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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Herman van Haacht Miér Ago 23, 2017 5:41 pm

Apenas conocía París y pocos eran los lugares a los que había aprendido a llegar sin dar demasiadas vueltas sin sentido. Como buen ocioso que fue en su época, uno de esos lugares eran las tabernas. Herman las había probado todas las que quedaban a pocos minutos de la manzana donde se había estrellado, lugar que había adoptado como propio y consideraba su hogar en lo que durara la estancia, que, vista la precariedad de la choza donde vivía, no creía que fuera a ser mucho tiempo. Al menos, esa era su intención, primero porque su destino estaba lejos de allí, en el sur, y segundo, porque no tenía ni un maldito franco en el bolsillo. ¿Cómo había sobrevivido hasta entonces? Con labia y una mano larga, como siempre había hecho desde que lo perdió todo. Había tenido la suerte de caerle en gracia a una tendera de mediana edad que acudía todas las mañanas al mercado y que le daba algo de comida, pero lo demás lo tenía difícil. Y lo demás englobaba al alcohol.

Entró en una taberna con el suelo pegajoso y un hedor a vino rancio que invitaba a dar media vuelta; si no lo hizo fue porque sabía que esas eran las mejores. Los lugareños estaban, en su mayoría, borrachos como cubas, y si les jurabas haber visto un hombre verde caer del cielo se lo creían todo a pies juntillas, así que hacer que le invitaran a una copa no podía ser más complicado que eso. Eligió un taburete junto a un grandullón que estaba empezando a quedarse dormido con el vaso agarrado entre los dedos. Se espabiló nada más sentir a Herman a su lado, y éste lo saludó como si fueran viejos amigos, algo que el borracho no llegó a entender. O había bebido demasiado, o demasiado poco, puesto que la farsa que intentó empezar el cambiante no dio sus frutos. El grandullón lo mandó a paseo con un gruñido, así que tuvo que cambiar de táctica. El problema era que no sabía cuál emplear ahora.

Sácame lo mismo que a él y deja fuera la botella —improvisó, nada seguro de cómo terminaría pagando todo aquello.

Cuando le sirvió el vaso lo alzó mirando a su nuevo camarada, haciendo como si brindara a su salud, y se bebió todo el contenido de un trago. Inmediatamente después agarró la botella y se sirvió otro vaso, haciendo un gesto con la mano para que el otro acercara el suyo. Por el estado en el que se encontraba sabía que no diría que no, y no falló.

Ya llevaba servidas tres rondas cuando el borracho se cayó hacia un lado, con la mala fortuna de hacerlo sobre un tercero que enseguida le devolvió el golpe. Para cuando Herman se giró a mirar qué pasaba se había armado una buena pelea dentro de la taberna. Un vaso aterrizó a sus pies, rompiéndose en mil pedazos, seguido del sonido de una silla astillándose. El tabernero sacó un bastón gigantesco de detrás de la barra y salió a poner orden, momento que el cambiante aprovechó para coger la botella y salir de allí mientras durara el tumulto. Otro problema resuelto.

Dio un trago largo de la botella para celebrar su victoria y comenzó a caminar sin rumbo cuando, de pronto, sintió una presencia conocida cerca de allí. Era extraño, puesto que dudaba mucho de que la única conla que había tenido el placer de cruzarse en París estuviera por aquella zona de la ciudad. Se dejó guiar, movido más por la curiosidad que por la necesidad, hasta llegar a la puerta de una segunda taberna (que, por cierto, no conocía). Fue allí donde lo encontró.

Vaya, vaya, qué nos ha traído la marea. —Se acercó hasta él con un gesto de sorpresa en el rostro—. Aunque no sé si la marea es lo más idóneo en nuestro caso, porque yo soy más de aprovechar las corrientes de aire y a ti dudo mucho que te guste el agua, por eso de que maúllas, ya sabes, no me malinterpretes... —Dio otro trago a la botella y se limpió los labios con el dorso de la mano—. Pero creo que se ha entendido el punto, ¿no?
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Mensaje por Invitado Dom Ago 27, 2017 1:36 pm

Hay que ver las casualidades que tiene la vida, ¿no? No hacía ni un mes, o quizá hacía más y el tiempo se había terminado por emborronar entre la pena, el alcohol, el opio y la apatía que vino justo después, que Miklós la había encontrado de nuevo precisamente allí, donde se encontraba esa noche, que no tenía nada de fatídico aunque una parte de él quisiera verlo así. Esa parte, por cierto, era la que no creía en las coincidencias, y lo cierto era que en eso tenía razón, pues el lado masoquista del enigmático rompecabezas que era Miklós a veces era el responsable de llevarlo allí, a recabar todos los recuerdos que pudiera de su reencuentro para... ¿Para qué? ¿Para purgarse? Estaba convencido de que el agua del bautismo no lavaba los pecados, no cuando eran de las dimensiones de los suyos, y sobre todo los que tenían que ver con Imara; tal vez lo que la situación requería era un enfrentamiento mucho más directo, ¿no?, a lo mejor así lo superaba. Y aunque sospechaba que no, no lo haría para nada, él no era ningún cobarde, y sabía que tarde o temprano llegaría esa terapia de choque por la que entró en la misma taberna, pidió lo mismo que había pedido entonces, intentó aspirar a la borrachera que había tenido en aquella noche (esa sí había sido fatídica) y se preparó para la batalla. Todo lo que pudiera hacerlo, al menos, y sospechaba que no sería mucho aunque estuviera tan a lo suyo que no atendía ni a las fulanas ni a los enfrentamientos del bareto; parecía que Miklós estaba en otro mundo, y así era, torturándose con imágenes de entonces y con aspectos de la muerte de Imara que creía que habría podido impedir pero que no consiguió detener, aunque lo intentó. Esa impotencia le dolía mucho más que todo lo demás, pero ¿acaso no pasa eso siempre a los supervivientes de un hecho traumático al compararse con los que no fueron tan afortunados...?

– Otra. – pidió, con voz ronca pero no por la borrachera, y sin mirar al tabernero, pero tampoco hizo falta porque le sacó otra ronda gracias a que el húngaro había pagado por adelantado con unas cuantas monedas que tenía guardadas por ahí. Antaño, ¡iluso de él!, había creído que serían para el futuro que tendría con ella, pero esa posibilidad se la habían arrebatado por la fuerza, así que las malgastaba en cualquier cosa que pudiera permitirle lidiar con todo de una forma menos insana que con la apatía existencial que se había apoderado de él. Sí que debía de estar mal la cosa para que el opio fuera una alternativa mejor a cualquier otra opción, ¿eh? Efectivamente, así era, Miklós estaba tan hundido en la miseria que el hoyo se había convertido en su hogar, pero por alguna suerte de milagro (en los que, recordemos, creía. Para él no, por pecador, pero siendo creyente, ¿por qué no contemplar la posibilidad de que algo así pudiera suceder?), fue capaz de volver a la realidad lo suficiente para ver a alguien a quien... Bueno, no se alegró de verlo. Tampoco se entristeció; como mucho, le sorprendió un poco, pero muy poco, porque hacía años que no se encontraban y, bueno, París era grande, pero ¿de verdad era posible tanto reencuentro con su maldito pasado? Al menos, Herman no le traía recuerdos de una época con Imara, sino de justo cuando la había perdido por primera vez. Viéndolo por el lado bueno, no le sorprendería la mirada fija y muerta del magyar, menos pantera que nunca. – Miau. ¿Alguna estupidez más que quieras decirme? – lo saludó, a su (hostil) manera, y lo invitó a sentarse antes de, sin mirarlo, deslizar un vaso por la barra en dirección a él, alentándolo para que se uniera a su borrachera porque... Bueno, ¿por qué no? – Así que has decidido aterrizar por aquí, siguiendo con tus chistes malos. ¿Qué te trae a París? A una taberna lo imagino, pero a la ciudad... Sorpréndeme. ¿Vienes a dejarte morir con otros edificios de fondo, como todos, o tienes algún plan más interesante que huir y salvar el cuello? – preguntó.

