamente la naturaleza inestable con la que funcionaba este mundo. Así que mantenía una postura sosegada al respecto, comedida, de algún modo, considerando que era lo mejor, sobre todo para evitar que ella se lo reprochara, aunque algo sí no ocurriría, estaba seguro. Sin embargo, siendo Amanda alguien tan importante para él, pensaba en reservarse la falta de respeto que podría ser el orgullo, sobre todo en circunstancias innecesarias, justo como aquella ocasión. Y bien, igual lo haría de ese modo siempre. Sabía que para agradarle al mundo, se debía actuar con mesura. Argumento un tanto frívolo, pero igualmente necesario para sobrevivir.
Sin embargo, dichas teorías no las necesitaba en ese momento. Todo el meollo filosófico de la supervivencia, y demás supercherías, las arrojó al balde de inmediato, pues tenía mejores cosas en las cuales centrarse. Debía ser práctico, desde luego. No podía estar aferrándose a conflictos relacionados con cosas completamente paradójicas. No cuando Amanda Smith estaba frente a él, recuperándose de la terrible situación a la que se había expuesto. Y la cual seguía molestándole, tanto como hablar del susodiocho rey, que de gobernante no tenía nada. Parecía un salvaje con corona, nada más. Desde su "humilde" punto de vista, así lo era. Pero tenía que aguantarse al tipo, no le quedaba más alternativa. Y esa sí que sería una postura que tomaría a la fuerza, ¡qué pereza!
No obstante, ese era el trabajo que había elegido para estar cerca de ella, así que tenía que llevarse con lo negativo también. Y como seguía siendo Lazet de Grailly, pues sería sencillo, como, incluso, estaba siéndolo hasta en ese momento, cuando la reina precisaba más de su atención, y astucia, para solventar problemas, y brindarle soluciones factibles en su caso.
—Saint Denis... sí, pero, no lo sé. Los encargados no son de mi absoluta confianza, y prefiero asegurarme con gente de mi círculo dentro de la Inquisición, así como el Padre Germain. No puedo arriesgar su seguridad, repito. Por más que reciba órdenes directas del Santo Padre, y posea un puesto que me brinda ciertas facilidades, en algunos casos no es tan funcional, dado el carácter de algunos miembros. Sobre todo cuando dudan de los dictámenes del Papa que, de algún modo, van en contra de su retorcida imagen de la religión en sí —explicó, completamente aferrado a sus pensamientos. Parecía más erudito intentando hallar algo en todo el amplio universo de su mente, que un joven corriente—. Sé que no será de su agrado, me disculpo por ello, pero tendrá que pasar esta noche aquí. Ya mañana concretaré el próximo lugar que se convertirá en su refugio. Tengo varias ideas en mente, aun así, será hasta mañana que podré tener una absoluta seguridad de nuestro siguiente movimiento. No podemos apresurarnos, usted mejor que nadie lo sabe.
Las palabras de Lazet poseían algún don para embaucar, incluso tranquilizar, cuando así se lo proponía. Sobre todo en esas ocasiones en las que se expresaba con una firmeza envidiable, y hasta contradictoria para su edad. Sin embargo, se obligó a guardar silencio, especialmente ante la cercanía de ella, a quien contempló sin ningún atisbo de discreción.
—Entonces usaron la cercanía de esa persona para herirla. Muy mal. Una jugarreta sucia, desde luego que sí —soltó, nada contento, pero a continuación, sólo tomó una de sus manos, depositando un beso en el dorso sin intenciones de apartarla de inmediato—. Me alegra que confíe en mí, no defraudaría su confianza, ni siquiera en las vidas siguientes —agregó, con cierto deje de misterio impregnado en las palabras, mientras acortaba la distancia entre ambos, justamente para sujetarle el mentón con delicadeza—. Dejando a un lado el tema de su esposo, que ya estamos de acuerdo que es... es cualquier cosa, en realidad. Hay algo que no me ha terminado de convencer. Me ha comentado que esos que la lastimaron son familiares de alguien cercano a usted, ¿no? Tendrá que darme toda la información posible. Necesito que sea frívola en este caso, majestad. Yo no voy a detenerme hasta condenarlos en el infierno... Y me importa poco su identidad.
¿Condenarlos? Había más en esa frase, algo oculto, siniestro, cabía destacar. ¿Y cómo no? Era un demonio encarnado, él sabía exactamente a qué se refería.
Sin embargo, dichas teorías no las necesitaba en ese momento. Todo el meollo filosófico de la supervivencia, y demás supercherías, las arrojó al balde de inmediato, pues tenía mejores cosas en las cuales centrarse. Debía ser práctico, desde luego. No podía estar aferrándose a conflictos relacionados con cosas completamente paradójicas. No cuando Amanda Smith estaba frente a él, recuperándose de la terrible situación a la que se había expuesto. Y la cual seguía molestándole, tanto como hablar del susodiocho rey, que de gobernante no tenía nada. Parecía un salvaje con corona, nada más. Desde su "humilde" punto de vista, así lo era. Pero tenía que aguantarse al tipo, no le quedaba más alternativa. Y esa sí que sería una postura que tomaría a la fuerza, ¡qué pereza!
No obstante, ese era el trabajo que había elegido para estar cerca de ella, así que tenía que llevarse con lo negativo también. Y como seguía siendo Lazet de Grailly, pues sería sencillo, como, incluso, estaba siéndolo hasta en ese momento, cuando la reina precisaba más de su atención, y astucia, para solventar problemas, y brindarle soluciones factibles en su caso.
—Saint Denis... sí, pero, no lo sé. Los encargados no son de mi absoluta confianza, y prefiero asegurarme con gente de mi círculo dentro de la Inquisición, así como el Padre Germain. No puedo arriesgar su seguridad, repito. Por más que reciba órdenes directas del Santo Padre, y posea un puesto que me brinda ciertas facilidades, en algunos casos no es tan funcional, dado el carácter de algunos miembros. Sobre todo cuando dudan de los dictámenes del Papa que, de algún modo, van en contra de su retorcida imagen de la religión en sí —explicó, completamente aferrado a sus pensamientos. Parecía más erudito intentando hallar algo en todo el amplio universo de su mente, que un joven corriente—. Sé que no será de su agrado, me disculpo por ello, pero tendrá que pasar esta noche aquí. Ya mañana concretaré el próximo lugar que se convertirá en su refugio. Tengo varias ideas en mente, aun así, será hasta mañana que podré tener una absoluta seguridad de nuestro siguiente movimiento. No podemos apresurarnos, usted mejor que nadie lo sabe.
Las palabras de Lazet poseían algún don para embaucar, incluso tranquilizar, cuando así se lo proponía. Sobre todo en esas ocasiones en las que se expresaba con una firmeza envidiable, y hasta contradictoria para su edad. Sin embargo, se obligó a guardar silencio, especialmente ante la cercanía de ella, a quien contempló sin ningún atisbo de discreción.
—Entonces usaron la cercanía de esa persona para herirla. Muy mal. Una jugarreta sucia, desde luego que sí —soltó, nada contento, pero a continuación, sólo tomó una de sus manos, depositando un beso en el dorso sin intenciones de apartarla de inmediato—. Me alegra que confíe en mí, no defraudaría su confianza, ni siquiera en las vidas siguientes —agregó, con cierto deje de misterio impregnado en las palabras, mientras acortaba la distancia entre ambos, justamente para sujetarle el mentón con delicadeza—. Dejando a un lado el tema de su esposo, que ya estamos de acuerdo que es... es cualquier cosa, en realidad. Hay algo que no me ha terminado de convencer. Me ha comentado que esos que la lastimaron son familiares de alguien cercano a usted, ¿no? Tendrá que darme toda la información posible. Necesito que sea frívola en este caso, majestad. Yo no voy a detenerme hasta condenarlos en el infierno... Y me importa poco su identidad.
