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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Herman van Haacht Mar Jul 25, 2017 4:15 pm

El último contacto con el que había intentado unir fuerzas había sido un auténtico chasco. Le costó mucho conseguir una audiencia privada, y cuando finalmente consiguió estar frente a frente con aquel conde, se dio cuenta de que ni siquiera recordaba quién era Herman, ni quién había sido su padre. El cambiante sí se acordaba de él, muy bien además, claro que tenía cierta ventaja al respecto. Después, y a base de insistir, el aristócrata comenzó a hacer memoria, pero eso resultó peor que el hecho de que no se acordara de él; tuvo que salir corriendo de allí y esconderse durante un par de días mientras los hombres del conde lo buscaban en cada calle y en cada casa. Al parecer, su cabeza debía tener un buen precio.

Cuando las aguas se calmaron lo suficiente dejó la ciudad y emprendió el viaje hacia su siguiente destino: España. Aunque hacía años que no los veía, allí tenía familia lejana que quizá quisiera ayudarlo, a cambio de algo, supuso. En esos tiempos nadie estaba dispuesto a dar sin recibir nada a cambio. Si volvía a conseguir esa vida que perdió, estaba dispuesto a prometerles cualquier cosa que quisieran, incluso un matrimonio, si eso les satisfacía. Pero primero tenía que regresar a su hogar, así que, para volver al norte, primero tenía que viajar al sur.

No se dio especialmente prisa en el viaje porque el tiempo para él no tenía la misma importancia que para el resto. Aun así, tampoco se detuvo más de lo necesario en cada parada; recobraba fuerzas, conseguía comida e intentaba recopilar información útil, pero, cuanto más al sur, menos conocidos eran los rostros de los aristócratas norteños. Era de esperar, aunque eso también era una ventaja para Herman: no le conocían, así que aprovechaba eso en su beneficio para que confiaran en él, abrieran sus puertas y compartieran su pan. No había duda de que el cambiante todavía conservaba esa labia adquirida en la cuna.

Aunque podía, no siempre viajaba volando. Aprovechaba las caravanas de nómadas para conocer secretos y chismorreos —la mayoría inútiles—, y practicar los idiomas locales, algo oxidados después de tanto tiempo. No obstante, había momentos en los que necesitaba extender las alas, alzar el vuelo y ver todo desde una perspectiva distinta. Ese día estaba sobrevolando una pradera que había junto a una ciudad, y que estaba rodeada de un bosquecillo, cuando escuchó un estallido que sonó como un disparo y vio una bandada de pájaros echar a volar. Apenas le dio tiempo a esquivar el segundo disparo, que le acertó en mitad del ala. El dolor fue tan intenso que durante unos segundos cayó en caída libre, pero ante el pensamiento de chocar contra el suelo y ser buscado por los perros de presa, enderezó el cuerpo y batió ambas alas, una mejor que la otra, soportando el dolor intenso y punzante de la herida. Para cuando llegó a la primera línea de casas, su mirada era tan borrosa que se mareó. Si algo tenía Herman era una vista exquisita, tan aguda que pocas cosas se le escapaban a sus ojos. El hecho de verlo todo borroso le confundía sobremanera, y el dolor del balazo era tan intenso que su cuerpo dejó de reaccionar. Comenzó a perder altura rápidamente y de manera descontrolada. A duras penas consiguió esquivar una chimenea, pero no tuvo tanta suerte con la colada colgada en la ventana de alguna casa. A partir de ese momento dejó de controlar sus movimientos, chocando irremediablemente contra unas cortinas gruesas y algo ajadas. Se estrelló contra el suelo de madera de una habitación poco luminosa y completamente vacía.

Intentó incorporarse alzando la cabeza, pero el peso le venció y quedó tirado en el suelo, agotado. La vista se le nublaba cada vez más. Sentía la sangre brotar de la herida, que no terminaba de sanar por sí sola, y una de las patas se había roto en la caída. Perdió el conocimiento segundos después de sentir cómo se convertía en humano de nuevo, muerto de frío a causa de la piel desnuda, pero para entonces ya había cerrado los ojos y no podía ver dónde se encontraba. Ni siquiera pudo oír los pasos de alguien que entraba en esa misma habitación poco después que él.


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Mensaje por Tsetsé Verte Miér Jul 26, 2017 5:06 pm

Dos, tres habitaciones, la tercera se encontraba tan colmada de mugre y pestilencias que Tsetsé temió entrar en ella y descubrir el cadáver del antiguo dueño. Sin duda el hedor era acobardante. Así que la joven decidió no acercarse. Por el momento, lo único que necesitaba era un techo donde dormir y, aquella casa era más que suficiente. La vivienda no le pertenecía, no le pertenecía a nadie. Apenas era una chabola abandonada. La puerta estaba abierta y las ventanas rotas. Tuvo la suerte de no encontrar ningún mendigo buscando refugio en aquel lugar, pero no descartaba que alguno entrara en mitad de la noche para reclamar su territorio. Cruzó los dedos para que no fuera así.

Por cada paso que daba, una nube de polvo se levantada. Tsetsé tosió mientras apartaba el rostro y se agachó para recoger un enorme colchón. De forma fortuita, halló una sabana a su lado. La sacudió laboriosamente antes de utilizarla y envolverse con ella. Sin embargo, ninguno de aquellos detalles importaron cuando se acurrucó sobre el colchón para dormir. Con un techo sobre ella, todo parecía más fácil. No le costó ceder al sueño, esta vez, sin derramar una sola lágrima.

La noche transcurrió sin causarle problemas. Con ello, aconteció el amanecer. Tsetsé ni si quiera despegó los parpados ante la vehemente luz del sol. No los abrió hasta que lo escuchó, un estruendo tan escandaloso que se llevó consigo parte del techo. Agitada, la bruja se incorporó rápidamente. Lo hizo con tal ímpetu que tuvo que anclarse la pared más cercana para no volver a caer al suelo. Sin embargo no se concedió demasiada tregua, alguien estaba allí con ella. Tenía que salir cuanto antes. Con suerte, sería un mendigo y, en el pero de los casos, el dueño de la casa estaba vivo.

Apurada, se encaminó al corredor. Caminó con cautela, pero no volvió a escuchar sonido alguno, el desconocido debía de estar en la otra habitación. Cual fue su sorpresa cuando al asomarse por el marco de la puerta, halló lo inesperado, un hombre, desnudo y ensangrentado. Ni si quiera pudo contener un grito de sorpresa. El extraño había caído desde...¿los cielos? Tsetsé consideró la opción de estar soñando todavía. Parecía una animal acorralado, mientras se acercaba al extraño con evidente recelo. Desde la distancia, observó su estado que sin duda no era admirable. La herida de su brazo tenía mal aspecto y no era buen augurio que se durmiera mientras experimentaba aquel tipo de dolor...

¡No! No, era asunto suyo. Tsetsé tenía sus propios problemas, ¡que no eran pocos!

Decidida, se dio la vuelta y regresó por donde había venido. Eso es, tenía otras preocupaciones que..
La expresión pálida del hombre estalló en su cabeza, acusadora. Por lo bajo, soltó un juramento y regresó a la habitación. Sin meditarlo demasiado, llevó consigo la sábana con la que había dormido y cubrió al desconocido. El vistazo que echó antes de hacerlo, fue tan fugaz que Tsetsé se convenció a si misma de que no lo había hecho. Sin embargo el calor de sus mejillas la delataba. Pero en aquel momento, nadie le podía juzgar.

Se levantó y trató de buscar algo con lo que parar el sangrado de la herida. La única solución que halló, fue rasgar parte de su vestido. Y continuó haciéndolo, empapando las telas de sangre, hasta que toda su vestimenta quedó mal lograda y la sangre se detuvo.

Tsetsé se reincorporó, agotada. Acababa de amanecer y ya deseaba regresar con Morfeo.
Decidió buscar algo de ropa para el hombre. Esperaba que cuando despertara, no resultara un grosero o le reabriría la herida ella misma. En el exterior, divisó una vivienda con la colada secándose al viento. ¿No se estaba arriesgando demasiado por alguien a quién acababa de conocer? Mientras se aproximaba a las prendas, se dijo que lo hacía por ella misma, no deseaba mantener una conversación con un hombre desnudo. ¿O sí? El varón volador no tenía una constitución desagradable, pero sería violento hablar con él en aquel estado.

Tsetsé cumplió su misión con éxito y regresó a la casa con las prendas en la mano sin mirar atrás. Se tomó unos minutos para recuperar el aliento y después se encaminó a la habitación del incidente preguntándose si el hombre habría despertado ya.


