Con el vuelo de la partitura (Privado)

Girando el mango de mi último paraguas, seguí caminando lentamente por una transitada calle de París. El tono amarillo pálido de éste, hacía juego con el vestido veraniego que llevaba puesto. Afortunadamente, Madame Divaris, una estimada y carísima modista, había comenzado a poner de moda los vestidos con hombros descubiertos, dejando así una buena parte de su piel libre de la prisión calurosa de las telas costosas.

Dando un ligero suspiro, prosiguió su lento paseo fijándose en algunos viandantes parisinos. Todos ellos creaban una adorable masa de colores y texturas diferentes. Desde las carísimas telas de los trajes de los miembros de la alta clase, pasando por las sencillas, pero hermosas vestimentas de los pertenecientes a la clase media, hasta finalizar por algunos vendedores de clase baja, con ropas mucho más gastadas y frescas.

Podrían decir que la ropa gastada y deshilachada de la clase baja era un golpe para el buen gusto parisino, pero a su parecer, las mujeres que caminaban libres de corsés y numerosas capas de telas, se veían igual de hermosas que las jovencitas de la clase alta. Con una sonrisa, pensó en lo hermosa que era su amiga Zafiro, con o sin corsé, con el vestido de la gamuza más cara o el algodón más puro, su belleza no mermaba.

Desgraciadamente su caso era diferente. Ella era la única que acudía últimamente a las fiestas de sociedad, puesto que su tía estaba enferma. Como única representante de su escasa familia, le era imposible cometer la más ligera falta. Como consecuencia, paseaba por París perfectamente vestida, lo que implicaba, a su parecer, un castigo insufrible por las pesadas telas que cargaba con ella. Ensimismada en sus pensamientos, no vio a la joven que iba caminando con prisa frente a ella, hasta que la tuvo casi a su lado.

Como si de magia se tratase, una hoja revoloteó, mecida por la brisa, desde las manos de la joven, cargada con numerosas carpetas, hasta quedar pegada a su cuerpo por la fuerza del remolino de aire. Con curiosidad separó la hoja que se había pegado a su cuerpo como una segunda piel. Sus ojos recorrieron la partitura escrita con símbolos firmes pero desordenados. Sin perder tiempo, comenzó a trazar mentalmente las notas con el compás que señalaba la clave de sol al inicio.

¡Definitivamente será algo increíble!, pensó. Emocionada se imaginó el resto de la partitura. Si una mera página podía mostrar tanto talento, la melodía completa, junto con el resto de la partitura, crearía una obra colosal. Excitada, se giró con rapidez, sabiendo que había perdido bastante tiempo en leer e interpretar la melodía escrita en aquella partitura. Sus ojos, brillantes de emoción comenzaron a recorrer la larga calle, en busca de la joven que hacía unos minutos había pasado junto a su lado.

Casi en la mitad de la calle, la joven se había detenido. Parecía estar preguntando alguna dirección. ¡Está allí, tengo que devolverle el comienzo de la partitura!. Con toda la rapidez que le permitía su traje, y el decoro, comenzó a caminar rápido. Sus pies parecían comenzar un suave trote, mientras que sus rizos se movían de lado a lado. Creando con el ir y venir, el compás de su movimiento.

Al llegar a su altura, se detuvo a unos pasos de ella para tomar aire. Relajándose un poco, se alisó la falda de su vestido nerviosamente, y con un suspiro suave, entonó una disculpa:

- Perdóneme señorita, pero hace poco ha pasado junto a mi y se le ha caído esto.- Tendiéndole la hoja de su partitura, le sonrió con timidez- Siento decirle que he leído el comienzo de su partitura. Y a riesgo de que pueda considerarme descortés, creo que será, con toda seguridad, el inicio de una increíble melodía.