¿Condenarlos? Había más en esa frase, algo oculto, siniestro, cabía destacar. ¿Y cómo no? Era un demonio encarnado, él sabía exactamente a qué se refería.
Lazet de Grailly- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Localización : Difícil de decidir
Re: Chant Of The Paladin — Privado
Una parte de mí deseaba proteger a Liara, a esa joven pianista que había acogido bajo mi ala y que sabía que no había tenido nada que ver en la tortura a la que su hermano me había sometido durante horas, pero que me parecían todavía una pequeña eternidad. ¿Cómo podía ser responsable si ni siquiera le había dicho qué era...? Me había mostrado extraordinariamente cauta con ella desde el inicio, hasta el punto de que ni siquiera le había confesado mi identidad como monarca hasta que no la hube convencido de formar parte de mi séquito como mi pianista personal, y ni se me había pasado por la cabeza contarle que era una vampiresa, no todavía al menos. Es más, incluso Naxel me había dado a entender, aunque no lo hubiera afirmado con rotundidad, que ella desconocía mi verdadera identidad, y eso, en mi opinión, la hacía merecedora de una piedad que, sin embargo, no deseaba extenderle a su hermano mayor, en absoluto. Él se merecía todos los castigos que, como monarca, estuviera en mi mano regalarle, absolutamente cada herida que sostuviera estaba justificada por las que me había provocado a mí y que sólo ahora empezaban a curarse, gracias a los atentos cuidados de un Lazet en quien debía confiar, sí, pero que tenía algo que no terminaba de causarme toda la fe que él esperaba que depositara en su persona. Si bien era una estupidez, y lo sabía, pues había demostrado preocuparse genuinamente por mí y por mi bienestar, no podía evitar sentir que si él se enteraba de ciertas cosas, las consecuencias serían horribles para los implicados, y no deseaba que Liara se enfrentara a ellas. Otra parte de mí, sin embargo, no era tan cuidadosa con los demás, y exigía venganza por una afrenta tan grave que sabía que tardaría tiempo en asumirla y en recuperarme de ella. Ambas partes, la que no quería meter a mi pianista en problemas y la que quería vengarse, se encontraban en un conflicto serio, del que traté de salir cambiando de tema y centrándome en otra de las cosas que había dicho Lazet, mi fiel, quizá demasiado, súbdito.
– De acuerdo, no nos apresuraremos, pasaré la noche aquí. Debes de saber que no estoy encantada con la decisión, pero entiendo que las circunstancias son las que son y, ante eso, ni siquiera yo puedo discutir. Reina o no, no se pueden cambiar ciertas cosas, ¿no?, aunque me gustaría, y por eso me aguantaré y dormiré en una iglesia. Hace siglos que no lo hago, literalmente... – cedí, negando con la cabeza y acomodándome donde, suponía, iba a pasar lo que quedaba de noche y también el día siguiente, dado que era una realidad que ambos conocíamos que yo no podía enfrentarme al sol si lo que quería era recuperarme y no contribuir a la tortura que otro se había entretenido en dedicarme. Así pues, resignada como me encontraba (y me temía que el sentimiento iba a durar), contuve un suspiro y lo miré, jugando con mis cabellos mientras pensaba la mejor manera de afrontar el tema que estaba evitando casi con desesperación. – Necesito tu palabra de que no habrá castigo para el miembro de mi séquito en cuestión, Lazet. Sé con total certeza que esa persona no ha tenido la culpa de esto, aunque haya sido realizado en su nombre, y no quiero que las consecuencias le salpiquen. No lo merece. – expuse, con toda la claridad de la que fui capaz en mi tono regio, más propio de la reina en la que me habían convertido que de la mujer que él había estado conociendo, con las fragilidades propias de uno de sus momentos más traumáticos, hasta aquel preciso momento. Debía ser transparente, no clara, para que no quedara ninguna duda de que incluso a él lo castigaría si había algún tipo de herida en la piel de mi pianista; hasta a Lazet, el que me había ayudado cuando nadie más lo había hecho, y todo porque creía en la inocencia de la muchacha por encima de todo, con una certeza tal que era injusto plantearse siquiera que hubiera tenido algo que ver. – El nombre del cazador es Naxel Eblan. Su hermana es mi pianista, Liara, a quien no quiero que toques ni un solo pelo de la cabeza, ¿de acuerdo? Ni siquiera sabe que no soy mortal, como ella... No se merece nada de lo que le pueda pasar. Él, sin embargo, sí, necesita ser castigado con todo el peso de tus cargos y tus contactos, y espero que así sea. – ordené, de nuevo, y supe que no habría negativa por su parte.
– De acuerdo, no nos apresuraremos, pasaré la noche aquí. Debes de saber que no estoy encantada con la decisión, pero entiendo que las circunstancias son las que son y, ante eso, ni siquiera yo puedo discutir. Reina o no, no se pueden cambiar ciertas cosas, ¿no?, aunque me gustaría, y por eso me aguantaré y dormiré en una iglesia. Hace siglos que no lo hago, literalmente... – cedí, negando con la cabeza y acomodándome donde, suponía, iba a pasar lo que quedaba de noche y también el día siguiente, dado que era una realidad que ambos conocíamos que yo no podía enfrentarme al sol si lo que quería era recuperarme y no contribuir a la tortura que otro se había entretenido en dedicarme. Así pues, resignada como me encontraba (y me temía que el sentimiento iba a durar), contuve un suspiro y lo miré, jugando con mis cabellos mientras pensaba la mejor manera de afrontar el tema que estaba evitando casi con desesperación. – Necesito tu palabra de que no habrá castigo para el miembro de mi séquito en cuestión, Lazet. Sé con total certeza que esa persona no ha tenido la culpa de esto, aunque haya sido realizado en su nombre, y no quiero que las consecuencias le salpiquen. No lo merece. – expuse, con toda la claridad de la que fui capaz en mi tono regio, más propio de la reina en la que me habían convertido que de la mujer que él había estado conociendo, con las fragilidades propias de uno de sus momentos más traumáticos, hasta aquel preciso momento. Debía ser transparente, no clara, para que no quedara ninguna duda de que incluso a él lo castigaría si había algún tipo de herida en la piel de mi pianista; hasta a Lazet, el que me había ayudado cuando nadie más lo había hecho, y todo porque creía en la inocencia de la muchacha por encima de todo, con una certeza tal que era injusto plantearse siquiera que hubiera tenido algo que ver. – El nombre del cazador es Naxel Eblan. Su hermana es mi pianista, Liara, a quien no quiero que toques ni un solo pelo de la cabeza, ¿de acuerdo? Ni siquiera sabe que no soy mortal, como ella... No se merece nada de lo que le pueda pasar. Él, sin embargo, sí, necesita ser castigado con todo el peso de tus cargos y tus contactos, y espero que así sea. – ordené, de nuevo, y supe que no habría negativa por su parte.