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Mensaje por Herman van Haacht Mar Ago 01, 2017 9:18 am

Sus sentidos volvían a responder. El primero fue el tacto, sintiendo un calor agradable en aquellas zonas que la sábana cubría, la dura madera contra la mejilla que tenía apoyada en el suelo y la incómoda posición en la que estaba tirado en el suelo. Un dolor sordo le cruzó el brazo cuando intentó moverlo para levantarse, dejándolo en el sitio. Todavía seguía con los ojos cerrados, así que no sabía dónde se encontraba. Le llegaban sonidos ligeramente amortiguados del exterior, con lo que supuso que estaba en algún sitio recogido; la luz que podía percibir a través de los párpados estaba atenuada, como si algo le estuviera cubriendo de la intemperie, y el olor que podía captar era una mezcla entre humedad, moho y materia en descomposición. Hundió el rostro en el suelo todo lo que pudo, y al respirar tragó una buena cantidad de polvo, lo que le obligó a toser. La sacudida le recordó que tenía todo el cuerpo magullado, así que se quedó quieto como una estatua después de soltar un alarido.

Puesto que no podía moverse —al menos, no todo lo que a él le hubiera gustado—, se limitó a intentar recordar cómo había llegado ahí, si él estaba viajando hacia el sur. Aún con los ojos cerrados, empezó a hurgar en su memoria, tan exquisita que era imposible que no se acordara. Y efectivamente, ahí estaban las imágenes: el vuelo de la bandada de aves, el disparo y el dolor que le surcó el brazo. Lo siguiente lo recordaba, pero igual de borroso que como lo había visto él al caer, así que las lagunas que quedaban entre imagen e imagen simplemente las rellenaba con lo que su lógica le decía que tenía que haber pasado. Y su lógica decía lo siguiente: se había estrellado estrepitosamente en alguna ciudad que ni conocía ni quería conocer. El sentido de la orientación que su forma animal poseía le decía que su objetivo estaba lejos de allí, pero, ¿cómo iba a seguir su viaje si ni siquiera podía levantarse del suelo?

Abrió uno de los ojos para comprobar que su memoria no le había traicionado. Él sabía que no, pero tenía la esperanza de que sólo estuviera siendo un sueño. Vio un gigantesco agujero en el techo por donde se filtraban los rayos de sol. Las vigas estaban medio podridas, de ahí ese olor nauseabundo que había detectado al despertar. Con mucho esfuerzo mantuvo el ojo abierto y vio el suelo lleno de polvo —aunque ya había tenido el gusto de respirarlo—, los escombros del tejado y una mancha rojiza junto a su brazo. Definitivamente, no había soñado. Cerró el ojo y se dejó caer pesado sobre el suelo. Ya pensaría qué hacer más adelante, ahora sólo quería seguir durmiendo y dejar que su cuerpo se sanara con ayuda del descanso.

No supo si había pasado mucho o poco tiempo, pues cayó en un estado de duermevela que le privaba de las señales que su cuerpo pudiera captar de su entorno. El caso es que escuchó un ruido en lo que parecía la entrada de la casa donde se encontraba. Aguzó el oído y comprobó que unos pasos se acercaban hacia la habitación, y eso no era buena señal. En el estado en el que se encontraba era presa fácil; si alguien quería deshacerse de él, no tenía más que darle un par de golpes más y sacarlo por la puerta, o tirarlo por la ventana. Pensó que quedarse quieto y fingir que seguía inconsciente era la mejor opción en ese caso, puesto que, si el intruso era otro pobre hombre como él en busca de un techo donde guarecerse ignoraría su presencia. O eso esperaba Herman.

Los pasos entraron en la habitación y el cambiante hizo su mejor actuación. ¡Bravo, Mannes! La respiración pausada y el cuerpo relajado daban la sensación que buscaba, pero algo no marchaba bien: el intruso seguía quieto en la entrada, y lo sabía porque no se había oído moverse desde que le sintió entrar. ¿A qué esperaba? La curiosidad fue mayor que su instinto de supervivencia, y, aunque sabía que lo mejor era seguir con los ojos cerrados y aparentemente muerto, abrió uno y miró hacia el desconocido. Desconocida, en este caso.

¿Quién va? —dijo en neerlandés. No sabía dónde estaba, así que su lengua materna se le antojó la mejor opción de comunicación, al menos hasta que ella hablara. Con un poco de suerte, podrían llegar a un idioma común en el que hablar.


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Mensaje por Tsetsé Verte Sáb Ago 05, 2017 1:43 pm

Había visto mendigos más vivos que él. Quizás había perecido. Tsetsé dio un paso en su dirección y al atisbar el lento ascenso y descenso de su pecho, comprobó que estaba equivocada. Gracias a Dios, aquel lugar ya desprendía un horroroso hedor a podredumbre sin un cadáver descomponiéndose. Siendo tal el caso, puede que no hubiese aguantado una noche más en aquel lugar.

Las pestañas del extraño aletearon débilmente, como las alas de una mariposa. Tsetsé dio un paso atrás, precavida. Sus ojos se clavaron en los suyos y le habló. La bruja frunció la nariz, no estaba familiarizada con el francés, pero aquel sin duda era otro idioma. La incapacidad para comunicarse comenzaba a frustrarle, más no estaba segura de desear hacerlo con un hombre desnudo que había atravesado el tejado. Dubitativa, dio otro paso en su dirección. Fue entonces cuando su aura la arrolló, desconocida e intrigante. No había experimentado algo como aquello antes, de haberlo hecho estaba segura de que al menos le hubiese resultado familiar. El hombre no era un humano común, de eso estaba segura, pero tampoco era un vampiro, ni uno de su clase… La curiosidad tiro de ella hasta situarla junto a él. Se agachó en cuclillas y ladeó el rostro como un felino curioso. Lentamente, le tendió las ropas que había robado sin mediar palabra. Al hacerlo, apoyó una mano sobre el suelo, haciendo crujir las tablas. Escrutó el rostro del desconocido a una distancia que rayaba lo inadecuado. Sin embargo, la intriga le hizo ignorar el hecho de que quizás su proximidad estaba incomodando el hombre.

A pesar de todo no consiguió identificar su especie. Por el rabillo del ojo reparó en un objeto extraño, posado junto a la sábana que había tendido sobre el tipo. Era una pluma, pulcra y majestuosa. La tomó entre los dedos conforme la resolución esclarecía su expresión. Echó un vistazo el techo, a la pluma y por último al tipo. Con total inocencia dijo en castellano:

Habéis caído del cielo desnudo, dejando plumas a vuestro paso ―. Lo volvió a evaluar rápidamente, sin duda era apuesto. Así que remató ―.¿Sois un ser celestial? Sois un…¿ángel?


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Mensaje por Herman van Haacht Lun Ago 07, 2017 11:28 am

Herman supo que no le había entendido nada, por el gesto de su rostro y por el hecho de no recibir respuesta a su pregunta. Sabía que era poco probable, que los Países Bajos habían quedado muy atrás, pero debía intentarlo, ¿no? Además, en el estado en el que se encontraba, pocos idiomas más le venían a la mente de manera lo suficientemente fluida como para poder mantener una conversación razonable.

Ella parecía precavida, puesto que dio unos pocos pasos tímidos en su dirección, y él no hizo nada para apartarla; era como si se estuvieran midiendo entre ellos para poder ver hasta dónde podían llegar. Además, tampoco creía que asustarla fuera una buena idea: la joven tenía ese mismo aura que veía en la mujer que le cuidó de pequeño, y él era consciente de lo que podían llegar a hacer. Hechiceros les llamaban, y aunque Gerda prefería denomirase a sí misma como bruja, Herman no encontraba diferencias entre unos y otros. Definitivamente, mantenerse tranquilo y aparentemente inofensivo era lo mejor en aquel caso. La siguió con la mirada en cada movimiento, prestando especial atención al acercamiento repentino que la situó, de cuclillas,  junto a él. No sabía si era por la curiosidad que parecía sentir la muchacha, pero que una persona menuda como ella se acercara tanto no le dejaba a él como un hombre que inspirara mucho miedo. Debía estar peor de lo que pensaba, o ella ser más incauta de lo que parecía. Con el brazo sano cogió el bulto de prendas que le tendió y lo miró un segundo.

Gracias —dijo, sin cambiar de idioma. Estaba un tanto confuso con la actitud de ella, puesto que, cuando la volvió a mirar, tenía su cara tan cerca que podía lanzarle un escupitajo y acertarle en un ojo sin apuntar demasiado—. Ya te veo, sí. Eres muy guapa, ¿sabes? Y por suerte no entiendes nada de lo que te estoy diciendo —siguió, echando la cabeza hacia atrás todo lo que pudo, clavándola en las maderas del suelo hasta que se hizo daño—. Pero no importa, vamos a ver… ¿Hablas alemán? —preguntó, en alemán. No tuvo respuesta—. ¿Inglés? —Silencio, y la muchacha seguía ahí—. ¿Francés?

La joven se movió, pero no para contestarle. Maldita sea, si no le había entendido nada de nada, ¿dónde demonios estaba? Giró la cabeza y la vio coger una de sus plumas para analizarla en profundidad. Su cara le dio a entender que había entendido algo, pero no sabía qué.

