Darkness Rising [privado]

 


 

Entramos en una fase distinta, estábamos bien, Nessanié se encargaba de mantenerme entretenido, el vaivén de sus caderas me acogía cada noche, incluso encuentros rudos marcaban nuestros días mientras esta trataba de descifrar las visiones que había sacado de la mente de ese desgraciado.

Sabia que ella estaba empeñada en apoderarse de la razón de Agarwaen, lo quería reinando a su maldito lado, no se daba cuenta que era yo el único merecedor de tal honor.
Yo nunca le había fallado, la protegía y amaba en exceso y ella se aprovechaba de como había perdido el juicio dejando que la droga de su piel me cegara por completo.
Agarwaen era un mierda, uno que sucumbiría ante el filo de mi hacha, lo mataría, lo descuartizaría y se lo envolvería con un lazo a trozos para que la bruja disfrutara de ese príncipe al que amaba.
Yo era su única opción, pensaba demostrárselo para que no le quedaran dudas de ello.

Había notado sus ausencias, esa semana Nessanie estaba mas alterada de lo normal, y el oler a bosque de su ropa no pasaba desapercibido para un cambiante como yo.
Nessanie me escondía algo y no iba a permitirle que los secretos conformaran lo nuestro.
Así que aquel día en el que como de costumbre me traía el desayuno a la cama con una sonrisa demasiado amable para ser suya.
Fingí bebérmela y la tiré a la palangana en un descuido de la bruja.

Como siempre me dormía pues me entraba sopor, en esta ocasión hice lo mismo mientras ella se acomodaba en mi pecho hasta que me escuchó roncar.
No me equivocaba, en cuanto me creyó dormido de un salto se alzo de la cama y vistiéndose con rapidez se largó de la casa compartida.
Seguirla me resultaba fácil, aunque mantuve la distancia acertada para que no presintiera mi aura.
La bruja era muy inteligente, pero estaba cegada con la idea de dar con el príncipe y eso la hacia débil.

Me posicioné frente a ella la ver como las venas negras recorrían su rostro, la ira se apoderaba de ella al ver a Agarwaen con otra.
-Déjame matarlo -dije sin mas enfrentando sus negros -pierdes con ese hombre el tiempo y lo sabes.
Los celos me corroían, si me dejaba ir acabaría con su debilidad, lo desmembraría, solo tenia que dejarme ir.

Si no entraba en razón lo mataría igualmente, desafiar a la bruja no era algo que me intimidaba, puede que ella no supiera lo mejor para si misma, pero cunado Agarwaen desapareciera, lo vería claro y yo seria el único hombre en su vida.
Gruñí desafiante mirándola.
-Me has mentido

Nuestro hogar, o al menos el que seria nuestro hasta que pudiéramos volver a Grecia. Muchas eran las cosas que desde que abandoné mis tierras me habían pasado, por desgracia la mayoría eran nefastas.
Aun así repetiría cada uno de mis pasos si volvían a llevar al mismo sitio, frente a ella, la amaba, como nunca supe que seria capaz de querer a nada ni a nadie y supe que me había equivocado durante todo este tiempo ignorando una realidad que era clara como la madre luna a la que obedecía mi amada.
En el arrollo quise seguir con ella, pero yo era un cazador, ella una licantropo y me largué, lo hice porque creí que era lo correcto, me equivoqué. Me perdí en muchas pieles, pero su olor me acompañaba y fue entonces, cuando regreso a mi siendo prisionera cuando entendí que no iba a volver a dejarla ir.

Me adentré en nuestra habitación con una sonrisa en los labios, los primeros rayos del sol de la mañana adornaban su cuerpo lamiéndolo despacio, era preciosa, aun no podía creer la suerte que tenia.
Mi pecho se orilló a su espalda, lentamente mis labios recorrieron su cuello, calcinandolo con mi aliento.