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Re: Chant Of The Paladin — Privado
A Lazet le costaba asimilar ciertas conductas de misericordia; sencillamente no las entendía, y tampoco quería hacerlo. Nunca antes, ni siquiera en vidas anteriores, se había mostrado especialmente compasivo con aquellos que mostraban una debilidad agobiante. Para él ni merecían existir; eran una carga más para el planeta, una pérdida importante de recursos, y eso, desde su punto de vista, estaba mal. ¿Y cómo no estarlo para alguien de su nivel? La creación de la especie humana era una consecuencia terrible del aburrimiento de alguien (¿o algo?) más, o al menos eso creía. Sin embargo, a medida que fue relacionándose más con éstos (no por quererlo, sino por obligación), se dio cuenta de que eran contenedores del bien y el mal, tanto como ellos. ¿Interesante? Como alimento y entretenimiento, por supuesto, porque seguiría considerándose superior.
A pesar de su sempiterno ego, Scarmiglione pudo llegar a un nivel de relación curiosa con ciertos individuos. Quizá le complacía su conducta, o quizá otra cosa. Lo cierto es que no podía evitar sentirse particularmente atraído por algunos. Era entretenido, y no se hallaba en condiciones de negarlo, menos le molestaba admitirlo. Aunque dicho interés recaía, más que nada, en esos recipientes físicos y tan susceptibles a cualquier energía en los que reencarnaba. Sus hermanos también se vieron envueltos en esos cambios, a pesar de que los rechazaban con absoluta arrogancia. Scarmiglione no; Scarmiglione supo sacarle provecho. Se había planteado objetivos antes que llegar a rozar siquiera ese caos final... Pero meollos filosóficos aparte, y resumiéndolo todo en una sola cosa: Por esa misma razón, Amanda Smith, o Annwn, entraba en ese grupo reducido de criaturas que lograron acaparar la atención de alguien tan... extraño.
Sin embargo, hubo algo que no pudo tolerar, ni como Scarmiglione, ni mucho menos como Lazet. No había ni un atisbo de celos, simplemente pudo percibir cierta decepción en sí mismo. ¿Y cuál era el motivo para sentirse de ese modo? Que ella, una mujer admirable, se mostrara compasiva por... ¡Por cualquiera! Para él seguía siendo perder energías innecesarias en alguien tan débil e ingenua, algo que afirmaba sin pensárselo mucho. ¡Si tan sólo llegara un abismo cósmico y se los tragara a todos! Se tuvo que guardar una mueca que pudiera llegar a ser desagradable, sobre todo por la posición en la que ahora se hallaba. Lazet, aún en su desagrado, se mantenía sosegado, como el mar en calma que guarda remolinos y horrores en sus profundidades. Así podía considerarse en ese momento.
—Quizá las políticas de la Iglesia Católica no han sido las mejores, mucho menos lo han sido las otras que disputan el aburrido tema de la religión "verdadera". A mí parecer, todo es simple estrategia de manipulación. Pero, cuestiones teológicas aparte, no vea esta decisión como si del fin del mundo se tratara. Vea este lugar como un territorio al que no puede entrar cualquiera, lo que significa que estará segura, ¿no es así? —alegó, y aunque su voz se mantenía neutral como en un principio, si hubo un cambio notable en su mirada, era todavía más fría que de costumbre—. Yo me haré cargo del traslado a primera hora...
Pudo haber continuado, pero los golpes en la puerta de la habitación lo alertaron. Se trataba de un par de hombres que iban a deshacerse del cadáver del muchacho que había servido de alimento para ella. El mismo iba a ser arrojado al Sena, no obstante, la mirada que le echó Lazet a uno de los presentes le confirmó que hubo un cambio de planes. Y no necesitaron palabras, simplemente un gesto silencioso.
—Con respecto a lo otro —murmuró, una vez quedaron solos de nuevo. Le costaba tanto aceptar semejante acto de "piedad". ¡Jah! Piedad, ¿él? Que se encargó de silenciar a tantos en el pasado—, no es necesaria la información sobre ese tipo. ¿Cree que iba a esperar tanto para averiguar algo tan sustancial? Es una insignificante mosca acercándose a una enorme telaraña. Y caerá tarde o temprano —explicó, y lo hizo con una ironía que no parecía propia de su juventud—. Aun así, aunque mantendré la distancia y no le haré nada a su cuerpo físico, estará siendo vigilada. Puede ser muy noble y todo lo que quiera creer, pero, ¿qué nos garantiza que su familia no se aproveche de eso? ¿Qué nos garantiza que ella al final no decida protegerlos? El alma humana es voluble, y mucho más cuando está aferrada a los sentimientos que pretenden unirlos a otras personas. Las traiciones derivan de eso, precisamente. Y a mí, la única que me interesa custodiar en este caos, es a usted. No meteré las manos al fuego por el alma de otra persona. Salvo la de mi hermano... Espero que entienda mi postura. Pero no se preocupe, mientras esté viva, no le pasará nada. Ya luego, no podré hacer mucho.
¿Qué clase de juego de palabras resultaba ese? Lazet pareció dejar una mínima pista en lo último que dijo, pero antes de darle tiempo a refutar algo, se retiró cuando el Padre Germain lo llamó aparte, fuera de la estancia...
—Me debo ausentar un momento. Tal parece que surgió un problema a última hora... Intente descansar.
A pesar de su sempiterno ego, Scarmiglione pudo llegar a un nivel de relación curiosa con ciertos individuos. Quizá le complacía su conducta, o quizá otra cosa. Lo cierto es que no podía evitar sentirse particularmente atraído por algunos. Era entretenido, y no se hallaba en condiciones de negarlo, menos le molestaba admitirlo. Aunque dicho interés recaía, más que nada, en esos recipientes físicos y tan susceptibles a cualquier energía en los que reencarnaba. Sus hermanos también se vieron envueltos en esos cambios, a pesar de que los rechazaban con absoluta arrogancia. Scarmiglione no; Scarmiglione supo sacarle provecho. Se había planteado objetivos antes que llegar a rozar siquiera ese caos final... Pero meollos filosóficos aparte, y resumiéndolo todo en una sola cosa: Por esa misma razón, Amanda Smith, o Annwn, entraba en ese grupo reducido de criaturas que lograron acaparar la atención de alguien tan... extraño.
Sin embargo, hubo algo que no pudo tolerar, ni como Scarmiglione, ni mucho menos como Lazet. No había ni un atisbo de celos, simplemente pudo percibir cierta decepción en sí mismo. ¿Y cuál era el motivo para sentirse de ese modo? Que ella, una mujer admirable, se mostrara compasiva por... ¡Por cualquiera! Para él seguía siendo perder energías innecesarias en alguien tan débil e ingenua, algo que afirmaba sin pensárselo mucho. ¡Si tan sólo llegara un abismo cósmico y se los tragara a todos! Se tuvo que guardar una mueca que pudiera llegar a ser desagradable, sobre todo por la posición en la que ahora se hallaba. Lazet, aún en su desagrado, se mantenía sosegado, como el mar en calma que guarda remolinos y horrores en sus profundidades. Así podía considerarse en ese momento.
—Quizá las políticas de la Iglesia Católica no han sido las mejores, mucho menos lo han sido las otras que disputan el aburrido tema de la religión "verdadera". A mí parecer, todo es simple estrategia de manipulación. Pero, cuestiones teológicas aparte, no vea esta decisión como si del fin del mundo se tratara. Vea este lugar como un territorio al que no puede entrar cualquiera, lo que significa que estará segura, ¿no es así? —alegó, y aunque su voz se mantenía neutral como en un principio, si hubo un cambio notable en su mirada, era todavía más fría que de costumbre—. Yo me haré cargo del traslado a primera hora...
