El sol, la luna, la verdad. (Priv)

Las reuniones en la Logia habían dado sus frutos y la Manada había conseguido una nueva porción del territorio bajo su protección. Ya dominaban toda París al sur del Sena y desde ahí hasta casi el final del bosque. Lo que había empezado como una pequeña parcela en la que levantar las casas familiares se había acabado convirtiendo en el cuartel general de la Manada. Donde vivían el alfa y su familia, donde nadie se atrevía a entrar sin ser invitado, donde todavía se mantenian los huesos que marcaban los límites del terreno inexpugnable de los Paine.

Eso era algo a lo que Viktor no había querido renunciar, porque no todo el mundo era igual de civilizado, porque a algunos había que recordarles qué terreno pisaban, porque habían sido durante veinte años la marca de su padre y no sería él quién la borrara. Aquellos desgraciados de los que ya sólo quedaban los huesos habían osado tocar los huevos a Leif Paine y no precisamente de la forma en la que lo hacía su dulce y abnegada esposa. Esos restos que otrora fueran hombres habían levantado las armas contra su familia, habían puesto en peligro a su mujer, a sus hijos, a sus nietos. Y habían pagado por ello, quedando como castigo ejemplar para los que pudieran pensar en atreverse con posterioridad.

Aunque de eso hacía ya mucho tiempo. Ese pequeño cachorro de grandes ojos verdes que perseguía a Leif entre la maleza era ahora un hombre, el líder, el alfa, el que velaba por los restantes miembros de la manada.

Y haciendo honor a ese rango y al trabajo y el esfuerzo de sus padres para hacer de la Manada una entidad a tener en cuenta, se había reunido en la Logia con tres hechiceros, un cazador y un representante de los vampiros, para poner sobre la mesa algunas normas que se habían visto transgredidas por individuos descarriados a los que había que recordar que allí, en París, todos jugaban su papel en la Mascarada y no iban a permitir que nadie la pusiera en peligro.

Dos cambiantes se habían peleado con un vampiro en plena plaza del teatro y ahora se hablaba de monstruos por París. La gente tenía miedo y, a pesar de que habían hecho correr ríos de tinta alegando que se trataba de los disfraces propios del teatro, lo cierto era que necesitaban hacerse cargo de meterlos de nuevo en las sombras y conseguir que todo en la Ciudad del Amor volviera a su cauce, al del Sena.

Con mil ideas en la cabeza, emprendió el camino de regreso a casa, a su territorio. Tan concentrado estaba en lo que iba a decirles a sus hermanos, a sus padres, a sus betas, que ni miraba por donde caminaba, dejándose guiar por el resto de sus sentidos, cruzando uno de los puentes sobre el río que abrazaba los límites del territorio Paine.

El empellón de la muchacha le hizo trastabillar y suerte tuvo de caminar cerca de la baranda del puente, por lo que pudo agarrarse y evitar dar con los huesos en el suelo. Frunció el ceño, porque el puente era lo bastante grande para que le hubieran evitado y, si bien no había alcanzado aún su tamaño máximo, era ya un hombre alto, hecho y derecho, aunque su apariencia fuera unos años menor.

Sin embargo, la voz de la muchacha y la forma en la que pronunció la disculpa borraron el enfado momentáneo. La miró de arriba a abajo. Reconoció al momento su aura y su olor. Era una de los suyos, una loba. Eso simplificaría las cosas.
-¿Estás bien? ¿Por qué tan apresurada? ¿Te persiguen? -dio un par de pasos hacia ella-. Ahora estás en territorio seguro.

La Orden de Hellsing no cazaba en los bosques sin la colaboración de la manada. La caza indiscriminada de criaturas había acabado unos seis o siete años antes, después de mucho trabajo y mucho esfuerzo por acercar posturas por todas las partes implicadas. La Manada, la Logia y la Orden colaboraban en armonía. El Consejo de los vampiros era un socio menos amigable en la mascarada, pero respetaban las normas. La Inquisición era la que se mantenía fuera, pero gracias a la colaboración de todos, iba poco a poco perdiendo poder.