Cada vez que la tocaba el deseo me consumida por dentro, su cuerpo eran brasas encendidas que al entrar en contacto conmigo prendían iniciando un descontrolado fuego y eso era justamente en lo que se convirtieron mis dedos, en combustible que ascendió por sus muslos de forma vertiginosa hacia su centro.

Giró el rostro para besarme, mi lengua se coló entre sus labios, lamiendo la ajena, enredándose en una danza húmeda.
Me relamí cuando la loba se apartó devolviendo su mirada al horizonte.
Una bandada de pájaros sobrevolaba el lugar, el sol parecía tornarse opaco entre tanta nubosidad.
-No, la vista desde aquí nunca es así de oscura -señalé los pájaros -se comportan raro, esto no me gusta, no es normal.

Atrapé su rostro entre mi manos para enfrentar sus pardos.
-Te quiero, te quiero mas de lo que nunca he querido a nada en este mundo y necesito saber que estas a salvo, nuestro hijo ha de estar a salvo, es el futuro de Grecia, su príncipe si yo caigo ¿lo entiendes? -no le dejé responder, un beso apaciguó el temblor de sus labios.
-Bajo, en las mazmorras hay una pequeña gruta que te sacara de aquí ,lleva directo a un embarcadero, espérame allí, si no llego en un par de horas, quiero que cojas el primer barco que te lleve a Grecia -en su mano posé el medallon que arranqué de mi cuello, el emblema de mi familia -cuéntales a mis padres todo cuanto a pasado, diles que estas engendrando a su nieto, te ayudaran.

Gruñí cuando Nessanié se dirigió a mi de ese modo, tensa mi mandíbula hiperventilaba rabioso contra su rostro.
Me trataba como a un perro y quizás en parte en eso me había convertido con ella, en su perro fiel que recoge las migajas que su ama le lanza.
Negué frustrado cuando a mi alrededor varios pájaros cayeron con sus cuellos destrozados gracias la chasquido de los dedos de la bruja.
-No me intimidas Nessa, te conozco y tu a mi, si me quisieras muerto, ya lo estaría. Sabes que te soy útil, tu no responder a sensibilidades, no conmigo, de mi solo esperas que siga mordiendo, despedazando como siempre lo he hecho...
Nunca seré suficiente ¿que me falta Nessa? ¿que tiene ese príncipe que no tenga yo? ¿te he fallado alguna vez? No he apoyado todas tus decisiones menos esta.

Sus palabras retumbaban contra ms labios, de nuevo me aseguraba haber tenido paciencia conmigo, ensalzado mis triunfos y permitido tocar sus labios, cu cuerpo, según ella no podía quejarme pues me lo había dado todo.
-Todo no, solo me has regalado aquello que te sobraba en cada momento -aseguré con un gruñido.

Nuestros jadeos empezaban a encontrarse, cuerpos hambrientos del otro, esa mujer siempre lograba volverme loco, sabia como usar su poder conmigo. Por furioso que estuviera, su boca bastaba para embeberme de sus palabras y ceder a todos sus caprichos, en ocasiones pensaba que estaba sometido a un hechizo porque no se podía ser tan tonto como o lo era cuando esa mejor me trataba a patadas y yo seguía volviendo.

Gruñí apretando sus nalgas, sus palabras eran un desafió, pero eran paladeadas por mi boca y me sabían deliciosas por muy furibundo que me encontrara en estos momentos.
-Yo siempre he estado de tu lado, pero tu traición es un insulto, lo mataré, te doy mi palabra de que igual que he destripado a sus amigos el caerá, este mundo es demasiado pequeño para que los dos sigamos viviendo.

No acabé las palabras cuando mi espalda golpeó un tronco, las ramas me engulleron, rugí.
-No te atrevas – grité al ver como se alejaba.
Forcejeé sin parar, no iba a permitirle que se hiciera con el príncipe, de hacerlo yo ya no le seria útil y mi sino seria la muerte o algo peor sin duda.
Mataría a ese hombre y me convertiría en su rey indiscutible.