Algo bueno tenía la situación, eso había que reconocerlo: Miklós no podía estar muerto por dentro del todo si aún, pese a los años transcurridos, seguía atrayéndole el hombre que tenía delante, ¿no? Quien no se consuela...
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Mensaje por Herman van Haacht Dom Sep 24, 2017 3:49 pm

Cuando decidió seguir esa intuición, presentimiento, o lo que fuera que le había llamado la atención al salir de la taberna anterior, nunca se imaginó que el sujeto que la hubiera provocado fuera Miklós Laborc DeGrasso. No porque no se acordara de él, Herman recordaba cada rostro que veía, aunque fuera sólo por unos segundos (y el del cambiante lo había visto mucho más que eso); si le sorprendió fue porque, cuando se separaron, no creía que se lo volvería a encontrar en lo que restaba de vida. Les había unido la necesidad y, en el momento en el que esa necesidad dejó de existir, cada uno siguió su camino: Herman el de la búsqueda de venganza, y Miklós el suyo, fuera cual fuera. Ahora que se daba cuenta, nunca hablaron de lo que harían cuando terminara su huída, quizá porque, hasta que eso no pasara, no serían completamente libres de hacer lo que les viniera en gana.

Aceptó la invitación y tomó asiento junto a la pantera. Lo cierto es que no había pensado quedarse mucho más tiempo rondando las tabernas de París, principalmente porque no llevaba ni un solo franco en el bolsillo y necesitaba convencer a los lugareños de que le invitaran a una copa, que, si ya era difícil de conseguir una vez, la segunda era, generalmente, imposible. Aún así, parecía que Miklós estaba de suficiente buen humor como para dejarle sentarse a su lado y, además, invitarle a un trago, así que aquello debía ser una señal de buena suerte, o algo parecido, y Herman no estaba para desperdiciar las oportunidades que se le fueran presentando.

Gracias —dijo, parando el vaso con una mano—.  Recuerdo que tenías mal humor, especialmente por las mañanas, pero ¿no crees que es un poco tarde tarde para andar gruñendo?

Dio el primer sorbo y se sorprendió de que le supiera bien. Apartó el vaso de los labios y lo miró, escéptico, antes de olfatear el contenido. No parecía algo distinto a lo que había estado bebiendo en la taberna anterior, así que, o bien era algo realmente mejor, o él ya estaba algo perjudicado y todo le sabía igual. Se encogió de hombros y dejó la botella que llevaba sobre la barra, que era lo único que iba a poder aportar a la velada.

Eres el único que no se ríe con mis chistes —mintió, de manera muy descarada además, porque ambos sabían que aquello no era cierto. Al menos, él sí lo sabía, pero ¿qué más daba?—. En realidad, estoy aquí por accidente. Iba hacia el sur cuando algún idiota me confundió con una perdiz, una paloma, o yo qué sé. El caso es que me pegó un tiro en el ala y me estrellé. Pero tranquilo, ya estoy bien —aclaró, como si Miklós fuera a preocuparse realmente por su estado. Eso sí que había sido un buen chiste—. Me encontró una chiquita que me estuvo haciendo mejunjes para curar la herida y, bueno, en lo que recupero la movilidad me dedico a buscar sitios donde me inviten a unas copas. —Alzó el vaso hacia él y bebió como si lo estuviera haciendo en su honor, una idea no del todo descabellada puesto que todo eso lo estaba pagando él—. ¿Y tú, cómo has llegado hasta aquí? La última vez que nos vimos estábamos bastante más al norte y, para qué te voy a engañar, no te imaginaba haciendo vida en una ciudad tan pomposa.

Aunque la taberna donde se encontraban no fuera, para nada, un reflejo fiel de la idea generalizada que había sobre la ciudad de París, Herman había visto ya esas avenidas en las que las personas menos afortunadas eran observadas por encima del hombro, y eso en el mejor de los casos, porque otras eran ignorados hasta tal punto que, si un caballo les aplastaba la cabeza, estarían más preocupados por limpiar la calzada que por la vida del pobre infeliz. No, definitivamente, no era una ciudad donde imaginara encontrarse con Miklós y, si lo pensaba bien, tampoco era una en la que hubiera pensado que él mismo terminara, pero esos debían ser la clase de giros que daba la vida.
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Mensaje por Invitado Lun Oct 09, 2017 3:55 pm

¿Hasta qué punto le interesaba a Miklós lo que tuviera Herman que contarle? Esa era una pregunta interesante, y no solamente para el neerlandés, sino también para el propio húngaro, quien no había podido cambiar más desde la última vez que se habían visto, para desgracia del pájaro que se le había ido a sentar al lado. Sí, bien, podía refugiarse cuanto quisiera en la comodidad de creer que conocía al hombre que tenía sentado al lado, ¡quién mejor que Miklós con su apatía existencial para comprender la comodidad a la que a veces se recurría en la vida!, pero el húngaro no se engañaba con eso tanto como parecía hacerlo el neerlandés, y le resultaba curioso. Todo lo curioso, claro, que pudiera parecerle algo a quien por fin había cumplido ese objetivo añejo suyo de morirse cada día un poquito más por dentro, como consecuencia de la muerte de su hermana Imara, Pero, claro, Herman no sabía eso, como en realidad sabían poco del otro, así que ¿podía culparlo por refugiarse en esa certeza que sí había tenido entonces de Miklós, como era su mal humor? Probablemente no; así lo demostraba que hasta él fuera consciente de que estaba amargado, ¿cómo no estarlo? El motivo importaba poco siempre y cuando hubiera alcohol de por medio que ayudara a sobrellevarlo, y la verdad era que el otro tampoco es como si se encontrara mucho menos en la podredumbre que cuando se habían juntado (y revuelto, ¿lo recordaría Herman? ¿O sólo Miklós, que no se engañaba con respecto a sus gustos, era capaz de enfrentarse a ello sin remordimientos?) la primera vez. Así pues, escuchó, también porque no tenía nada mejor que hacer, y ¿acaso no era así? Era una de las ventajas de haberlo perdido todo: ¡puede malgastarse tanto tiempo como se quisiera! Eso, combinado con su longevidad, propia de un cambiante, lo hacía todo mucho más propenso a la pérdida máxima de vida en tonterías, como en beber hasta el hartazgo o escuchar a un antiguo lío preguntar por él, como si le interesara. Sí, ya...