Pudo haber continuado, pero los golpes en la puerta de la habitación lo alertaron. Se trataba de un par de hombres que iban a deshacerse del cadáver del muchacho que había servido de alimento para ella. El mismo iba a ser arrojado al Sena, no obstante, la mirada que le echó Lazet a uno de los presentes le confirmó que hubo un cambio de planes. Y no necesitaron palabras, simplemente un gesto silencioso.
—Con respecto a lo otro —murmuró, una vez quedaron solos de nuevo. Le costaba tanto aceptar semejante acto de "piedad". ¡Jah! Piedad, ¿él? Que se encargó de silenciar a tantos en el pasado—, no es necesaria la información sobre ese tipo. ¿Cree que iba a esperar tanto para averiguar algo tan sustancial? Es una insignificante mosca acercándose a una enorme telaraña. Y caerá tarde o temprano —explicó, y lo hizo con una ironía que no parecía propia de su juventud—. Aun así, aunque mantendré la distancia y no le haré nada a su cuerpo físico, estará siendo vigilada. Puede ser muy noble y todo lo que quiera creer, pero, ¿qué nos garantiza que su familia no se aproveche de eso? ¿Qué nos garantiza que ella al final no decida protegerlos? El alma humana es voluble, y mucho más cuando está aferrada a los sentimientos que pretenden unirlos a otras personas. Las traiciones derivan de eso, precisamente. Y a mí, la única que me interesa custodiar en este caos, es a usted. No meteré las manos al fuego por el alma de otra persona. Salvo la de mi hermano... Espero que entienda mi postura. Pero no se preocupe, mientras esté viva, no le pasará nada. Ya luego, no podré hacer mucho.
¿Qué clase de juego de palabras resultaba ese? Lazet pareció dejar una mínima pista en lo último que dijo, pero antes de darle tiempo a refutar algo, se retiró cuando el Padre Germain lo llamó aparte, fuera de la estancia...
—Me debo ausentar un momento. Tal parece que surgió un problema a última hora... Intente descansar.
Lazet de Grailly- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Chant Of The Paladin — Privado
Desde el inicio, Lazet había sido un hombre misterioso, una persona que no había dicho de sí mismo nada más de lo estrictamente necesario, y con él siempre venía adjunto un misterio inherente que, a veces, me fascinaba, otras veces me desconcertaba, y aún había otras que me sorprendía y me dejaba mirándolo con el ceño fruncido y cierta curiosidad. Por supuesto, aún estaba demasiado cansada para poder reaccionar con normalidad a sus comentarios, exhausta mental y físicamente tras haber sido torturada y colocada más cerca de la muerte que en muchos años, así que me guardé la curiosidad y me hice la pregunta a mí misma en vez de plantearla en voz alta para que pudiera contestarme: ¿Lazet, acaso, tenía familia...? Siempre había supuesto que no, pues alguien tan independiente y a quien no veía juntarse con casi nadie más no me parecía el tipo de persona que se caracterizaba por el amor fraternal, justamente como yo; sin embargo, en esa misma medida, bien podía serlo: yo misma había descubierto a mi hermano de carne y sangre tarde, después de milenios creyendo que estaba muerto, de modo que ¿por qué no iba a ser él distinto? Con ese comentario por su parte me di cuenta, aún más que hasta entonces, de que apenas lo conocía, y Lazet era demasiado misterioso para ocupar una posición tan importante junto a mí... En teoría. Porque, en la práctica, era el único que se había encontrado a mi lado cuando lo había necesitado, por encima de otros como el marido con el que me había vinculado por obtener el trono o todos esos consejeros que decían serme leales pero que, en realidad, solamente querían la proximidad de un poderoso por el beneficio que eso podría traerles. Sólo Lazet, un perfecto desconocido con el que, quizá, estaba siendo demasiado dura... No lo sabía. Estaba demasiado cansada para planteármelo en serio.
– Me tragaré mis reparos. Sabes por qué no me he llevado nunca bien con la Iglesia, ¿no?, eres lo suficientemente inteligente para entender que no llevan bien nada de... esto. – me señalé, y después señalé mi boca entreabierta para que viera los colmillos, como si realmente fuera necesario ese alarde cuando él era consciente de lo que yo era y de por qué había dicho lo que había dicho. A cada momento que pasaba me sentía cada vez más pequeña y menos importante, incluso un poco más estúpida cuando jamás me había considerado como tal, ni siquiera cuando era una humana esclavizada y con menos valor que muchos de los muebles que decoraban la domus donde yo servía. Y si bien comprendía que esa sensación era una consecuencia de haber estado en una situación tan mala hacía demasiado poco tiempo, seguía sin gustarme sentirme débil, era algo contra lo que había batallado desde que tenía memoria, y rendirme a ello, aunque no me quedaran fuerzas para resistirme, casi me revolvía el estómago. Si no lo hacía del todo era porque aún tenía la sangre del hombre que había utilizado como alimento ahí, necesaria para curarme y regenerarme, pero aun así me encontraba mal, no había otro modo de denominarlo que ese por muchos idiomas que conociera y por mucho que estuviera acostumbrada a las palabras con florituras y bellas capacidades descriptivas. – No me cabe la menor duda de que terminarás averiguando quién es, él y la persona cercana a mí. Sabes tan bien como yo que no hay tantos que disfrute teniendo cerca, así que lo tienes fácil. Me sirve con que me prometas que no la dañarás a menos que sea absolutamente necesario, no puedo pedirte más que eso. – acepté, a regañadientes, y las palabras me supieron tanto a rendición que aparté la mirada de él y simplemente asentí cuando se tuvo que marchar.
Iba a intentar seguir su consejo y descansar, pero no sabía si mi mente iba a permitirme un momento de tregua tras encontrarse inmersa hasta hacía no demasiado en un estado de guerra al que no estaba acostumbrada. Pese a provenir de una tribu militar y de que me hubieran rodeado soldados durante toda mi vida, la humana y la inmortal, yo siempre había sido demasiada dama para lanzarme al campo de batalla real, más allá del dialéctico, y aunque a veces me había visto obligada a comportarme como una guerrera, no estaba acostumbrada en absoluto a que así fuera. Solamente me quedaba el débil consuelo de que había vencido, pero ¿merecía la pena siquiera celebrarlo cuando mi enemigo era un simple humano? Se suponía que tenía que haberme resultado fácil encargarme de él, demonios, era una vampiresa milenaria a fin de cuentas, pero casi había sido un milagro que hubiera podido tomar la delantera, y así había terminado: a merced de la lástima, o lo que fuera que sintiera Lazet, de otro humano. Me sentía completamente derrotada, ínfima, diminuta, hasta tal punto que me dejé caer en una pared, envuelta en las telas que mi fiel consejero, eso no lo ponía ya en duda, me había prestado y con la vista clavada en la pared mientras aguardaba su llegada como si se tratara de lluvias tras una larga sequía. Durante algunos ratos conseguí vaciarme de pensamientos y descansar un tanto; otros, por el contrario, los recuerdos me golpeaban y me planteaba qué podía haber hecho de forma diferente o mejor, aunque nunca lo sabría, por suerte o por desgracia. Fue precisamente en uno de esos estados de catatonia y vacío en el que me encontró Lazet cuando volvió; ante su arribo, sólo pude alzar la mirada como señal de reconocimiento y, después, clavarla de nuevo en la pared que él tenía detrás, inmersa en la nada. O en la casi nada... – Espero que hayas podido solucionarlo.
