AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Mask and Mirror — Privado
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The Mask and Mirror — Privado
«No, nunca será suficiente... Nunca».
No, nunca, porque ya las cosas se le estaban yendo de las manos, saliéndosele de control toda la situación; pero, por más que su lado más racional le pedía a gritos que parara, ella no lo haría. No quería simplemente quedarse de brazos cruzados. La nobleza, con sus parafernalias, no era lo suficientemente buena como para drenar la caótica indignación que se anidaba en su interior, como si de una serpiente se tratara. Y aunque siempre podía hallar otras formas de entretenimiento, optó por lo peor, motivada por una tragedia que arruinó su concepto de justicia, deformándolo a un punto en el que ella estaba repitiendo los mismos actos de quienes consideraba enemigos. ¿Le importaba? No. ¿Era acaso Erzsébet Rákóczi consciente del gran daño que estaba causando? Sí. ¿Lo peor? Lo disfrutaba. Aunque en su rostro sólo se grababa a fuego la más pura indiferencia.
Por eso era que, mientras se lavaba las manos en el agua oscura de la laguna, no sintió ningún tipo de remordimiento, precisamente por hallarse tan indiferente a lo que acaba de hacer. En Transilvania no había podido disfrutar de la cacería como lo estaba haciendo en París. ¡Era liberador! Pero no terminaba de compensarla por completo. En un principio si lo había hecho, gracias a las ideas codiciosas de quien la inducía lentamente a semejante obsesión; sin embargo, y que quede claro, Erzsébet era una mujer con un carácter complejo, incluso para ella misma, por lo que, más temprano que tarde, se estaba aburriendo, y eso significaba una cosa: Regresarse a Transilvania y tener que lidiar de nuevo con las ideologías absurdas de Jozséf.
Pero con lo que no contaba ella era con los entretejes del destino, esos mismos que podían servir de buena fortuna y desgracia para cualquiera. Bien, tampoco era como si creyera en todas esas cosas, solía ser tan escéptica que causaba resquemor a todos quienes la rodeaban. En fin, que se encontraba muy concentrada limpiándose la sangre de lo que en algún momento fueron garras. Ya para ese momento se había cubierto con prendas sencillas y ligeras, las que reservaba en esos casos, pues un ataviado vestido resultaba excesivamente engorroso para sus aberrantes pasatiempos. Claro, tenía que ser práctica, desde luego. Sin embargo, no lo fue lo suficiente como para ponerse a sospechar en lo que tramaban para ella los propios Rákóczi; esos mismos que tildaban de mal líder a Jozséf y que a tantos miembros habían perjudicado y destruido, incluyendo el destierro entre sus nefastas acciones.
Aunque Erzsébet ignorara aquello, igual conservaba recelo ante esas personas, por el simple hecho de que eran humanos corrientes, ¿qué mejor explicación que esa? No, obvio, no la había, porque, en determinadas ocasiones, ella misma había demostrado su desprecio hacia aquellos que no pertenecieran a su raza. Esa conducta agravó más su situación, al punto en que alguien ya estaba tras sus pasos. Pero siendo ella totalmente ajena a los hechos recientes, continuó en lo suyo, hasta que sus propios sentidos felinos la alertaron sobre un posible peligro.
Consideró, en el preciso instante en que sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral, que se trataría de algún curioso. Pero despacharía la idea de inmediato, pues alguien que estuviera husmeando por el simple hecho de querer hacerlo, no poseía tanta frialdad, expresándole tanto peligro con esa potencial energía. Incluso se quedó muy quieta, mientras sus oídos intentaban captar algún sonido extraño. ¡Y no podía creerlo! Reconocía esa sensación... era la misma que tenía cuando estaba cerca a uno de los suyos. De eso no tenía la menor duda. No obstante, aquel sentimiento la llevó a cuestionarse el porqué de esa inesperada vigilancia, justo cuando se mordía el labio inferior, como una forma de concentrarse y así poder atar cabos sueltos.
Pero, recuerden, estamos hablando de Erzsébet Isabel Rákóczi, hija de Jozséf Rákóczi, bla bla bla... Y ella, bueno, ella simplemente se giró y fue hacia donde creía que se encontraba ese odioso espía (que de seguro quería causar ese efecto en ella), porque así de cabezota era. Asimismo, y teniendo muy en cuenta la auto conservación, se detuvo en un punto bastante prudencial.
—Ya puedes salir de tu madriguera... llevo sabiendo de ti desde hace rato. ¡Qué mala educación! Vigilar a una dama y no presentarse con cortesía. Muy malo —habló con el sarcasmo adornando sus palabras y con la provocación inmersa en su acento—. Bueno, ya que insistes, adiós. No tengo todo el día para presentaciones absurdas de chismosos como tú.
No, nunca, porque ya las cosas se le estaban yendo de las manos, saliéndosele de control toda la situación; pero, por más que su lado más racional le pedía a gritos que parara, ella no lo haría. No quería simplemente quedarse de brazos cruzados. La nobleza, con sus parafernalias, no era lo suficientemente buena como para drenar la caótica indignación que se anidaba en su interior, como si de una serpiente se tratara. Y aunque siempre podía hallar otras formas de entretenimiento, optó por lo peor, motivada por una tragedia que arruinó su concepto de justicia, deformándolo a un punto en el que ella estaba repitiendo los mismos actos de quienes consideraba enemigos. ¿Le importaba? No. ¿Era acaso Erzsébet Rákóczi consciente del gran daño que estaba causando? Sí. ¿Lo peor? Lo disfrutaba. Aunque en su rostro sólo se grababa a fuego la más pura indiferencia.
Por eso era que, mientras se lavaba las manos en el agua oscura de la laguna, no sintió ningún tipo de remordimiento, precisamente por hallarse tan indiferente a lo que acaba de hacer. En Transilvania no había podido disfrutar de la cacería como lo estaba haciendo en París. ¡Era liberador! Pero no terminaba de compensarla por completo. En un principio si lo había hecho, gracias a las ideas codiciosas de quien la inducía lentamente a semejante obsesión; sin embargo, y que quede claro, Erzsébet era una mujer con un carácter complejo, incluso para ella misma, por lo que, más temprano que tarde, se estaba aburriendo, y eso significaba una cosa: Regresarse a Transilvania y tener que lidiar de nuevo con las ideologías absurdas de Jozséf.
Pero con lo que no contaba ella era con los entretejes del destino, esos mismos que podían servir de buena fortuna y desgracia para cualquiera. Bien, tampoco era como si creyera en todas esas cosas, solía ser tan escéptica que causaba resquemor a todos quienes la rodeaban. En fin, que se encontraba muy concentrada limpiándose la sangre de lo que en algún momento fueron garras. Ya para ese momento se había cubierto con prendas sencillas y ligeras, las que reservaba en esos casos, pues un ataviado vestido resultaba excesivamente engorroso para sus aberrantes pasatiempos. Claro, tenía que ser práctica, desde luego. Sin embargo, no lo fue lo suficiente como para ponerse a sospechar en lo que tramaban para ella los propios Rákóczi; esos mismos que tildaban de mal líder a Jozséf y que a tantos miembros habían perjudicado y destruido, incluyendo el destierro entre sus nefastas acciones.
Aunque Erzsébet ignorara aquello, igual conservaba recelo ante esas personas, por el simple hecho de que eran humanos corrientes, ¿qué mejor explicación que esa? No, obvio, no la había, porque, en determinadas ocasiones, ella misma había demostrado su desprecio hacia aquellos que no pertenecieran a su raza. Esa conducta agravó más su situación, al punto en que alguien ya estaba tras sus pasos. Pero siendo ella totalmente ajena a los hechos recientes, continuó en lo suyo, hasta que sus propios sentidos felinos la alertaron sobre un posible peligro.
Consideró, en el preciso instante en que sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral, que se trataría de algún curioso. Pero despacharía la idea de inmediato, pues alguien que estuviera husmeando por el simple hecho de querer hacerlo, no poseía tanta frialdad, expresándole tanto peligro con esa potencial energía. Incluso se quedó muy quieta, mientras sus oídos intentaban captar algún sonido extraño. ¡Y no podía creerlo! Reconocía esa sensación... era la misma que tenía cuando estaba cerca a uno de los suyos. De eso no tenía la menor duda. No obstante, aquel sentimiento la llevó a cuestionarse el porqué de esa inesperada vigilancia, justo cuando se mordía el labio inferior, como una forma de concentrarse y así poder atar cabos sueltos.
Pero, recuerden, estamos hablando de Erzsébet Isabel Rákóczi, hija de Jozséf Rákóczi, bla bla bla... Y ella, bueno, ella simplemente se giró y fue hacia donde creía que se encontraba ese odioso espía (que de seguro quería causar ese efecto en ella), porque así de cabezota era. Asimismo, y teniendo muy en cuenta la auto conservación, se detuvo en un punto bastante prudencial.
—Ya puedes salir de tu madriguera... llevo sabiendo de ti desde hace rato. ¡Qué mala educación! Vigilar a una dama y no presentarse con cortesía. Muy malo —habló con el sarcasmo adornando sus palabras y con la provocación inmersa en su acento—. Bueno, ya que insistes, adiós. No tengo todo el día para presentaciones absurdas de chismosos como tú.
Erzsébet Rákóczi- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/06/2017
Localización : En donde me plazca
Re: The Mask and Mirror — Privado
Siempre había sabido que no era el único Rákóczi vivo. No, más incluso: siempre había sabido que, de entre todos los Rákóczi, legítimos e ilegítimos como lo era él (porque así contaba la legitimidad dudosa, ¿no? Como totalmente inexistente), él era el último mono y siempre lo sería. Pese a que nunca le había gustado esa denominación porque él tenía mucho más de la familia de lo que aquellos nobles de tercera admitirían nunca, la aceptaba porque sabía que era mejor eso que engañarse a sí mismo; Miklós estaba por encima de esas estupideces en sus días buenos, y en los malos más todavía. A fin de cuentas, ya nada le importaba, ¿lo había olvidado todo el mundo? Desde la muerte de su hermana Imara, otra Rákóczi de los pies a la cabeza, Miklós estaba muerto por dentro, y eso le había regalado una claridad apenas mancillada por el orgullo de esa familia tan venenosa a la que supuestamente pertenecía que le hacía ver las cosas claras, quizá demasiado. Así pues, cuando aquellos Rákóczi se reunieron con él, conocedores de su identidad y de su ocupación (de ahí lo que había iniciado su monólogo interno: como consecuencia de ese conocimiento lo estaban tratando como escoria), Miklós mantuvo la cabeza fría, literalmente y no. ¡Era inevitable que así fuera, dadas las circunstancias...! Aún continuaba en período de duelo, probablemente nunca lo superaría del todo, y su psique había reaccionado de formas variadas, bien congelando lo poco que antes había sido capaz de sentir o bien arrojándolo a las misiones más peligrosas, como parecía serlo aquella que le querían encomendar. Sin dudarlo, pues, dijo que sí, por supuesto; negoció la cantidad como se esperaba de él, como bastardo hundido en la miseria y como un ser humano (bueno, discutible) de segunda, pero aceptó, y así fue como terminó tras la pista de Erzsébet Rákóczi, hija de Jozséf, de quien había oído cosas tan contradictorias que ya no sabía que creer, y vagabundeando por París.
Ser cambiante era una enorme ventaja en su profesión porque le regalaba la oportunidad de poder rastrear con sus sentidos, y no siguiendo pistas. Además, cual gato, los olores eran uno de sus recursos más básicos y más primarios, y por eso se valió de la prenda de Erzsébet que le habían entregado los otros Rákóczi y la siguió, sin dudas ni miedos porque estaba por encima de eso. Vagamente se dio cuenta de que el olor tenía algo de familiar, y sólo al rato de perseguirla de lejos lo identificó como un efluvio semejante al que había poseído su madre en vida, pero al mismo tiempo completamente diferente. Se asemejaba, también, al de sus empleadores, una señal inequívoca de que, por lejana que fuese, seguía siendo su familia después de todo quien lo había contratado. Sin embargo, Miklós estaba demasiado convencido de que la familia no era algo que dependiera sólo de la sangre y las relaciones accidentales, sino que la familia era algo que se terminaba eligiendo, así que compartir sangre con ellos no significaba, en última instancia, absolutamente nada para él. Por eso, ni cuando sentía cosas ni ahora que no lo hacía, iba a negarse nunca a aquella misión; la paga era lo de menos, pues se trataba de alimentar a la bestia que dormitaba en Miklós, muy cerca de la superficie, y cada vez menos pantera pese a que, hacía no tanto, eso era lo que más así había sido. Todo lo anterior explicaba por qué se encontraba allí, pero, a partir de que ella habló, nada explicaba ni auguraba lo que Miklós haría a continuación, pues su insensibilidad lo convertía en alguien aún más difícil de leer de lo normal, y ya era decir. – Si insistes. Soy tu primo lejano, me llamo Miklós. – replicó, en perfecto húngaro, con una absolutamente impecable falta de cualquier sentimiento en su tono, monótono salvo en las entonaciones propias de la lengua que ambos compartían. También su cuerpo era indiferente, aunque el felino que llevaba dentro la había identificado como una de los suyos y, la verdad, estaba haciendo esfuerzos para no erizar el lomo de puro rechazo. – Dime, ¿esperas modales de un bastardo? – inquirió, y se acercó a ella con aire amenazante, pese a su indiferencia, sólo para atacarla en su forma humana a continuación.
¿Qué más daba hablar cuando no tenía nada que decirle? Era la ventaja de que Miklós no sintiera a los Rákóczi demasiado como familia: encontrarse con una, delante de él, apenas cambiaba su vida, mientras que la de ella... tal vez. Aunque sólo fuera por la humillación para la niña rica que era tener como primo lejano a un bastardo como Miklós.
Ser cambiante era una enorme ventaja en su profesión porque le regalaba la oportunidad de poder rastrear con sus sentidos, y no siguiendo pistas. Además, cual gato, los olores eran uno de sus recursos más básicos y más primarios, y por eso se valió de la prenda de Erzsébet que le habían entregado los otros Rákóczi y la siguió, sin dudas ni miedos porque estaba por encima de eso. Vagamente se dio cuenta de que el olor tenía algo de familiar, y sólo al rato de perseguirla de lejos lo identificó como un efluvio semejante al que había poseído su madre en vida, pero al mismo tiempo completamente diferente. Se asemejaba, también, al de sus empleadores, una señal inequívoca de que, por lejana que fuese, seguía siendo su familia después de todo quien lo había contratado. Sin embargo, Miklós estaba demasiado convencido de que la familia no era algo que dependiera sólo de la sangre y las relaciones accidentales, sino que la familia era algo que se terminaba eligiendo, así que compartir sangre con ellos no significaba, en última instancia, absolutamente nada para él. Por eso, ni cuando sentía cosas ni ahora que no lo hacía, iba a negarse nunca a aquella misión; la paga era lo de menos, pues se trataba de alimentar a la bestia que dormitaba en Miklós, muy cerca de la superficie, y cada vez menos pantera pese a que, hacía no tanto, eso era lo que más así había sido. Todo lo anterior explicaba por qué se encontraba allí, pero, a partir de que ella habló, nada explicaba ni auguraba lo que Miklós haría a continuación, pues su insensibilidad lo convertía en alguien aún más difícil de leer de lo normal, y ya era decir. – Si insistes. Soy tu primo lejano, me llamo Miklós. – replicó, en perfecto húngaro, con una absolutamente impecable falta de cualquier sentimiento en su tono, monótono salvo en las entonaciones propias de la lengua que ambos compartían. También su cuerpo era indiferente, aunque el felino que llevaba dentro la había identificado como una de los suyos y, la verdad, estaba haciendo esfuerzos para no erizar el lomo de puro rechazo. – Dime, ¿esperas modales de un bastardo? – inquirió, y se acercó a ella con aire amenazante, pese a su indiferencia, sólo para atacarla en su forma humana a continuación.
¿Qué más daba hablar cuando no tenía nada que decirle? Era la ventaja de que Miklós no sintiera a los Rákóczi demasiado como familia: encontrarse con una, delante de él, apenas cambiaba su vida, mientras que la de ella... tal vez. Aunque sólo fuera por la humillación para la niña rica que era tener como primo lejano a un bastardo como Miklós.
Invitado- Invitado
Re: The Mask and Mirror — Privado
Quizá, una pequeñísima parte de sí misma mantenía cierto aprecio por su familia, la misma que correspondía a la etapa de su vida en la que su madre estaba viva, por lo que no tenía demasiadas complicaciones en relacionarse con otros, ni siquiera por su propia naturaleza. Sin embargo, en tiempos actuales, hallándose sin su madre (y sin olvidar la causa de su muerte, desde luego), Erzsébet no guardaba las mismas consideraciones. No sentía la más mínima empatía por ellos, y detestaba esas conductas hipócritas de la gran mayoría de la rama principal de los Rákóczi. Aunque, lo que representaba un verdadero fastidio para ella, era, justamente, el hecho de que fueran unos humanos corrientes, por lo cual no merecían su atención. Desde luego, algunos pocos si le agradaban, tal vez porque solían mostrarse tan amenos como su propio padre. Erzsébet a veces creía que Jozséf era demasiado noble para pertenecer a aquella familia de farsantes.
Claro, pero Erzsébet, no conforme con sentir repulsión por ellos, se los demostraba directamente, y aunque su padre solía intervenir para evitar que le tomaran mala fe a su hija, era inútil. Esa arrogancia felina solía ser un terrible mal para aquellos que eran muchos más insolentes que ella; esos mismos que se habían encargado de mover sus piezas para desterrar a otros miembros del linaje, y que, de ser posible, intentarían hacerle alguna mala jugada a Jozséf. Pero, para la desgracia de ese séquito de envidiosos, el hombre (cambiante al igual que su heredera), gozaba de buena fe por parte de personas ajenas a los Rákóczi, pues sus políticas siempre eran bien vistas. No obstante, aquellas harpías sabían que él tenía un punto débil, y era, justamente, Erzsébet, quien, al considerarse mejor que ellos, ignoraba las trampas que habían urdido para destruirla poco a poco.