– Ya decía yo que estabas tocado del ala, ahora veo que resulta que es cierto en más de un sentido. ¿Ves? Adivino tendría que haber sido, no... esto. – replicó, y no quiso ahondar más en esa generalización tan grande que era el esto porque, si empezaba, seguro que no terminaba a tiempo de seguir bebiendo, así que prefería no andar en aguas pantanosas. Sí que se dio cuenta, hasta él, de que había sonado particularmente duro consigo mismo, así que eligió cambiar de tema para que Herman no preguntara cosas que él no estaba demasiado dispuesto a contestar. – No iba a quedarme tanto tiempo como llevo, eso es cierto. Vine por accidente, descubrí que hay muchos maleantes a los que enfrentarme por dinero y pensé en ahorrar hasta recuperarme del todo y dejar la mala vida, pero ya sabes que la mala vida me persigue, así que eso fue un poco infructuoso. – explicó, mirando al líquido que se encontraba dentro del vaso como si allí dentro se encontrara la solución a todos sus males, y lo cierto era que, aunque sabía que no era así, no dejaba de comportarse como si se encontrara en plena y alcohólica búsqueda de soluciones para sus muchos problemas. Así había sido antes de perder a su única ancla, qué oportuno el lenguaje marinero tratándose de él, y así había sido después, cuando estaba tan perdido como le era posible a uno estarlo, encontrándose con gente por doquier, pasados y nuevos, como lo estaba haciendo con Herman. – Luego está, claro, que está ciudad tiene un talento peculiar para arrojarte a la cara cosas que nunca creías que encontrarías aquí, sobre todo gente a la que jamás esperarías ver en París. En tu caso, yo, en el mío... Otros. Y otras. Nunca he hecho ascos a esos, quién mejor que tú para saberlo. – concluyó, desviando el tema y mirándolo con los ojos fríos, entrecerrados, a los del cambiante, buscando el reconocimiento o la valentía de negarle la evidencia a la cara cuando ambos sabían, o debían saber, lo que había sucedido aquella noche ante esa hoguera, en medio de ninguna parte.

Ah, pero no todos eran tan abiertos de mente como el húngaro, y mucho más infrecuente era encontrar a otros que se enorgullecieran tanto de estarlo como el magyar, incluso si ese era el único sentimiento del que era capaz cuando los demás se le escurrían como si intentara atrapar agua con la mano.
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Mensaje por Herman van Haacht Jue Oct 19, 2017 3:52 pm

Herman tocado del ala, ese sí que había sido un buen chiste. ¡Ay, si el gatito supiera…! Lo cierto es que el neerlandés siempre había tenido lo suyo, aunque eso era algo que quizá Miklós no supiera. Para cuando se conocieron, el legítimo barón había entrado en una espiral de decadencia tras haber perdido sus tierras y su hogar, que era lo único que de verdad le había importado alguna vez, a pesar de que eso lo descubriera después, cuando ya no le quedó nada. Desde ese momento no había levantado cabeza, principalmente porque de sobrevivir sabía más bien poco, acostumbrado como estaba a la buena vida y a que todos hicieran lo que él ordenara. Había tenido que ir aprendiendo a base de golpes, literalmente, hasta obtener un resultado que, si bien no se podía decir que fuera bueno (su aspecto daba buena cuenta de ello), a Herman no le parecía tan malo. Seguía vivo, ¿no? Eso ya era más de lo que a muchos les hubiera gustado, y él lo sentía como una gran victoria porque significaba que todavía tenía opciones de volver a la normalidad.

Fue a preguntar qué era eso que no quería ser, pero se entretuvo demasiado tiempo con su vaso y el húngaro se le adelantó, contestando a la pregunta que le había hecho anteriormente y, de paso, cambiando el tema de conversación. El pájaro no insistió, porque, a decir verdad, le daba lo mismo hablar de una cosa que de otra. Al menos, eso era lo que creía hasta que vio el rumbo que tomaban las palabras de Miklós. Herman se tensó, y fue algo que hasta el más borracho de la taberna podría haber notado, de haber estado un poco atento. Había esperado que su antiguo compañero de faenas no se acordara de esa faena en concreto, ocurrida tiempo atrás entre ellos, y no como él, que sí se acordaba, perfectamente además. Aunque eso no fuera algo muy meritorio, teniendo en cuenta que recordaba cada cosa que veía, escuchaba u olía como si lo acabara de hacer, sabía que ese revolcón le habría perseguido el resto de su vida aun sin poseer una mente privilegiada. ¿Por qué? Porque había sido el primero y el único que había compartido con otro hombre. Herman, que si por algo se caracterizaba era por su facilidad para darse al vicio, esa noche con Miklós cruzó su raya personal, abriendo una senda en su vida que no estaba seguro de querer descubrir.

Carraspeó y desvió la vista hacia el vaso, clavándola en el líquido y sintiendo la del otro fija en él. Pensó en desviar el tema, pero supo que eso no iba a darle el resultado esperado. Si el húngaro quería que contestara, estaba seguro de que, tarde o temprano, volvería a intentarlo, así que mejor hacerlo cuanto antes y que se olvidara del tema.

En ese caso, ya podría haberme arrojado a Anna, o a Ilse —comentó, dando un sorbo y volviendo el rostro hacia él lentamente—, pero supongo que tendré que conformarme contigo, gatejo. No te ofendas, no es que no me guste tu compañía. Es sólo que ellas son más guapas que tú.

Intentó no darle importancia actuando como si realmente le diera igual lo que hubiera ocurrido aquella noche, pero, en su fuero interno, sabía bien que no era así. Si no pensaba en ello era porque no quería recordarlo, no porque no le hubiera gustado, y eso era, precisamente, lo que más le molestaba. ¿Que se hubieran enredado los dos a la luz de una hoguera estando bajo los efectos del alcohol? Era algo que no le hacía gracia, pero si, al menos, no hubiera disfrutado con ello, podría llegar a perdonárselo a sí mismo. Un desliz lo podía tener cualquiera, ¿no? Y más todavía si uno no estaba por completo en sus cabales. No, su dilema residía en que no podía pensar en Miklós sin acordarse de aquella noche, y el recuerdo de ese revolcón le erizaba el vello de una forma gustosa, acompañada por ese mismo cosquilleo que sentía cuando veía a una mujer hermosa… Y, ahora, también cuando lo veía a él. Vaya fortuna la suya que París hubiera querido servírselo en bandeja, otra vez, y para colmo, rodeados de alcohol. Qué hermosa casualidad.