– Me tragaré mis reparos. Sabes por qué no me he llevado nunca bien con la Iglesia, ¿no?, eres lo suficientemente inteligente para entender que no llevan bien nada de... esto. – me señalé, y después señalé mi boca entreabierta para que viera los colmillos, como si realmente fuera necesario ese alarde cuando él era consciente de lo que yo era y de por qué había dicho lo que había dicho. A cada momento que pasaba me sentía cada vez más pequeña y menos importante, incluso un poco más estúpida cuando jamás me había considerado como tal, ni siquiera cuando era una humana esclavizada y con menos valor que muchos de los muebles que decoraban la domus donde yo servía. Y si bien comprendía que esa sensación era una consecuencia de haber estado en una situación tan mala hacía demasiado poco tiempo, seguía sin gustarme sentirme débil, era algo contra lo que había batallado desde que tenía memoria, y rendirme a ello, aunque no me quedaran fuerzas para resistirme, casi me revolvía el estómago. Si no lo hacía del todo era porque aún tenía la sangre del hombre que había utilizado como alimento ahí, necesaria para curarme y regenerarme, pero aun así me encontraba mal, no había otro modo de denominarlo que ese por muchos idiomas que conociera y por mucho que estuviera acostumbrada a las palabras con florituras y bellas capacidades descriptivas. – No me cabe la menor duda de que terminarás averiguando quién es, él y la persona cercana a mí. Sabes tan bien como yo que no hay tantos que disfrute teniendo cerca, así que lo tienes fácil. Me sirve con que me prometas que no la dañarás a menos que sea absolutamente necesario, no puedo pedirte más que eso. – acepté, a regañadientes, y las palabras me supieron tanto a rendición que aparté la mirada de él y simplemente asentí cuando se tuvo que marchar.
Iba a intentar seguir su consejo y descansar, pero no sabía si mi mente iba a permitirme un momento de tregua tras encontrarse inmersa hasta hacía no demasiado en un estado de guerra al que no estaba acostumbrada. Pese a provenir de una tribu militar y de que me hubieran rodeado soldados durante toda mi vida, la humana y la inmortal, yo siempre había sido demasiada dama para lanzarme al campo de batalla real, más allá del dialéctico, y aunque a veces me había visto obligada a comportarme como una guerrera, no estaba acostumbrada en absoluto a que así fuera. Solamente me quedaba el débil consuelo de que había vencido, pero ¿merecía la pena siquiera celebrarlo cuando mi enemigo era un simple humano? Se suponía que tenía que haberme resultado fácil encargarme de él, demonios, era una vampiresa milenaria a fin de cuentas, pero casi había sido un milagro que hubiera podido tomar la delantera, y así había terminado: a merced de la lástima, o lo que fuera que sintiera Lazet, de otro humano. Me sentía completamente derrotada, ínfima, diminuta, hasta tal punto que me dejé caer en una pared, envuelta en las telas que mi fiel consejero, eso no lo ponía ya en duda, me había prestado y con la vista clavada en la pared mientras aguardaba su llegada como si se tratara de lluvias tras una larga sequía. Durante algunos ratos conseguí vaciarme de pensamientos y descansar un tanto; otros, por el contrario, los recuerdos me golpeaban y me planteaba qué podía haber hecho de forma diferente o mejor, aunque nunca lo sabría, por suerte o por desgracia. Fue precisamente en uno de esos estados de catatonia y vacío en el que me encontró Lazet cuando volvió; ante su arribo, sólo pude alzar la mirada como señal de reconocimiento y, después, clavarla de nuevo en la pared que él tenía detrás, inmersa en la nada. O en la casi nada... – Espero que hayas podido solucionarlo.
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Re: Chant Of The Paladin — Privado
En determinado punto, y si se hubiera tratado de otra persona, Lazet habría respondido al comentario con un encogimiento de hombros, una exhalación que diera a entender "qué cansina eres", y una mueca de que ya no lo aguantaba más. Sin embargo, no lo hizo. Lazet intentaba comprender, a pesar de ser lo que era, que quizá la situación por la que había pasado ella tuvo una influencia extraña en su habitual carácter, y aunque algunos osarían de aprovecharse de ello, él no lo haría. Simplemente luchaba para que la paciencia no se le agotara en determinado momento, porque la otra cosa de la que hablaron sí que lo tenía algo molesto, no tanto como el sentimiento destructivo que sentía hacia ese cazador insolente, pero algo era algo, sobre todo tratándose de alguien como Lazet de Grailly.
Amanda no era ninguna imbécil, y poseía una sabiduría que pocas mujeres de la época tenían, y también se regodeaba en ella, sin embargo, desconocía muchas cosas, en especial de esa institución que tanto detestaba. Lazet no la juzgaba por eso, él mismo entendía que la Iglesia era especialmente recatada con sus verdades absolutas, y los líderes preferían dejar a los asnos como los populares, para así no despertar sospechas demasiado insistentes en el populacho. Era simple estrategia. Lazet mejor que nadie lo comprendía a la perfección. No obstante, tampoco iba a insistirle y a llevarle la contraria... Scarmiglione no siempre era tan generoso.
Bajó la mirada y asintió un par de veces. Luego se pasó la mano por el rostro. Los suyos lo estarían esperando y estaba demorando más de lo debido. Así que hizo un gesto con la mano y desapareció al cruzar el umbral de la puertecilla.
El Padre Germain se encontraba unos pasos más adelante, y por la mirada de Lazet, pudo percibir su pequeña molestia. Era el único que sabía leer al muchacho, quizá por la experiencia de sus años conociéndolo. El mayor no dijo nada, sólo le colocó una mano en el hombro, dejó salir un murmullo, algo que sonaba como un "tenemos problemas con el cadáver. No podemos sacarlo así". Lazet había entornado los ojos, supuso que algo como eso ocurriría, así que siguió al Padre hasta el lugar en donde se encontraban los otros inquisidores a su servicio. Agradecía que pertenecieran a la minoría de gente sagaz en ese montón de idiotas.
—Si no podemos sacarlo, se va a pudrir aquí y será peor. ¿Por qué no enterrarlo en las catacumbas, criptas, o lo que sea? —propuso con evidente mal humor. Germain frunció el ceño. La idea no le agradó—. Eso, o tener que enfrentarse a otro escándalo. Un poco de agua bendita por aquí y por allá, y ya. Listo para pertenecer a un lugar sagrado. Si me disculpan, tengo cosas que atender, porque "su majestad" no está cómoda aquí. Así que Chartres no es opción... Busquen al cazador, y no sé, hagan algo terrible con su memoria —esbozó una sonrisa siniestra—, que se pudra en su locura. En fin, ya saben lo que harán. Los veo luego.
Bostezó, luego le dio unas palmaditas en la espalda al Padre Germain, que se había resignado a la idea del chiquillo insolente. Y una vez que Lazet lo confirmó, se marchó de nuevo. ¡Qué hastío! Era demasiado joven para esas cosas. En fin, que tenía que dejar a un lado su mal genio, no lo necesitaba en ese momento, y menos cuando encontró a Amanda en aquella posición. Nunca la había visto de ese modo. Y toda la culpa la tenía ese cazador, evidentemente. Los músculos de la cara se le tensaron, mas prefirió tragarse todo y avanzar hasta ella.
—Sí, fue una tontería, pero al final logramos resolverlo —contestó—. Puedo preguntar, ¿qué ocurre? Me extraña verla de ese modo, aún cuando supuse que estaría muy disgustada por lo que le hizo ese hombre, y se mantendría invicta. —Dejó escapar un suspiro y se sentó a su lado—. Amanda —pronunció, con voz grave, como si de repente se hubieran agolpado en su actual cuerpo todas sus vidas anteriores—, no puedes permitirte hundirte así. Y sí, te hablo de "tú", porque no lo hago como consejero, o alguien de tu corte. Y si lo hago de ese modo, es porque no me gusta verte de ese modo...