Por eso, lo peor que pudo haber hecho, en su vida, fue alejarse de su padre, trasladándose a una ciudad como París. Lo había cometido para quitarse un peso de encima, pues cazar humanos, como pasatiempo, no era una actividad bien vista; en realidad, se trataba de algo de muy mal gusto tratándose de una Rákóczi, así que lo mejor que podía hacer era alejarse de su hogar, y dejar que toda esa frustración se desbocara por completo. Para ello también contaba con la complicidad de alguien, y ya que habían coincidido en la ciudad, ¿qué mejor tentación? ¡Y qué imprudencia también! Pero, ¿y quién hacía entender a Erzsébet Rákóczi? Aunque estuviera al borde del abismo, continuaría aferrada a su propia testarudez.
Y así estaba, sin extrañarse en lo más mínimo que alguien estuviera tras sus pasos, ¡y justo uno de su especie! Pero, ¿qué más daba? Aquella ciudad estaba plagada de sobrenaturales, así que no se extrañaba nada que alguno coincidiera con ella. ¡Vale! Si hubiera sido de manera casual, quizá lo habría asociado a algo corriente. Sin embargo, cuando aquel fisgón se reveló, incluso teniendo la osadía de acercarse, Erzsébet supo que aquello era personal. Aun así, no se inmutó, y tampoco lo haría porque, sencillamente, no le apetecía. ¡Qué flojera más grande sentirse afectada por ese! ¿Bastardo? ¿Primo lejano? Bueno, sólo se permitió enarcar ambas cejas como respuesta a su ¿asombro? Puede ser. Y no, no se trataba de sorpresa por tener un primo lejano-bastardo, sino porque era un cambiante como ella. ¡Si tan sólo los otros fueran cambiantes! Y eso era pedirle demasiado al destino.
En fin, que tuvo que desviar sus pensamientos hacia otro lado, porque, dada la actitud del tipo ese, no le quedó menos alternativa que hacerlo. Simplemente exhaló, entornando la mirada y cruzando los brazos sobre su pecho. Una total manera de decirle: No es importante.
—¡Hola! ¿Tengo cara de querer esperar algo de alguien que apenas conozco? Lamento herir tus sentimientos, pero no. Si eres lejano, cercano, me da igual —espetó, siempre con ese orgullo tan propio de su carácter—. Si buscas a alguien a quien le importe la familia, puedes irte a Transilvania a hacerle berrinche a los líderes, y ya. Eso si es que dices la verdad y no eres de esos que sólo buscan fama gratuita.
Claro, pero Erzsébet, no conforme con sentir repulsión por ellos, se los demostraba directamente, y aunque su padre solía intervenir para evitar que le tomaran mala fe a su hija, era inútil. Esa arrogancia felina solía ser un terrible mal para aquellos que eran muchos más insolentes que ella; esos mismos que se habían encargado de mover sus piezas para desterrar a otros miembros del linaje, y que, de ser posible, intentarían hacerle alguna mala jugada a Jozséf. Pero, para la desgracia de ese séquito de envidiosos, el hombre (cambiante al igual que su heredera), gozaba de buena fe por parte de personas ajenas a los Rákóczi, pues sus políticas siempre eran bien vistas. No obstante, aquellas harpías sabían que él tenía un punto débil, y era, justamente, Erzsébet, quien, al considerarse mejor que ellos, ignoraba las trampas que habían urdido para destruirla poco a poco.
Por eso, lo peor que pudo haber hecho, en su vida, fue alejarse de su padre, trasladándose a una ciudad como París. Lo había cometido para quitarse un peso de encima, pues cazar humanos, como pasatiempo, no era una actividad bien vista; en realidad, se trataba de algo de muy mal gusto tratándose de una Rákóczi, así que lo mejor que podía hacer era alejarse de su hogar, y dejar que toda esa frustración se desbocara por completo. Para ello también contaba con la complicidad de alguien, y ya que habían coincidido en la ciudad, ¿qué mejor tentación? ¡Y qué imprudencia también! Pero, ¿y quién hacía entender a Erzsébet Rákóczi? Aunque estuviera al borde del abismo, continuaría aferrada a su propia testarudez.
Y así estaba, sin extrañarse en lo más mínimo que alguien estuviera tras sus pasos, ¡y justo uno de su especie! Pero, ¿qué más daba? Aquella ciudad estaba plagada de sobrenaturales, así que no se extrañaba nada que alguno coincidiera con ella. ¡Vale! Si hubiera sido de manera casual, quizá lo habría asociado a algo corriente. Sin embargo, cuando aquel fisgón se reveló, incluso teniendo la osadía de acercarse, Erzsébet supo que aquello era personal. Aun así, no se inmutó, y tampoco lo haría porque, sencillamente, no le apetecía. ¡Qué flojera más grande sentirse afectada por ese! ¿Bastardo? ¿Primo lejano? Bueno, sólo se permitió enarcar ambas cejas como respuesta a su ¿asombro? Puede ser. Y no, no se trataba de sorpresa por tener un primo lejano-bastardo, sino porque era un cambiante como ella. ¡Si tan sólo los otros fueran cambiantes! Y eso era pedirle demasiado al destino.
En fin, que tuvo que desviar sus pensamientos hacia otro lado, porque, dada la actitud del tipo ese, no le quedó menos alternativa que hacerlo. Simplemente exhaló, entornando la mirada y cruzando los brazos sobre su pecho. Una total manera de decirle: No es importante.
—¡Hola! ¿Tengo cara de querer esperar algo de alguien que apenas conozco? Lamento herir tus sentimientos, pero no. Si eres lejano, cercano, me da igual —espetó, siempre con ese orgullo tan propio de su carácter—. Si buscas a alguien a quien le importe la familia, puedes irte a Transilvania a hacerle berrinche a los líderes, y ya. Eso si es que dices la verdad y no eres de esos que sólo buscan fama gratuita.
Erzsébet Rákóczi- Cambiante Clase Alta
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Re: The Mask and Mirror — Privado
No le cupo la menor duda de que la mujer que tenía delante era Rákóczi, no por el parecido (escaso, en su opinión) con su madre y con él mismo, sino porque adolecía del mismo defecto que el resto de los miembros de la familia que había conocido, y sobre todo que aquellos que lo habían contratado: ese orgullo intenso, imposible, descarado y agotador, francamente. ¡Y bien que lo sabía él, que hasta en sus peores momentos seguía teniendo arrebatos de ese rasgo que, al parecer, sí que tenían en común! Si había pensado que a ella le daría por pensar distinto de él sólo por estar emparentados, aunque fuera de lejos, se estaba dando con un canto en los dientes sólo por el hecho de que le prestara atención, y algo más allá de eso sería un milagro. Sin embargo, no es como si a Miklós le importara lo que a la ¿transilvana? le diera por opinar de él, pues antes tendría que importarle lo que opinaba él mismo y... en fin, eso es otro tema, y no poco complejo además. En condiciones normales tal vez habría podido responder fácilmente a esa pregunta, pero las condiciones eran tan anormales como cabía esperar, y además se encontraba en medio de un encargo que tenía como protagonista a otra cambiante, eso no podía ignorarlo tan fácil. Por mucho que Miklós tuviera cada vez menos consideración por su propia vida (aunque siguiera sin poder llamársele suicida porque, a ver, algo sí que le quedaba, eso que quedara claro), la costumbre era demasiado fuerte como para resistirse a ella tan fácil, e iba a batallar todo lo que hiciera falta contra la orgullosa Rákóczi, a la que ignoró tan bien como solamente él sabía. Al parecer, iba de ignorar el tema, ¿no?, a juzgar por el comportamiento del uno y de la otra; resultaría, al final, que los primos sí que se parecían un poco más de lo que él creía.
– Fama, dices... ¿Te crees que alguien nos conoce una vez se pasan las fronteras del Sacro Imperio? Tanto casarse entre primos te ha arruinado la cabeza, mi queridísima Erzsébet, es una suerte que yo sea bastardo porque al menos me queda algo de claridad ahí arriba. – la reprendió, ya aburrido de la conversación (monólogo, más bien) que estaba manteniendo, y como consecuencia de ello la sujetó del brazo y la golpeó de nuevo, ¡a tomar viento esa buena relación entre familiares que podía haber habido! Sin embargo, Miklós no era tan estúpido como para pretender que él, precisamente él, fuera a llevarse bien con otro Rákóczi: ni siquiera los que lo habían contratado lo respetaban, y él mismo los estaba usando a su favor; de ese nido de víboras, pocos había que merecieran un trato de favor, y desde luego la princesita mimada que tenía delante no era una de ellos. Así pues, no se contuvo a la hora de transformar su mano en una garra (de león, su pantera seguía sin estar disponible para él por mucho que lo deseara) e hincarle las uñas en la carne blanda del brazo, pero incluso sin esa unión supo de antemano que ella tenía algo aún más familiar que el apellido y el don de cambiante: era una gata. Los reconocía bien porque le erizaban el lomo, lo ponían a la defensiva en la mayoría de los casos porque él, felino solitario por excelencia, casi nunca quería compañía, y ella no era una excepción. Pese a ello, el húngaro seguía teniendo necesidades básicas (como el opio) y no tan básicas (como comer), para las cuales hacía falta dinero, para lo cual hacía falta completar el trabajo, para lo cual continuó hiriendo a su “prima” mientras la miraba con todo su desprecio, digno de los Rákóczi como el orgullo que le corría por las venas también lo era. – Ni hieres mis sentimientos ni me importa lo más mínimo la familia, o de lo contrario buscaría el reconocimiento y el apellido. Pero me han pagado por destrozarte, así que eso, me temo, sí me importa. – comentó, lacónico, y se encogió de hombros como si le diera algo de lástima la situación.
En el fondo quizá sí que se la daba, pero ¿importaba? No. Tal vez en el pasado, siendo de edades parecidas, podrían haberse llevado bien si se hubiera criado junto al resto de la familia y no bajo el control de su madre, nómada y gitana, pero no tenía sentido pensar en las posibilidades cuando éstas habían pasado, así que dejó, de inmediato, de hacerlo.
– Fama, dices... ¿Te crees que alguien nos conoce una vez se pasan las fronteras del Sacro Imperio? Tanto casarse entre primos te ha arruinado la cabeza, mi queridísima Erzsébet, es una suerte que yo sea bastardo porque al menos me queda algo de claridad ahí arriba. – la reprendió, ya aburrido de la conversación (monólogo, más bien) que estaba manteniendo, y como consecuencia de ello la sujetó del brazo y la golpeó de nuevo, ¡a tomar viento esa buena relación entre familiares que podía haber habido! Sin embargo, Miklós no era tan estúpido como para pretender que él, precisamente él, fuera a llevarse bien con otro Rákóczi: ni siquiera los que lo habían contratado lo respetaban, y él mismo los estaba usando a su favor; de ese nido de víboras, pocos había que merecieran un trato de favor, y desde luego la princesita mimada que tenía delante no era una de ellos. Así pues, no se contuvo a la hora de transformar su mano en una garra (de león, su pantera seguía sin estar disponible para él por mucho que lo deseara) e hincarle las uñas en la carne blanda del brazo, pero incluso sin esa unión supo de antemano que ella tenía algo aún más familiar que el apellido y el don de cambiante: era una gata. Los reconocía bien porque le erizaban el lomo, lo ponían a la defensiva en la mayoría de los casos porque él, felino solitario por excelencia, casi nunca quería compañía, y ella no era una excepción. Pese a ello, el húngaro seguía teniendo necesidades básicas (como el opio) y no tan básicas (como comer), para las cuales hacía falta dinero, para lo cual hacía falta completar el trabajo, para lo cual continuó hiriendo a su “prima” mientras la miraba con todo su desprecio, digno de los Rákóczi como el orgullo que le corría por las venas también lo era. – Ni hieres mis sentimientos ni me importa lo más mínimo la familia, o de lo contrario buscaría el reconocimiento y el apellido. Pero me han pagado por destrozarte, así que eso, me temo, sí me importa. – comentó, lacónico, y se encogió de hombros como si le diera algo de lástima la situación.
En el fondo quizá sí que se la daba, pero ¿importaba? No. Tal vez en el pasado, siendo de edades parecidas, podrían haberse llevado bien si se hubiera criado junto al resto de la familia y no bajo el control de su madre, nómada y gitana, pero no tenía sentido pensar en las posibilidades cuando éstas habían pasado, así que dejó, de inmediato, de hacerlo.
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Re: The Mask and Mirror — Privado
Y justo cuando más en paz quería estar consigo misma, a alguien se le ocurría la brillante idea de estropear todo. ¿Es que acaso tenía cara de “hola, me gusta la gente inoportuna”? Obviamente que no, y eso, sin duda, le fastidiaba muchísimo. ¿Qué culpa tenía de ser mejor que todos esos estúpidos Rákóczi envidiosos que no habían ocupado nunca el liderazgo de la familia? Ah, claro. Es que eran unos pobres infelices que vivían de su propio veneno, y nada de lo que hacían les salía bien. Y bueno, tampoco debía gastar pensamientos en esos, porque, ¡qué pereza! Además, todavía tenía que lidiar con su “nuevo primo”. ¿Le interesaba tener uno? Ya contaba con varios, y sólo Mihai se había ganado su aprecio, los otros no, por, ¿humanos?, estirados y poca cosa.
¡Vaya! Resultaba que la Rákóczi era mucho peor de lo que el otro podría haber imaginado. Si los otros eran unos malditos orgullosos, Erzsébet los superaba por mucho. Casi que existía un abismo que les impedía llegar a su nivel de arrogancia. ¿Y qué? Le gustaba ser así, ya prácticamente se había acostumbrado a ello, como a cazar humanos por gusto y placer. Claro, esas eran las consecuencias de la muerte de Ana, no de la crianza de Jozséf, porque, aunque su hija tuviera su carácter, él era un hombre demasiado humilde como para menospreciar a cualquiera. Erzsébet lo sabía, y lo respetaba también, por eso le ocultaba su pasatiempo; ya suficiente tenía con escucharla expresarse con desprecio de los mortales corrientes. Un completo dolor de cabeza para el líder actual de la familia.
Aclaraciones aparte, lo cierto es que Erzsébet se encontraba fastidiada hasta la médula... Y ni siquiera porque el otro fuera un felino como ella, lo cambiaba. Además, esa agresividad gratuita ¿qué? Si así trataba a todos, con razón lo consideraban bastardo. ¡Por favor! Los remilgados aquellos se sentirían ofendidos con tener a un miembro tan desaliñado y salvaje como ese que ¿cómo había dicho que se llamaba? Ya ni recordaba si le había mencionado su nombre o no. ¿Le afectaba? ¡Jah! Seguía siendo Erzsébet Rákóczi, con un poco del linaje de los Báthory, para mayor colmo de la arrogancia.
—¿Y se supone que debería importarme si conocen a los Rákóczi al otro lado del océano? Veo que no soy la única con la cabeza estropeada aquí —sonrió, y lo hizo de manera burlona, sin tener muchas consideraciones, salvo dejar su ego muy en alto—. Sí, supongo que es una suerte que seas bastardo y te estén utilizando para hacer el trabajo sucio. ¿En qué te convierte eso? A ver... ¡ah sí! En un peón de ellos. ¿Tuviste el tiempo de pensártelo? Ay, cierto, es que al don bastardo le importa de poco a nada lo que piensen de él. Pobre salvaje... siendo utilizado por quienes se burlan de él en las estupendísimas fiestas de la alta y repugnante sociedad húngara. Apenas dejes de servirles, te patearán, y hasta intentarán hacerte desaparecer. Porque así son... Unos cobardes.
Y si a él le daba igual que fuera utilizado, a ella le importó menos que la golpeara. Hasta terminó riéndose en su cara; mucho menos le afectó que le estuviera destrozando la piel de su brazo. ¿Por quién la tomaba? De seguro creía que ella se iba a poner a llorar, pero no, sólo siguió burlándose de su supuesto ataque de desprecio. ¡Qué novato! Hasta podría darle clases, a ver si dejaba de causarle tanta gracia todo el asunto. Aun así, en cuanto pudo, apartó el brazo con brusquedad, acercándose a él para propinarle un buen rodillazo en la entrepierna. Y le dolería, obvio, porque ella seguía siendo una sobrenatural, a pesar de su apariencia.
—¡Vaya! No te importa, pero el dinero que puedas sacar de ellos, ¿sí? Que bajo has caído, ¿cómo dijiste que te llamabas? Lo siento, sufro de amnesia a mi conveniencia —espetó, poniéndose a la defensiva, porque sabía que él no se quedaría de brazos cruzados. Qué flojera le daba—. ¿Destrozarme? ¿Y debería tener miedo? Disculpa, déjame consultarlo con mi ego, porque creo que vas por el camino equivocado. ¡Qué bonito! Las gallinas humanas no se sienten capaces de acabar con alguien por su cuenta. Me das un poco de pena, ¿sabes? Pero sólo un poco, poquísimo, casi que ni me la creo.
¡Vaya! Resultaba que la Rákóczi era mucho peor de lo que el otro podría haber imaginado. Si los otros eran unos malditos orgullosos, Erzsébet los superaba por mucho. Casi que existía un abismo que les impedía llegar a su nivel de arrogancia. ¿Y qué? Le gustaba ser así, ya prácticamente se había acostumbrado a ello, como a cazar humanos por gusto y placer. Claro, esas eran las consecuencias de la muerte de Ana, no de la crianza de Jozséf, porque, aunque su hija tuviera su carácter, él era un hombre demasiado humilde como para menospreciar a cualquiera. Erzsébet lo sabía, y lo respetaba también, por eso le ocultaba su pasatiempo; ya suficiente tenía con escucharla expresarse con desprecio de los mortales corrientes. Un completo dolor de cabeza para el líder actual de la familia.
Aclaraciones aparte, lo cierto es que Erzsébet se encontraba fastidiada hasta la médula... Y ni siquiera porque el otro fuera un felino como ella, lo cambiaba. Además, esa agresividad gratuita ¿qué? Si así trataba a todos, con razón lo consideraban bastardo. ¡Por favor! Los remilgados aquellos se sentirían ofendidos con tener a un miembro tan desaliñado y salvaje como ese que ¿cómo había dicho que se llamaba? Ya ni recordaba si le había mencionado su nombre o no. ¿Le afectaba? ¡Jah! Seguía siendo Erzsébet Rákóczi, con un poco del linaje de los Báthory, para mayor colmo de la arrogancia.