Así que también estás aquí por accidente —cambió de tema otra vez, a ver si así conseguía eliminar esa odiosa sensación del cuerpo—. Por lo que veo, esta ciudad no sólo arroja gente a la cara, sino que tiene la increíble capacidad de atraer accidentados por doquier. A mí me han pegado un tiro, ¿cuál ha sido tu desgracia?
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Mensaje por Invitado Dom Nov 05, 2017 12:30 pm

Oh, por favor, no, tanta sutileza no, ¡Miklós no sería capaz de aguantarla...! Para desgracia de Herman, cogida de la mano de una ignorancia que el neerlandés no sabía que poseía, el húngaro era muy observador, demasiado incluso; habiéndose criado con una mujer como Eszter, tan imprevisible como retorcida, ¿cómo podía ser de otra manera? De ella, así como de sus ochocientos (así a ojo) consortes, Miklós había aprendido muchos talentos, que se habían sumado a otros que le pertenecían por su naturaleza felina y lo habían convertido en el hombre que era, y la observación era uno de los que tenía más desarrollados. ¡Sí, efectivamente, sus ojos azules no servían sólo para lucirlos o para helar con su ardiente indiferencia! Y, por ello, no los había apartado de Herman, mucho menos centrado en recuerdos del pasado que el otro, quien fue tan transparente para Miklós como cabía esperar de un pajarito en las zarpas de un gato. Hicieran lo que hicieran, los dos estaban abocados a terminar siempre igual, enredados en una cacería en la que el magyar tenía las de ganar, y ya no sólo por ser un depredador nato, sino porque tenía mucha más experiencia en la calle y en los bajos mundos que el antiguo noble al que había salvado de una muerte segura. O lo estarían, de no encontrarse Miklós en una etapa tan mala y tan apática de su vida como consecuencia de la muerte de su hermana Imara; lo estarían, de estar el magyar dispuesto a enredarse en batallas e incluso con él, aunque Herman quisiera negar que tal cosa hubiera sucedido nunca, para incredulidad de Miklós. ¿A qué venía eso, si podía saberse? ¿Qué sentido tenía negar un pasado, aunque se hubieran cometido errores? Miklós, mejor que muchos, sabía que el pasado era algo con lo que se debía lidiar como se pudiera, y aunque la mayor parte de las veces dolía, eso no significaba borrarlo, porque esa siempre sería la peor idea posible, se mirara por donde se mirase.

– Sería increíble que a ti te ofendiera mi compañía, precisamente a ti. ¿Te has mirado en un espejo últimamente o sólo te has estrellado contra ellos? Eso por no hablar de tu peste, ¿destilas licor a través de tu cuerpo? – opinó, malcarado en las palabras pero no tanto en el tono, que era tan indiferente como hasta ese momento. Hasta si apenas se habían visto una vez hacía años y después nada, la diferencia entre el Miklós de entonces y el presente era abismal, casi porque parecía que el Miklós de entonces era apasionado, y nunca esa palabra había sido adecuada para definir al magyar, ni siquiera en sus mejores momentos. Borracho o no, herido o no, Herman no tenía un pelo de tonto, así que no sería imposible para él darse cuenta de una realidad que Miklós no estaba destacando a propósito, pues hablar de sí mismo no era algo que le apeteciera en exceso; de lo contrario, ¿habría ido siquiera a un bareto de mala muerte a beber y beber hasta desfallecer? No, ¿verdad? Pues ya estaba. – Tengo muchas desgracias, pero la que me trajo aquí fue que mataron a lo que me quedaba de familia y me lo quitaron todo. Ah, y que el opio parisino es estupendo, ¿no lo sabías? – comentó, sin poder evitar cierta sorna al final, y en esa misma línea se le torció la boca en una sonrisa que acompañaba bien a sus palabras en la teoría, claro, pero que en la práctica se quedó hueco, vacío, completamente inexpresivo. Por mucho que lo intentara, y tenía sus momentos últimamente, Miklós no estaba sintiendo nada esa temporada, y la apatía lo volvía alguien aún más interesante para los demás que en el pasado, pues muchos lo confundían con misterio y eso, decían, le favorecía. No era como si el magyar estuviera condenadamente interesado en ir seduciendo a diestro y siniestro, tenía cosas mejores en las que pensar en aquel momento de su vida, de modo que permaneció ajeno al efecto que pudiera tener en Herman, a lo cual también contribuyó que ya no estuviera mirándolo a la cara. – Me quedé porque no tengo más sitios a donde ir. Tengo sangre nómada, nunca he tenido un hogar, pero París no es mal sitio para volverme sedentario. – añadió.

Había más motivos, por supuesto, aunque los había descubierto al quedarse en París, y no cuando sus pasos vagaban por el viejo continente en busca de un destino. Thibault, su única familia viva (bueno, más o menos), era uno de ellos, pero su confianza con Herman no llegaba en absoluto a ese punto... y le daba la impresión de que jamás llegaría, al paso que iban.
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Con dos monedas y una copa de ron {Miklós L. DeGrasso} Empty Re: Con dos monedas y una copa de ron {Miklós L. DeGrasso}

Mensaje por Herman van Haacht Miér Dic 06, 2017 4:27 pm

¿A qué había venido eso? Vale que Herman podía no ser el tipo más agradable con el que charlar, eso parecía que estaba claro después de ver el arranque con el que el húngaro había contestado, pero de ahí a recibir toda esa sarta de halagos, había un paso demasiado grande. Aún así, no se ofendió en exceso; era muy consciente de que su aspecto distaba mucho del que, años atrás, había lucido el barón que un día fue. Pero, ¿qué podía hacer él? Había tenido que aprender muchas cosas, entre ellas, a sobrevivir, así que oler a alcohol pasado era una de sus más ligeras preocupaciones.

Que tenga plumas y pico no hace que mi cerebro se encoja como el de un pájaro. Sé distinguir bien los espejos como para no chocarme contra ellos —apuró lo que quedaba en su vaso y se levantó del taburete—. Lo de mi peste es otro asunto, pero como veo que a tu morro fino le ofende tenerme cerca, me parece que me voy a ir a destilar alcohol a otra parte.

Creyendo que Miklós no hablaría más (dentro de su escasez de palabras habitual, ese día lo veía especialmente reacio a mantener una conversación), cogió la botella que había llevado, le dio una palmada en la espalda a la pantera y comenzó a alejarse de la barra. La voz del cambiante, sin embargo, lo detuvo antes de terminar de dar el segundo paso. Se quedó donde estaba, escuchando lo que tuviera que contarle que, aunque fue poco y cubierto con una bonita capa de sorna, a Herman le dijo mucho.

Tenía el cuello de la botella firmemente agarrado en una mano y, por un momento, dudó si seguir alejándose hasta dar con otra tasca mugrienta, o volver al taburete que había abandonado, situado junto a Miklós. Tras unos segundos de dura deliberación optó por lo segundo, aún a riesgo de que el felino sacara las uñas. No tenía ni la menor intención de enzarzarse en una pelea con él, porque, a pesar de ese orgullo producto de su origen de alta cuna, era muy consciente de que el otro tenía las de ganar. No había más que verle: incluso como humano, su cuerpo era el fiel reflejo del de sus formas animales: estilizado, sigiloso y, sobre todo, fuerte, algo que Herman también era, pero no tanto. A él se le daba mejor escurrirse y, llegado el caso, echar a volar si las cosas se ponían feas, algo muy probable si llegaba a las manos con alguien como él.

Aprovechando que estaba todavía tras él, lo miró de arriba a abajo antes de tomar asiento en el taburete. Abrió la botella que llevaba y se sirvió en el mismo vaso que había utilizado, para después llenar el de Miklós.

