AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las cuentas del rosario ocultas entre libros viejos
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Las cuentas del rosario ocultas entre libros viejos
De pequeña siempre recé por el bien del mundo tras estas enormes paredes amurallada del mundo, aislada y aun así deseando con todo mi corazón que Dios nuestro señor siempre proteja a su rebaño, que los aleje de tentaciones como lo hizo conmigo…aunque yo no sepa mi historia, ni mi origen.
Alessandro Maggio, un joven nobel cuya familia había decidido entregarlo al servicio de nuestro Señor, tuvo el momento más álgido en su vida. Su padre le había notificado que serviría para convertirse en un sacerdote y futuro cardenal, hasta llegar a sumo pontífice; al principio no discutió a él no le importaba nada no tenía aficiones ni gustos ni nada que pudiera discutir, no sabía qué hacer con su vida así que acepto las peticiones de su familia, quizás por ser hijo de un noble.
Al ingresar como un seminarista, su vida fue más que sencilla, solo leía la mayoría del tiempo dejando los menesteres de cuidado del santuario o monasterio, pero generalmente pasaba en sus clases, deberes y lecturas. Hasta que esa tarde en un momento su vida cambió.
Aceptó la orden de ir al mercado por las compras de la semana, no objetó nada y asistió, él era el orgullo de los sacerdotes por nunca escuchar un reclamo o pelea en la que se viera envuelto, él era un ejemplo de virtud. Al llegar al mercado para sus compras, casi al término de estas cruzó su mirada con una joven, una señorita que lo paralizó cuando cruzaron ambos la mirada. Su corazón latió de forma tal que se asustó soltando sus compras, ella avergonzada corrió a socorrerlo percatándose de su vestimenta.
Fue la primera vez que él sintió algo, que su corazón y sentidos despertaron tanto como para percibir el aroma dulce de la joven, así como el deseo de no apartarse de ella, pero había algo en medio su servicio de sacerdote al que estaba a punto de cumplir en ese día. El dejaría de ser un estudiante para ser un sacerdote ordenado, pero ahora su cabeza y corazón estaban confusos. A su regresó trató de hablarlo con alguien pero nadie quiso escucharlo.
Solo que él no se daría por vencido ya que ahora se sentía realmente vivo gracias a aquellos ojos que lo seguían a cada hora, cada instante y hasta en sueños.
1773 – Nápoles.
Alessandro Maggio, un joven nobel cuya familia había decidido entregarlo al servicio de nuestro Señor, tuvo el momento más álgido en su vida. Su padre le había notificado que serviría para convertirse en un sacerdote y futuro cardenal, hasta llegar a sumo pontífice; al principio no discutió a él no le importaba nada no tenía aficiones ni gustos ni nada que pudiera discutir, no sabía qué hacer con su vida así que acepto las peticiones de su familia, quizás por ser hijo de un noble.
Al ingresar como un seminarista, su vida fue más que sencilla, solo leía la mayoría del tiempo dejando los menesteres de cuidado del santuario o monasterio, pero generalmente pasaba en sus clases, deberes y lecturas. Hasta que esa tarde en un momento su vida cambió.
Aceptó la orden de ir al mercado por las compras de la semana, no objetó nada y asistió, él era el orgullo de los sacerdotes por nunca escuchar un reclamo o pelea en la que se viera envuelto, él era un ejemplo de virtud. Al llegar al mercado para sus compras, casi al término de estas cruzó su mirada con una joven, una señorita que lo paralizó cuando cruzaron ambos la mirada. Su corazón latió de forma tal que se asustó soltando sus compras, ella avergonzada corrió a socorrerlo percatándose de su vestimenta.
Fue la primera vez que él sintió algo, que su corazón y sentidos despertaron tanto como para percibir el aroma dulce de la joven, así como el deseo de no apartarse de ella, pero había algo en medio su servicio de sacerdote al que estaba a punto de cumplir en ese día. El dejaría de ser un estudiante para ser un sacerdote ordenado, pero ahora su cabeza y corazón estaban confusos. A su regresó trató de hablarlo con alguien pero nadie quiso escucharlo.
Solo que él no se daría por vencido ya que ahora se sentía realmente vivo gracias a aquellos ojos que lo seguían a cada hora, cada instante y hasta en sueños.
Désirée D'Aramitz- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 66
Fecha de inscripción : 07/08/2014
Re: Las cuentas del rosario ocultas entre libros viejos
Un hija de dios siempre debe aceptar su destino, sea cual sea, pues este es el que nuestro señor elige para sus hijas. En silencio y con amor hay que cumplir su voluntad.