Le ofreció la mano y una sonrisa cálida y amistosa. Quizás demasiado confiado con alguien que irrumpía estrepitosamente en su territorio, pero lo peor que podía pasar es que fuera alguien peligroso, en cuyo caso, no saldría entera de su zona.
-Soy Viktor. ¿Y tú? Ven conmigo, necesitas ropa seca y un rato junto al fuego.

Y seguramente su madre le plantaría un plato con comida para tres en cuanto la viera aparecer.

-Soy un Paine -corroboró, con confianza. La miró de arriba a abajo y asintió cuando mencionó que no se controlaba bien-. En ese caso, has hecho bien en venir aquí. Nosotros podemos ayudarte. Estando con más lobos es menos probable que te descontroles y, si lo haces, no temas, sabremos como frenarte.

La guió hasta el lugar donde se alzaba la casona que ocupaban él y sus padres, junto con sus hermanos pequeños. Alrededor de ella había otras casas más pequeñas, reservadas para Esthia y Uryan, Elora, Xaryne y Arya y sus hermanos mayores.

Apenas entraron en el lugar, una sombra se formó entre los árboles. Otra un poco más allá. Una tercera al otro lado. Y desaparecieron tan rápidamente como habían llegado al comprobar que Viktor regresaba sano y salvo y que la compañía que traía no era hostil. Al ir con él, podía superar sin problemas las barreras mágicas que había en el claro.

-Bienvenida a casa de los Paine. -Abrió la puerta para cederle el paso-. Mamá, he vuelto.
-¿Qué tal ha ido la reunión? -respondió Aletheia conforme entraba en la sala-. Oh, vaya, has traído una invitada. Esto se avisa. Bienvenida.

Hacía tanto tiempo que Elaine se había marchado con Brianna que, no la reconoció en un primer momento. Aunque se quedó mirándola, como si intentase acordarse de dónde la había visto antes. Además, su aura había cambiado al convertirse en licántropo, por lo que tampoco podía reconocerla así.

-¿Elaine? ¿De veras eres tú? -la sonrisa de Aletheia se tornó más amplia y cálida y abrazó a la muchacha con cariño, separándose para mirarla de arriba a abajo-. Madre mía, si es que no hay quien te reconozca -después de todo, habían pasado veinte años, los que tenía Viktor-. Estás preciosa. Qué alegría tenerte aquí.

-Ya le he dicho que no se preocupe, que puede quedarse aquí todo el tiempo que quiera.

-Claro que sí. Ésta es tu casa.

-Puedes ocupar la habitación de Elora -que no vivía allí, pero tenía una estancia a su disposición, para ella, para Xar o para Arya-. Mamá, ¿puedes buscarle algo de ropa seca, por favor?

-Por supuesto. Ven conmigo. ¿Has cenado ya? Porque queda todavía un montón de carne y puding de verduras.

Lo primero era hacer que se sintiera cómoda, luego ya le preguntaría por todo lo demás. Por su madre, por Damon y por la extraña situación que vivían.

Aletheia le sirvió una buena ración de comida y le dejó el plato delante. Se sentó a la mesa, al lado de Viktor, frente a Elaine.
-Si quieres más, dímelo. Hay comida como para un regimiento en esta casa.

El muchacho se sonrojó levemente cuando Elaine comentó que había visto a su madre esperando su nacimiento. No pensó que fuera tan mayor, pero con los lobos era dificil precisarlo. La hechicera sonrió al verle. Era cierto, se había convertido en todo un hombre y no podía estar más orgullosa de él, de cómo se había hecho cargo de todo tras la muerte de Leif, de cómo había liderado a la manada siguiendo la línea trazada por su padre, de cómo los lobos se habían unido bajo el liderazgo de los Paine para convertirse en parte imprescindible en el mantenimiento de la Mascarada en Francia.