No sabía lo del opio, pero es algo que tendré en cuenta. —Se acomodó en su asiento—. Pensándolo bien, creo que me quedaré un rato más. Prefiero invitarte a ti que a cualquier otro que me encuentre por ahí —dijo el muy cara dura, señalando la botella como si la hubiera pagado él—. Además, tampoco tengo a dónde ir, ni familia a la que recurrir, ni nada a lo que aferrarme. —Lo último no era del todo cierto, puesto que tenía unos objetivos muy claros y definidos en su mente que habían conseguido mantenerlo lo suficientemente cuerdo como para haber ido a parar allí—. Así que parece que estoy un poco como tú, pero bastante menos jodido. —Miró el vaso y comenzó a darle vueltas—. Lo cierto es que, en mi caso, no tener una familia que merezca la pena ayuda en ese aspecto, porque es algo que, aunque quiera, no puedo perder.

No recordaba la última vez que había hablado de su familia, y eso sólo podía significar dos cosas: o bien lo había hecho, pero de una manera tan superficial que ni siquiera se había percatado de ello, o bien era algo que no había ocurrido nunca. Dado el poco aprecio que había sentido por su padre (recíproco, en todo caso) y el recuerdo inexistente de su madre, lo único que el joven van Haacht había podido considerar como familia fue la mujer que lo crío y le habló de su condición, pero ni siquiera ella fue capaz de generarle un ápice de lástima cuando rompió todos los lazos con él. Resultaba irónico que, habiendo estado siempre rodeado de personas de todo tipo y condición, en el fondo fuera un hombre tan solitario como el que estaba sentado a su lado.
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Mensaje por Invitado Dom Ene 14, 2018 9:55 am

Miklós no era de esos que tenían amigos. Sonaba cruel, dicho por otros hacia él o de sí mismo con respecto a la personalidad propia del húngaro, pero no por ello era menos cierto: Miklós no confiaba en nadie lo suficiente para tener nada parecido a una amistad, así lo había sido desde siempre y tenía la impresión de que así seguiría siendo en el futuro. Con Herman ni siquiera se había plantado llegar jamás a ese punto: se habían conocido en una época en la que ambos necesitaban apoyarse mutuamente, se habían utilizado en una noche en la que los dos querían calor de otro ser, y después se habían largado sin mirar atrás. Ni una sola vez, en todos aquellos años, Miklós le había dedicado el más mínimo pensamiento al otro cambiante; radical, sí, pero había tenido otras cosas en las que pensar, y ni siquiera él era bueno haciéndolo cuando le estaban dando una paliza, cosa que, durante un largo tiempo, había sido su única manera de salir adelante. Así pues, sabido eso y sabido que no era de los que tejen lazos de amistad, ¿por qué demonios se había puesto a pensar en eso cuando la conversación con Herman había ido por unos derroteros completamente opuestos? ¿Tanto daño le había hecho el alcohol ingerido al húngaro, aunque apenas hubiera consumido en comparación con otros de la taberna, o con el mismo neerlandés que se había cruzado en su camino? No. La respuesta a ambas era no, y Miklós sabía que si lo había pensado era porque sus confesiones a media voz, que por otro lado no estaban haciendo demasiado efecto en sus sentimientos porque para eso tenía que tenerlos accesibles (con Miklós, recordemos, ese jamás era el caso), eran propias de amigos, no de casi desconocidos. Pero a falta de una cosa, buena es otra semejante, o lo más cercana posible a la original, y a falta de amigos a los que poder contarles lo que le pasaba por la cabeza y le convertía el corazón en una maldita piedra, bien servía Herman. Qué honor: lo mismo para un roto que para un descosido...

– Creo que deberías replantearte tu concepto de invitar a alguien a una copa. – comentó, con tono de voz tan ligero como frío, como siempre solía serlo él, así que tampoco pilló de sorpresa a Herman. Por lo demás, no reaccionó, ni para bien ni para mal, cuando el otro se sentó: hacía falta mucho más que eso para provocarle una reacción a Miklós, ¡él mismo lo sabía bien para su eterna e infinita desgracia!, así que tampoco debió de sorprender al neerlandés que así fuera. – No tener familia es mucho, mucho mejor. Y no lo digo por el hecho de no tenerla, lo digo porque perderla es lo peor que te puede pasar, te lleves bien con ellos o no. – opinó, bebiendo de la botella a la que el otro lo había “invitado” (en sus sueños tal vez), pero sin ahondar más en el tema. No había dicho la verdad completamente, pues a él apenas le había afectado el fallecimiento de su madre por la escasa cercanía que había sentido hacia ella en todos los momentos de su vida, algunos más que otros, pero tampoco había mentido: algo sí le había afectado. En lo que Miklós se había centrado era en su tema tabú, con una presencia irónicamente constante en su mente, sus escasos sentimientos y sus conversaciones, desde luego mucho mayor de lo que a él le habría gustado, pero tampoco podía hacer mucho más de lo que hacía para evitar que fuera a más. Estaba, el húngaro, atado de pies y manos por una situación que no se había buscado él, y eso era lo que más le fastidiaba: si al menos fuera culpa suya, bueno, asumía las consecuencias y ya, pero le había sido impuesto todo del exterior, lo cual le generaba una frustración añadida al trauma propio, con nombres y apellidos. – Te ahorras ese mal trago cuando estás solo. Cuando tienes familia, puedes perderlos, pero además también pueden decepcionarte e irse por su cuenta; cuando te traiciona alguien en quien confías... En fin. Menudo panorama, ¿eh? – continuó, aunque no terminó ahí, sino que le dedicó a Herman una mirada de soslayo con los ojos rasgados entrecerrados, curiosos. – Algo tendrás a lo que aferrarte. Si no, no estarías vivo. ¿Qué es? ¿Qué te espera, neerlandés?

Hubo curiosidad, sí, mínima pero no por ello menos real. Y eso daba esperanzas a Miklós, que no se atrevía siquiera a albergarlas porque sabía que cuando éstas se perdían era de lo peor que podía pasar; esperanzas por sí mismo y por encontrar algo que lo distrajera del dolor, aunque fuera a través de otro. Si nunca había sido muy ortodoxo con respecto a la procedencia de sus medicinas, no iba a empezar ahora, ¿no?
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Mensaje por Herman van Haacht Sáb Mar 03, 2018 6:25 pm

Para no tener un maldito franco, algo he podido conseguir. No todos pueden decir lo mismo, ¿no? —Se encogió de hombros y dio un sorbo al licor—. Si lo bebes después de otras copas apenas notas el sabor a alcohol barato.

Eso, al menos era cierto. No era lo mejor que había probado, ni por asomo, pero picaba tanto en la garganta como la promesa de que eso terminaría haciéndole olvidar todo a cualquiera. Cualquiera menos él, un cambiante con una sorprendente memoria que tan buenos y malos momentos le hacía pasar. ¡Ah! Si pudiera olvidar con cosas tan simples como un vaso de vino… Herman había pensado en eso en numerosas ocasiones, en cómo sería su vida si su memoria no fuera tan exquisita. Tenía recuerdos que lo atormentaban tanto que hubo veces en las que verdaderamente deseó que así fuera, y la noche que compartió con Miklós no era uno de ellos, precisamente. Por otro lado, sabía que si no mantenía vivos esos recuerdos, su propósito de recuperar sus tierras se desvanecería como el humo, y terminaría vagando sin rumbo de taberna en taberna, o algo peor.