¿Qué? ¿Qué has entendido? Dime algo, al menos para saber que no eres muda —siguió en su idioma, un poco nervioso por la escasa capacidad para comunicarse que tenía. ¿De qué le servía conocer diferentes idiomas si no le ayudaban cuando más lo necesitaba?

Suspiró y se calló, apoyando las ropas sobre su vientre y mirando a su alrededor hasta que, al fin, la joven habló. Y él la entendió. La miró antes de contestar, con el corazón latiéndole deprisa. Ahora que habían encontrado la forma, se había quedado bloqueado y sin saber qué decirle. Tragó saliva.

¿Crees que… soy un ángel? —le preguntó, esta vez en un castellano con marcado acento norteño. Después, simplemente, sonrió divertido, y no porque intentara reírse de ella. Aunque, lo cierto era que sí le había hecho gracia la pregunta, sobre todo el hecho de que pensara que él, Herman van Haacht, era un ángel, cuando lo único que compartía con esas criaturas eran las alas y las plumas. Si sonrió fue por la ternura que le había causado su pregunta, tan inocente que la que debería llevar la aureola era ella, y no él—. No, no lo soy. Pero esa pluma es mía, y sí, he entrado por ahí. —Miró el agujero un segundo y después a ella—. Hablas castellano, pero sé que no estamos en España —dijo, confirmando de alguna manera lo que su instinto le decía—. ¿Cómo te llamas?


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Mensaje por Tsetsé Verte Lun Ago 14, 2017 7:20 am

La fortuna le sonrió y, ella lo hizo también al escuchar un peculiar castellano provenir de los labios del extraño. Tsetsé suspiró aliviada, aquello les facilitaría las cosas. Asintió insegura ante la pregunta de él. Ahora que la oía desde su boca, la ocurrencia le parecía menos certera. Un ángel… Sin embargo, que otra explicación podía darle ante todo lo sucedido. Él rio y los carrillos de la muchacha se encendieron a causa de la vergüenza. Vale, no era un ángel. Y sin embargo, la pluma le pertenecía. ¿Se burlaba? ¿Era simplemente un humano que había caído mágicamente del cielo con una pluma en el bolsillo?Su aura decía lo contrario. Había algo en toda aquella historia que Tsetsé era incapaz de comprender. Ladeó el rostro como un gato curioso y frunció el ceño. Quizás el golpe en la cabeza le había producido otro tipo de daños.

Me podéis llamar Tsetsé. Y no, no estamos en España ―le tendió la pluma que al parecer le pertenecía y sus ojos se clavaron en las ropas que todavía sujetaba entre las manos―. Deberíais vestiros, Francia no es muy amable con los moribundos y no creo que lo sean más si andáis exhibiendo vuestros atributos por las calles parisinas.

Le dedicó un mohín bromista y se puso en pie. Después se acercó hasta la esquina del cuarto y se dio la vuelta para concederle algo de privacidad mientras se vestía. Le preguntó su nombre y se cruzó de brazos a la espera de que terminara. Quizás, solo quizás, no era una buena opción dar la espalda a un extraño tan particular, sin embargo, en el peor de los casos, la herida de su brazo no tenía el mejor de los aspectos así que aquel sería un blanco fácil. Hablando de heridas, ¡diablos! Esperaba que fuera capaz de vestirse el solo. Aunque pensándolo mejor, tampoco le disgustaba la idea de tener que vestirlo. Se preguntó si de allí de dónde venía había dejado a alguien por quién soñar despierta. En respuesta, lo único que obtuvo fue un contradictorio retortijón de estómago.

Así que…caéis del cielo desnudo y con una pluma entre las manos y juráis no ser un ángel. Decidme, ¿quién o qué sois entonces? Tiene que haber una fascinante historia detrás de semejante espectáculo. Y para seros sincera, tampoco tenéis aspecto de diablo.

Esperó respuesta mientras miraba furtivamente por el rabillo del ojo. Mirase por donde lo mirase, aquel asunto no tenía ni pies ni cabeza. Incluso llegó a preguntase a si misma si continuaba durmiendo. Algo que desechó rápidamente. Cuando volvió a mirar, sus ojos se detuvieron un momento en la herida de su brazo y un recuerdo perezoso la baño en su ignorancia. Sabía cómo curarlo, pero no lo haría hasta que decidiera que no representaba un peligro. Con sus ojos clavados en él, se percató de que había estado mirando demasiado tiempo. Torpemente, redirigió sus ojos al frente.

Lo siento, daros la espalda supone fiarme demasiado y todavía no habéis adquirido ese privilegio ―se excusó.



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Mensaje por Herman van Haacht Sáb Ago 19, 2017 6:25 pm

Estaba en Francia. En París, siendo más exactos. Y, ahora que la muchacha lo había mencionado, se dio cuenta de que también estaba desnudo. Prefirió no preguntarse por qué, puesto que no le iba a llevar a ningún lado, y, aunque a él no le importaba en absoluto estar así frente a Tsetsé, a ella parecía que sí, ya que le había traído ropa que ponerse. Incluso le había dejado un poco de espacio para que se vistiera a gusto. Muy a su pesar —porque lo que Herman quería era seguir tirado en el suelo— se incorporó y esperó, sentado, a que se le pasara el mareo repentino que había sufrido. Suspiró y se frotó los ojos, levantándose aún con la vista ligeramente nublada.

La sábana cayó con un sonido sordo y sintió una ligera corriente correrle entre las piernas. Empezó por el pantalón, con el que consiguió no caerse después de trastabillar y perder el equilibrio al levantar el primer pie del suelo.

Me llamo Herman, y comprendo que no te fíes de mí —dijo, abrochándose el pantalón. ¿Cómo confiar en un hombre desnudo y claramente extraño para ella? Él tampoco lo haría. Se acercó hasta Tsetsé lentamente con la camisa sobre los hombros y a medio poner, sin ocultar sus movimientos en ningún momento. Si quería ganarse su confianza tenía que ser claro como el agua—. Toma, para ti. —Alargó el brazo y le tendió la pluma que ella misma le había devuelto—. Tengo muchas más. Además, no me sirven para nada una vez que se caen.

Cambió el peso de pierna y se sentó sobre un montón de cajas vacías que había cerca. Estaba muy cansado y le dolía el cuerpo, en especial el brazo. Lo estiró tanto como pudo y lo giró levemente, dejando la herida a la vista. No tenía buen aspecto, pero Herman ya sabía que aquello era sólo pasajero. La bala no era de plata, si no, el resultado habría sido bien distinto porque, a pesar del mal aspecto, estaba sanando. Despacio, sí, pero estaba sanando. Ahora podía moverlo, que ya era más que cuando se había despertado.

Puedes ver algo en mí, pero no identificas qué es, ¿verdad? —La miró entornando los ojos—. Lo digo porque yo también veo algo en ti y creo saber lo que eres. Una persona normal no hubiera relacionado esa pluma conmigo, no de la manera en la que tú lo has hecho. —Se humedeció los labios con la punta de la lengua. Los tenía muy secos, y se dio cuenta de que tenía mucha sed—. Nos llaman de muchas formas, pero la más extendida, o, al menos, la que más he oído yo, es cambiantes. —Estiró la espalda y la apoyó contra los trastos que tenía detrás, recuperando parte del porte que siempre le acompañaba—. Nuestra peculiaridad, entre otras, es que podemos cambiar de forma a voluntad, pasar de tener un cuerpo humano a uno animal, con todas sus ventajas e inconvenientes, claro —explicó y señaló la pluma—. Es de halcón peregrino, de una de mis alas, supongo que de la que recibió el disparo del desgraciado que estaba cazando por ahí. Estaba sobrevolando los alrededores, me dio, perdí altura y me estrellé aquí.

La miró con curiosidad y, por primera vez, con una perspectiva que le permitía verla entera. Era bonita, y muy distinta al tipo de mujeres a las que se había acostumbrado en su época de barón, preocupadas más por su aspecto que por cualquier otra cosa. Debía ser que no encontraban otra manera de resultar atractivas para otros hombres, puesto que, al despertar, solían ser muy distintas a cómo eran al acostarse. Las copas de más que llevara Herman encima también influían, claro estaba, para ver belleza donde sólo había fachada. Esa vez, sin embargo, no estaba borracho; puede que un tanto aturdido a causa del golpe, pero completamente sobrio, y sabía que lo que tenía delante era tan natural como el día y la noche. Ni más, ni menos.

¿Ha sonado tan fascinante como pensabas o crees que debería convencerte de que sí soy un ángel? —bromeó, y tras echar un vistazo a la deprimente habitación donde se encontraban volvió la vista a ella—. No había oído nunca ese nombre tuyo. Tsetsé… suena extraño, y diferente.