Tras la cena, llegaron las historias. La hechicera se interesó por Brianna y por Damon, por su situación y por los problemas que el matrimonio del lobo traía a su relación. Se ofreció a echar una mano en lo que pudieran ser útiles y su hijo secundó la oferta.

-Podeis contar con nosotros. Y mientras permanezcas en París, eres nuestra invitada. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que desees. Hay sitio más que de sobra. Ven, te acompañaré a tu habitación.

-¿A cuál?

-A la de Esthia y Uryan.

Porque esa habitación permanecía vacía. Esthia y Uryan tenían su propia casa dentro del bosque. Pero eran los hombres de confianza del alfa, sus más cercanos, sus más leales. Y había ocasiones que exigían que estuvieran cerca, así que tenían su propia habitación allí, para cuando fuera necesario usarla. Sencilla, pero acogedora. Una cama grande, un mueble con tres cajones y dos sillas en un rincón. Las sábanas estaban limpias y la habitación olía a fresco. La bruja se encargaba de los pequeños detalles como aquellos.

-Si necesitas cualquier cosa, házmelo saber. Espero que estés cómoda. Ahora descansa, la luna llena está cerca y es mejor que estés al cien por cien. Buenas noches.

Viktor había crecido con esas palabras en boca de todos. Leif Paine daba miedo. Leif Paine era un pirata, un ladrón, un asesino, un delincuente, un hombre dado a los vicios, de modales toscos y malencarado. Sí, lo había oído cientos de miles de veces. Era hijo de un hombre cuyo nombre quitaba el sueño a más de uno. Temido en los siete mares, convertido en una leyenda. Los piratas le admiraban, a caballo entre el miedo y el respeto. Los hombres de ley le perseguían, pero en el fondo se debatían entre el deseo de colgarse la medalla y la seguridad de que no se dejaría atrapar sin antes degarrar cuatro o cinco gargantas. Las mujeres le deseaban y eso esa algo en lo que prefería no entrar, porque si algo le había enseñado su padre, era que su madre era sagrada.

Suspiró. No iba a volver a soltar el discurso acerca de las maravillas de Leif, porque no era un niño, era consciente del pasado de su padre. Pero era su padre. Era el hombre cuya voz ahuyentaba los monstruos que vivían bajo su cama. Eran los hombros que le cargaban, el pecho contra el que había dormido, la mano de la que había dado los primeros pasos... Leif había sido un hombre que había tomado decisiones controvertidas o poco éticas en el pasado, pero él había conocido la cara más amable del terrible Capitán Paine.

Le había visto cuidar a su familia y a su manada, pelear por defenderlos, armarse de paciencia para enseñarles. Había visto cómo era con su madre y con sus betas. Y, si había alguien a quien admirara profundamente, ése era su padre.

-Yo he crecido dándole golpes al miedo en la cara.
La respuesta que solía soltar cuando alguien argumentaba que su padre daba miedo. Porque era verdad. Era una forma de decir que sí, que daba miedo, pero que él era uno de los privilegiados que podía no sentirlo, porque Leif moriría y mataría por él.

Como había sido.

Le echaba de menos, pero no tenía tiempo de lamentarse, porque ahora él era el alfa y debía seguir los pasos de su padre para mantener la paz y cuidar de la manada.
-Mi padre nos enseñó todo lo que tuvo tiempo. Y Esthia y Uryan se han encargado de algunas lecciones adicionales -como el controlar las transformaciones y no caer en la furia del lobo-. Realmente no era tan horrible como se dice, no aquí. Sé que ya te lo hemos dicho, pero puedes quedarte el tiempo que quieras. Y si tienes problemas para controlarte, podemos intentar enseñarte. Aquí prácticamente todos podemos ya cambiar a voluntad. Requiere trabajo, pero una vez lo consigues, es muy útil.

