Veil of Darkness — Privado

La relación con Clava nunca había sido buena, en realidad, era muy pésima y casi asfixiante. Podía compararse con tener una enorme piedra encima, casi como el mítico personaje Atlas, que fue condenado a cargar al cielo casi por toda la eternidad. Quizás Yevgeniya se comparaba a sí misma con el protagonista de semejante leyenda, pero la de aquel titán no era ni la mitad de terrible como la suya, sobre todo por el simple de hecho de tener a su lado a una mujer tan despiadada como Klavdiya. A veces no comprendía cómo era posible que su difunto abuelo hubiera dejado a cargo a Clava; además, ¿por qué los demás miembros de la familia no eran capaces de enfrentársele? Quizás se debía a ese poder que tenía, y del que ella misma se jactaba ante todos. Aunque, si era tan poderosa, ¿por qué la mantenía retenida? Yevgeniya ignoraba muchas cosas en su soledad impuesta, rodeada de seres dimensionales que terminaban causándole horribles pesadillas.

Pero las pesadillas, los terrores nocturnos... su propia parasomnia, no eran nada con lo lidiaría luego. Su abuela tenía planeadas muchas cosas para su nieta, y la joven, obviamente, las ignoraba. ¡Porque hasta le tenía prohibido decidir sobre su futuro! Era verdaderamente frustrante tener que lidiar con aquella mujer. Precisamente ese era el motivo por el que no se atrevía a mencionar nada acerca del joven que había encontrado días atrás, oculto entre la vasta propiedad de los Berdiáyev. ¡Jamás podría revelar tal descubrimiento! De seguro pondría en peligro la vida de alguien más, porque Clava no resultaba ser una persona muy... misericordiosa. Ya ni entendía cómo no la había condenado antes a la muerte.

Quizás sacó conclusiones absurdas mientras observaba a través del cristal de la ventana, empañada por el vapor de agua proveniente del exterior. Era un día de tormenta cualquiera, pero, a pesar de que a algunos les causara temor, a ella le agradaban. El sonido del agua al descender era regocijante, como si sus oídos fueran complacidos con la mejor composición nunca antes entonada. Ciertamente, aquello le regresó la paz a su mente. Sin embargo, no transcurrió demasiado tiempo cuando una criada entraba en su habitación, enviada por Clava con urgencia. Yevgeniya pidió explicaciones, como era de suponerse, pero la mujer, a duras penas, le respondió, obligándola a deshacerse de su vestido para colocarle otro. ¿Tendrían alguna visita importante?

Temió lo peor, porque, ahora que hacía memoria, su abuela quiso, en algún momento, comprometerla. Sus padres se opusieron, en especial Irina. Pero, para desgracia de ella, Klavdiya era quien imponía las normas del juego, y apenas encontrara al hombre adecuado (a quien pudiera manipular, desde luego), obligaría a Yevgeniya a casarse. El horror se grabó en su rostro, al igual que en el semblante convaleciente que se reflejaba en el espejo. Aunque bien sabía que enfrentarse a la mujer no era la mejor idea. ¿Qué podía hacer? Quiso huir. Lanzarse por la ventana y ocultarse en el bosque; hasta pensó en pedirle ayuda a Georgiy, aun así, apenas lo conocía.

—Por favor, señorita. No haga esperar más a su abuela, o va a molestarse —suplicó la criada, mientras terminaba de ayudar a Yevgeniya a alistarse—. Está perfecta así, le diré a la señora Klavdiya que en un par de minutos estará abajo.

La jovencita se despidió de inmediato. Apenas pudo responderle, porque se encontraba más concentrada en intentar sonreír adecuadamente, que en otra cosa. Aparte, ¿cómo iba a disimular esas ojeras? ¡Demonios! Su tarde lluviosa sí que se había convertido en un desastre. ¡Bien! Ya no podía arruinarlo más, y ella no era particularmente cobarde (sólo le temía a la odiosa de su abuela). Se dirigió al salón en donde aguardaba Clava con... ¿quién diablos era ese hombre? Yevgeniya no pudo fingir descontento alguno, pero forzó la sonrisa, porque debía guardar la hipócrita educación de la clase alta.

—Buenas... tardes —dijo, respirando hondo y dirigiéndose hasta donde se encontraba su abuela—. Lamento la tardanza, no creí que tendríamos visita.

Klavdiya sonrió con malicia al ver a su nieta, y luego de presentarla con toda la pompa que se merecía, dejó dicho algo que le erizó la piel a Yevgeniya.

—¿Qué? ¿Compromiso? No es por ofender, pero creo que es algo... pronto. Es decir, yo no tengo prisa en eso y supongo que el caballero tampoco —y no se lo podía creer.