—¿Y se supone que debería importarme si conocen a los Rákóczi al otro lado del océano? Veo que no soy la única con la cabeza estropeada aquí —sonrió, y lo hizo de manera burlona, sin tener muchas consideraciones, salvo dejar su ego muy en alto—. Sí, supongo que es una suerte que seas bastardo y te estén utilizando para hacer el trabajo sucio. ¿En qué te convierte eso? A ver... ¡ah sí! En un peón de ellos. ¿Tuviste el tiempo de pensártelo? Ay, cierto, es que al don bastardo le importa de poco a nada lo que piensen de él. Pobre salvaje... siendo utilizado por quienes se burlan de él en las estupendísimas fiestas de la alta y repugnante sociedad húngara. Apenas dejes de servirles, te patearán, y hasta intentarán hacerte desaparecer. Porque así son... Unos cobardes.
Y si a él le daba igual que fuera utilizado, a ella le importó menos que la golpeara. Hasta terminó riéndose en su cara; mucho menos le afectó que le estuviera destrozando la piel de su brazo. ¿Por quién la tomaba? De seguro creía que ella se iba a poner a llorar, pero no, sólo siguió burlándose de su supuesto ataque de desprecio. ¡Qué novato! Hasta podría darle clases, a ver si dejaba de causarle tanta gracia todo el asunto. Aun así, en cuanto pudo, apartó el brazo con brusquedad, acercándose a él para propinarle un buen rodillazo en la entrepierna. Y le dolería, obvio, porque ella seguía siendo una sobrenatural, a pesar de su apariencia.
—¡Vaya! No te importa, pero el dinero que puedas sacar de ellos, ¿sí? Que bajo has caído, ¿cómo dijiste que te llamabas? Lo siento, sufro de amnesia a mi conveniencia —espetó, poniéndose a la defensiva, porque sabía que él no se quedaría de brazos cruzados. Qué flojera le daba—. ¿Destrozarme? ¿Y debería tener miedo? Disculpa, déjame consultarlo con mi ego, porque creo que vas por el camino equivocado. ¡Qué bonito! Las gallinas humanas no se sienten capaces de acabar con alguien por su cuenta. Me das un poco de pena, ¿sabes? Pero sólo un poco, poquísimo, casi que ni me la creo.
Erzsébet Rákóczi- Cambiante Clase Alta
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Re: The Mask and Mirror — Privado
Sus interacciones con los Rákóczi de verdad (es decir, más allá de la gitana bastarda de su madre, que aunque también había tenido cosillas de la familia no tenía nada que ver con el resto) habían sido breves, de acuerdo, pero no por ello habían sido menos útiles: ¡eso que quedara claro! No había necesitado más que un par de encuentros, totalmente casuales, para conocer esa arrogancia de la familia que en él se daba a veces, porque era un heredero mucho más digno que otros de los que sí portaban el apellido. Desde luego, hasta sin conocerla sabía que era un heredero mucho más digno que aquella Erzsébet, de la rama transilvana, una totalmente diferente a la suya, pero en la que debía de haber alguien que se salvaba. Ese alguien no era ella, lo había sabido desde que le habían encargado ocuparse de la gatita díscola que tenía delante, pero aun así ella se esforzó en dejarle muy claro hasta qué punto Miklós estaba mucho mejor siendo un bastardo que reconocido por aquella panda de palurdos a la que, por sangre, pertenecía. No, en serio: en su cara, generalmente impasible (y sobre todo en los últimos tiempos), había una expresión de frío desprecio, que si bien no podía librarse de ese punto de gelidez que caracterizaba al húngaro antes y después de Imara, no podía negar que la parte despreciativa estaba muy presente. ¡Felicidades, Erzsébet, eres la segunda que consigue arrancarle una mínima sensación a Miklós! Sin embargo, como en el otro caso, eso sólo significaba peligro para ella, uno que el húngaro estaba enmascarando estupendamente porque la experiencia era capaz de superponerse a la apatía existencial, pero era sólo cuestión de tiempo que saliera todo a la luz y... Dios, sólo de pensar en borrarle la expresión de patético y horrible orgullo de la cara a su “prima”, o algo así, casi se sentía excitarse, y desde luego se sentía recorrido por una satisfacción la mar de placentera, catártica casi.
– Has debido de entenderme mal, será por la parte transilvana. Lo entiendo, los que son limitados por ser de la rama principal y lo de casarse entre familiares no dan más de sí; permíteme ilustrarme. Me importa una soberana basura lo que pienses de mí, y también lo que piensen ellos. ¿Peón? Sí. ¿Necesito el dinero? También. Uno hace ciertos sacrificios... – comentó, e incluso señaló su dolorida entrepierna, pese a que no había hecho ni un solo amago de demostrar que le había dolido porque, la verdad, estaba centrado en otras cosas. ¡Ventajas que tenía su condición! Además, fuera ella cambiante o no, Miklós seguía siendo más voluminoso y más fuerte, como felino sobre todo, y ni siquiera la ausencia de Laborc de entre sus posibilidades impedía que tuviera cierto margen de maniobra. Así pues, Miklós hizo lo que más sintió como mejor opción en ese momento: golpeó sus rodillas para tirarla al suelo, y antes de que cayera la cogió del pelo, que para fortuna de la ex-pantera llevaba largo, y empezó a arrastrarla por el suelo como él creía que se merecía. Su comportamiento así lo reforzaba, así que el magyar tenía hasta razón, claramente. – ¿Te crees que un bastardo, como yo, no está acostumbrado a que intenten patearlo y a devolverlo? Cuidado, piedra. – lo advirtió tarde, a tiempo de que el guijarro se clavase en la espalda de su “prima”, mientras continuaba arrastrándola por el suelo y tirándola del pelo, ajeno totalmente a los intentos de ella, arrogante como la que más, por soltarse. Así continuó un rato más, hasta que la encadenó a un árbol con cadenas de plata que tenía escondidas por allí, pues su vagabundeo anterior sólo había sido tal hasta cierto punto y... bueno, Miklós a veces estaba preparado, qué se le iba a hacer. – Bueno, señora memoria selectiva, ¿por dónde íbamos? Ah, sí, tu primo Miklós, que necesita el dinero, te va a destrozar. – espetó, y la abofeteó y golpeó sin piedad en la cara, buscando borrarle esa satisfacción que sentía.
Miklós nunca había sido un tipo que tuviera el mismo concepto de familia que los demás, para lo bueno y para lo malo, y, desgraciadamente para Erzsébet, ella estaba a punto de probar exactamente esa parte de lo malo que otros habían aprendido a temer.
– Has debido de entenderme mal, será por la parte transilvana. Lo entiendo, los que son limitados por ser de la rama principal y lo de casarse entre familiares no dan más de sí; permíteme ilustrarme. Me importa una soberana basura lo que pienses de mí, y también lo que piensen ellos. ¿Peón? Sí. ¿Necesito el dinero? También. Uno hace ciertos sacrificios... – comentó, e incluso señaló su dolorida entrepierna, pese a que no había hecho ni un solo amago de demostrar que le había dolido porque, la verdad, estaba centrado en otras cosas. ¡Ventajas que tenía su condición! Además, fuera ella cambiante o no, Miklós seguía siendo más voluminoso y más fuerte, como felino sobre todo, y ni siquiera la ausencia de Laborc de entre sus posibilidades impedía que tuviera cierto margen de maniobra. Así pues, Miklós hizo lo que más sintió como mejor opción en ese momento: golpeó sus rodillas para tirarla al suelo, y antes de que cayera la cogió del pelo, que para fortuna de la ex-pantera llevaba largo, y empezó a arrastrarla por el suelo como él creía que se merecía. Su comportamiento así lo reforzaba, así que el magyar tenía hasta razón, claramente. – ¿Te crees que un bastardo, como yo, no está acostumbrado a que intenten patearlo y a devolverlo? Cuidado, piedra. – lo advirtió tarde, a tiempo de que el guijarro se clavase en la espalda de su “prima”, mientras continuaba arrastrándola por el suelo y tirándola del pelo, ajeno totalmente a los intentos de ella, arrogante como la que más, por soltarse. Así continuó un rato más, hasta que la encadenó a un árbol con cadenas de plata que tenía escondidas por allí, pues su vagabundeo anterior sólo había sido tal hasta cierto punto y... bueno, Miklós a veces estaba preparado, qué se le iba a hacer. – Bueno, señora memoria selectiva, ¿por dónde íbamos? Ah, sí, tu primo Miklós, que necesita el dinero, te va a destrozar. – espetó, y la abofeteó y golpeó sin piedad en la cara, buscando borrarle esa satisfacción que sentía.
Miklós nunca había sido un tipo que tuviera el mismo concepto de familia que los demás, para lo bueno y para lo malo, y, desgraciadamente para Erzsébet, ella estaba a punto de probar exactamente esa parte de lo malo que otros habían aprendido a temer.
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Re: The Mask and Mirror — Privado
Si hubiera tenido la oportunidad de escoger a su familia, jamás habría elegido a los Rákóczi, y por mucho aprecio que le tuviera a su padre, incluso a su abuela, su opinión no cambiaba en lo más mínimo. Gracias a... lo que sea, que permitió que su madre no compartiera esos genes, por ser, justamente, una descendiente de los Báthory. Y ahora que lo meditaba mejor, eso también la convertía a ella en miembro de aquella familia, ¿por qué no darle la espalda a Jozséf? Después de todo él prefirió enfocarse en sus cosas y no en su hija, justo luego del asesinato de Ana, cuando más lo necesitaba. Apenas y rescataba a su abuela, porque, a pesar de no tener el poder de antaño, al menos le habría brindado su afecto y apoyo. ¿Cómo pudo haberse olvidado de la anciana? ¡Porque poco la veía en la actualidad! Por eso es que se olvidó por completo de ella, como solía hacerlo con todos. Sobrenaturales o no, prefería ignorarlos.
Su desprecio hacia todos ellos tenía razones bien justificadas, aparte de no estar muy bien de la cabeza, porque los peores traumas quedaban desde la infancia, y Erzsébet no conservaba recuerdos tan agradables después de que su madre falleciera. El resultado se hallaba justamente en su particular forma de ser, en esa arrogancia constante hacia el resto, porque nadie merecía la pena, y, aunque hacía algunas excepciones, si éstas le fallaban, podían irse muy al demonio...
¿Le indignaba siquiera que la quisieran destruir? No. Porque nada iban a conseguir con eso, ni buena posición, ni nada. Aquellos buitres solían ser más ignorantes de lo que ya los consideraba, ni se molestaban en investigar todo de la manera más inteligente... Y aquel estúpido había caído en su juego, porque sí, supuso que lo hacía por dinero, y de eso no iba a obtener nada. Incluso, si la asesinaba, iba a ser en balde. ¿Para qué preocuparse? Problema suyo si era un pobre diablo; problema de ella sí le aburría enormemente todo aquel asunto tan descabellado. ¡Es que era absurdo por donde se le mirara! ¿Por qué las personas perdían tiempo en esas cosas? La familia era un asco. Es más, nadie debía tener una... ¡Nadie!
Prácticamente bloqueó toda palabra que saliera de la boca de aquel tipo, de quien seguía ignorando el nombre, porque ¿para qué perder neuronas en recordarlo? Eso no era asunto suyo, por más que la tomó desprevenida en ese instante, tirándola al suelo y arrastrándola como un animal (bueno, era uno,qué más daba), no cambió su manera de pensar, ni se molestó en sentir miedo, o algo así. Le satisfacía más la idea de que el pobre diablo no iba a ganarse ni un centavo. Ni asesinándola obtendría algo. Hasta eran capaces de clavarle un puñal por la espalda al bastardo... Uh, que poco conocía a ese nido de víboras. Pero eso sólo debía ser su problema, ella estaba más concentrada pensando en otras cosas, dando por irrelevante el ardor de la plata, ¡al que ya se había acostumbrado!
—¿Decías algo, sujeto desconocido? Mira, si vas a hacer algo, hazlo ya, ¿sí? No sabes lo fastidiada que me tienes con tu inutilidad cerebral. Hagas lo que hagas, nunca obtendrás nada de esos Rákóczi. Están en la bancarrota, y por eso están desesperados por buscar la forma de chantajear a Jozséf, usándote a ti como el culpable de todo. ¿Qué no te dan las neuronas para sospechar un poquito? —replicó, justo con el mismo tono arrogante y molesto de antes—. Pobre estúpido... Ah, y golpeas como niña. Me faltó agregar eso.
¿Lo provocó? No. ¿Lo hizo adrede? Tampoco. Sólo le salió natural, y tan indiferente como le estaba dando toda la vida en sí. Tanto esfuerzo del tipo sin nombre para nada...
Su desprecio hacia todos ellos tenía razones bien justificadas, aparte de no estar muy bien de la cabeza, porque los peores traumas quedaban desde la infancia, y Erzsébet no conservaba recuerdos tan agradables después de que su madre falleciera. El resultado se hallaba justamente en su particular forma de ser, en esa arrogancia constante hacia el resto, porque nadie merecía la pena, y, aunque hacía algunas excepciones, si éstas le fallaban, podían irse muy al demonio...
¿Le indignaba siquiera que la quisieran destruir? No. Porque nada iban a conseguir con eso, ni buena posición, ni nada. Aquellos buitres solían ser más ignorantes de lo que ya los consideraba, ni se molestaban en investigar todo de la manera más inteligente... Y aquel estúpido había caído en su juego, porque sí, supuso que lo hacía por dinero, y de eso no iba a obtener nada. Incluso, si la asesinaba, iba a ser en balde. ¿Para qué preocuparse? Problema suyo si era un pobre diablo; problema de ella sí le aburría enormemente todo aquel asunto tan descabellado. ¡Es que era absurdo por donde se le mirara! ¿Por qué las personas perdían tiempo en esas cosas? La familia era un asco. Es más, nadie debía tener una... ¡Nadie!
Prácticamente bloqueó toda palabra que saliera de la boca de aquel tipo, de quien seguía ignorando el nombre, porque ¿para qué perder neuronas en recordarlo? Eso no era asunto suyo, por más que la tomó desprevenida en ese instante, tirándola al suelo y arrastrándola como un animal (bueno, era uno,qué más daba), no cambió su manera de pensar, ni se molestó en sentir miedo, o algo así. Le satisfacía más la idea de que el pobre diablo no iba a ganarse ni un centavo. Ni asesinándola obtendría algo. Hasta eran capaces de clavarle un puñal por la espalda al bastardo... Uh, que poco conocía a ese nido de víboras. Pero eso sólo debía ser su problema, ella estaba más concentrada pensando en otras cosas, dando por irrelevante el ardor de la plata, ¡al que ya se había acostumbrado!
—¿Decías algo, sujeto desconocido? Mira, si vas a hacer algo, hazlo ya, ¿sí? No sabes lo fastidiada que me tienes con tu inutilidad cerebral. Hagas lo que hagas, nunca obtendrás nada de esos Rákóczi. Están en la bancarrota, y por eso están desesperados por buscar la forma de chantajear a Jozséf, usándote a ti como el culpable de todo. ¿Qué no te dan las neuronas para sospechar un poquito? —replicó, justo con el mismo tono arrogante y molesto de antes—. Pobre estúpido... Ah, y golpeas como niña. Me faltó agregar eso.
¿Lo provocó? No. ¿Lo hizo adrede? Tampoco. Sólo le salió natural, y tan indiferente como le estaba dando toda la vida en sí. Tanto esfuerzo del tipo sin nombre para nada...
Erzsébet Rákóczi- Cambiante Clase Alta
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Re: The Mask and Mirror — Privado
¿De verdad creía, la arrogante de ella, que Miklós era como los demás muertos de hambre con los que se había cruzado en su vida? No hacía falta responder a eso, estaba más que claro que sí, por supuesto, y si bien el Miklós del pasado, a casi otra vida de distancia, se habría ofendido, en esta, sin embargo, no reaccionó más que alzando una ceja. Así, en su rostro, pudo verse aún mejor que en el de ella, casi de cadáver, ese orgullo Rákóczi que no se aprendía, simplemente se heredaba y se trataba de lidiar con él cuanto uno buenamente pudiera, en general mal. Y si alguien no lo creía, como ejemplo perfecto se encontraban ellos dos, atacándose verbal y físicamente, él con fuerza y ella con palabras e indiferencia, ¡como si él fuera un estúpido! Lo cierto era que sí, de acuerdo, los dos podían ser primos medio lejanos o medio carnales, a saber, pero no podían ser más diferentes, y esa falta de semejanza no se encontraba en la falta de cuna de oro por parte de Miklós, sino más bien en que su indiferencia con respecto a la vida era real, mientras que la de ella era pura arrogancia, nada más y nada menos. No se trataba, pues, de que el magyar no considerara que nadie merecía su atención, sino que realmente casi nada le provocaba interés, y por eso mismo había aceptado el trabajo; el dinero había sido un aliciente, ¡cuándo no lo era! (y ¿para quién no? Aparte de para la rica privilegiada de ella, claro), pero si había aceptado era porque tenía las mismas razones para decir que sí que las que tenía para decir que no: ninguna. Los dramas Rákóczi se la traían bastante al pairo, sabía que jamás sería parte de ellos por ser un bastardo, así que ¿por qué no aceptar que lo emplearan? Total, otros más que lo harían de una larga lista de posibles candidatos, que compartieran apellido era totalmente irrelevante dadas las circunstancias. Y hablando de irrelevante...