No podía ocultar la curiosidad que sentía por aquella jovencita de aura mágica y bonitos ojos castaños, que, pese a su naturaleza, no había visto nunca un ser como él. ¿Quién sería ella?


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Mensaje por Tsetsé Verte Mar Ago 22, 2017 4:25 pm

La pluma bailoteó en la palma de su mano. Un regalo peculiar. Pero al fin y al cabo, un regalo. Inserto la punta entre los pliegues de su trenza y se atusó el desordenado cabello. Si antes parecía una salvaje, con aquel aspecto estaba segura de que aterrorizaría a toda la nobleza parisina. Sonrió para sí. Sus orbes ambarinas se clavaron en los ojos de él.

Es un placer Herman.

Quiso preguntar el motivo por el cual tenía tantas plumas, de qué le servían, ¿y de dónde caían si negaba ser un ser celestial? O acaso era un excéntrico que rondaba los tejados parisinos vestido con un traje de ave atusado con plumas que encontraba a su paso. Puede que fuera un borracho o peor aún, ¡un loco! Tsetsé dio un paso atrás inconscientemente. Estaba harta de locos, empezando por ella misma. Herman no hizo mucho por apaciguar sus pensamientos, dio alas al monstruo irónicamente cuando comenzó a hablar sobre qué era. ¿Cambiar de forma? ¿Es que acaso parecía una mentecata? Por Dios… ¡Aquello era un sinsentido! ¿Cómo podía sugerir aquel hombre que él era un halcón peregrino?

Para seros sincera, si que preferiría que simplemente hubieseis dicho que erais un ángel.  

Se agachó sin apartar los ojos de él y recogió una botella de vidrio que Brökk le había dado. Tan solo le quedaba esa y unas migajas de pan. Sin embargo, si había estado dispuesta ayudar a ese loco atravesador de techos, al menos realizaría bien su tarea. Le tendió el recipiente y lo animó a beber. Tenía los labios secos. Sus ojos se detuvieron en la herida de su brazo, todavía al descubierto. La solución rondó en su cabeza. Anestesiar aquel tipo de daño era sencillo, curarlo, no estaba segura de cómo hacerlo. Una vaga idea pululó en su mente pero todavía no tenía todas sus habilidades bajo control. Para ello necesitaba ingredientes, ingredientes que desconocía. Se acercó al muchacho y extendió las manos en la dirección de su brazo.

¿Me permites? ―susurró. Sin esperar respuesta, sujetó su brazo con una mano y posó la palma de la otra sobre su herida. Las palabras brotaron de forma natural y pronto cesaron hasta disolverse en el aire. Sin embargo, no cedió la presión sobre la herida.

Y decís saber qué soy yo…―murmuró. Dejo que una sonrisa crepitara por sus labios sin poder contener el entretenimiento. Si estaba dispuesto a asegurar que él era un halcón peregrino, le gustaría saber que tipo de animal le asignaría a ella. Claro que de darse el caso en el que realmente supiera qué era, sería ella la que luciría como una necia arrogante―. Ilustradme entonces si no os importa...

Ladeó el rostro con expresión divertida. Realmente no parecía un loco, sin embargo, el golpe que se había dado debía de haber sido fuerte. Soltó el brazo del hombre, aquello debería de haber aliviado el dolor un poco. Cuando apartó las manos de su piel, sintió un extraño retorcijón en el estómago. Hacía semanas que no tocaba a nadie.



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Mensaje por Herman van Haacht Lun Sep 04, 2017 1:43 pm

No le creyó, pero tampoco la culpó. Si él era el primer cambiante que veía en su vida —y Herman estaba cada vez más convencido de que así era—, el hecho de que se transformara en ave no era algo fácil de creerse de buenas a primeras. Es más, por la cara que puso y la reacción inconsciente de dar un paso atrás, estaba seguro de que le había tomado por un loco peligroso, algo que, en ese preciso momento, no era. Si ella quería, podía meter un dedo en la herida y dejarle tirado en el suelo llorando de dolor, así que, allí, en esa habitación nauseabunda en la que se encontraban, Tsetsé tenía las de ganar y el polluelo lo sabía. Sin embargo, ¿le serviría de algo insistir en que llevaba razón, que había visto el mundo desde los ojos de un pájaro? No. La única forma de que ella le creyera de verdad era transformándose frente a sus ojos, e incluso así dudaba de que fuera a tener el efecto deseado. Lo mismo se pensaba que le había tirado unos polvos alucinógenos a la cara, y lo último que quería Herman era enfrentarse a una brujita adorable de la que no conocía absolutamente nada.

A pesar de ese recelo inicial, Tsetsé terminó acercándose hasta él, le tendió una botella con agua y envolvió el brazo con sus pequeñas y suaves manos. Herman sintió enseguida el calor que manaba de ellas y, aunque no se movió más que para beber con ansia, no la dejó de mirar hasta que notó que el dolor remitía, tanto que casi olvidó que estaba herido. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos un instante. ¡Qué maravilla de mujer!

Eso mismo, señorita —dijo cuando la corriente de aire volvió a rozar la piel que había estado cubierta por las manos de Tsetsé—. A esto que acabas de hacer algunos lo llaman magia, otros hechicería. Yo, en cambio, creo que me voy a limitar a darte las gracias y a decir que, si de verdad hoy ha caído un ángel del cielo, ese no soy yo. —Movió el brazo con cautela y comprobó que no le dolía. Aun así, la herida seguía ahí, así que no tentó a su suerte y lo dejó reposar mientras durara el hechizo—. La mujer que me crió era como tú, y se denominaba a sí misma bruja. Creo que no voy muy desencaminado si digo que también eres una.

La miró esperando una confirmación de su parte, aunque, en realidad, no le hacía falta. Su aura era tan clara que cualquiera que pudiera verlas se daría cuenta de lo que era.

No te has creído lo de mis plumas. —No fue una pregunta, sino una afirmación—. No eres la única. En realidad, es lo más habitual, pero he creído que a ti sería más fácil convencerte sólo con palabras. —Volvió a extender el brazo herido y comprobó que seguía anestesiado. No se sentía con muchas fuerzas, pero quizá podría transformarse el tiempo justo para que ella lo viese. Que se lo creyera o no, a pesar de todo, era otra historia—. No grites, ¿vale?

Se levantó y cogió aire profundamente para no desmayarse allí mismo. Si conseguía cambiarse a su forma de halcón no iba a durar mucho tiempo. Sólo esperaba no transformarse en un ser amorfo e indigno, mitad pollo y mitad humano. ¡Qué vergüenza! Movió los pies para asentarlos antes de girarse hacia ella y dejar la camisa sobre las cajas. La miró con sus ojos azules un momento, y al siguiente eran negros como el azabache. Su nariz se volvió puntiaguda y terminó convirtiéndose en un pico de rapaz; su cuerpo disminuyó en tamaño, sus brazos se volvieron alas y sus piernas en pequeñas patas con garras puntiagudas. Terminó posado sobre las mismas cajas donde había estado sentado como humano y estiró las alas, una más que la otra. Gañó para llamar su atención, pero el dolor volvió a los pocos segundos de la transformación. Había hecho un esfuerzo mayor del que podía, y las plumas se esfumaron tan rápido como le habían aparecido. En pocos segundos volvió a ser el hombre torpe que trastabilló y estuvo a punto de caer al suelo de nuevo y, cómo no, con un dolor horrible en el brazo.

¿Puedes hacerme… eso del brazo otra vez? —balbuceó justo antes de tropezar de nuevo con sus propios pies.

Se agarró a algo el tiempo justo para poder sentarse otra vez. En ese momento parecía que llevaba una cuantas copas de más encima, a pesar de que lo único que había bebido era el agua que le había dado la bruja. Suponiendo que fuera agua, claro, y no algún brebaje extraño de los que muy probablemente sabría hacer. ¡Ah! ¡Ojalá le hiciera esa magia del brazo!


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Mensaje por Tsetsé Verte Lun Sep 11, 2017 3:29 pm

“No grites, ¿vale?”

Vale ―mintió.

Puesto que nada más decirlo, un chillido de espanto emergió de sus labios. Y, sin siquiera percatarse de ello, tomó una de las cajas más cercanas y se la lanzó al halcón. De poco le sirvió arrepentirse al instante puesto que el daño ya estaba hecho. Todo sucedió tan rápido, que Tsetsé se abalanzó sobre suelo para comprobar que no había herido al animal. Sin embargo, cuando quiso darse de cuenta, Herman estaba de vuelta y ya no quedaba ni rastro del halcón. A los pies del cambiante, Tsetsé alzó el rostro desde el suelo con corazón a punto de salir por su boca. ¿Qué demonios había sido eso? Lo miró agitada. O sea, que no era mentira. Era cierto, lo que le había dicho era cierto. Y hubiese pensado que jugaba con el mismo tipo de ilusiones que ella de no saber con certeza que no se trataba de un brujo. Sabía de la existencia de los de su clase, de fantasmas y vampiros incluso, pero ¿eso? ¿Cómo se le denominaba a un hombre que era capaz de convertirse en halcón a su gusto? Sin duda era un poder curioso. Un poder que, de nuevo, había vuelto su mundo del revés. ¿Cómo podría fiarse ahora del más mínimo gorrión?