Cuando la creí a salvo tensé el gesto apretando la mandíbula, si algo sabia es que esta batalla seria la definitiva.
Mis cimitarras envainadas a mi espalda estaban preparadas para morder la carnaza de la maldita bruja y con el cambiante tenia demasiado pendiente como para que su cabeza no rodara por el suelo ante los ojos de la dueña que contra los míos lo había azuzado hasta acabar con casi todos.

Mi paso fue firme, no me escondería como una rata, mi herida marcaba mi posición y todo el tiempo que le diera a mi único amor para poner a salvo a nuestro hijo, el futuro de Grecia seria poco para huir de aquel mal en estado puro.
No tardé en encontrarme de frente con Nessanie, sus verdes se hundieron en mis grises mientras nos contemplamos en silencio durante unos instantes.
Aquella mujer era bella, no entendía como el mal podía haberla corrompido de aquella manera porque yo solo veía ante mi a una zorra con demasiados aires de grandeza.
-Aquí estamos bruja, la muerte es lo único que encontraras de mi mano ¿donde te has dejado a tu perro? ¿Que le has aflojado la correa para que pueda ir a mear? -pregunté con sorna ladeando la sonrisa.

Desenvaine sendas gemelas, las hice bailar de forma despreocupada entre mis dedos.
-He escuchado rumores sobre tu...recién encontrado hermano “Hoor Cannif” no tienes otro objetivo donde fijar tu asquerosa mirada ..ya sabes un reencuentro fraternal y no la obsesión de perseguir a un hombre que te odia desde lo mas profundo de sus entrañas?

Tenia que ganar tiempo, tiempo para que esa barcaza pudiera llegar a puerto y en el coger un barco para poner rumbo a Grecia, con mis padres, ese era el único modo de salvar la ida de las dos criaturas mas importantes de mi vida.
Mi sonrisa chocaba con su verde mirada, que parecía pensar el modo de doblegarme sin matarme, al parecer muerto no podría cumplir su fin de guiarme como una marioneta.
Vamos bruja... ¿quieres bailar conmigo? -pregunté lanzándome con una embestida sangrienta hacia ella con sendos aceros dando vueltas.

La bruja interpuso un escudo para frenar cada uno de mis ataques, choque metálico, una lucha singular en la que ambos jadeábamos frente al otro en un baile en el que ella no se subió las faldas mostrando sus enaguas ni hubo cortes reverencia por mi parte como saludo. Supongo que siendo viejos conocidos las formalidades las podíamos dejar para la sepultura del enemigo.

Si pensaba que me iba a mantener atrapado allí contra el árbol enredado como si fuera su perro con collar puesto la bruja no me conocía en absoluto.
Rugí furioso, no iba a ceder sumiso esperando que la mujer que amaba se apoderaba del inútil del príncipe.

Cerré los ojos mi respiración se agitó violenta, notaba como las enredaderas se afianzaban mas a mi cuerpo tal y como mis músculos crecían y se tensaban.
Rugí abriendo los ojos de un intenso tono pardo, centellearon mostrando la ira que albergaba en ese momento mi alma.
Mis colmillos emergieron de mis labios, la boca creció convirtiéndose en un hocico. Mi cuerpo se retorcía entre las lianas, crecía descomunalmente, con tanta violencia que las plantas y el conjuro de la oscura hechicera eran incapaces de controlarme en ese instante.

El pelaje pardo, tupido e impermeable cubrió mi piel. En zarpas se convirtieron mis manso hasta ahora presas por aquellas raíces que corté con violencia haciéndolas añicos.
Caí sobre mis cuatro patas, rugí feroz alzando el vuelo de esos cuervos que la bruja había dejado para espiarme.

Iba a matarlo, ese príncipe acabaría hoy volviendo a la tierra de la que nunca debió salir y por fin la bruja se daría cuenta de que yo era el único merecedor de compartir el trono de Grecia junto a ella.
Emprendí camino hacia le patio de armas, era capaz de oler no solo a la hechicera, esa mujer que me pertenecía, si no la maldito príncipe herido que de seguro ya la enfrentaba a estas alturas.