– Golpeo como una niña, ¿se supone que eso es un insulto? Porque he conocido a niñas bastante más curtidas que tú, algo no demasiado difícil, y no me ofende que me compares. A otro perro con ese hueso, gatita. – explicó Miklós, con tono aburrido, y la abofeteó con fuerza suficiente para dejarla inconsciente y poder llevársela de allí, una excusa maravillosa para no decir que lo había hecho para no escucharla más. ¡Qué aburrimiento! Cuando, hacía no tanto, el pensamiento de que echaba de menos hablar en su húngaro natal se le había cruzado por los pensamientos, desde luego que lo último que había pretendido había sido una conversación tan vacía y estúpida como la que estaba manteniendo con ella, cuando de hecho lo único que debía hacer era entregarla, y ya. ¡Sin complicaciones, sin problemas! Al menos en teoría, pero Miklós no podía dejar de pensar en lo que ella había dicho, en esa bancarrota Rákóczi que le perjudicaría porque significaba que nadie le pagaría, y eso que él necesitaba el dinero. Si había sido un adicto al opio antes de todo, después de que su Imara muriera esa adicción se había intensificado con una fuerza que lo había pillado por sorpresa hasta a él, y claro, el vicio no era barato, y no sólo de peleas vive el magyar... Tenía que buscarse la manera de financiarse el olvido de la droga, que cada vez requería de más cantidad de ella para hacer un poco de efecto, así que no le quedaba otra que reclamar su dinero. Así pues, con ella inconsciente (y atada), la condujo hasta el lugar en el que había acordado reunirse con los intermediarios de la familia, pero en vez de mostrarla, la amordazó, la escondió y la tapó para que no fuera fácil de ver. Además, la drogó con plantas calmantes que llevaba encima, de modo que no se despertara mientras durara la negociación. No es como si durara mucho: Miklós se ofendió (¡sentimientos, por fin! Pero breves...), mató al intermediario (un Rákóczi de quinta, hasta él lo era más) y se la llevó a una habitación cerca del burdel, de la peor muerte posible, para que así la princesita estúpida se ofendiera aún más. – ¿Qué ha hecho József para merecer esto? ¿Tenerte como hija? Eso es castigo suficiente de por sí. Tiene buena fama, así que tú me dirás qué pecados quieren los demás que pague.
Podía decir que no le interesaban los asuntos de los Rákóczi, y generalmente no lo hacían, pero dado que se habían intentado pasar de listos con él, Miklós había decidido que intervendría en los asuntos familiares, sí... Pero a su manera. A su dañina, poco ortodoxa y desde luego fría manera.
– Golpeo como una niña, ¿se supone que eso es un insulto? Porque he conocido a niñas bastante más curtidas que tú, algo no demasiado difícil, y no me ofende que me compares. A otro perro con ese hueso, gatita. – explicó Miklós, con tono aburrido, y la abofeteó con fuerza suficiente para dejarla inconsciente y poder llevársela de allí, una excusa maravillosa para no decir que lo había hecho para no escucharla más. ¡Qué aburrimiento! Cuando, hacía no tanto, el pensamiento de que echaba de menos hablar en su húngaro natal se le había cruzado por los pensamientos, desde luego que lo último que había pretendido había sido una conversación tan vacía y estúpida como la que estaba manteniendo con ella, cuando de hecho lo único que debía hacer era entregarla, y ya. ¡Sin complicaciones, sin problemas! Al menos en teoría, pero Miklós no podía dejar de pensar en lo que ella había dicho, en esa bancarrota Rákóczi que le perjudicaría porque significaba que nadie le pagaría, y eso que él necesitaba el dinero. Si había sido un adicto al opio antes de todo, después de que su Imara muriera esa adicción se había intensificado con una fuerza que lo había pillado por sorpresa hasta a él, y claro, el vicio no era barato, y no sólo de peleas vive el magyar... Tenía que buscarse la manera de financiarse el olvido de la droga, que cada vez requería de más cantidad de ella para hacer un poco de efecto, así que no le quedaba otra que reclamar su dinero. Así pues, con ella inconsciente (y atada), la condujo hasta el lugar en el que había acordado reunirse con los intermediarios de la familia, pero en vez de mostrarla, la amordazó, la escondió y la tapó para que no fuera fácil de ver. Además, la drogó con plantas calmantes que llevaba encima, de modo que no se despertara mientras durara la negociación. No es como si durara mucho: Miklós se ofendió (¡sentimientos, por fin! Pero breves...), mató al intermediario (un Rákóczi de quinta, hasta él lo era más) y se la llevó a una habitación cerca del burdel, de la peor muerte posible, para que así la princesita estúpida se ofendiera aún más. – ¿Qué ha hecho József para merecer esto? ¿Tenerte como hija? Eso es castigo suficiente de por sí. Tiene buena fama, así que tú me dirás qué pecados quieren los demás que pague.
Podía decir que no le interesaban los asuntos de los Rákóczi, y generalmente no lo hacían, pero dado que se habían intentado pasar de listos con él, Miklós había decidido que intervendría en los asuntos familiares, sí... Pero a su manera. A su dañina, poco ortodoxa y desde luego fría manera.
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Re: The Mask and Mirror — Privado
Si tan mal les caía, ¿por qué no la habían asesinado ellos mismos? Justo como hicieron con su madre... Claro, ahora todo tenía sentido; la verdad se revelaba ante sus ojos como un libro abierto. Y la culpa, pensó, era de Jozséf, aunque no tuviera mucho que ver. Pero sí resultaba de ese modo, al menos para Erzsébet, pues su padre, por ser tan diferente y menos arrogante que todos los demás, se había ganado la envidia y la antipatía de aquellas harpías. Incluso su abuela Ina había tenido que lidiar con las consecuencias. ¡Su odio hacia todos ellos se hizo aún más grande e insoportable! Y ni siquiera Jozséf se había librado, porque a él le recriminaría la muerte de Ana, por más que una parte de su conciencia intentara llevarle la contraria, haciéndole ver que no se trataba de eso; Erzsébet seguiría enfrascada en esa teoría. Aun así, ¿cómo no juzgarlo? Justamente sus intereses políticos, y esa testarudez de querer ser alguien noble de espíritu, le acarrearon muchos problemas. Y ahora ella resultaría ser la siguiente víctima...
No le dio tiempo siquiera a pensar demasiado en sus deducciones, porque su mente quedó en tinieblas, y no hubo mayor atención en los detalles que la rodeaban, sólo se hallaba centrada en ella, como si fuera alguna novedad. Pero esta vez no se trataba de su ego, sino en las cosas que ¿descubría? No, ella ya conservaba dudas suficientes, desde hacía muchísimo tiempo, más no quiso ahondar demasiado, porque eso significaba recordar la muerte de Ana, justo como su estado inconsciente se lo estaba restregando en la cara. Ana no sólo había muerto; ella fue testigo del crimen, y su madre expiró en sus brazos en aquel entonces. ¡Y no había nadie para auxiliarla! Incluso su claustrofobia tenía origen en esa ocasión... ¡Para que luego siguieran pensando que Erzsébet era detestable sólo porque sí!
La oscuridad, las voces de ellos... Ana extinguiéndose en sus brazos. Aquello fue suficiente para arrancarla del maldito letargo en la que había sido inducida adrede, y sólo pensaba en no querer saber más. Incluso reprimió las lágrimas, como lo había hecho por todos esos años; sin embargo, una terminó escapándose y tuvo que aguantar la respiración para no dejar que ese sentimiento de tristeza, mezclado con el de rabia e impotencia, le ganaran. Así fue como terminó viendo en la muerte una oferta tentadora. Ya no quería saber más nada de los Rákóczi y de su pútrida existencia. ¿Por qué no se largó con su tía materna cuando tuvo ocasión de hacerlo? Estaba a tiempo. Bueno, en realidad no.
Si se moría, Jozséf tendría que cargar con la maldita culpa siempre, y eso era lo que más deseaba Erzsébet en ese momento. Que se pudriera en su propia desgracia, porque menos no se merecía. ¡La única idea de verlo desgastarse la hizo sonreír de manera fugaz! Porque sí, le dolía que su propio padre no hubiera hecho nada para evitar todo el veneno que la consumía día tras día. No hizo absolutamente nada por ella Era condenadamente estúpido, y le daba impotencia no poder gritárselo a la cara. Hasta el mismo Mihai quiso hacerlo entrar en razón, pero nada funcionaba... Bien, sus enemigos habían ganado una vez más; iba a perder a alguien cercano, sólo por no dar su brazo a torcer. ¡Buen trabajo, Jozséf! Felicidades por tu grandiosa labor.
Sin embargo, ella seguía manteniendo ese orgullo de familia, y prefería acabar con su propia vida por cuenta suya, que permitir que otro lo hiciera, sin importar quien fuera. Erzsébet ni prestó atención a nada a su alrededor, porque se hallaba concentrada en buscar la manera de destrozarse la muñeca con la cadena que la ataba, sobre todo cuando descubrió que una parte conservaba un mínimo filo, lo suficiente para causarse una herida considerable si ejercía la fuerza necesaria. ¡Y bingo! Sólo le faltaba hacer lo mismo con la otra... y como era plata, resultó tarea sencilla. Aunque para ello hizo un enorme esfuerzo por no moverse demasiado y soportar el dolor como mejor podía. Al menos morir desangrada no parecía tan malo, a pesar de que, probablemente, su corazón terminaría deteniéndose antes por la falta de sangre. Y en fin, tenía que conformarse con lo que tenía a la mano.
—Te lo dije, están en la ruina. Pero, ¿para qué creerle a la estúpida Rákóczi? ¿Verdad? ¡Para qué! —espetó—. Aunque si el problema es el dinero, chantajea a Jozséf, él cede fácilmente. Podrías inventarte una historia de fantasía, como a él tanto le gustan, y listo. De seguro tendrás una buena recompensa —soltó, mientras intentaba ocultar su impulso de idiotez—. Ya está. Todos tendrían lo que se merecen, y a mí me dejarían en paz de una maldita vez... ¿En qué idioma tengo que hablarles para que entiendan que no quiero saber de nada que lleve el pútrido apellido Rákóczi? Y tú, dejándote chantajear por esos imbéciles, que de seguro son los mismos que desterraron a tus padres. Digo, para buscarte y que hicieras el trabajo sucio, es porque mucho tenían que saber. No lo sé, no es tan difícil entender ciertas cosas, ¿sabes? Ah, no, es que yo soy la niña mimada, que le vale poco la familia, blah blah blah. Tonterías.
Y que bien se sintió dejar salir todo eso, pero... ¡Ahora tenía las muñecas destrozadas! Definitivamente nada de eso se veía bien. ¿Ni estando al otro lado del océano la iban a dejar tranquila? Es que eran obstinados esos buitres. Como una maldita piedra en el zapato que nunca dejaba de molestar y... ¿Quién diablos apagó la luz?
No le dio tiempo siquiera a pensar demasiado en sus deducciones, porque su mente quedó en tinieblas, y no hubo mayor atención en los detalles que la rodeaban, sólo se hallaba centrada en ella, como si fuera alguna novedad. Pero esta vez no se trataba de su ego, sino en las cosas que ¿descubría? No, ella ya conservaba dudas suficientes, desde hacía muchísimo tiempo, más no quiso ahondar demasiado, porque eso significaba recordar la muerte de Ana, justo como su estado inconsciente se lo estaba restregando en la cara. Ana no sólo había muerto; ella fue testigo del crimen, y su madre expiró en sus brazos en aquel entonces. ¡Y no había nadie para auxiliarla! Incluso su claustrofobia tenía origen en esa ocasión... ¡Para que luego siguieran pensando que Erzsébet era detestable sólo porque sí!
La oscuridad, las voces de ellos... Ana extinguiéndose en sus brazos. Aquello fue suficiente para arrancarla del maldito letargo en la que había sido inducida adrede, y sólo pensaba en no querer saber más. Incluso reprimió las lágrimas, como lo había hecho por todos esos años; sin embargo, una terminó escapándose y tuvo que aguantar la respiración para no dejar que ese sentimiento de tristeza, mezclado con el de rabia e impotencia, le ganaran. Así fue como terminó viendo en la muerte una oferta tentadora. Ya no quería saber más nada de los Rákóczi y de su pútrida existencia. ¿Por qué no se largó con su tía materna cuando tuvo ocasión de hacerlo? Estaba a tiempo. Bueno, en realidad no.
Si se moría, Jozséf tendría que cargar con la maldita culpa siempre, y eso era lo que más deseaba Erzsébet en ese momento. Que se pudriera en su propia desgracia, porque menos no se merecía. ¡La única idea de verlo desgastarse la hizo sonreír de manera fugaz! Porque sí, le dolía que su propio padre no hubiera hecho nada para evitar todo el veneno que la consumía día tras día. No hizo absolutamente nada por ella Era condenadamente estúpido, y le daba impotencia no poder gritárselo a la cara. Hasta el mismo Mihai quiso hacerlo entrar en razón, pero nada funcionaba... Bien, sus enemigos habían ganado una vez más; iba a perder a alguien cercano, sólo por no dar su brazo a torcer. ¡Buen trabajo, Jozséf! Felicidades por tu grandiosa labor.
Sin embargo, ella seguía manteniendo ese orgullo de familia, y prefería acabar con su propia vida por cuenta suya, que permitir que otro lo hiciera, sin importar quien fuera. Erzsébet ni prestó atención a nada a su alrededor, porque se hallaba concentrada en buscar la manera de destrozarse la muñeca con la cadena que la ataba, sobre todo cuando descubrió que una parte conservaba un mínimo filo, lo suficiente para causarse una herida considerable si ejercía la fuerza necesaria. ¡Y bingo! Sólo le faltaba hacer lo mismo con la otra... y como era plata, resultó tarea sencilla. Aunque para ello hizo un enorme esfuerzo por no moverse demasiado y soportar el dolor como mejor podía. Al menos morir desangrada no parecía tan malo, a pesar de que, probablemente, su corazón terminaría deteniéndose antes por la falta de sangre. Y en fin, tenía que conformarse con lo que tenía a la mano.
—Te lo dije, están en la ruina. Pero, ¿para qué creerle a la estúpida Rákóczi? ¿Verdad? ¡Para qué! —espetó—. Aunque si el problema es el dinero, chantajea a Jozséf, él cede fácilmente. Podrías inventarte una historia de fantasía, como a él tanto le gustan, y listo. De seguro tendrás una buena recompensa —soltó, mientras intentaba ocultar su impulso de idiotez—. Ya está. Todos tendrían lo que se merecen, y a mí me dejarían en paz de una maldita vez... ¿En qué idioma tengo que hablarles para que entiendan que no quiero saber de nada que lleve el pútrido apellido Rákóczi? Y tú, dejándote chantajear por esos imbéciles, que de seguro son los mismos que desterraron a tus padres. Digo, para buscarte y que hicieras el trabajo sucio, es porque mucho tenían que saber. No lo sé, no es tan difícil entender ciertas cosas, ¿sabes? Ah, no, es que yo soy la niña mimada, que le vale poco la familia, blah blah blah. Tonterías.
Y que bien se sintió dejar salir todo eso, pero... ¡Ahora tenía las muñecas destrozadas! Definitivamente nada de eso se veía bien. ¿Ni estando al otro lado del océano la iban a dejar tranquila? Es que eran obstinados esos buitres. Como una maldita piedra en el zapato que nunca dejaba de molestar y... ¿Quién diablos apagó la luz?
Erzsébet Rákóczi- Cambiante Clase Alta
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Re: The Mask and Mirror — Privado
Otra cosa no, pero el encuentro con su ¿prima? Erzsébet le estaba dejando clarísimo que la inteligencia que poseía no la había sacado, ni de broma, del lado Rákóczi de la familia, del que ella hacía mucha más gala de la que le gustaría. Sí, decía que los odiaba, se comportaba incluso como si lo hiciera, pero esos aires de grandeza que poseía la familia los había mamado desde el momento de su maldito nacimiento, y le daban a todos sus movimientos un aire que al otro magyar le estaba dando auténticas arcadas, y eso que solía tener buen estómago. ¿Qué podía decir? Siempre había sentido reparos por los ricachones (o por los ex ricachones, si es que escuchaba a su prima. Aún no sabía si terminaría haciéndolo o no), y más por los que se atrevían a catalogarlo sin conocerlo. El rechazo que había sentido de niño por parte de quienes compartían sangre con él le había calado hondo, tanto que sólo estar en una situación desesperada le había hecho aceptar un encargo que le estaba dando muchos más dolores de cabeza de los que él, inicialmente, había creído que sufriría. Y lo peor era que algo le decía que la cosa iba a ir a peor, una sensación que no era tanto intuición o la certeza de que todo siempre era susceptible de empeorar como algo que captó su olfato, no lo suficientemente pronto porque para cuando lo hizo ella ya estaba sangrando copiosamente, pero mejor tarde que nunca, ¿no? Además, tampoco lo había hecho tan tarde, teniendo en cuenta que ella seguía respirando y viva, aunque no por mucho; tragándose una maldición en sonoro húngaro que no le serviría de nada ni le ayudaría lo más mínimo, Miklós arrancó trozos de la ropa ajena y los utilizó para envolverle las heridas a la otra cambiante, de modo que, con suerte, favorecería la curación natural de los suyos. Sin suerte, ella moriría y él, que no iba a cobrar de todas maneras, se ahorraría el luto; fuera cual fuese el resultado, a él le daba igual, pero quiso el Altísimo que ella no muriera y que él pudiera encararla.
– Serénate, niña mimada, y no me seas suicida, ¿o es que no sabes que es un maldito pecado? – le recriminó, con esa fe católica suya saliendo a la luz en el momento menos oportuno, pero ¿es que había algún buen momento para que eso sucediera? Porque si no era eso, era cualquier otra cosa; la vida de Miklós se había basado, en los últimos tiempos, en ir encadenando una desdicha con la siguiente, y a aquellas alturas ya casi estaba acostumbrado, con lo que el mensaje de la desesperada Erzsébet no lo hundió ni siquiera un poco. Se necesitaba algo mucho más poderoso que eso para que Miklós se encontrara tocando fondo, y después de que su hermana hubiera fallecido y lo hubiera anclado al lecho más profundo en el que él había decidido regodearse, bueno, lo que los otros familiares suyos (y en común con su recientemente descubierta prima) decidieran hacer prácticamente se la resbalaría, la verdad. ¡Bendita fuera su apatía existencial habitual! Ni siquiera el amago de salir de ella que le había proporcionado Erzsébet le había durado demasiado, ya que el rostro anguloso del magyar se encontraba, de nuevo, frío e inalcanzable, demasiado parecido a los familiares que tenían en común para que le quedara a alguien la más mínima duda acerca de los antecedentes familiares del antaño conocido como Laborc. Por suerte para él, se encontraba tan concentrado en sus pensamientos y en las palabras anteriores de la joven, cuyas heridas apretaba para favorecer, también así, la curación, que ni siquiera se dio cuenta de que así era, igual que tampoco cayó en que seguía haciendo el esfuerzo (no pedido) de salvarle la vida. ¡De nada, eh! No le quedaba la más mínima duda de que ella no se lo agradecería jamás, pero algo en Miklós se rebelaba ante la idea de que los otros Rákóczi pudieran ganarle la batalla también a ella, que se la había presentado con tenacidad a él mismo, de modo que intervino, sí, y en más de un sentido. Para su futura desgracia...
