AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El comienzo de todo.../privado
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El comienzo de todo.../privado
TRES AÑOS ANTES.
FLASH BACK
El primer manojo órdenes de la santa inquisición, se convirtieron en cenizas en el fuego de mi chimenea, como ya era una costumbre para no dejar ninguna huella de su existencia. La misión de ésta noche: Investigar con lujo de detalle – en la medida de lo posible- La razón, y el paradero de un "sujeto desaparecido y considerado peligroso" que llevaba por apellido, uno muy conocido por mi. Mi mente se remontó años atrás en la sala de una acaudalada mansiòn, donde se concertaba una fiesta entre personas de abolengo y miembros de la realeza, entre ellos mi familia. La última hoja descansaba sobre mi escritorio, marcada con el numero tres. Esto me indicaba que no realizaria mi investigación en soledad, situación que me molestaba en demasia porque nunca he necesitado de terceros para realizar mi trabajo. Pero òrdenes eran òrdenes y había que ejecutarlas sin objeciones. Me gustaba trabajar solo y sin nadie más a mi cargo, porque de ésta manera podría hacer todo cuanto me apeteciese sin miradas curiosas y preguntas impertinentes que no me gustaba responder, por considerarlas demasiado estúpidas y obvias.
Sonreí, llevando la copa de whisky hasta mis labios, para mojarlos con el suave y delicioso néctar. Ya en aquel primer instante de haber conocido mis instrucciones, comenzaba a planear la manera en cómo habría de actuar. Un plan mental de cada uno de los pasos a seguir. Paso por paso, punto por punto. Se me había encomendado encarecidamente guardar absoluto silencio al respecto, pero libertad de acción de acuerdo a criterio si las cosas se salían de control y mis compañeros inquisidores fallaran en el intento. Nada podría hacerme resultarme más alentador y satisfactorio que el tener carta abierta. Ante mí se abría todo un racimo de ideas, de oportunidades, de estrategias y posibilidades; lo que me hacía pensar – sin temor a equivocarme – que estaba ante un enorme reto que estaba dispuesto a aceptar aún y cuando no se me hubiese pedido ayuda. Yo mismo habría levantado la mano para involucrarme completamente, pagando el precio que fuere. Había ciertas situaciones que habían quedado inconclusas entre "esa" familia y la mía. Nada agradables por cierto.
-Arthur de Crane– Murmuré perdido entre las llamas crepitando en la chimenea. ¿Quién o quienes ostentaban tal título? como ya mencioné anteriormente, una familia que me producía las más infinita repulsión, y ahora, la vida me estaba presentando una segunda oportunidad para saldar viejas cuentas. Fruncí el ceño. ¿Qué misterio habría detrás? ¿Por què el hijo había escapado? ¿Para que demonios movilizar tanto personal para localizar a un inepto como aquel? Gruñi. No lograría desenmarañarlo hasta no acudir puntual a la cita en la cuál me reuniria con mis compañeros. Faltaban un par de horas únicamente, por lo que apuré mi copa de un solo trago, abandonándola sobre la superficie lisa de mi escritorio. El eco de mis pisadas me siguió hasta mis aposentos. Soné la campanilla para llamar a la servidumbre, misma que no tardó en llegar más allá de un par de minutos.
-Ayúdeme a vestir.
Una simple orden. Llana, escueta. Mi fiel mayordomo apuró a sacar de mi armario, la indumentaria correcta. La más escueta que pudiera tener para no llamar la atención. Sonreí ante la visión que me devolvió el espejo de cuerpo completo apostado en una de las esquinas. Parecía un auténtico vago despreciable. Nada mal.
-Que preparen el carro. No tardo más allá de cinco minutos. No me hagan esperar.
Necesitaba quedarme a solas, para hurgar entre mis pertenencias “especiales” sin que ojos poco conocedores dieran cuenta de mis escondites secretos. Como ya era una costumbre, embolsé el rosario de mi madre. La santa biblia tendría que seguir reposando sobre la mesita de noche de mi habitación, misma que esperaba leer al momento de regresar, con la venia y la bendición de Dios. Besé las sagradas escrituras y salí presuroso de la habitación. Ya el carro esperaba por mí, me fue colocada una capa sobre los hombros, y abordé sin decir una sola palabra. Una vez hube llegado a destino, bajé del carruaje y di ordenas precisas a mi cochero de que no me esperase y se fuese inmediatamentede ahi. Iría a pie el resto de los bloques. Mi mente se mantuvo en blanco hasta llegar al pequeño callejón donde un grupo de tres me esperaba. Habían llegado puntuales a la cita, nada mal, eso podía hablar bien de ellos por el momento.