El pobre infeliz quizás pensaba tener algo que hacer contra ella pero habíamos acabado con todas las fieles ratas inmundas del principito, así que ahora que la serpiente había sido descabezada pensaba acabar de aplastarla hasta que la tierra lo engullera.
Mi cuerpo se movía por completo ante el ímpetu de mi carrera, sabia que la bruja intentaría impedirme llegar a su querido juguete, por eso no esperaría presentación, en cuanto llegara le arrancaría las entrañas.

Aquella bruja de venas marcadas en negro tizón se regocijaba de lo que ella creía una batalla ganada, mas no parecía conocerme lo suficiente, pues no iba a ceder un ápice, no dejaría que esa mujer se apoderara de Mikonos y de las buenas gentes que abitaban mi reino.
Grité de puro dolor, gruñí de frustración, era cierto que ardía, sentía como la marca se extendía y la oscuridad se iba adueñando de mi.

El acero bailó entre mis dedos, raudo lancé mi diestra a su costado pero de nada sirvió, pues ella de nuevo interpuso aquel muro imaginario.
Su risa retumbó en mi cabeza antes de que imágenes de esa mujer y yo fornicando la asolaran después con saña, su cuerpo desnudo, acariciándose los pechos mientras sobre mi danzaba con una mirada lasciva.
Sacudí la cabeza jadeando, sentía el placer que esa mujer podía producirme, también el odio que la procesaba.
La imagen de Anabel, contrarrestó las propias, ladeé la sonrisa en un duelo mental que le pensaba ganar, sabia que estaba en mi cabeza, que podía ver mi primer beso con Annabel, mi encuentro en el lago donde por dos veces la hice mía, nuestro encuentro tras mucho tiempo separados y sobre todo esa boda en la capilla en la que nuestras lenguas se envolvieron en un beso húmedo, largo y apasionado.
La escuché gritar de rabia ordenándome que parara, apretando mas mi herida para que dejara de pensar en ella.
Mi mandíbula se cuadriculo, mis dientes se apretaron, dentro de su vientre crecía mi vástago, tenia que darles tiempo de llegar a puerto, salvar sus vidas y con ellas la de Mikonos era mi único propósito.

La bruja, distraída y creyéndome vencido porque apenas era capaz de sujetar el acero bajó su escudo, lo que no esperó es que elevara la zurda posando el filo sobre su gaznate.
-Yo nunca seré tuyo -aseguré dispuesto a terminar con su existencia aunque la mía se fuera con ella.
-El tártaro será un buen lugar para que tu y yo bailemos toda la eternidad.

Sus ojos se oscurecieron, cuencas vacías, sentía su poder aumentar, la herida me arrancaba la vida, se introducía pérfida por mis entrañas desgarrando mi piel, abriéndola rumbo a mi corazón.
-Adiós puta -rugí elevando la espada y dejándola caer hacia su corazón con saña, pero una fuerza sobrenatural mantenía mi espada quieta, la empujaba hacia el otro lado y por contra yo hacia su pecho.
Rugí violento, era mi ultima oportunidad o la mataba o seria su marioneta, pero ella jugaba con una ventaja que yo no tenia.
Dejé caer la mano a un lado de mi cuerpo y sonreí embobado mirándola.
-Nessa -susurré contemplado su bello rostro, mi diestra se acercó a ella, podía ver en sus ojos el placer de la batalla ganada. Su cuerpo se pegó al mio, ardiente, terso y mi brazo rodeó su cintura con hambre mientras mis labios rozaban tibios los ajenos.
Fue en ese momento en el que había bajado las defensas cuando hundí mi acero por su espalda atravesándonos con su afilada hoja a ambos.
-Nos vemos en el tártaro -susurré contra sus labios -mi hijo gobernará Mykonos – dije con la voz entrecortada.