– Quieres que te dejen en paz. Estás tan desesperada por conseguirlo que llegas a extremos estúpidos y... No me interrumpas, estúpida. – comenzó, deteniéndose solamente para darle un golpe en la frente con el que la obligaba a prestar atención de nuevo, y cuando se aseguró de que así era decidió continuar. – Se me ocurre una manera de que ganemos los dos, tú y yo, pero claro, ¿para qué vas a escuchar al Rákóczi desharrapado en el que no confía nadie? Bueno, te daré un motivo: porque te he salvado la vida y te voy a dar la oportunidad de que te busques una mejor. – propuso, y aunque su voz era tan fría como el témpano de hielo en el que se había convertido su interior, había algo magnético en él, tal vez la promesa de una solución que podría beneficiarlos a los dos o, simplemente, algo que estuviera relacionado con su atractivo natural. Fuera cual fuese el motivo, Erzsébet no pudo discutirle nada a Miklós, y gracias a eso él pudo continuar con el plan que había estado dibujando en su mente hasta hacía apenas unos momentos. – Contemos una historia, pero hagámoslo los dos. Contemos a todos que has muerto, que has sufrido un horrible accidente que nadie fue capaz de impedir y que ya no existes, ¡puf!, desvanecida por completo para ellos. Yo ofreceré las pruebas suficientes, cobraré la recompensa que József pueda ofrecerme y me encargaré de que todos lo crean, y tú serás libre de hacer lo que te venga en gana, porque, estando muerta, ¿quién va a buscarte y a reclamarte nada, Erzsébet? Piénsalo: los dos ganamos así. Y ni siquiera tienes que morirte de verdad. – expuso, encogiéndose de hombros y separando, finalmente, las manos de las heridas de la joven (en realidad, no tanto), como si le ofreciera de verdad una elección que debería estar tomada sin planteárselo, porque era la mejor y los dos lo sabían.
Alguna ventaja tenía que tener esa maldición suya de no sentir nada, ¿no? Cuantas menos emociones, más claridad en sus pensamientos, y más posibilidades de llegar a acuerdos beneficiosos con otros...
– Serénate, niña mimada, y no me seas suicida, ¿o es que no sabes que es un maldito pecado? – le recriminó, con esa fe católica suya saliendo a la luz en el momento menos oportuno, pero ¿es que había algún buen momento para que eso sucediera? Porque si no era eso, era cualquier otra cosa; la vida de Miklós se había basado, en los últimos tiempos, en ir encadenando una desdicha con la siguiente, y a aquellas alturas ya casi estaba acostumbrado, con lo que el mensaje de la desesperada Erzsébet no lo hundió ni siquiera un poco. Se necesitaba algo mucho más poderoso que eso para que Miklós se encontrara tocando fondo, y después de que su hermana hubiera fallecido y lo hubiera anclado al lecho más profundo en el que él había decidido regodearse, bueno, lo que los otros familiares suyos (y en común con su recientemente descubierta prima) decidieran hacer prácticamente se la resbalaría, la verdad. ¡Bendita fuera su apatía existencial habitual! Ni siquiera el amago de salir de ella que le había proporcionado Erzsébet le había durado demasiado, ya que el rostro anguloso del magyar se encontraba, de nuevo, frío e inalcanzable, demasiado parecido a los familiares que tenían en común para que le quedara a alguien la más mínima duda acerca de los antecedentes familiares del antaño conocido como Laborc. Por suerte para él, se encontraba tan concentrado en sus pensamientos y en las palabras anteriores de la joven, cuyas heridas apretaba para favorecer, también así, la curación, que ni siquiera se dio cuenta de que así era, igual que tampoco cayó en que seguía haciendo el esfuerzo (no pedido) de salvarle la vida. ¡De nada, eh! No le quedaba la más mínima duda de que ella no se lo agradecería jamás, pero algo en Miklós se rebelaba ante la idea de que los otros Rákóczi pudieran ganarle la batalla también a ella, que se la había presentado con tenacidad a él mismo, de modo que intervino, sí, y en más de un sentido. Para su futura desgracia...
– Quieres que te dejen en paz. Estás tan desesperada por conseguirlo que llegas a extremos estúpidos y... No me interrumpas, estúpida. – comenzó, deteniéndose solamente para darle un golpe en la frente con el que la obligaba a prestar atención de nuevo, y cuando se aseguró de que así era decidió continuar. – Se me ocurre una manera de que ganemos los dos, tú y yo, pero claro, ¿para qué vas a escuchar al Rákóczi desharrapado en el que no confía nadie? Bueno, te daré un motivo: porque te he salvado la vida y te voy a dar la oportunidad de que te busques una mejor. – propuso, y aunque su voz era tan fría como el témpano de hielo en el que se había convertido su interior, había algo magnético en él, tal vez la promesa de una solución que podría beneficiarlos a los dos o, simplemente, algo que estuviera relacionado con su atractivo natural. Fuera cual fuese el motivo, Erzsébet no pudo discutirle nada a Miklós, y gracias a eso él pudo continuar con el plan que había estado dibujando en su mente hasta hacía apenas unos momentos. – Contemos una historia, pero hagámoslo los dos. Contemos a todos que has muerto, que has sufrido un horrible accidente que nadie fue capaz de impedir y que ya no existes, ¡puf!, desvanecida por completo para ellos. Yo ofreceré las pruebas suficientes, cobraré la recompensa que József pueda ofrecerme y me encargaré de que todos lo crean, y tú serás libre de hacer lo que te venga en gana, porque, estando muerta, ¿quién va a buscarte y a reclamarte nada, Erzsébet? Piénsalo: los dos ganamos así. Y ni siquiera tienes que morirte de verdad. – expuso, encogiéndose de hombros y separando, finalmente, las manos de las heridas de la joven (en realidad, no tanto), como si le ofreciera de verdad una elección que debería estar tomada sin planteárselo, porque era la mejor y los dos lo sabían.
Alguna ventaja tenía que tener esa maldición suya de no sentir nada, ¿no? Cuantas menos emociones, más claridad en sus pensamientos, y más posibilidades de llegar a acuerdos beneficiosos con otros...
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Re: The Mask and Mirror — Privado
La muerte parecía mostrarse como un lugar oscuro, terriblemente sombrío, silencioso como un invierno cualquiera, incluso gélido como la cima de una montaña en el fin del mundo... ¿Era eso lo que realmente añoraba? No era nada parecido a lo que se contaba en los libros, porque los que escribían esos libros no tenían la más parca idea de lo que significaba morir en realidad. Eran puras supercherías, de las cuales había dejado creer hace mucho, y aún en tales circunstancias, no creía, porque ningún maldito milagro había evitado que su madre muriera y la abandonara para siempre, o que Jozséf cambiara de opinión con respecto al liderazgo de ese montón de víboras infelices. ¿Creía que los iba a cambiar así nada más? Ni porque pasaran por mil encarnaciones ellos dejarían de ser lo que eran. Y lo decía ella, que no creía en encarnaciones, ni en nada de esas cosas de amigos imaginarios. Toda su fe desapareció con la partida de Ana...
Lo único raro de ese estado, casi catatónico, en el que se hallaba, era que recordaba muchas cosas, incluso como si estuviera lúcida. Pero no captaba los sonidos del exterior, era como si se mantuviera envuelta en muchas mantas, frías, oscuras, que hasta la asfixiaban lentamente. ¿Empezaba a dedicarle los últimos suspiros a la vida? Sentía como si una docena de sanguijuelas estuvieran drenándola de a poco, en sus muñecas; entonces supo lo que había hecho. ¡Entonces volvió a escuchar esa molesta voz taladrarle los oídos! Aun así, no quiso abrir los ojos, porque tampoco le quedaban tantas energías para hacerlo. La pérdida de sangre había conseguido debilitarla, y era contraproducente en su caso, no por la muerte en sí, sino por su condenado y agobiante orgullo, al que tuvo que patear muy lejos, si es que quería salir de ahí y huir lejos de su familia.
Apenas gruñó, o sonó más bien como un quejido, bajo, como si le fastidiara la vida misma en ese instante. Y sí que lo hacía, y más cuando le hablaban de cosas que no existían, y menos desde su punto de vista, por eso, y tal como su testarudez habitual se lo exigía, tuvo que replicarle, y con mucho esfuerzo que lo hizo...
—¿Pecado? Lo que me faltaba, ¿tú también crees en amigos imaginarios? Son cuentos para asustar a los niños. Así que no, no es un maldito pecado, ¿quién lo dice? ¿Un anciano hipócrita que abusa de niños? —gruñó, de muy mal genio. Y no decía aquello por pura ingenuidad, estaba al tanto de esas cosas, y aquello terminó alejándola más de todas esas creencias, pero no las cuestionaba, sobre todo por conocer el riesgo al que podía arrojarse. ¿Y qué? Ganas no le faltaban tampoco—. No te escandalices por la verdad, no seas estúpido...
¡Que dejara de golpearla de una buena vez o la iba a dejar más tonta! La mirada que le echó Erzsébet no fue de muy buenos amigos, casi que podía fulminarlo, si así pudiera, pero aquello era mucho pedir, así que tuvo que conformarse con escucharlo, y poner los ojos en blanco cuando repitió exactamente lo que ella, antes de cortarse de una manera nada sutil, le había propuesto. ¿Estaban haciendo competencia de tontos? ¡Vaya primo se había conseguido!
—¿Y quién te pidió que me salvaras la vida, idiota? Yo sí te hubiera dejado morir, ¿para qué iba a gastar energías salvando a alguien? —replicó, frívola. Sin embargo, mentía, porque no le gustaba aceptar ciertas verdades, y lo de permitir que alguien muriera sin ningún motivo, bueno, eso no le agradaba demasiado—. Salvarme la vida no es un motivo, así que erraste con eso, como sea que te llames. Pero ya que andas de metiche en este asunto de los Rákóczi de porquería, está bien, anda a pedirle dinero a mi padre y yo me esfumo. Ya está, todos felices... Aunque me hubiera gustado morir de verdad, pedazo de metiche. ¿A quién le gusta vivir así? ¿A ti? Uh, no pareces el tipo de sujetos que opine lo contrario, aunque se empeñen en no querer admitirlo... ¿O me equivoco?
Replicó, sibilina, pero luego terminó aburriéndose del asunto y se giró, dándole la espalda al otro. Si ella quería morirse, esfumarse de este mundo, ¿por qué no la dejó hacerlo? ¡Fin del maldito problema!
—¿Por qué decidiste salvarme la vida, eh? ¿No era más fácil que muriera? Igual ibas a cobrar tu recompensa. ¡Y no quiero excusas! Ya me harté de escucharlas de todos...
Lo único raro de ese estado, casi catatónico, en el que se hallaba, era que recordaba muchas cosas, incluso como si estuviera lúcida. Pero no captaba los sonidos del exterior, era como si se mantuviera envuelta en muchas mantas, frías, oscuras, que hasta la asfixiaban lentamente. ¿Empezaba a dedicarle los últimos suspiros a la vida? Sentía como si una docena de sanguijuelas estuvieran drenándola de a poco, en sus muñecas; entonces supo lo que había hecho. ¡Entonces volvió a escuchar esa molesta voz taladrarle los oídos! Aun así, no quiso abrir los ojos, porque tampoco le quedaban tantas energías para hacerlo. La pérdida de sangre había conseguido debilitarla, y era contraproducente en su caso, no por la muerte en sí, sino por su condenado y agobiante orgullo, al que tuvo que patear muy lejos, si es que quería salir de ahí y huir lejos de su familia.
Apenas gruñó, o sonó más bien como un quejido, bajo, como si le fastidiara la vida misma en ese instante. Y sí que lo hacía, y más cuando le hablaban de cosas que no existían, y menos desde su punto de vista, por eso, y tal como su testarudez habitual se lo exigía, tuvo que replicarle, y con mucho esfuerzo que lo hizo...
—¿Pecado? Lo que me faltaba, ¿tú también crees en amigos imaginarios? Son cuentos para asustar a los niños. Así que no, no es un maldito pecado, ¿quién lo dice? ¿Un anciano hipócrita que abusa de niños? —gruñó, de muy mal genio. Y no decía aquello por pura ingenuidad, estaba al tanto de esas cosas, y aquello terminó alejándola más de todas esas creencias, pero no las cuestionaba, sobre todo por conocer el riesgo al que podía arrojarse. ¿Y qué? Ganas no le faltaban tampoco—. No te escandalices por la verdad, no seas estúpido...
¡Que dejara de golpearla de una buena vez o la iba a dejar más tonta! La mirada que le echó Erzsébet no fue de muy buenos amigos, casi que podía fulminarlo, si así pudiera, pero aquello era mucho pedir, así que tuvo que conformarse con escucharlo, y poner los ojos en blanco cuando repitió exactamente lo que ella, antes de cortarse de una manera nada sutil, le había propuesto. ¿Estaban haciendo competencia de tontos? ¡Vaya primo se había conseguido!
—¿Y quién te pidió que me salvaras la vida, idiota? Yo sí te hubiera dejado morir, ¿para qué iba a gastar energías salvando a alguien? —replicó, frívola. Sin embargo, mentía, porque no le gustaba aceptar ciertas verdades, y lo de permitir que alguien muriera sin ningún motivo, bueno, eso no le agradaba demasiado—. Salvarme la vida no es un motivo, así que erraste con eso, como sea que te llames. Pero ya que andas de metiche en este asunto de los Rákóczi de porquería, está bien, anda a pedirle dinero a mi padre y yo me esfumo. Ya está, todos felices... Aunque me hubiera gustado morir de verdad, pedazo de metiche. ¿A quién le gusta vivir así? ¿A ti? Uh, no pareces el tipo de sujetos que opine lo contrario, aunque se empeñen en no querer admitirlo... ¿O me equivoco?
Replicó, sibilina, pero luego terminó aburriéndose del asunto y se giró, dándole la espalda al otro. Si ella quería morirse, esfumarse de este mundo, ¿por qué no la dejó hacerlo? ¡Fin del maldito problema!
—¿Por qué decidiste salvarme la vida, eh? ¿No era más fácil que muriera? Igual ibas a cobrar tu recompensa. ¡Y no quiero excusas! Ya me harté de escucharlas de todos...
Erzsébet Rákóczi- Cambiante Clase Alta
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Re: The Mask and Mirror — Privado
La perspectiva que tenía Miklós de un tema tan complejo como lo era el de la religión sólo podía denominarse con una palabra: complicada. Sí, era un creyente fervoroso, que sentía a Dios escucharlo cada vez que oraba (efectivamente: las pocas veces que lo hacía), que sentía Su decepción con cada una de las faltas que cometía y que estaba convencido de que jamás pisaría el Cielo cuando muriera, ¿cómo hacerlo si ya había nacido manchado por su condición? Sin embargo, precisamente por saberse pecador desde antes de su nacimiento y encima por algo que escapaba totalmente a su control, se permitía cometer ciertos pecados porque, total, ya que iba a ir al Infierno, ¿por qué no hacerlo a hombros y por la puerta grande? Al final se trataba de la misma problemática de siempre: mientras que otros querían dominarlo, Miklós, el gato, era demasiado independiente y desapegado (excepto cuando no debía, entonces demostraba ser leal a las personas equivocadas por los motivos menos acertados y, francamente, era agotador) como para obedecer, así que terminaba yéndole justo como le iba. Sin embargo, no se centró en sus problemas ni en la metafísica avanzada de su relación con Dios y la divinidad, a la que ella insultó llamándolo amigo invisible pero, francamente, ¿qué podía discutir Miklós al respecto? Jamás había visto Su figura en persona, o entidad, y aunque la había sentido y estaba convencido de que todas las criaturas sobrenaturales eran sólo una muestra más de su poder y de su influencia sobre todos, no iba a tratar de hacer cambiar de idea a nadie. ¿Para qué? Aunque ya no tuviera nada por lo que luchar, seguía sin querer invertir su tiempo en causas imposibles, lo cual daba un mínimo de esperanza a quien fuera que estuviera interesado en que el magyar se recuperara de la muerte de Imara. Hablando de lo cual, ella, Erzsébet, le había preguntado por qué la había salvado y, francamente, ¿qué demonios se suponía que le tenía que responder, la verdad? Bueno, ¿y por qué no?
– No me gusta ver una vida terminarse así porque sí. No voy a fingir que soy un inocente y que no hay sangre en mis manos, porque la hay, pero me parece demasiado gratuito que te quites la vida por un inconveniente tan fácil de solucionarse como ese. Menudo desperdicio de algo tan valioso. – respondió, y sin saberlo (¿cómo podía hacerlo si no era un vampiro y no leía mentes...?), había imitado el argumento mental de su querida prima, con lo cual tal vez iba a resultar que sí se parecían en algo y que los genes Rákóczi hacían algo aparte de convertirlos en idiotas demasiado orgullosos para lo que les convenía. Pese a ello, por la cabeza de Miklós lo último que estaba paseándose en forma de pensamiento era que ellos pudieran parecerse en algo aparte de los ojos claros, que, por otro lado, no eran característica única de los de su procedencia concreta, así que no era algo digno de destacarse. No, Miklós estaba pensando en lo que ella había dicho, en esa forma de exigirle que respondiera con la verdad que le hacía desear mentirle en la cara sólo por callarla, pero no lo haría, ¿para qué? ¿Qué sentido tenía esa nueva pérdida de tiempo...? Así pues, optó por la sinceridad, casi sorprendiéndose hasta a sí mismo por ello. – No me disgusta vivir. Aunque muchos consideren mi vida patética, ahora mismo es lo único que me queda, y sólo por eso me gusta mantenerla y no diñarla. – replicó, y se permitió la vulgaridad porque se encontraba concentrado en la otra verdad, la que estaba naciendo en algún punto de su cerebro demasiado extraño para lo que le convenía y que estaba viendo, él, de frente, con tanta fuerza que casi lo estaba dejando de piedra. Pese a ello, su expresión no lo reflejó, ya que casi nunca lo hacía, y cuando la miró lo hizo con estoicismo, pese a que nada en su tono reflejó que mentía y, de hecho, todo apuntaba a que decía la verdad. – Y a ti, en concreto, te he salvado porque eres la única familia que me queda de la rama Rákóczi a la que no he detestado con sólo mirarte.