Amanda no era ninguna imbécil, y poseía una sabiduría que pocas mujeres de la época tenían, y también se regodeaba en ella, sin embargo, desconocía muchas cosas, en especial de esa institución que tanto detestaba. Lazet no la juzgaba por eso, él mismo entendía que la Iglesia era especialmente recatada con sus verdades absolutas, y los líderes preferían dejar a los asnos como los populares, para así no despertar sospechas demasiado insistentes en el populacho. Era simple estrategia. Lazet mejor que nadie lo comprendía a la perfección. No obstante, tampoco iba a insistirle y a llevarle la contraria... Scarmiglione no siempre era tan generoso.
Bajó la mirada y asintió un par de veces. Luego se pasó la mano por el rostro. Los suyos lo estarían esperando y estaba demorando más de lo debido. Así que hizo un gesto con la mano y desapareció al cruzar el umbral de la puertecilla.
El Padre Germain se encontraba unos pasos más adelante, y por la mirada de Lazet, pudo percibir su pequeña molestia. Era el único que sabía leer al muchacho, quizá por la experiencia de sus años conociéndolo. El mayor no dijo nada, sólo le colocó una mano en el hombro, dejó salir un murmullo, algo que sonaba como un "tenemos problemas con el cadáver. No podemos sacarlo así". Lazet había entornado los ojos, supuso que algo como eso ocurriría, así que siguió al Padre hasta el lugar en donde se encontraban los otros inquisidores a su servicio. Agradecía que pertenecieran a la minoría de gente sagaz en ese montón de idiotas.
—Si no podemos sacarlo, se va a pudrir aquí y será peor. ¿Por qué no enterrarlo en las catacumbas, criptas, o lo que sea? —propuso con evidente mal humor. Germain frunció el ceño. La idea no le agradó—. Eso, o tener que enfrentarse a otro escándalo. Un poco de agua bendita por aquí y por allá, y ya. Listo para pertenecer a un lugar sagrado. Si me disculpan, tengo cosas que atender, porque "su majestad" no está cómoda aquí. Así que Chartres no es opción... Busquen al cazador, y no sé, hagan algo terrible con su memoria —esbozó una sonrisa siniestra—, que se pudra en su locura. En fin, ya saben lo que harán. Los veo luego.
Bostezó, luego le dio unas palmaditas en la espalda al Padre Germain, que se había resignado a la idea del chiquillo insolente. Y una vez que Lazet lo confirmó, se marchó de nuevo. ¡Qué hastío! Era demasiado joven para esas cosas. En fin, que tenía que dejar a un lado su mal genio, no lo necesitaba en ese momento, y menos cuando encontró a Amanda en aquella posición. Nunca la había visto de ese modo. Y toda la culpa la tenía ese cazador, evidentemente. Los músculos de la cara se le tensaron, mas prefirió tragarse todo y avanzar hasta ella.
—Sí, fue una tontería, pero al final logramos resolverlo —contestó—. Puedo preguntar, ¿qué ocurre? Me extraña verla de ese modo, aún cuando supuse que estaría muy disgustada por lo que le hizo ese hombre, y se mantendría invicta. —Dejó escapar un suspiro y se sentó a su lado—. Amanda —pronunció, con voz grave, como si de repente se hubieran agolpado en su actual cuerpo todas sus vidas anteriores—, no puedes permitirte hundirte así. Y sí, te hablo de "tú", porque no lo hago como consejero, o alguien de tu corte. Y si lo hago de ese modo, es porque no me gusta verte de ese modo...
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Re: Chant Of The Paladin — Privado
En eso estábamos de acuerdo, Lazet y yo: a ninguno de los dos nos gustaba verme de aquel modo. ¿Significaba eso que pudiera hacer lo más mínimo para solucionarlo, sintiéndome como lo hacía? Probablemente no. Es más, ni siquiera entendía por qué había terminado por encontrarme así, tan vacía con todo ese dolor físico que aún sentía sumándose al emocional; hasta entonces me había tenido por una mujer fuerte, y probablemente siguiera siéndolo, pero había muchas heridas por curar en mi interior, y la tortura de Naxel sólo las había removido, sacándolas a la luz después de mucho tiempo ignorándolas. Racionalmente era consciente de que ese era el motivo, de que por algún motivo los hombres tenían la tendencia a quererme muerta y encargarse de intentarlo de las maneras más creativas y crueles que pudieran ocurrírsele, pero eso no significaba que no me molestara o que me lo tomara bien, porque no lo hacía. La Amanda esclava, esa que ni siquiera recibía el nombre que después había adoptado, ya se había resistido ante los intentos de dominio hacía más de un milenio, y sentía que bien poco había cambiado desde entonces, pese a que hacía mucho que había estado absolutamente atada de pies y manos. Lo que me dolía, suponía, era el constante recordatorio de que siempre habría seres que me verían de una forma que había luchado con sangre, sudor y lágrimas por superar; lo que me molestaba, porque notaba el fuego de la rabia volver a encenderse, cual ave fénix, en mi interior, era esa estúpida creencia de que podía pertenecerle a alguien sólo porque ese alguien lo deseaba. Nadie era dueño de mi destino salvo yo, nadie podría tomar las decisiones que me incumbían salvo yo misma, y si había alguien, tras toda esa debacle, que había demostrado poseer el respeto suficiente para ofrecerme ayuda y que yo tuviera la opción de elegir, ese alguien era Lazet, frente a mí y tan preocupado, por el motivo real que fuese, que había renunciado a la corrección del trato que nos imponía el protocolo, tanto a él como a mí. Si me quedaban dudas con respecto a su lealtad, sólo había necesitado esa noche para empezar a superarlas.
– Debería castigarte por tu osadía. – afirmé. Aún me notaba la voz bastante monótona, perola ligera entonación de casi broma fue un cambio con respecto a lo anterior que le había dicho a Lazet, quien sin duda había captado a la perfección el cambio en mi actitud, aunque hubiera sido sutil. Y por si eso no había sido suficiente, desvié los ojos de nuevo hacia él, aunque no me moví más; por el momento, tampoco lo veía necesario, y creía que podía apañarme bastante bien desde mi posición en el suelo, con la piedra fría calmando parte del picor residual de algunas de las heridas que me quedaban más a la vista. – Pero no lo voy a hacer. No lo voy a hacer porque no soy una desagradecida, aunque pueda parecer lo contrario por haberte discutido decisiones que has estado tomando hasta ahora. – continué. Parecía que estaba delirando, que lo que decía no tenía el menor sentido, pero en mi cabeza lo tenía, y estaba segura de que él, con lo brillante que había demostrado ser, no tardaría tampoco en encontrárselo a todo lo que estaba a punto de decirle. – Has sido leal. Ese es exactamente el problema: apenas me quedan personas cerca en las que confíe, cada decisión que tomo es encontrarme un paso más cerca del siguiente atentado. Mi marido lo intentó, el hermano de mi pianista lo ha intentado, es sólo cuestión de tiempo que pase el siguiente. Y estoy harta, eso es lo que pasa; estoy harta de que alguien se crea con derecho a lo que yo me he ganado con mi propio esfuerzo. – razoné. Aunque estaba molesta, mi molestia no era todavía lo suficientemente fuerte para convertirme la voz en un gruñido, o incluso un grito, e incluso fui capaz de mantenerme bastante tranquila, sin duda porque aún permanecía algo mojada por los efectos de la ola de derrota que había sentido hacía tan solo un momento. – Nunca me hundo del todo. Pero hasta yo me harto, a veces, de todo esto, de encontrarme en una posición en la que no puedo confiar en nadie y tengo que cubrirme las espaldas ante todo y ante todos. Ya van demasiadas veces que pretenden arrastrarme de nuevo hasta la nada, y no pienso permitirlo. – sentencié.