Siguió escuchándole sin hacer comentarios al respecto. De traiciones sabía mucho, pero de seres queridos poco. Muy poco, a decir verdad, teniendo en cuenta que el cambiante sentado a su lado era una de las personas a las que Herman más cariño tenía —cariño, por decir algo, claro estaba—. El solitario Herman nunca había sentido la imperiosa necesidad de verse atado a alguien de manera sentimental más allá del contacto carnal —del que se consideraba bastante asiduo, siempre que tenía ocasión—, y, si durante sus casi sesenta años de existencia no lo había necesitado, dudaba de que alguna vez fuera a hacerlo en un breve período de tiempo. Nunca se sabía, por supuesto, pero las probabilidades eran escasas.

Joder, menudo pájaro que estás hecho, minino —comentó ante la indudable agudeza del húngaro, y dio otro trago—. Efectivamente, algo hay, como imagino que algo tendrás tú para seguir vivo.

Lo miró un segundo. Aunque su aspecto podía no ser el más saludable, el hecho de que su corazón seguía latiendo era indudable, igual que él. No contestó de inmediato, si no que mantuvo sus ojos fijos en Miklós como si estuviera intentando descifrar algo en su expresión. El qué, en concreto, era un misterio incluso para él. Puede que sólo lo hiciera para mostrarse más interesante, o, en cambio, porque estaba valorando si contarle cuáles eran sus verdaderas intenciones.

Una vida, la que tuve bastante antes de cruzarme contigo. Eso es lo que me espera —contestó finalmente, volviendo los ojos al vaso que estaba haciendo girar con los dedos—. O, al menos, una parecida, en la que tengo comida caliente a diario, una cama que no huele a moho, sábanas suaves y limpias… Y agua caliente. Vaya si lo echo de menos.

Podía haberle contado todas sus ansias de venganza contra el que se lo había arrebatado todo, detallarle hasta el más mínimo resquicio de su historia antes de la decadencia en la que se había metido, de sus fiestas y sus excesos, pero ¿para qué? Todo eso era agua pasada y parecía que Herman se estaba haciendo viejo. Cosas que antaño le parecieron absurdas, como la tranquilidad del hogar o el calor que se sentía al estar sentado frente a la chimenea, ahora se le antojaban lujos lejanos que añoraba por poseer. Podía haberle hablado de todo eso, pero no lo hizo. Si quería saber más, que preguntara.

Alzó el vaso hasta los labios pero lo bajó de nuevo antes de llegar a beber. Entrecerró los ojos y lo miró, mostrando la misma curiosidad que el húngaro había mostrado momentos antes.

¿Y a ti, qué es eso que hace que aún sigas vivo?
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Mensaje por Invitado Mar Mar 06, 2018 2:31 pm

Si Miklós hubiera sido capaz de sentir algo con fuerza, habría sentido decepción al oír las palabras de Herman, esa estupidez que había decidido colocar como motivo de peso para seguir delante de una forma más o menos digna. A lo mejor le parecía una estupidez a él porque su vida antes de todo aquel desastre no había sido la mejor; nunca, en toda su existencia, había sido rico, y de haberlo sido tampoco le había durado mucho el dinero, de modo que no echaba eso de menos. Con el tiempo, había terminado por preferir el modo de vida en el que se ganaba los francos con el sudor de su frente, sus puños cerrados y amoratados y la habilidad sobrenatural de su condición que simplemente siendo encantador con mujeres para robarles la fortuna; al menos, así se sentía útil, y también sentía, que al final era la clave de todo... Como siempre. Daba igual cuánto tiempo pasara, el dilema de Miklós seguía siendo el mismo que siempre, hasta si había habido épocas en las que apenas se había manifestado: el húngaro temía estar muerto por dentro, y quizá por eso se mantenía vivo por fuera; el húngaro creía que si no ejercía un mínimo de sentimientos se quedaría congelado para siempre en su indiferencia, y por eso hacía lo que hacía, erróneo o no. Tal vez su enfoque no fuera el más correcto porque él se conformaba con muy poco para considerar que ya estaba sintiendo, con tonterías como el dolor y poco más, pero durante una larga temporada le había bastado, y algo le decía que, en el futuro, seguiría haciéndolo. O tal vez no, tal vez esos esquivos dones de la familia gitana de la que provenía por la rama no noble se le escapaban y no tenía el menor talento para ver el futuro, ¿él qué sabía si sólo era un miserable minino que lo había perdido todo y hacía lo que podía con lo que tenía? Patético, de eso no quedaba la menor duda.

– ¿Quieres saber qué es lo que hace que yo, minino hábil donde los haya, siga vivo? Ven, te contaré el secreto. – afirmó el magyar, mezclando habilidosamente el tono de un borracho con el susurro lleno de secretismo de alguien que está a punto de compartir algo de sabiduría universal con otro afortunado ser. Antes de eso, sin embargo, el magyar dio un trago al licor para sentir su quemazón en la garganta, un maravilloso dolor que no duró lo suficiente, mucho menos para alguien cuya condición le curaba las heridas con una velocidad abrumadora. – Sigo vivo porque nadie ha tenido todavía la habilidad suficiente para matarme. Decepcionante, ¿verdad? Todo yo, Miklós, soy un maldito golpe de suerte porque no me he cruzado todavía a nadie con talento para liquidarme. – soltó. Era difícil saber si era sincero o se burlaba, sobre todo porque soltó una risotada sin gracia que ni siquiera le llegó a los ojos a continuación, como si la sola idea le pareciera hilarante... Como si tuviera sentido del humor alguien en su situación. – Nunca ha sido fácil matarme, llevo coqueteando con esa fulana demasiados años para que quiera librarse todavía de mí, así que muchas veces estoy a puntito pero no termino de diñarla. – explicó el magyar. Increíblemente pragmático para alguien tan religioso como él, que tenía a Dios como un profundo referente en su vida y como otra figura paterna que lo ignoraba y a la que potencialmente decepcionar, como terminaba haciendo con todos. Tal vez fue por pensar eso, o tal vez no, pero Miklós terminó por girar la cabeza con lentitud hacia Herman, aún con los macabros rastros de una risa sin gracia grabados en los labios, gruesos y atrayentes pese a todo. – Qué noble lo tuyo, qué hipócrita. Quieres volver a ser un comodón, como si el dinero no fuera fácil de conseguir, tanto como de perder. Bien, pues yo quiero vengarme de quien me destrozó y me lo quitó todo; después, ni idea, pero hasta entonces mataré y desgarraré a quien merece algo mucho peor que eso. – sentenció.