Admitir eso, para cualquier otro, no sería nada, tendría la misma dificultad que darse un paseo por el parque, y ella tal vez pudiera considerarlo así, pero para él, que acababa de perder a la única familiar que había amado con todas sus fuerzas, admitir que existía siquiera la posibilidad de que alguien ocupara algo parecido a su lugar era aterrador... Como poco.
– No me gusta ver una vida terminarse así porque sí. No voy a fingir que soy un inocente y que no hay sangre en mis manos, porque la hay, pero me parece demasiado gratuito que te quites la vida por un inconveniente tan fácil de solucionarse como ese. Menudo desperdicio de algo tan valioso. – respondió, y sin saberlo (¿cómo podía hacerlo si no era un vampiro y no leía mentes...?), había imitado el argumento mental de su querida prima, con lo cual tal vez iba a resultar que sí se parecían en algo y que los genes Rákóczi hacían algo aparte de convertirlos en idiotas demasiado orgullosos para lo que les convenía. Pese a ello, por la cabeza de Miklós lo último que estaba paseándose en forma de pensamiento era que ellos pudieran parecerse en algo aparte de los ojos claros, que, por otro lado, no eran característica única de los de su procedencia concreta, así que no era algo digno de destacarse. No, Miklós estaba pensando en lo que ella había dicho, en esa forma de exigirle que respondiera con la verdad que le hacía desear mentirle en la cara sólo por callarla, pero no lo haría, ¿para qué? ¿Qué sentido tenía esa nueva pérdida de tiempo...? Así pues, optó por la sinceridad, casi sorprendiéndose hasta a sí mismo por ello. – No me disgusta vivir. Aunque muchos consideren mi vida patética, ahora mismo es lo único que me queda, y sólo por eso me gusta mantenerla y no diñarla. – replicó, y se permitió la vulgaridad porque se encontraba concentrado en la otra verdad, la que estaba naciendo en algún punto de su cerebro demasiado extraño para lo que le convenía y que estaba viendo, él, de frente, con tanta fuerza que casi lo estaba dejando de piedra. Pese a ello, su expresión no lo reflejó, ya que casi nunca lo hacía, y cuando la miró lo hizo con estoicismo, pese a que nada en su tono reflejó que mentía y, de hecho, todo apuntaba a que decía la verdad. – Y a ti, en concreto, te he salvado porque eres la única familia que me queda de la rama Rákóczi a la que no he detestado con sólo mirarte.
Admitir eso, para cualquier otro, no sería nada, tendría la misma dificultad que darse un paseo por el parque, y ella tal vez pudiera considerarlo así, pero para él, que acababa de perder a la única familiar que había amado con todas sus fuerzas, admitir que existía siquiera la posibilidad de que alguien ocupara algo parecido a su lugar era aterrador... Como poco.
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Re: The Mask and Mirror — Privado
Ser tan arrogante y cabezota podría llegar a convertirse en una terrible carga, en un peso agobiante; en algo asfixiante y suicida. Y justamente Erzsébet estaba experimentando esa sensación de fatiga a causa de su propia actitud, más allá del estado en que se hallaba por intentar quitarse la vida por su cuenta. Aquel acto desesperado bien se podía tomar como una estupidez de su parte, pero cabe preguntar ¿qué tan mal estará una persona para llegar hasta tal punto? Muchas veces no solemos ponernos en el lugar de otro, y aunque ella no era alguien con demasiada empatía, sus razones, para querer acercarse peligrosamente al final, eran de peso. ¿Lo entendería ese primo nuevo que había aparecido para seguir recordándole que era una Rákóczi? Honestamente, no lo sabía, tampoco quería averiguarlo. Aunque sí que estaba interesada en sus razones por haberle salvado la vida.
Por supuesto, ella estaba aferrada a la idea de que él la dejaría morir, y fin del drama, porque le sería mucho más fácil todo, sobre todo si su objetivo era el dinero. Sin embargo, se equivocó, porque aquel sujeto no le permitió largarse de este mundo para siempre. Por un breve instante se le hizo parecido a Jozséf, su padre, quien solía mostrar dichas actitudes en circunstancias similares, a pesar de que, en algún momento, le podrían traer consecuencias, y unas muy graves. Ese chico era diferente a los demás Rákóczi con los que ella había convivido durante años, y aunque mostraba ese maldito orgullo de familia, quizá sus propias experiencias de vida lo habían hecho diferente a los otros. ¡Y que le diera gracias a su Dios que así era!
Algunos suelen preferir la fortuna antes que una vida tranquila. Erzsébet, a pesar de su carácter hostil y de ese rencor que abrasaba su corazón, internamente hubiera preferido no tener riquezas, pero sí a su madre viva, o al menos estar aislada de esas víboras Rákóczi. Sin embargo, era demasiado pedirle al destino. Su linaje la perseguía de manera constante, como un maldito sueño que jamás se puede olvidar.
—Es que tú no entiendes... Tampoco lo harás. O quizás sí lo hagas, ¿yo qué voy a saber? —murmuró, intentando sentarse luego. La cabeza le pesaba debido a la pérdida de sangre—. Yo estaba huyendo de casa, y no quería que nadie me encontrara. Estaba harta, ¿entiendes? Tal vez mi padre no se merezca lo que he hecho, pero tampoco merezco seguir rodeada de los asesinos de mi madre. Porque sí, de seguro ellos son los culpables. Algunos son cazadores, y aunque no lo demuestren, siente asco por seres como nosotros. Lo sé.
Y habló con la misma verdad que él. Ya a esas alturas era inútil continuar luchando por ver quién era el más orgulloso de los dos, y esas tonterías que no iban al caso. Erzsébet tuvo que tragarse su arrogancia y mostrar su lado más genuino, ese que se había empeñado en ocultarle a todos, menos a su otro primo. Mihai ya no sería el único en conocer esa parte de ella.
—Yo no consideraría tu vida patética, si eso te permite estar en paz. Pero tampoco soy quién para asegurar nada, apenas te estoy conociendo, y sólo sé que te llamas Miklós. Ah, sí, y que seguramente esos demonios aislaron a tus padres. Sólo eso —mencionó, alzando los hombros—. ¿Has perdido a alguien importante? Yo sí, a mi madre. Y si he tomado este camino, es porque ya no me es posible seguir viendo la indiferencia de mi padre con respecto a la verdad. Estoy segura que alguien dentro de la familia se encargó de confabular para asesinarla, y me duele que Jozséf no haga nada. Sólo promete y no cumple. Y si cumpliera, yo no tendría por qué odiar tanto a los humanos...
Que extraño era ser tan transparente como ella lo estaba siendo en ese momento. Pero, por alguna razón que no quería entender tanto, sentía que con él podía hablar de esas cosas sin verse juzgada, ni nada que se le pareciera, algo que veía con buenos ojos, por supuesto. Además, guardar todo aquello la estaba dañando más de lo que creía, y ya era hora de dejarlo salir de una vez por todas.
Por supuesto, ella estaba aferrada a la idea de que él la dejaría morir, y fin del drama, porque le sería mucho más fácil todo, sobre todo si su objetivo era el dinero. Sin embargo, se equivocó, porque aquel sujeto no le permitió largarse de este mundo para siempre. Por un breve instante se le hizo parecido a Jozséf, su padre, quien solía mostrar dichas actitudes en circunstancias similares, a pesar de que, en algún momento, le podrían traer consecuencias, y unas muy graves. Ese chico era diferente a los demás Rákóczi con los que ella había convivido durante años, y aunque mostraba ese maldito orgullo de familia, quizá sus propias experiencias de vida lo habían hecho diferente a los otros. ¡Y que le diera gracias a su Dios que así era!
Algunos suelen preferir la fortuna antes que una vida tranquila. Erzsébet, a pesar de su carácter hostil y de ese rencor que abrasaba su corazón, internamente hubiera preferido no tener riquezas, pero sí a su madre viva, o al menos estar aislada de esas víboras Rákóczi. Sin embargo, era demasiado pedirle al destino. Su linaje la perseguía de manera constante, como un maldito sueño que jamás se puede olvidar.
—Es que tú no entiendes... Tampoco lo harás. O quizás sí lo hagas, ¿yo qué voy a saber? —murmuró, intentando sentarse luego. La cabeza le pesaba debido a la pérdida de sangre—. Yo estaba huyendo de casa, y no quería que nadie me encontrara. Estaba harta, ¿entiendes? Tal vez mi padre no se merezca lo que he hecho, pero tampoco merezco seguir rodeada de los asesinos de mi madre. Porque sí, de seguro ellos son los culpables. Algunos son cazadores, y aunque no lo demuestren, siente asco por seres como nosotros. Lo sé.
Y habló con la misma verdad que él. Ya a esas alturas era inútil continuar luchando por ver quién era el más orgulloso de los dos, y esas tonterías que no iban al caso. Erzsébet tuvo que tragarse su arrogancia y mostrar su lado más genuino, ese que se había empeñado en ocultarle a todos, menos a su otro primo. Mihai ya no sería el único en conocer esa parte de ella.
—Yo no consideraría tu vida patética, si eso te permite estar en paz. Pero tampoco soy quién para asegurar nada, apenas te estoy conociendo, y sólo sé que te llamas Miklós. Ah, sí, y que seguramente esos demonios aislaron a tus padres. Sólo eso —mencionó, alzando los hombros—. ¿Has perdido a alguien importante? Yo sí, a mi madre. Y si he tomado este camino, es porque ya no me es posible seguir viendo la indiferencia de mi padre con respecto a la verdad. Estoy segura que alguien dentro de la familia se encargó de confabular para asesinarla, y me duele que Jozséf no haga nada. Sólo promete y no cumple. Y si cumpliera, yo no tendría por qué odiar tanto a los humanos...
Que extraño era ser tan transparente como ella lo estaba siendo en ese momento. Pero, por alguna razón que no quería entender tanto, sentía que con él podía hablar de esas cosas sin verse juzgada, ni nada que se le pareciera, algo que veía con buenos ojos, por supuesto. Además, guardar todo aquello la estaba dañando más de lo que creía, y ya era hora de dejarlo salir de una vez por todas.
Erzsébet Rákóczi- Cambiante Clase Alta
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Re: The Mask and Mirror — Privado
Cualquiera diría que alguien como él, cuyos sentimientos parecían estar congelados por completo, no tendría problema en hablar de cosas que otrora le habrían resultado dolorosas, y sin embargo estaba totalmente bloqueado a ese tipo de recuerdos, los que más dentro se le clavaban y más infectados se sentían. No podía evitarlo: pensar en el asesinato de su hermana lo llevaba a lugares oscuros, hasta para la corrupción habitual de su mente, y lo ponía en una posición tan frágil, a él que siempre había sido demasiado duro, que se odiaba por ello aún más que por haber dejado que la mataran, y eso era contraproducente. Así pues, su mente siempre pasaba de puntillas por ese trauma creciente, como un nubarrón oscuro en sus pensamientos y en su corazón, pero algo en ella estaba impidiendo que simplemente lo ignorara, como siempre... Ese algo, estaba seguro de ello, era su sinceridad: su prima (al menos creía que ese era el rango que compartían, pero con los Rákóczi y su endogamia uno no podía estar seguro del todo nunca), Erzsébet, estaba siendo sincera con algo que la rompía por dentro, después de mostrar debilidad, mientras que él... Él se refugiaba en la mera apatía, en una venganza que se quedaría vacía en cuanto se cumpliera, y que lo dejaría a él desnudo ante una evidencia a la que se negaba a enfrentarse: sin ella, sin Imara, no sabía ser Miklós. Había tratado de aprender la primera vez que la había perdido, pero un reencuentro le había hecho olvidar todo lo que había tenido que adquirir por la fuerza, y ahora tocaba volver a construirse una vez más, demasiadas en una vida no tan larga como la suya, sobre todo en comparación con otras. Eso, más que nada, lo colocaba ante un vacío aterrador, pero el hecho de que aún siguieran las palabras de Erzsébet en el aire y casi pudiera tocar los retazos de su apertura le hicieron suspirar, hacer de tripas corazón y lanzarse de lleno al lago de agua ponzoñosa y empantanada de su propio pasado.
– Nunca he sido muy familiar. Los Rákóczi nos apartaron por completo porque Eszter, mi madre, era bastarda, de una rama poco importante y, además, gitana: lo tenía todo. A veces me pregunto si las cosas hubieran sido distintas de haber sido ella una hija legítima, pero lo dudo; también influye que mi padre nunca supo que yo existía, así que siempre fuimos ella y yo. Me contó sobre mi apellido porque era el suyo y le pregunté, pero no le he dado nunca importancia porque siempre estuve más unido a cualquiera de sus consortes que a ella. – afirmó. Evitó abrir esa nueva caja de los truenos, la del abandono de Thibault, porque estaba seguro de que a eso no podía sobrevivir tan fácilmente como a un vistazo al tema, a veces tabú, de su hermano; de meterse de lleno, en cualquiera de los dos, quedaría abrumado e inevitablemente dañado, pero no tenía la menor intención de hundirse por completo, así que permanecería a salvo. Esperaba. – Perdí a todos. Primero a Eszter, después a sus consortes, y después a mi hermana. Medio hermana, en realidad, pero la crié yo, era casi como una hija. La perdí por un error, pero no murió y sobreviví; después la he perdido del todo, y estoy... sobreviviendo. Creo. O intentándolo, lo cierto es que no lo sé. Yo tengo claro que me vengaré de ellos, me da igual el resto y lo que piensen u opinen porque es cosa mía. Lo necesito. El problema es que después de eso no sé qué vendrá. – explicó. Se sintió algo orgulloso de sí mismo al ser capaz de no tratar con demasiada profundidad el tema, y una parte de él se dulcificó un tanto, lo suficiente para que el Miklós familiar pudiera deslizar una mano hasta la espalda de Erzsébet para ayudarla a mantenerse erguida, pese a la debilidad por la pérdida de sangre. El gesto le salió inconsciente, como sólo solía sucederle con su hermana; al darse cuenta, apartó la mano, pero no la vista. – A estas alturas me da igual casi todo. Pero por la familia, la poca que me queda... Podría ayudarte. A vengarte o a lo que necesites. Si es que necesitas a un desharrapado como tu primo Miklós, claro. – se ofreció.
Una parte de él entendía que lo que estaba haciendo era volver a caer en ese sentimentalismo que Imara le había despertado una vez, pese a sus evidentes limitaciones emocionales; sin embargo, al resto le importaba muy poco que así fuera, puesto que ofrecerse se sintió bien, y eso era todo lo que él necesitaba para no retractarse de inmediato de la oferta que acababa de hacerle.
– Nunca he sido muy familiar. Los Rákóczi nos apartaron por completo porque Eszter, mi madre, era bastarda, de una rama poco importante y, además, gitana: lo tenía todo. A veces me pregunto si las cosas hubieran sido distintas de haber sido ella una hija legítima, pero lo dudo; también influye que mi padre nunca supo que yo existía, así que siempre fuimos ella y yo. Me contó sobre mi apellido porque era el suyo y le pregunté, pero no le he dado nunca importancia porque siempre estuve más unido a cualquiera de sus consortes que a ella. – afirmó. Evitó abrir esa nueva caja de los truenos, la del abandono de Thibault, porque estaba seguro de que a eso no podía sobrevivir tan fácilmente como a un vistazo al tema, a veces tabú, de su hermano; de meterse de lleno, en cualquiera de los dos, quedaría abrumado e inevitablemente dañado, pero no tenía la menor intención de hundirse por completo, así que permanecería a salvo. Esperaba. – Perdí a todos. Primero a Eszter, después a sus consortes, y después a mi hermana. Medio hermana, en realidad, pero la crié yo, era casi como una hija. La perdí por un error, pero no murió y sobreviví; después la he perdido del todo, y estoy... sobreviviendo. Creo. O intentándolo, lo cierto es que no lo sé. Yo tengo claro que me vengaré de ellos, me da igual el resto y lo que piensen u opinen porque es cosa mía. Lo necesito. El problema es que después de eso no sé qué vendrá. – explicó. Se sintió algo orgulloso de sí mismo al ser capaz de no tratar con demasiada profundidad el tema, y una parte de él se dulcificó un tanto, lo suficiente para que el Miklós familiar pudiera deslizar una mano hasta la espalda de Erzsébet para ayudarla a mantenerse erguida, pese a la debilidad por la pérdida de sangre. El gesto le salió inconsciente, como sólo solía sucederle con su hermana; al darse cuenta, apartó la mano, pero no la vista. – A estas alturas me da igual casi todo. Pero por la familia, la poca que me queda... Podría ayudarte. A vengarte o a lo que necesites. Si es que necesitas a un desharrapado como tu primo Miklós, claro. – se ofreció.
Una parte de él entendía que lo que estaba haciendo era volver a caer en ese sentimentalismo que Imara le había despertado una vez, pese a sus evidentes limitaciones emocionales; sin embargo, al resto le importaba muy poco que así fuera, puesto que ofrecerse se sintió bien, y eso era todo lo que él necesitaba para no retractarse de inmediato de la oferta que acababa de hacerle.
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Nunca antes había sido tan sincera con respecto a la muerte de su madre. Aquello era algo que no lo había revelado a cualquier desconocido, por muy familiar que éste fuera; sin embargo, con Miklós lo fue. Quizá porque él, de alguna manera, le inspiró la suficiente confianza como para compartirle algo que a ella seguía doliéndole en lo más profundo. Y fue así, por mucho que había intentado entregarla a los que querían vengarse de Jozséf. ¿Y qué? No lo juzgaba, no en ese instante en el que pareció ser más razonable, y menos orgullosa. Erzsébet solía ser hostil con casi todos, pero cuando se le llegaba a caer bien, resultaba que cambiaba por completo; se volvía un poco más humana, por así decirlo. Incluso lo sintió más en el momento en el que su primo le habló sobre la muerte de su hermana. ¡Vaya! Después de todo tenían algo en común, por muy distantes que parecían.