“¿Puedes hacerme…eso del brazo otra vez?”


La bruja asintió desorientada. Se puso en pie lentamente y en guardia, como si el hombre pudiera volver a convertirse en ave de un momento a otro y provocarle un ataque al corazón. Hurgó en su bolsa de tela y, con cuidado tomó el brazo del desconocido. Esta vez, lo miro de cerca: los poros de la piel de un humano, ni rastro de las majestuosas plumas que había visto segundos antes. Aplicó las hierbas en un paño mojado y murmuró el hechizo con efímeras palabras.

¿…Eras un halcón que se convirtió en humano, o un humano que se convirtió en halcón? ―tan pronto como realizó la pregunta sacudió la cabeza y frunció el ceño―. Olvidadlo, seguro que estoy preguntando necedades. He visto muchos sucesos extraños, la mayoría no los recuerdo, pero esto sin duda es…complejo.

Retiró el paño mojado y se apartó hasta la otra esquina del cuarto, donde se apoyó contra la pared y ladeó el rostro.

Así que…sobrevolabas el norte de París cuando se os hizo eso…―apuntó a la herida―,¿y os estrellasteis en mi chabola? Y dime… ¿hacía donde os dirigíais? Con suerte, os pueda ayudar.

Contempló su estado, tambaleante y tal vez más desorientado que el de ella al ver su aspecto de halcón. Realmente una herida de ese calibre podría haber sido mortal y, sin duda debía de doler lo suficiente como para poder provocar el desmayo. Tsetsé hizo un mohín lastimero.

Podéis descansar si os parece, no tenéis buen aspecto. Mientras tanto, puedo buscar algo de comida y hierbas con las que acelerar el proceso de sanación. Seguro que queréis emprender vuestro camino cuanto antes.

Una sensación amarga se propagó con las últimas palabras. No estaba segura de por qué, pero llevar días sin poder hablar con nadie le estaba pasando factura. Su voz parecía oxidada y su soledad comenzaba a tomar forma de ser tulpa. No quería que el extraño se fuera todavía.

Ralentiza el proceso de sanación, siseó una voz. Una voz que le pertenecía pero que no identificó como suya. Una voz antigua que deseaba descubrir y dejar atrás al mismo tiempo.



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Mensaje por Herman van Haacht Dom Oct 01, 2017 6:33 am

Esquivar la caja no fue fácil dado el estado en el que estaba, y para lo único que le sirvió fue para gastar energías de manera innecesaria. Quizá le había pedido mucho al decirle que no gritara. ¿Qué esperaba, que se quedara sentada valorando si la calidad de las plumas que tenía era la adecuada para un halcón de su edad? Al menos, el susto fue momentáneo, y para cuando volvió a su cuerpo humano, Tsetsé estaba junto a él, agachada a la altura en la que había estado el pájaro hasta hacía unos segundos. Herman no esperó su respuesta de pie, sino que se acercó a las cajas y se dejó caer pesado y falto de fuerzas. Todavía no tenía claro cómo iba a conseguir emprender su viaje, si una simple transformación le costaba tanto esfuerzo. Se repetía a sí mismo que aquello era algo momentáneo en lo que la herida terminaba de sanar, pero, en el fondo (muy en el fondo), no se lo creía; conocía su cuerpo de ave demasiado bien como para saber lo minuciosos que debían ser sus movimientos al volar, puesto que, en el aire, cualquier gesto fuera de lugar podía salirle caro. La recuperación tras una avería de esa envergadura le llevaría días, si no semanas, y volver a entrenar el ala agarrotada le iba a costar unos buenos golpes contra el suelo.

Abrió los ojos cuando sintió que la bruja se colocaba a su lado y volvía a envolver su brazo con las manos, esta vez acompañadas de una tela humedecida con algo que olía a hierbas. A pesar del impacto inicial que había sufrido al verle transformarse en algo completamente distinto a un humano, agradeció que le hiciera de nuevo las curas mágicas. No había vuelto a sentir un dolor tan insoportable desde que escapó de aquella prisión, y se juró a sí mismo que no iba a permitir que se volviera a repetir. Cada vez que recordaba aquella etapa le invadía una sensación de desazón y, en ocasiones, hasta miedo, sobre todo las noches que tuvo que dormir a la intemperie (que fueron muchas) rodeado de sonidos que no era capaz de identificar, pero que su mente relacionaba siempre con los mismos que se lo llevaron. Sí que le había durado mucho su propia promesa...

En realidad —carraspeó— soy un humano, un halcón y un búho, todo a la vez y cada uno a su tiempo —explicó, o lo intentó, porque era algo que no se podía expresar con palabras—. Pero, si no te importa, prefiero enseñártelo mejor otro día.

Apoyó la cabeza y volvió a cerrar los ojos, deseando poder dormir hasta que esa pesadilla pasase. No tenía ganas de hablar, y no porque ella le pareciera desagradable. Pasando por alto la agresión con la caja, se había preocupado por él más de lo que cualquiera había hecho en todos aquellos años, a pesar de que no lo conocía de nada y de que había  invadido la que creía que era su casa. Aquella dedicación se merecía algo a cambio, algo que no fuera un susto con alas, pero en aquel momento no se sentía con fuerzas para darle las respuestas que demandaba. Ni las respuestas ni nada que ella pudiera pedirle, porque hasta mantener los ojos abiertos le resultaba trabajoso.

A España —contestó sin andarse con rodeos—. Buscaba —¿De verdad iba a contarle su historia de traición y venganza? En otra ocasión, quizá; en aquella, no— a alguien, pero supongo que ya no importa.

No pretendía que ella lo ayudara más de lo que ya lo había hecho, y menos a llegar a su destino en el país sureño, teniendo en cuenta que ni siquiera él sabía en qué zona tenía que buscar. Tampoco sabía si encontraría algo, puesto que aquellos lazos familiares de los que un día le hablaron podían haber dejado de existir. Era una opción remota y poco probable, y Herman lo sabía, pero, en su desesperación, era lo único que se le había ocurrido hacer.

Entreabrió los ojos y levantó la cabeza cuando Tsetsé volvió a hablar, apoyada contra la pared y todavía un poco reacia a acercarse a él más de lo necesario, pero dispuesta a seguir ayudándolo.

Eso estaría bien —dijo, echando el cuerpo para delante y apoyando los codos sobre las rodillas. Respiró profundamente y exhaló con fuerza—. Cuanto antes me recupere antes podré marcharme, supongo. Sólo… Dime que tienes algo más cómodo que esto donde poder sentarme.

Aunque su cuerpo ya estaba acostumbrado a dormir sobre el suelo, sobre piedras e, incluso, en las ramas de los árboles, las cajas estaban empezando a darle dolor de trasero. Lo que daría en ese momento por un colchón de plumas… Plumas que no fueran suyas, claro.


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Mensaje por Tsetsé Verte Sáb Oct 28, 2017 12:17 pm

Buscaba a alguien en España… Tsetsé tuvo la necesidad de insistir, sin embargo, el aspecto del muchacho le sugirió lo contrario. Realmente necesitaba descansar.

Si lo que buscáis es una cama, aquí no la encontrareis ─dijo con humor triste─. Sin embargo─ Se retiró un momento y cuando regresó arrastraba consigo un colchón y una sábana polvorienta─, tengo esto.

La joven sonreía como una niña que acaba de descubrir un tesoro. Y es que dormir en un colchón había sido realmente gratificante después de meses acurrucándose en la dura piedra del suelo. Dejó caer el colchón sobre el suelo con orgullo y luego extendió sobre él la sábana hecha girones.

Es mejor que las cajas sin duda. Así que descansad ─añadió─, todavía es de día, dormid cuanto querais. Mientras tanto iré a por algo de provisiones.

Sonrió, con un leve encogimiento de hombros y luego dejó al muchacho solo. El suelo del pasillo crujió cuando Tsetsé se dio la vuelta a medio camino y volvió a entrar en la habitación. Por un instante se quedó en la misma posición, mirando al hombre con un extraño parpadeo. Al fin consiguió balbucear:

No os marchéis, ¿vale? Descansad, pero… no os marchéis sin despediros.

Casi avergonzada por su evidente necesidad, se volvió a retirar rápidamente. Lo cierto era que temía que una vez volviera a el lugar con las correspondientes provisiones, hallara la habitación vacía. No le extrañaría que después de tanto tiempo, Herman no fuera más que un producto de su imaginación. Pero admitirlo, era complicado.