– Debería castigarte por tu osadía. – afirmé. Aún me notaba la voz bastante monótona, perola ligera entonación de casi broma fue un cambio con respecto a lo anterior que le había dicho a Lazet, quien sin duda había captado a la perfección el cambio en mi actitud, aunque hubiera sido sutil. Y por si eso no había sido suficiente, desvié los ojos de nuevo hacia él, aunque no me moví más; por el momento, tampoco lo veía necesario, y creía que podía apañarme bastante bien desde mi posición en el suelo, con la piedra fría calmando parte del picor residual de algunas de las heridas que me quedaban más a la vista. – Pero no lo voy a hacer. No lo voy a hacer porque no soy una desagradecida, aunque pueda parecer lo contrario por haberte discutido decisiones que has estado tomando hasta ahora. – continué. Parecía que estaba delirando, que lo que decía no tenía el menor sentido, pero en mi cabeza lo tenía, y estaba segura de que él, con lo brillante que había demostrado ser, no tardaría tampoco en encontrárselo a todo lo que estaba a punto de decirle. – Has sido leal. Ese es exactamente el problema: apenas me quedan personas cerca en las que confíe, cada decisión que tomo es encontrarme un paso más cerca del siguiente atentado. Mi marido lo intentó, el hermano de mi pianista lo ha intentado, es sólo cuestión de tiempo que pase el siguiente. Y estoy harta, eso es lo que pasa; estoy harta de que alguien se crea con derecho a lo que yo me he ganado con mi propio esfuerzo. – razoné. Aunque estaba molesta, mi molestia no era todavía lo suficientemente fuerte para convertirme la voz en un gruñido, o incluso un grito, e incluso fui capaz de mantenerme bastante tranquila, sin duda porque aún permanecía algo mojada por los efectos de la ola de derrota que había sentido hacía tan solo un momento. – Nunca me hundo del todo. Pero hasta yo me harto, a veces, de todo esto, de encontrarme en una posición en la que no puedo confiar en nadie y tengo que cubrirme las espaldas ante todo y ante todos. Ya van demasiadas veces que pretenden arrastrarme de nuevo hasta la nada, y no pienso permitirlo. – sentencié.
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Re: Chant Of The Paladin — Privado
Era precisamente ese carácter regio, cargado de actitud, lo que admiraba Lazet de ella, incluso su lado más radical, ese que llevaba por nombre Scarmiglione, un emisario del abismo que la reina desconocía, pero que de seguro sospechaba que existía, aunque no de manera consciente. Lazet era como una cajita llena de sorpresas, era fácil que surgieran desconfianzas en torno a su presencia; muchos en la Inquisición temían a la bestia que pudiera ocultarse tras la delicadeza de un muchacho demasiado astuto como lo era él. Sin embargo, y pese a sus modales y a su actitud pulcra, Lazet no ocultaba sus verdaderos deseos para con ella. Podría decirse que con Amanda se permitía ser lo suficientemente honesto, aunque igual termina ocultando su verdadera naturaleza, y quizá no lo haría por mucho. Suponía que todo tenía su debido momento, incluso tratándose de la única mujer en la que había centrado su atención hacía demasiados siglos atrás.
Aunque pareciera increíble, él entendía su frustración, esa maldita rabia por tener que verse humillada por cualquier estúpido, como si les molestara que existieran criaturas con carácter y condenadamente inteligentes para su propio bienestar. Lazet comprendía lo que era sentirse juzgado por pecar de astuto e tenaz, sin embargo, a él lo salvaba el detalle de ser hombre, pero Amanda solía llevarlo un poco más complicado, no sólo por lo de ser mujer, sino porque, además, era vampiro. ¡Vaya pérdida de tiempo la de los mortales! Desde su creción tendían a ser un poco idiotas con ciertas ideas.
Así pues, Lazet que estaba compartiendo esa misma frustación con ella, la escuchó en silencio, atento como si le contara una historia emocionante. Lo hacía porque sabía que necesitaba dejar salir parte de ese pensamiento rabioso que se le cruzaba por la mente, y si él estaba en capacidad de atender a sus quejas, lo haría sin ningún problema. Lazet de Grailly no se había ofrecido a ser su consejero por el cargo en sí, sino por estar cerca, demasiado para lo que le convendría a ambos.
—Si deseas castigarme por eso, me temo que aceptaré el castigo con gusto, y lo sabes —replicó, con una sonrisa en los labios, dejando muy atrás los exquisitos modales que debía mantener en su posición. Pero ya se había hartado un poquito, la verdad sea dicha—. Además, no es que pueda hacer mucho contra las decisiones que hayas tomado, así no me gusten, y tenga la idea de que más nadie fuera de estas paredes sea de fiar, por mucha simpatía que muestre. Nadie es demasiado puro en este mundo...
¡Y cuánta razón tenía! No se trataba de la experiencia de sus años de existencia mortal, que era poquísimos a comparación con la realidad: su espíritu era mucho más arcaico que el de ella. Scarmiglione había visto de todo durante su paso en el destierro al que había sido condenado con sus hermanos espirituales. Pero, de nuevo, no era algo que pudiera contarle a Amanda con absoluta naturalidad.
—No lo permitas entonces, tienes la valía para enfrentarte a todos esos y aplastarlos hasta que no queden ni cenizas. Eres una mujer fuerte, y aunque esta vez te hayan tomado por sorpresa, estás consciente de que vas a limpiar esa mancha a tu orgullo —observó, esta vez le miró fijamente, como si pudiera ver a través de sus ojos—. Está en tus venas, esa sangre ancestral que corre en ti... Seguro eres descendiente de gente que en el pasado fue poderosa. Me atrevo a decir que de guerreros incluso. Así que no tienes que hundirte, hartarte sí, y ese hartazgo puedes usarlo para acabarlos y demostrarles que el ave fénix renace, pero lo hace con aún más osadía y fuerza.
Aunque pareciera increíble, él entendía su frustración, esa maldita rabia por tener que verse humillada por cualquier estúpido, como si les molestara que existieran criaturas con carácter y condenadamente inteligentes para su propio bienestar. Lazet comprendía lo que era sentirse juzgado por pecar de astuto e tenaz, sin embargo, a él lo salvaba el detalle de ser hombre, pero Amanda solía llevarlo un poco más complicado, no sólo por lo de ser mujer, sino porque, además, era vampiro. ¡Vaya pérdida de tiempo la de los mortales! Desde su creción tendían a ser un poco idiotas con ciertas ideas.
Así pues, Lazet que estaba compartiendo esa misma frustación con ella, la escuchó en silencio, atento como si le contara una historia emocionante. Lo hacía porque sabía que necesitaba dejar salir parte de ese pensamiento rabioso que se le cruzaba por la mente, y si él estaba en capacidad de atender a sus quejas, lo haría sin ningún problema. Lazet de Grailly no se había ofrecido a ser su consejero por el cargo en sí, sino por estar cerca, demasiado para lo que le convendría a ambos.