Ni siquiera estaba lo suficientemente borracho para justificar, de ese modo, la sinceridad, pero Miklós seguía siendo un hombre sin absolutamente nada que perder, de modo que ¿por qué no contarle a un viejo algo lo que iba a hacer en los próximos meses...? A lo mejor quería ayudar, y todo. Probablemente no, porque eso significaba mancharse las manos que se moría por volver a cuidarse, pero quizá sí.
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Mensaje por Herman van Haacht Dom Abr 08, 2018 2:33 pm

No se acercó más para escuchar lo que Miklós tuviera que decir, pero dio un sorbo de su vaso antes de girar el cuerpo al completo sobre el taburete. Con un codo apoyado en la barra y el peso del cuerpo cargado sobre éste, esperó a que el secreto de la existencia del húngaro aflorara de sus labios. Cuando lo escuchó, sin embargo, tuvo que aguantarse una carcajada que disimuló bebiendo un poco más. La sonrisa de su cara, sin embargo, no pudo ocultarla, así como el brillo divertido en sus ojos. Se llevó un puño a la boca e hipó una vez —fruto de la ingesta de alcohol que tantas horas le había llevado esa tarde— antes de hablar.

¿Me estás diciendo que, en toda tu vida, no te has encontrado con nadie que haya sido capaz de matarte? —repitió, sólo para que él lo confirmara—. Es decir, eso se ve que es cierto: sigues vivo. Pero vamos, Miklós… —Soltó una risotada floja, sin ganas—. ¿Y no será que tú mismo no tes has dejado matar? Has dicho que has estado a punto; supongo que podías haberte resignado y haberte dejado ir. Sin embargo, aquí estás, como si te estuvieras esforzando por no morir. —Se encogió de hombros y volvió a sentarse de cara a la barra—. O puede que, simplemente, tengas razón y no haya nadie capaz de matarte. En ese caso, podrías considerarte afortunado. No muchos podemos decir lo mismo.

No lo decía porque él hubiera estado a punto de morir —aunque sí cerca—, sino porque sabía que de sobrevivir sólo conocía lo básico: mantenerse alejado del peligro todo lo que pudiera. Ya era bastante, para tratarse de Herman van Haacht, pero no lo suficiente para un mundo en el que a nadie le importaba pisar al prójimo para conseguir algo mejor.

Me llamas hipócrita —dijo, sin ningún tono de reproche en su voz—, pero, en realidad, mis propósitos y los tuyos no distan mucho entre sí. —Lo miró de reojo primero y directamente al rostro después—. Tú te quieres vengar de quien te destrozó y te lo quitó todo, y da la casualidad de que yo también. ¿Que mis objetivos te resultan estúpidos? Vale, no te lo voy a discutir —devolvió los ojos al vaso—, pero yo, al menos, tengo algo después. Puede que no lo consiga nunca, o que mi venganza me salga mal y terminé en un hoyo, pero sé que, si todo sale bien, tendré lo que quiero.

La de morir era una posibilidad que no había valorado demasiado, pero perfectamente real. Aún no sabía cómo iba a llevar todo eso a cabo, y lo cierto era que no tenía mucha idea de por dónde empezar. No eran pocos los momentos en los que pensaba que aquello le estaba viniendo grande, que, quizá, lo mejor sería empezar de nuevo en otro lugar y olvidar lo que una vez había sido, aunque eso supusiera renunciar a lo que le pertenecía por derecho.

¿Puedo saber cómo pretendes hacerlo? No sé, quizá me des ideas para llevar a cabo la mía.
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Mensaje por Invitado Miér Mayo 23, 2018 1:31 pm

Las verdades que se escapaban de la boca de Herman, como serpientes, resultaban igual de venenosas que aquellas, aunque poco efecto tenían sobre la piel endurecida de un Miklós que estaba demasiado acostumbrado a relacionarse con reptiles para afectarse por eso. Sí que estaba escuchándolo; de hecho, Miklós no había perdido detalle de una sola de las palabras que su antiguo conocido había dicho, y aunque su mente estuviera bastante entretenida con el desafío intelectual que esas realidades suponían, no sentía nada al respecto, nada. Esa apatía, que tan propia le resultaba al húngaro, podía resultar peligrosa: se trataba de su futuro, eso era lo que estaban discutiendo con tanta facilidad como si hablaran del tiempo, pero ni siquiera se sentía como suyo propio, sino como el de otro ser en sus mismas circunstancias, nada que ver con las sensaciones físicas, y objetivas, que a él le pertenecían. Era, en todo caso, el futuro de otro cambiante magyar que olía el alcohol con su fino olfato de felino, el destino de otro que se encontraba allí, todo porte y tan imponente como su sangre noble, antigua, le permitían en combinación con su propia personalidad, que hacía de su parte al convertirlo en una maldita estatua. Desde luego, el antiguo Laborc era inteligente, y Miklós seguía siéndolo, pese a sus tendencias autodestructivas; era plenamente consciente de que sí que se trataba de él, sí que hablaban de su futuro y de aquella conversación tal vez podría extraer algo que le permitiera dedicarse a sus objetivos con conocimiento de causa, pero no le importaba demasiado que así fuera, y eso era lo verdaderamente peligroso para él.

– Tal vez no me haya dejado matar. En todo caso, creo que cuando muera será yo solo, ¿o no sabes que los gatos se largan a que la muerte los reciba sin testigos de por medio? Ya me conoces, me falta maullar para ser un felino por completo. – razonó, simplemente por el ejercicio intelectual de plantearse las posibilidades y los motivos de algo, pero sin pensar por un momento que aquello pudiera ser cierto. Eso, que no lo pensara, no significaba que no lo fuera; es más, es probable que hasta inconscientemente hubiera dado en el clavo, pero dada su tendencia a no dejarse matar y a resistirse a morir, puro instinto animal donde los hubiera, tampoco se planteaba mucho el tema, en general. – Nadie ha dicho que yo no sea un hipócrita. También quiero volver a como era antes, pero el deseo de vengarme es mucho mayor, y si quiero vengarme es por puro egoísmo, no porque eso vaya a solucionar nada. – añadió. Nada como la apatía para quitarle romanticismo a un concepto tan manido como la venganza; nadie como Miklós, también, para convertir algo con ese halo hasta de nobleza en una tarea pendiente y manchada de pecado, como él mismo lo estaba. – La persona por quien hago todo esto está muerta, le da igual lo que haga o deje de hacer aquí en el jardín del Señor cuando se encuentra en el Cielo, quizá, o en el Purgatorio si mis oraciones no sirven de nada. Así que todo esto es por mí, por puro egoísmo, y ¿no es eso peor que la hipocresía? – razonó. Miklós era demasiado irregular, demasiado inconsistente para catalogarlo de un modo o de otro, y su inteligencia era precisamente uno de los factores por los que era difícil tildarlo de simple desharrapado, que es lo que parecía. – Mi plan es buscarme aliados, quebrar la unidad de mi enemigo y, cuando vaya desorientado como un pollo sin cabeza, atacar. ¿Te sirve? – preguntó.