El atardecer cayó y con él la bruja regresó con el estómago lleno. En su bolso, trajo consigo una hogaza de pan y un muslo de pollo envuelto en papel de periódico, también una botella de cristal que había conseguido robar del comedor comunitario. No era demasiado ético, pero no podía dejar que la culpa la consumiera o sino el hambre lo haría por ella. Despacio, se internó en la ruinosa casa, y dejó la botella de agua sobre el suelo. Extrajo dos recipientes que había obtenido por el camino y llenó uno de ellos de agua. Después tomó la manzanilla y la añadió al recipiente, un poco de carqueja que necesitaba pasar por el mortero…objeto que no tenía…

Dejó escapar una exasperada exhalación.

Al final se conformó con una piedra y el suelo. Lo añadió al recipiente con sus correspondientes ingredientes y murmuró palabras ininteligibles para alguien que desconociera de la hechicería. Era un simple té calmante, que no haría nada más que reconfortarle. Lo llevó, junto al agua debajo del brazo y el muslo de pollo y a la hogaza de pan en el otro recipiente. Sin embargo, cuando alcanzó la habitación, Herman continuaba sumido bajo un profundo sueño. Tsetsé dejó los alimentos en el suelo junto al colchón, esperando que el aroma lo trajera de vuelta. Después se acomodó en el suelo, contra las mismas cajas que él había adoptado como suyas horas antes. Con los brazos envueltos sobre si misma, reclinó la cabeza y lo observó. Ojalá supiera hacer fuego, aquello sería mucho más reconfortante, casi parecería un hogar de verdad, con gente de verdad…
Sin tener intención de ello, los parpados de la muchacha aletearon hasta que sus pestañas se besaron unas con las otras. Y pronto, la respiración de la bruja se volvió tan pesada como la del cambiante. Sumida en un sueño, profundo, su subconsciente tomó control de ella, recorrió sus extremidades, vulnerables, a merced de las pesadillas, envolvió sus uñas como garras alrededor de su cabeza y apretó. Cuando Tsetsé quiso darse cuenta, ya era demasiado tarde. Su grito aterrorizado se perdió en el olvido, enterrado bajo la conciencia de quién no la tenía. Tsetsé simplemente desapareció y ella entro en escena. Ella, que había estado escuchándolo todo.

Ametz, abrió los ojos.

Sus irises ambarinos barrieron la habitación, analíticos y descendieron hasta clavarse sobre Herman. Una sonrisa torcida tomó posesión de sus labios. Un amigo, la frágil muñequita quería un amigo… Era una pena que Ametz no pretendiera darle si quiera una probada de amistad.
La bruja se acercó al muchacho, sentándose frente a él. Era apuesto, tanto que deseaba poder abrir la piel de sus pómulos con la punta de sus uñas. Uñas, llenas de suciedad. Maldijo a Tsetsé, ¿¡es que aquella niña no podía cuidar mejor su cuerpo!? ¿Cómo osaba desarmar así su belleza? Maldita sea, incluso ocultaba sus pechos. Los realzó, tirando de las cuerdas de su corsé, pero cambió de idea mientras lo hacía. No, si quería que el cambiante creyera que continuaba siendo la misma niña tonta e ingenua que conoció debía de actuar como tal. Lo había escuchado, y no parecía tener ni un pelo de tonto. Además, por lo que tenía entendido, ya tenía experiencia con hechiceras. No es que su caso fuera el más normal. No era lo habitual la presencia de dos personalidades. A decir verdad, Ametz era la real, tenía todos los recuerdos de su vida, sin embargo, la mugrienta aquella osaba rechazarla, bloqueándola una y otra vez. Sus sentimientos eran tan fuertes, su empatía tan vomitiva, que Ametz no podía combatirla. Por eso, no podía permitir que ni el más mínimo resquicio de humanidad la influyera. Debía de mostrarle la podredumbre del mundo o dejarla en un estado de soledad tan frágil, que Ametz fuera capaz de retomar el control total de su cuerpo. Un amigo no era buena idea, un amigo para mimar las ingenuas ideas de Tsetsé era imprudente. Ella se encargaría de que no lo consiguiera.

Despertad…─musitó, su voz demasiado dulce, su mano tibia sobre la mejilla del desconocido─. ¿Cómo os encontráis? Os he traído algo para comer y un té. Cuando termines, podemos charlar, he encontrado una botella de vino en la antigua cocina.

Siempre era más fácil seducir a un borracho. Aunque todavía no estaba segura de cuál sería el castigo para Tsetsé, matar a su nuevo amigo o seducirlo y dejar que retomara el control de su cuerpo una vez tuviera a Herman en sus redes. La segunda idea era tan torcida, que tuvo que morderse la lengua con todas sus fuerzas para evitar reír en alto. Tal solo imaginarse la expresión de estúpida que pondría, le causaba un hormiguero placentero.

Él la tomaría por loca si despertaba en aquella escena, asustada y  por supuesto, no querría saber nada de ella.

Pobre Tsetsé, condenada a desaparecer.


Última edición por Tsetsé Verte el Jue Dic 28, 2017 5:40 am, editado 1 vez


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Mensaje por Herman van Haacht Mar Dic 05, 2017 3:58 pm

Cuando la vio aparecer con el colchón a rastras, no supo si levantarse y comérsela a besos, o si, por el contrario, dejarse caer sobre la improvisada cama y dormir hasta recuperar todas las fuerzas. Al final no hizo ninguna de las dos, sino que se quedó donde estaba observando cómo traía lo que parecía su salvación. Cuando dejó caer el colchón sobre el suelo, frente a él, se levantó lentamente y se acercó a ella.

¿Dices que esto no es una cama? —le preguntó, pasando el brazo no herido sobre los hombros de Tsetsé y atrayéndola hacia sí en un gesto amistoso—. Será la mejor en la que me he acostado en meses. —Se separó y le agitó el pelo—. Gracias, brujita.

Con los ojos fijos en el colchón viejo, pero sumamente apetecible para él, se acercó y se sentó en el borde antes de tumbarse con cuidado para no lastimarse más. El jergón olía a humedad, pero era la cosa más cómoda y agradable sobre la que había estado desde hacía demasiado tiempo. Cerró los ojos nada más apoyar la cabeza y apenas prestó atención cuando la joven salió de la habitación. Estaba muy cansado, pero parecía que no lo suficiente. Escuchó la madera del suelo crujir al son de unos ligeros pasos, de mujer, que se detuvieron en el marco de la puerta. Entreabrió los párpados y vio la figura de Tsetsé que lo miraba.

Aquí estaré —dijo solamente, sin moverse apenas.

Antes de que escuchara la puerta de la entrada cerrarse, Herman ya había caído en un profundo y placentero sueño. Soñó con cientos de cosas, casi todas relacionadas con las tragedias que había vivido en los últimos años mezcladas entre sí. La más reciente, el disparo en su ala de halcón, fue la que más protagonismo obtuvo en todo momento. A esa se le sumaron otras más lejanas en el tiempo, mezcladas con algunos rostros conocidos y otros completamente inventados y poco definidos. El cuerpo del cambiante se estuvo moviendo de manera agitada hasta que, de pronto, todo lo que estaba soñando se volatilizó y, frente a él, apareció el rostro de una mujer que no conocía. Vio cómo movía los labios, de los que salió una hermosa voz aterciopelada que lo invitaba a despertar. Herman remoloneó en su sueño y se resistió hasta que sintió calidez en una de sus mejillas, acompañada del tacto suave de la mano de una mujer.

Abrió los párpados y vio a Tsetsé muy cerca de él, tanto que se sobresaltó. Miró a su alrededor para terminar de ubicarse mientras cogía la mano de la bruja y la retiraba de su rostro con suavidad. No la soltó en todo el tiempo que tardó en inspeccionar la habitación y, cuando terminó, la miró a ella con unos ojos todavía adormilados y medio legañosos.

Bien —contestó y carraspeó—, un poco dormido aún. ¿Qué has traído?

Su olfato contestó por ella: pollo asado, y seguía caliente. Se incorporó ayudándose del brazo sano y se pasó la mano, primero por el rostro y después por el pelo, antes de estirarla hasta la comida. Estaba tan hambriento que ni siquiera se molestó en asegurarse de que no estuviera envenenada; en realidad, si hubiera querido hacerle algo había tenido tiempo de sobra mientras estuvo dormido, y por la forma en la que lo estaba tratando, no parecía que fuera a cambiar la opinión que tenía sobre él.

Engulló los cachos de carne como si alguien fuera a quitarle el muslo de las manos. Cuando comenzó a hacer lo mismo con la hogaza de pan, se percató de que ella quizá no había probado bocado. Dio un trago de agua y le tendió lo que le quedaba de comida en las manos.

Perdóname, apenas he dejado para ti. —Cogió la taza de té y se la llevó a los labios para dar el primer sorbo. Beber algo caliente le sentaría bien—. No sé cómo voy a devolverte todo esto. Gracias. —Sonrió—. ¿De qué querías charlar?