Sussana Heyne, no era noble al contrario pertenecía a una familia trabajadora y humilde de los mercados. Su madre se dedicaba a los tejidos y por eso sus hijas, aun en la pobreza que tenían vestían muy bien y decentes siendo las comentadas entre las mujeres y señoritas nobles que deseaban alguna que otra prenda o tela de aquellas. Pero quien más llamaba la atención era la joven Sussana o Sus como la llamaban. Una jovencita de unos cabellos negros y ojos azules como el mar profundo, con una tez blanca y unas largas pestañas.
Ella siempre llamó la atención de todo aquel que la miraba y murmuraba de ella y su posible origen. Aunque a ella nunca nadie le llamó la atención como para atender las conquistas de jóvenes y hombres que la pretendían, en su mente estaba ser como su madre, una tejedora, hacer vestidos y dedicarse al comercio de telas, tal como lo hacía su tía y madre juntas. Ese era su sueño; pero, aquel sueño se frustró una tarde.
Aquella tarde tenía ella que estar en casa, pero una de sus hermanas se enfermó y acudió al mercado a ayudar a su madre. El vestido que llevaba era en tono pastel, un lila, con un delantal blanco así como el pequeño chal que su madre había tejido para ella. Al llegar y estar en el puesto de venta de su madre, casi a la tarde un joven cruzó la vista con ella. Sus, en ese momento se paralizó y sintió su rostro arder, su corazón latir demasiado y por primera vez se sintió tan avergonzada como para no sonreír y desviar rápidamente la mirada hacia otro lado pero sin despegar los ojos de aquel muchacho quien sufrió un shock por haberse quedado viendo por segundos que fueron los más largos para ella.
Cuando le vio arrojar todas sus compras algo la impulsó a salir corriendo dejando su puesto para socorrer al joven, pero cuando llegó la ilusión de su corazón latiendo se terminó por destruir al sentir una punzada por ver el habito que llevaba el joven. Un sacerdote. Sus manos temblaban y sus mejillas se tornaron rojas, tenía un deseo de llorar pero se mantuvo firme aunque su voz salió temblorosa y optó por evitar ver los ojos a aquel joven que la atraía de forma misteriosa y pecaminosa.
Tuvo que retirarse pero antes de irse su pañuelo había caído así como su primer amor y el último que tendría.
1773 – Nápoles.
Sussana Heyne, no era noble al contrario pertenecía a una familia trabajadora y humilde de los mercados. Su madre se dedicaba a los tejidos y por eso sus hijas, aun en la pobreza que tenían vestían muy bien y decentes siendo las comentadas entre las mujeres y señoritas nobles que deseaban alguna que otra prenda o tela de aquellas. Pero quien más llamaba la atención era la joven Sussana o Sus como la llamaban. Una jovencita de unos cabellos negros y ojos azules como el mar profundo, con una tez blanca y unas largas pestañas.
Ella siempre llamó la atención de todo aquel que la miraba y murmuraba de ella y su posible origen. Aunque a ella nunca nadie le llamó la atención como para atender las conquistas de jóvenes y hombres que la pretendían, en su mente estaba ser como su madre, una tejedora, hacer vestidos y dedicarse al comercio de telas, tal como lo hacía su tía y madre juntas. Ese era su sueño; pero, aquel sueño se frustró una tarde.
Aquella tarde tenía ella que estar en casa, pero una de sus hermanas se enfermó y acudió al mercado a ayudar a su madre. El vestido que llevaba era en tono pastel, un lila, con un delantal blanco así como el pequeño chal que su madre había tejido para ella. Al llegar y estar en el puesto de venta de su madre, casi a la tarde un joven cruzó la vista con ella. Sus, en ese momento se paralizó y sintió su rostro arder, su corazón latir demasiado y por primera vez se sintió tan avergonzada como para no sonreír y desviar rápidamente la mirada hacia otro lado pero sin despegar los ojos de aquel muchacho quien sufrió un shock por haberse quedado viendo por segundos que fueron los más largos para ella.
Cuando le vio arrojar todas sus compras algo la impulsó a salir corriendo dejando su puesto para socorrer al joven, pero cuando llegó la ilusión de su corazón latiendo se terminó por destruir al sentir una punzada por ver el habito que llevaba el joven. Un sacerdote. Sus manos temblaban y sus mejillas se tornaron rojas, tenía un deseo de llorar pero se mantuvo firme aunque su voz salió temblorosa y optó por evitar ver los ojos a aquel joven que la atraía de forma misteriosa y pecaminosa.