-A mi madre le sentaría bien, seguro. Desde que murió mi padre se nota que está siempre con un aura triste. No lo dice, pero lo echa mucho de menos. Creo que lo único que le ha impedido ir al infierno a buscarle es Peter. Propónselo si quieres, yo te apoyaré y seguramente, si veo que todo está en orden aquí, hasta la acompañe. Será un honor conocer a Damon y quizás podamos estrechar lazos entre nuestras manadas, aprovechando que nuestras madres se tienen ese cariño.

Aletheia era una mujer fuerte y se había recuperado de la muerte de Leif con relativa entereza. Sin embargo no había vuelto a sonreír de la misma manera que Viktor le recordaba desde siempre. Reía y estaba feliz, sí, pero le faltaba ese punto que la hacía especial, esa pasión por la vida. Imaginaba que era cuestión de tiempo, porque su padre apenas llevaba unos años enterrado. Y le había recuperado de una extraña manera sólo para volver a perderle. Eso la había marcado. Viktor lo entendía, pero estaba preocupado por ella.
Hasta había llegado a sugerir que rehiciera su vida, que buscara a alguien que la hiciera feliz. Por supuesto, ella se había negado por el momento.

-Descansa esta noche y mañana tranquilamente podremos intentar la transformación. No es algo exacto, es un proceso demasiado personal, unirte completamente a tu lobo y hacerlo parte de ti, de modo que no seáis dos, sino uno solo. Así podrás elegir qué parte de ti quieres sacar en cada momento. Encontraremos la forma más adecuada para ti. O al menos lo intentaremos.

Viktor se encogió de hombros. Tampoco había tenido muchas opciones. Un día era el hijo de Leif, al día siguiente su sucesor.
-Mi padre me enseñó muchas cosas antes de morir. No todas las que hubiera querido, pero al menos me dio las herramientas suficientes para mantener unida a la manada. Mi madre es una gran consejera y se mantiene a mi lado. Mis hermanos son los primeros en aceptar mi posición, así es más sencillo para todos. ¡Y tengo a mis pretorianos! -explicó con una gran sonrisa.

Realmente Esthia y Uryan eran dos guardianes tan leales como feroces. Intuía que gran parte de su lealtad iba más hacia su madre que hacia él, o así había sido en un principio. Pero no iba a cuestionarlo, lo que le importaba era que ambos eran piezas importantes en su manada, que estaban ahí para él y que él les daba el reconocimiento que se merecían como sus más allegados.

-Si le pareces un monstruo como lobo, no merece tenerte en tu forma humana. Es cierto que ocultamos lo que somos la mayoria de las veces, por seguridad, por proteger a nuestras familias, por lo que sea. Pero si alguien entra en el círculo... si merece la confianza para que le digamos la verdad... debe pagar con la misma confianza y aceptarnos por completo. Además, nadie podría ver en ti un monstruo, adoptes la forma que adoptes.

Porque para él, los lobos eran criaturas preciosas. Quizás porque se había criado viendo la parte más amable de ellos, porque siempre había estado detrás de la bestia furiosa que podía ser su padre, disfrutando de su protección. Además de que, como animales, le parecían adorables.

-Vamos, nos reuniremos con el resto en el claro.
Las noches de luna llena, la manada se reunía en un claro del bosque, lejos de los cachorros y los humanos que formaban parte de ella, en un lugar lo suficientemente apartado para que fuera seguro incluso si alguno se descontrolaba. Allí, los que podían mantener a raya la furia de la bestia, controlaban a los demás, les protegían, les cuidaban y les ayudaban a aceptar finalmente su verdadera naturaleza y ser uno con el lobo.

Porque cuando eras uno con el lobo, éste no tenía necesidad de liberarse, no era una bestia encerrada en el cuerpo de un hombre, era el hombre. Todas las horas del día, todos los días del año. Una dualidad difícil de entender para muchos.

Ciertamente Viktor no había visto en su vida su liderazgo puesto en entredicho. Quizás porque no llevaba tiempo suficiente siendo el alfa. Quizás porque los lobos eran leales a su madre posiblemente más que a él mismo. O tal vez era que veían lógico que hubiera un Paine dirigiendo el territorio.