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El último vuelo {Tsetsé Verte} Empty Re: El último vuelo {Tsetsé Verte}

Mensaje por Tsetsé Verte Jue Dic 28, 2017 5:48 am

No podía considerarse una criatura majestuosa en su belleza. Era atractiva, lo sabía, pero nada más allá de aquello. Si bien su figura no era exuberante, si delgada y elegante. Su encanto residía en su presencia, en sus sedosos ronroneos y en sus distinguidos y fluidos movimientos. A diferencia de ella, la mentecata de Tsetsé que no tenía encanto alguno. Entornó los ojos hacia la comida que Herman le ofreció y negó lentamente con expresión apaciguada.

No, no hace falta. Ya comí ¿Me permites? ─. Contemplo, como terminaba los últimos restos. Más tarde tomó un trapo y extendió la mano para tomar la que él tenía libre. Pasó el trapo por sus dedos, limpiando los últimos restos de pollo. Después, hizo una pausa a la espera de que terminara su té y limpió su otra mano. ─No tienes por qué agradecer, Herman… Simplemente hago lo que me hubiese gustado que hubieran hecho por mi cuando llegué a Paris. Hoy en día, las intenciones puras escasean y me gusta proporcionar algo de esperanza para los que estamos en las calles. Así que no debes de qué preocuparte. Te puedo tutear, ¿verdad? ─repuso y se atrevió a bromear─. Al fin y al cabo, evidente es que ya te vi medio desnudo. Consideraré ese pequeño incidente suficiente pago.

La bruja, dejó escapar una risilla enternecedora mientras se ponía en pie. Tenía que ser fácil de persuadir, no podía ser de otra forma.

¿Charlar dices? Bueno, siempre existen muchos temas de los cuales se pueden charlar, ¿no crees? Todo depende de la confianza que compartas con la otra persona. Pasar de la diplomacia a lo íntimo en un chasquido resultaría un tanto brusco. Además, no he podido evitar reparar en tu porte. No pareces muy hecho a las calles, ¿me equivoco? Pero no hay necesidad de hablar de eso por ahora. A nadie nos gusta hacer halago de nuestras desgracias. ¿Qué tal si por el momento, ignoramos el contexto al que nos hemos visto sometidos y lo tomamos como la bonita oportunidad de conocernos? ─esbozó una cálida sonrisa, repleta de intenciones─. Ahora vuelvo.

Tras su anunció, se ausentó unos segundos y regresó con una botella de cristal entre las manos. Se deshizo del corcho con un ligero movimiento de pulgar y tomó el recipiente vacío del té para poder rellenarlo.

¿Qué opinas? Yo soy de las que piensa que las conversaciones fluyen mucho mejor cuando hay alcohol de por medio. Creo que es ron, si no me equivoco. Espero que este no sea hogar de contrabandistas. Apúrate, se te va a enfriar ─bromeó.

Le propinó un ligero trago y evitó por todos los medios componer su peor cara de repugnancia. Nunca había sido amiga nada más que del vino, odiaba el resto de bebidas alcohólicas y odiaba todavía más tener que apoyarse en ellas para tratar de embaucar a un tipo. Confiaba en sus armas, pero no vestida de aquel modo en que Tsetsé la llevaba. Parecía una fulana.

Así que dime, ¿tienes prisa por marcharte? ¿Alguien te espera? Familia, amigos, una mujer…─murmuró. Después, simuló avergonzarse─. Disculpa, sin duda no es de mi incumbencia. Pero si te soy sincera, una se siente realmente sola en este tipo de situaciones. Tan solo tocar tu mano…me reconforta.

Pasó el pulgar por uno de sus nudillos con fingida melancolía. O puede, que no tan fingida.



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Mensaje por Herman van Haacht Dom Feb 18, 2018 3:47 pm

¿Acaso seguía durmiendo y metido de lleno en uno de sus dulces sueños? ¿Qué había pasado con la vergonzosa brujilla que lo había encontrado desnudo e inconsciente hacía unas pocas horas? Esta nueva Tsetsé que se presentaba ante él parecía mucho más lanzada, en todos los aspectos, y empezando por el de las palabras. ¡Vaya que si la muchacha hablaba! Herman hizo un gran esfuerzo por mantener la atención sobre ella y lo que le contaba, pero la verdad es que le estaba costando mucho. Recién despertado, con el estómago lleno y el brazo todavía herido, lo único que su cuerpo le pedía era volver a acostarse en ese colchón mugriento y seguir durmiendo hasta que sus fuerzas volvieran a recuperarse.

Por favor, tutéame —le pidió, ignorando el comentario sobre su desnudez (aunque poco le importaba, a decir verdad) y viendo cómo salía de la habitación.

Aunque no tardó en regresar, Herman aprovechó el escaso tiempo para moverse y apoyar la espalda contra la pared que había junto al colchón. Cerró los ojos y dejó que su cuerpo se relajara, estirando las piernas y cruzándolas a la altura de los tobillos. Respiró hondo al sentir la vértebras crujir. Qué bien le hubieran venido los masajes que Maartje le daba siempre que se veían. Los echó de menos de inmediato, ¡menudas manos tenía esa mujer! Pensar en ella le dibujó una sonrisa en su rostro, gesto que, probablemente, Tsetsé advertiría al volver, pero que él borró nada más abrir los ojos.

Con alcohol todo fluye mejor, sin duda —comentó, aceptando el vaso que le tendía—. Supongo que, si es hogar de contrabandistas, tendrán la mercancía valiosa a buen recaudo. Esta botella no creo que les suponga grandes pérdidas, así que disfrutémosla.

Dio un trago bastante largo y carraspeó. No era el mejor ron que había probado, pero eso era algo que él podía esperar; mientras fue el barón van Haacht, había probado líquidos de lo más exquisitos, y si no resultaba difícil satisfacer el paladar de Hermano era sólo porque era un hombre muy dado al vicio al que todo le parecía bien, más todavía cuando no tenía ni un mísero franco en el bolsillo. Así pues, disfrutó de su copa mientras escuchaba la dulce voz de la bruja.

¿Prisa? No lo sé —contestó, bebiendo otro trago—. En realidad, no debería estar aquí, pero esa parte creo que ya te la he contado. —Dejó el vaso junto a él y se recostó contra la pared—. No me espera nadie; ni tengo familia, ni tengo amigos, ni tengo mujer. Aunque mi destino fuera España, supongo que este es tan buen o mal sitio para quedarse que cualquier otro.

Se encogió de hombros y bajó los ojos hasta su mano, sintiendo los dedos de Tsetsé sobre su piel. Dejó que le acariciara los nudillos y después giró la mano, poniendo la palma hacia arriba, para cerrarla atrapando la femenina. La apretó con suavidad y la acercó hasta sí para examinarla. Era pequeña y muy suave, y a punto estuvo de llevársela al rostro para rozarle la piel con su mejilla. Lo que hizo, en cambio, fue tirar de ella y señalarle el lugar a su lado, pidiéndole que se sentara junto a él.

Yo también llevo bastante tiempo sin compañía, aunque, cuando la tenía, tampoco es que me llenara del todo. Creo que puedo contar con una mano las personas que realmente han significado algo para mí —confesó, y bebió otro trago de ron, apurando el vaso. Se lo acercó a Tsetsé con el líquido todavía en la boca y lo agitó para indicarle que lo volviera a llenar. Ese era Herman en estado puro—. Háblame un poco de ti —le pidió una vez que tragó el alcohol—. ¿Qué hace una chica que no sabe francés en París? ¿Acaso te espera alguien aquí?


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Mensaje por Tsetsé Verte Sáb Mar 17, 2018 5:37 am

La mirada perspicaz de la bruja no abandonó sus movimientos ni tan si quiera un segundo. Su sonrisa afilada era el producto de una dulzura ponzoñosa. Herman, Herman, Herman…en la más apacible de las trampas estabas a punto de aterrizar. El golpe no lo habías sufrido todavía, sino que estaba por dárselo. Ametz no podía quitarse de la cabeza como sabría el cuerpo y la vida de un cambiante. A pesar del propósito de aquel plan, no había conocido criatura tan enigmática como aquella, aunque a simple vista parecía tan humano como cualquier persona. Tan humano…y ni si quiera aparentaba demasiada congoja ante su comportamiento. Por supuesto, ¿cómo iba a mirarla de aquel modo vestida de aquella forma? Aunque si el problema eran las ropas estaba dispuesta a hacer una excepción. Permitiendo que tirara de su mano, la bruja se alzo ligeramente sobre sus rodillas para rellenar su recipiente.

Hablarte de mí…─ronroneó mientras dejaba la botella a un lado y lentamente, apartaba su cabello, exponiendo su clavícula─. ¿Todavía no te has dado cuenta? Soy tu ángel de la guardia, vine para arroparte, para protegerte cuando caíste sobre esta casa maltrecha. Aunque mejor que un ángel, puedes considerarme un hada en el cuento equivocado… ¿Alguna vez habías visto un hada? ─preguntó enigmática.