El húngaro no iba nada mal en la consecución de sus objetivos, eso había que reconocérselo hasta si no se compartía la obsesión de vengarse que él sentía, y de entre todo lo que había dicho, seguramente Herman sí pudiera conseguir inspiración para su propia venganza, tan hipócrita como egoísta la del magyar. Tal para cual, vaya.
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Mensaje por Herman van Haacht Dom Jul 29, 2018 12:11 pm

Y tanto que sólo le faltaba maullar, porque lo que era bufar, lo hacía igual de bien sobre dos patas que sobre cuatro. ¿Sería él tan parecido a sus formas animales como el húngaro? Siempre había creído que no, pero viendo de cerca a Miklós ya no lo tuvo tan claro. Sí era cierto que no eran iguales los movimientos que hacía un felino a los que hacía un pájaro, y que los primeros eran más imitables por el ser humano que los otros, pero también estaba el hecho de que Herman no era un humano corriente. El alma de sus dos aves iba con él a todas partes, y parte de su esencia se colaba hasta el cuerpo humano que habitaban, volviéndolo, en cierta manera, escurridizo. Y si no, que se lo preguntaran a toda la gente que alguna vez había intentado darle caza.

El egoísmo no deja de ser un motivo, más o menos válido, eso es cierto, pero un motivo al fin y al cabo. Puede que no soluciones nada de lo que ha pasado, pero quiero creer que ayuda. —Bebió largo y tendido del vaso hasta casi vaciarlo y lo dejó de un golpe seco sobre la barra—. Así que bien, creo que ya nos ha quedado claro que somos un par de hipócritas con nuestros propios motivos para la venganza. Si lo llego a saber, creo que me hubiera quedado fuera de esta taberna. No es que estuviera teniendo un buen día, pero, desde luego, no me lo estás mejorando mucho, gatete.

Fue a servirse de la botella, pero cambió de opinión. Todavía no iba lo suficientemente borracho como para que ese alcohol mal destilado le supiera lo suficientemente bien, así que se limitó a jugar con el vaso haciéndolo girar sobre la barra.

Qué casualidad —dijo, sonriendo divertido—. ¿Sabes que tu plan y el mío son muy similares? A ver si va a resultar que esto de la venganza no se me da tan mal. —Se rió; puede que, quizá, si estuviera un poco ebrio—. ¿Cómo vas en la búsqueda de aliados? Entiéndeme, no conozco a nadie aquí y no tengo ni la más remota idea de a dónde dirigirme para buscar gente con un propósito similar al mío. —Calló un momento que aprovechó para mirar al húngaro—. Salvo tú, claro está.

Se volvió al frente y se quedó mirando un punto fijo detrás de la barra, justo entre dos botellas que había en una balda en la pared. De todas las personas que había en París, el destino había querido que se encontrara con el único que él debía conocer y que, a su vez, era alguien que había tenido una importancia relativa en su pasado. ¿Era ese encuentro, acaso, una señal del destino? Herman no creía en esas cosas, pero no podía dejar de encontrar curioso el hecho de haberse encontrado a Miklós cuando lo que buscaba eran aliados, exactamente igual que él.

¿Puedo preguntar por quién haces esto? —preguntó, dejando atrás cualquier tono de burla que pudiera quedar—. Coincidirás conmigo en que este tipo de planes no se llevan a cabo por un cualquiera.
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Con dos monedas y una copa de ron {Miklós L. DeGrasso} Empty Re: Con dos monedas y una copa de ron {Miklós L. DeGrasso}

Mensaje por Invitado Mar Sep 18, 2018 12:09 pm

Herman lo veía como una casualidad, pero Miklós lo veía como una consecuencia inevitable del tipo de vida disoluta que ambos llevaban: tarde o temprano, siempre terminaba enfadándose a alguien que podía hacer pagar por esa falta, y cuando eso sucedía, el orgullo tomaba la delantera y los obligaba a actuar de formas curiosas... como aliándose en una taberna dos tipos que hacía la tira habían sido amantes. A Miklós raramente le sorprendían las cosas, eso que fuera por delante; su inexpresividad habitual no venía de la nada, sino de una falta de emociones que sería digna de estudio si alguien le prestara tanta atención al magyar, y eso justificó que lo que Herman dijo no provocara mucha reacción en él, al menos en lo físico. En lo mental, bueno, esa es otra historia y además una bastante interesante, porque enseguida la voz del neerlandés consiguió que Laborc pusiera en marcha los engranajes de sus pensamientos para dedicarse a la nada grata tarea de evaluar sus posibilidades y, ya que estaba, tomar algún tipo de determinación al respecto, o como mínimo evaluarlo lo suficiente para poder resumirlo y plantearle al pajarito la realidad en trozos del tamaño de una miga de pan que el otro pudiera tragar. ¿No estaba pensando en analogías animales y en cómo los cambiantes se asemejaban en gran medida a sus formas no humanas...? Pues qué mejor que el intuitivo magyar para hacer esa analogía con su interlocutor, hasta si no leía mentes y no tenía ni la más remota idea de que eso era lo que se le había pasado a Herman por la cabeza de entre la larguísima lista de posibles temas que pudieran atraer su atención. Casi agotaba sólo pensarlo; Miklós, pues, terminó hablando, quizá más alentado por el sonido de su voz que por el efecto del alcohol.

– ¿Quieres la versión optimista o prefieres la versión realista? – preguntó. La sola preguntaba ya significaba mucho y adelantaba aún más de lo que estaba por afirmar Laborc, pero aun así se permitió hacerla y, también, dejó que su rostro se deformara en un amago de sonrisa amarga, pues el cinismo no dolía tanto como el resto de sentimientos que, por naturaleza y por elección, Miklós tenía bien lejos de sus posibilidades. – La optimista es que potencialmente tengo unos cuantos. La realista es que, en realidad, no estoy tan sobrado de aliados como creía, ¿te lo puedes creer? – ironizó, y ni siquiera hacía falta que Herman respondiera con sorna que no, por el amor de Dios, ¿quién no iba a querer juntarse con alguien tan escurridizo (otra cosa que tenían en común ambos, pájaro y gato zarrapastroso) como el magyar? – Pero eso no significa que vaya a rendirme, no tengo la menor intención de dejar que ese panorama me aparte de mi camino. Por ahora tengo medios, que eso ya es bastante, y siempre existe la posibilidad de enredar a algún viejo compañero si le prometo algo de oro. – dejó caer. Se estaba refiriendo a él en concreto pero también a otros en una posición similar en general, como si abundaran las relaciones como Herman en la vida del magyar; aunque cupieran dudas, la respuesta a eso último era un no tan rotundo que casi resultaba insultante, y por eso al mirarlo a los ojos para solucionar la última de sus dudas (Miklós, que vivía para servir y aclarar dudas), se vio un brillo especial en los por lo demás muertos orbes azules del magyar. – Por mi hermana. Mi única familia viva, sangre de mi sangre a la que tuve la necesidad y oportunidad de criar hasta que me la arrebataron, dos veces, excepto porque ahora ha sido de verdad y ella ya no va a volver. ¿Te parece lo suficientemente única para llevarme hasta este extremo? – preguntó, casi ardido, pero sólo por la confesión, no por la duda razonable de Herman.

El tema de Imara seguía doliéndose y seguiría clavándosele durante mucho, muchísimo tiempo; era lo único que hacía que agradeciera su apatía existencial porque sólo sentir de la forma menguada habitual del magyar hacía que no se ahogara en el dolor, y aun así sólo mencionarla lo ponía casi en el límite de la expresividad, como pudo comprobar Herman. Pero sólo casi.
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