—Si deseas castigarme por eso, me temo que aceptaré el castigo con gusto, y lo sabes —replicó, con una sonrisa en los labios, dejando muy atrás los exquisitos modales que debía mantener en su posición. Pero ya se había hartado un poquito, la verdad sea dicha—. Además, no es que pueda hacer mucho contra las decisiones que hayas tomado, así no me gusten, y tenga la idea de que más nadie fuera de estas paredes sea de fiar, por mucha simpatía que muestre. Nadie es demasiado puro en este mundo...
¡Y cuánta razón tenía! No se trataba de la experiencia de sus años de existencia mortal, que era poquísimos a comparación con la realidad: su espíritu era mucho más arcaico que el de ella. Scarmiglione había visto de todo durante su paso en el destierro al que había sido condenado con sus hermanos espirituales. Pero, de nuevo, no era algo que pudiera contarle a Amanda con absoluta naturalidad.
—No lo permitas entonces, tienes la valía para enfrentarte a todos esos y aplastarlos hasta que no queden ni cenizas. Eres una mujer fuerte, y aunque esta vez te hayan tomado por sorpresa, estás consciente de que vas a limpiar esa mancha a tu orgullo —observó, esta vez le miró fijamente, como si pudiera ver a través de sus ojos—. Está en tus venas, esa sangre ancestral que corre en ti... Seguro eres descendiente de gente que en el pasado fue poderosa. Me atrevo a decir que de guerreros incluso. Así que no tienes que hundirte, hartarte sí, y ese hartazgo puedes usarlo para acabarlos y demostrarles que el ave fénix renace, pero lo hace con aún más osadía y fuerza.
Lazet de Grailly- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Chant Of The Paladin — Privado
No sabía de dónde había provenido ese repentino arranque de autoridad, pero me regodeé en él todo lo que pude y más, consciente de que era un bien precioso que no sabría cuándo podría recuperar de nuevo, y que por eso era preferible arrastrar hacia mí todo lo que pudiera. Tras toda esa debilidad que, en parte, aún me recorría cada miembro del cuerpo, y sobre todo tras esa amalgama de emociones de la que apenas empezaba a recuperarme, resultaba satisfactorio encontrarme con algo que podía identificar como propio, y que ni siquiera en mis peores momentos había llegado a perder del todo. Eran incontables las veces en las que, como esclava, me habían castigado por mostrar una arrogancia y un carácter que no casaban con mi estatus de objeto, poco más importante que las mesas o los reclinatorios de los que se llamaban mis amos; eso era lo que le había gustado a mi amo más joven de mí, y lo que, pese a conocer ese detalle, nunca había podido apagar del todo... En mi interior existía un fuego que me había convertido en un ser voluble, demasiado caótica en ocasiones para la discreción que una existencia como la mía me obligaba a poseer, y ese fuego había amagado tanto con apagarse durante el encuentro con Naxel Eblan que casi lo había creído desaparecido, mas por suerte no había sido así. Podría, de ese momento en adelante, vivir con la satisfacción de saber que él no me lo había quitado todo y que aún seguía siendo yo misma, hasta si las heridas tardarían un tiempo en curarse y si llegaban a quedarme marcas, aunque me aseguraría de evitarlas en la medida de lo posible. Podía, pues, afirmar que había ganado, y eso se lo debía tanto a Lazet de Grailly como a mí misma, demasiado testaruda para dejarme vencer tan fácilmente y demasiado fuerte, o quizá cobarde, para abrazar la muerte, aunque fuera de mis sentimientos, tan pronto, como si no hubieran transcurrido más años de los que muchos podían contar desde que me habría tocado morir de verdad...
– En eso tienes razón, Lazet. Nadie conserva la pureza: el mundo se encarga de destrozárnosla a todos. Pase antes o más tarde, y en tu caso sospecho que eso se produjo incluso demasiado pronto, llega un momento en el que todos perdemos ese candor infantil y nos volvemos fríos y cínicos, y aunque se lo querría evitar a ella, sé perfectamente que, con un hermano como el suyo, terminará por suceder. – suspiré, negando con la cabeza y rodeándome el pecho en un abrazo que dolió, sí, pero que se sintió estupendamente porque era una muestra aún más definitiva que cualquier otra de que seguía viva, y seguía con fuerzas de seguir mi camino pese a que otros quisieran truncármelo. – Con el tiempo he aprendido que puedo reinar, sí, y puedo decidir el destino de mis súbditos de la forma más cruel o más justa que se me antoje. Pero no puedo jugar a ser dios, y el destino de las personas siempre se me va a escapar en parte, hasta si se encuentran bajo mi mando. – reflexioné. Había intentado, en innumerables ocasiones, el control absoluto de quienes creía que era necesario dominar, por mi propio bien pero también por el suyo; todas esas veces, en mayor o menor medida, había fracasado, y ya iba siendo hora de admitir que intentarlo era perder el tiempo, algo que, aunque me sobraba, tampoco estaba dispuesta a malgastar por completo. – Todos mis antepasados son guerreros. Mis descendientes, supongo, también, pero no he seguido sus vidas con interés desde hace mucho tiempo. Pese a ellos, yo sé cómo soy, y sé que no voy a dejar que nadie me hunda del todo, así que, Lazet, cuando desees puedes empezar a aconsejarme con respecto a cómo actuar, e incluso si lo deseas, podemos empezar ya con los siguientes pasos que hay que seguir. – solicité, con un tono que se encontraba justo entre medio de la orden y la petición, aunque él aceptaría hasta si se lo pidiera de rodillas en el suelo, suplicante por su atención como los dos sabíamos que no lo haría... Y, en caso contrario, los dos deberíamos empezar a preocuparnos.
– En eso tienes razón, Lazet. Nadie conserva la pureza: el mundo se encarga de destrozárnosla a todos. Pase antes o más tarde, y en tu caso sospecho que eso se produjo incluso demasiado pronto, llega un momento en el que todos perdemos ese candor infantil y nos volvemos fríos y cínicos, y aunque se lo querría evitar a ella, sé perfectamente que, con un hermano como el suyo, terminará por suceder. – suspiré, negando con la cabeza y rodeándome el pecho en un abrazo que dolió, sí, pero que se sintió estupendamente porque era una muestra aún más definitiva que cualquier otra de que seguía viva, y seguía con fuerzas de seguir mi camino pese a que otros quisieran truncármelo. – Con el tiempo he aprendido que puedo reinar, sí, y puedo decidir el destino de mis súbditos de la forma más cruel o más justa que se me antoje. Pero no puedo jugar a ser dios, y el destino de las personas siempre se me va a escapar en parte, hasta si se encuentran bajo mi mando. – reflexioné. Había intentado, en innumerables ocasiones, el control absoluto de quienes creía que era necesario dominar, por mi propio bien pero también por el suyo; todas esas veces, en mayor o menor medida, había fracasado, y ya iba siendo hora de admitir que intentarlo era perder el tiempo, algo que, aunque me sobraba, tampoco estaba dispuesta a malgastar por completo. – Todos mis antepasados son guerreros. Mis descendientes, supongo, también, pero no he seguido sus vidas con interés desde hace mucho tiempo. Pese a ellos, yo sé cómo soy, y sé que no voy a dejar que nadie me hunda del todo, así que, Lazet, cuando desees puedes empezar a aconsejarme con respecto a cómo actuar, e incluso si lo deseas, podemos empezar ya con los siguientes pasos que hay que seguir. – solicité, con un tono que se encontraba justo entre medio de la orden y la petición, aunque él aceptaría hasta si se lo pidiera de rodillas en el suelo, suplicante por su atención como los dos sabíamos que no lo haría... Y, en caso contrario, los dos deberíamos empezar a preocuparnos.
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