-Ya lo saben amigos. Podemos hacer lo que nos plazca. -dijo sonriendo el más viejo de los tres, mostrando su incisivo de oro. -La temporada de caza se ha abierto-. -los otros dos rieron a carcajadas. Bufé, ese par de idiotas eran inquisidores de reciente afiliaciòn, podía “olfatearlos” a kilòmetros de distancia. Clásicos lamebotas todo lo que el de mayor jerarquia hacia o decìa, para quedar bien ante sus ojos. Ya habìa traspasado esa barrera, y podìa jurar sin temor a equivocarme, que yo era mucho mejor que ese trios de payasos. Buscarìa la manera de dejarlos atras a la primera oportunidad.
-¿Qué hay de ti Carvajal? ¿Alguna historia digna de contar? ¿A cuantas niñas pecadoras mandaste a la hoguera esta semana?- Volvieron a reír. Me limité a echar el humo del cigarrillo por las fosas nasales, obsequiando la sonrisa más indescifrable que pudiera mostrar aquella noche.
-Más de las que puedas contar con los dedos de manos y pies. Incluida tu esposa-. fue mi turno de sonreír, más no así aquel vejestorio que me fulminó con la mirada. Era de conocimiento popular, que su mujer poseía los cascos más ligeros de todo Paris. Aunque éste se empeñaba en negar la gran cornamenta adornando - metafóricamente desde luego - su cabeza.
Desvié la mirada en el acto, dedicándome a observar hacia ninguna parte en particular. Había echado sal a la herida y no podía sentirme más que satisfecho por ser un completo bastardo. Ahí mismo estaba marcando mi territorio: No me jodas. Era el claro mensaje. Esperaba lo tomara en cuenta para futuras ocasiones en que quisiese traspasar esa línea delgada, entre sus derechos y los míos. Yo no me tentaba el corazón a la hora de abrir la boca y decir lo primero que se me viniese a la cabeza, como aquel momento.
Estaba aburrido, necesitaba un poco de acción.
FLASH BACK
El primer manojo órdenes de la santa inquisición, se convirtieron en cenizas en el fuego de mi chimenea, como ya era una costumbre para no dejar ninguna huella de su existencia. La misión de ésta noche: Investigar con lujo de detalle – en la medida de lo posible- La razón, y el paradero de un "sujeto desaparecido y considerado peligroso" que llevaba por apellido, uno muy conocido por mi. Mi mente se remontó años atrás en la sala de una acaudalada mansiòn, donde se concertaba una fiesta entre personas de abolengo y miembros de la realeza, entre ellos mi familia. La última hoja descansaba sobre mi escritorio, marcada con el numero tres. Esto me indicaba que no realizaria mi investigación en soledad, situación que me molestaba en demasia porque nunca he necesitado de terceros para realizar mi trabajo. Pero òrdenes eran òrdenes y había que ejecutarlas sin objeciones. Me gustaba trabajar solo y sin nadie más a mi cargo, porque de ésta manera podría hacer todo cuanto me apeteciese sin miradas curiosas y preguntas impertinentes que no me gustaba responder, por considerarlas demasiado estúpidas y obvias.
Sonreí, llevando la copa de whisky hasta mis labios, para mojarlos con el suave y delicioso néctar. Ya en aquel primer instante de haber conocido mis instrucciones, comenzaba a planear la manera en cómo habría de actuar. Un plan mental de cada uno de los pasos a seguir. Paso por paso, punto por punto. Se me había encomendado encarecidamente guardar absoluto silencio al respecto, pero libertad de acción de acuerdo a criterio si las cosas se salían de control y mis compañeros inquisidores fallaran en el intento. Nada podría hacerme resultarme más alentador y satisfactorio que el tener carta abierta. Ante mí se abría todo un racimo de ideas, de oportunidades, de estrategias y posibilidades; lo que me hacía pensar – sin temor a equivocarme – que estaba ante un enorme reto que estaba dispuesto a aceptar aún y cuando no se me hubiese pedido ayuda. Yo mismo habría levantado la mano para involucrarme completamente, pagando el precio que fuere. Había ciertas situaciones que habían quedado inconclusas entre "esa" familia y la mía. Nada agradables por cierto.