Tuvo que retirarse pero antes de irse su pañuelo había caído así como su primer amor y el último que tendría.
Désirée D'Aramitz- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 07/08/2014
Re: Las cuentas del rosario ocultas entre libros viejos
[color=#adffb9][i]–Lamento mucho mi señor, no quisiera molestarlo por algo que puede esperar, Monsieur– su francés no era tan bueno, se muerde el labio inferior agachando su rostro ocultándose en la sombra de aquel confesionario, aun cuando eran insignificancias de pecados le remordía en su consciencia aquellas pequeñeces, la ansía le obliga a sonreír para clamar sus pensamientos y angustias.
No termina aquel salmo cuando el horro se muestra en sus ojos, una mano le ha impedido continuar su cantico para sanar el alma de aquel buen hombre que se encontraba mal herido, el susto que se llevó la obligó a que su corazón latiera más a prisa pero lentamente comienza a calmarlo al ver que no era un espíritu que se había apoderado de aquel cristiano, suspira en alivio dejando la biblia sobre la mesita junto a aquella cama, se acerca al joven colocando su zurda tras la espalda de él y la diestra sobre la cabeza con ojos cerrados para percibir si tenía alguna infección que se reflejara en una fiebre altísima.
Eleva la mirada mostrando aquellas facciones de inocencia en sus pensamientos, palabras y obras –Si el señor le ha enviado esa encomienda ¿Quiénes somos nosotras para evitar que la cumpla?, Aguardaré a que se desocupe, más algo me preocupa sobre vuestras palabras mi señora, pues si vendrá oliendo a bebida y pecado tendríamos como deber de buen cristiano de ayudarle a evitar que caiga en dichas abismo. Está en peligro–.
No termina aquel salmo cuando el horro se muestra en sus ojos, una mano le ha impedido continuar su cantico para sanar el alma de aquel buen hombre que se encontraba mal herido, el susto que se llevó la obligó a que su corazón latiera más a prisa pero lentamente comienza a calmarlo al ver que no era un espíritu que se había apoderado de aquel cristiano, suspira en alivio dejando la biblia sobre la mesita junto a aquella cama, se acerca al joven colocando su zurda tras la espalda de él y la diestra sobre la cabeza con ojos cerrados para percibir si tenía alguna infección que se reflejara en una fiebre altísima.
Eleva la mirada mostrando aquellas facciones de inocencia en sus pensamientos, palabras y obras –Si el señor le ha enviado esa encomienda ¿Quiénes somos nosotras para evitar que la cumpla?, Aguardaré a que se desocupe, más algo me preocupa sobre vuestras palabras mi señora, pues si vendrá oliendo a bebida y pecado tendríamos como deber de buen cristiano de ayudarle a evitar que caiga en dichas abismo. Está en peligro–.
Désirée D'Aramitz- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 07/08/2014
Re: Las cuentas del rosario ocultas entre libros viejos
[i]–Lleva al hombre tras el cristo que miraba al altar, ingresa un pasillo hasta la puerta que da a la sacristía donde hay una cama y varios cuadros de santos religiosos, crucifijos y rosarios colgados en la pared, un asiento para arrodillarse y rezar y una pequeña mesa de mármol con el cáliz y la platería de la misa; además de estar la ropa del sacerdote. Retira la chaqueta al hombre y la camisa dejando ver aquella herida que borboteaba en sangre hacia las sábanas —OH Dios mío, es profunda— Busca unas vendas en el armario del sacerdote junto a un bolw con agua caliente. Limpia la herida y a sabiendas que necesita algo fuerte para desinfectar la herida, se atreve a buscar por toda la sacristía aquel pecado de algunos sacerdotes, el ron
Corre por las ciénagas tropezando arrancándose trozos de la tela de su capa que se enreda entre los pequeños arbustos, troncos y ramas. Corre sin gritar para no alarmar a nadie, el sudor cae de su frente y decide retirarse la capa para no atrasar más su escape, la deja colarse por las aguas turbias mientras corre, el vestido se le rasga lastimándose un poco la rodilla la caerse de bruces, trata de esconderse tras uno de los árboles respirando lento y cubriendo su boca para no emitir aquellos sonidos de su sollozos. Reza en su mente por la salvación y acepta que si ese día tiene que morir, ella lo hará al menos luchando hasta el final, y si no puede entregará su alma como lo hizo cristo.