Desde luego, Erzsébet comprendía aquel dolor que, suponía, le escocía a Miklós en el interior, y que, seguramente, era el motivo principal por el cual actuaba del modo en que lo hacía, además de esa vida que parecía más un camino de espinas. Ella sufría con la pérdida de su madre, mas no llegó a tener los problemas que sufrió, y que sufría, el primo que tenía enfrente. Por muy indiferente que solía ser, llegó a sentir empatía por él. Incluso llegó a estrechar una de sus manos, a pesar de la debilidad que sentía. Erzsébet le dedicó una sonrisa sincera. No era tan mala persona, después de todo. Y es que no le apetecía serlo, por muy rencorosa que fuera la mayor parte del tiempo.
Ella no creía en Dios, sin embargo, si que llegó a dar gracias por tener a una persona razonable a su lado. Habría tenido la esperanza, en algún tiempo pasado, de que existieran miembros de los Rákóczi que de verdad valieran la pena, que no sólo quedarían Mihai y ella, y otro par que pocas ganas tenían de relacionarse con el resto. Hasta su padre podría ser considerado una buena persona, y por esa razón querían destruirlo.
—Para mí no eres un desharrapado. No ahora, ni en un futuro. Mucho menos con todo eso que acabas de contarme —respondió, aún sin intenciones de soltarle la mano—. Sé que decir que lamento escuchar todo eso no lo solucionará. Es como dar un supuesto sentido pésame cuando sabes que eso no traerá de vuelta al ser querido fallecido. Pero...
Apartó la mano y bajó la mirada de firma instintiva. No supo cómo continuar. Le aterró la idea de tener que perder a otra persona más por culpa de esas víboras. Si Miklós se involucraba, de seguro iban a querer hacerle daño, y eso no era algo que le agradara. Pero, cuando volvió a fijar la mirada en él, se dio cuenta que no era alguien con quien se pudiera lidiar tan fácilmente.
—Yo tampoco soy tan familiar, pero por la poca familia que sí vale la pena, podría hacer algo. Has tenido una vida dura, puedo ayudarte, incluso mi padre puede hacerlo —aseguró—. Eso mientras me ayudas a vengarme de esos, que de seguro, también echaron a tu madre. Después de todo, creo, que es algo que también nos une. No lo sé, podríamos intentar unirnos, y ya más adelante se verá cómo surgen las cosas. No tengo muchas expectativas sobre el futuro, a decir verdad. Me interesa más el presente. —Le colocó una mano en el hombro como queriendo transmitirle seguridad—. Vamos, que ser pesimista no queda ahora. Ya verás que conseguirás vengarte también de tu hermana, no te preocupes por eso.
Desde luego, Erzsébet comprendía aquel dolor que, suponía, le escocía a Miklós en el interior, y que, seguramente, era el motivo principal por el cual actuaba del modo en que lo hacía, además de esa vida que parecía más un camino de espinas. Ella sufría con la pérdida de su madre, mas no llegó a tener los problemas que sufrió, y que sufría, el primo que tenía enfrente. Por muy indiferente que solía ser, llegó a sentir empatía por él. Incluso llegó a estrechar una de sus manos, a pesar de la debilidad que sentía. Erzsébet le dedicó una sonrisa sincera. No era tan mala persona, después de todo. Y es que no le apetecía serlo, por muy rencorosa que fuera la mayor parte del tiempo.
Ella no creía en Dios, sin embargo, si que llegó a dar gracias por tener a una persona razonable a su lado. Habría tenido la esperanza, en algún tiempo pasado, de que existieran miembros de los Rákóczi que de verdad valieran la pena, que no sólo quedarían Mihai y ella, y otro par que pocas ganas tenían de relacionarse con el resto. Hasta su padre podría ser considerado una buena persona, y por esa razón querían destruirlo.
—Para mí no eres un desharrapado. No ahora, ni en un futuro. Mucho menos con todo eso que acabas de contarme —respondió, aún sin intenciones de soltarle la mano—. Sé que decir que lamento escuchar todo eso no lo solucionará. Es como dar un supuesto sentido pésame cuando sabes que eso no traerá de vuelta al ser querido fallecido. Pero...
Apartó la mano y bajó la mirada de firma instintiva. No supo cómo continuar. Le aterró la idea de tener que perder a otra persona más por culpa de esas víboras. Si Miklós se involucraba, de seguro iban a querer hacerle daño, y eso no era algo que le agradara. Pero, cuando volvió a fijar la mirada en él, se dio cuenta que no era alguien con quien se pudiera lidiar tan fácilmente.
—Yo tampoco soy tan familiar, pero por la poca familia que sí vale la pena, podría hacer algo. Has tenido una vida dura, puedo ayudarte, incluso mi padre puede hacerlo —aseguró—. Eso mientras me ayudas a vengarme de esos, que de seguro, también echaron a tu madre. Después de todo, creo, que es algo que también nos une. No lo sé, podríamos intentar unirnos, y ya más adelante se verá cómo surgen las cosas. No tengo muchas expectativas sobre el futuro, a decir verdad. Me interesa más el presente. —Le colocó una mano en el hombro como queriendo transmitirle seguridad—. Vamos, que ser pesimista no queda ahora. Ya verás que conseguirás vengarte también de tu hermana, no te preocupes por eso.
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Miklós no solamente podía considerarse gatuno por el hecho de que se transformaba en varios ejemplares de gatos de gran tamaño, bonito eufemismo para las bestias que a veces ocupaban el cuerpo fibroso del húngaro apático que estaba hablando con su recién descubierta prima, como si nada. En ocasiones, como los felinos, no soportaba que lo tocaran, y le sorprendió un tanto descubrir que aquel día le daba igual... Todo lo que le pudiera sorprender algo dadas sus circunstancias, claro estaba. El magyar, sin embargo, no estaba completamente apático, y se había dado cuenta desde el momento en que la calidez de la pequeña mano de ella contra la suya, más grande y más curtida por el trabajo y la mala vida, le había transmitido cierta calidez que había ido más allá de lo físico. Eso podía ser buena señal, si significaba que estaba empezando a superar lo de Imara, y al mismo tiempo mala, que era lo que menos quería él: si se permitía sentir aunque sólo fuera un ápice de algo, cualquier cosa, eso abriría la caja de Pandora de muchas cosas más, y la marea se lo llevaría por delante, simplemente lo sabía. No se sobrevivía indemne a un trauma como el que él había sufrido al perder a Imara, lo sabía porque tampoco había salido sin consecuencias de todos los demás, como criarse en la miseria; sabía, de hecho, que por mucho que Erzsébet dijera lo contrario, él sí era un desharrapado. Oh, por supuesto que tenía etapas en las que no lo parecía, e incluso era capaz de disimularlo con ropas ricas y con modales refinados que había ido recogiendo por el camino, pero ¿en el fondo? Sí, en el fondo seguía siendo el mismo bastardo de siempre: aunque el gato se vista de seda, gato se queda, y Miklós era más gato que ningún otro. Aun así, no se lo dijo, porque discutir era inútil cuando habían llegado a un entendimiento y prefería ahorrárselo a ambos.
– Nunca averigüé quiénes fueron los que la echaron. No tengo mucha idea de cómo son los Rákóczi, aparte de unos estirados y limitados aristócratas egoístas como ellos solos, y dependo de lo que tú, que los conoces, digas. – comentó. En su tono sólo hubo apatía, la habitual, pero el lado felino de Miklós había decidido tomar la iniciativa y se mostró particularmente expresivo al hacer que el magyar arrugara la nariz, como si no le gustara depender de conocimientos ajenos al suyo propio. No podía evitarlo: siempre había sido un tipo independiente, por obligación y también por gusto, y el hecho de encontrarse en una situación así con alguien, hasta si ese alguien era familia... Porque, sí, ya había asimilado que ella estaba relacionada con él. No lo aceptaría con facilidad, e intuía que en el futuro no tan lejano la idea le provocaría rechazo que no le sería fácil de tragar dada su apatía por voluntad propia y, a la vez, obligada; aun así, ya la consideraba familia, y como tal debía protegerla. En menudos líos terminaba metido siempre el húngaro, de verdad. – No soy pesimista. Sé que me voy a vengar de quienes la han matado. Es una obsesión, de eso no me cabe duda, pero soy muy testarudo cuando se me mete algo en la cabeza, y lo conseguiré. Por ella y porque yo me lo merezco, y porque me dan bastante igual las consecuencias con tal de acabar con esto que he empezado. – expuso, como quien hablaba del tiempo que hacía en ese momento en la ciudad de París o, quizá, como quien estaba comentando una teoría científica de gran amplitud. Así sonó Miklós, exponiendo hechos que conocía y que sabía ciertos aunque su sangre gitana y cambiante no le permitiera ver el futuro con claridad, y así continuó sonando cuando continuó. – Eso puedo ofrecerte para tu venganza. La certeza de que removeré cielo y tierra hasta conseguir destrozar a quien se me ponga delante.
Hubo, no obstante, un matiz lúgubre en sus palabras, y éste no radicaba exactamente en la promesa de sangre y destrucción que había hecho el magyar, sino más bien en que, al hablar de ello, sonó como si estuviera deseando bañarse por completo en la sangre de sus enemigos y no se le ocurriera mejor plan de futuro que justamente ese.
– Nunca averigüé quiénes fueron los que la echaron. No tengo mucha idea de cómo son los Rákóczi, aparte de unos estirados y limitados aristócratas egoístas como ellos solos, y dependo de lo que tú, que los conoces, digas. – comentó. En su tono sólo hubo apatía, la habitual, pero el lado felino de Miklós había decidido tomar la iniciativa y se mostró particularmente expresivo al hacer que el magyar arrugara la nariz, como si no le gustara depender de conocimientos ajenos al suyo propio. No podía evitarlo: siempre había sido un tipo independiente, por obligación y también por gusto, y el hecho de encontrarse en una situación así con alguien, hasta si ese alguien era familia... Porque, sí, ya había asimilado que ella estaba relacionada con él. No lo aceptaría con facilidad, e intuía que en el futuro no tan lejano la idea le provocaría rechazo que no le sería fácil de tragar dada su apatía por voluntad propia y, a la vez, obligada; aun así, ya la consideraba familia, y como tal debía protegerla. En menudos líos terminaba metido siempre el húngaro, de verdad. – No soy pesimista. Sé que me voy a vengar de quienes la han matado. Es una obsesión, de eso no me cabe duda, pero soy muy testarudo cuando se me mete algo en la cabeza, y lo conseguiré. Por ella y porque yo me lo merezco, y porque me dan bastante igual las consecuencias con tal de acabar con esto que he empezado. – expuso, como quien hablaba del tiempo que hacía en ese momento en la ciudad de París o, quizá, como quien estaba comentando una teoría científica de gran amplitud. Así sonó Miklós, exponiendo hechos que conocía y que sabía ciertos aunque su sangre gitana y cambiante no le permitiera ver el futuro con claridad, y así continuó sonando cuando continuó. – Eso puedo ofrecerte para tu venganza. La certeza de que removeré cielo y tierra hasta conseguir destrozar a quien se me ponga delante.
Hubo, no obstante, un matiz lúgubre en sus palabras, y éste no radicaba exactamente en la promesa de sangre y destrucción que había hecho el magyar, sino más bien en que, al hablar de ello, sonó como si estuviera deseando bañarse por completo en la sangre de sus enemigos y no se le ocurriera mejor plan de futuro que justamente ese.
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Erzsébet y Miklós habían llegado a un acuerdo extraño, o algo parecido, pese a que el inicio del encuentro hubiera sido, por lo menos, caótico. Ambos tenían un orgullo asfixiante, como cualquier miembro del linaje Rákóczi que se respetara. Sin embargo, no era algo de lo que ellos se sintieran halagados ni nada parecido. Tanto Erzsébet como Miklós renegaban de esa familia de maneras distintas, pero lo hacían al final de cuentas, así que ahí existía otra similitud, pese a que ninguno estaba prestando tanta atención a ese detalle. Para ella era un tanto raro sentir más familiar a un desconocido, que a las personas con las que había crecido, e intuía que no era por cosas del apellido; tal vez podría tratarse de eso que llamaban "el llamado de la sangre", o quién sabía.
Siempre se había caracterizado por ser una arrogante, y hasta un poco déspota, pero, en realidad, esa no era la verdadera Erzsébet. La real era esa que empezaba a conocer Miklós, la que parecía aún más humana, incluso cuando sintiera un desprecio hacia éstos por la muerte de su madre, algo que seguía calándole en lo más profundo, tanto como, suponía, le ocurría a su primo con respecto a la pérdida de su hermana. Si alguien lo comprendía mejor que nadie, en ese asunto de la venganza, esa era Erzsébet. Podía casi sentir esa impotencia de no poder hacer nada aún, pese a que se esforzaba en querer quemar esa página de una vez por todas.
En un determinado momento se tuvo que obligar a dedicarse a observar otra cosa, por ejemplo sus manos. Aún sentía el fantasma de las cadenas quemándole la piel, pero por suerte ya no estaban, a pesar de que todavía el agotamiento por la pérdida de sangre seguía muy real. A veces sólo quería desaparecer, y casi lo conseguía, pero ellos parecían vigilarla, incluso cuando no quería que lo hicieran. Lo hacían como unos malditos enfermos, y eso la agobiaba más que haber estado a punto de quedarse sin sangre en las venas.
—No estás tan errado, ¿sabes? Acabas de describirlos tal y como son. Siempre es lo mismo con todas las generaciones, y sólo algunos pocos se salvan de esa definición, como mi padre. Pero es demasiado blando y ya empieza a cometer errores. Él no tiene idea de que mi madre fue asesinada por ellos, y si lo intuye, prefiere ignorarlo, y eso me da mucha rabia, porque lo mínimo que espero es que me apoye —expuso, sin apartar la mirada de sus manos. No le gustaba hablar de ello, pero sintió que era mejor dejar salir las cosas, porque así dolían menos, suponía—. Me harté de todo, y tomé la decisión de huir, y, aun así, siguen siendo demasiado molestos, como un maldito insecto en pleno verano.
Frunció el ceño, y se notó esa ligera molestia en su voz. Ese cambio que solían tener los felinos, que podían pasar de un estado de completa calma, a saltar a la defensiva cuando se les molestaba sin motivo alguno.
—También tengo unos deseos tremendos de vengarme —agregó, volviendo la vista hacia él—. Supongo que nos parecemos en eso de ser testarudos, porque yo no pienso quedarme de brazos cruzados tampoco. Más allá de una simple alianza, somos familiares, nos une la sangre, quizá también el orgullo, pero al fin al cabo podemos decir que nos tenemos el uno a otro en este momento. Tal vez no confíes en mí de buenas a primeras, sin embargo, yo sí puedo permitirme depostar mi confianza en ti.
No esperaba que lo hiciera, pero que ella tomara esa postura, era mucho decir, sobre todo cuando en un principio parecían que sólo existía odio genuino entre ambos, no obstante, nada más lejos de la realidad.
Siempre se había caracterizado por ser una arrogante, y hasta un poco déspota, pero, en realidad, esa no era la verdadera Erzsébet. La real era esa que empezaba a conocer Miklós, la que parecía aún más humana, incluso cuando sintiera un desprecio hacia éstos por la muerte de su madre, algo que seguía calándole en lo más profundo, tanto como, suponía, le ocurría a su primo con respecto a la pérdida de su hermana. Si alguien lo comprendía mejor que nadie, en ese asunto de la venganza, esa era Erzsébet. Podía casi sentir esa impotencia de no poder hacer nada aún, pese a que se esforzaba en querer quemar esa página de una vez por todas.
En un determinado momento se tuvo que obligar a dedicarse a observar otra cosa, por ejemplo sus manos. Aún sentía el fantasma de las cadenas quemándole la piel, pero por suerte ya no estaban, a pesar de que todavía el agotamiento por la pérdida de sangre seguía muy real. A veces sólo quería desaparecer, y casi lo conseguía, pero ellos parecían vigilarla, incluso cuando no quería que lo hicieran. Lo hacían como unos malditos enfermos, y eso la agobiaba más que haber estado a punto de quedarse sin sangre en las venas.
—No estás tan errado, ¿sabes? Acabas de describirlos tal y como son. Siempre es lo mismo con todas las generaciones, y sólo algunos pocos se salvan de esa definición, como mi padre. Pero es demasiado blando y ya empieza a cometer errores. Él no tiene idea de que mi madre fue asesinada por ellos, y si lo intuye, prefiere ignorarlo, y eso me da mucha rabia, porque lo mínimo que espero es que me apoye —expuso, sin apartar la mirada de sus manos. No le gustaba hablar de ello, pero sintió que era mejor dejar salir las cosas, porque así dolían menos, suponía—. Me harté de todo, y tomé la decisión de huir, y, aun así, siguen siendo demasiado molestos, como un maldito insecto en pleno verano.
Frunció el ceño, y se notó esa ligera molestia en su voz. Ese cambio que solían tener los felinos, que podían pasar de un estado de completa calma, a saltar a la defensiva cuando se les molestaba sin motivo alguno.
—También tengo unos deseos tremendos de vengarme —agregó, volviendo la vista hacia él—. Supongo que nos parecemos en eso de ser testarudos, porque yo no pienso quedarme de brazos cruzados tampoco. Más allá de una simple alianza, somos familiares, nos une la sangre, quizá también el orgullo, pero al fin al cabo podemos decir que nos tenemos el uno a otro en este momento. Tal vez no confíes en mí de buenas a primeras, sin embargo, yo sí puedo permitirme depostar mi confianza en ti.
No esperaba que lo hiciera, pero que ella tomara esa postura, era mucho decir, sobre todo cuando en un principio parecían que sólo existía odio genuino entre ambos, no obstante, nada más lejos de la realidad.