-Arthur de Crane– Murmuré perdido entre las llamas crepitando en la chimenea. ¿Quién o quienes ostentaban tal título? como ya mencioné anteriormente, una familia que me producía las más infinita repulsión, y ahora, la vida me estaba presentando una segunda oportunidad para saldar viejas cuentas. Fruncí el ceño. ¿Qué misterio habría detrás? ¿Por què el hijo había escapado? ¿Para que demonios movilizar tanto personal para localizar a un inepto como aquel? Gruñi. No lograría desenmarañarlo hasta no acudir puntual a la cita en la cuál me reuniria con mis compañeros. Faltaban un par de horas únicamente, por lo que apuré mi copa de un solo trago, abandonándola sobre la superficie lisa de mi escritorio. El eco de mis pisadas me siguió hasta mis aposentos. Soné la campanilla para llamar a la servidumbre, misma que no tardó en llegar más allá de un par de minutos.
-Ayúdeme a vestir.
Una simple orden. Llana, escueta. Mi fiel mayordomo apuró a sacar de mi armario, la indumentaria correcta. La más escueta que pudiera tener para no llamar la atención. Sonreí ante la visión que me devolvió el espejo de cuerpo completo apostado en una de las esquinas. Parecía un auténtico vago despreciable. Nada mal.
-Que preparen el carro. No tardo más allá de cinco minutos. No me hagan esperar.
Necesitaba quedarme a solas, para hurgar entre mis pertenencias “especiales” sin que ojos poco conocedores dieran cuenta de mis escondites secretos. Como ya era una costumbre, embolsé el rosario de mi madre. La santa biblia tendría que seguir reposando sobre la mesita de noche de mi habitación, misma que esperaba leer al momento de regresar, con la venia y la bendición de Dios. Besé las sagradas escrituras y salí presuroso de la habitación. Ya el carro esperaba por mí, me fue colocada una capa sobre los hombros, y abordé sin decir una sola palabra. Una vez hube llegado a destino, bajé del carruaje y di ordenas precisas a mi cochero de que no me esperase y se fuese inmediatamentede ahi. Iría a pie el resto de los bloques. Mi mente se mantuvo en blanco hasta llegar al pequeño callejón donde un grupo de tres me esperaba. Habían llegado puntuales a la cita, nada mal, eso podía hablar bien de ellos por el momento.
-Ya lo saben amigos. Podemos hacer lo que nos plazca. -dijo sonriendo el más viejo de los tres, mostrando su incisivo de oro. -La temporada de caza se ha abierto-. -los otros dos rieron a carcajadas. Bufé, ese par de idiotas eran inquisidores de reciente afiliaciòn, podía “olfatearlos” a kilòmetros de distancia. Clásicos lamebotas todo lo que el de mayor jerarquia hacia o decìa, para quedar bien ante sus ojos. Ya habìa traspasado esa barrera, y podìa jurar sin temor a equivocarme, que yo era mucho mejor que ese trios de payasos. Buscarìa la manera de dejarlos atras a la primera oportunidad.
-¿Qué hay de ti Carvajal? ¿Alguna historia digna de contar? ¿A cuantas niñas pecadoras mandaste a la hoguera esta semana?- Volvieron a reír. Me limité a echar el humo del cigarrillo por las fosas nasales, obsequiando la sonrisa más indescifrable que pudiera mostrar aquella noche.
-Más de las que puedas contar con los dedos de manos y pies. Incluida tu esposa-. fue mi turno de sonreír, más no así aquel vejestorio que me fulminó con la mirada. Era de conocimiento popular, que su mujer poseía los cascos más ligeros de todo Paris. Aunque éste se empeñaba en negar la gran cornamenta adornando - metafóricamente desde luego - su cabeza.
Desvié la mirada en el acto, dedicándome a observar hacia ninguna parte en particular. Había echado sal a la herida y no podía sentirme más que satisfecho por ser un completo bastardo. Ahí mismo estaba marcando mi territorio: No me jodas. Era el claro mensaje. Esperaba lo tomara en cuenta para futuras ocasiones en que quisiese traspasar esa línea delgada, entre sus derechos y los míos. Yo no me tentaba el corazón a la hora de abrir la boca y decir lo primero que se me viniese a la cabeza, como aquel momento.
Estaba aburrido, necesitaba un poco de acción.
Antonio de Carvajal- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/07/2011
Localización : París, Francia.
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