Tragedy (Amelhion)

Las sombras dibujadas en el paño blanco provocaban que perdiera la concentración en aquel oráculo africano. Las diferentes piedras puestas en un círculo me gritaban en el centro de mi pecho que arrojara de una vez los caracoles. Estaban ansiosos por responder y la consultante los acompañaba con una mirada inquisitiva.
Se llevó una mano al delantal arrugado que llevaba colgado con fuerza en la cintura. Su cabello rojizo estaba cubierto por un paño manchado de aceite, señales de su nivel social. Miré con desaprobación las manchas de aceites mientras formulaba las preguntas mentales que les haría a las fuerzas de la naturaleza convertidas en piedras de río y de mar. Sus ojos marrones me miraban sin entender, la pobre jovencilla temblaba.

-No se asuste Madamemoiselle. No les harán daño.- dije con una sonrisa.
- No..no es eso Monsieur...- dijo entre llorisqueos. Miré los caracoles que habían caído en forma de cruz, abiertos, señalando la piedra del señor de la vida y la muerte. Levanté la cabeza. - ¿Ha muerto alguien cercano a usted o alguien que esté debatiéndose entre la vida y la muerte?- pregunté sin ningún tipo de emoción.

Intentaba con mis artilugios de hechicero encontrar la respuesta a mi pregunta pero no conseguía ver nada. El evento se estaba desarrollando en el momento. Reinó el silencio por un tiempo, mientras que en mi mente rondaba la idea de contarle mi certeza a la joven. La miré, volqueé mi mirada en el paisaje exterior, la noche había caído y con ella el carruaje de las almas seguramente ya recorría las calles parisinas.

Sin apartar mi vista de la ventana, ya sea porque esperaba que pasara el dichoso carruaje o para evitar cruzar miradas con la joven, volví a arrojar el grupo de caracoles. Confirmaban cercanía a la muerte, no era definitivo. Algo en mi alma se tranquilizó, la imagen de un posible entierro se alejaba a medida que mi preocupación comenzaba a hacer añicos los nervios.

Miré a la jovencita. Tomé aire y le confesé lo que estaba ocurriendo. La urgencia pareció movilizarla; tanto que, tomó su capa deshilachada y se apresuró por salir por la puerta de servicio, tal debía de ser su costumbre con la aristocracia francesa, no sin antes reparar en la rosa de cobre que Marie me había obsequiado en nuestra despedida.

- Es muy bonita.-susurró.
- Sí, pero eso no compensa a las espinas.- respondí tomando mi capa negra, mi bastón y el sombrero de fieltro.
- Aún así las soporta. La rosa sigue en un lugar visible, en donde puede verla al entrar y salir. Esa mujer, Marie, debe ser importante para usted.

No le respondí ¿Para qué hacerlo? ¿Por qué agrandar el dolor?

Llegamos al hospital pasada una hora. Comenzaba a sentir la fuerza invisible que unía los dos planos principales. A las noches se abrían las puertas y, cerca de los hospitales, las ánimas pululaban resolviendo sus penas. O, mejor dicho, buscando algún joven brujo que tenga el tiempo y el ímpetu necesarios como para darse el lujo de ayudarlas. Los guardianes teníamos otro rol en el mundo de la reina Érzebeth. Pero eso no venía al caso.

Entramos sin inconvenientes para dar con una marea de personajes que se apretaban con la esperanza de dar un paso más hacia su favor. Fruncí el ceño y los labios desaprobando la situación. Miré hacia mi lado, la joven había desaparecido. La busqué con la mirada y di con ella: se estaba abrazando a un hombre que podía ser más anciano que yo, todo manchado por los rastros del fuego de una explosión. Me acerqué a ellos, ambos me miraron. Ella reflejada en él; él en ella.

Las manos del hombre estaban totalmente quemadas, necesitaba con urgencia a un médico pero con el revuelo y con los casos "más graves" todo médico del hospital debía estar ocupado. Abrí paso con mi aura. La mayoría hombres y mujeres "normales" me miraban asustados mientras daban pasos hacia los costados, abriéndose para dejarnos un pasillo libre por donde pasar. La joven y el hombre corrieron hacia una enfermera que les indicó el camino a seguir. Yo me dispuse a socorrer aquella terrible escena desde un costado más... espiritual.

Expandí mi segunda visión. Los mensajeros de las Calaveras, jefes del plano astral aliados a Érzebeth, pululaban y asechaban a los moribundos. La voz de un hombre junto con aura pálida me devolvieron a la realidad del plano terrenal.
- Esto es el mismo reino de Tinieblas.- murmuré para mí. Miré al hombre que lucía como uno de los médicos.- ¿Se sabe con exactitud que ha ocurrido?