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Re: The Mask and Mirror — Privado
Había que estar en una posición muy desesperada para que Miklós fuera la única esperanza de alguien, sobre todo cuando él había comprobado en sus carnes que la esperanza era lo último que se perdía, hasta cuando se creía que ni siquiera eso quedaba. Miklós, un desharrapado bastardo de un linaje tan noble como corrompido, eso lo había sabido antes de escuchárselo a Erzsébet, no era la persona más de fiar del mundo en condiciones normales, y mucho menos lo era cuando se encontraba al borde de un abismo en el que sólo le esperaban la nada y la apatía más absolutas. Aun así, ella había decidido invocar algo que todavía era sagrado para él, de lo poco que le quedaba con esa consideración, como era la familia, y además lo había hecho apelando a los elementos que tenían en común como Rákóczis, sí, pero no a los malos, sino a los que ambos se habían acostumbrado ya. En realidad, no tendría ni que haber llegado a ese extremo porque el magyar seguía pensando que ella le recordaba a Imara, y eso lo volvía más susceptible a querer ayudarla hasta si él salía perjudicado en el proceso, algo que jamás le había quitado el sueño y que seguramente no empezaría a importarle entonces. Sin embargo, ella lo hizo, y una parte de él lo agradeció porque sentía que era más justo que quisiera ayudarla por ser ella, su primera, que por recordarle a su hermana muerta, de cuyos asesinos aún se quería vengar. Esa realidad, no obstante, significaba que iba a tener que desviarse de su plan original, sí, pero en última instancia él también saldría beneficiado porque eso significaría darles en toda la cara a los Rákóczi, protagonistas de los desplantes que había sufrido de niño, cuando aún era demasiado joven para tener la fuerza suficiente para enfrentarse a ellos. No le parecía tan malo como desvío, la verdad.
– Aprendí hace bastante tiempo que la familia no es sólo la de sangre. – observó. Para ello, sólo había necesitado empezar a valorar a los consortes de su madre mucho más que a su propia madre; sólo había hecho falta que aparecieran tipos como Thibault, que se preocupaban por él como realmente lo haría un buen padre, para que se diera cuenta de que las cosas no eran sólo blancas o negras, aunque la familia siguiera siendo importante para él. – Pero los que se eligen, porque son cercanos, terminan siendo familia. Mi madre no terminó de serlo nunca, pero algunos de sus consortes sí; a ti no te he conocido hasta hace nada, aunque compartamos sangre, y sin embargo aquí estamos. – continuó. No dejaba de resultarte curioso, siempre desde la frialdad que le producía esa incapacidad suya de sentir nada demasiado intenso o profundo, que ella hubiera sido capaz de ganárselo en tan poco tiempo, y sin embargo ahí estaban, admitiendo que eran familia y que, como tal, se protegerían. Miklós, incluso, incapaz de desprenderse a veces de la pompa que había acompañado a toda su religiosidad cuando era un crío e incluso de adolescente, decidió que el gesto necesitaba más artificio, y por eso inició una transformación parcial para acompañarlo. Su boca, de labios gruesos y sensuales, empezó a desfigurarse para volverse la de un león, no por completo pero sí en los dientes, de los que se valió para hacer un profundo tajo en la mano que enseguida empezó a sangrar, y que poco tiempo después empezaría a curarse. – Soy leal a quien elijo como familia. No soy leal a nadie más porque nadie lo merece, pero tú has demostrado que sí, y como la sangre es lo que nos une, deberíamos sellarlo con sangre. – propuso. Su voz sonó grave, medio rugido y medio declamación humana normal, pero resultó comprensible también para ella, que extendió la propia mano para que él le hiciera otro tajo y pudieran estrecharla, con las sangres de los dos mezclándose en esa declaración de intenciones con todas las letras del magyar.
No sabía si terminaría arrepintiéndose, del mismo modo que no conocía la suerte que tenía al haber encontrado a alguien que pudiera frenar su constante descenso hacia la apatía completa, pero había actuado sin pensar y en base a la experiencia con ella, y al menos en ese sentido no tenía por qué avergonzarse de su decisión en lo más mínimo.
– Aprendí hace bastante tiempo que la familia no es sólo la de sangre. – observó. Para ello, sólo había necesitado empezar a valorar a los consortes de su madre mucho más que a su propia madre; sólo había hecho falta que aparecieran tipos como Thibault, que se preocupaban por él como realmente lo haría un buen padre, para que se diera cuenta de que las cosas no eran sólo blancas o negras, aunque la familia siguiera siendo importante para él. – Pero los que se eligen, porque son cercanos, terminan siendo familia. Mi madre no terminó de serlo nunca, pero algunos de sus consortes sí; a ti no te he conocido hasta hace nada, aunque compartamos sangre, y sin embargo aquí estamos. – continuó. No dejaba de resultarte curioso, siempre desde la frialdad que le producía esa incapacidad suya de sentir nada demasiado intenso o profundo, que ella hubiera sido capaz de ganárselo en tan poco tiempo, y sin embargo ahí estaban, admitiendo que eran familia y que, como tal, se protegerían. Miklós, incluso, incapaz de desprenderse a veces de la pompa que había acompañado a toda su religiosidad cuando era un crío e incluso de adolescente, decidió que el gesto necesitaba más artificio, y por eso inició una transformación parcial para acompañarlo. Su boca, de labios gruesos y sensuales, empezó a desfigurarse para volverse la de un león, no por completo pero sí en los dientes, de los que se valió para hacer un profundo tajo en la mano que enseguida empezó a sangrar, y que poco tiempo después empezaría a curarse. – Soy leal a quien elijo como familia. No soy leal a nadie más porque nadie lo merece, pero tú has demostrado que sí, y como la sangre es lo que nos une, deberíamos sellarlo con sangre. – propuso. Su voz sonó grave, medio rugido y medio declamación humana normal, pero resultó comprensible también para ella, que extendió la propia mano para que él le hiciera otro tajo y pudieran estrecharla, con las sangres de los dos mezclándose en esa declaración de intenciones con todas las letras del magyar.
No sabía si terminaría arrepintiéndose, del mismo modo que no conocía la suerte que tenía al haber encontrado a alguien que pudiera frenar su constante descenso hacia la apatía completa, pero había actuado sin pensar y en base a la experiencia con ella, y al menos en ese sentido no tenía por qué avergonzarse de su decisión en lo más mínimo.
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Re: The Mask and Mirror — Privado
Los únicos recuerdos que conservaba de una familia de verdad, eran de cuando su madre estaba viva, y las cosas, sin duda alguna, eran muy diferentes. Para Erzsébet habían sido los días más felices de su vida, en donde poco le importaba el resto de los Rákóczi, porque se sentía más que satisfecha con la compañía de sus padres. Luego llegó su primo Mihai, y un par de familiares cercanos más a los que, realmente, les había tomado estima. Sin embargo, después de la muerte de Ana, todo se volvió oscuro. Las verdades salieron a la luz, y la decepción fue como si le hubieran roto ese frágil cristal de ilusión que siempre había conservado. Las máscaras cayeron y Erzsébet sólo respiró el aire espeso del rencor, que fue haciéndose espacio en su interior, anidándose como una serpiente en su corazón hasta querer envenenarla por completo.
Sin embargo, antes de que todo aquel veneno consiguiera pudrirle el alma, el encuentro con Miklós había conseguido convertirse en una suerte de aire fresco, en una señal que le hacía ver que no debía continuar hundiéndose, porque, después de todo, no estaba tan sola. Podría cumplir con su venganza, porque los que asesinaron a su madre no se merecían menos, pero, después de todo, aquello, aunque siguiera doliéndole un poco, fue mucho más tolerable que antes. Incluso llegó a sentir un poco de pena por Jozséf, a pesar de que ella no pretendía regresar a Transilvania. No se sentía con el valor suficiente para hacerlo, y se estaba acomodando demasiado a París como para volver a lanzarse de cabeza a ese pozo repleto de víboras hambrientas como lo eran los Rákózci. Además, y después de haber chocado como el agua y el aceite, ahora sabía que podía contar con Miklós después de todo, así que, suponía, aquello era motivo suficiente como para sentirse mucho más a gusto en aquella ciudad.
—No conozco mucho eso de... tener a alguien que no comparta tu misma sangre, pero al que aprecies como si fuera familia, porque esa alianza va más allá de la sangre —afirmó, dejando escapar un suspiro, mientras su vista se centraba en algún punto ciego de su horizonte—. Tal vez es porque siempre he estado sola, aunque sí tengo a alguien un tanto cercano. Curiosamente también es primo. Se llama Mihai. Él perdió a sus padres y Jozséf se hizo cargo después. Nos hemos criado como hermanos.
Mihai quizá era lo mejor que conservaba entre tanta oscuridad, y eso significaba mucho para ella. No obstante, se había encargado de poner distancia porque no quería que corriera la misma suerte de Ana. Pero antes de seguir dándole vueltas al asunto, las acciones de él lograron llamar su atención por completo. La invitaba a sellar aquel particular pacto familiar con sangre, como tenía que ser, y aunque ella realmente no estaba acostumbrada a tales cosas, accedió, extendiendo también su mano para, así, cerrar el trato de una vez por todas.
—Tuvimos una presentación abrupta, pero, de alguna manera, me alegra de que conseguimos hacerlo a un lado para llegar hasta este punto. En tanto tiempo no había tenido la oportunidad de coincidir con alguien que tuviera un poco en común conmigo, ¿sabes? —agregó, luego de haber separado su mano de la ajena—. Algunas personas son frívolas, y piensan que la pérdida de un ser querido, a quien verdaderamente querías, puede pasar por cualquier cosa. Eso no es algo que se olvida. A veces quiero pensar que Ana sólo se fue a un viaje larguísimo, y que, algún día, tal vez corra con la suerte de que la volveré a ver. —Esbozó una débil sonrisa al recordar esas palabras de una tía suya, una hermana de su madre que le había dicho lo mismo para hacerla ver la muerte como algo más positivo, creía—. Lo lamento, no me hagas caso. Sólo estoy un poco cansada...
Sin embargo, antes de que todo aquel veneno consiguiera pudrirle el alma, el encuentro con Miklós había conseguido convertirse en una suerte de aire fresco, en una señal que le hacía ver que no debía continuar hundiéndose, porque, después de todo, no estaba tan sola. Podría cumplir con su venganza, porque los que asesinaron a su madre no se merecían menos, pero, después de todo, aquello, aunque siguiera doliéndole un poco, fue mucho más tolerable que antes. Incluso llegó a sentir un poco de pena por Jozséf, a pesar de que ella no pretendía regresar a Transilvania. No se sentía con el valor suficiente para hacerlo, y se estaba acomodando demasiado a París como para volver a lanzarse de cabeza a ese pozo repleto de víboras hambrientas como lo eran los Rákózci. Además, y después de haber chocado como el agua y el aceite, ahora sabía que podía contar con Miklós después de todo, así que, suponía, aquello era motivo suficiente como para sentirse mucho más a gusto en aquella ciudad.
—No conozco mucho eso de... tener a alguien que no comparta tu misma sangre, pero al que aprecies como si fuera familia, porque esa alianza va más allá de la sangre —afirmó, dejando escapar un suspiro, mientras su vista se centraba en algún punto ciego de su horizonte—. Tal vez es porque siempre he estado sola, aunque sí tengo a alguien un tanto cercano. Curiosamente también es primo. Se llama Mihai. Él perdió a sus padres y Jozséf se hizo cargo después. Nos hemos criado como hermanos.
Mihai quizá era lo mejor que conservaba entre tanta oscuridad, y eso significaba mucho para ella. No obstante, se había encargado de poner distancia porque no quería que corriera la misma suerte de Ana. Pero antes de seguir dándole vueltas al asunto, las acciones de él lograron llamar su atención por completo. La invitaba a sellar aquel particular pacto familiar con sangre, como tenía que ser, y aunque ella realmente no estaba acostumbrada a tales cosas, accedió, extendiendo también su mano para, así, cerrar el trato de una vez por todas.
—Tuvimos una presentación abrupta, pero, de alguna manera, me alegra de que conseguimos hacerlo a un lado para llegar hasta este punto. En tanto tiempo no había tenido la oportunidad de coincidir con alguien que tuviera un poco en común conmigo, ¿sabes? —agregó, luego de haber separado su mano de la ajena—. Algunas personas son frívolas, y piensan que la pérdida de un ser querido, a quien verdaderamente querías, puede pasar por cualquier cosa. Eso no es algo que se olvida. A veces quiero pensar que Ana sólo se fue a un viaje larguísimo, y que, algún día, tal vez corra con la suerte de que la volveré a ver. —Esbozó una débil sonrisa al recordar esas palabras de una tía suya, una hermana de su madre que le había dicho lo mismo para hacerla ver la muerte como algo más positivo, creía—. Lo lamento, no me hagas caso. Sólo estoy un poco cansada...
Erzsébet Rákóczi- Cambiante Clase Alta
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Re: The Mask and Mirror — Privado
Resultaba difícil saberlo dadas sus limitaciones emocionales, pero el magyar estuvo seguro de que lo que sintió al escuchar la historia de Mihai fue envidia, y que esa envidia provenía de esa parte de él que, a pesar del tiempo transcurrido, no le había perdonado del todo a Eszter lo mala madre que había sido. ¿Por qué el primo de Erzsébet, y no él, había sido adoptado por József? Su vida habría sido completamente diferente de haber sido acogido por los Rákóczi, y quizá no tan negativa como siempre la había imaginado en esas circunstancias por tratarse del más amable de todos; a lo mejor habría terminado siendo una persona de provecho... O, a lo mejor, habría terminado como Erzsébet: destrozada y completamente sola porque no estaba acostumbrada a no tener a personas cerca que deseaban genuinamente su compañía. Por mucho resquemor que pudiera albergar el antiguo Laborc y a las limitaciones que él mismo sabía que poseía, algo inevitable dada su irregular crianza y su no más regular vida, sus experiencias lo habían hecho quien era, y no estaba del todo en desacuerdo con respecto a sí mismo. A fin de cuentas, era un Rákóczi aunque no portara el apellido que lo demostrara; era un superviviente aun cuando todos sus conocidos y enemigos habían sospechado en algún momento dado que él terminaría muriéndose de la forma más accidental y violenta posible; era un cambiante único, fuerte y autosuficiente... Que no sentía nada, de acuerdo, pero ¿haber sido criado por József habría modificado eso? Lo dudaba. Aunque su condición hubiera aumentado tras el crimen de Imara, él siempre había tenido sus dificultades para enfrentarse a esa tontería de las emociones, así que seguramente habría sido todo igual en ese sentido, que era el que más le molestaría de todos de ser capaz de sentir algo así. Como no lo era, se centró en ella y se encogió de hombros en respuesta inicial a sus palabras.
– No tienes que disculparte. Nadie busca lazos fuera de la familia si no lo necesita, y tú parece que no lo has necesitado hasta ahora, así que es normal que sea complicado para ti. – reflexionó. Aunque no hubo ni siquiera un atisbo de calidez en su voz, no había nada tampoco que la hiciera, de puro fría, cruel; además, estaba llena de algo parecido a la comprensión, que era a lo que él más podía aspirar en ese momento, y que como tal era un maldito logro que él no se cansaría de repetirse lo suficiente. Prefería, mil veces, esa sensación que las explosiones de emociones que podía llegar a sentir en las circunstancias adecuadas y con la compañía zorruna apropiada; era mucho más pacífico y menos destructivo así, y sospechó que se debía a que ella lo necesitaba así, de modo que era como había respondido. – Supongo que resultará tranquilizador para la gente no tener eso en común contigo, esa pérdida horrible que te borra el presente, el futuro y hasta parte del pasado de tu maldita vida. – razonó, encogiéndose de hombros. Hablaba de la propia, por eso se había permitido denominarla así, aunque quizá ella habría estado de acuerdo en tildar a su vida de maldita también, no lo sabía... – Hasta a nosotros, que la sufrimos, nos resulta dura. Al principio no te la crees, piensas que tiene que ser una estúpida broma, que ella no puede estar muerta y que volverá. – explicó. Así había sido para él al principio, justo cuando el dolor había sido intenso y no había sido aún sustituido por la apatía que lo siguió inmediatamente después. – Pero después te convences y debes aprender a vivir sin ellos. Y, no te mentiré, duele. A veces crees que no puedes superarlo. Pero sigues vivo, y eso ya es algo; es lo que me cuento yo a diario para convencerme de seguir adelante. – confesó, y como ya había dicho demasiado, decidió cambiar de tema. – Estás cansada. Dejemos esta charla para otro momento. ¿A dónde te llevo? – preguntó, frío de nuevo.
Así sucedía muchas veces con Miklós: pese a que deseara sentir algo, a veces lo que sentía era tan doloroso, tan violento, tan amargo que él no se veía con fuerzas de lidiar con ello y lo bloqueaba, empeorando su condición aún más de lo que, de por sí, lo era.
– No tienes que disculparte. Nadie busca lazos fuera de la familia si no lo necesita, y tú parece que no lo has necesitado hasta ahora, así que es normal que sea complicado para ti. – reflexionó. Aunque no hubo ni siquiera un atisbo de calidez en su voz, no había nada tampoco que la hiciera, de puro fría, cruel; además, estaba llena de algo parecido a la comprensión, que era a lo que él más podía aspirar en ese momento, y que como tal era un maldito logro que él no se cansaría de repetirse lo suficiente. Prefería, mil veces, esa sensación que las explosiones de emociones que podía llegar a sentir en las circunstancias adecuadas y con la compañía zorruna apropiada; era mucho más pacífico y menos destructivo así, y sospechó que se debía a que ella lo necesitaba así, de modo que era como había respondido. – Supongo que resultará tranquilizador para la gente no tener eso en común contigo, esa pérdida horrible que te borra el presente, el futuro y hasta parte del pasado de tu maldita vida. – razonó, encogiéndose de hombros. Hablaba de la propia, por eso se había permitido denominarla así, aunque quizá ella habría estado de acuerdo en tildar a su vida de maldita también, no lo sabía... – Hasta a nosotros, que la sufrimos, nos resulta dura. Al principio no te la crees, piensas que tiene que ser una estúpida broma, que ella no puede estar muerta y que volverá. – explicó. Así había sido para él al principio, justo cuando el dolor había sido intenso y no había sido aún sustituido por la apatía que lo siguió inmediatamente después. – Pero después te convences y debes aprender a vivir sin ellos. Y, no te mentiré, duele. A veces crees que no puedes superarlo. Pero sigues vivo, y eso ya es algo; es lo que me cuento yo a diario para convencerme de seguir adelante. – confesó, y como ya había dicho demasiado, decidió cambiar de tema. – Estás cansada. Dejemos esta charla para otro momento. ¿A dónde te llevo? – preguntó, frío de nuevo.
Así sucedía muchas veces con Miklós: pese a que deseara sentir algo, a veces lo que sentía era tan doloroso, tan violento, tan amargo que él no se veía con fuerzas de lidiar con ello y lo bloqueaba, empeorando su condición aún más de lo que, de por sí, lo era.
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