Se persigna en silencio apenas moviendo aquellos labios delicados en rezos susurrados, hasta que la voz opaca sobresalta su corazón en un vuelco por las palabras fuertes con las que ha utilizado; se apresura a salir de aquel confesionario con ojos abiertos completamente de par en par, incrédula e inocente se apresura avanzando con aquellos pasos sigilosos hasta la mujer que le ha dado la información. Una reverencia en modo de saludo cortés –¿Mujeres de la noche?– pregunta con desconcierto –Acaso son aquellas mujeres que se han perdido en la senda del señor, aquellas mujeres que han encontrado la misma fortuna que María Magdalena– enarca una ceja incrédula, baja la mirada con una sonrisa en sus labios.
Corre por la ciudad hasta encontrar un lugar más calmado y eso lo fue a hallar a la entrada de los bosques, había corrido tanto que no se había dando cuenta hasta que sus pulmones parecían estallar, sus pies le quemaban y su sudor comenzaba a correr por aquel rostro. Dudo en adentrarse pero como toda joven curiosa accedió a ella ingresando para conocer por vez primera como se verían aquellos lugares con el manto negro sobre ellos. Anduvo unos pasos y esperó para con calma escuchar a algún animal, pero nada, todo era silencio absoluto al menos que los estruendos y gritos a lo lejos la llevaron a adentrarse más observando por vez primera una cacería de sus compañeros soldados.
Lágrimas santas que corren por la mejilla de aquella alma atormentada por unos pecados tan insignificantes para cualquiera menos para para quien suplicaba de todo corazón ser quitada de ese carga de consciencia. Conducta impropia para sus ojos y quizás ridícula para el resto y aun así no hay muestra impoluta que manche el alma pura de la joven que de rodillas susurras los rezos eclesiásticos.
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Corre por las ciénagas tropezando arrancándose trozos de la tela de su capa que se enreda entre los pequeños arbustos, troncos y ramas. Corre sin gritar para no alarmar a nadie, el sudor cae de su frente y decide retirarse la capa para no atrasar más su escape, la deja colarse por las aguas turbias mientras corre, el vestido se le rasga lastimándose un poco la rodilla la caerse de bruces, trata de esconderse tras uno de los árboles respirando lento y cubriendo su boca para no emitir aquellos sonidos de su sollozos. Reza en su mente por la salvación y acepta que si ese día tiene que morir, ella lo hará al menos luchando hasta el final, y si no puede entregará su alma como lo hizo cristo.
Se persigna en silencio apenas moviendo aquellos labios delicados en rezos susurrados, hasta que la voz opaca sobresalta su corazón en un vuelco por las palabras fuertes con las que ha utilizado; se apresura a salir de aquel confesionario con ojos abiertos completamente de par en par, incrédula e inocente se apresura avanzando con aquellos pasos sigilosos hasta la mujer que le ha dado la información. Una reverencia en modo de saludo cortés –¿Mujeres de la noche?– pregunta con desconcierto –Acaso son aquellas mujeres que se han perdido en la senda del señor, aquellas mujeres que han encontrado la misma fortuna que María Magdalena– enarca una ceja incrédula, baja la mirada con una sonrisa en sus labios.
Corre por la ciudad hasta encontrar un lugar más calmado y eso lo fue a hallar a la entrada de los bosques, había corrido tanto que no se había dando cuenta hasta que sus pulmones parecían estallar, sus pies le quemaban y su sudor comenzaba a correr por aquel rostro. Dudo en adentrarse pero como toda joven curiosa accedió a ella ingresando para conocer por vez primera como se verían aquellos lugares con el manto negro sobre ellos. Anduvo unos pasos y esperó para con calma escuchar a algún animal, pero nada, todo era silencio absoluto al menos que los estruendos y gritos a lo lejos la llevaron a adentrarse más observando por vez primera una cacería de sus compañeros soldados.
Lágrimas santas que corren por la mejilla de aquella alma atormentada por unos pecados tan insignificantes para cualquiera menos para para quien suplicaba de todo corazón ser quitada de ese carga de consciencia. Conducta impropia para sus ojos y quizás ridícula para el resto y aun así no hay muestra impoluta que manche el alma pura de la joven que de rodillas susurras los rezos eclesiásticos.
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Désirée D'Aramitz- Inquisidor Clase Media
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