Se puso en pie mientras sus dedos, ágiles como las patas de una araña, toparon con los cordones que adornaban la parte delantera de su maltrecho vestido. Enredó el final de un cordón entre sus dedos y tiró mansamente, aflojando el ajuste.

¿Me creerías si te dijera que aparecí en este mundo tan solo para complacerte? ¿Cuántas veces soñaste con eso Herman? ─musitó, adoptando su voz más tentadora. Sin vacilar, terminó de aflojar su vestido y permitió que cayera suavemente alrededor de sus pies. Se mostró frente a él, en sus enaguas─. Anhelas a alguien que pueda tratarte como es debido. Que cuide tus necesidades… Comida, alcohol, calor….

Su cándida sonrisa no la abandonó mientras se desnudaba, ofreciéndose como virgen a un sacrificio. Y esa era la trampa, la inocencia de su apariencia y el enjambre oscuro de su mente. Sin vestimenta que la ocultase, se arrodillo frente a él, sujetando su rostro entre sus delicadas manos.

Soy el sueño que vino para disipar tus pesadillas…─contemplativa, se inclinó para besar sus labios tenuemente─. Ni si quiera tendrás que moverte… Cuando termine de complacer tus anhelos, dormirás y cuando despiertes ya no estaré y tu brazo habrá terminado de sanar. ¿Es que acaso te opondrás a algo así…?

Nunca había tenido la misericordia de ofrecer una muerte tan dulce como la que estaba dispuesta a llevar a cabo. Ni si quiera podría distinguir el éxtasis del dolor. Dejó caer las manos, recorriendo su pecho hasta alcanzar la hebilla de su cinturón, aflojándolo.

Lo veo en tus ojos, no trates de fingir, ha pasado tiempo desde que disfrutaste de la compañía de una mujer…Tan solo déjame, y yo me encargaré de todo.

La imagen de Tsetsé despertando sobre Herman, mientras este ultimo daba sus últimas bocanadas de aire la abrumo, excitándola más de lo que hubiese podido hacer las caricias de un cualquiera.

Vine a cumplir tus deseos…



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Mensaje por Herman van Haacht Mar Mayo 01, 2018 1:07 pm

¿Acaso estaba soñando? ¿En qué momento había desaparecido la dulce y asustada Tsetsé para dar paso a esa mujer que ahora estaba frente a él? No creía haber pasado dormido más tiempo del que ella había estado fuera, pero la realidad que se le pintaba delante le hacía dudar de todo lo que creía que era cierto. No podía apartar los ojos de cada movimiento de ella, sensual hasta para alguien a quien las mujeres no le atrajeran. El lazo de su vestido se aflojó con el ligero tirón que ella dio, haciendo que la prenda cayera al suelo con un susurro, pesada. Las enaguas que llevaba debajo no eran lo suficientemente opacas como para no dejar pasar la forma de su cuerpo, de curvas suculentas y piel tersa. Aún así, no pasó mucho tiempo hasta que pudo verlas en todo su esplendor: frente a él se alzaba el cuerpo de una mujer de muslos torneados, senos redondos, ni muy grandes, ni muy pequeños y un vientre con la curvatura perfecta, probablemente fértil. Una auténtica delicia.

El cuerpo de Herman reaccionó a pesar de que sus fuerzas eran limitadas, lo que hizo que se removiera inquieto en el sitio. Parecía que el instinto era más poderoso que la propia mente.

No sabría cómo —balbuceó.

No podría oponerse a algo así, jamás. Cuando vivía bien, rodeado de personas cuyo único propósito era complacer al barón para que gastara en ellos su dinero, Herman nunca perdía la oportunidad de darse un gusto con alguna de las muchas mujeres que se interesaban por él. Todas y cada una de ellas le resultaban hermosas, cada una con sus peculiaridades, eso sí, pero, para él, eran amantes encantadoras. Tsetsé no podía ser una excepción, ni la antigua —mucho más recatada—, ni la nueva que ahora se presentaba frente a él.

Disfrutó del tacto de sus manos contra su rostro, seguido del roce de sus labios, tersos y suaves, demasiado sabrosos y tentadores para un hombre que hacía demasiado tiempo que no probaba unos. El cuerpo desnudo de la hechicera sobre el suyo le daba calor, pero no la apartó, al contrario: posó sus manos en las nalgas de Tsetsé y la atrajo hacia sí. El aroma de su cuerpo era exquisito, igual que el roce de sus manos bajando por su pecho hasta la cintura del pantalón. Una especie de corriente eléctrica recorrió su cuerpo, espabilándolo y haciéndole ser consciente de dónde se encontraba.

A pesar de la habitación mugrienta, el colchón mohoso y la corriente de aire frío que se colaba por las ventanas rotas, al neerlandés no pudo parecerle un escenario mejor. Hundió el rostro en el cuello de ella y respiró hondo, apreciando el olor que desprendía su pelo. Dibujó la forma de sus clavículas con los labios mientras la abrazaba por la cintura, pegándola más a él. Las manos, que no paraban quietas, las subió acariciando su cuerpo hasta que los pulgares rozaron los pechos de la bruja. Pasó la yema por el contorno redondeado de ambos, notando las costillas bajo la piel. Eran tan suaves y apetitosos que estuvo tentado de llevar su boca hasta ellos, pero se contuvo.

Separó el rostro de ella y miró sus ojos almendrados, que lo miraban a él de igual manera. Le pasó el pelo por detrás de la oreja y, con esa misma mano, le sujetó la mandíbula, acariciando los labios con el pulgar. Acercó el rostro al de Tsetsé hasta que los alientos de ambos chocaron y ahí los dejó, esperando a ese ángel que, se suponía, había llegado para cumplir sus deseos, aunque los más recónditos no estuvieran relacionados, ni por asomo, con el placer de la carne.


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Mensaje por Tsetsé Verte Sáb Ago 04, 2018 7:23 pm

Hombres, incluso moribundos tenían espacio para el apetito sexual y, aquel sin duda, a juzgar por sus caricias, era, o había sido un gran bandido. Ametz sonrió macabra cuando él tan solo contemplaba sus pechos; sus pulgares los rozaron tentadores y hubiese mentido si hubiese dicho que aquello no le traía placer, anhelaba el tacto masculino, unas manos fuertes que se cerrasen enteras alrededor de sus muñecas pero que, para sorpresa de cualquiera, podía doblegar a su gusto.

El cambiante se paró a centímetros de su boca, tentador. La bruja no pudo dominar su sonrisa que emergió… ¿Así que él también deseaba jugar? Si incluso podía contener sus instintos sexuales. Ella en cambio, parecía tener más prisa. Enredó los dedos en el cabello de su nuca y acarició su cuello con la mano libre, deslizándola, dejando un camino ardiente a lo largo de su pecho y alcanzando su ombligo mientras aproximaba sus labios a los ajenos. Sin pedir permiso, su mano encontró el secreto que escondía sus pantalones y lo acarició por encima de la tela, sintiendo toda su largura entre los dedos. Ningún hombre se negaría al estímulo, era demasiado fácil. Espero a que la reacción emergiera en forma de jadeo y tan solo cuando lo hizo, Ametz atrapó los labios ajenos en un beso húmedo, rayando la lascivia y la violencia. La bruja ahogó un gemido contra la lengua ajena y musito una súplica:

Por favor, Herman…He estado tan sola─ susurró, reflejando la inocente expresión de Tsetsé en su mirada─. He anhelado tanto el calor de un hombre…Te lo suplico, reclámame al menos esta vez.

La mano de la bruja se deslizó bajo la tela del pantalón entrando en contacto directo con su virilidad. La atrapó en su mano evitando cualquier pensamiento coherente que el cambiante pudiera evocar. Lo quería así, perdido y dentro de ella, tan solo cuando el clímax se encontrará cerca, lo torturaría y horrorizaría a Tsetsé hasta hacerla desaparecer.

Pídeme lo que quieras…Tu más oscura fantasía, la cumpliré ─aumentó la fricción de su mano contra él, tragando sus jadeos─. Tan solo para ti. Vamos…susúrramela al oído, la cumpliré.

Su nariz perfilo la clavícula de Herman mientras susurraba palabras hechizadas por la liviandad. Jadeó contra su oreja, degustando el lóbulo en los labios y marcándola con su humeante lengua viperina.

Vamos… ─musitó─. Puedes tocarme, has hecho que esté tan mojada para ti…─. Animándolo, arrastro una de sus manos a la tierna piel de su muslo.

Casi podía imaginar la cara que pondría Tsetsé, no desearía emerger nunca más. Ametz degustó el futuro sin haberlo alcanzado todavía y es que, aquella sería sin duda la muerte más dulce que se cobraría.


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