La Manada, con mayúscula, al nivel de la Orden de cazadores, la Logia de hechiceros o el Consejo vampírico, no había existido hasta que sus padres decidieron comenzar a organizarla. Primero fueron unos pocos lobos solitarios que aprovechaban las ventajas de vivir todos juntos. Poco a poco el liderazgo de su padre se consolidó y el apellido Paine fue sinónimo de confianza y lealtad. La palabra de un Paine era sólida y se cumplía sin importar qué. Las realciones con la Logia y la Orden eran fluidas, favorecidas por la presencia de cazadores y hechiceros en la manada.

Finalmente, los Paine se habían convertido en la manada francesa de referencia, la que controlaba la capital. Y el lugar del alfa estaba tan unido al apellido que nadie parecía querer cuestionarlo o retarle. Posiblemente porque si se hería a un Paine, no se volvía a dormir tranquilo, esperando ese momento en que toda la familia cayera sobre ti.

Hurt one, fear all.


Aletheia disfrutaba mucho los ratos con Elaine. Brianna había estado poco tiempo en su casa, por azares de la vida, y la hechicera se alegraba enormemente de que así fuera, porque le había servido a su amiga para encontrar la felicidad. Una parte de ella la extrañaba y le estaba tremendamente agradecida, porque había estado presente en sus horas bajas, cuando su pequeño de ojos verdes todavía no había nacido y el amor de su vida estaba demasiado ocupado negándose que se pertenecían el uno al otro.

En esos años habían mantenido correspondencia más o menos frecuente, lo que le permitían las distancias y las circunstancias. Incluso habían tenido ocasión de algún encuentro, pero el último había sido hacía muchos años. Por eso la idea de visitar Oltenia le hacía especial ilusión y estaba preparando todo para poder ausentarse unas semanas. Tendría que llevarse a Peter, que era demasiado pequeño para pasar tantos días sin su madre.

-De momento no ha venido a presentarme a ninguna muchacha como su novia. Aunque no soy tan ilusa para pensar que no ha tenido ya sus más y sus menos con las mujeres. Creo que prefiero fingir que no sé nada y vivir en la felicidad de la ignorancia. Se lleva muy bien con la chiquilla de los Blackmore, Krystha. Y a mí me encantaría que acabara casándose con ella, porque es una buena muchacha y sé que se entienden muy bien. Pero de momento creo que no están enamorados. Una madre sabe de esas cosas. ¿Y tú? ¿Tienes ya algún pretendiente?

La hechicera sonrió cuando Elaine le confesó que un muchacho le gustaba. Esas primeras ilusiones eran algo maravilloso. A veces salían bien, otras se truncaban, pero siempre dejaban una sensación cálida en el corazón y era algo digno de disfrutarse.

-No tengas prisa, si tiene que ser el hombre de tu vida, el momento llegará. Tú sólo tienes que ser tú misma. Valora su amistad y no fuerces nada, deja que fluya. Créeme, a veces el amor llega de las formas más insospechadas.

A ella se lo iban a decir, que ya pensaba que viviría una vida solitaria y llegó el huracán Paine a romperle los esquemas y a arrastrarla al bosque, rodeada de lobos y con media docena de hijos. Aunque Jack ya no estuviese.
Ellos eran los que la habían mantenido arriba tras la muerte de Leif. Lo echaba tanto de menos...

Se asomó a ver las líneas que dibujaba Elaine. Era cierto que tenía buena mano. Sin embargo, no tuvo opciones de comentar nada, porque la puerta de se abrió para dar paso a Viktor.

-Hola -saludó escuetamente, su gesto era bastante serio-. Mamá, Ewan ha encontrado... -dudó si decirlo delante de Elaine, pero finalmente decidió que su invitada era de confianza-. Ha encontrado restos de un cuerpo cerca del borde este. Él y Esthia están siguiendo el rastro.